Cuando te pregunte tu hijo (#834)

Cuando  te  pregunte  tu  hijo

Salvación, bautismo, asamblea, cena del Señor, sacerdocio, disciplina

 

Lloyd Cain, Halifax, Canadá

Truth and Tidings, 1997-98

Contenido

 

I — Tocante a la conversión

II — Tocante al bautismo

III — Tocante a la iglesia local

IV — Tocante a la cena del Señor

V — Tocante al sacerdocio de los creyentes

VI — Tocante a la santidad de la casa de Dios

 

I — Tocante a la conversión

Al comenzar una serie de artículos sencillos sobre la iglesia local, sería provechoso comenzar donde comienza la vida divina, con la conversión. ¿Qué quiere decir ser convertido, ser salvo, nacer de nuevo?

Vamos a enfocar estos escritos desde la perspectiva de un creyente joven que se acerca a su padre con una pregunta, dando cumplimiento a las palabras de Moisés en Éxodo 13.14: “Cuando pregunte tu hijo …” Hoy su pregunta es: ¿Qué quiere decir “conversión”? ¿Cómo se convierte? ¿Cómo se hace ver que uno es convertido?

La conversión, la salvación y el renacimiento son términos empleados en la Biblia para describir una y la misma experiencia. “A todos los que le recibieron [a Jesús], a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios … no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”, Juan 1:12,13. “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”, Mateo 18.3.

Una persona es convertida cuando el Espíritu Santo le hace llegar al fin de sí mismo para reconocer su condición perdida, y en una actitud de arrepentimiento reconoce la obra del Salvador en la cruz a su favor. Cuando el Espíritu Santo entra en una persona para morar en él, aquella alma es nacida de arriba y es ya un hijo de Dios. La conversión no es una religión, ni es una reformación. ¡Es una regeneración!

¿Cuáles son las evidencias de una vida nueva adentro? ¿Qué son “las cosas que pertenecen a la salvación”? (Esa frase feliz viene de Hebreos 6.9). Veamos cuatro ejemplos de cómo se manifestó la conversión en personas en los Evangelios que llegaron a tener una relación real y vibrante con el Señor Jesucristo.

Un cambio en nuestros apetitos

Marcos 5.21 al 24 y 35 al 43 nos proporciona la historia simpática de cómo la vida fue devuelta a la hija de Jairo. Termina con palabras hermosas en su sencillez: “El … dijo que le diese de comer”. Se le había impartido una vida nueva y era preciso que esa vida nueva fuese alimentada si iba a desarrollarse y prosperar. El indicio más claro de que ha habida una regeneración es el deseo que el nuevo creyente tiene para la Palabra de Dios, y la actitud que asume hacia ella.

Pedro dijo a sus lectores que ellos habían renacido por la semilla incorruptible de la Palabra de Dios y que deberían desear grandemente la leche no adulterada de la Biblia para que crezcan, 1 Pedro 1.23, 2.2. No era concebible una vida nueva sin un apetito nuevo. El anhelo continuo es prueba de haber gustado al inicio. El bebé apenas nacido tiene dos reflejos: el de sorprenderse y el de mamar, ya que nace con el deseo innato de buscar alimento.

¿Usted, creyente nuevo, tiene afán por la Palabra? ¿Está juzgando, o combatiendo, en su vida los cinco vicios en 1 Pedro 2.1 que quitan a uno su apetito por la Biblia? (Son:  malicia, engaño, hipocresía, envidias y detracciones). ¿Ha establecido una rutina disciplinada para aprovecharse de las Escrituras que le llevará a lo largo de la Biblia entera en cinco años?

Un cambio en nuestras aspiraciones

Juan 4 narra la historia de la mujer desordenada que llegó a ser un adorador voluntarioso al lado del pozo donde conoció a Aquel que era el dispensador de agua viva. Escuchó con asombro las palabras suyas, mientras Él destacó que volverían a tener sed aquellos que bebían sólo del pozo de Jacob, ya que nunca podría satisfacer. Aquellos, en cambio, que bebían una sola vez del agua que Él daba nunca más tendrían sed. Ella reclamó aquella agua, y una vez que Él había tratado con sus pecados (porque no puede haber conversión sin convicción), se le dio lo que anhelaba.

“La mujer dejó su cántaro”. Enormes las verdades que expresa esta oración breve. ¿Ella decidió dejarlo, o se olvidó de él como consecuencia de saber que no le haría falta ahora? ¿Fue como un hábito que le dominaba antes de su conversión, que ahora simplemente ‘se le fue’?

Ella dejó su cántaro y el escritor agrega, “entonces”. No demoró, porque era un alma satisfecha. Debemos notar su testimonio al entrar en la ciudad. ¡Qué espectáculo fue para los hombres de la ciudad al contar ella del agua viva que había recibido del Salvador que encontró! Aseguradamente la mujer adornó la doctrina que expuso; ellos se fijaron en que ya no cargaba el cántaro que llevaba al pozo cada día. Su mensaje evangélico fue: “Venid, ved a un hombre”. Fueron, porque vieron que se había efectuado un gran cambio en ella.

Un cambio en nuestras actitudes

El milagro registrado en Marcos 5.1 al 20 nos ofrece una de las evidencias más dramáticas de una conversión. Vemos a un hombre que no era disciplinado ni vestido que encuentra al Transformado de Vidas, el Señor Jesús. En la segunda escena de este drama le encontramos “sentado, vestido y en su juicio cabal”. ¡Su modo de pensar había sido transformado! (De paso, si posee una concordancia Strong, busque las referencias a los números de código 4993 al 4998).

Aquel cuyos movimientos eran incontrolables, ahora está sentado. La inquietud de sus días de antaño está reemplazada por la capacidad de sentarse como hizo Abraham en Génesis 18.1. El desnudo es ahora el vestido. Muy a menudo, después de conversión, el nuevo creyente se encuentra constreñido a examinar su vestuario y evaluarlo en los ojos de Dios en vez de los del mundo. Esta fue la admonición de Pedro al escribir acerca de las hijas de Sara “que esperaban en Dios” y por lo tanto se vestían al agrado suyo, 1 Pedro 3.1 al 5.

No tan sólo hubo cambio en su comportamiento, sino también en sus deseos; él quería estar con Jesús. Fue la única oración en el capítulo que no recibió una respuesta positiva, ya que se le mandó ir a casa y declarar un mensaje acerca de los cambios operados por un Cristo compasivo.

Un cambio en nuestros afectos

Andrés y su compañero habían escuchado un gran mensaje de un gran predicador quien estaba cautivado por la conducta y la obra del Cordero de Dios. Al apropiarse para sí el mensaje, estos discípulos de Juan el Bautista quitaron la vista del predicador y siguieron a Jesús, Juan 1.29 al 42. ¡Sus afectos habían sido alcanzados! ¡Sus corazones habían sido conquistados!

Ellos deseaban encontrar el lugar donde moraba Él, porque un corazón enamorado siempre querrá estar con el objeto de sus afectos. “¿Qué buscáis?”, preguntó el Señor, y ellos respondieron, “Rabí [maestro], ¿dónde moras?” Fueron, vieron y se quedaron con Él aquel día. Podemos probar la realidad de nuestra conversión por el cambio en nuestros deseos de estar en la presencia de Aquel.

En cuanto a Andrés, hay más. Él “halló primero a su hermano Simón … y le trajo a Jesús”. La palabra “primero” hace ver las prioridades de este nuevo beneficiario de la vida eterna. Está impulsado a contar a otros acerca de Él. La conversión realiza un cambio de afectos, y así fue con Pablo quien dijo, “El amor de Cristo nos constriñe”, 2 Corintios 5.14.

Estos cuatro ejemplos son tan sólo un comienzo. ¿Usted leerá cuidadosamente uno de los Evangelios y marcará las cosas que pertenecen a la salvación en las conversiones efectuadas por el Maestro en su ministerio terrenal?

