Leyendo día a día en Filemón | La restauración y recepción de Onésimo (#787)

Leyendo  día  a  día  en  Filemón

John Marchant,
Day by day in the New Testament

Ver

versículos 1 al 9
Estampas de Filemón

La Epístola a Filemón es una joya de literatura inspirada que a menudo se pasa por alto. Contiene en embrión mucha verdad preciosa, provocativa y práctica que nos enseña cómo los cristianos deberían comportarse en la nueva sociedad que entramos por fe en Cristo.

Pablo figura en esta carta privada en el papel de mediador. Por cierto, su propósito en escribir fue el de presentar su petición a favor de un esclavo cimarrón, Onésimo, quien había sido convertido mediante la predicación de Pablo y ahora debería regresar a su amo original, un creyente llamado Filemón, colaborador de Pablo y hermano amado en el Señor.

La Epístola es un documento intensamente humano, escrito con gran delicadeza y finura, pero dejando entrever mucha sabiduría y comprensión de parte de Pablo en cuanto a las reacciones humanas a las circunstancias de la vida.

Se nos presentan tres protagonistas en un drama emotivo: Pablo mismo, el escritor; Onésimo, el prófugo; y Filemón, el dueño acomodado. Y, en la textura de la tela de la sección inicial encontramos una estampa de Filemón, el destinatario de la carta. Era de muy buen carácter, cristiano fervoroso y hermano apreciado en el Señor. Se caracterizaba por fe y amor; no era un soñador ni un romántico, sino un santo cuyo amor y fe encontraban expresión práctica y estaban en ejercicio constante.

Los recuerdos de la piadosa vida positiva de Filemón llenaba a Pablo de gratitud y alabanza. ¿Hay muchos cristianos que encuentran motivo para gratitud a Dios por nuestro estilo de vida y nuestros hechos? ¿Se puede decir de nosotros que hemos confortado los corazones de los santos?

Una expresión llamativa acerca de la fe de Filemón es aquella del versículo 6, “la participación de tu fe”. La fe no es romántica sino real; no es sólo mística sino misionera. Es un principio viril que encuentra expresión visible y palpable en hechos prácticos, para atender a las necesidades y aliviar las cargas de otros creyentes en cuestiones materiales. Esta participación de fe tiene su fruto en la consolación del amor.

¡Oh, que nosotros, como Filemón, tuviéramos fe real y viva que se expresara en función de las prácticas cristianas!

versículos 10 al 25
El ruego a Filemón

La mayor parte de esta carta particular se ocupa de presentar la solicitud de Pablo a favor del esclavo prófugo Onésimo. Con toda la habilidad y maestría de un abogado capacitado, Pablo construye un argumento fuerte al pedir a Filemón la reincorporación de aquel ex esclavo sin valor.

Podemos encontrar incrustados en esta corta Epístola quizás dieciséis puntos que Pablo incorpora hábilmente para dar fuerza a su rogativa. Veamos ocho de ellos:

(i)         El dejar de recibir a Onésimo constituiría una marcada contradicción de la conducta de Filemón en el pasado como cristiano: “… del amor y de la fe que tienes hacia el Señor Jesús, y para con todos los santos”, versículo 5.

(ii)        La solicitud de Pablo se basa en la lógica del amor y no en la de una autoridad apostólica: “aunque tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene, más bien te ruego por amor”, versículos 8 y 9.

(iii)       Pablo es un hombre anciano y por esto sus palabras ameritan respeto adicional: “siendo como soy, Pablo ya anciano”, versículo 9.

(iv)       Pablo el suplicante es también Pablo el preso: “además, prisionero de Jesucristo”, versículo 9.

(v)        Pablo tenía vínculos muy estrechos con la persona a favor de quien escribe: “te ruego por mi hijo”. Onésimo era ahora su hijo espiritual, versículo 10.

(Vi)      Ahora Onésimo es convertido. Toda su vida ha sido transformada, y él vive la realidad de su nombre que quiere decir “provechoso”, versículo 11.

(vii)      Despedirse de Onésimo sería un sacrificio para Pablo: “yo quisiera retenerle conmigo”, versículo 13.

