Génesis (#812)

Leyendo día a día en Génesis

Martin Horlock, Gales
Day by Day through the Old Testament
Precious Seed Publications, Reino Unido

Introducción

Título. El título en español se deriva de aquel en la Versión de los Setenta, la Septuaginta. En la Biblia en hebreo es más bien la primera palabra del libro, En el principio.

Autor. La Biblia no atribuye el Génesis directamente a Moisés. No obstante, los judíos siempre lo han considerado como el primero de los cinco libros mosaicos y no hay por qué contradecir este criterio. Aparentemente Moisés se valió de fuentes existentes, enlazando una serie de documentos existentes para presentar un relato aproximadamente cronológico; véase “estos son los orígenes”, o una expresión equivalente*. El uso de este material de ninguna manera invalida la inspiración del libro. Otro caso es el comentario en Lucas 1.1 al 4.

* 2.4, 5.1, 6.9, 10.1, 11.10, 27, 25.12, 19, 36.1 (también v. 9) y 37.2

Contenido y división. Génesis representa la primera sección de una narración histórica que se extiende hasta 2 Reyes capítulo 25. Es el libro de los orígenes y, en lo que se refiere a su contenido, puede ser dividido en dos partes desiguales: el período primigenio, 1.1 al 11.26, y el período patriarcal, 11.27 al 50.26.

El período primigenio trata del origen de las cosas que son universales; el universo físico, el reino de la flora y el de la fauna, la humanidad, el pecado, la muerte, la civilización, las naciones y los diversos idiomas. Los hitos, o piedras millares, de esta sección son la creación, el pecado de Adán, el diluvio y la torre de Babel. Estos capítulos han sido objeto especial de incredulidad y escepticismo, y por esto es significativo que se alude a cada uno de los capítulos en alguna parte del Nuevo Testamento y que cada escritor en éste menciona por lo menos un detalle tratado en Génesis 1 al 11.

El período patriarcal trata de la historia de una sola familia como explicación del origen de la nación de Israel. Abunda en referencias al pacto de Dios con Abraham tocante a su simiente, la tierra y, a la postre, la bendición de todas las naciones de la tierra. Este pacto fue confirmado a Isaac y a Jacob.

Génesis enfatiza de manera especial temas como la elección divina (compárese Romanos 9.7 al 12) y la providencia* . Nos proporciona varios “tipos” (figuras, ilustraciones de verdades bíblicas); “reinó la muerte desde Adán hasta Moisés”, Romanos 5.14; “dejará el hombre a su padre y a su madre”, Efesios 5.31,32. Señala también el medio de salvación por fe en Cristo, 3.15 (… la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar) y 15.6 (Abram creyó a Jehová, y le fue contado por justicia).

* Génesis 12.17, 20.6, 31.24, 35.5, 45.5 al 7 y 50.20

1.1 al 2.3
Creación

El título de la Deidad empleado a lo largo de esta sección inicial de la Biblia es “Dios”, Elohim en hebreo, cuya raíz tiene el sentido de poder. Efectivamente, la creación fue una obra de poder inmenso, divino y soberano, desplegado mayormente en la palabra creativa de Dios. Obsérvese el uso recurrente de “dijo Dios”, 1.3,6,11,14,20,24. “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos … Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió”, Salmo 33.6,9.

Toda la obra fue realizada en apenas seis días, Génesis 1.31, Éxodo 20.11. Estos seis días se pueden considerar como compuestos de dos series de tres. La narración distingue claramente entre “los cielos y la tierra” y “todo el ejército de ellos”, 2.1. Los primeros tres días tratan de la formación de “los cielos y la tierra”, y los otros tres de “la hueste” que éstos contienen.

Esto se ve en el siguiente resumen de los acontecimientos:

  • El primer día vio la creación inicial de los cielos y la tierra y el origen de la luz,
    y el cuarto vio la creación de “lumbreras” en los cielos, a saber, el sol, la luna
    y las estrellas.
  • El segundo día vio la formación de un firmamento con aguas arriba y abajo,
    y el quinto vio la creación de aves “que vuelen sobra la tierra” y peces, etc. “que las aguas produjeron”.
  • El tercer día vio la formación de tierra seca y los comienzos de la vegetación,
    y el sexto vio la creación de animales y del hombre y la mujer, para poblar la tierra seca.

¡Cuán favorecido es el ser humano! Fue formado de último, cual pináculo y clímax del logro creativo de Dios. Es rey de la tierra, 1.26,28, como leemos en Salmo 8.3 al 8. Por cierto, leemos en otra parte que el hombre fue el objeto del consejo divino antes de su creación: “… nos escogió en él antes de la fundación del mundo”, “… el propósito … que nos fue dado en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”, Efesios 1.4, 2 Timoteo 1.9. ¡Hacemos bien en maravillarnos del plan para salvar al hombre pecaminoso que fue trazado antes de que!

Para dar efecto a esta salvación, fue necesario que se humanara Aquel que hizo todas las cosas. Aquel Verbo fue hecho carne, Juan 1.3,14. Fue una evidencia de su poder en creación que el hombre haya sido hecho a la imagen del Creador, 1.26; pero fue una evidencia de su gracia condescendiente que el Creador haya sido hecho “semejante a los hombres”, Filipenses 2.7.

Para una declaración clara del propósito de Dios al crear, no debemos buscar en el primer libro de la Biblia, sino en el último. “Todas las cosas” fueron creadas según el beneplácito suyo; “por tu voluntad existen y fueron creadas”, Apocalipsis 4.11. Que nuestras vidas se ajusten a esa misma voluntad.

2.18 al 25
Cuerpo y esposa

En por lo menos dos maneras Eva puede ser vista como un tipo de la Iglesia.

En un sentido ella era parte del cuerpo de Adán. Él la describió como “hueso de mis huesos y carne de mi carne”, 2.23. Relacionando este versículo con los creyentes, el apóstol Pablo escribió en Efesios 5.30: “Somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos”. Claramente la unión entre Cristo y la Iglesia es tan real que el lenguaje de Adán tocante a Eva puede ser aplicada a ella.

Dios tenía la Iglesia en mente al formar a Eva, quien fue única en su origen. Adán y los animales fueron tomados del polvo, 2.19, 3.19, pero ella no. Ella llegó a existir como consecuencia del profundo sueño de Adán, un cuadro elocuente de la muerte en un mundo donde no la había. De manera parecida, es por Cristo que la Iglesia existe. Eva derivó su vida física de Adán y nosotros debemos nuestra vida espiritual al Señor. Sin embargo, el papel del primer Adán fue pasivo, 2.21, pero el postrer Adán se dio voluntariamente.

Eva era también la esposa de Adán. Génesis 2.10, 20 enfatizan que el hombre no podía tener comunión con el reino animal (expresado en las diversas criaturas vivientes), aun cuando ejercía autoridad sobre él. El hombre no encontró allí una ayuda idónea. Los animales habían sido hechos macho y hembra, y sólo al hombre le faltaba compañera.

De lo hecho hasta allí, Dios pronunció que era “bueno”, pero reconoció que el estado de Adán “no es bueno”, 2.18. Fue sólo una vez que se había encontrado para él una ayuda al estilo suyo que Dios podía decir que “todo” lo que había hecho “era bueno en gran manera”, 1.31.

La Iglesia que es su cuerpo, es la plenitud, o el complemento, de “Aquel que llena todo en todo”, Efesios 1.23. Con reverencia podemos decir que, sin la Iglesia, el Señor no hubiera estado más completo en la gloria de su resurrección que Adán hubiera sido sin Eva. Ella fue bienaventurada a causa de Adán; cual esposa suya, ella participó en su dominio sobre la tierra, 1.28.

Todas las bendiciones nuestras están “en Cristo”, Efesios 1.3; ¡Él no reinará solo! Pero no esperamos tanto su reino, sino a Él mismo. El Espíritu y la Esposa dicen, “Ven”, Apocalipsis 22.17. Alabemos al Señor por su gracia incomparable que nos ha hecho parte de su cuerpo y de su esposa.

2.16,17, 3.1,6
La astucia del diablo

Las palabras de la serpiente hacen ver que sabía de antemano cuáles eran las condiciones precisas de la prohibición divina. Encontramos que supo citar las mismas palabras que Dios había usado: “todo árbol del huerto”, 2.16, 3.1; “ciertamente morirás”, 2.17, 3.4; “el día que de él comieres”, 2.17, 3.5.

Se ve, entonces, que preguntó a Eva si Dios había dicho algo que él ya sabía que Dios no había dicho, 3.1. Satanás ¾la serpiente antigua, como se llama en Apocalipsis 12.9¾ reconoció que era bastante inevitable que ella le diera una respuesta negativa, pero estaba razonablemente confiado de que, al hacerlo, ella haría mención de la prohibición que Dios había impuesto.

Es que él quería que Eva le contara del fruto que Dios les había prohibido a Adán y a ella. De esta manera impulsó a fijar su mente en lo que Dios no había concedido, y así fueron sembradas las primeras semillas de duda en cuanto a la bondad divina.

Trágicamente, la respuesta de Eva dejó entrever indicios claros de la eficacia de la estrategia del diablo. Al describir la provisión hecha por Dios, ella dejó afuera la mención de “todo” fruto, 2.16, 3.2, y de esta manera subestimó la bondad suya. A la vez, agregó, sin razón alguna, las palabras, “ni le tocaréis”, 3.3, y de esta manera exageró la limitación existente.

Satanás fue presto a sacar pleno provecho de la sospecha de la mujer que tal vez Dios no había sido tan generoso como ha podido ser. Con esto, él negó la honestidad de Dios, v. 4, y su bondad, v. 5.

Y, como ha sido el caso tantas veces desde aquella ocasión, la doctrina del diablo fue una mezcla de verdad y error. Primeramente, negó de plano lo que Dios había dicho, v. 4. En esto mintió. Luego ofreció otro motivo por haber puesto Dios la restricción, atribuyendo atrevidamente a Dios precisamente el afán de beneficiarse a sí mismo que había conducido a su propia caída, v.5.

Sin embargo, hubo cierta verdad en su afirmación que los ojos de la mujer serían abiertos,
v. 7, y que ella sería como Dios al saber el bien y el mal, vv 7, 22. Lo que Eva “vio” parecía sólo reforzar el argumento de Satanás, y ella tomó el fruto y lo comió, v. 6, permitiéndose ser guiada por la apariencia en vez de la palabra de Dios.

Satanás puede acusar a Dios ante usted de no buscar lo mejor para usted. Diríjale a la misma Persona y al mismo lugar donde Dios lo dirige cuando Satanás lo acusa a usted ante él — al Señor Jesús y a la cruz.

3.7 al 24
La simiente de la mujer

La serpiente había triunfado; el hombre había pecado. Pero a horas de la victoria satánica, Dios definió las circunstancias y la certeza de su derrota a la postre, v. 15. La frase “la Simiente de la mujer” enfatiza que esta conquista final sería realizada por Uno que procedería de la raza humana. ¡Cuán plena y gloriosamente el Salvador ha rescatado para el hombre lo que Adán perdió!

En un huerto el primer hombre fue responsable por una decisión que era en esencia: “No la voluntad tuya, sino la mía sea hecha”. Esta decisión fue llevada a la práctica por un acto de desobediencia, realizado ante un árbol, con consecuencias infelices de largo alcance para todos los que procedan de su linaje.

Este acto:

  • dio lugar al alejamiento del hombre de Dios; Él “echó fuera al hombre”, v. 24.
  • le hizo al hombre perder su acceso al árbol de la vida, vv 22, 24
  • hizo separación entre la naturaleza y el hombre. Este último hubiera gozado de satisfacción en su actividad y ocupación si no hubiera caído, 2.15.
    Pero, como consecuencia del pecado, tuvo que labrar la tierra con su abundancia de espinos y cardos, hasta que la misma tierra le consumió a él, 3.17 al 19, 23.
  • introdujo en el vocabulario humano términos como la muerte, el dolor y la maldición, 2.17, 3.16,17.

En un huerto “el segundo hombre”, el Señor Jesús, optó por “no mi voluntad, sino la tuya sea hecha”, Juan 18.1, 1 Corintios 15.47, Lucas 22.42. Esta determinación fue expresada en un acto, sobre un árbol, y ha tenido las consecuencias más felices y de mayor alcance para todos los que son del linaje suyo, Romanos 5.19, 1 Pedro 2.24.

El Señor:

  • nos ha llevado a Dios, 1 Pedro 3.18
  • ha ganado para nosotros acceso al árbol de la vida, Apocalipsis 22.14;
    compárese el 2.7
  • va a liberar la creación misma de su actual servidumbre a la corrupción y decadencia. Ella está destinada a entrar en la libertad que acompañará a glorificación del pueblo de Dios, Romanos 8.20 al 22. Véase Isaías 11.6 al 9, 35.1,2
  • va a quitar del vocabulario humano palabras como la muerte, la tristeza
    y la maldición.

Ya no habrá muerte”, Apocalipsis 21.4, 22.3. ¡Día feliz!

La Simiente de la mujer padeció la herida de su “calcañar” en el Gólgota. A Dios la gloria,
y de él la bendición.

 

4.1 al 16, 25,26
Caín y Abel

Todos nuestros pecados pueden ser clasificados como directamente contra Dios o contra nuestros prójimos. El pecado de Adán fue uno cometido contra Dios, pero el de Caín fue contra su hermano.

Aparentemente Eva puso nombre a su hijo con la idea de que él sería la simiente que iba a herir la serpiente en la cabeza, 4.1. ¡Cuán equivocada estaba! Lejos de ser conquistador de Satanás, Caín “era del maligno”,1 Juan 3.12.

El Señor describió al diablo como homicida y mentiroso, Juan 8.44. Caín era ambos. Eva era “madre de todos los vivientes”, 3.20, pero su primogénito quitó una vida. ¡El primero en nacer resultó ser homicida! Y, en cuanto a su padre, Adán respondió rectamente en el 3.12 cuando Dios le confrontó con su pecado (aunque sí es cierto que intentó excusarse). Caín, en cambio, añadió mentira a su homicidio, 4.9.

En un sentido especial, entonces, Caín participó del carácter del diablo. Echemos de nosotros toda malicia y todo engaño, Efesios 4.25,31, conscientes de su origen satánico.

Dios es justo, y aun Caín tuvo que reconocerlo. Declaró que su castigo era más de lo que podía llevar, 4.13. ¡No podía decir que era más de lo que merecía!

Abel era varón al estilo de Dios. Él era justo, Hebreos 11.4; sus obras eran justas,
1 Juan 3.12; su sangre era justa, Mateo 23.35. Caín pudo silenciar la voz de este santo, ¡pero no la de su sangre! Dios oía que su sangre clamaba desde la tierra, 4.10. “¡Oh tierra! no cubras mi sangre, y no haya lugar para mi clamor”, Job 16.18. Ella clamaba por venganza y fue la causa del desespero de Caín, 4.13, y de su alejamiento de la presencia divina, 4.16.

A Dios la gloria, la sangre de Jesús, cual mediador del nuevo pacto, “habla mejor que la de Abel”, Hebreos 12.24. Una de las condiciones del nuevo pacto es que “nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”, 10.17. La sangre de Cristo clama por perdón, “es derramada para remisión de pecados”, Mateo 26.28. Ella nos llena de esperanza, ya que tenemos libertad para entrar en el Lugar Santísimo “por la sangre de Jesucristo”, Hebreos 10.19.

En un intento de impedir el cumplimiento de la palabra de Dios, la serpiente atacó a la primera mujer, 3.15, corrompiendo a su primer hijo y matando al segundo. Pero Dios levantó a Set, sustituyendo otro hijo para Eva “en lugar de Abel, a quien mató Caín”, 4.25.

4.17 al 24, 5.1 al 6, 21 al 24
El séptimo de Adán

Adán tenía muchos hijos, 5.4, pero la Biblia anota los descendientes de solamente dos de ellos, a saber, Caín en 4.17 et seq y Set en 5.6 et seq. Resultó que la séptima generación de ambas líneas produjo hombres sobresalientes. Lamec, 4.19 al 24, se conoce por su impiedad, y Enoc, 5.21 al 24, por su piedad.

Lamec fue el primer bígamo, desafiando el orden divino que fue dado “al principio”, 2.24, Mateo 19.4 al 8. Fue a sus esposas que se jactó de la manera que había aniquilado a un joven en represalia por una mera herida, 4.23. Lamec manifestó el afán por derramar sangre que se vio primeramente en Caín. Dios ya había prometido venganza séptupla sobre cualquiera que matara a Caín, v. 15, pero Lamec amenazó arrogantemente que en el caso suyo la retribución sería setenta veces esto, v. 24. Dijo, en efecto, “para mí no es hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.

Esto contrasta con la enseñanza del Señor Jesús sobre la reacción de su pueblo ante aquellos que pecan en su contra. El ofensor ha de ser perdonado. No hasta siete veces, dijo, sino hasta setenta veces siete, Mateo 18.22. Contrario al anhelo del hombre natural por una venganza cuatrocientas noventa veces, el Señor presenta el deber del hombre espiritual de perdonar cuatrocientas noventa veces.

A lo largo del capítulo 5 se emplean dos palabras en relación con casi todo hombre mencionado; a saber, engendró y murió. Sin embargo, hay dos excepciones. Se habla de un hombre, Adán, que murió sin haber nacido, v. 5, y a uno, Enoc, que nació pero nunca murió, vv 21 al 24.

Enoc es uno de dos hombres que dejaron este mundo sin pasar por la muerte, 5.24, Hebreos 11.5, 2 Reyes 2.11. (El vocablo hebreo para llevar / quitar, 5.24, se emplea para Elías también en 2 Reyes 2.3: “Jehová quitará hoy a tu señor”).

El mismo privilegio espera a los que “habremos quedado hasta la venida del Señor”,
1 Tesalonicenses 4.15. Enoc profetizó acerca del segundo advenimiento de Cristo, Judas 14, cuando otros dos hombres dejarán este mundo sin morir, Apocalipsis 19.20, ¡pero el destino de aquellos no será la presencia de Dios sino el lago de fuego!

Fue la fe que habilitó a Enoc para caminar con Dios y así agradarle, Hebreos 11.6. Considérese Miqueas 6.8, “… qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”.

6.5 al 14, 7.1, 8.1 al 5
Noé y el arca

Enoc y Noé son los únicos de quienes las Escrituras dicen que “caminó con Dios”, 5.22, 6.9. Enoc “profetizó” acerca del juicio divino que caería sobre los “impíos” en el segundo advenimiento de Cristo, Judas 14. Noé “pregonó” sobre el juicio divino que caería sobre los “impíos” en la forma de un gran diluvio, 2 Pedro 2.5. Por cuanto el diluvio alcanzó a mucha gente que no estaba preparada en aquel día, es una ilustración apropiada de la venida del Hijo del Hombre, Mateo 24.38,39.

Noé era un hombre sobresaliente. Aparte de su familia inmediata, fue solitario en su testimonio para Dios. La sociedad en derredor era de un todo corrupta y violenta, 6.11 al 13. Pero Dios vio que él era “justo” en su generación, 7.1. Noé ha podido decir acertadamente lo que Elías dijo equivocadamente, “sólo yo he quedado”, 1 Reyes 19.10, ¡porque para él no había siete mil escondidos!

El pecado había hecho desastres. Antes, “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno”, 1.31, pero ahora, “miró Dios la tierra, y he aquí estaba corrompida”, 6.12. Seguramente las presiones morales eran enormes, pero él se destacó como diferente. En contraste con, por ejemplo, la desobediencia tan evidente, 1 Pedro 3.20, leemos cuatro veces que hizo conforme Dios le mandó, 6.22, 7.5,9,16. Su ejemplo prueba que es posible vivir una vida intachable en una sociedad impía. Pablo escribió de “una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares”, Filipenses 2.15.

El arca en medio de las aguas proporciona un tipo del bautismo cristiano, 1 Pedro 3.20,21. El bautismo es, desde luego, nuestra identificación con el Señor Jesucristo en su muerte y resurrección. Quizás sea apropiado que el arca aparentemente tocó tierra seca en el mismo día del año, 8.4, en que nuestro Señor resucitó de los muertos.

El mundo antes del diluvio, con su impiedad, representa nuestra manera de vivir antes de convertidos, y la tierra limpiada representa nuestra vida nueva en Cristo. El diluvio separó a Noé de un todo del mundo de antes, ya que fue destruido todo lo que él conocía de aquello, 7.23. Si somos muertos, sepultados y resucitados con Cristo, busquemos las cosas de arriba, al decir de Colosenses 2.12, 3.1.

8:20 al 22, 9.18 al 29
Un pecado cubierto

Pronto Noé hizo ver que el diluvio no había cambiado ni mejorado su naturaleza adánica. La primera cosa que se dice de él después del relato del pacto que Dios hizo en gracia es el incidente de su borrachera, 9.20, 21. Su triste caída sólo sirvió para confirmar la evaluación divina de que los pensamientos del corazón humano eran malos por naturaleza, 8.21, 6.5.

Con todo y que Noé haya levantado un altar en tierra limpia y ofrecido sacrificios limpios, 8.20, su corazón llevaba consigo allí adentro el principio impío del pecado. La gravedad que Dios asigna a la embriaguez puede ser apreciada en Gálatas 5.19 al 21, donde está incluida, junto con los pecados más vergonzosos y denigrantes, entre las obras de la carne.

La embriaguez de Noé fue el primer pecado en su vida que ha sido registrado, ¡y tuvo lugar al haber él andado con Dios por unos seiscientos años! Aprendamos nosotros de esto que, no importa cuánto uno haya avanzado en la experiencia espiritual, siempre cabe la posibilidad de un desliz. “El que piensa estar firme, mire que no caiga”, 1 Corintios 10.12.

El pecado de Noé se asemejó al de Adán en que ambos cayeron como consecuencia de participar del fruto de un árbol. El pecado de Adán condujo a su reconocimiento de estar desnudo, y el de Noé hizo que estuviera inconsciente de que era desnudo. Pero su hijo, Cam, vio lo que el estupor escondió de sus propios ojos.

Lamentablemente, Cam no sólo dejó de cubrir la desnudez de su padre, sino que fue al extremo de llamar la atención de sus hermanos a la condición que había visto. En contraste, Sem y Jafet cubrieron discretamente a su progenitor.

¿Cómo reaccionamos nosotros ante el descubrimiento de pecado en nuestros hermanos? ¿Nos agrada dar publicidad a sus fallas? El Antiguo y el Nuevo Testamento se unen en proclamar que el amor cubre una multitud de pecados, Proverbios 10.12, 1 Pedro 4.8. José se cuidó de decirle a los egipcios que sus propios hermanos eran los responsables por sus aflicciones, Génesis 40.15, 46.31,32. En una situación de la misma índole, David recibió la noticia de la muerte de Saúl con el ruego que no fuese anunciada en Gat ni publicada en las calles de Ascalón, 2 Samuel 1.20.

Es nuestro deber procurar la restauración de un hermano que haya sido sorprendido en una falta, Gálatas 6.1. Al hacerlo, debemos “considerarnos” a nosotros mismos, acaso seamos tentados, ya que ninguno de nosotros es inmune a la posibilidad de pecar. Cuán sabio, entonces, fue el proceder de Sem y Jafet, 9.23. Cam “vio”, pero ellos “no vieron”, 9.22.

11.1 al 9, 11.26 al 12. 3
Hacerse un nombre

Génesis 11 abre con los hombres de Sinar que comenzaron a construir una gran ciudad, y cierra con uno que se negó vivir en una.

Aquellos hombres dejaron a Dios fuera de sus planes, vv 3 y 4, pero Abraham estaba dispuesto a confiar en Dios para todo, Hebreos 11.8, 9. Al intentar evitar ser esparcidos, resolvieron desobedecer el mandamiento de Dios de multiplicarse “en la tierra”, 9.7, pero Abraham, al dejar Ur, “obedeció” el mandamiento de Dios, Hebreos 11.8.

Como consecuencia de estas iniciativas ellos trajeron el juicio de Dios sobre sí, mientras que Abraham ganó para sí la bendición de Dios, 12.2. La ciudad de aquellos hombres fue la “que edificaban los hijos de los hombres”, 11.5, pero la que le interesaba a Abraham tenía a Dios por “arquitecto y constructor”, Hebreos 11.10. La primera nunca fue terminada, ya que “dejaron de edificar la ciudad”, 11.8, pero para Abraham y otros, Dios “les ha preparado una ciudad”, Hebreos 11.16. Los del Génesis querían engrandecer su propio nombre, 11.4, pero Abraham recibió de Dios la promesa que Él engrandecería el suyo, 12.2.

Vamos a vincular tres retos descarados a la autoridad divina en el Antiguo Testamento. (i) Lucero afirmó en su ambición, “Levantaré mi trono”, Isaías 14.13. (ii) Los hombres de Sinar propusieron hacerse nombre, Génesis 11.4. (iii) Acab y Jezabel intentaron obligar que cada rodilla en Israel se doblara ante Baal, 1 Reyes 16.31 al 33, 18.4, 19.18.

Cada iniciativa fracasó. Lucero será “derribado hasta el Seol”, Isaías 14.15. El único nombre que los señores de Sinar obtuvieron para sí fue el de Babel, a saber, “confusión”, 11.9. Dios reservó para sí siete mil hombres en Israel, cuyas rodillas jamás se doblaron ante Baal,
1 Reyes 19.18.

El apóstol Pablo nos dirige a Otro, Filipenses 2.9,10. “Dios también (i) le exaltó hasta lo sumo, y (ii) le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que (iii) en el nombre de Jesús se doble toda rodilla”. Satanás no será exaltado en nada, ¡pero el Señor está exaltado hasta lo sumo!

Los hombres de Sinar cuentan con sólo un nombre que les debe dar vergüenza, ¡pero Él tiene uno por encima de todos! Los siete mil no se doblaron ante Baal, ¡pero ante el Señor se doblará toda rodilla! Tengamos presente que estos honores han sido concedidos a Uno quien, por bien de “otros”, tomó una serie de pasos descendientes; de la forma de Dios Él llegó a la muerte de cruz, Filipenses 2.5 al 8.

12.1 al 9
La tienda y el altar

Abraham era hombre de gran fe y por esto no nos sorprende que se dice más acerca de él en Hebreos 11 que de cualquier otro. Sus hazañas espirituales se resumen en tres declaraciones: “Por la fe Abraham … salió”, v. 8; “Por la fe moraba”, v. 9; y, “Por la fe … ofreció”, v. 17.

La vida de fe de este varón comenzó cuando “el Dios de gloria” se le apareció y le mandó a dejar su ambiente idolátrico, Hechos 7.2,3. Josué 24.2 trae a la memoria que, “Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río … y servían a dioses extranjeros”.

Abraham era oriundo de Ur (a saber, luz) de los caldeos, 11.31, 15.7. El templo mayor de Ur se conocía como “la casa de gran luz” y su deidad principal era Nannar, el dios de la luna. ¡Pero para Abraham “el Dios de la gloria” eclipsó de un todo el resplandor y esplendor de Ur, su templo y su dios! En respuesta al llamamiento divino, Abram cambió su villa en Ur por una tienda de piel de cabra, y el templo admirable de Nannar por altares sencillos para Dios.

Las dos expresiones que caracterizan la vida de Abraham son “plantó su tienda” y “construyó un altar”, 12.8. Por estos testificó que era extranjero en el mundo, 23.4, y adorador del Dios verdadero. “… confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra”, Hebreos 11.13.

Abraham nunca se lamentó de haber dejado las glorias y comodidades de Ur; “… si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver”, Hebreos 11.15. No quiso tener más que ver con Ur, ni con Harán; al siervo diría, “Guárdate que no vuelvas a mi hijo allá”, 24.6. Él buscaba una ciudad mejor, Hebreos 11.10 al 16.

Nosotros poseemos la revelación plena del Dios de la gloria, conocido a nosotros como el Padre de gloria, el Señor de gloria y el glorioso Espíritu de Dios, Efesios 1.17, 1 Corintios 2.8 y 1 Pedro 4.14.

Así como Abraham, hemos sido escogidos y llamados:

  • el Dios que escogiste a Abram, y lo sacaste
  • y le pusiste el nombre, Nehemías 9.7
  • nos escogió en él antes de la fundación del mundo, Efesios 1.4
  • Abraham, siendo llamado, Hebreos 11.8
  • vosotros sois linaje escogido, 1 Pedro 2.9

También somos extranjeros y peregrinos, 1 Pedro 2.11, y adoradores del Dios vivo, calificados para ofrecer sacrificios espirituales, 2.5. Así como Abram, tenemos un altar, Hebreos 13.10, pero buscamos una patria, 11.4. No debemos estar pensando en aquella de donde salimos, al hablar de Hebreos 11.15, sino renunciar a todo aquello que pertenecía a nuestros días de inconversos, Efesios 4.22, 1 Pedro 4.3.

Habiendo puesto la mano en el arado, no miremos atrás, Lucas 9.62. ¡El hijo pródigo, una vez restaurado, nunca quiso saber más de aquellos cerdos! Abraham salió, y no quería volver.

12.10 al 17
Cuando la fe falló

Más adelante Dios le señaló a Abraham una diferencia muy importante entre Egipto y Canaán, Deuteronomio 11.10 al 15. La fertilidad de la tierra de Canaán dependía mayormente de la lluvia que caía por regla general en dos períodos del año. La tierra de Egipto, sin embargo, no tenía una marcada necesidad de lluvia debido a su buen sistema de riego, el cual dependía de vastos embalses que se llenaban en la creciente anual del río Nilo. (“El Nilo es mío, y yo lo hice”, dice Jehová en Ezequiel 29.9,10).

Por lo tanto, era natural que Abram mirara a Egipto cuando las lluvias faltaron y Canaán sufrió hambre. ¡Pero los recursos de Abraham no eran solamente naturales! “La tierra” en la cual había gran hambre, 12.10, era la misma “tierra” a la cual Dios le había llamado, vv 1 al 4. Aseguradamente el lugar señalado por Dios sería el lugar abastecido por Dios.

Pero Abraham no estaba a la altura de la prueba, y actuó conforme con su propio criterio. Bajó a Egipto. Un paso en falso condujo a otro, y la preocupación por su sustento dio lugar a una preocupación por su seguridad, 12.11 al 13. Pero Dios le había prometido a Abram tanto una tierra como una simiente, y en virtud de esa promesa él no ha debido temer por su vida.

Sus palabras, “eres mi hermana”, 12.13, encerraban un elemento de verdad, 20.12, pero claramente fueron dichas con el fin de engañar. Las verdades a medias no son verdades; la norma divina es siempre la de “hablar cada uno verdad a su prójimo”, Efesios 4.25. Al jugar el papel de tentador, Abram involucró a su esposa en su propio pecado. Irónicamente, las mismas precauciones que tomó abrieron la puerta para que Faraón actuara como lo hizo.

Los planes de Abram lo dejaron muy mal parado. Sarai no podía ser rescatada del harén de Faraón, 12.15, ya que ningún guardaespaldas podía esperar penetrar aquello. Ahora las circunstancias estaban de un todo fuera del control de Abram. El patriarca estaba verda-deramente impotente, ¡pero para su gran alivio aprendió que Dios no lo estaba!

Jehová afligió a Faraón para que soltara a la mujer, así como haría en una ocasión posterior a otro faraón para que soltara a los descendientes de Abraham, Éxodo 2.24 y capítulos 7 al 12. Cuántas veces interviene Él para salvarnos de las consecuencias de nuestros planes e iniciativas.

12.18 al 13. 4
El alejamiento saneado

Si Abram y Sarai hubieran sido una pareja mundana, habrían sentido, sin duda alguna, cierta satisfacción propia al subir de Egipto, 13.1. Según criterios humanos, todo había resultado muy bien. Habían escapado los efectos del hambre en Canaán, 12.10; habían aumentado bastante su hacienda, 12.16; y ambos salieron ilesos del percance para estar juntos de nuevo.

¿Pero cómo reaccionaron? Estaban destinados a ser testigos para Dios; a través de ellos todas las familias de la tierra serían bendecidas, como leemos en el 12.3. Pero en cuanto a los egipcios su testimonio había sido nulo. En la benévola providencia divina ellos habían sido guardados de muchas de las consecuencias de su propia necedad, pero no de una reprimenda muy merecida y humillante de parte de Faraón, 12.18 al 20.

Faraón y los suyos sentían que ya no podían confiar en el patriarca, ni respetarlo. Lo despacharon, 12.20. El escritor en Hebreos incluyó a Abram y Sarai entre aquellos “de los cuales el mundo no era digno”, 11.38, ¡pero al final de Génesis 12 ellos no eran considerados dignos del mundo!

El Espíritu de Dios revela algo del verdadero sentir de Abram al enfatizar la ruta que él escogió, vv 3 y 4. Fue directamente “hasta el lugar donde había estado antes su tienda”, el “lugar del altar que había hecho allí antes”. Parece evidente que al hacer esto Abram estaba reconociendo que su temporada en Egipto fue un triste error. Ha debido reconocer ahora que si Dios había podido protegerle y proveer lo necesario para él y Sarai en Egipto, ¡ciertamente hubiera sido capaz de hacerlo en la tierra de promisión!

Sabiamente, él volvió a donde había cometido su primer error. La senda del arrepentimiento y la contrición es la única vía a una plena restauración. La promesa de Dios a una Israel errabunda es que dará “el valle de Acor por puerta de esperanza”. O sea, ella debe ser devuelta, en su corazón al menos, al lugar de su primer pecado cometido en la tierra, el de Acán, Josué 7.26. De esto trata Oseas 2.15 al 23.

El creyente descarriado debe siempre trazar su alejamiento, o enfriamiento, a su fuente y juzgarlo allí. El mensaje del Señor a la enfriada iglesia de Éfeso fue: “arrepiéntete y haz las primeras obras”, Apocalipsis 2.15. Sus exigencias no han sido modificadas.

13.5 al 18
Confianza en Dios

La experiencia reciente le había enseñado a Abraham que no convenía confiar en sí mismo. Dios le había hecho ver que Él podía atender mejor que Abram las necesidades materiales y su bienestar físico, y no pasó mucho tiempo hasta que el patriarca fue probado de nuevo en este mismo asunto.

Los bienes acumulados en Egipto fueron el origen de otro problema, 13.6, 7. Aparentemente los roces entre pastores era algo común debido a las limitaciones de espacio y recursos, como se ve también en el 26.20, pero era inaceptable una riña entre los de Abram y los de Lot. Eran “hermanos”, 13.8. La mención de la presencia de los amalecitas enfatiza cuán triste y humillante es cuando “hermanos” luchan entre sí delante de inconversos. Abram consideró mejor distanciarse físicamente que afectivamente, y propuso una división geográfica, vv 9, 10.

Él tenía varias razones para una primera opción al territorio. Era el mayor, cabeza de la familia y líder del clan, y fue a él que Dios había prometido la totalidad de la tierra. Pero había aprendido en el capítulo 12 que podía confiar en Dios para todas sus necesidades materiales. Por cuanto tenía fe en Él, podía darse el lujo de ofrecer a Lot la elección incondicional de dónde ubicarse.

No obstante el derecho preferencial de Abram, Lot aceptó su oferta y, no obstante el carácter de la gente de aquella zona, 13.13, “fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma”. La atracción de Sodoma tal vez consistía en su sociedad opulenta con abundancia de comodidad y prosperidad material. “He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso”, Ezequiel 16.49.

Obsérvese la progresión en los vv 10 al 12: él “vio toda la llanura”, “escogió … la llanura” y “acampó en la tierra”. La vista condujo al deseo, el cual a su vez dio lugar a la acción. Compárese Josué 7.21, donde Acán dice que vio el tesoro ajeno, codició y tomó. Y también
2 Samuel 11.2 al 4, donde David vio, preguntó y tomó la mujer. ¡Cuidado, pues, con los deseos de los ojos!

Pero si “alzó Lot sus ojos”, el Señor invitó a Abram a alzar los suyos, 13.14. ¡Éste no iba a ser el perdedor por haber dejado todo en manos de Dios! Lot se había marchado hacia el este, pero a Abram se le prometió todo lo que podía ver hacia los cuatro puntos cardinales, y se le animó a pasear por la tierra como conquistador, 13.17. La fe debería tomar la tierra para sí.

Ahora Abram estaba dispuesto a confiar sólo en Dios para atender sus necesidades, pero pronto esa fe sería probada de nuevo.

capítulo 14
Preparado de antemano

Abram reaccionó bien ante la situación difícil de Lot. No respondió como muchos hubieran hecho: “Se lo merece; no ha debido llegar a Sodoma”. Se apresuró a rescatar a Lot, quien era “hijo del hermano de Abram”, 14.12, pero en la hora de apuro está descrito como su “pariente”, 14.14, 16. Y cuando “alguno” de los nuestros es tomado en una falta debemos restaurarle, Gálatas 6.1.

Abram triunfó gloriosamente sobre el ejército de Quedorlaomer y los reyes confederados, vv 15 y 17. La victoria de ellos sobre las tres tribus de gigantes, 14.5, y sobre el rey de Sodoma y sus cuatro aliados, 14.10, nos da una idea del tamaño y la fuerza de su ejército.

Pero le quedaba a Abram otro rey a quien conquistar. ¡Era Save, rey de Sodoma! Éste “salió a recibirle” con una propuesta muy atractiva, v. 21. En algunos aspectos Save representaba un peligro mayor que el de Quedoloamer. Para derrotar a este último se precisaba de una victoria militar, pero para derrotar a Save haría falta una espiritual.

“Tomaron” a Lot, v. 12, de manera que Save tendría algo que negociar. Habiendo enfrentado al león, ahora Abram tendría que enfrentar a la serpiente. Pero de esto él no sabía nada en su regreso de Dan. Felizmente para él, su Dios estaba de un todo al tanto de la tentación que estaba por delante e iba a prepararle para ella por medio del ministerio de Melquisedec.

El rey-sacerdote se refirió al Dios Altísimo como (i) poseedor del cielo y la tierra y (ii) el que libertó a Abram de la mano de sus enemigos, vv 19, 20. Este mensaje doble preparó a Abram para rechazar la oferta tentadora de Save. Si el Dios de Abram poseía el cielo y la tierra, entonces no tenía necesidad de los bienes de Sodoma, y si Dios era responsable por su triunfo, ¡entonces no correspondía a Abram tenerlos!

Los títulos divinos que Abram empleó al hablar con Save demuestran que se había aprove-chado de estas palabras de Melquisedec. Confiado de que Dios podía suplir su necesidad material, él no permitiría que se dijera que necesitaba algo del rey de Sodoma, vv 22, 23.

Pronto vio su decisión vindicada. Dios se reveló a Abram como su escudo y gran galardón, 15.1. Con semejante escudo no tendría por qué temer a hombres como Quedorlaomer, y con semejante galardón no tendría que aceptar el patrocinio de personas del estilo del rey de Sodoma.

17.1 al 8, 18.9 al 15
¿Difícil para Dios?

La risa de incredulidad de parte de Sara dio lugar a una de las grandes preguntas retóricas de las Escrituras: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” 18.12. De que no hay nada difícil para Dios es no sólo la gran afirmación de la sección histórica del Antiguo Testamento, sino también de las poéticas y las proféticas:

 

 

  • Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti,
    Job 42.2.
  • He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí? Jeremías 32.27.

La misma verdad gloriosa se expresa explícitamente en el Nuevo Testamento:

  • Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible,
    Mateo 19.23 al 25.
  • Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa;
    mas no lo que yo quiero, sino lo que tú, Marcos 14.36.
  • Nada hay imposible para Dios, Lucas 1.37.

Para el Señor lo único imposible es aquello que es contrario a su naturaleza. Por esto, Abraham contaba con por lo menos dos razones para creer las promesas divinas: (i) su Dios era omnipotente, (ii) “es imposible que Dios mienta”, Hebreos 6.18. En el caso de Abraham, Dios mismo se había comprometido por medio de un pacto, 15.18.

Obsérvense series de siete determinaciones del Dios Todopoderoso:

  • En 17.1 al 8 Él ratificó su pacto: pondré, multiplicaré, serás, multiplicaré,
    estableceré, daré, serás.
  • En Éxodo 6.2 al 8 hay: sacaré, libraré, redimiré, tomaré, seré, meteré, daré.
  • En 2 Samuel 7.8 al 14: fijaré, plantaré, daré, haré, levantaré, afirmaré, seré.
  • En Jeremías 31.31 al 34: haré, haré, daré, escribiré, seré, perdonaré, no me acordaré.

La esposa de Abraham siempre había sido estéril, pero ahora Sara “había cesado ya la costumbre de las mujeres”, 18.11. Pero Abraham y Sara probaron que no era difícil para Dios darles un hijo, 21.1, ya que podía sacar vida de “la muerte”. 17.17, 18.12. Abraham “no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que ya estaba como muerto”, Romanos 4.19. “Por la fe la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir”, Hebreos 11.12. Tampoco le era difícil establecer que la simiente prometida nacería exactamente a tiempo, 17.21, 18,14, 21.2.

En una ocasión previa Abraham y Sara habían intentado apurar las cosas, 16.1 al 4. Él estuvo dispuesto a compartir su esposa con otros hombres para preservar su propia vida, 12.10 al 16, 20.2, y así también ella a compartir su esposo con otra mujer para asegurarse de un hijo. Pero Dios no precisaba de esquemas humanos para ayudarle a realizar sus propios propósitos. Es significativo que, una vez que Abraham había intentado adelantarse a Dios, le fue dicho: “Anda delante de mí, y sé perfecto”, 17.1.

Abraham descubrió también que no era difícil para Dios tratar el pecado “en extremo” de las ciudades de la llanura, 18.20, 19.24 al 28. Tampoco le era difícil salvar a los suyos, ya que cuando hizo llover azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra, Él “libró al justo Lot”, 2 Pedro 2.6 al 9. En nuestras oraciones, tomemos aliento de las palabras de Jeremías 32.17, “¡Oh Señor Jehová! … ni hay nada que sea difícil para ti”.

22.1 al 12
La fe probada

Nuestra lectura registra la última prueba de Abraham narrada en las Escrituras. Era sin duda la más severa. Cuando Dios le habló, no le dejó duda alguna en cuanto a lo que quería. Todo detalle fue explícito; Dios no dejó ninguna vía de escape. Le dijo a Abraham cuándo debía obedecer. “Ahora;” no en alguna ocasión futura sin especificar, o al contar con más hijos; véase 25.1,2. Le dijo a quién debía llevar consigo: “Tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas”.

Cada palabra entra como una navaja en el corazón del anciano patriarca. Ismael había sido despachado tiempo atrás, 21.14, y era poco probable que Sara daría a luz a más hijos, y de todos modos la promesa y el pacto de Dios centraban en Isaac, 17.19, 21.12. Dios le dijo a Abraham adónde ir, “… a tierra de Moriah … sobre uno de los montes que yo te diré”. (Véase 2 Crónicas 3.1: “Comenzó Salomón a edificar la casa de Jehová en Jerusalén, en el monte Moriah”). Finalmente, le dijo qué debía hacer. “Ofrécelo”. Abraham debía no sólo sacrificar a su hijo, ¡sino reducir su cuerpo a cenizas!

De manera que Abraham sabía cuándo, quién, dónde y qué. Lo único que no le fue divulgado fue “por qué”. No se lo dio dicho alguno de explicación. El hombre ya había comprobado que podía confiar en Dios al no saber el dónde, Hebreos 11.8, y cuando no sabía el cómo, Génesis 15.5,6. ¿Podía confiar ahora al no saber el porqué? Varias veces en el pasado él había planteado interrogantes al Señor al creerlo necesario, 15.2,8, 18.23. Ahora guarda silencio, y con gran fe se somete mansamente a la voluntad del Dios que ama.

Su obediencia fue total. Dios había dicho “ahora”, de manera que Abraham “se levantó muy de mañana”. “Me apresuré y no me retardé en guardar tus mandamientos”, Salmo 119.60. Obsérvese que su obediencia no sólo no tardó, sino que tampoco menguó. Él prosiguió por tres días sin vacilar, 22.4. Dios había dicho “Isaac”, de manera que llevó consigo a Isaac. Jehová nombró Moriah, de manera que “fue al lugar”. Mandó a sacrificar, de manera que “compuso la leña”.

Su confianza en Dios fue total. Creía que tanto él como Isaac iban a volver, v. 5, pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, Hebreos 11.19. El caso fue que no se le exigió dar muerte al hijo, 22.12. Dios no buscaba sacrificio humano sino la entrega de la voluntad humana. La recibió. ¿Y recibe la mía?

24.1 al 27
La dirección divina

En obediencia a la exigencia de Abraham, su siervo había viajado a la ciudad de Nacor, 24.2 al 4, 10. Encontrándose así “en el camino” que su amo había indicado, él precisaba de la dirección divina, “guiándome Jehová en el camino a casa de los hermanos de mi amo”, v. 27. Su oración solicitando dirección fue marcadamente breve y precisa: “Oh Jehová … dame, te ruego, el tener hoy buen encuentro … que sea ésta la que tú has destinado para tu siervo Isaac”. Tenía como trasfondo la confianza de que Él tenía una disposición específica en el asunto y que estaba dispuesto a hacerlo saber.

La elección de una esposa para Isaac fue de importancia capital porque por ella pasaría el linaje escogido. Con todo, debemos llevar en mente que todo matrimonio entre creyentes es importante en la estima de Dios. Cuán alentador es cuando el cristiano joven se da cuenta de que, al ser la voluntad de Dios que él o ella se case, el Señor siempre tiene en mente una persona “destinada”, como fue esta joven.

Tengamos presente que el Espíritu Santo tenía a Rebeca en mente dos capítulos antes de éste que nos ocupa. “Betuel fue el padre de Rebeca”, 22.23. Infunde confianza saber que el Señor tiene el futuro nuestro bajo el control suyo. Que el soltero o la soltera cristiano confíe en Él, buscando la dirección suya.

En las circunstancias, el siervo consideraba que tenía motivos justificados para pedir una señal tangible e indicio de la voluntad de Dios. El requerimiento que definió fue uno muy exigente; no sería poca cosa que una doncella sacara, con un cántaro, agua suficiente para satisfacer diez camellos cansados y sedientos, 24.19,20. Cuando las circunstancias indicaron claramente que Rebeca era la persona que él buscaba, observamos que estaba “maravillado de ella, callando, para saber si Jehová había prosperado su viaje, o no”, 24.21.

No obstante el contentamiento que sentiría al haber recibido, tan de pronto, la posible respuesta a su oración, procedió con una cautela prudente. Todavía tenía que asegurarse de que la joven cumplía la condición que su amo había puesto, a saber, si era de su parentela,
v. 4.

Al no ser así, él tendría que atribuir la llegada y la bondad de Rebeca a una mera coincidencia, y no a la voluntad de Dios. Nosotros tenemos que aprender que las circunstancias de por sí no son una guía infalible de lo que Dios desea para nosotros. Por ejemplo, Jonás 1.3: “Jonás … halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella”. Ni en el matrimonio, ni en otra coyuntura de nuestras vidas, Dios nos conducirá por una senda que sea contraria a lo que nuestro Amo nos ha enseñado.

Que probemos, cada uno por sí mismo, la veracidad de la promesa de Proverbios 3.6: “Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”.

24.12 al 52
La oración respondida

Fue inaudible la oración del siervo de Abraham al pedir dirección, “en mi corazón”, v. 45. Pero Dios la escuchó, como en Nehemías 2.4,5: “¿Qué cosa pides? Entonces oré al Dios de los cielos …”

El siervo no tuvo que esperar mucho a que llegara una respuesta. Rebeca llegó “antes que acabase de hablar”, v. 15. La experiencia de Daniel fue parecida: “aún estaba hablando en oración, cuando el varón Gabriel … me hizo entender”, 9.21 al 23. Otro caso es el de David: fue inmediatamente después de su oración de protesta en cuanto a Ahitofel que se encontró con el varón por medio de quien su petición sería concedida. 2 Samuel 15.31,32, 17.1 al 14.

Pero Dios no siempre da la respuesta con esa prontitud. Aun cuando nuestras oraciones estén en línea con la voluntad suya, a veces se nos requiere formularlas repetidas veces; considérese Lucas 11.5 al 9, cuando el hombre recibió una visita a medianoche. Con todo, es un gran estímulo saber que Dios puede actuar conforme a la palabra del profeta en Isaías 65.24, “Antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído”. La llegada de Rebeca era para él una evidencia clara de que Dios había enviado su ángel “delante de él” para preparar su camino, v. 7, además de “con” él, v. 40.

Tan pronto que el siervo estaba satisfecho de que su oración había sido contestada, bajó la cabeza en adoración, vv 23 al 26. Es evidente por sus comentarios después a la familia de Rebeca que tenía un gran sentido de urgencia en cuanto a toda la empresa, vv 33 y 56. No obstante esto, tomó tiempo para dar gracias a Dios de una vez por su dirección, como también se postró en adoración posteriormente tan pronto que el padre y el hermano de Rebeca habían accedido a que ella se marchara; “Cuando el criado de Abraham oyó sus palabras, se inclinó en tierra ante Jehová”.

De una manera similar, Daniel tomó tiempo para bendecir a Dios por su revelación oportuna, aun cuando su vida estaba a riesgo y todo momento era precioso, Daniel 2.13 al 23. Y, hay el caso de Gedeón, quien dedicó momentos a la adoración cuando Dios le proveyó del estímulo que tanto necesitaba antes de su batalla con el ejército de Madián, Jueces 7.9 al 15. Estos ejemplos nos pueden ser de mucho provecho. Es de temer que solemos ser fervientes para pedir pero reacios para agradecer; ¡prontos para solicitar y tardos para agradecer! Por todo indicio de la dirección divina (Génesis 24), toda salvación oportuna (Daniel 2) y todo estímulo (Jueces 7), y aun “en todo”, demos las gracias, 1 Tesalonicenses 5.18.

25.19 al 34
Contraste en Jacob y Esaú

Génesis capítulo 25 menciona varios puntos de contraste entre los hijos de Isaac. Aparte de la diferencia en su apariencia, v. 25 y compárese 27.11, hay por lo menos cuatro contrastes que merecen atención. Estriban de:

(i) el propósito de Dios, v. 23. “No habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, … se le dijo: El mayor servirá al menor”, Romanos 9.11,12. La elección divina de Jacob no fue influenciada por algún mérito en él ni por falta en Esaú; Génesis 9.26,27.

(ii) sus respectivos estilos de vida, v. 28. Jacob era “varón quieto” [Hebreo: perfecto, recto]. Habitaba en tiendas, testificando por esto que era peregrino y extranjero; véase Hebreos 11.9,10. Por contraste, Esaú era cazador; compárese 10.9. Por oficio Jacob era pastor, interesado más en cuidar animales que matarlos, 31.38 al 40, 33.13. Obsérvese su referencia positiva a “el Dios que me mantiene a saber, pastorea desde que yo soy hasta este día”, 48.15.

(iii) el afecto de sus padres, v. 28. Tanto Isaac como Rebeca eran gente espiritual y presentaban sus problemas ante Jehová, vv 21,22. Aun cuando Dios había prometido que Isaac tendría simiente, 17.19, con todo él “oró a Jehová”, v. 21, cuando ella quedó estéril a lo largo de veinte años. A veces Dios retiene sus dones para enseñarnos mayor dependencia de él. Isaac y Rebeca estaban unidos en su amor por el Señor, pero divididos en su amor por sus hijos. Han debido amar a ambos por igual, reconociendo a la vez la preferencia que Dios tenía por Jacob. Pero, su hogar estaba dividido por la parcialidad y el favoritismo, v. 28; nótese “Esaú su hijo”, versus “Jacob su hijo” en vv 5,6. Este estado de división era buscarse problemas.

(iv) su actitud a cuestiones espirituales, vv 29 al 34. No obstante sus muchas fallas, Jacob tenía sus prioridades en orden. Él asignaba mucho valor a la primogenitura con todos sus privilegios espirituales. Esaú, en cambio, la veía con ligereza y estaba dispuesto a prescindir de ella por poca cosa. Era “profano … que por una sola comida vendió su primogenitura”, Hebreos 12.16. Nos trae a la mente Marcos 8.36: “¿Qué aprovechará al hombre …?” Pero, ¿qué de nosotros? ¿Nuestro afecto es para las cosas de arriba o las de la tierra?

capítulo 26
Isaac probado

Aun cuando Isaac vivió más tiempo que Abraham, Jacob o José, se relata mucho menos de su vida que la de ellos. Ciertamente, el capítulo 26 en el Génesis es el único que se dedica exclusivamente a sus experiencias. El capítulo registra tres incidentes:

(i) la hambruna, vv 1 al 11. Se la vincula con el hambre anterior en los días de Abraham, 26.1, 12.10, enfatizando de esta manera que Isaac fue sujeto a la misma prueba que su padre. Abraham fracasó en aquella prueba, aunque se había caracterizado mayormente por la obediencia, 26.5. Isaac imitó la obediencia de su padre en este sentido, haciendo lo que Jehová mandó, vv 2, 6.

Lamentablemente, imitó también a su padre en una falta de fe, la cobardía y el engaño por astucia. El temor de Isaac no tenía razón de ser. Dios había prometido estar con él, de manera que no ha debido temer lo que harían los hombres, Hebreos 13.15,16. El caso fue que nadie intentó tocar a Rebeca, aun estando la pareja en Gerar “muchos días”. Isaac ha debido aprender del error de su padre, ya que Dios había mostrado que el engaño de Abraham fue innecesario. ¿Nosotros aprendemos de los errores de otros?

(ii) los pozos, vv 12 al 25. Con base en esta sección podemos asociar el nombre de Isaac con pozos, como asociamos el de Abraham con altares y el de Jacob con columnas. Los pastores de Gerar protestaron contra el derecho de Isaac de mandar a los de Isaac a cavar pozos nuevos, y él se retiró a pastos nuevos, vv 19 al 22. En vista de la oferta hecha a su padre, 20.15, Isaac ha podido insistir en su derecho de habitar donde quería en Gerar. Sin embargo, para evitar problemas, renunció a su derecho. No era cuestión de debilidad sino de mansedumbre; por ejemplo, en el 26.16 Abimelec reconoció: “Mucho más poderoso que nosotros te has hecho”.

El Señor exige que sigamos el ejemplo de Isaac en dar la otra mejilla, Mateo 5.39, y nos ha dejado su propio ejemplo, Lucas 9.56. “Vuestra gentileza [disposición a ceder] sea conocida de todos los hombres”, Filipenses 4.5. Donde están en juego los intereses del Señor, no debemos ceder nada, Gálatas 2, pero donde es cuestión de nuestros propios intereses, debemos ceder todo, 1 Corintios 8 y 9.

(iii) el pacto, vv 26 al 33. Consciente de que el Señor estaba con Isaac, Abimilec quiso acordar con él un pacto de no agresión; véase 21.22 al 32. “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él”, Proverbios 16.7.

28.10 al 22
He aquí, yo estoy contigo

La expresión he aquí figura cuatro veces en el sueño de Jacob.

  • “He aquí una escalera”, v. 12a. La escalera simboliza la comunicación ininterrumpida entre tierra y cielo. Se extendió desde Jacob en su necesidad y soledad  porque su único compañero era su cayado, o báculo, 32.10  hasta la presencia inmediata de Dios. Jacob fue enseñado que, aun cuando su hogar quedaba a unos noventa kilómetros  y pronto estaría aun más lejos  ¡el cielo quedaba muy cerca!
  • “He aquí ángeles”, v. 12b. Jacob vio a los ángeles de Dios mientras se alejaba del hogar, y los encontró en su regreso, 32.1,2. Ellos son “poderosos en fortaleza”, y ejecutan la palabra divina, Salmo 103.20. Los ángeles son “espíritus ministradores … para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación”, Hebreos 1.14.
  • “He aquí, Jehová”, v. 13. Jacob reconoció que, “ciertamente, Jehová está en este lugar”, 28.16. Él era más importante que la escalera o los ángeles, y por consiguiente se alude a Él solo al volver a mencionar el incidente en 35.1,7, 48.3.
  • “He aquí, yo estoy contigo”, v. 15. A Jacob le fue dada no tan sólo la seguridad de la promesa de una bendición futura de parte de Dios, vv 13,14, y la confianza de la protección divina “dondequiera que fueres”, vv 15,16, sino también la garantía de la presencia de Dios con él. La garantía fue expresada positiva y negativamente: “Yo estoy contigo”, y “No te dejaré”. Salmo 146.5 afirma: “Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob”.

Él esperaba estar lejos de su hogar solamente “algunos días”, 27.44, pero no regresó por más de veinte años, 31.38. Sin embargo, lo más importante fue que, por pocos días o por veinte años, contaba con la presencia del Dios de sus padres. Testificó luego que Dios había estado con él, 31.5, 35.3, y le había guardado de ser explotado más por Labán, 31.7,41,42. Dios renovó la garantía cuando Jacob se dirigió a su hogar, 31.3, y después cuando dejó Canaán por vez última, 46.4.

La respuesta de Jacob a su sueño fue un juramento. Por cuanto Dios había prometido (i) estar con él, (ii) guardarle, y (iii) traerle de nuevo, Jacob juró ante Él, vv 15, 20 al 22. A la luz de la garantía que el Señor nos ha dado de su presencia segura  “No te desampararé, ni te dejaré”, Hebreos 13.5  preguntémonos cada uno este día, “¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?” Salmo 116.12.

32.1 al 33.4
Temores infundados

Las reacciones de Jacob a las noticias de que Esaú venía, con sus cuatrocientos hombres, revelan una mezcla lamentable de confianza en Dios y en sí mismo. Rebeca nunca había mandado a que volviera, 27.45, y él tenía buenas razones para esperar una recepción hostil. No obstante, no ha debido asustarse sobremanera por las noticias de un encuentro con Esaú. Sabía que Dios ya le había preservado milagrosamente de las intenciones perversas de Labán, 31.24,29. Además, acaba de tener un encuentro con “ángeles de Dios”, 32.1,2, y con los ojos abiertos para ver la hueste divina, no ha debido temer la de Esaú. Compárese la confianza de Eliseo en 2 Reyes 6.16,17: “Más son los que están con nosotros, que los que están con ellos”.

Con todo, él “tuvo gran temor”, y tomó medidas para enfrentar la emergencia. Habiendo hecho sus planes, hizo su oración. En ella (i) le recordó a Jehová que le había puesto en este estrecho, v. 9, (ii) señaló las bendiciones ya concedidas, de por sí un aval de otras por concederse, v. 10, y (iii) rogó que Dios prometiera explícitamente que le haría bien, v.12. En el fondo de su oración hay la rogativa concisa y loable que fuese librado, pero, al terminar sus súplicas, ¡él se comportó como si no hubiera orado nunca! Estaba dispuesto a encomendar a Jehová su camino, ¡pero no a confiar en Él! “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará”, Salmo 37.5.

Adicionalmente, Jacob resolvió “aplacar” a Esaú con el obsequio de 580 animales. Sus mensajes serviles, 32.18 (compárese v. 4) nada convenían a uno a quien Dios había dicho que su hermano le serviría, 25.23. Jacob estaba en la plena expectativa de que iba a ver el rostro de su hermano de una vez, pero le fue exigido primeramente ver el rostro de Dios, vv 20 y 30. En Peniel, Jacob “venció al ángel, y prevaleció; lloró, y le rogó”, Oseas 12.4. Fue enseñado que el poder con Dios precede el poder con los hombres: “… has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido”, v. 28.

Él se aferró a Dios para bendición y la recibió, vv 26,29, pero llegada la mañana, se comportó como si el cuidado de Dios nada valía para protegerse de Esaú, 33.1 al 3. El caso fue que todos los planes suyos habían sido innecesarios y sus temores infundados. No sólo había visto el rostro de Dios y recibido la protección suya, sino que había visto el rostro de Esaú sin sufrir perjuicio alguno.

No temamos las cosas que quizás no van a suceder, ni preocupémonos por dificultades que a lo mejor no existen. “¿Pero en dónde está el furor del que aflige?” Isaías 51.13. Considérese Marcos 16.3,4: “¿Quién nos moverá la piedra de la entrada del sepulcro?”

capítulo 37
La carcoma de huesos

El odio que los hermanos de José sentían hacia él se debía mayormente a su túnica y sus sueños. Su túnica de diversos colores (literalmente, “en extremo”, dando a entender que llegaba hasta las muñecas y los tobillos) fue evidencia de favor especial y distinción. A sus hermanos les hacía saber que “su padre lo amaba más que a todos sus hermanos”.

Raquel había sido la más amada de las esposas de Jacob, 29.18, y probablemente su afecto singular por José se debía a que él le hacía recordar a ella, ya que tanto Raquel como José eran “de lindo semblante y hermoso parecer”, 29.17, 39.6.

José tuvo dos sueños, número que indica una certeza de cumplimiento; véase 41.32. Sirvieron para alejarle más de sus hermanos. En el fondo la causa de la enemistad era la envidia, v. 11. ¡Y qué de estragos ha causado la envidia a lo largo de los siglos! Fue responsable de la rebelión de Coré, los intentos de Saúl de matar a David, el lanzamiento de Daniel en el foso de los leones y, hablando humanamente, la crucifixión de nuestro Señor.

“¿Quién podrá sostenerse delante de la envidia?” Proverbios 27.4. Los corazones de los hermanos estaban de un todo endurecidos contra José a causa de ella. Echado él en la cisterna, ellos “se sentaron a comer pan”, y aun cuando vieron “la angustia de su alma cuando [les] rogaba”, no le escucharon, 42.21. Su descarada indiferencia recibe mención siglos más tarde, en Amós 6.6, como “el quebrantamiento de José”. De veras, la envidia es cosa horrible, ¡cuidado con esta mortificación consumidora!

Génesis 37 termina en una nota triste. José fue esclavizado en Egipto, sin un solo amigo en toda aquella tierra, sin conocimiento del idioma, y sin un oficio aceptable en la estima de los egipcios, 37.2, 46.34. ¿Qué valen sus sueños ahora? Esteban sintetiza todo el capítulo en Hechos 7.9: “Los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto”, y agrega, “pero Dios estaba con él”.

“Pero Dios” ¡palabras maravillosas! El Señor estaba obrando en la vida de José. Él usó precisamente lo que ellos habían hecho para frustrar aquellos sueños, ¡para cumplir aquellos sueños! Los hermanos de José fueron usados en el cumplimiento de lo que más querían evitar. Compárese 11.4b: “Hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de la tierra;” y 8a: “Los esparció Jehová”.

Tiempo después, José les explicó: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien”, 50.20. El Señor puede invalidar las acciones mal intencionadas de los hombres, como vemos en Asiria cual instrumento suyo en Isaías 10.5 al 7.

capítulo 39
José tentado

José dio una razón doble para su rechazo de obedecer la orden de la esposa de Potifar. Primeramente, estaba consciente de su deber hacia su amo, vv 8, 9a, y creía que sería una falta delante de él ceder a lo que ella quería. Potifar ya había mostrado entera confianza en la fidelidad de José. Había algo en él que decía a otros que merecía confianza, compárese vv 22, 23. ¿Es así en cuanto a nosotros?

Segundo, él estaba consciente de su deber hacia su Dios, v. 9b. Veía la inmoralidad como un pecado contra Dios. Compárese 2 Samuel 12.13: “Dijo David a Natán: Pequé contra Dios”, y Salmo 51.4: “Contra ti, contra ti solo he pecado”.

La esposa de Potifar prosiguió en su ataque, “hablando ella a José cada día”. La tentación continua es difícil de resistir. Muchos que logran resistir al principio, sucumben a la postre. ¡Pero José estaba resuelto! En lo posible, aun evitaba “estar con ella”. Esta es verdadera sabiduría. “No proveáis para los deseos de la carne”, Romanos 13.14. ¡El hombre que no quiere oir el repique de la campana no debe jugar con el mecate del campanario!

Si usted quiere evitar el pecado, evite la tentación. “No nos metas en tentación, mas líbranos del mal”, Mateo 6.13, así que José se vio obligado a huir. Cuando tentado, muchas veces la salida apropiada es la de alejarse. Paradójicamente, huir de la tentación puede traer como resultado que el diablo huirá de usted, Santiago 4.7.

Luego José sufrió la prueba de la acusación falsa y la calumnia. Antes de esto, se le había quitado la túnica para engañar al padre con ella, haciéndole entender que había muerto, 37.31 al 33. Ahora se le quita la túnica de esclavo, usándola para engañar a su amo haciéndolo creer que era culposo. No hay indicio, sin embargo, de que José haya intentado vindicarse. Probablemente quería evitar molestia para él y vergüenza para su hogar.

Pero le fue difícil sufrir el agravio en silencio. José fue condenado injustamente por el hombre cuya aprobación estimaba más que la de cualquier otro en Egipto. Tuvo que sufrir las consecuencias de un crimen que noblemente rehusó cometer.

“Pero Jehová estaba con José”, v. 21; también vv 2,3,23. Esta fue su recompensa. Su victoria sobre la tentación le permitió contar con la presencia continua y la bendición de Dios, cosa que hubiera perdido al caer en pecado. El Señor no tenía previsto sacar a José de su triste suerte todavía, pero estaría con él en la experiencia. La gracia suya sería suficiente, así como Pablo recibió el mensaje, “Bástate mi gracia: porque mi poder se perfecciona en la debilidad”, 2 Corintios 12.7 al 9.

capítulo 40
Cuando Dios disponga

Algo hizo que José percibiera que había algún sentido en los sueños de los oficiales de Faraón, y tenía la confianza de que Dios podría proporcionarle las interpretaciones del caso, v. 8.

Habiendo interpretado el sueño del copero, José intentó valerse de su breve asociación con él. Él veía el sueño de aquél no sólo como una revelación divina para tranquilizar al copero, sino como un posible medio para escaparse de su situación tan infeliz. Estaba consciente de la manera providencial en que Dios estaba ordenando su vida, y presto a discernir la mano suya detrás de su contacto con el copero.

El jefe de los coperos era un hombre importante, ocupando en Egipto la misma posición que Nehemías iba a ocupar siglos más tarde en Persia; véase Nehemías 1.11. Sólo Faraón mismo tendría la autoridad de contradecir las iniciativas del copero, 39.20, pero éste estaba bien posicionado para hablar con Faraón por cuenta de José. Así, destacando su inocencia, José le pidió al copero devolver la bondad suya y hablar por él ante Faraón.

No obstante esta rogativa, el copero se olvidó de José por dos años, 40.23, 41.1. Es comprensible el deseo de José de ser liberado, y bien ha podido parecer en sus ojos cosa injusta y frustrante que se haya olvidado de su bondad e inocencia. Posteriormente, sin embargo, se daría cuenta de que Dios sabía mejor. ¡La misma providencia que le presentó a un hombre que podría plantear su caso ante Faraón, hizo que aquél se olvidara de él! La mala memoria del copero formó una parte esencial del propósito de Dios para José.

Si el copero hubiera mencionado a Faraón de una vez el caso de José en la cárcel, lo más que José podría haber esperado era su libertad, v. 14. De ninguna manera Faraón hubiera tenido  alguna razón para conferirle la dignidad que Dios tenía en mente para José. El sueño de este jefe de los coperos iba a jugar un papel clave en la vida posterior del patriarca, pero en el tiempo de Dios y no el de José. Tengamos en mente que el programa divino siempre supera el nuestro; el reloj suyo siempre marca la hora.

41.14 al 66
Yo no, sino Dios

Cuando José se presentó ante Faraón, él debía haber sabido que estaba bien posicionado para negociar su liberación de la prisión de Potifar. El apuro con que fue sacado del calabozo da a entender la mucha importancia que Faraón asignaba a sus servicios, y las primeras palabras de Faraón habían revelado que José era su única esperanza, v. 15.

José quería su libertad tanto como Faraón quería la interpretación de sus sueños, 40.14. Pero, en vez de ofrecer su colaboración a cambio de su libertad, él renunció a cualquier capacidad personal para dar la interpretación, v. 16. Osadamente insistió en dar toda la gloria a Dios. “No está en mí; Dios dará”. Compárese Daniel 2.28: “Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios”. El monarca pagano aceptó la corrección y más tarde dio el crédito a Dios, 41.39 y compárese Daniel 2.47.

Tengamos presente que:

  • no poseemos nada que el Señor no nos haya dado.
    “¿Qué tienes que no hayas recibido?” 1 Corintios 4.7
  • no hemos hecho nada para lo cual Él no nos haya capacitado.
    “Separados de mí nada podéis hacer”, Juan 15.5
  • no somos nada que la gracia no nos haya hecho.
    “Por la gracia de Dios soy lo que soy”, 1 Corintios 15.10

José había sido encarcelado en primera instancia porque había rehusado pecar contra Dios, 39.9,20, ¡y no estaba dispuesto a lograr la libertad ahora con pecar contra Dios, robándole de su gloria! Su testimonio, “Dios dará”, fue del todo conforme con su carácter, porque pronunciaba a menudo el nombre de Dios, como sabemos por 39.9, 40.8, 41.16,51,52, 42.18, 45.5 al 9 y 50.24.

Él poseía una conciencia marcadamente orientada hacia Dios. No había experimentado las manifestaciones personales que sus antecesores habían recibido, pero con todo estaba muy consciente de Dios en todo momento. Esto bien puede explicar el hecho de que, hasta donde se registra, él nunca se quejó, se deprimió o lloró en sus largos años de aflicción. (Las siete referencias a sus lágrimas se refieren todas a después de exaltado: 42.24, 43.30, 45.12,14, 46.29 y 50.1,17). ¡Bienaventurado el hombre que habitualmente está consciente de Dios en su vida!

Los trece años pasados en casa de Potifar y en la cárcel, 37.2, 41.46, no fueron perdidos. Fueron años de preparación para reinar. En ellos José demostró su fidelidad, paciencia y capacidad, 39.4 al 6, 22,23. El principio está enunciado en Lucas 16.10a: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel”. ¡Estamos siendo capacitados para asumir mayores responsabilidades!

42.18 al 23, 44.1 al 34
Legítimo arrepentimiento

José era señor de todo Egipto, y sus hermanos estaban a la merced suya. Pero él no tenía pensado aprovecharse de la situación para vengarse. Todo su trato con ellos fue gobernado por el deseo de poner de manifiesto su arrepentimiento pleno y genuino de su pecado del pasado, para así ser reconciliado con ellos. Su hermano menor Benjamín era crucial en sus planes.

José podía presumir confiadamente que, siendo hijo de Raquel, Benjamín sería el objeto especial del favor y afecto de su padre; “su padre lo ama”, 44.20. Su ausencia en la primera visita de los hermanos confirmó esto. José estaba resuelto a saber cómo sus hermanos se reaccionaron a la posición privilegiada de Benjamín. ¿Sentían hacia su hermano menor la misma envidia y malicia como sentían para él?

Su primera visita a Egipto, 42.5 al 26, resultó en conciencias acusadas y reconocimiento de pecado. José se acordó de sus sueños, ¡pero ellos de las consecuencias de sus sueños! En la segunda visita, José probó hábilmente los sentimientos de los demás hermanos al favorecer a Benjamín con una porción quíntuple, 43.34. Es evidente que este supuesto favoritismo hubiera puesto al descubierto cualquier resentimiento de parte de ellos. Con todo, la prueba de fuego de su arrepentimiento se presentó cuando ya habían emprendido la marcha a casa, y en su regreso a la de José, 44.3 al 34. Se les dijo que estaban en libertad de regresar a Jacob, ¡pero que Benjamín debería ser esclavizado!

Ahora tenían la oportunidad por excelencia de deshacerse del hijo predilecto de Jacob, como una vez habían hecho con José. ¿Se manifestarían de nuevo insensibles a la suerte de un hermano y del pesar de su padre? Su reacción haría saber a José si habían sufrido un cambio de corazón, o no.

Respondieron diciendo que preferirían compartir la esclavitud de Benjamín que abandonarlo, v. 16. Judá comenzó su rogativa como portavoz de sus hermanos, pero la terminó con una petición en nombre propio; a saber, que se le permitiera tomar el lugar de Benjamín, v. 33. No quedaba duda en cuanto a la realidad de su arrepentimiento. En un tiempo se contentaba al ver a un hijo de Raquel caer en la esclavitud, no obstante la tristeza que causaría para su padre. Ahora él estaba dispuesto a sufrir aquella suerte en vez de dejarla para el otro hijo de Raquel, ¡y así evitar más tristeza para su padre!

El auténtico arrepentimiento significa un cambio total; quiere decir que yo abandone mi pecado.

45.1 al 11
La cadena de diez eslabones

La exaltación y eminencia de José en Egipto fue una prueba manifiesta de la obra silenciosa pero segura de la providencia divina. Él reconoció que Dios le había “enviado” allí, y le había “puesto” como señor de todo Egipto, vv 5 al 9. Hay al menos diez eslabones en la cadena de acontecimientos que le había establecido como “señor de la tierra”.

(i)  la envidia de sus hermanos, 37.1 al 11. Allí comenzó la historia.

(ii) la ansiedad de su padre, 37.12 al 14. Jacob estaba inquieto en cuanto a sus hijos
en Siquem, y mandó a José a ver si todo les iba bien. Tenía razones para preocuparse, 33.18 al 34.

(iii) el interés amistoso de “un hombre”, 37.15 al 17. El encuentro fortuito
de este señor con José fue necesario para dirigirle a Dotán.

(iv) la intervención de Rubén y Judá, 37.18 al 27. Tanto las buenas intenciones
como los motivos materialistas de Judá resultaron ser esenciales.

(v) el viaje de comerciantes árabes, 37.25 al 28. ¡Cuán esenciales fueron
la oportunidad, la ruta y el destino de su viaje de negocios!

(vi) las necesidades domésticas del hogar de Potifar, 37.36. Aun con
los muchos esclavos que había en Egipto, José llegó a la casa indicada.

(vii) la impiedad de la esposa de Potifar, 39.7 al 8. La tentación que ella
promovió y su despecho cuando rechazada jugaron su papel en el drama.

(viii) la injusticia de la decisión de Potifar, 39.19,20. Aun cuando de un todo
inmerecido, el castigo que sufrió José fue relativamente leve. Potifar era
“jefe de los matadores”, al decir de, por ejemplo, la Versión Moderna; 37.36.

(ix) la desgracia de los oficiales de Faraón, 40.1 al 4. El enojo de Faraón
contra ellos condujo al encuentro clave entre José y el jefe de los coperos.

(x) la mala memoria del copero, 40.20 al 23. ¡El último eslabón!

Una cadena es sólo tan fuerte como lo es su eslabón más débil. Cada uno de estos diez fue esencial en la senda de José a la gloria en Egipto. Dios realizó su propósito a través de agentes humanos sin que ellos lo supiesen, y en varios casos en contra de su voluntad. Vetó no tan solamente los intentos de Rubén de salvar a José, la buena disposición de un cierto hombre en el camino y la mala memoria del copero, sino también la lujuria de la esposa del egipcio y la enemistad de los hermanos del protagonista.

Todo obró para el bien de José, y “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”, Romanos 8.28. En retrospectiva, él lo reconoció, y nosotros queremos confiar en el Dios que no se equivoca.

capítulo 48
Jacob en su postrimería

Tomando para sí a los dos hijos de José, Jacob para fines prácticos casi los adoptó como suyos, y les dio plenos derechos tribales junto con los descendientes de sus otros hijos, v. 5. La porción doble era el derecho del primogénito, Deuteronomio 21.15 al 17. Rubén, el primogénito natural, había perdido su derecho a la primogenitura al “subir al lecho de su padre”, como lo expresa el 49.4, y la primogenitura pasó a José y los hijos suyos, 1 Crónicas 5.1,2. “José tendrá dos partes”, Ezequiel 47.13.

Aparentemente la intención inicial de Jacob era que Raquel fuera su única esposa, 29.15 al 20, y en este caso José hubiera sido su primogénito natural. Fue sólo el engaño perpetrado por Labán que le robó a José este derecho.

“Los ojos de Israel estaban agraviados por la vejez”, y por esto no distinguió de vista a los dos hijos de José. Los ojos de su propio padre se oscurecieron cuando impartió su bendición, 27.1. El caso es que ambos hombres bendijeron al menor. Sin embargo, Isaac lo hizo sin darse cuenta, mientras que Jacob sabía muy bien lo que estaba haciendo, 48.14,19. “Por la fe Jacob … bendijo a cada uno de los hijos de José”, Hebreos 11.21.

Antes, en su primer reencuentro con José, el anciano había exclamado: “Muera yo ahora, ya que he visto tu rostro”, 46.30. Esta había sido su ambición también en el 45.28, “Basta, mi hijo vive”. Pero Dios le tenía reservada una bendición todavía mayor, y ahora Israel podía testificar que Él había superado sus mayores expectativas: “No pensaba yo ver tu rostro, y he aquí Dios me ha hecho ver también a tu descendencia”.

Vinculemos este versículo con 1 Reyes 3.5 al 13: Salomón oró por “un corazón entendido” para capacitarle para gobernar al pueblo de Dios. A Jehová le plugo esta oración abnegada, y le dio también “las cosas que no pediste, riquezas y gloria”. Ciertamente, entonces, nuestro Dios es poderoso para hacer mucho más de lo pedimos (Salomón) y entendemos (Jacob), Efesios 3.20.

Entre las últimas palabras de Israel está la declaración del 48.21, “He aquí yo muero; pero Dios”, la cual José repitió tiempo después en 50.24, etc. Tomemos a pecho estas palabras hoy mismo, ya que nos aseguran la presencia inalterable de Dios cuando otros de sus siervos pasan a la gloria. Atesoramos y respetamos la memoria de muchos del pasado cuya ayuda valiosa ya no tenemos. “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios”, Hebreos 13.7. Pero el Señor se queda, el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.

50.14 al 26
Una mirada atrás y adelante

En esta lectura se encuentra a José mirando atrás y adelante.

Por fe él podía repasar las providencias inequívocas de Dios en el pasado. Sus hermanos habían sido temerosos de que la muerte de su padre señalaría un cambio drástico en su actitud hacia ellos, así como “aborreció Esaú a Jacob por la bendición”, 27.41, y por consiguiente enviaron un mensaje de confesión seguido poco después de una oferta personal de servidumbre.

En un tiempo estaban dispuestos a hacerle a José un esclavo, ¡pero ahora están dispuestos a que él lo haga con ellos! Las lágrimas de José revelan cuán profundamente sintió las dudas de ellos en cuanto a lo genuino de su perdón y benevolencia. Hay pocas cosas que más perturban a un hombre que la de ser malentendido y cuestionado por aquellos a quienes más ama.

No obstante, el sentir de José hacia sus hermanos no fue amargado por el malestar infundado de ellos. Él dejó en claro que no tenía ningún deseo de vengarse, reconociendo que no estaba en el lugar de Dios de quien es la venganza. (Véase también el lenguaje de Jacob en el 30.2, y así dijo el rey a Naamán en 2 Reyes 5.7). “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”, Romanos 12.19.

Él percibió que por el bien de muchos Dios había anulado el mal que pensaban contra él, v. 20; compárese 45.5 al 9. El conocimiento de que el Señor soberano puede siempre volver la maldición en bendición, Nehemías 13.2, debería llenar los corazones nuestros de confianza y paz.

Y, por fe José podía descansar en las promesas seguras de Dios para el futuro. Aunque ocupaba un alto cargo en la nación más poderosa sobre la tierra, José no consideraba a Egipto como el lugar indicado para ser sepultado. Había pasado solamente los primeros diecisiete años de su vida en Canaán, y ahora contaba ciento diez años, de manera que los recuerdos de su terruño serían borrosos y escasos. ¡Aun así, para José Canaán era la tierra de las promesas divinas hechas a sus padres!

En una confiada expectativa de que Dios guardaría su pacto, “por la fe José … dio manda-miento acerca de sus huesos”, Hebreos 11.22. Leemos de esto en Éxodo 13.19 y Josué 24.32. El comienzo del Génesis registra la entrada de la muerte en el mundo Romanos 5.12 ¡y tal vez sea apropiado que el cierre del libro haga mención de un ataúd! Regocijémonos hoy que, si bien el primer libro de la Biblia termina con la mención de ese ataúd, casi al final del último libro hay la promesa de que no habrá más muerte, Apocalipsis 21.4.

 

 

 

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