Los cuatro Evangelios (#801)

 

Parábolas y milagros – dos listas es el documento 519

Entre  los  Testamentos

F. A. Tatford, Inglaterra 1901-1986
Believer’s Magazine, 1933

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Histórico

 

La intervención de casi cuatrocientos años entre el cierre del Antiguo Testamento y la apertura del Nuevo no siempre recibe el reconocimiento que requiere el estudio de la Biblia. Sin embargo, es un  hecho de cierta importancia porque durante esos cuatro siglos cambiaron radicalmente las condiciones y circunstancias de Palestina.  Una vez que se da cuenta de esto, desaparecen varias dificultades menores.

Previo al ministerio de Malaquías, tres caravanas de judíos habían regresado a su propia tierra bajo el liderazgo de Zorobabel, Esdras y Nehemías. Habían reconstruido la ciudad de Jerusalén y el templo, y habían restaurado el antiguo rito y ceremonia mosaico.

El cierre del Antiguo Testamento les encontró establecidos en la Tierra bajo el gobierno del fiel Nehemías, y nominalmente leales al Imperio Persa. La mayoría de los judíos, sin embargo, vivían dispersos en diversas partes del imperio y disfrutaban de prácticamente todos los privilegios de un persa común. El dominio medo-persa continuó por un siglo después de la muerte de Malaquías, y si no fuera por las guerras repetitivas entre Persia y Egipto, hubiera sido un período de prosperidad y felicidad para el pequeño estado de Judea. Prevalecía plena libertad religiosa y después de cierto tiempo el sumo sacerdote fue responsabilizado por la administración civil de su pueblo.

Sin embargo, como el profeta Daniel había predicho, el Imperio Medo-Persa cedió por fin a los griegos y como parte de las conquistas brillantes de Alejandro, Siria y Judea cayó en manos del ilustre fundador del imperio nuevo. Los judíos no sufrieron indebidamente por este cambio. Por cierto, como resultado de un sueño muy llamativo en el cual figuró en primer plano el sumo sacerdote Jadúa, Alejandro les favoreció con gran respeto y tolerancia.

Muerto Alejandro cuando relativamente joven, sus cuatro generales principales repartieron entre sí el gran imperio que él había ensamblado. Judea fue apresada primeramente por Siria y después por Egipto; después de mucha guerra y peloteo, la tomó Ptolemy Soter, rey de Egipto.

Ptolemy transportó miles de judíos a Egipto, más o menos como colonos. Fueron los descendientes de estos judíos egipcios que tradujeron las Escrituras – la Septuagenta – en el reinado de Ptolemy II, Filadelfos. Es extremadamente probable que se haya gestado la idea de una sinagoga en esta época.

Después de 130 años bajo el gobierno de los Ptolemy, Antíoco el Grande arrancó Judea de Egipto y la anexó a Siria. Los judíos vivieron por varios años con cierta medida de paz y tranquilidad, pero en 168 a.C., como consecuencia de una insurrección menor, Antíoco Epífanes entró en Jerusalén, violó la santidad de templo, robó los tesoros religiosos y redondeó su profanación con sacrificar una cerda sobre el altar y rociar el caldo por todo el templo.

Cesó la adoración en el templo y un gran número de judíos fueron llevados cautivos. Los escritos de Josefo y los libros apócrifos del Antiguo Testamento echan mucha luz sobre este período. Fueron sencillamente espantosos los sufrimientos de los judíos que rehusaron negar la fe de sus padres o comer carne de cerdo, y por fin las indignidades y la opresión impulsaron al pueblo a levantarse en rebelión.

Judas Macabeo y sus cuatro hermanos resistieron desesperadamente a sus opresores y lograron ganar posesión de Jerusalén. En medio de gran regocijo ellos limpiaron el templo y lo dedicaron de nuevo a Jehová, un evento que se conmemora aún en la Fiesta de la Rededicación.

Después de veinte años de lucha y pelea se logró una paz a medias, y prevaleció el mando del sumo sacerdote. Sin embargo, con el surgimiento del Imperio Romano, Judea pasó a manos de los romanos y fue gobernado por un procurador nombrado por Julio César. Muerto este, Augusto nombró como Rey a  Herodes, hijo de este procurador (no obstante el hecho de ser idumeo). Este hombre estaba en el cargo al comienzo de la historia del Nuevo Testamento.