(viii)     Para completar el patrón del propósito divino, Filemón debería recibir a Onésimo para siempre: “quizás para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre”, versículo 15.

Al reflexionar sobre las frases significativas, ¿ellas no nos recuerdan de la intervención de otro Mediador quien actuó en bien nuestro? Fue nuestro bendito Señor, quien “padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”. Él pagó el precio de nuestra libertad.

 

La  restauración  y  recepción  de  Onésimo

H. A. M., Believer’s Magazine, 1938

Ver

La Epístola a Filemón es la más corta de los escritos paulinos pero tengamos presente que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. La carta está repleta de sentimientos nobles y cortesía tierna, producto de un cristianismo vibrante.

Pablo le escribía a Filemón acerca de un esclavo llamado Onésimo que había robado a su amo y huido a Roma. Allí conoció a Pablo y fue convertido, y ahora Pablo le manda de regreso portando esta carta para que el prófugo sea recibido en todo el afecto de Cristo.

¿Por qué fue a Roma? Era la metrópoli del mundo; “Tengo que verla”, decía dentro de sí. Cayó en manos de la ley y fue encarcelado. Fue capturado primeramente por hombres y luego por Dios. ¡Cosa gloriosa es el evangelio! Filipenses 4.22 es un mensaje a los filipenses enviado desde Roma, y dice: “Todos los santos os saludan, especialmente los de la casa de César”. Había penetrado esa esfera.

Job dice en el 14.16: “Ahora me cuentas los pasos, y no das tregua a mi pecado”, y Dios también tenía el ojo puesto en Onésimo. Vio cuando tomó el dinero y huyó. Le siguió en su viaje a Roma, y en el momento oportuno lo llevó a conocer cara a cara a Pablo. El mismo evangelio que lo había salvado a Filemón fue poderoso para salvar a su esclavo escapado.

La parte más difícil del arrepentimiento no está en las retorsiones de la convicción, ni en la confesión de pecados, sino en la restitución. Lo más fácil para Filemón hubiera sido quedarse en Roma, pero si la conciencia ha sido rectificada por la sangre de Cristo ante la santidad de Dios, la conducta debe ser rectificada ante las demandas de la justicia divina.

Nada deshonra más la influencia del evangelio que el supuesto que un hombre haya sido convertido si su conducta y carácter no exhiben evidencias de una santidad práctica. Nada llama tanto la atención del mundo y hace que crea en la realidad del cristianismo, que un cambio de conducta y los hechos de justicia en perjuicio de la comodidad de uno  mismo.

En el v. 15 Pablo escribe: “quizás para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre”. Es una declaración exquisita y hermosa que sugiere claramente que se veía la mano de Dios en sacar el bien del mal. Filemón tenía derechos sobre Onésimo, y este tenía que volver a su hogar. Le hubiera sido útil a Pablo, pero prevalecían las demandas de la justicia, de manera que regresó para restituir el agravio.

En el día en que Dios juzgue los secretos del hombre se encontrará que se dio la más amplia oportunidad a cada cual a recuperarse de toda senda de mal en donde haya andado. Cierta-mente la historia del pueblo de Dios ilustra muchos casos de la misericordia restauradora. “Todos somos Onésimo”, dijo Lutero.

Hay una aplicación típica en esta epístola que amerita nuestra atención—

  • En el v. 12 se le pide a Filemón recibir a Onésimo.
  • En el v. 15 se le pide recibirlo para siempre.
  • En el v. 17 Pablo pide recibirlo como a sí mismo.

Pablo, entonces, asume la responsabilidad por todos los deberes de Onésimo así como Cristo nos recibe cuando acudimos a él.

  • En Juan 6.37 Cristo nos recibe. “al que a mí viene, no le echo fuera”.
  • En Juan 10.27,28 nos recibe para siempre. “Mis ovejas oyen mi voz …
    y yo les doy vida eterna”.
  • En Juan 17.24 somos recibidos con él a la gloria eterna. “aquellos que me has dado,
    quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado”.

“Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”, Efesios 4.32.

Comparte este artículo: