Apocalipsis: Leyendo día a día en Apocalipsis (#782)

Leyendo  día  a  día  en  Apocalipsis

E. J. Strange, Bridgwater, Inglaterra
Day by day through the New Testament
Precious Seed Publications

Introducción

Este es un libro de juicio donde todos son juzgados a la luz de la santidad. Hombres buenos discrepan en la interpretación de los símbolos empleados y debemos tener presente que, por fuertes que sean nuestras opiniones, sabemos sólo en parte. Sin embargo, todos deben estar enteramente concientes de que domina en Apocalipsis Uno a quien el Padre ha encomendado todo juicio, de manera que se desvelan no sólo cosas presentes y futuras, sino también la Persona majestuosa de nuestro Señor, quien al final emplea su propio nombre dulce Jesús.

Un análisis del contenido revela un diseño ordenado de conjuntos de siete, y los propósitos de Dios prosperan en manos de su Siervo que purga la tierra por juicios, conduciendo al estado eterno donde todo está en armonía con Dios.

Después de una introducción y la primera gran visión de nuestro Señor, los capítulos 2 y 3 constan de mensajes a siete iglesias en Asia. Luego uno es transferido de la tierra al trono de Dios, y muchos creen que en esta coyuntura la Iglesia será arrebatada a estar con el Señor Jesús.

El Cordero abre siete sellos desde el capítulo 6 al 16, siete trompetas suenan y siete copas vacían ira sobre la tierra. Las tres series pueden ser consecutivas o concurrentes, pero no co-extensivas. Si son concurrentes, todas terminan justamente antes de la aparición de nuestro Señor. El capítulo 7 es un intervalo entre los sellos seis y siete. Las trompetas siguen el mismo patrón. Poco se dice de las primeras cuatro, más de la quinta y la sexta y luego hay otro intervalo, esta vez en los capítulos 10 y 11. Sigue el toque de la séptima trompeta.

Los próximos cuatro capítulos aportan detalles adicionales, especialmente sobre actividades del diablo, la bestia y el falso profeta. No hay un intervalo en el derramamiento de las copas; este juicio termina en la destrucción de las ciudades del mundo.

Los capítulos 17 y 18 retratan la ramera, describen su fin y profetizan la caída de Babilonia. Todo está listo ahora para el regreso del Rey quien ejecuta juicio sobre un mundo impío pero no arrepentido.

Entonces se presenta el reino milenario, seguido por el último juicio. Los capítulos 21 y 22 nos llevan a las glorias de la eternidad, y la conclusión del libro advierte, invita y promete. Mejor que todo, hay las palabras del Señor: «Vengo en breve».

1.1 al 3
La cortina desvelada

La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a Juan se le hizo conocer los secretos finales. El Padre se los dio al Señor Jesús, quien los reveló para la instrucción y la bendición de su pueblo. En sus días sobre la tierra Él había dicho: «las palabras que me diste, les he dado», Juan 17.8, y nada esconde de los suyos si es para su bien. Sus palabras vinieron a través del Espíritu y son vida.

El saludo de gracia y paz viene al pueblo del Señor del Dios Trino, el Dios eterno, «los siete espíritus que están delante de su trono» y de Jesucristo. La gracia figura en primer lugar, ya que la paz es posible solamente por la obra del amor de Dios. Gracia y paz sin límite son dones de Dios ministrados a través del Espíritu como consecuencia de la obra del Hijo. Él, cual testigo fiel en la tierra, testificó al Padre en palabra y obra, y fue fiel hasta la muerte, la que nosotros merecíamos. Pero es el primogénito de los muertos, ya que Dios le levantó y en su exaltación es «el soberano de los reyes de la tierra». Es a Él, quien es supremo, que hemos dado nuestra fidelidad.

Con sobrada razón, entonces, nos unimos en un cántico de alabanza con todos los que le aman al Señor. Es un cántico de amor desconocido, porque nos ama: nos amaba hasta la muerte, nos ama en su vida y proseguirá amándonos a lo largo de la eternidad. Es el cántico de los libres, porque nos lavó (libertó) de nuestros pecados por su sangre. Es el cántico de los que han sido levantados del polvo para ser reyes y sacerdotes para Dios que es su Padre. «A él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén».

La sección termina solemnemente al hacer recordar que Cristo se manifestará en gloria, una consumación feliz para el creyente («Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria», Colosenses 3.4), que a su vez será motivo de llanto de parte del mundo que le rechazó. Esta mención de su regreso debe incidir seriamente en cómo vivimos nuestras vidas en un mundo que va rumbo a su ruina definitiva. Para un Israel arrepentido el Señor manifestado será Aquel que consuela, pero para un mundo no arrepentido su regreso marcará el comienzo de su eterno pesar.

1.9 al 20
El Juez de su pueblo

Juan era ya un anciano solitario, un desterrado en la isla de Patmos. Fue en un Día del Señor que el Espíritu de Dios le dio la primera gran visión, y fue una de su Señor glorificado. Juan había recostado su cabeza al lado de Jesús en los días de su carne, pero ahora estaba anonadado ante la majestad de la visión y, así como Daniel, cayó como muerto. Qué habrá sido entonces el gozo y estímulo de Juan al sentir el toque de la mano derecha del Señor  y oir sus palabras tiernas: «No temas». Él toca nuestro espíritu todavía y habla a nuestros corazones, y nos regocijamos.

La revelación de nuestro Señor es la del juez de su pueblo, ya que el juicio siempre comienza por la casa de Dios. Aquí, como en los tiempos de Ezequiel 9.6, el Señor manda a comenzar por su santuario.

Las palabras de nuestro Señor a Juan son una revelación maravillosa de su carácter: «Soy el primero y el último y el que vive». Sin principio, sin fin, Señor de la eternidad y fuente de toda vida, es el Eterno Dios a ser adorado como tal. El misterio de su Ser no admite análisis ni la exploración de parte de mentes finitas. «Nadie conoce al Hijo sino el Padre», Mateo 11.27.

Su primera revelación revela su Deidad y la segunda su gracia asombrosa. Él, el Señor de vida y de la eternidad, asumió muerte. ¡Misterio insondable: muere el Inmortal! Fue por la gracia de Dios que gustó la muerte por todo hombre, y al reconocer que murió por nosotros nos doblamos ante Él y le damos las gracias de todo corazón. Pero vive para siempre. ¡Amén! Por cuanto murió, ha triunfado, y ahora es el Señor de vida y muerte con autoridad absoluta, y tiene las llaves de la muerte y el sepulcro.

Este, entonces, es la Persona gloriosa y triunfante que comisiona a su siervo a escribir cartas a siete asambleas en Asia. En el poder del Espíritu, ellas aplican a todas las asambleas a lo largo del período de la gracia y son cartas que exigen nuestra atención.

2.1 al 7
Ortodoxia sin amor

El Señor habla a las iglesias por medio de su Espíritu. Están sujetas a su control, ya que lleva las estrellas en la derecha de su poder. Él anda entre ellas, discierne todo, aprueba lo que es bueno y condena lo que es malo. A la vez, busca su comunión, así como al principio cuando «Jehová Dios … paseaba en el huerto, al aire del día», Génesis 3.8.

La iglesia en Éfeso había persistido en obediencia a su Señor y por el bien de su nombre no se había desmayado. Es claro que se habían aprovechado de la advertencia que Pablo dio unos años antes al hablar de maestros falsos que se presentarían entre ellos, Hechos 20.30. Tanto los obreros como los maestros del mal habían sido rechazados de un todo.

¡Ay! algo trascendental estaba mal entre estos creyentes. Habían dejado su primer amor. Nuestro Señor desea ante todo los afectos del corazón. Una posición correcta, una ortodoxia sin amor, puede desembocarse solamente en la destrucción entera de un testimonio eficaz a Aquel que es el Señor del amor. Una pasión por la verdad sin el amor produce rápidamente una dedicación a la crítica por criticar y una cacería de herejías, a la vez que el servicio se vuelve un mero deber severo y no la respuesta de un corazón amoroso y obediente.

Cuán necesario, entonces, prestar atención a la exigencia solemne pero tierna a recordar, arrepentirse y volver a «las primeras obras». Una vez convencidos de veras de la frialdad, podemos mirar arriba a las alturas de donde hemos caído. Dice nuestro Señor en Jeremías 2.2: «Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud». Por nuestra parte cantamos:

Tu mano tiene aún poder, y te rogamos con fervor
(pues nuestro estado puedes ver) que Tú nos sanes en tu amor.

Con el llamado a acordarse viene a la vez el de arrepentirse. Todos aquellos a quienes el Señor habla así deben volver a aquel lugar donde primeramente erigieron su altar de devoción. Con lágrimas de arrepentimiento legítimo, deben buscar renovación de la comunión amorosa con el Señor resucitado.

Se promete al vencedor el árbol de vida que prospera en lujosa abundancia en gloria.

2 8 al 11
Sufrimiento por Él

Dijo nuestro Señor a sus discípulos: «En el mundo tendréis aflicción», Juan 16.33. La iglesia de Esmirna estaba probando la realidad de esta predicción y Él envía este mensaje de simpatía y estímulo a ellos y a todos los que sufren como ellos. Es el Primero y el Último, el Eterno, y esto en contraste llamativo con los «diez días» de tribulación: «esta leve tribulación momentánea», 2 Corintios 4.17. Para algunos de su pueblo esta aflicción terminaría con la muerte, pero Él mismo había estado como muerto, despojó de la muerte su aguijón y triunfó sobre ella. Es el viviente que habla.

Él entiende la tribulación de su pueblo, la experiencia angustiosa por la cual pasaban y estaban por experimentar todavía. Está al tanto de su pobreza y la pérdida forzosa de sus bienes. Pero en el cielo ellos tienen una sustancia duradera, una herencia que no desvanece, y por esto son ricos de veras. Una de las cosas más difíciles de sobrellevar era la calumnia de la sinagoga, ahora no de los judíos sino de Satanás, porque, ¡ay! ese pueblo era ahora adversario acérrimo del evangelio.

El que conoce el fin además del principio era el que sabía que aún quedaban aguas más profundas por las cuales los suyos debían pasar, y que lo harían dentro de poco («lo que vas a padecer»). Dice dos cosas como estímulo: (i) La tribulación prevalecería por diez días, posiblemente una expresión proverbial para describir un período breve, como en Génesis 24.55, Daniel 1.12. Sea largo o corto, al cabo del décimo día el Señor diría: «Hasta aquí», Job 38.11. (ii) También les manda a ver más allá del sufrimiento del momento a la corona de vida que les promete a aquellos que son fieles hasta la muerte.

Nuestro Señor había dicho: «No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer», Lucas 12.4. Ahora les asegura a los suyos que el vencedor no sufrirá de la segunda muerte. Son dignas de repetición aquí las palabras de un mártir en Chad en el siglo 20: «He servido a mi Señor por treinta años, y hoy lo voy a ver».

2.12 al 17
Compromiso

Pérgamo era un gran centro religioso del mundo pagano y entre las muchas deidades la más adorada era su propio dios Aeculapio. Se le daba el título de ‘salvador’. Los cristianos que vivían allí veían esto, y su símbolo de una serpiente, con especial aborrecimiento, y para ellos el medio ha debido ser especialmente difícil.

¡Cuán misericordioso es nuestro Señor! Antes de poner a la vista el mal, Él elogia lo bueno, reconociendo las dificultades peculiares de su situación, donde imperaba Satanás. Todavía dice a los que están en condiciones parecidas: «Conozco dónde moras». Ellos permanecían fieles en esas circunstancias, y al extremo que uno de los suyos murió como mártir.

Es cierto decir que la sociedad humana sería imposible sin una medida de compromiso, y también es claro que es así en la asamblea local; por ejemplo: «Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres», Filipenses 4.5. Sin embargo, al tratar de una cuestión de compromiso inducido por lo que es evidentemente malo, con aquellas cosas que el Señor aborrece, entonces no debe haber compromiso ninguno. Decimos con Martín Lutero: «Esta es mi posición y no puedo asumir otra. ¡Que me ayude Dios!»

La iglesia en Pérgamo se había comprometido. Había en ella un mal reconocido y por esto el Señor, cual espada de dos filos, reprendió a su pueblo. No hay, y no puede haber, causa común entre el bien y el mal, ya que la luz no comulga con las tinieblas. Es luz el Dios a quien servimos, y «en él no hay tinieblas». Es inadmisible cualquier arreglo con el avaro Balaám y sus intentos a seducir al pueblo de Dios, o con los nicolaítas y sus prácticas perversas.

Este mismo Señor atenderá al mal si no hay arrepentimiento, pero para el vencedor habrá siempre la dulzura que el hombre interior tiene al alimentarse de Aquel que es el «pan de vida». Así como cada corazón conoce la amargura de su alma, también él no más puede conocer el gozo íntimo, secreto de la tierna aprobación de Dios. El tal recibirá como aprobación una piedra blanca con un nombre escrito que ningún otro conoce ni podrá conocer, salvo el que la reciba.

2.18 al 29
Tolerancia

No puede haber una introducción más solemne que la que comienza la carta a la iglesia en Tiatira. El Hijo de Dios habla a su pueblo en toda la dignidad que ese título implica, y su carácter es tal que no puede tolerar el mal por un momento. Sus ojos, escrutadores en su intensidad, describen los pensamientos íntimos y los motivos del corazón, y sus pies son como bronce en el fuego.

Esta iglesia ha crecido en amor, sus actos de servicio han aumentado, su fe también, y ella ha sobrevivido. Por cierto, las obras postreras eran más que las primeras, en contraste favorable con la asamblea en Éfeso que había dejado su primer amor. Qué bueno es cuando el Hijo de Dios puede reconocer progreso real en la senda de la fe. Pero, con todo este progreso, se toleraba pecado dentro de la asamblea, así como una levadura vieja echa a perder la masa.

Vivimos en días cuando la tolerancia es vista como una virtud. ¡Habla en contra del mal, por ejemplo, es ser intolerante e indica una falta de ‘caridad cristiana’!

Jezabel era una princesa de Tiro y esposa de Acab que introdujo a los profetas tiranos de Baal en Israel, mandó a matar a los profetas del Señor y en fin era una mujer inescrupulosa y dominante. Su fin fue terrible. Una mujer como esta es un cuadro de lo que Tiatira toleraba; si representaba a una mujer en particular, o un partido dentro de la iglesia, no podemos decir.

Su enseñanza dio lugar a la seducción de los siervos del Señor a cometer forncación y comer cosas ofrecidas a los ídolos, lenguaje que puede ser tomado literalmente en el contexto, siendo una conducta común en el paganismo Al continuar los pecadores sin arrepentirse, su porción podría ser angustia, gran tribulación y muerte, y todas las iglesias aprenderían a temer a Aquel que escudriña los corazones. «Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él», 1 Corintios 3.17.