 

Las  sectas

 

Las narraciones en los Evangelios hacen ver la existencia de diferencias entre los judíos, de las cuales no hay evidencia en el Antiguo Testamento, pero la historia revela que surgieron después del cierre del canon de ese Testamento.

Los fariseos

Los fariseos eran por mucho la más importante de estas sectas y la más numerosa también. Los miembros de esta secta gozaron de mucha estima debido a lo extremo de su santidad personal (real o imaginaria) y su devoción estricta y meticulosa a todos los pormenores de la ley.

Su devoción abarcaba no sólo la ley de Moisés, sino también la tradición de los ancianos, y no pocas veces eran culpables de poner la autoridad de éstos por encima  de la de aquélla. Sus filacterias y los bordes de su vestimenta eran más anchos de los del judío común; ellos oraban a viva voz en las calles; eran más ostentosos en sus diezmos; etc. Se consideraban separados de los judíos ordinarios y, por cierto, su nombre se deriva del hebreo pharash, que quiere decirse separarse. El resultado natural de esa observancia tan rigurosa de detalles y su despliegue de una ultra religiosidad fue que se detergió, en muchos casos, en una mera hipocresía.

El lector se acordará que el Apóstol Pablo era un miembro de esta secta antes de su conversión.

Los saduceos

La secta de los saduceos, aun cuando no fuerte en números, era extremadamente rica e influyente. El nombre fue derivado de aquel de su fundador, Sadoc, que vivía alrededor de 250 a.C.

Los saduceos no se obligaban por un cumplimiento estricto de la ley, sino solían ser descuidados y abiertos. Su tendencia era al ser estéticos y ellos procuraban servir a Dios, como lo expresa cierto escritor, “solamente por amor y gratitud a Él, y no en busca de un galardón ni por un temor servil de juicio”. Ciertamente, por cuanto no creían en una existencia futura ni en la resurrección de los muertos, ellos no tenían por qué temer un juicio por delante.

A veces estos criterios les ponían en conflicto con los fariseos, y en la ocasión memorable de su juicio el Apóstol Pablo se aprovechó astutamente de esto e involucró a los dos partidos en un argumento entre sí.

Los esenios

El Nuevo Testamento no hace mención de esta secta pequeña y de escasa relevancia. Sus miembros procuraban alcanzar un ideal de pureza absoluta y por esto practicaban una constante negación propia y el auto control. Su influencia era relativamente poca y parece que no tuvieron un efecto duradero sobre el criterio nacional de su tiempo.

Los herodianos

Los herodianos eran un partido de conveniencia política en vez de una secta religiosa que, como su nombre indica, apoyaba al usurpador idumeo Herodes, y a Roma a través de él. Por regla general no tenían ningún interés en las cosas espirituales, sino sólo en grandeza y posición social. El carácter del herodiano común puede ser descrito como uno de gratificación y exaltación propia.

 

Las  instituciones

 

Las instituciones post exilio más importantes eran el Sanedrín y la sinagoga, pero corresponde hacer mención también de la Septuagenta y la Apócrifa.

El Sanedrín

El Sanedrín era el concilio supremo o cuerpo gobernante de los judíos, con jurisdicción sobre asuntos civiles además de religiosos. Los romanos no perturbaron esta posición, aunque acertadamente negaban al Sanedrín aplicar la pena capital.

El concilio se componía de 72 hombres, la mayoría de ellos sacerdotes y ancianos. Contaba con funcionarios propios, quienes tenían autoridad para aprehender a sus súbditos. El nasi, o presidente del Sanedrín, era normalmente el sumo sacerdote, quien de esta manera ocupaba los cargos de jefe eclesiástico y jefe civil.

No se sabe el origen exacto de este cuerpo, pero probablemente los macabeos lo instituyeron. Era intolerante y autocrático, como se manifestó en el juicio de nuestro Señor y en el de Pablo.

La sinagoga

Por cuanto era imposible para los judíos dispersos ocuparse de adoración en el templo, se evolucionó la práctica de reunirse en lugares señalados para la oración y lectura de las Escrituras. Sinagogas aparecieron en todo pueblo y ciudad para atender a la necesidad planteada por estas circunstancias nuevas. Por lo general los edificios no eran más que un salón sencillo que miraba hacia Jerusalén, y el mueble principal era un arca que contenía un ejemplar de las Escrituras.

No había nada de rito ni ceremonia en los servicios de la sinagoga. Una vez que el lector había leído las Escrituras a los concurrentes, cualquier rabino presente podía exponer el texto, y es claro en el Nuevo Testamento que el Señor Jesús se valía a menudo de esta oportunidad, y que Pablo y otros apóstoles siguieron su ejemplo.

La Septuagenta

Uno de los resultados de la dispersión fue que la lengua hebrea cayó en desuso. Además, las conquistas de Alejandro dieron lugar que a la postre el griego fue el medio de comunicación y conversación en el mundo civilizado. Con el fin de hacer las Escrituras accesibles a todos los judíos, fue necesario traducir el Antiguo Testamento al griego, y fue por esto que llegó a existir la Septuagenta.

La soberanía de Palestina había caído en manos de Ptolemy Sota, rey de Egipto, quien era un patrón de la educación y las artes, y a la vez fundador del famoso museo / biblioteca de Alejandría.

Su hijo, Ptolemy Filadelfos, ampliaba constante esa biblioteca y fe por sugerencia de su bibliotecario en jefe, Demetrio Filadelfos, que se emprendió la traducción de las Escrituras hebreas.

Una embajada fue a Jerusalén y consiguió un ejemplar de las Escrituras del sumo sacerdote Eleazar, y solicitó a la vez que se despacharan a Alejandría para la obra de traducción setenta y dos hombres (seis de cada tribu) que fuesen instruidos en el hebreo además del griego. Éstos fueron confinados en la isla de Faros hasta terminar el proyecto, cuando la nueva versión fue depositada en la biblioteca en Alejandría.

La Septuagenta (setenta) deriva su nombre del número de hombres que realizaron la traducción. Fue la versión en uso corriente en Palestina en los días de nuestro Señor, y Él y los apóstoles la citaron a menudo.

La Apócrifa

Además de las Escrituras inspiradas, hay muchos libros ajenos al canon y varios de ellos fueron redactados después del cierre del Antiguo Testamento. No profesan ser inspirados, y los judíos nunca los aceptaron como tal. Muchos contienen cuentos fabulosos y cosas absurdas, junto con mucho que contradice las Sagradas Escrituras. Por supuesto, son de mucho interés histórico y, como se ha dicho, “echan luz sobre la fraseología de las Escrituras y sobre la historia y las peculiaridades del Oriente”.

El último Concilio de Trento resolvió que los libros de la Apócrifa son inspirados y desde ese entonces la Iglesia de Roma los ha incluido entre las Escrituras canónicas. Pero el carácter mismo de su contenido, además del testimonio de la Iglesia al principio y de los judíos mismos, manifiestan lo absurdo de esta postura.

Las  razas  del  Nuevo Testamento

Edwin Adams, Londres
Believer’s Magazine, mayo 1956

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Al comienzo de la historia en el Nuevo Testamento, encontramos a los judíos bajo el mando de los romanos y el cruel y sagaz Herodes responsable como vice regente. El mórbido y sospechoso Tiberio ocupaba el trono de los César en los días de la crucifixión. Pablo fue sometido a juicio en Roma durante el reinado del cruel Nerón, cuyo carácter ha sido descrito como una mezcla de sangre y fango. Las tres razas principales del mundo civilizado del primer siglo eran los romanos, los griegos y los judíos.

Los romanos

Una raza severa y majestuosa, los romanos eran los maestros del mundo civilizado. Sobresalían en guerra, diplomacia, ley y organización. A diferencia de los griegos, tenían poco interés en lo que estaba detrás de los hechos de la vida, y su mentalidad puede ser representada por una línea recta. Aun lo que resta ahora en Europa de los caminos romanos deja ver cuán rectas eran sus carreteras. El Evangelio de Marcos es uno de acción; su narración sencilla y movimiento rápido apelarían especialmente a la mente romana vigorosa, directa y franca.

Los romanos habían unificado el mundo civilizado con romper las barreras de los estados que conquistaron y absorbieron, y de esta manera facilitaron la penetración del evangelio en todas partes de Imperio. En el primer siglo Roma estaba ampliando sus conquistas todavía pero a la vez estaba decayendo moralmente a causa de la esclavitud, el lujo y las supersticiones degradantes del Oriente.

Pilato y Galileo, hombres altivos y escépticos, eran romanos típicos de la clase gobernante. El Nuevo Testamento nos presenta el mejor tipo de oficial romano con su disciplina y apreciación de los valores humanos, y a veces de cosas superiores. Ejemplos tenemos en el centurión en Capernaum, Cornelio y el centurión que custodió a Pablo y Lucas en su viaje a Roma.

