El pentecostalismo | Pildoras antipentecostales | Los mendigos (#822)

                                    El pentecostalismo

                                     El pentecostalismo

                                     Píldoras antipentecostales

                                     Los mendigos

 

Documento 510 versa sobre la La seguridad eterna

 

El pentecostalismo

 

 El Sembrador
 Orizaba, Veracruz, México

Introducción

De las siete fiestas de Jehová que celebraban los antiguos hebreos y de las cuales se hallan detalles en el capítulo 23 de Levítico, notaremos cuatro:

>> La Pascua, día 14 del mes primero, que era el aniversario de su liberación de la esclavitud de Egipto.

>> Las Primicias, cuya fiesta variaba según el año. Era cuando reconocían el poder de Dios en hacer crecer las siembras. La primera gavilla de trigo que maduraba, era traída al sacerdote, el cual la presentaba a Jehová en nombre del pueblo, en acción de gracias. Para esta ceremonia se escogía siempre un día primero de la semana, Levítico 23.11.

>> La fiesta de Pentecostés se celebraba siete semanas después de las Primicias. La palabra pentecostés significa cincuenta o quincuagésima. Era obligatorio que cada varón hebreo se presentara en esta fiesta para reconocer así las bondades de Dios en darles la cosecha que ya estaba en su punto en todas partes.

>> La fiesta de las Trompetas, día primero del mes séptimo, cuando se celebraba la terminación de la cosecha.

Estas fiestas tenían su enseñanza profética. Anunciaban la muerte, sepultura, resurrección y segunda venida del Señor Jesús. Fue durante la primera de ellas que nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros, y en ese año la fiesta de las Primicias cayó precisamente el mismo día en que el Señor, las primicias de los que durmieron, resucitó de los muertos.

Luego fue exactamente en la fiesta de Pentecostés, cuando todo varón hebreo debía estar en Jerusalén para mostrar su gratitud a Dios por las cosechas, que se cumplió la promesa del Señor y fue derramado el Espíritu Santo en la Iglesia cristiana —Hechos 2.1 al 3— y se comenzó a levantar la grande cosecha espiritual que ha seguido hasta el día de hoy y seguirá hasta que suene la trompeta de Dios que anunciará la terminación de la siega con el recogimiento de la Iglesia.

Durante los primeros días de la historia de la Iglesia, y comenzando con ese notable día de Pentecostés, se notaron ciertas características especiales en el trabajo de evangelización, con manifestaciones visibles de la presencia y obra del Espíritu Santo. Estas señales siguieron por algún tiempo pero cada vez en menor escala hasta desaparecer por completo.

Las señales fueron prometidas por el Señor a sus discípulos —Marcos 16.17,18— para comprobar ante los oyentes que el testimonio de ellos llevaba la aprobación y el poder de Dios. No cabe duda que estas facultades dadas a la Iglesia eran de mucha necesidad en esos primeros años pero dejaron de ser necesarios cuando fue completada la revelación divina, escrita en el Nuevo Testamento, y establecido el testimonio en muchas partes del mundo.

El movimiento pentecostalista

En distintas partes del mundo existe actualmente un movimiento llamado pentecostalismo, el cual pretende llevar a cabo la evangelización del mundo en la misma forma en que se hacía en el primer siglo de esta era, comenzando en el día de Pentecostés. Se habla mucho del bautismo del Espíritu Santo; se hacen intenciones de ejercer el don de lenguas y el de sanidades.

Es de lamentarse que algunos de los que han sido envueltos en este movimiento siguen adelante a cosas peores y aun inmorales, llegando sus reuniones, o juntas, a ser centros de confusión y escándalo. Un estudio concienzudo de las Sagradas Escrituras revelará que los siguientes asuntos no pertenecen a esta época en que vivimos:

>> El bautismo del Espíritu Santo

>> El don de lenguas

>> El don de sanidades

>> El esperar el Espíritu Santo

El bautismo del Espíritu Santo

La Iglesia de Cristo, en su totalidad, recibió el bautismo del Espíritu Santo en el principio de su historia, haciéndose en dos secciones: la sección judía en el día de Pentecostés —Hechos 2— y la sección gentil al convertirse los primeros gentiles— Hechos 10. Este primer bautismo, hecho una sola vez, valió para todas las generaciones sucesivas. Según 1 Corintios 1.13, “por un solo Espíritu fuimos todos [no dice que seremos] bautizados en un cuerpo”.

Las frases “bautizados en el Espíritu” y “bautizados con el Espíritu” sólo se encuentran en la Biblia en relación con los acontecimientos del día de Pentecostés y la conversión de los primeros gentiles. No se mencionan nunca como una experiencia individual. Hechos 1.5, 11.16.

Solamente en Hechos 8.14 al 17 y 19.1 al 7 hallamos casos cuando el Espíritu Santo fue recibido por imposición de las manos de los apóstoles. En cada ocasión fue un grupo de creyentes que pertenecía a una sección distinta de la raza humana que hasta esa fecha no había entrado en la formación de la Iglesia. En un caso eran samaritanos y en el otro eran prosélitos judíos. El don del Espíritu Santo sin duda fue demorado en estos primeros casos, hasta que llegaron los apóstoles a poner sobre ellos sus manos, para identificarlos así con la verdadera Iglesia y para que no quedara duda sobre quienes y cuales formaban parte de un cuerpo.

Aparte de estos casos especiales que podemos llamar inaugurales, la Palabra de Dios enseña que cada creyente recibe el Espíritu Santo desde el momento de su conversión. “Habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”, Efesios 1.13.

Para Pedro el acontecimiento en la casa de Cornelio fue una sorpresa y una experiencia singular. Al referir él la historia de la conversión de estos primeros gentiles, dice que el Espíritu Santo cayó sobre Cornelio y los de su casa de la misma manera como había caído al principio sobre ellos, los judíos. Es decir, cayó sobre todos en grupo y con manifestaciones visibles. Esto indica que entre las dos fechas no había sido la costumbre el ver señas exteriores de haber creído en el Señor y recibido al Espíritu Santo.

El don de lenguas

En 1 Corintios 12.28 dice que Dios puso en la Iglesia dones, incluso el de lenguas. Nótese que dice que puso. No prometió seguir poniéndolos durante todas las generaciones.

Mientras no estaba completa por escrito la revelación divina en el Nuevo Testamento, era muy propio que Dios diera a su Iglesia dones especiales de lenguas, de sabiduría y de profecías, por inspiración divina. Estos dones eran necesarios para el fundamento de la Iglesia —Efesios 2.20, 1 Corintios 3.10— pero es evidente que desaparecieron según la Iglesia iba llegando a una edad mayor. Las lenguas y las profecías han cesado para dar lugar a la perfecta palabra escrita, la cual permanecerá para siempre; 1 Corintios 13.8 al 10.

El don de lenguas no fue dado por lujo sino para ser usado cuando la ocasión lo requería para beneficio de los que no eran salvos. “Las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos”, 1 Corintios 14.21,22.

Por ejemplo, fue causa de admiración y convencimiento para los oyentes en el día de Pentecostés el oir a los apóstoles, que eran hombres sin letras, anunciar el evangelio en diversos idiomas. Estaban en Jerusalén en esos días muchos judíos que radicaban en distintos países, habiendo venido ellos para celebrar la fiesta, y cada uno oyó a los apóstoles predicar en la lengua del país de donde había venido. Esto fue el milagroso don de lenguas, operado por el Espíritu Santo para llamar la atención de los oyentes y para hacer que el mensaje fuese entendido mejor y más pronto por los muchos visitantes que en pocos días estarían esparcidos en todas partes del mundo.

El don de lenguas en esa ocasión no era una jerigonza ni tampoco una cosa incomprensible. Todos, especialmente los incrédulos, entendieron perfectamente cada palabra de la predicación. Sin duda fue lo mismo en cada ocasión cuando se puso en práctica este don, pero por lo que leemos en 1 Corintios 12.28 ya no era de tanta importancia. De todos los dones enumerados en el versículo, el de lenguas toma el último lugar. Y, en seguida Pablo dice: “Yo os muestro un camino aun más excelente”. Luego menciona los tres dones que en la actualidad necesita más la Iglesia cristiana, resumiéndolos así: “Permanecen la fe, la esperanza y el amor”, 1 Corintios 13.13.

El movimiento pentecostalista de estos días alega que existe aún este don de las lenguas; muchos de sus adscritos hasta pretenden practicarlo. Pero, ¿acaso se ejerce por los misioneros en los distintos países del mundo? Aun los misioneros pentecostales hallan que es necesario dedicarse a la ardua tarea de aprender palabra por palabra el idioma en que quieren predicar.

El don de sanidades

El privilegio de sanar enfermos, echar fuera demonios y aun de resucitar muertos acreditaba a los apóstoles ante el mundo. Estos milagros no solamente los identificaban con el Señor Jesús; también daban fe de la resurrección de Cristo en cuyo nombre siempre los ejecutaban.

Sin duda el cojo de Hechos 3, como otros, había deseado por mucho tiempo encontrarse con Aquel que anduvo haciendo bienes y sanando, pero desde el día que llegó a sus oídos la noticia de su muerte en la cruz, él habría abandonado toda esperanza de recibir curación por Jesús. Seguramente fue una grata sorpresa para el pobre hombre oir al apóstol Pedro decir: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret levántate y anda”. Con razón se puso desde luego en pie, probando de esta manera su fe y al mismo tiempo demostrando al mundo entero que Cristo vivía y que estos humildes hombres estaban dotados de su poder.

En la historia de los primeros años de la Iglesia se notaba claramente que conforme al testimonio se iba estableciendo, así menguaban las señales y al fin cesaron por completo según reconocen todos los escritores del Siglo I, incluso las epístolas de los apóstoles en la misma Biblia. Leemos de Timoteo, Epafrodito y otros que enfermaron y sin embargo no fueron sanados milagrosamente. Pablo mismo, afligido en la última parte de su vida por un malestar crónico, no pudo encontrar alivio. ¡Ya había pasado la época del don de sanidades!

Considérese los siguientes pasajes que se refieren a fechas avanzadas en la vida de Pablo cuando, según se da a entender por la lectura, ya no se ejercía el don de sanidades.

>> En 2 Corintios 12.9 Pablo dice de sí mismo: De buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades [enfermedades].

>> En Filipenses 2.25,26 dice: Epafrodito … gravemente se angustió porque habíais oído que había enfermado.

>> En 1 Timoteo 5.23 él recomendó a Timoteo: Usa de un poco de vino por causa de tus continuas enfermedades.

>> En 2 Timoteo 4.20 dice: A Trófimo dejé en Mileto enfermo.

En ninguno de estos casos se recomienda el don de sanidades ni se aconseja a los hermanos a buscar un “sanador”, ni tampoco se regaña por falta de fe.

Muchas —se puede decir la mayoría— de las pláticas y actividades del pentecostalismo de hoy, versan sobre el asunto de la sanidad del cuerpo. Los guías o sanadores de este movimiento hacen pensar a sus fieles más en lo físico y temporal que en lo espiritual y eterno. Muchos de los textos de la Biblia que usan para apoyar sus prácticas no son en realidad aplicables. Por ejemplo, ellos suelen emplear Éxodo 15.26 y otros parecidos, sin fijarse en dos cosas. [Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios … y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti.] Primero, son promesas dadas a los judíos como nación. Segundo, se refiere a la inmunidad de las enfermedades, y no tan sólo a la sanidad del que ya está enfermo.

En esta dispensación se pueden aplicar todas las promesas y ordenanzas hebreas a la Iglesia de Dios, pero solamente en el sentido espiritual. “… el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales …”, Efesios 1.3. “La ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas …”, Hebreos 10.1.

También dicen que según Isaías 53.4, la sanidad es el derecho de cada hijo de Dios. Leyendo en Marcos 8.16,17 se verá que la profecía de Isaías 53.4 [“llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores”] se cumplió antes de que el Señor llegara al Calvario y por lo tanto es muy distinta a la salvación del alma. La palabra curados en el próximo versículo, 53.5, sí se refiere a la salud espiritual. “Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”, 1 Pedro 2.24.

Si alguno pretende tener ahora el don de sanidades, el tal debe mostrarlo en la misma forma que lo hacían en tiempos apostólicos. La responsabilidad de la curación descansaba sobre el sanador y no sobre el enfermo. El alivio era instantáneo y completo, sin consideración del carácter o lo avanzado de la enfermedad. La curación era incondicional, y nunca hubo fracaso. Hechos 5.16 dice: “Muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados”. El Señor culpó a los “sanadores” cuando no pudieron sanar al enfermo; Mateo 17.19,20.

Hay algunos entre el pentecostalismo hoy día que afirman haber sido sanados milagrosamente. Esto no comprueba nada porque también entre los adeptos al Espiritualismo, la Ciencia Cristiana y otras agrupaciones se oye decir lo mismo. También se sabe que las reliquias católicorromanas y los fetiches del paganismo efectúan milagros. Todos estos casos de sanidad son de carácter pasajero o parcial y pueden haber sido debidos a: (a) El curso natural de la enfermedad que entró en crisis de mejoría; (b) sugestión, o la influencia de la mente sobre el organismo; (c) intervención satánica.

El don de sanidades en el tiempo antiguo era señal de apostolado; 2 Corintios 12.12. Los únicos que la Palabra de Dios indica que harán señales y prodigios en estos últimos tiempos son los falsos profetas; “Hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras …”, 2 Pedro 2.1; “Se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun los escogidos”, Mateo 24.24; “… son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo”, 2 Corintios 11.13. El mismo Señor dijo que los inicuos harían muchos milagros en su nombre; Mateo 7.22,23.

El completo fracaso de la mayoría de los casos que se presentan para curación entre el pentecostalismo, juntamente con la curación parcial o pasajera de los demás casos, condena el actual movimiento como no de Dios, el autor de todo don perfecto. Es también de temerse que muchos de sus más notables casos de curación no admitirían una investigación comprobada.

Las medicinas

No leemos en ninguna parte de la Biblia un mandamiento de Dios que prohíba al cristiano consultar a un médico o tomar sus medicinas, y no hay razón para suponer que Dios no quiera que el creyente aproveche los adelantos en conocimientos científicos de medicina para mejorar las debilidades físicas. En tal caso también tendría que desistir de aprovechar las habilidades del dentista, oculista y otros medios modernos para mejorar la condición de vida. También sería para él un pecado viajar en automóvil, tren o avión. Baños, dietas y alimentos especiales con fines medicinales le serían prohibidos.

La Epístola de Santiago fue escrita a las doce tribus de Israel. Recordando que los judíos tenían la especial promesa de Éxodo 15.26 [“… ninguna enfermedad … te enviaré a ti”] y que Santiago había sabido del don de sanidades, es notable que en su carta recomendó a los creyentes que estuvieren enfermos el uso de medios medicinales —aceite— aplicados en el nombre del Señor.

La carta fue enviada a “las doce tribus que están en la dispersión”. Muchos de sus lectores que radicaban en países paganos, donde sólo se conocían las curaciones por brujería o hechicería, necesitaban esta exhortación. Lejos de prohibir, Dios recomienda el uso de medios materiales en las curaciones. Véanse 2 Reyes 20.7, Ezequiel 47.12, Jeremías 8.22.

Esperando el Espíritu Santo

El Señor exhortó a sus discípulos que unidos esperasen en Jerusalén hasta que fueran investidos de la potencia del Espíritu Santo. Esto aconteció el día de Pentecostés una vez para siempre. El creyente hoy no necesita esperar ni diez minutos. Él o ella recibe el Espíritu el momento que acepta a Cristo Jesús como su Salvador y Señor, y por lo tanto sería una necedad el esperar lo que uno ya tiene en posesión.

Veamos:

>> Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros. 2 Timoteo 1.14

>> ¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios? 1 Corintios 6.19

>> ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
1 Corintios 3.16

>> Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia …, Efesios 1.13,14

>> No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Efesios 4.30

>> … el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Romanos 8.2 al 9

Por regla general, aquellos que se adhieren al pente-costalismo hoy día exhortan a sus fieles a ayunar y darse a la oración para que en esa condición esperen que venga sobre ellos el Espíritu Santo. ¿Lo hacían así en tiempos apostólicos? No, por cierto. El ejemplo de Cornelio y su familia es muy claro. Mientras Pedro les anunciaba el evangelio el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el sermón; al momento de su conversión lo recibieron y no fue en una crisis después.

No es de negarse que los concurrentes a una reunión del pentecostalismo reciben y sienten un poder especial cuando se reúnen a esperar el don del Espíritu, pero falta comprobar si lo que experimentan viene de Dios y no de Satanás. Notemos algunas de las influencias que obran en tales casos para producir resultados tan extraordinarios.

Los rigurosos ayunos producen una debilidad física; existe una tensión nerviosa de expectación que va en aumento según uno y otro del grupo relata alguna experiencia de éxtasis o poder especial; luego siguen las músicas especiales, repetición de frases, oraciones confusas y a gritos, exclamaciones predilectas, movimientos desordenados hasta de golpearse contra la pared y revolcarse en el suelo, etc.

Todo esto tiene que producir un trastorno cerebral; una especie de hipnotismo, que se presenta con risas involuntarias, temblores nerviosos, ruidos en la garganta que se dice ser el don de lenguas, y entonces … ¡ya llegó el Espíritu Santo! ¿? ¡Qué disparate! Más bien parecen estar poseídos de demonios. El Espíritu Santo, el Dios de paz y orden, no hace esas demostraciones.

Las instrucciones para llevar a cabo una reunión cristiana se hallan en la primera epístola a los Corintios capítulo 14. Haríamos bien en fijarnos:

>> Hágase todo decentemente y con orden, 14.40

>> No seáis niños en el modo de pensar, 14.20

>> Es indecoroso que una mujer hable en la congregación, 14.35

>> Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, 14.34

>> [Si todos hablan al mismo tiempo], ¿no dirán que estáis locos? 14.23

>> [Hablen] dos, a lo más tres, y por turno, 14.27

La plenitud del Espíritu

Cada creyente recién convertido está “lleno del Espíritu Santo”. Esto lo demuestra por su entusiasmo y gozo en su nueva vida de fe, esperanza y amor en Cristo Jesús su Señor; pero según va creciendo en gracia y se extiende su experiencia, necesitará tomar más de la plenitud del Espíritu Santo para guiarle, ayudarle y consolarle.

El Espíritu Santo es una persona y no una sustancia que podemos recibir por medida. “Dios no da el Espíritu por medida”, Juan 3.34. O lo tenemos o no lo tenemos; no podemos tener una parte. Hemos observado ya que en Romanos 8.9 dice que si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

Lo que sí le toca al cristiano es apropiarse más y más del poder del Espíritu según lo va necesitando. El apóstol Pablo le exhorta que sea lleno del Espíritu siempre, es decir, que no permita entrar en su vida cosa alguna que estorbe, oprima o apague el poder del Espíritu Santo en sus actividades.

Algunos creen que el uso frecuente de exclamaciones pías como, “Gloria al Señor”, “Aleluya”, “Alabado sea Dios”, durante la oración o plática, es un indicio de estar lleno del Espíritu Santo. Un observador consciente puede ver en tales costumbres una santidad muy hueca, notándose más bien orgullo propio y no la humilde reverencia debida al Señor.

El creyente siempre debe procurar dirigir su vida y sus costumbres por las instrucciones correspondientes en la Biblia. En cuanto a la doctrina, también debe ser dirigido por las Sagradas Escrituras. Si lo hace así entonces no cambiará el orden de las cosas, dando al Espíritu Santo y a Pentecostés el lugar que corresponde al Señor Jesús y a la obra en el Calvario; pensando en el cuerpo antes del alma; ocupándose en repeticiones vanas de sanidades en vez del provechoso estudio de la Palabra de Dios.

Dios nos ha enseñado dos maneras en las cuales podemos probar si una cosa o persona es agradable a él:

>> Por sus frutos los conoceremos; Mateo 7.15,16

>> Si no dicen conforme a las Escrituras, es porque no les ha amanecido; Isaías 8.20

 

 

El pentecostalismo

 

Andrew Stenhouse, 1899 – 1991, Santiago de Chile

Del librito El plan divino para las iglesias

 

En algunos de los grupos pentecostales hay creyentes sinceros que tienen celo por la verdad hasta donde la han comprendido. Sus métodos suelen ser un tanto artificiales en la obra de la evangelización, como el empleo excesivo de la persuasión humana. Sin duda esta circunstancia explica muchas de las conversiones ficticias, de modo que es inevitable que hay mucha paja entre el trigo.

La conversión, para muchos, no es otra cosa que una experiencia emotiva, inducida por medios humanos en una atmósfera de excitación religiosa, y no por la verdad del evangelio comprendida y aceptada. El entusiasmo y devoción han de ser mantenidos asimismo, no por el cultivo de una vida interna de comunión con Cristo, alimentada por la Palabra de Dios, sino por la influencia externa de reuniones conducidas en la misma atmósfera de excitación y extravagancia.

 

Los dones y milagros

El error fundamental de todos estos grupos consiste en la suposición de que los dones milagrosos, dados como señales para acompañar al ministerio apostólico, hayan sido continuados a lo largo de los siglos, y que existan en el día de hoy. No han distinguido estos creyentes entre (i) lo que era esencial para el cristianismo en todos los tiempos: apóstoles, profetas y evangelistas “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe”, Efesios 4.11 al 13; y, (ii) lo que era provisorio en los días iniciales de la Iglesia: los apóstoles, profetas, maestros, los que hacían milagros, los que sanaban, los que administraban y los que tenían don de lenguas; 1 Corintios 12.28.

Hay también mucha confusión de pensamiento en otras direcciones. En el ministerio apostólico los dones milagrosos se podían identificar fácilmente. Idiomas extranjeros eran adquiridos instantáneamente y hablados con toda facilidad. Como resultado los oyentes se convencieron y se convirtieron; Hechos 2.7 al 11. ¿Afirmará alguien que esto mismo ha sucedido en tiempos modernos?

Lo mismo puede decirse en cuanto a dones de sanidad. Los apóstoles empleaban estos dones en relación con personas inconversas, y éstas fueron sanadas completa e inmediatamente. No hubo fracasos ni sanidades parciales. Aun se levantaban los muertos. Y todos, inclusive los enemigos del evangelio, estaban obligados a reconocer la autenticidad de los milagros; Hechos 4.16. Pero quienes están familiarizados con las supuestas sanidades del movimiento pentecostal en el día de hoy no pueden dejar de observar el gran contraste que presentan. El cristiano sincero no puede identificarse con aquello que no lleva las marcas de una obra manifiesta del poder de Dios. El evangelio sufre desprestigio con las falsas pretensiones y burdas imitaciones que algunos practican.

“Las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos”, 1 Corintios 14.22. Es evidente al cuidadoso lector del Nuevo Testamento que los dones que servían como señales habían dejado de emplearse aun antes de que se cerrase el canon de las Santas Escrituras. Debe observarse también que los dones de sanidad nunca se emplearon para beneficio de personas creyentes o convertidas.

Los modernos sanadores frecuentemente insisten en que haya una previa conversión, y “explican” sus fracasos con la falta de fe de parte de los interesados. Pero los apóstoles nunca hicieron eso. Pablo sanó al padre de Publio y otros muchos en la isla de Melita, siendo todos ellos paganos, pero a Trófimo, su propio compañero, dejó enfermo; Hechos 28.8,9, 2 Timoteo 4.20.

 

El Santo Espíritu de Dios

Hay también un error básico en el modo de pensar de los pentecostales en relación con el Espíritu Santo. En algunos casos al principio de la Iglesia, y por razones especiales, el don del Espíritu fue dado por la imposición de manos de los apóstoles. Pero, pronto era recibido libremente por todos los que creían. En Hechos 2.38 el don del Espíritu Santo es prometido, juntamente con el perdón de los pecados, a todos los que se conviertan.

En el 10.43,44 Pedro proclamó la salvación a todo oyente que creía, y mientras hablaba él estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían. Los efesios, “habiendo creído”, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa; Efesios 1.13. Y, la enseñanza de Romanos 8 es que si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él; vale decir, no es convertido; 8.9. Los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios; 8.14.

De manera que es erróneo suponer que el don del Espíritu sea privilegio de solamente algunos creyentes; o tan sólo de aquellos que hayan recibido ciertas manifestaciones espectaculares. En todas las epístolas encontraremos que nunca se apela a los dones de lenguas o sanidades como evidencia de la recepción de Espíritu. El “fruto del Espíritu” es la verdadera evidencia, y en este fruto (Gálatas 5.22) no vemos ninguno de los rasgos bulliciosos o los supuestos milagros a los cuales los pentecostales atribuyen tanta importancia.

Pero, comoquiera se llame el grupo o la congregación, el testimonio de la Santa Escritura tiene poco peso para los que quieren ensalzar la experiencia emotiva a expensas de la verdad.

 

Las reuniones

Podemos agregar que, a pesar de la pretensión pentecostal de dar al Espíritu Santo su lugar en las congregaciones, en la mayoría de ellas hay un pastor debidamente designado, conforme al modelo de las demás denominaciones. Su control en todo es evidente. Admiten, además, que las mujeres participen en el ministerio y la predicación, o bien para dar “testimonios”. Esto está en contradicción de las claras enseñanzas de 1 Corintios 14.34, “Vuestras mujeres callen en la congregación, porque no les es permitido hablar”, y 1 Timoteo 2.11,12, “La mujer aprenda en silencio …”.

Para toda persona que nombra el nombre del Señor, el dar lugar al Espíritu Santo conduciría a una mejor comprensión de las Escrituras, y una obediencia más completa, conforme a la norma de 1 Corintios 14.37: “Si alguno a su parecer es profeta, o espiritual, reconozca lo que os escribo, porque son mandamientos del Señor”.