¡El Señor viene! Para los fieles hay el llamado de perseverar hasta que Él venga. El vencedor fiel, obediente hasta el fin, compartirá con Cristo el poder y la gloria que son propios de Aquel que es la Estrella Resplandeciente de la Mañana. ¡Seamos firmes!

3.1 al 6
Forma sin poder

Toda plenitud reside en nuestro Señor Jesucristo. Él tiene los siete Espíritus de Dios y guarda las siete estrellas en la mano, revelándose así a la iglesia en Sardis como la plenitud de sabiduría y poder.

La iglesia había adquirido una reputación de estar viva pero el Señor la pronuncia muerta. Alguien escribió recientemente: «Una asamblea está en peligro de muerte cuando adora su propio pasado, cuando se ocupa más de forma que de vida y cuando ama más los sistemas que a Jesucristo». Y Juan Bunyan dijo: «Los hombres cristianos deben ser hombres vivos. Ténganse cuidado de ser pintados fuego cuando no hay calor, de ser pintados flores que no guardan fragancia y árboles que no dan fruto». Así era la congregación en Sardis, contando con toda la forma pero nada de poder, ostentando la reputación de estar viva, pero muerta.

La voz vivificadora del Señor llama  a su pueblo a despertarse y revitalizar aquellas cosas que les quedaban pero estaban por morir. Pablo había retado a los efesios de una manera similar: «Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo». Esto no es un momento para estar dormidos espiritualmente; nuestro Señor dice todavía lo que dijo en los días de su carne: «Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad», Marcos 13.37.

No es demasiado tarde para arrepentirse, pero si su pueblo se queda dormido, entonces Él vendrá sobre ellos inesperadamente como ladrón en la noche. Esto no puede estar referido a la segunda venida del Señor, sino insinúa una iniciativa de juicio repentino.

Había unos pocos, como en los días de Malaquías, que temían al Señor y se ocupaban de su nombre. Él conoce a los suyos y sabe que no han manchado sus vestiduras. Hay una promesa triple para estos vencedores. Por cuanto habían guardado su pureza, serán vestidos de blanco. Al morirse un ciudadano, su nombre era quitado de la nómina de su ciudad terrenal, pero esto no puede suceder en la ciudad de Dios porque los nombres registrados allí están en la nómina de los vivos. En la tierra habían confesado a su Señor, así Él confesará su nombre ante su Padre y en la presencia de ángeles.

3.7 al 13
Una carta de amor

En términos espirituales Filadelfia es un lugar espléndido donde vivir, porque es el lugar del amor fraternal. Aquellos que residen allí son obedientes al mandamiento nuevo que nuestro Señor dio a sus discípulos: «Que os améis unos a otros», Juan 13.34.

Esta carta no incluye ni condenación ni queja, sino sólo ánimo de parte de Aquel que es verdadero. El que porta las llaves de la prisión tiene también las del palacio. Cuando abre nadie cierra, y cuando cierra, nadie abre. La puerta estaba abierta para la asamblea en Filadelfia porque habían guardado su palabra y no habían negado su nombre, no obstante tener poca fuerza.

La referencia a la llave nos recuerda sin duda lo dicho de Eliaquim en Isaías 22.22. Nuestro Señor abre a su pueblo el granero abundante de su gracia. ¿Son pobres? Él tiene riquezas inconcebibles. ¿Son débiles? Su plenitud es todo suficiente. A la luz de lo que sigue de inmediato, parece que hay también una referencia a la puerta de la oportunidad. Tal sería su testimonio que sus enemigos declarados vendrían arrodillados ante ellos en reconocimiento de que el Señor les amaba. La carta es rica en alusión al Antiguo Testamento, y debemos comparar con lo escrito en ella versículos como Isaías 61.9: «La descendencia de ellos será conocida entre las naciones, y sus renuevos en medio de los pueblos; todos los que los vieren, reconocerán que son linaje bendito de Jehová».

Los creyentes en Filadelfia ya estaban en la prueba pero, habiendo continuado pacientemente, el Señor les promete inmunidad de la hora de tentación que vendrá sobre el mundo. ¡Él sabe cuidar los suyos! Por primera vez en estas cartas promete que volverá pronto, tanto para fortalecer como para incentivarles a proseguir. No debemos dejar que se pierda la corona de la aprobación del Señor, ni que nos sea arrebatada. Aquí la figura no es la de alguien que toma para sí, sino de negar al que posee lo que él atesora.

Le será dada al vencedor la fuerza de una columna en el templo, grabada con el nombre de Dios y de su ciudad y el nuevo nombre del Señor. Entonces aprenderemos aspectos nuevos de la gloria del Cristo que nos ama.

3.14 al 22
Laodicea

No puede haber  párrafos más tristes que estos, porque encierran un mensaje a una iglesia que no agradaba al Señor. De veras, tal era su condición que se les asemeja al agua tibia, tan desagradable que el Señor dice que «te vomitaré de mi boca». Con todo, debemos notar que este severo desagrado es la expresión de un corazón que ama no obstante todo, por cuanto, dice, «reprende y castiga a todos los que amo», y a los tales es el llamado a arrepentirse.

¡Los laodiceos tenían un alto concepto de sí! Se congratulaban por ser ricos, habiendo aumentado su propia riqueza, y declaraban auto suficiencia. Si conocemos al Señor en verdad, entonces debemos humillarnos en el polvo y confesar que nada somos sin Él, quien es Jesús nuestro Señor.

Las palabras suyas colocan, como si fuera, el espejo de la verdad delante de ellos para dejarles ver que eran en realidad objetos de pobreza extrema a ser lamentados por su ceguera. ¿Harán caso del consejo? Entonces pueden venir y pueden comprar de Él verdaderas riquezas, pureza de vestimenta y ungüento que permitirá que sus ojos vean la realidad. ¿Y a qué costo? Gratis; ¡pero todo! Nuestro Señor es el dador de todo lo bueno, y nosotros los pecadores en bancarrota no tenemos con qué pagar. Pero recibir lo que Él ofrece nos costará todo nuestro orgullo, arrogancia y suficiencia propia.

Habiendo mandado a su pueblo a ser celoso y a arrepentirse, el Señor procede a anunciar a cada uno en particular aquel llamado glorioso que tan a menudo figura en la predicación y en los cantos del evangelio, pero fue lanzado en primera instancia a los tibios en esta iglesia: «Estoy a la puerta y llamo». Esta gente estaba tan satisfecha consigo misma que no notaban la ausencia del Señor entre ellos.

¿Puede ser cierto de nosotros a veces? Él apela al individuo a oir su voz y abrir la puerta, pero nunca fuerza una entrada. Si le queremos en verdad, entonces, su promesa es segura. Él cena con nosotros y nosotros con Él porque el invitado resulta ser el Señor.

capítulo 4
El trono de Dios

Juan ha escrito sobre «las cosas que son» y ha expuesto no poco fracaso, pero podemos añadir gustosamente que también había lo que agradaba el corazón del Señor. Ahora, «después de esto», el Espíritu le lleva arriba a una escena donde todo es perfecto para ver visiones de Dios, al decir de Ezequiel 1.1.

El hombre está restringido por las limitaciones que le imponen lo temporal y lo sensible, de manera que si va a entender lo del Eterno, tiene que aprender por símbolos que le comuniquen la verdad. El simbolismo debe ser comparado con las visiones dadas a los profetas del Antiguo Testamento, el tabernáculo o el templo, donde «todo proclama su gloria», Salmo 29.9.