 

II — Tocante al bautismo

Nuestro joven ha preguntado a su padre qué son el sentido, el modo y la evidencia de la conversión. Ahora tiene preguntas en cuanto al bautismo. En respuesta, su padre sigue el mandato bíblico en cuanto a qué hacer “cuando te pregunte el hijo”, Éxodo 13.8, Deuteronomio 6.20. Le dice que ellos van a buscar juntos en la Biblia, sin referirse a la historia eclesiástica o las prácticas en derredor. De esta manera no van a estar evaluando las Escrituras por sus circunstancias sino sus circunstancias por las Escrituras.

El plan es de estudiar el tema bajo rubros como el mandato a bautizar, el método, el mensaje y tal vez en una sesión posterior ciertos textos mal entendidos acerca del bautismo.

El mandato a bautizar

No se puede dudar que fue el propósito divino que todo creyente se bautizara. El Señor Jesús mandó a sus discípulos a ir y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Deberían enseñarles que guarden todas las cosas, Mateo 28.19,20.

Como otros han señalado, ellos harían discípulos por medio de la predicación del evangelio. Éstos serían identificados por su bautismo y moldeados por la doctrina. Si nos ceñimos a las palabras de María en Juan 2.5, “Haced todo lo que os dijere”, no tendremos necesidad de más explicaciones, porque la orden es clara y la secuencia es evidente: creer, bautizarse y conducirse conforme a la doctrina.

El sentido del bautismo

Al indagar el sentido de las palabras griegas que se traducen como “bautismo”, no nos quedará duda de que siempre fue por sumergimiento, ya que bautizo quiere decir meter en un líquido hasta cubrir, o envolver, el objeto o la persona. Se empleaba para describir el hundimiento de una nave en el agua que la dejaba sumergida. También se usaba al referirse a teñir una prenda de vestir, dejándola sumergida en el baño de tinte para luego sacarla.

Por cierto, no es un término traducido, sin transliterado. Ha sido llevado directamente al español sin traducción. Si hubiera sido traducido, sería para expresar nuestro pasaje en Mateo como “sumergiéndoles”, o quizás “hundiéndoles”. Pero esto no hubiera cuadrado bien con las prácticas de las iglesias establecidas de la época en que la Biblia fue traducida, de manera que se dejó la palabra cómo estaba. Sin embargo, es evidente que si uno pregunta si somos bautizados, realmente está preguntando si hemos sido sumergidos. Si la tal persona pregunta si fue por gotas, ¡está preguntando si fuimos salpicados!

El método del bautismo

Una breve referencia a los párrafos anteriores bastará para hacernos ver que no puede haber en la Biblia un bautismo por gotas. Versículos como por ejemplo Juan 3.23, “Juan bautizaba en Enón … porque había allí muchas aguas”, muestran que no se puede considerar otro método aparte de la inmersión.

El mensaje del bautismo

¿Qué va a decir nuestro joven por sus acciones al entrar y salir del agua del bautismo? ¿Qué mensaje está transmitiendo al mundo?

(i)         Él está declarando que una obra fue realizada enteramente. Este sí es un aspecto importante de la ordenanza, porque la persona que se bautiza está mostrando en figura lo que Cristo hizo en realidad. “… todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte … Si fuimos plantados juntamente con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección”, Romanos 6.3 al 5.

Nuestro joven sabe que Romanos 6 no trata de la práctica del bautismo sino de la doctrina del bautismo, pero con todo él se percibe como presentando una lección objetiva del evangelio, a saber, que el Salvador ha muerto, ha sido sepultado y ha sido resucitado de nuevo. Es su primera presentación pública del evangelio, y se identifica ante el auditorio con Cristo y la cruz.

(ii)        Él está declarando el comienzo de una senda. En su conversión ha debido andar “en vida nueva”, ya que en ese momento fue unido a Cristo, y ahora en su bautismo está confesando aquel vínculo. Así como Noé fue cortado de la vida vieja y fue salvo por el medio que era el agua, la persona que se bautiza está diciendo que la vida vieja pasó y una nueva ha comenzado.

El tiempo pasado de nuestra vida ha podido bastar para hacer lo que agrada a “los gentiles”, y ahora hay el resto de nuestras vidas para ser vivido por Él. (Lea 1 Pedro 3.18 hasta el 4.5 sin hacer caso de la división entre capítulos). Noé fue cortado de la vida anterior por las aguas del diluvio; nosotros somos cortados de la vida anterior por lo que el bautismo presenta en figura. El bautismo nos salva, dice Pedro. No es el acto del bautismo que nos salva sino la doctrina del bautismo, porque lo que es cierto de la cosa simbolizada se dice a menudo que es cierto para el símbolo.

(iii)       Él está declarando que se ha efectuado un lavamiento. El bautismo no lava, sino es una confesión de que uno ha sido lavado. Cuando a Pablo se le mandó levantarse y lavar sus pecados, sus pecados ya habían sido quitados, porque en el camino a Damasco él había confesado con la boca a Jesús como Señor y había creído en el corazón que Dios le había levantado de los muertos, Romanos 10.9, Hechos 9.5.

Sin embargo, faltaba un reconocimiento público de aquel lavamiento y en particular de su pecado cual judío que había rechazado al Mesías. Cuando leemos en 1 Corintios 6.9 al 11 aquella letanía de los pecados de antaño de parte de los corintios, se nos dice que ellos habían sido lavados. De nuevo, no fue el bautismo que les lavó, sino lo que es cierto en cuanto a la cosa simbolizada se dice a menudo que es cierto en cuanto al símbolo.

(iv)       Él está declarando que hay ira por delante. Cuando Juan bautizó, advirtió que había entre la gente Uno que bautizaría en (en griego en, “en el poder de”) el Espíritu Santo y con fuego, Mateo 3.11,12. Un estudio de los siete pasajes donde se menciona el bautismo en el Espíritu Santo nos revela que el Espíritu nunca es quien bautiza. El Señor Jesús es el bautizador y uno está bautizado en el Cuerpo —“la Iglesia universal”, como muchos se expresan— por medio del Espíritu Santo.

Sin embargo, queremos ver esa expresión “con fuego”. El contexto hace ver que se refiere a un juicio de fuego inapagable y no al Espíritu Santo. Véase Hechos 1.5, donde, en la inauguración del régimen (dispensación) de la Iglesia, no hay referencia alguna al fuego, ya que este juicio del lago de fuego fue reservado para un tiempo posterior. Una comparación con Isaías 61.1,2 y  Lucas 4.17 al 20 muestra un significado dispensacional parecido. Por el hecho de enrollar el pergamino cuando lo hizo, el Señor remite a un paréntesis toda una época, o dispensación.

Cuando un creyente se bautiza, está predicando el evangelio desde la perspectiva de la muerte, sepultura y resurrección del Señor Jesús, pero también está predicando una advertencia solemne de juicio para aquellos que no están en el Cuerpo que es su Iglesia.

Nuestro padre y su hijo llegaron a la conclusión que el que ha sido hecho discípulo por creer en el mensaje del evangelio debería ser señalado como creyente por el bautismo. Él debe ser moldeado entonces de manera que su comportamiento sea acorde con la doctrina. ¿Usted es creyente en el Señor Jesucristo? ¿Desde cuándo? ¿Ha obedecido al Señor en el bautismo? ¿Su vida se ajusta a lo que profesó en su bautismo? Cada cual de nosotros debe examinarse.

 

III — Tocante a la iglesia local

Cuando uno nuevo en la fe conversa con su padre con el deseo de descubrir más acerca de la comunión en la iglesia bíblica de la localidad, tal vez empleará la pregunta, “¿Qué quiere decir estar en la comunión de la iglesia local?