Los griegos

Los griegos eran los más inteligentes del mundo antiguo. Tenían una mente versátil, perceptiva y audaz. Se puede retratarles con una curva. Eran curiosos acerca de todas las formas de vida y su inquieta actitud mental estaba buscando siempre “la sabiduría”, como Pablo señala en su primera carta a los corintios. Los griegos eran los científicos, filósofos, artistas y comerciantes.

El latín era el idioma del gobierno y del ejército, pero el griego era una especie de lengua franca, hablado y escrito a lo largo de la mitad oriental del Imperio Romano y aun por la gente educada en la mitad occidental. Se ve que casi todos los que sabían hacerlo leían los escritos del Nuevo Testamento a medida que aparecieron.

Aun cuando Roma había subyugado a Grecia por fuerza, era influenciada hasta lo más adentro por la cultura, filosofía e idioma de su rival más intelectual. Aun los judíos de la Diáspora fueron influenciados por la sutileza y persuasión del pensamiento griego.

Los judíos

Si el romano era el hombre de ley y orden, y el griego el hombre de pensamiento e idioma, el judío era el hombre de la religión revelada, y su mentalidad puede ser expresada por un círculo. Así como el griego, se encontraba en todas partes, pero a diferencia de aquél, el judío no se relacionaba bien con los demás.

Él defendía la consciencia del Eterno, la fe, el deber y la justicia. Envidiado por su riqueza, era rechazado por su intolerancia y exclusivismo social. Era cosa común provocar adrede al judío.

Tenaces y obstinados por naturaleza, los judíos del siglo 1 se aferraban fanáticamente a la Ley de sus padres y a menudo veían con desdén o aun con odio a los gentiles, o no judíos. Estaban acostumbrados a la tipología y el simbolismo de su Ley, y les apelaba la especulación. De continuo demandaban una “señal” para probar que el mensaje de Cristo y sus apóstoles era de verdad divino:

  • La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada,
    sino la señal del profeta Jonás, Mateo 12.38, 39
  • Los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría, 1 Corintios 1.22
  • ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?, Juan 2.18

La religión y el patriotismo andaban mano en mano para los judíos en los días de nuestro Señor. Nunca se cansaban de escuchar la recitación de su historia nacional, como en Hechos capítulo 7. Sus pecados nacionales eran el orgullo y la envidia, y cualquier mención de una bendición de parte de Dios para otra gente despertaba un odio a muerte; por ejemplo, Jesús en la sinagoga de Capernaum en Lucas 4 y la protesta contra Pablo en Cesarea, Hechos 22.

Los términos “reino de los cielos” y “reino de Dios” eran populares entre los judíos de entonces, y por “reino” entendían un tiempo agradable que estaba por delante cuando habría un gobierno terrenal y la prosperidad material bajo el liderazgo político de un Mesías. Al inicio de su ministerio público nuestro Señor estaba bajo presión a conformarse con esta esperanza mesiánica de su pueblo. Nos acordamos de la sorpresa de Nicodemo al ser informado que la entrada al reino de Dios – es decir, el gobierno central de Dios en el corazón humano – era sólo por un nacimiento espiritual.

Cristo no era un Mesías conforme al corazón del pueblo, y dentro de poco comenzaron a distanciarse de Él. Con todo, los gobernantes de la nación le acusaron ante Pilato de haberse puesto en contra del Emperador, ¡aun cuando fue precisamente su negativo de una acción política que le costó la popularidad entre el pueblo!

Aun después de la Resurrección los discípulos atesoraban la idea de un reino terrenal judío en esta época. (“Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” Hechos 1.6). Por cuanto el pueblo judío había rechazado a su propio Mesías, ellos contaban con sólo su entusiasmo patriótico, lo cual precipitó un conflicto con Roma. En el año 70 Jerusalén fue tomada a expensas de una pavorosa pérdida de vidas, y la nación judía prácticamente cesó de existir. En la historia del mundo es uno de los casos más horrorosos de retribución divina.

En los días de nuestro Señor todo el estilo de vida era religioso, pero no espiritual. Llenos de orgullo por su religión y su raza, la mayoría del pueblo judío estaba absorta en cosas mundanas.

Palestina en el siglo 1 no estaba tranquila, por cuanto detrás del gobierno local estaba la mano de hierro de Roma.  De tiempo en tiempo hubo estallidos del espíritu nacionalista, como aquel de Lucas 13,  cuando Pilato mezcló la sangre de los insurrectos con los sacrificios, y aquellos cuatrocientos que menciona Gamaliel en Hechos 5.

Ese mundo oscuro

El poder civil dependía abiertamente del poder militar, y en la práctica la ley marcial imperaba dondequiera. Los fuertes podían vivir a su gusto, pero estaban en peligro del puñal del asesino y la bebida mortífera. Los débiles estaban desamparados, porque en aquel viejo mundo cruel no había nada de las leyes y costumbres de nuestra moderna conciencia social, nada de humanitarismo, nada de aparatos mecánicos ni conveniencias que hacen que la vida sea más sana y más cómoda para el hombre o la mujer común, en tiempos de paz por lo menos.

Simplemente no existía la idea de un bienestar público para los débiles, los desamparados y los niños. No existían hospitales ni ayuda del Estado para el desempleado, el pobre y el anciano. La esclavitud era una parte esencial de la estructura social. La vida, entonces, era más dura, pero más sencilla; mucho más peligrosa, pero libre de las restricciones de nuestra civilización tan complicada.

No había periódicos impresos, ni revistas y libros; nada de ferrocarriles, automóviles ni teléfonos. Pero tampoco había fusiles, tanques, aviones y bombas. Hubo menos ruido, menos apuro y menos tensión nerviosa que en nuestra edad mecánica. Con el deterioro del cristianismo y el auge del materialismo agnóstico en Europa hoy en día, están reapareciendo algunos de los siniestros rasgos morales del mundo pagano.

La  mención  de  la  hora  en  los  cuatro  Evangelios

George Menzies, Nueva Zelanda

Believer’s Magazine, junio 1938

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El lector se habrá fijado en que los relatos paralelos en los cuatro Evangelios difieren entre sí al mencionar la hora en que ciertos eventos sucedieron. Sugiero que los Sinópticos – Mateo, Marcos y Lucas – emplean la hora judía y Juan la hora romana.

Los cálculos judíos se expresaban en doce horas en el día más doce en la noche. La hora desde las 6:00 hasta las 7:00 era el comienzo del día. La hora romana, en cambio, se expresaba de la manera en que nosotros lo hacemos, partiendo de las 12:00 de la medianoche. Esto produce resultados interesantes en las narraciones.

Una consecuencia llamativa de reconocer esta diferencia es que el sistema judío en los Sinópticos hace entender que los tres libros fueron escritos antes de desaparecer el Estado judío en el año 70 cuando los romanos destruyeron Jerusalén. Y, por cuanto Juan se ciñe al esquema romano, y también explica términos y lugares geográficos para la conveniencia de gentiles, es de pensar que escribió su Evangelio después de aquella disolución.

Esto indica también que la hora décima, cuando los primeros discípulos siguieron a Jesús, fue las 10:00 a.m., de manera que disfrutaron de un día largo con el Señor para su primera entrevista.  Se entiende también que la mujer samaritana llegó al pozo de Sicar a las 6:00 de la tarde. El hecho de que el Señor estaba tan cansado a causa del viaje tiende a confirmar esta conclusión, ya que no se esperaría esto si la hora fuera sólo la del mediodía.

Pero el resultado más conclusivo y satisfactorio de la aplicación de esta sugerencia se ve en la narración de la crucifixión. Marcos relata que el Señor fue crucificado a la hora tercera y los tres Sinópticos declaran que el período de tinieblas, cuando el Señor estaba clavado en cruz, fue de la hora sexta hasta la novena. Todas las narraciones dejan en claro que la interrogación de Jesús fue realizada en la noche, y Juan informa que le condujeron del despacho del sumo sacerdote al pretorio “de mañana”. Nos dice también que Pilato se sentó en el tribunal a la hora sexta, que al decir romano era las 6:00 a.m., y la primera hora del día bajo el esquema judío. Quiere decir que todo el juicio había terminado a las 9:00 a.m. hora romana, la tercera hora del día judío, y Marcos especifica que le crucificaron a la tercera hora del día, 15.25.

Se ve que el Señor estaba sobre la cruz por seis horas, y que el clímax fue a la hora novena hora judía, o las 3:00 p.m. a nuestro modo de hablar y según los cálculos romanos.

Todo detalle es polvo de oro y no debe ser desatendido. Posiblemente este estudio aclarará lo que habrá parecido a algunos una contradicción en los relatos que hemos mencionado.

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