 

 

 

Píldoras antipentecostales

 

  1. W. Graham; adaptado de
    La Sana Doctrina, número 51, 1967

Habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina
(la “doctrina sanadora”), Tito 2.1

Píldoras para combatir la confusión
sobre el Día de Pentecostés

  • El Espíritu Santo fue enviado por el ruego del Señor y no por la oración de los creyentes; Juan 14.16
  • La Escritura no dice que los discípulos pasaron diez días en el aposento alto
    orando por el Espíritu; Hechos 2.1, Lucas 24.51 al 53
  • Cuando vino el Espíritu no hubo viento ni fuego. La experiencia fue “como”
    viento y fuego; Hechos 2.1 al 4. Quedan por verse varios detalles mencionados
    en Joel capítulo 2, cuando en el futuro esa profecía reciba su cumplimiento pleno
  • El bautismo de fuego es de juicio, y no de bendición; Mateo 3.10 al 12
  • Las señales que acompañaron la venida del Espíritu Santo no se repiten
    continuamente, como tampoco se repiten las que acompañaron la venida del Señor Jesús; Lucas 2.9 al 14
  • Las señales de Pentecostés fueron repetidas en la casa de Cornelio para convencer a los hermanos judíos que los creyentes gentiles efectivamente habían recibido al Espíritu igual que ellos; Hechos 10.45, 11.12 al 18
  • Estas señales se repitieron también en Éfeso para convencer a los discípulos
    de Juan Bautista que Cristo y el Espíritu Santo ya habían venido tal como
    Pedro les anunció; Hechos 19.1 al 7

 

Píldoras para combatir ideas erradas
sobre el antiguo don de lenguas

 

  • Solamente los apóstoles estuvieron juntos en Pentecostés y hablaron lenguas;
    Hechos 1.26, 2.1,7,14
  • Pedro no predicó en lenguas. Los tres mil recibieron al Espíritu sin hablar
    en lenguas. Las lenguas oídas en el Pentecostés eran idiomas vivos y propios
    de los oyentes; Hechos 2.6,7,11,14,38
  • En ninguna parte de las Escrituras consta que una mujer haya hablado en lenguas.
  • La iglesia menos espiritual, la que había en Corinto, es la única que recibió una epístola que hablara de lenguas. La exhortación es de buscar los mejores dones, y no dice que lenguas es uno de ellos; 1 Corintios 12.31,14.39
  • Cuando existía el don de lenguas se permitía que hablasen solamente dos o tres hermanos en cada reunión, uno a la vez, ninguna mujer, y sólo con intérprete;
    1 Corintios 14.27,28,34

Píldoras para combatir la doctrina falsa sobre
la persona y la obra del Espíritu Santo de Dios

 

  • El bautismo del Espíritu es mencionado tres veces:

El (Cristo) os bautizará en Espíritu Santo; Lucas 3.16.

Vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días; Hechos 1.5.

Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo; 1 Corintios 12.13 .

(Este bautismo es la operación del Espíritu por la cual se formó una vez para siempre el cuerpo espiritual que es la Iglesia universal).

  • Esta operación se realizó el Día de Pentecostés y no se repite. Cada creyente desde su conversión es miembro de este “cuerpo”, la Iglesia universal o total.
  • La Escritura nunca habla de un individuo como bautizado por el Espíritu.
  • Al recibir el Espíritu los creyentes fueron “llenos”, Hechos 2.4. Esta plenitud
    debe ser mantenida: Sed llenos del Espíritu—

(i) hablando entre vosotros,

(ii) cantando,

(iii) alabando en vuestros corazones,

(iv) dando gracias. Colosenses 3.16

  • La plenitud del Espíritu se mantiene por la meditación de la Palabra: La palabra de Cristo more en vosotros … enseñándonos, exhortándonos, cantando … Efesios 5.19
  • El don del Espíritu se recibe en el mismo momento y de la misma manera que el perdón; véanse Hechos 2.38, 10.43 al 48; 11.15 al 18. Después de Pentecostés el Espíritu mora en todos los creyentes; véase Romanos 8.9: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”.

 

Píldoras para combatir exageraciones
acerca del antiguo don de sanidades públicas

  • Los apóstoles y sus colaboradores (Esteban, Felipe y Bernabé) sanaron a los enfermos, pero ningún otro hacía sanidades; Hechos 6.8, 8.6,7,13, 14.3
  • Cuando éstos sanaban, nunca fracasaron. La curación fue siempre completa
    e instantánea. No se usaba como propaganda. No sanaron a creyentes.
  • Las sanidades fueron señales para acreditar el evangelio; no eran un fin en sí; Hebreos 2.3,4, Marcos 16.14 al 20.
  • Estas señales iban a “seguir” a los apóstoles, una vez vencida la incredulidad mencionada en Marcos 16.11 al 14, para fortalecer su fe y mostrar al pagano
    que proclamaban la verdad; no dice el Señor que los convertidos tendrían esta capacidad.
  • Una vez acreditado el evangelio, las curaciones cesaron. Ejemplos: la enfermedad de Timoteo, 1 Timoteo 5.23, y la de Trófimo, 2 Timoteo 4.20.

Los mendigos

 
Mensajero Mexicano número 18

 

La sanguijuela tiene dos hijas que dicen: ¡Dame! ¡dame!
Proverbios 30:15

 

 

A Monopolio le encanta recibir. Lo hace con mano abierta, brazo extendido y una enorme sonrisa. Cree que la vida del hombre consiste en la abundancia de los bienes que posee (Lucas 12:15). Lo que quiere es hacerse rico (1 Timoteo 6:9,10). Su nombre nos recuerda del juego en el cual uno busca controlar el tablero a expensas de los demás, sin importar que tengan que vender o hipotecar sus casas. Monopolio, a cómo dé lugar, quiere recibir más.

Aunque usted no lo crea, Monopolio es “Pastor” y controla todo lo que sucede en su “mega-iglesia” para poder recibir lo que desea. Sin duda alguna, es un hombre muy simpático, o carismático, y la verdad es que a veces sus predicaciones conmueven a uno.

Pero, lamentablemente, a Monopolio no lo mueve el Espíritu Santo (aunque haga mucho alarde de esto), sino un poderoso caballero que se llama Don Dinero. Para recibir lo que más quiere en la vida, Monopolio predica el evangelio de la prosperidad. Este evangelio no es el santo y bendito evangelio de la Biblia, que predicaron Cristo y sus apóstoles. Es otro evangelio (Gálatas 1:8, 9). Aunque Monopolio usa la Biblia y muchos términos cristianos, realmente lo que predica es una religión que mezcla el judaísmo, el emocionalismo y el egoísmo en la veneración del dios Diezmo. Se usan muchas citas del Antiguo Testamento mezcladas con otras enseñanzas aberrantes de invención propia. Si uno es devoto a este dios, dice, va a recibir muchas bendiciones. Si uno es infiel al dios Diezmo, los chantajes incluyen: el peligro de empobrecerse, sufrir ataques satánicos, pérdida de la salud, del trabajo o, incluso, de la vida.

El dios Diezmo le ha prometido a Monopolio que si sus seguidores reciben más, él recibe más también. Cuando predica el evangelio de la prosperidad, ¡se refiere a la prosperidad de él! Si su dios no lo bendice, Monopolio invocará juicio sobre ellos por robarle a su dios. Sus feligreses le creen, y tiemblan.

Abundan historias alrededor del país de familias en la bancarrota económica y moral por la avaricia de estos hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia (1 Timoteo 6:5). Monopolio ha sacrificado a muchas víctimas sobre el altar del dios Diezmo para conseguir su propia prosperidad.

Creyentes que por años habían permanecido dentro de corrientes conservadoras del cristianismo, han abandonado tales lugares, arrastrados por la falsa ilusión de que hombres como Monopolio añadirán fortuna a su fe. Más trágico aun es que creyentes en legítimas asambleas del pueblo del Señor están también siendo atrapados por este culto a la prosperidad.

Dios no tiene pleito alguno con los ricos o con las riquezas. Abraham y José de Arimatea, por mencionar dos, fueron hombres espirituales y muy ricos a la vez.

Dios, hoy día, confía riquezas a algunos creyentes, pero no es su voluntad hacerlo con todos. Él bien sabe que la mayoría de nosotros no sabríamos cómo balancear la espiritualidad y el enriquecimiento económico en nuestras vidas.

Indiscutiblemente, nuestro Señor Jesucristo, el más grande predicador de todos los tiempos, fue también el más pobre y el más humilde. Nunca usó su poder para beneficio propio. Vino “para servir, y para dar”.

Su vida fue el ejemplo perfecto de lo que él mismo predicó: que “más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).

 

 

 

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