Sabemos que todos hemos sido introducidos en una comunión, porque Pablo se dirigió a los creyentes en Corinto con las palabras, “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”, 1 Corintios 1.9. Esta es una comunión que abraza a todo creyente y en la cual ningún creyente queda excluido. Es de ésta que Judas se dispuso a escribir, ya que tenía gran solicitud de discurrir acerca de “nuestra común salvación”, que es literalmente “la salvación en la cual todos comulgamos”. Entonces, todo creyente participa en esta gran salvación, y ciertamente es la comunión del Hijo de Dios.

Si, como es el caso, la comunión es una participación en las cosas comunes a todos, ¿entonces cómo respondemos a la pegunta de nuestro joven que quiere saber el verdadero sentido de estar en la comunión de una asamblea de la localidad? Él ha preguntado porque quiere seguir el ejemplo de aquellos en Hechos 2.41,42 que “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”.

Para responder a la pregunta el padre se dirige a la historia de la pesca milagrosa en Lucas 5.1 al 11. Él señala que en el versículo 7 los “compañeros” de Simón viene de métocos en el griego, mientras que en el versículo 10 los “compañeros” suyos es traducción de kioinonós, que se traduce en Hechos 2.42 como “comunión”. Así también en 1 Corintios 1.9, Filipenses 1.5, 1 Juan 1.3,6,7 y algunos otros pasajes. (De nuevo le ayudará su concordancia Strong, buscando esta vez las referencias 2841 al 44).

Quizás al estudiar junto con ellos este “compañerismo” en Lucas 5, llegaremos a una apreciación de lo que es estar en la comunión de la asamblea de la localidad. El padre se acuerda de cuando él preguntaba, años atrás, acerca de ser incorporado en la asamblea, los ancianos hablaron de “compartir con los privilegios y las responsabilidades de la vida en ella”. Él no quiere usar lenguaje estereotipado, y los dos convienen en conversar sobre el tema en términos de las responsabilidades y los beneficios de la comunión en una iglesia local.

Sin embargo, reflexionando más y leyendo vez tras vez —porque así es que uno alimenta su propia alma y las de otros— ellos se quedan impresionados por tres características de ese compañerismo. Fue que todos aquellos discípulos compartieron la labor, las pruebas y los triunfos. ¿Será esto la clave a la cuestión de la comunión?

La labor

“Maestro, toda la noche hemos estado trabajando …” Aquella sociedad no fue un centro de reposo, ni un retiro para vacaciones. Ellos trabajaron, y Lucas emplea un término que significa que se forzaron hasta el cansancio. Es la palabra que se usa al referirse a los ancianos en 1 Timoteo 5.17, “los que trabajan en predicar y enseñar”. Su devoción como pastores en la asamblea les agotó física y mentalmente. ¡Es un reproche para aquellos entre nosotros que se cansan solamente en el trabajo aparte de las cosas del Señor!

Hay diferencias en las esferas, ya que no sólo trabajaron en echar redes sino también en lavarlas, y en Mateo 4.21 tenían que ocuparse en remendar también. Esto nos trae a la mente 1 Corintios 12 donde vemos varias esferas de servicio basadas en los dones de la gracia, todas ellas dadas para beneficio mutuo. Uno de los dones es el de ser una ayuda.

No sólo hay diferencias sino también dirección en la sociedad, como se observa por las palabras de Pedro: “… mas en tu palabra echaré la red”. Es esencial en la comunión que todo se haga conforme al Libro. No puede haber comunión sin unidad, y esta unidad debe basarse en la doctrina de los apóstoles. ¡La prueba definitiva de toda conducta es, “a tu Palabra”!

Además, en la labor hay propósito, y aquellos trabajaron “toda la noche”. Había constancia en su esfuerzo; no se rindieron, no volvieron temprano a tierra. En una sociedad hay compromiso. “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”.

Nuestro joven está aprendiendo rápidamente que en la asamblea habrá responsabilidad para el servicio. En las palabras del estadista inglés “Rab” Butler, no preguntará qué puede hacer la asamblea por él, sino qué puede hacer él por la asamblea. ¿Usted está dispuesto a trabajar?

 

 

Las pruebas

“… toda la noche hemos trabajado” Cuando estamos en la sociedad, participamos en los contratiempos. ¿Qué hace uno cuando no hay novedad? La respuesta es que trabaja y lleva en mente la expresión, “a tu palabra”. Habrá períodos de desaliento, y estas dificultades nos amargarán o nos mejorarán; ¡nos gastarán o nos pulirán!

“… nada hemos pescado”. Pablo sabía que estas experiencias pueden ser desalentadoras, ya que escribió a los gálatas: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”, 6.9. Les había escrito acerca de una ley de Dios que no cambia: “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”, ¡de manera que debemos seguir sembrando y dejar los resultados con Dios!

Nuestro joven creyente está aprendiendo que tiene que haber continuidad y convicciones basadas en la Palabra. Tendrá que recordarse a menudo de la expresión, “a tu palabra”. Puede que a veces parece que hay más resultados en lugares donde no se ciñe tan estrictamente a lo que dicen las Escrituras. Solamente las convicciones de su propia alma le guardarán.

En la iglesia local no suele haber dificultad en atender al producto de la pesca, pero a menudo sí la hay cuando las redes siguen vacías. Aquellos discípulos no sólo tenían que contender con los muchos peces sino también con la oscuridad, ya que habían trabajado toda la noche. A ver si nosotros podemos proseguir con la obra, sabiendo que “por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría”, Salmo 30.5.

¡Cuán positivo es que estemos aprendiendo en este pasaje que esto es una parte de estar en sociedad! Cómo respondemos a esta y otras pruebas es la medida veraz de nuestro carácter y nuestras convicciones.

Los triunfos

Encerraron gran cantidad de peces. Ahora se nos permite participar en los triunfos de la sociedad. Ellos llamaron a sus compañeros, metocós, 5.7. Esta palabra habla de una relación menos estrecha que koinonós, la que vimos para “socios” en el 5.10.

¿Es debido a que en el momento del versículo 7 ellos estaban a cierta distancia, y por cuanto la distancia no permite la comunión, no se usa koinonós? ¿O es que aquellos del versículo 7 eran los obreros contratados de quienes se habla en Marcos 1.20, dejados a servir con Zebedeo cuando los otros eran fueron hechos pescadores de hombres? No podríamos hablar de koininós en el caso de obreros contratados, ya que en una sociedad no hay lugar para aquellos que prestan servicio con miras a ser remunerados o de alguna manera beneficiarse a sí mismos. ¡Todos los socios trabajan para el bien de la sociedad!

Obsérvese que ellos hicieron señas a que otros deberían acercarse para ayudar. Esta palabra para “ayudarles” es sullambáno y quiere decir “aferrar juntos con”. ¿Y la ayuda en la asamblea no es en esencia esto mismo? “¡Y vinieron!” ¿No es esta una gran cosa? ¡Y “aferraron”! No dejaron a los demás atender a la faena, ya que esto no sería trabajar en sociedad. ¿Y usted ha echado manos a la obra?

En relación con las reuniones de la asamblea, ¿podemos decir “y vinieron”? En el testimonio realizado fuera del recinto principal, quizás la predicación o escuela bíblica en una casa, “¿y vinieron?” En la reunión de oración, el estudio bíblico, la escuela dominical, las visitas, ¿se puede decir de nosotros, “y vinieron”? Cuando otro creyente está pasando por aguas profundas, ¿el caso con nosotros es que “y vinieron”? Son las señas de una auténtica comunión.

 

El joven ha encontrado algunas respuestas en las Escrituras. Para que sea una realidad la comunión de la iglesia local, se comparten las labores, las pruebas y los triunfos, y nosotros mismos queremos examinar nuestros corazones a la luz de estos principios.

Pero él plantea otra pregunta a su padre. ¿La iglesia local es un lugar entre varios donde podemos tener esta comunión con otros creyentes? En otras palabras, ¿a Dios le importa dónde vayamos? Ellos toman Biblia en mano y juntos repasan el Antiguo Testamento donde Dios decretó en Deuteronomio 12.5: “El lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ése buscaréis, y allá iréis”. Ven que en el 12.13 eso queda reforzado: “Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que vieres”.

Leyendo estos pasajes juntos, ellos se quedan impresionados por el uso de esos términos “lugar”, “escoger” y “nombre”. El hijo se pregunta si el principio de separación de los demás lugares es tan importante en el Nuevo Testamento como lo era en el Antiguo. ¿Dios tiene en esta dispensación un lugar que Él ha escogido? ¿Hay un lugar que es de su nombre? Y si existe, ¿es allí no más a donde debe ir el creyente?

Son preguntas clave para una mente joven, y especialmente para una que se orienta por la norma de “¿qué dice la Biblia”? Les viene a la mente que Mateo 16.15 al 19 introduce la verdad de la Iglesia que es el cuerpo de Cristo (“la Iglesia universal”) y Mateo 18.15 al 20 la iglesia en su aspecto local (“la asamblea de la localidad”). También están conscientes de que Efesios trata de la Iglesia en su presentación como un solo cuerpo espiritual, mientras que
1 Corintios se enfoca al aspecto local.

Les llama la atención la semejanza entre Deuteronomio 12.5 y Mateo 18.20. Ambos hablan del nombre y ambos del lugar. El padre procura aclarar que en el versículo, “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, el tiempo de “están congregados” es el que indica un estado de congregados, a diferencia de la idea de estar juntos casualmente. No se trata allí de una comunión puntual, sino de una relación continua. Él prosigue, señalando que el verbo está en la voz pasiva, significando que otro es quien congrega, a saber, el Espíritu Santo. La cabeza del hijo está dando vueltas con eso de tiempo y voz gramaticales, pero está dispuesto a reconocerlo como parte de las perfecciones y excelencias de las Escrituras.

Ellos han encontrado un lugar y han encontrado un nombre. Logrados estos pasos, examinan 1 Corintios 1.1 al 9 para ampliar su percepción del carácter peculiar de la iglesia local. El hijo se siente como los discípulos de Juan el Bautista, quienes al ser impresionados por el andar y la obra del Cordero de Dios, van tras Él y preguntan: “¿Dónde moras?”

Leyendo 1 Corintios 1.1 al 9, ellos se fijan en la expresión, “… con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. De nuevo ven el lugar y el nombre. Repasando estos versículos, ven la conveniencia de estudiarlos más, y proponen hacerlo bajo los rubros: carácter, centro, composición, comunión, confesión, capacidad y consumación.

Carácter

Se dan cuenta de que la asamblea es llamada “iglesia de Dios”. Ya saben que la palabra “iglesia” es ekklesía en el texto original, queriendo decir un grupo llamado a salir afuera. Se trataba, pues, de un grupo de judíos y gentiles, un ente que no existía en Corinto antes de llegar Pablo a la ciudad con el evangelio. Sabían que ekklesía se referiría, en su sentido seglar, a un conjunto de ciudadanos llamados a venir desde sus residencias por una convocatoria oficial; véase Hechos 19.39 al 41. Pero en lo que estaban leyendo, se trataba más bien del santuario que es la iglesia de Dios.

Se fijan en las palabras “de Dios” y concluyen que se trata de propiedad. No es “nuestra iglesia” o “nuestra asamblea”, sino es de Él, y este hecho les ayudó a comprender lo que Pablo escribió en 1 Timoteo 3.15, “… para que … sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”. El derecho de propiedad impone una correspondencia de carácter en la práctica: “Sed santos, porque yo soy santo”, 1 Pedro 1.16. Y en la vida eclesiástica también: “La santidad conviene a tu casa, oh Jehová”, Salmo 93.5.

Padre e hijo ven, sin embargo, que “de Dios” da a entender no sólo propiedad, sino origen también. La iglesia no es una organización humana, sino un organismo de diseño divino. Ellos se dan cuenta de que era vital que Moisés hiciera todo para la casa de Dios conforme al modelo que le fue dado por Dios en el monte; Éxodo 25.50, Hebreos 8.5. No había lugar para entremeterse con el patrón. Cuando Moisés había hecho todo según fue ordenado, la gloria de Jehová llenó en tabernáculo, Éxodo 40.33 al 38. ¿No será cierto que de la misma manera nosotros tampoco tenemos derecho a decir que constituimos una iglesia según el Nuevo Testamento si hemos optado por hacer caso omiso de algunas partes del modelo?

Composición

“… a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos”. ¿De qué se compone la iglesia local? Se compone de aquellos que han sido santificados —lo cual quiere decir puestos aparte para Dios en su posición ante Él— y por esto son santos. No es un grupo cualquiera como se ve en el mundo religioso. Debe haber cuidado con respecto a los que aspiran ser incorporados en ella, acaso se forme lo que Éxodo 12.38 llama (cuando los israelitas salieron de Egipto, acompañados de extraños) “una grande multitud de toda clase de gentes”. La iglesia local debe reconocer tan sólo a personas que poseen la vida divina.

Centro

Siete veces en los nueve versículos se refiere al nombre del Señor Jesucristo. ¿No es evidencia del significado de la presencia suya en medio?  El propósito de Dios es que Él “en todo tenga la preeminencia”, Colosenses 1.18.

A lo largo de su vida Juan el Bautista tenía un propósito de corazón que queda expresado por su declaración en Juan 3.30: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. Si Juan hubiera pertenecido a una iglesia local, hubiera vivido con arreglo a uno de los temas de la epístola que estamos examinando, que por cierto versa sobre la vida en la asamblea: “… que nadie se jacte en su presencia”, (la de Cristo) 1 Corintios 1.29. Si tenemos la convicción de que Él está en medio de la congregación, entonces aseguradamente examinaremos nuestro corazón a cada paso para estar seguros de que Él esté recibiendo la gloria, y no nosotros.

Confesión

“… que invocan el nombre …” Creemos que este es uno de los elementos encerrados en congregarse en el nombre de Cristo. Hubo encomio para los evangélicos en Filadelfia porque, aun en su “poca fuerza”, ellos no habían negado el nombre del Señor; véase Apocalipsis 3.8. No fue así en cuanto a muchos en Corinto; ellos habían negado el nombre y habían tomado otros para sí.

 

 

Comunión

“… con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre …” Pablo reconocía que había otros grupos de creyentes, congregados así también, con quienes la iglesia de Dios en Corinto tendría comunión. Él iba a escribir en el 4.17 de “la manera en que enseño en todas partes y en todas las iglesias”, y en el 11.16 volvería a hablar de “las iglesias de Dios”. Ellas estaban unidas en la persona de Cristo y en el ejercicio de las prácticas de los apóstoles.

Capacidad

“Nada os falta en ningún don”, 1.7. Al hijo le llama la atención cómo ha visto que una iglesia local haya experimentado en su propio seno el desarrollo de don (capacidad en lo espiritual) que le permite funcionar por sí misma bajo Dios.

Corinto tendría el agrado de recibir visitas de hombres como Apolos, Hechos 18.24 al 28,
1 Corintios 3.6, pero entre ellos mismos habría hombres levantados por Dios con capacidad para apacentar la grey, Hechos 20.28, y para presentar el evangelio al mundo, 1 Tesa-lonicenses 1.8. Un estudio de 1 Corintios capítulos 12 al 14 nos dará una visión de estos dones funcionando en la asamblea local.

El padre y su hijo comentan entre sí que en el Nuevo Testamento no hay tal cosa de un ministerio exclusivo a uno solo, ni tampoco, por el otro extremo, del libre ejercicio de cualquiera. Es enteramente extraña a la Escritura la idea de un mismo hombre haciendo la obra que Dios ha decretado ser responsabilidad de los ancianos de la iglesia. Efesios 4.11,12 hablan de ciertos hombres idóneos para “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. Estos pastores/maestros no son dados para que hagan toda la obra, sino para que capaciten a otros para desempeñar los dones de gracia con miras a fortalecer la iglesia.

Surge en la conversación la pregunta de por qué se desarrollan sistemas clericales, y la conclusión fue que es consecuencia del apetito de uno solo para hacer todo, ¡o la renuencia de todos para hacer algo! Cuando llegaron en su estudio al 12.7, y leyeron que “a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”, ellos vieron la conveniencia de proceder hasta el 12.27 y considerar qué está involucrado en la afirmación, “Vosotros, pues, sois [el] cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”.

Consumación

“… esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”, 1.7. Colectiva y particularmente, aquellos que trabajan, ejerciendo los dones de gracia, deben también estar en la expectativa de aquel día cuando la Iglesia será arrebatada, cuando al final trompeta los muertos serán resucitados, los vivos cambiados, y todos arrebatados a la casa del Padre.

¿El hijo ha comenzado a ver lo distintivo de una auténtica iglesia novotestamentaria en comparación con lo que está viendo en derredor? Sí, ¡pero apenas ha comenzado!

 

IV — Tocante a la cena del Señor

Ahora bien, el hijo ha observado mientras otros creyentes celebran la cena del Señor, y expresa a su padre el deseo de aprender qué enseña la Biblia acerca de esta ordenanza. Al padre se le vienen a la mente las palabras de Éxodo 12.26 en el contexto de la Pascua en Israel: “¿Qué es este rito vuestro?”

¿Cómo responder? Se ha presentado una excelente oportunidad para investigar el principio de una doctrina del Nuevo Testamento instituida en los Evangelios (Lucas 22.19), practicada en Hechos de los Apóstoles (2.41,42, 20.7) y explicada en las Epístolas (1 Corintios 11.20 al 34).

El padre, entonces, abre su Biblia y dice de nuevo que ellos deben enfocar el estudio, no con miras a evaluar las Escrituras a la luz de las prácticas comunes, sino evaluar las prácticas comunes a la luz de las Escrituras. Los dos definen su plan bajo ciertos rubros: el precedente, las prácticas, los propósitos y la preparación.

El precedente establecido por el Señor

Van primeramente a Lucas 22.19,20 y el pasaje paralelo que es 1 Corintios 11.23 al 26.

Ellos encuentran que tan pronto que se celebró la Pascua, Judas salió de una vez a la oscuridad afuera y que el Señor “mientras estaba siendo traicionado, tomó pan”. (En lenguaje de traducciones acreditadas del 11.23). De esta manera Él instituyó una conmemoración, no de la liberación de una nación de la servidumbre en Egipto, sino de personas particulares de las esposas del pecado por medio de un “cordero” mayor, el Cordero de Dios. A los discípulos dijo, en traducción literal, “Vayan hacienda esto en memoria de mí”.

Las prácticas de la Iglesia primitiva

En su estudio el padre y el hijo se acuerdan de que Hechos de los Apóstoles narra “las pisadas del rebaño” (Esa expresión está en el comienzo de Cantares), de manera que resuelven repasar el libro de Hechos, a ver si en realidad los creyentes de tiempos apostólicos llevaron a cabo el mandato del Señor. Van primeramente a Hechos 2.41,42, y encuentran siete características de la iglesia en Jerusalén:

ellos recibieron la Palabra (conversión)

fueron bautizados (confesión)

fueron añadidos a un núcleo (un grupo llamado afuera)

perseveraban en la doctrina de los apóstoles (conducta acorde con su confesión)

y en la comunión (comunión)

y en el partimiento del pan (contemplación de Cristo)

y en las oraciones (comunicación con Dios)

“Perseveraban en el partimiento del pan”. Nada podía impedirles esto, dada la importancia de llevar a cabo la solicitud del Señor.

De nuevo en Hechos 20.7 los discípulos —los creyentes de Troas— se reunían el primer día de la semana, que llamamos el domingo, para partir el pan. Es claro en el pasaje que Pablo esperaba que así fuese su costumbre, como era también la de poner aparte el primer día de la semana su ofrenda para un donativo a los santos al estilo de 1 Corintios 16.1.

La conclusión para esta parte de la conversación fue que la iglesia primitiva era diligente en cuanto a esta ordenanza el primer día de la semana.

Los propósitos del partimiento del pan

Prosiguiendo, primeramente en 1 Corintios 11, los dos identificaron varios propósitos en esta ordenanza:

(i)         Es un acto de cumplimiento con la voluntad del Señor. El hijo leyó: “Haced esto en memoria …”, y no necesitaba más, ni otras razones, porque el recién convertido es como Saulo cuando nuevo en la fe; él oyó, “Soy Jesús”, fue impresionado por un Cristo viviente, y manifestó su incondicional consagración por medio de su pregunta, “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”

(ii)        Es un recordatorio afectuoso: “… en memoria de mí”. Esto le llama la atención, y se da cuenta de que una comprensión del significado de este servicio estimulará su afecto por el Salvador; le hará recordar el costo de su salvación y provocará adoración en su alma.

(iii)       Es un anuncio del Calvario: “… la muerte del Señor anunciáis”. Indagando con la ayuda de su concordancia, encuentran que “anunciar” figura también en el 9.14, “los que anuncian el evangelio”, en Colosenses 1.27,28, “Cristo … a quien anunciamos”, y en otras partes, siendo el mismo término en el griego original. El hijo pregunta si de veras la cena del Señor es en efecto una reunión de evangelización, y la respuesta es que sí, ya que expone todas las verdades acerca de la muerte de Cristo. El observador de la cena escucha la proclamación que Cristo murió por los impíos.

(iv)       Es un gesto de comunión. “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo un solo pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo, pues todos participamos de aquel mismo pan”, 1 Corintios 10.16,17. Aquel pan que se parte en la cena del Señor no es solamente un símbolo del cuerpo físico del Señor Jesús en el cual Él sufrió en el Calvario, sino representa a la vez la comunión que trae la comunión entre creyentes en Él.

(v)        Es la ratificación de un pacto de gracia: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre”, Lucas 22.20. Nuestros dos protagonistas se acuerdan de que uno de los grandes temas de la Epístola a los Gálatas y de la de Hebreos es el cambio de pacto. El pacto antiguo se basaba en la sangre “de los toros y de los machos cabríos” (al decir de Hebreos 10.3), pero este nuevo pacto se basa en la sangre del Señor Jesús. Por cuanto la sangre suya es la base de las bendiciones del nuevo pacto, se invierte la secuencia del pan y la copa en 1 Corintios 10.16,17.

(vi)       Es una anticipación de su venida: “… hasta que él venga”.  Los dos estudiantes perciben la cena como una mirada atrás al Gólgata pero hacia adelante a la gloria también. Una vez en la presencia del Señor, su pueblo no va a necesitar de emblemas por cuanto verán su rostro. El hijo en nuestro drama se percata de que la cena debería tener el efecto de aflojar a uno de la tierra y enfocarle a las realidades eternas.

La preparación para la cena del Señor

En el pacto anterior, fue dicho tres veces que en cada año todos los varones deberían presentarse ante Jehová. Se les mandó: “Ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías”, Éxodo 23.15, Deuteronomio 16.16. Tenían que llegar con una cesta llena, presentarla al sacerdote, y compartirla con el extranjero, con el levita, con el huérfano y con la viuda.

El padre señala —no como crítica, sino como observación— que aparentemente muchos creyentes acuden a la cena del Señor sin ninguna meditación personal y privada en la semana acerca de las glorias de la persona de Cristo y la grandeza de su obra en el Calvario. Como consecuencia, se encuentran sin nada que presentar; ¡se están presentando ante el Señor con las manos vacías!

El hijo reflexiona sobre cómo puede “llenar su cesta”, y el padre le sugiere meditar en los Evangelios y descubrir las excelencias de Cristo.

 

 

 

V — Tocante al sacerdocio de los creyentes

En su acostumbrada lectura, llegando al libro de Hechos de los Apóstoles, le llama la atención al hijo el versículo 6.7, “… muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”. Él procura ubicarse en la situación de los sacerdotes bajo el orden levítico, preguntándose cómo sería su modo de pensar.

Reflexionando sobre esto, ve cómo ellos entenderían las grandes verdades de la Epístola a los Hebreos, “que fue escrita a los hebreos para mostrarles que ya no deberían ser hebreos”. ¿Por qué fueron obedientes a la fe? pregunta él a sí mismo. ¿Qué habían visto? ¿Será que las grandes verdades de Hebreos 10.1 al 18, no escritas todavía en los días de Hechos 6, habían alumbrado sus almas?

Aquellos sacerdotes habrán visto que—

las sombras habían sido desplazadas por la sustancia

el rito había cedido a la realidad

las figuras habían sido reemplazadas por la Persona

el pecado ya no era cubierto, sino limpiado
en vez de hacer memoria de los pecados una vez al año,

aquellos pecados ya habían sido quitados

la repetición de los sacrificios había dado lugar a la remisión de pecados

las ofrendas perpetuas habían sido eliminadas por una sola ofrenda perfecta

en vez de muchos sacerdotes en pie, había un solo sacerdote sentado

Él intentó imaginarse la fuerza con que entraría en sus almas la verdad de que ellos ya no tenían empleo. ¡No hacían falta! ¡Sabían que no volverían a funcionar en sus antiguos oficios! ¿Cuáles serían sus diversas emociones al deleitarse en el Gran Sacrificio que sus ofrendas habían señalado, pero a la vez sentir incertidumbre en cuanto a su futuro económico bajo un pacto que les había desplazado?

¡Pero, un momentito! ¿Será que alguien en aquel entonces les contó también las verdades que más adelante se expresarían en Hebreos 10.19 al 22? Al ser así habrán sabido de un nuevo sacerdocio, ya que está escrito, “Hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo … y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos”. El hijo intenta entrar en lo recóndito de su modo de pensar, y cómo les habrá afectado eso de “teniendo”. ¡Gran cosa para quienes acaban de perder algo! No sólo tienen una libertad, sino también una invitación a entrar.

¿Ellos eran sacerdotes todavía? ¿Puede ser? ¡Sí! pero de otro orden, ya que su nuevo sacerdocio no estaba restringido en cuanto a cuándo entrar, ni qué decir. ¡Ahora tenían confianza, parresía, libertad de expresión!

Nuestro protagonista pregunta en viva voz: “Si son sacerdotes, ¿qué van a ofrecer ahora? Él y su padre bajan sus biblias para ver.

Los sacrificios que son espirituales

“Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”, 1 Pedro 2.5.

Un sacerdocio espiritual nos lleva al altar, porque este es el cuadro; los sacrificios son espirituales en oposición a los materiales del pacto anterior. El padre le hace ver que Hebreos 13.15 explica estos sacrificios: “Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”. Estos sacrificios espirituales no son exclusivos al régimen nuevo, explica el padre, ya que le viene a la mente Oseas 14.2: “Acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios”. Esta misma verdad estaba en la mente del salmista cuando escribió en el 119.108: “Te ruego, oh Jehová, que te sean agradables los sacrificios voluntarios de mi boca”.

Mientras prosiguen en su estudio del pasaje en Pedro, los dos anotan comentarios autorizados sobre el texto griego y se percatan de la cláusula de propósito en el versículo; a saber, “para ofrecer sacrificios”. Les parece que esta “casa” bajo construcción tenía como propósito primordial el funcionamiento de un sacerdocio nuevo y la presentación de estos sacrificios. “¿Será?”, preguntó el hijo, “¿que aun habiendo sido salvos para servir —Juan 15.16— ellos fueron salvos en primera instancia para adorar? El padre dice que si bien es cierto que el sacerdocio no se limita a las reuniones colectivas de los creyentes, es aquí que se expresa la verdad de que los creyentes constituyen un cuerpo de sacerdotes. El aspecto más importante de la vida en una asamblea, ellos afirman, es el de adorar en la cena del Señor.

El sacrificio de uno mismo

“Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”, Romanos 12.1.
¿Se trata de otro sacrificio? reflexiona el hijo. ¿Es algo que podrían traer al altar estos sacerdotes con empleo nuevo de quienes habla Hechos 6.7?

Intentando escudriñar por debajo de la superficie, padre e hijo se preguntan si el creyente, impulsado por las misericordias de Dios, es un sacrificio a la vez que es el sacerdote en esta adoración espiritual. Acercándose él al altar que es espiritual, ¿será que su entero ser —alma, cuerpo y espíritu— es el sacrificio que va a presentar como gesto voluntario de adoración inteligente, ofrecido por la compasión manifestada a él? ¿Está movido por una contemplación del carácter de Dios que ha sido desplegado en los capítulos anteriores?

El escritor ha rogado apasionadamente por una presentación sacerdotal. Debe ser pura y santa, así como los sacrificios tenían que ser sin mancha. La presentación debe ser perpetua, un sacrificio vivo. ¡Tiene que estar siempre sobre el altar! Es un argumento persuasivo, ya que el escritor dice que es un culto, o servicio, racional, uno que tiene que ver con la mente.

El compartimiento con el pueblo del Señor

“Estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios”, Filipenses 4.18.

El hijo se pregunta cómo  hubieran reaccionado a este versículo aquellos sacerdotes cuyo cambio de función ha dado lugar a su meditación, ¿Se hubieran maravillado ante el pensamiento que la porción presentada a Dios para su obra y sus obreros sería vista de veras como un acto de adoración? Ni siquiera se limitan al apoyo de iniciativas evangelísticas estos sacrificios, dado que el escritor a los hebreos dice en el último capítulo de su epístola, “De hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios”. Estas bondades de parte de los creyentes también se consideran iniciativas sacerdotales.

Las súplicas de los creyentes

“Suba mi oración a ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde”, Salmo 141.2. Leyendo el padre este trozo, el hijo intenta visualizar a David el Rey, quien nunca podría ser David el Sacerdote, anhelando el privilegio de entrar en la presencia de Dios para ofrecer aquello que él había preparado y que debería ser de agrado a Dios.

David contemplaba el sacrificio vespertino y reflexionaba sobre cómo su propia oración, los suspiros de su alma, las expresiones de su corazón, podrían dar al corazón de Dios el mismo deleite. Dice Proverbios 15.8 que la oración de los rectos es el gozo de Dios. ¿Será que David estaba extralimitándose del pacto que regía en su época? ¿Será que él estaba anticipando un sacerdocio que abarcaría a todos los creyentes, cuando los sacrificios serían espirituales en vez de físicos, sin restricción de cuándo se podría entrar en la presencia divina?

El sacrificio de un espíritu quebrantado

“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”, Salmo 51.17.

David había pecado. Él hubiera ofrecido un carnero en holocausto si Dios lo hubiera deseado. Sin embargo, reconoció que lo que Él exigía era más bien un espíritu carente de orgullo y perversidad. El padre y el hijo se fijan en la realidad de que Dios percibe como un sacrificio a Él un corazón contrito y quebrantado.

El despliegue de las virtudes del Salvador

“Sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”, 1 Pedro 2.9.

El hijo visualiza a un sacerdote saliendo, a diferencia de lo normal de un sacerdote entrando. El sacerdocio santo, 1 Pedro 2.5, sería diseñado tal vez conforme a aquel de Aarón. El sacerdocio real, aquel que sale a bendecir, sería diseñado tal vez conforme a aquel de Melquisedec, el sacerdote que era a la vez rey. ¿Pero de dónde este poder del sacerdocio real para salir hacia otros? ¿No procede de la entrada del sacerdocio santo? ¿El poder para reflejar las virtudes de Cristo no es producto de estar nosotros en la presencia suya, contemplándole a Él?

El hijo ha emprendido un estudio de un sacerdocio nuevo del cual todo creyente es una parte. A medida que aprende que todo creyente es ahora un sacerdote, él aprende lecciones sobre la adoración, la consagración, la participación y la manifestación de la vida del Señor Jesús. ¿Y yo he ejercido mi sacerdocio hoy?

 

VI — Tocante a la santidad de la casa de Dios

El padre y su hijo están conversando acerca de verdades eclesiales. Han considerado que la iglesia local es vista como la casa de Dios. El padre le dice que el propósito al escribir Pablo la Primera Epístola a Timoteo fue, “para que … sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad”, 3.14,15. De una vez el hijo se da cuenta de que hay una norma de conducta requerida de aquellos que son parte de esa casa, y pregunta si tiene relevancia para nosotros Salmo 93.5, “La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre”.

El padre sugiere que si bien la manera en que Dios trata con los hombres puede cambiar de una dispensación a otra, su carácter sigue siendo el mismo. Si su carácter es todavía el mismo —y por cierto uno de los títulos divinos en Hebreos es “Tú eres el mismo”, 1.12— entonces la norma, o el estándar, para la santidad personal no sería diferente. Pedro citó Levítico 11.44 al escribir, “Sed vosotros santos, porque yo soy santo”, 1 Pedro 1.16.

El padre busca ahora 1 Corintios 3.16,17 y señala que la asamblea es vista allí como el divino santuario interior. Como consecuencia, si uno profana el templo de Dios, Dios profanará al profanador. [La Reina-Valera y varias otras traducciones hablan en el versículo 17 de “destruir” pero quizás entendamos mejor la presentación en la Nueva Versión Internacional: “Si alguno profana el templo de Dios, al tal le impondrá Dios un severo castigo”]. El hijo está comenzando a recibir respuesta a su pregunta, reconociendo que la santidad debería caracterizar la casa de Dios hoy en día.

Todo comportamiento es un comportamiento relacionado con la casa de Dios. Continuando ellos en conversación, el padre hace ver que debe haber pureza en doctrina, santidad en lo que creemos y pureza en lo moral. La disciplina en la asamblea es en el fondo una consecuencia de la necesidad de la santidad en la casa de Dios. El padre sugiere que estudien el tema de la disciplina bajo cuatro rubros: las personas, los propósitos, los principios y los procedimientos disciplinarios.

El padre le recuerda al hijo de los grandes cambios en las convenciones de la sociedad occidental en décadas recientes. Le dice que es imperativo que nadie se deje ser vaciado al molde del modo de penar del mundo. Aquel modo de pensar se evidencia en los medios, en el sistema educativo y en la sociedad en general, con el resultado que tenemos una generación sin valores absolutos, sin un norte, sin un Dios a quien uno tiene que responder. Hay una sociedad donde las tentaciones y oportunidades para impureza superan por mucho lo que él conocía como joven. Él enfatiza que nuestra norma de conducta debe ser tomada de la Palabra de Dios y nunca del mundo del impío. El cristiano no piensa en función de “una nueva moralidad”, ¡que no es moral ni es nueva!

Ellos van a Gálatas 6.1 para asegurarse de que no estudien el tema como cuestión didáctica, sin reconocer que ellos mismos tienen la carne allí adentro. Y así leen, “… considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. Con base en su experiencia, el padre advierte al hijo que el pecado surge cuando el deseo encuentra la oportunidad, y le aconseja lo de
1 Corintios 10.12: “el que piensa estar firme, mire que no caiga”. Con un sentir de “temor y temblor”, van a 1 Corintios capítulo 5.

Las personas a ser disciplinadas

En la asamblea corintia se había permitido no sólo que la inmoralidad no fuera juzgada sino también que no fuera lamentada. Se les dijo que si hubieran lamentado la presencia de este tipo de pecado en la iglesia, Dios hubiera quitado a la persona culpable en un acto de juicio divino, 5.2. ¡No tenían aprecio para la santidad de la casa de Dios! ¡Les faltaba una comprensión del carácter abyecto del pecado! Ellos no entendían que cuando se comete pecado de esta naturaleza, el pecador debe ser apartado de la asamblea; la levadura debe ser quitada.

Él le muestra al hijo en 1 Corintios 5 un catálogo de pecados tan graves que requieren la excomulgación de la casa de Dios (la asamblea local) porque “la santidad conviene a tu casa, oh Jehová”. Con uno, “llamándose hermano, [que] fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis”, 5.11. Estos son aquellos de quienes el apóstol escribió en el 5.7 al decir, “limpiaos, pues, de la vieja levadura”. El hijo quiere saber a qué se refiere cada pecado anotado, ya que cuenta con la carne adentro y desea evitar los pecados en que otros han caído lastimosamente.

El padre le dice que la fornicación viene del vocablo griego pórnos y se refiere a todas las formas ilícitas de relaciones sexuales, incluyendo el coito antes del matrimonio y fuera del matrimonio, la homosexualidad y la bestialidad. Podría ser definida como “el hecho de juntarse cuerpos fuera del nexo matrimonial”.

Por cuanto el padre quiere que él tenga un criterio sano del matrimonio, le recuerda con base en Hebreos 13.4 que “honroso [es] en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla”, pero que todas las demás relaciones las juzgará Dios.

El hijo pregunta si un solo acto constituye a uno fornicario, y se le dice que sí, ya que se trata de una unión, y por esto requiere confesión a los ancianos de la iglesia y la excomulgación correspondiente, hasta haber arrepentimiento y recuperación.

Debido a que vivimos en una sociedad que ha hecho a la sexualidad un dios, el padre ha dedicado más tiempo a éste que hará con los otros pecados especificados. Sin embargo, advierte que el pensamiento detrás de la raíz del término “avaro” es el deseo de tener más en una medida que uno se aprovecha de otra persona. El que es culpable de haber hurtado tendría que ser puesto fuera de la congregación, como también uno que participa en los juego de azar, inclusive los legalizados. También el que “codicia la mujer del su prójimo” (al decir del décimo mandamiento en el Decálogo), o, siendo casado, intenta constituir una relación con una mujer que no sea su propia esposa, sea la otra casada o no.

Le explica que el pecado de la idolatría incluiría las asociaciones religiosas con lo que es controlado por el dios de este mundo, como el espiritismo y lo oculto, como en 1 Corintios 10. En el Antiguo Testamento las asociaciones idolátricas normalmente incluían la inmundicia. Los dos hombres llegan al término “maldiciente” y quieren asegurarse estar en lo cierto en su interpretación. Al valerse de varias ‘ayudas’ encuentran que se refiere a una persona culpable de destruir persistentemente la reputación de otra. Es culpable del asesinato de carácter.

Ellos aprenden que la borrachera no se refiere a un hecho aislado donde una persona —posiblemente una que haya tenido problemas con el alcoholismo antes de conversión— sino a un curso de indulgencia propia de la cual no hay recuperación o arrepentimiento.

La extorsión es sacar más de lo debido en una relación comercial. Es la actitud de avaricia, de aprovecharse indebidamente de otro. Incluye, pero no se limita a, los actos de fraude.

El hijo ha visto que cuando una persona es culpable de estos pecados que los dos han repasado, la tal debería ser excomulgada de la asamblea. Él comprende que el que ha pecado no es puesto fuera de la Iglesia que es el cuerpo de Cristo, ya que no admite ruptura la cadena que une a Cristo y los suyos. Pero el hilo de la comunión es delicado y puede ser roto por el pecado.

“Con el tal no aun comáis”. El hijo está perplejo. Él ve que la limitación no es a la cena del Señor, porque se habla de “juntarse”. Concluye que abarca toda forma de compañerismo social. ¿Pero qué de un miembro de la familia? El padre le dice que dentro del círculo familiar, cuando comemos juntos, estamos expresando una relación pero no una comunión, y por esto las mismas restricciones no aplican.

 

Han terminado su lectura de 1 Corintios 5. El hijo se acuerda de que su pregunta original versaba sobre la santidad de la casa de Dios en esta dispensación. Él ha formado un criterio pero en el proceso ha aprendido que cuando un creyente peca él o ella afecta toda la asamblea. El pensamiento no es nuevo; él sabía que cuando Acán pecó, Dios le dijo a Josué que Israel había pecado, Josué 7.1 al 26. Él ha aprendido que el verdadero preservativo para Acán hubiera sido el temor de Dios. Su padre explicaba que no se trataba de  un temor de que Dios me va a herirme a mí, sino que yo voy a ofenderle a Él.

¿Qué más ha aprendido? Ha aprendido que hay un estándar de conducta santa en la iglesia local conforme con el carácter de Dios para la casa suya. Ha aprendido que el pecado contamina no sólo al individuo sino a la congregación. Ha aprendido que en la asamblea de la localidad se ha encomendado el juicio a hombres, y es suya la responsabilidad para juzgar a los que están adentro (los que pertenecen a la asamblea), ya que Dios juzga a los que están fuera. Ha aprendido que nunca debemos despreciar a la persona que ha pecado como si nosotros mismos no podríamos ser culpables de lo mismo. El que piensa así, señala el padre, desconoce su propio corazón.

 

Ellos han considerado solamente el fracaso moral. El padre le hace ver de 1 Timoteo 1.18 al 20 que donde se guarda y enseña error grave en materia de doctrina, el ofensor debe ser puesto fuera de la iglesia local. El hijo percibe que es crítico lo que creemos además de la manera en que nos comportamos. Dice el padre que tendría que ser juzgado el error doctrinal, como por ejemplo el error carismático, errores tocantes a Persona de Cristo, o la negación del castigo eterno.

Él tiene todavía preguntas sin ser contestadas, cómo la manera en que se efectúa la disciplina, qué son otras formas menos graves de disciplina, y qué debería ser la actitud de la asamblea hacia aquel que ha pecado. Algunas de éstas se tratarán en la próxima conversación, promete su padre, cuando van a ver los propósitos, los principios y los procedimientos de la disciplina a nivel de asamblea.

Por el momento quieren considerar los propósitos y los principios, pero antes de hacerlo el padre destaca que hay grados de disciplina. Aunque todo pecado es serio en los ojos de Dios, no todo pecado va a requerir que uno sea apartado de la congregación. A modo de digresión ellos leen pasajes que se refieren a —

el hermano que es un ofensor personal, Mateo 18.15 al 20

el hermano que causa divisiones, Romanos 16.17,18

el hermano que es sobrecogido en una falta, Gálatas 6.1

el hermano que anda desordenadamente, 1 Tesalonicenses 5.14,
2 Tesalonicenses 3.6 al 15

el hermano que habla vanidades, Tito 1.9 al 14

Luego vuelven a su plan de estudio.

Los propósitos de la disciplina de la asamblea

El hijo pregunta por qué una acción tan grave como la de apartar a uno de la asamblea debe ser tomada cuando el tal sea culpable de una de las ofensas de 1 Corintios capítulo 5. Su padre la da varias razones.

(i)         Para proteger la santidad de la casa de Dios. Cuando el pecado surge en la asamblea, la casa se contamina. Por cuanto el juicio en la asamblea ha sido encomendado a hombres, es imperativo que se lleven a cabo las palabras de Pablo. “¿No juzgáis vosotros los que están dentro?” 1 Corintios 5.12.

(ii)        Para efectuar la restauración del ofensor. Cuando una persona tiene que ser apartada por haber pecado, jamás puede ser con la idea de “deshacerse” de la tal, sino con miras a su arrepentimiento y restauración al Señor y a la asamblea. “Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos; así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle
y consolarle”, 2 Corintios 2.6,7.

(iii)       Para impedir la extensión de la levadura del pecado. El pecado se compara a la levadura; si no se quita, expande. El que profesa fe ha participado, en el simbolismo del Antiguo Testamento, de la ceremonia de la Pascua, y ha debido cumplir la de los Panes sin levadura. Este andar en novedad de vida debería caracterizarle. Si dejamos que el pecado quede sin juicio, estamos diciendo a los demás del pueblo de Dios que la tal conducta es aceptable. ¿Adónde conduce esto?

(iv)       Para vindicar a la asamblea ante el mundo.  Cuando falla el testimonio de la asamblea, los de afuera están afectados. Habiendo David pecado con Betsabé, Natán le dijo, “Con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová”, 2 Samuel 12.14.

(v)        Para que otros teman.  “A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman”, 1 Timoteo 5.20. Esta instrucción no se limita al anciano que peca, sino aplica a todo creyente que comete un pecado público y por ende debe recibir una reprensión pública. En el ámbito de la asamblea, el pecado trae consecuencias.

(vi)       Para resguardar de ministerio sin provecho.  Una de las formas de disciplina que posiblemente se requiera efectuar es la de exigir silencio de parte de uno que persiste en dar ministerio que malgasta el tiempo de los santos; Tito 1.10 al 14. Si bien esto no es tan grave como la excomulgación, es todavía una forma de disciplina. En la asamblea uno solo no ejerce todo el ministerio, pero esto no quiere decir que cualquiera puede intervenir.

El hijo está comenzando a ver que la disciplina es establecida de parte de Dios y es una parte necesaria de la vida eclesial. El honor de Dios debe ser resguardado, y el orden debe ser visto en la casa de Dios.

Los principios a seguir en la disciplina de parte de la asamblea

Habiendo considerado las personas que deben ser disciplinadas y por qué hacerlo, el hijo pregunta acera de los principios involucrados. El padre le dice que el motivo debe ser siempre el de la gloria de Dios y la aplicación de lo que su Palabra establece. El pecado no puede ser encubierto y la continuación de una conducta desordenada no puede ser permitida.

El padre procura aclarar que, cuando dos principios están en conflicto, debemos siempre seguir “el principio superior”. Por ejemplo, es importante mantener amistades, pero la obediencia a las Escrituras es un principio superior. El padre quiere que su hijo entienda que si, por ejemplo, sabe de cierto pecado de parte de otro creyente que requiere disciplina de parte de la asamblea, él no puede quedarse en silencio. Debe tener presente, sin embargo, que no se puede actuar con base en una acusación cuando no hay confesión del pecado ni hay dos o tres testigos dignos de confianza; 1 Timoteo 5.19.

Si se comete pecado dentro del círculo familiar, los nexos de la familia no pueden impedir la aplicación de lo que las Escrituras exigen, ya que este último es el principio superior. Esta observación nos lleva al tema de la imparcialidad. Todos los juicios de la iglesia deben ser aplicados, afirma el padre, con compasión, pero la compasión no puede impedir la aplicación de las Escrituras.

El padre reitera el hecho de que el juicio siempre se realiza con miras a la restauración. Una de las siete acusaciones contra los pastores de Israel fue que ellos no volvieron al redil la descarriada, al decir de Ezequiel 34.1 al 6.

El hijo pregunta cuál debería ser la actitud de la asamblea hacia la persona disciplinada, y se le dice que cada uno en la congregación debe reconocer la disciplina efectuada por ella. Otro principio que el padre enfatiza es el de que la asamblea debe sentir colectivamente los efectos del pecado. No es sólo que un individuo haya pecado, sino como en el caso de Acán, “Israel ha pecado”, Josué capítulo 7. Y, en Israel, al limpiar a una residencia leprosa, se raspaba toda piedra de ella.

Finalmente el padre se dirige a la historia de la endecha de Saúl y Jonatán en 2 Samuel 1.20 y lee las palabras: “No lo anunciéis en Gat, ni deis las nuevas en las plazas de Ascalón”. Cuando es necesario efectuar uno de estos procedimientos que se ha examinado, el asunto nunca debe ser tratado en una conversación con personas ajenas a la asamblea.

Al finalizar este estudio que comenzó con una conversación acerca de la santidad que es exigida para la casa de Dios, el hijo se da cuenta de cuán solemne es pertenecer a una asamblea y cuán cuidadosos debemos ser todos en nuestro andar.

 

 

 

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