El trono de Dios está establecido para siempre en los cielos, y Él es supremo. Felices son aquellos que reconocen siempre que está sobre ese trono. Uno está visto aquí sobre el trono, si no directamente, como una visión de pureza y radiación deslumbrantes, todo encerrado por un arco iris. «El brillo de su gloria y el fuego de su juicio están siempre reforzados por la frescura y certeza de su misericordia y bondad» (Alford).

Veinticuatro tronos están en derredor de aquel trono, y en ellos hay ancianos vestidos de blanco y coronados. Algunos hablan de estos como ángeles, pero es más probable que sean representantes de la Iglesia en gloria y de Israel redimido; el 21.12,14 habla de la Nueva Jerusalén con sus doce tribus de los hijos de Israel y los doce apóstoles del Cordero. Siete lámparas arden ante el trono, siendo los siete Espíritus de Dios, el Espíritu Santo en toda su plenitud.

También había en torno del trono cuatro seres vivientes y la descripción de ellos requiere comparación con los serafines de Isaías 6 y los querubines de Ezequiel 1. ¿A quién o a qué representan? Las interpretaciones no concuerdan, pero en el contexto de cada uno de estos pasajes ellos parecen ser un orden elevado de seres angelicales, principados y potestades en lugares celestiales, Efesios 1.20, 21. Declaran incesantemente el carácter santo del Dios eterno, mientras que otros se inclinan humildemente en adoración y atribuyen gloria al Señor por quien todas las cosas fueron creadas. Existen para el placer suyo y fueron creados con este fin.

Así es que se ensalza la santidad y el poder del Eterno al comienzo de la visión de gloria.

5.1 al 7
El Cordero glorioso

Continúa aquí  la visión del capítulo 4, presentando la mano derecha del Eterno extendido y en ella un libro, un pergamino repleto de escritura por delante y por detrás. Pero nadie puede leer su contenido antes de que se rompan los sellos que lo guardan cerrado.

¿Qué es este libro y qué contiene? Posiblemente sea el registro completo de todos los propósitos divinos. Juan llora profusamente cuando oye el llamado para que alguien digno se acercara y tomara el libro, porque no se encuentra a ninguno. Él piensa ahora que nunca se sabrá el contenido. Pero su lloro termina con las palabras de un anciano: ¡se ha encontrado uno!

Y ahora llegamos a la segunda gran visión de las muchas glorias de nuestro Señor, no esta vez como en espectáculo asombroso de Hijo del Hombre, ¡sino de un Cordero! A Juan se le insta contemplar a Aquel que es el León de la tribu de Judá, Raíz de David, quien había vencido para abrir el libro: «Si el león ruge, ¿quién no temerá?», Amós 3.8.

Este es el León de la tribu real de la cual Jacob había dicho: «No será quitado el cetro de Judá», Génesis 49.10. David era de esa tribu, y de ese León dijo: «mi Señor», Salmo 110.1. Con todo, Juan en su contemplación ve uno que no venció ni por ferocidad ni por poder real, sino por mansedumbre y sacrificio propio. Ve un cordero que lleva todas las marcas de sacrificio y muerte, como si fuera recién inmolado. Pero el Cordero estaba en pie en el poder y la energía de vida. La mente se revierte a lo que Juan nos dijo en su Evangelio: «les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor».

Leemos dos detalles más del maravilloso Cordero de Dios. Tiene siete cuernos. Aun una lectura superficial del Apocalipsis hace ver que emplea el número siete vez tras vez. Es el número perfecto que indica terminación o plenitud. Aun cuando el Cordero está visto en mansedumbre, a la vez todo poder le es dado y Él cuenta con siete ojos que, se explica, son los siete Espíritus de Dios enviados por el mundo entero. Ninguna parte está fuera del alcance de la percepción de Aquel en quien mora la plenitud del Espíritu.

5.8 al 14
Música celestial

Y ahora se pone a cantar la escena gloriosa que Juan ve, acompañada de las arpas de los ancianos y el incienso dulce de las oraciones de los santos. El Cordero ha tomado el pergamino de la mano que lo ofrecía. El cántico es nuevo en el sentido que son nuevas la ocasión y las circunstancias. Escribió un poeta: «En la tierra la canción comienza, pero en el cielo resuena más y mejor». Es una alabanza que proclama la dignidad del Cordero, porque Él fue inmolado.

El pasaje destaca que su muerte realizó tres grandes hazañas.

En primer lugar, trajo plena redención por la sangre de su sacrificio. Está vigente todo el alcance de los propósitos divinos de redención y la libertad de todo lo que el pecado implicaba en cuanto a servidumbre, contaminación y corrupción. Está disponible a toda la humanidad tal como el Señor comisionó a sus discípulos: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura». El juicio de Babel queda revertido, porque los redimidos son «de todo linaje y lengua y pueblo y nación».

Más que esto, fluye del sacrificio del Calvario, porque estos mismos redimidos, glorificados con Cristo, son ahora un reino de sacerdotes. Aquí está la plena realización de 1 Pedro 2.5, 9: «sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo … sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable». ¡En la tierra anunciamos sus alabanzas y en el cielo lo haremos a perfección! El concepto de un reino de sacerdotes surgió primeramente en Éxodo 19.6, antes de establecido el sacerdocio levítico: «Me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa». No hay restricción ahora para los creyentes, ni habrá en el futuro.

La última gran declaración del cántico es: «y reinaremos sobre [¿en?] la tierra. En la tierra la Iglesia es pobre y el mundo la considera poca cosa; muchas veces la suerte de los del Señor ha sido la de sufrimiento y persecución, pero «si sufrimos con él, reinaremos con él»,
2 Timoteo 2.12.

Su muerte parecía ser una negación de todas las cosas que ahora le atribuye la hueste angelical: poder, riquezas, sabiduría, fuerza, honor, gloria y bendición. Entonces Juan oye a la creación entera reconocer a Aquel sobre el trono y al Cordero. Al escuchar nosotros la alabanza, decimos con los seres: «Amén», y con los ancianos nos postramos en silenciosa adoración.

capitulo 6
El comienzo del fin

Juan recibe tres series de visiones solemnes.

La primera versa sobre la apertura de los sellos del libro. Ahora, Dios, quien trata con los hombres en longanimidad, va a hacer su obra extraña, derramando juicios. No será hasta el final de Apocalipsis que se hará mención de la Iglesia, lo cual parece dar la razón al señor Van Ryn cuando escribe: «La apertura de los sellos introduce los terribles juicios que caerán sobre esta tierra después de arrebatada la Iglesia a la gloria».

Al ser abierto cada uno de los primeros cuatro sellos, Juan recibe la invitación de venir y ver. ¡Marcada es la diferencia de las invitaciones amorosas expresadas en palabras similares en su Evangelio!

Se presentan cuatro jinetes. El primero es un victorioso, coronado como tal y montado en caballo blanco, y sin duda es una figura del Anticristo energizado por Satanás y actuando bajo su autorización. El caballo rojo simboliza la guerra y el negro sugiere la necesidad de juntar recursos. Por último está la personificación de la Muerte y aparece un sepulcro. Estos jinetes reciben poder para matar la cuarta parte de la humanidad.

Ahora, a lo largo de la historia ha habido eventos como estos, pero serán intensificados en el gran y temible día del Señor. Ay de los hombres que el Príncipe de Paz ha sido rechazado, y que la paz verdadera nunca es más que un sueño ilusorio para aquellos que no conocen a Dios.

La apertura del quinto sello revela las almas de los mártires, su sangre reclamando venganza, así como hizo la de Abel. Si, como parece, este evento tiene lugar en los tres años y medio de la gran persecución, entonces estos son muchos santos muertos durante una tribulación que todavía está en curso.

Es imposible concebir una escena peor que la que está presentada al final de la apertura del sexto sello. Ha llegado el gran y espantoso día de la ira de Dios. En un día «de tinieblas, y no de luz», Amós 5.18, se sacuden las fuerzas del cielo y el mundo entero tambalea como un borracho. El terror se posesiona de todo corazón; los pequeños y los grandes apelan por dónde esconderse del rostro de Dios. ¿Quién puede sostenerse en pie? Es Dios que nos ha salvado de tan gran muerte, y lo agradecemos de corazón.

capítulo 7
Sellados y consolados

Dios siempre ejecuta sus juicios con discernimiento. A los cuatro ángeles a quienes se les dio poder para herir la tierra y el mar, se les manda a esperar que los siervos de Dios sean sellados. Este señalamiento se compara con Ezequiel 9.6: «a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no es acercaréis». En nuestra propia dispensación, cuando creímos en el Señor Jesús, fuimos «sellados con el Espíritu de promesa». Efesios 1.13. En cada época «sabe el Señor librar de tentación a los piadosos», 2 Pedro 2.9.

Estos siervos de Dios que son sellados pertenecen a las tribus de Israel, doce mil de cada tribu. Son el remanente piadoso de Israel en la hora más negra de la historia de esa nación antes del amanecer del día que Pablo menciona en Romanos 11.26: «… y luego todo Israel será salvo … Vendrá de Sion el Libertador». Uno tiene que preguntar si debemos entender como literal o simbólico este número de judíos que buscarán al Señor en la hora de aflicción. Su clamor será el de Isaías 64.1: «¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurren los montes!»

Juan mira de nuevo al trono de Dios y del Cordero y ve una multitud innumerable, todos vestidos de blanco y con palmas de regocijo en las manos, otro símbolo de triunfo. Proclaman a viva voz adscripciones de alabanzas a Dios y al Cordero por su salvación, lo cual evoca más adoración y alabanza de los ángeles, ancianos y seres.

Venid, nuestras voces alegres unamos al coro celeste del trono en redor.
Sus voces se cuentan por miles y miles, mas todos se inflaman en un mismo amor.

«Estos son los que han salido de [que vienen de] la gran tribulación», v. 14.

Hay dos criterio principales: que son los que han sufrido por Cristo en aquel postrer tiempo de tribulación, o que se habla de la gran tribulación como la suma de todas las aflicciones que los de Cristo han experimentado («En el mundo tendréis aflicción», Juan 16.33).
La escena es una vista breve y gloriosa de lo que será estar allí. Todavía el Cordero cuida su grey y la lleva a fuentes de gozo ilimitó, y Dios quita toda lágrima.

Las bendiciones celestiales descritas en los vv 15 al 17 tienen lugar antes de «la primera resurrección». Es interesante compararlas con las de 21.3,4 referidas al estado eterno.

capítulo 8
El sonido de trompetas

La lectura comienza con la apertura del séptimo sello que precede media hora de silencio en el cielo. Conforme con la manera en que uno entienda la oportunidad de estos varios eventos (véase la Introducción) se puede entender el silencio opresivo como aquel que viene antes de una terrible tempestad. Si, en cambio, el séptimo sello marca el fin, entonces, como otro ha dicho: «La media hora es el principio, o el símbolo, del resto de la eternidad», el reposo sabático que espera al pueblo de Dios.

Lo que sigue de inmediato es una serie nueva, el sonido de trompetas, el anuncio de parte de ángeles de los juicios solemnes de Dios sobre un mundo no arrepentido. ¡Muy diferente es aquel toque de trompeta que se oirá en el rapto cuando el Señor mismo vendrá por su Iglesia!

Así como en la apertura de los primeros cuatro sellos, las cuatro trompetas se tocan en secuencia corta; ahora no se demora el juicio que por tanto tiempo fue retenido. La primera trae desastre a la tierra; la segunda, contaminación extensa por sangre en la tercera parte de los mares, y por consecuencia la muerte de todas las criaturas en ellas y la destrucción de un tercio de las naves marítimas. Al ser tocada la tercera trompeta, una gran estrella cae sobre la tercera parte de los ríos y las fuentes, envenenando el agua de la cual depende la vida humana y matando a muchos. Para estos no había árbol que cortar para endulzar las aguas de Mara, ni un Eliseo para derramar una vasija de sal sobre las aguas envenenadas y declarar: «Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad»,
2 Reyes 2.21.

El cuarto ángel toca su trompeta e hiere la tercera parte de la faz de los astros creados para alumbrar la tierra y dar lugar a las sazones para el hombre. Ya está descendiendo la penumbra y la ira, pero quedan por verse cosas peores.

Antes del toque de las trompetas restantes, un ángel pregona tres ayes. El hombre no puede seguir haciendo caso omiso de que Dios está obrando, pero no hay arrepentimiento. Así la necedad humana. Debemos difundir urgentemente el evangelio de la gracia, misericordia y paz por medio de Jesucristo.

capítulo 9
El horror suelto

El 9 es uno de los capítulos más sombríos del libro. Permite comprender mejor los misterios oscuros del mal y qué sucede cuando se dejan de refrenar las fuerzas demoníacos. El relato sucinto debe ser una advertencia muy solemne a nuestra propia generación que vive en medio de una tendencia cada vez mayor de tantear lo oculto. Esto caracterizó a las naciones vecinas de Israel cuando entraron en la tierra prometida. «He aquí habíais pecado contra Jehová vuestro Dios; os habíais hecho un becerro de fundición, apartándoos pronto del camino que Jehová os había mandado. Entonces tomé las dos tablas y las arrojé de mis dos manos, y las quebré delante de vuestros ojos», Deuteronomio 9.16,17.

Una estrella caída del cielo bien puede referirse a Satanás mismo, y esta declaración corta puede ser un anticipo de lo descrito más adelante. ¿No dijo nuestro Señor en Lucas 10.18: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo»? La estrella debe ser un ser inteligente por cuanto recibe una llave con que abrir el abismo, la prisión oscura de los ángeles caídos, y más adelante, en el milenio, de Satanás mismo.

Eventos horrorosos tienen lugar inmediatamente después de la apertura de este pozo abismal. Mal se puede entender que se tratan de langostas literales, porque se nos informa que su príncipe es el ángel destructor, Apolión. «El ladrón no viene sino para … destruir», Juan 10.10. Aquí los subalternos del diablo están libres a descargar sus fuerzas destructivas sobre una humanidad impía.

No es permitido tocar a uno que haya sido sellado como de Dios. Estas experiencias agonizantes se prolongan por cinco meses (posiblemente literales), los espíritus impíos infligiendo su tortura. Son tan feroces que los hombres desean ardientemente que la muerte les quite, porque es el único escape posible, pero ni esto les es permitido.

El toque de la sexta trompeta señala libertad de acción de parte de cuatro ángeles malos. Su obra es la de incitar y energizar a un gran ejército, y por cuanto Eufrates debe ser el río de ese nombre, podemos entender que la visión es la de una gran invasión desde el oriente. A la luz del aumento exponencial de la población del mundo en nuestros propios tiempos, no vemos difícil aceptar estos números tan grandes. El ejército mata a más personas que en cualquier evento del pasado.

Los versículos finales hacen ver la gran estupidez del ser humano.  Él rehúsa arrepentirse de su hechicería, idolatría, violencia y corrupción. Toda la raza había sido destruida en los días de Noé, y aquí vemos el cumplimiento de las palabras del Señor: «como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre», Mateo 24.37.

capítulo 10
Dulce y amargo

Este capítulo es un paréntesis entre la sexta y la séptima trompeta. Todos los verdaderos mensajeros de Dios están vestidos de la dignidad que les corresponde como sus portavoces. Se dijo de George Whitefield cuando joven en Nueva Inglaterra que parecía poseído de autoridad divina. Así es la magnificencia del mensajero aquí: «otro ángel fuerte», de quien muchos de los comentaristas más respetados han dicho que era el Señor mismo, pero podemos afirmar humildemente que en todas las referencias al Señor mismo no se nos deja dudando de quién se trata.

El ángel está vestido de una nube, ya que todavía el juicio está atenuado por la misericordia. «Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así al aparecer de resplandor alrededor», Ezequiel 1.28.

Él reclama para Dios la soberanía del mundo y siete truenos enfatizan su proclama. Muchos han intentado decir qué es su mensaje (¡aun un anatema papal!) pero cuando Dios sella, para nosotros es el fin de una pregunta.

No habrá más demora, porque el fin está a la puerta, y el misterio de Dios será consumado al tocarse la séptima trompeta.

En contraste con los siete mensajes sellados, leemos del pequeño libro abierto en la mano del ángel. Aquí no hay secretos. Un estudiante de las Escrituras pensará en seguida en un incidente similar en Ezequiel 13 y notará la maravillosa armonía de la Palabra de Dios, dándole gracias por habernos dado su Libro.

Lo que Juan vio y digirió sería lo que estaba por suceder. Uno tiene que asimilar primero para sí, antes de pasarlo a otros. Siempre la Palabra de Dios es dulce a sus siervos. «Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal», Salmo 19.10. El sabor es dulce, ¡pero digerirlo es amargo! El que solo puede  regocijarse ante la revelación de esa Palabra puede tan solo llorar por los perdidos. ¡Oh que pudiéramos entrar más en el espíritu de nuestro Señor quien lloró sobre una nación perdida! Jeremías, clamaba: «¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!» Pero él también encontró dulces la palabras divinas: «Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos», 9.2, 15.16.

capítulo 11
El Señor es Rey

Sigue el paréntesis. Más adelante un ángel mide la ciudad de Dios, pero aquí es un templo, y los tres años y medio de profesión gentil indican el período de la angustia de Jacob. Es evidente que se trata de la Jerusalén literal, «donde también nuestro Señor fue crucificado», v. 8. Se con-templa, entonces, un templo judaico que ha sido reconstruido para sacrificios o como un centro religioso.

Se levantan dos grandes testigos en esta ciudad para profetizar por el Dios Viviente, quien nunca está sin testigos aun en las horas más oscuras. Los símbolos de los olivos y las lámparas deben ser comparados con la visión de Zacarías 4. Estas circunstancias pasaron tiempo ya y la visión es futura todavía, pero en todo tiempo, el nuestro inclusive, es veraz el mensaje de Zacarías 4.6: «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos».

No sabemos quiénes son los testigos, pero ejercen poderes poseídos por tanto Moisés como Elías. Su testimonio es completo no obstante la malicia del Inicuo, porque aquellos que en verdad hacen la voluntad de Dios son guardados hasta la terminación de su obra. Pero una vez realizada, la bestia (la primera mencionada aquí) hace guerra contra ellos y son muertos. Sus cuerpos yacen en la calle para que todos puedan ver, regodearse y contentarse, tan así las tinieblas odian la luz.

Pero gran temor se apodera de aquella generación porque el Espíritu de vida entra en los dos a la vez que ascienden al cielo, así como Elías: él a la vista de un amigo y estos a la vista de sus enemigos. Un gran terremoto obra muerte y destrucción, y un pueblo atemorizado da gloria al Dios del cielo.

Se oye el toque de la séptima trompeta y por fin sube al cielo el gran clamor que declara que los reinos de este mundo son ahora los reinos de nuestro Señor y de su Cristo. En pie Él delante de Pilato, se le preguntó a nuestro Salvador: «¿Eres rey?» Sí, exclaman nuestros corazones; Él reinará para siempre jamás.

Una vez más se ve el cielo como el centro de adoración. Están allí la verdadera arca del pacto y el trono de Dios fundada sobre la justicia y el juicio, pero también símbolo de la misericordia de Dios conforme a su pacto, por la sangre derramada por nosotros los pecadores.

capítulo 12
Satanás echado fuera

En todo relato hay un punto donde uno debe retroceder en el tiempo para completar los detalles, y parece que esto es lo que sucedió en las visiones concedidas a Juan.

La primera promesa de la redención del hombre fue hecha en Edén cuando la enemistad entre la simiente de la mujer y la serpiente alcanzó su clímax con el aplastamiento de la cabeza de la serpiente. Apocalipsis 12 presenta en panorama la historia de aquella enemistad y como el malo intentó destruir la Semilla que vendría a través de un pueblo objeto de pacto. «son israelitas, de los cuales, según la carne, vino Cristo», Romanos 9.5.

La hostilidad del diablo llegó al colmo cuando vino nuestro Señor, y en la Cruz parecía que el mal había triunfado. Pero el preciso momento de su aparente derrota fue uno de mayor triunfo. Por la muerte, mató la muerte. El propósito de Dios era siempre que el hombre ejercitara el dominio, y ese propósito encontrará cumplimiento en la simiente prometida, Aquel que está exaltado ahora al trono de Dios.

Y ahora la enemistad del malo va dirigida especialmente hacia la mujer (el remanente fiel de Israel), pero se encuentra para ella un refugio por tres años y medio. «Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación …», Isaías 26.20,21. El acusador de los hermanos fue echado a tierra, así como nuestro Señor había dicho: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera», Juan 12.31.

Con esta derrota él no tendrá más acceso a las esferas celestiales. Esta exclusión perdura hasta que termine eternamente en el lago de fuego, y podemos aplicar las palabras de Isaías 14.12:»¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones».

El cielo se regocijará.

Ninguna acusación prosperó, porque la sangre del Cordero ha atendido plenamente a nuestra culpa, y los santos vivirán por ella y por el testimonio fiel. Aun cuando el cielo se regocije, el mundo tiene amplia razón para temer, porque se ha introducido entre los hombres, para desatar su ira sobre ellos, aquel que es la encarnación de todo lo malo, sabiendo que pronto va a estar donde no desea.

Su malicia va dirigida contra el remanente de aquellos de quienes había venido Aquel que le derrotó. Un torrente sale de su boca, pero en vano, porque «la verdad fue detenida, y el que se apartó del mal fue puesto en prisión», Isaías 59.15.

En el capítulo que sigue Satanás inflige más daño por intermedio de dos bestias.

capítulo 13
Una trinidad de mal

Ahora Juan está en la orilla del mar que arroja su sucio. Daniel, en su día, vio surgir cuatro bestias, pero Juan ve una sola y ésta tiene rasgos que corresponden a cuatro. Habían sido representativas de grandes poderes gentiles. La que está en la mira ahora tenía una cabeza que parecía herida a muerte pero maravillosamente sanada, una primera caricatura horrible del Cordero que fue inmolado pero vive de nuevo.

El lenguaje de esta porción nos prohíbe pensar en función de una condición general, sino de un individuo energizado por el dragón, Satanás. Este individuo, la encarnación de todo lo que es anta cristiano, y por lo tanto anta Cristo, recibe poder por los tres años y medio. Dice blasfemias contra el Dios Santo, desafía su trono y, además de ejercer poder universal por una sazón, hace guerra contra los que son fieles a Dios.

En estas condiciones terribles se verá el verdadero carácter de los santos, no en una resistencia armada, sino en una preservación paciente por el nombre de Él. ¿No ha sido el caso en todo tiempo?

Este gobernante espantoso reclama para sí honores divinos como habían hecho emperadores de Roma y otras naciones. Sería una negación de Cristo que los santos dijeran que César es Señor y  ofrecerle incienso. Sería dar a César  lo que es de Dios no más.

Surge otra bestia, esta vez de la tierra y de una apariencia diferente, pero en carácter igual a la primera, de manera que la trinidad impía está completa. Esta parece mansa pero su habla es feroz. Actúa como profeta de la primera bestia, inspirando a los hombres que le adoren y energizándoles por el poder satánico que posee. Cowper dijo: «El que aborrece la verdad será la víctima de las mentiras», y Pablo ya había dicho mucho antes: «Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia», 2 Tesalonicenses 2.11.

Así como Dios sella a los suyos, también habrá una marca para mostrar que los hombres pertenecen a este trío impío. Será causa de muerte el no adorar a la bestia o no recibir su marca. ¿El número de la bestia es un símbolo de lo más elevado que el hombre puede alcanzar en su lucha a ser como Dios? En aquella pesadilla en el mundo será visto lo que escribió cierto literato blasfemo: «Gloria al hombre en las alturas».

capítulo 14
Siega y vendimia

Vemos ciento cuarenta y cuatro mil fieles seguidores del Cordero sobre el monte de Sion. No es posible delinear en pocas palabras los problemas que se presentan, pero es claro que estos deben ser identificados con el mismo número en el capítulo 7. Tan claro no lo es si Sion es el monte terrenal o el celestial. Con todo, ciertas declaraciones deben estimularnos en nuestra labor y en el testimonio.

Hay un regocijo expresado en un cántico nuevo que solo ellos pueden aprender, y hay tal devoción que ellos le siguen al Cordero por dondequiera que vaya. Son vírgenes, porque no se han permitido ser seducidos de su exclusivo amor de corazón por el Cordero. («Os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo»,
2 Corintios 11.2,3). Sin engaño en sus palabras y sin falta ante el trono de Dios – este es el testimonio del Espíritu.

El evangelio eterno es siempre para todo hombre, para que tema a Dios con un temor que producirá arrepentimiento y fe. La única base para el amor poderoso de Dios es la cruz de Cristo.

Un ángel profetiza la caída de Babilonia, evento que se tratará en detalle más adelante. Otro ángel aparece y advierte la suerte penosa de los adoradores de la bestia, pero la perseverancia de ellos es tal que continúan en su fidelidad a Dios y la fe de Jesús. Inevitablemente esto producirá su martirio, ¡pero cuán bienaventurados son los que mueren en el Señor! El Espíritu agrega su «Amén». Sería cierto especialmente en aquel día, y lo es hoy también, porque ellos reposan de sus labores.

Ahora se nos relatan brevemente dos visiones que aparentemente abarcan todo el abanico de los días finales. Primeramente se ve al Hijo del Hombre segando y almacenando el trigo, el mucho fruto de sus padecimientos y muerte. Luego la vendimia. Nuestro Señor se describe como la vid verdadera. El Antiguo Testamento habla de la vid de Israel, pero aquí es la viña que hará de la tierra con sus uvas maduras de corrupción absoluta, aptas sólo para el lagar de la ira de Dios.

Uno debe comparar las visiones con las parábolas del Señor que son relevantes.

15.1 al 8
Copas de ira

La lectura aquí es solemne: el evento es «grande y admirable». En esta serie nueva Juan verá la culminación de la ira de Dios vaciada sobre el mundo impenitente.

Primeramente, sin embargo, como preparación para lo que seguirá, él ve aquellos que ha vencido en la tribulación de aquellos días, y oye su canto. Están en pie sobre lo que parece ser un mar de vidrio, y sabemos del capítulo 4 que es el atrio ante el trono. Hay un gran enlosado como de cristal, porque no hay tempestad ni turbulencia en la presencia de Dios; es como cristal porque uno está en la presencia de pureza deslumbrante y gozo chispeante. Está visto aquí como mezclado de fuego, porque es día de juicio.

Los vencedores cantan la expresión auténtica del regocijo celestial, el cántico de Moisés. ¿Es aquel de Éxodo 15, o el de Deuteronomio 32? No sabemos, pero el uno y el otro proclaman la fidelidad y el poder de Dios para con Israel. En el contexto de nuestro capítulo en Apocalipsis, el final del cántico es peculiarmente idóneo: «Alabad, naciones, a su pueblo, porque él vengará la sangre de sus siervos, y tomará venganza de sus enemigos, y hará expiación por la tierra de su pueblo», 32.43.

Cantan también el cántico del Cordero, porque, así con todos los redimidos, están allí con base en su sangre preciosa derramada. Estos juicios finales impulsarán a las naciones a venir y adorar a Aquel que tan solo es santo.

Y ahora están por comenzar los últimos solemnes actos de juicio. Siete ángeles salen del templo y uno de los cuatro seres vivientes entrega al respectivo ángel una copa de oro llena de la ira del Dios Eterno. En Éxodo, cuando el monte Sinaí fue envuelto en una nube espesa, ningún israelita se atrevería acercarse, y ahora el resplandor de la escena celestial está tapado por una nube de humo, y nadie pude acercarse hasta que los ángeles hayan terminado su misión.

Al reflexionar sobre estas cosas, nos alegramos que «no hayamos venido a oscuridad y tinieblas», pero a la vez debemos servir a nuestro Dios con temor reverencial, tendiendo presente que es fuego consumidor, Hebreos 12.18, 29.

capítulo 16
Las últimas plagas

Uno tras otro, los siete ángeles vacían las copas de ira sobre la humanidad y la creación.

La primera cae en la forma de una plaga mayor sobre aquellos que han adorado la imagen de la bestia, y no hay cómo curarlos; «no hay bálsamo en Galaad». Ahora su condición física revela su podredumbre interior. El mar se corrompe con la sangre de los muertos, de manera que no puede sostener vida. Juan oye a un ángel adscribir justicia a Dios, ¿Acaso los que están sufriendo ahora no han derramado la sangre del pueblo de Dios?

Recibe su respuesta el clamor de las almas debajo del altar, porque ha dicho Dios:
«La venganza es mía, yo pagaré», Romanos 12.19. Se oye a otro ángel, quien también reconoce lo justo del proceder divino. Nosotros también decimos: «El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?», Génesis 18.25.

Luego el sol mismo está afectado y los hombres quemados por su gran calor. Una vez más los hombres no claman por misericordia, sino blasfeman a Dios y rehúsan darle la gloria, porque tal es la delusión del diablo y tal la dureza del corazón humano.

Ahora le toca sufrir al trono de la bestia y su reino ser castigado con una plaga de tinieblas. Los hombres muerden sus lenguas de dolor pero, dicho aquí de nuevo, sin arrepentirse.

Los acontecimientos se apresuran a llegar a su fin. Se seca el Eufrates, de manera que no queda esa gran barrera desde el este al valle de Medigo, y los espíritus malignos de la trinidad inicua instan a los líderes del mundo a congregar sus fuerzas para el conflicto final cuando el Señor aparezca. El llamado del Señor a sus siervos es a velar, y a nosotros también se nos manda: «Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo», Efesios 5.14.

El vaciamiento de la séptima copa finaliza la jornada de juicio, ya que una gran voz clama del trono: «Hecho está». Tiembla la tierra entera, las ciudades se derrumban, las islas y aun las montañas desaparecen, y cae sobre la humanidad el granizo que Dios había reservado «para el tiempo de la angustia», Job 38.23.

capítulo 17
La gran ramera

Pablo emplea la hermosa figura del nexo entre el esposo y la esposa para describir la relación entre Cristo y su Iglesia. Ella es la esposa de Cristo. El pasaje que tenemos por delante presenta el repugnante contraste a la pureza y devoción de la esposa, dándonos una descripción de lo que razonablemente se puede considerar la religión humana enteramente opuesta a Cristo.

Babilonia la Grande, entonces, debe ser vista aquí como el centro religioso del mundo. Cierto historiador escribió una vez sin prejuicio en el sentido que el estudio más importante de una cultura es el de su religión. El uso de la figura de una ramera no debe sorprendernos si llevamos en mente que muchas veces los profetas del Antiguo Testamento hablan en estos términos de una Israel apóstata; Oseas es un caso.

Aquí, entonces, está la religión del hombre en su última expresión, en agudo contraste con la fe verdadera, y es una temible caricatura de ella. Se nos despliega ante la mirada de Dios en la pureza de Cristo, y la ramera a su vez en ropas espléndidas y todo indicio de magnificencia y riqueza.

Nuestras manos han recibido la copa de salvación, pero ella recibe una copa de oro llena de todo lo que es feo y vil; es la copa de demonios. La Iglesia es gloriosa y sin mancha pero el carácter de la ramera se despliega en su frente. Sus palabras son blasfemas y ella mata a los mártires de Jesús. Con asombro y profunda reverencia la Iglesia verdadera toma en sus labios el nombre de su Señor.

Pero la ramera llega a un fin violento y temible en las manos de aquellos con quienes estaba tan estrechamente aliada, y con quienes cometió sus abominaciones. En el comienzo de la visión se la ve montada sobre la bestia quien ha recibido autoridad de una fuerte federación de poderes. Su meta es tomar armas deliberadamente para resistir al Cordero, el Rey de Reyes y Señor de Señores quien viene de regreso.

Están por lanzarse a su destrucción contra Dios, contra «la espesa barrera de sus escudos», Job 15.26. Antes de hacerlo, sin embargo, dirigen su furia contra la ramera y la dejan en trizas. Así termina la religión del hombre.

¿La Babilonia de aquel día será la misma ciudad, la Roma pagana, casi ciertamente el tema primario de la visión? No sabemos. ¿Será una Babilonia nueva?

capítulo 18
La caída de Babilonia

El énfasis en este capítulo está sobre la prosperidad comercial de Babilonia. Su magnificencia es grande, pero viene un fin veloz y repentino. Cuando la destrucción está por caer, se invoca al pueblo a Dios a salir, acaso sufran con los impíos. El significado práctico para nosotros en esto es que no debemos tener ninguna parte en la avaricia y el amor por el beneficio propio en este mundo moderno. Pablo advirtió solemnemente en 1 Timoteo 6.10, 17: «Raíz de todos los males es el amor al dinero … A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo», y el  Señor mismo declaró que no podemos servir a Dios y a mammón, las riquezas.

Cuando los hombres de Babel construyeron su torre, su intención era que alcanzara al cielo, pero de los hombres de Babilonia se declara que sus pecados habían llegado hasta el cielo en su hediondez, y por esto su juicio era justo. Aquella que había jactado: «No veré llanto», experimenta en un solo día una catástrofe absoluta y es quemada a tierra.

Los grandes de la tierra, quienes habían vivido lujosamente por la riqueza de ella, se paran lejos en gran temor, endechándola. Así también los comerciantes cuyo negocio acaba de desvanecer. Entre la mercancía están los cuerpos y las almas de hombres. Juan Bunyan tenía este cuadro en mente al escribir en su obra magna acerca de la Feria de la Vanidad.

Es cierto que debemos usar las cosas de este mundo, pero no abusarlas. «… los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa», 1 Corintios 7.31. Debemos cuidarnos de entrar en el espíritu comercial de Babilonia que niega que la vida del hombre no consista en los bienes que posee. Lo que perdura está guardado en los cielos para aquellos que aman a Dios.

Mientras los reyes y los negociantes hacen gran lamentación, el cielo se regocija al aplanar este montón de iniquidad. Leyendo al final del capítulo, notamos una terrible finalidad en la repetición de «nunca más» y palabras equivalentes. Se trata del fin del mundo del hombre, su religión, su política, su comercio y sus artes. A partir de aquí el Señor gobierna como Rey y la voluntad suya es suprema.

El carácter verdadero de Babilonia, así como lo ve el Señor, está expuesta al final, ya que había dicho: «Nada hay encubierto, que no haya de descubrirse; ni oculto, que no haya de saberse», Lucas 12.2. Estaba en ella la sangre de todos los que habían sido muertos en la tierra, siendo esta la enormidad de sus pecados.

capítulo 19
El Rey vuelve

Aquí está el clímax de todo el libro. ¡El Rey mismo se presenta! Un coro de alabanza pregona su manifestación, terminando con el gran «¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!»

Hay referencias a tres cenas en todo el libro. La primera está en la carta a Laodicea donde el Señor cenará con aquellos que respondan en amor a su llamado. La segunda es la cena de las bodas del Cordero, donde hay una plenitud de gozo, el gozo del Señor que se dio a sí mismo por su Iglesia para realizar esta unión espiritual. La esposa está aparejada de un todo, adornada en ropa de pureza y santidad, aun así como Pablo había escrito: «una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha», Efesios 5.27. ¡Cuán bienaventurados todos aquellos que son llamados a participar en aquella escena sin paralelo de festejo y regocijo! La revelación está afirmada como los dichos verdaderos de Dios, y es tan maravillosa que Juan se postró para adorar al ángel, pero le fue prohibido hacerlo porque la adoración le corresponde a tan sólo Dios.

La última cena es por demás desagradable; es el fin de todos aquellos que mueren en la gran derrota. Se cuenta que en una marcha larga a una batalla, los soldados de la antigüedad maldecían a las aves de rapiña que veían dando vueltas en el cielo, porque sabían qué significaban.

Entre las dos últimas cenas el Rey se presenta a través de cielos abiertos. La descripción es una de majestad asombrosa. Aprendemos en sus nombres la devoción de su humanidad, porque es el Fiel y el Verdadero; oímos la declaración de su deidad, porque es la Palabra de Dios; y en el tercer nombre vemos la demostración de su soberanía, porque es Rey de Reyes y Señor de Señores.

Rodeado de huestes celestiales, viene a ejecutar juicio en la tierra, y a matar a los impíos con la espada de su boca. La necedad del hombre es tal que las fuerzas mundanas hacen frente al Rey, encabezadas por la bestia y el falso profeta. No puede haber duda por un momento cuál será la resolución de aquello. Los líderes son tomados vivos y lanzados al lago de fuego.

El Rey ha regresado para asumir el lugar que era suyo en virtud del triunfo de su cruz.

capítulo 20
El milenio y después

Apocalipsis termina lo que Génesis comenzó. Allí en el Edén la serpiente engañó a Eva, y el pecado con su ruin incalculable entró en el mundo; una ruin que hubiera sido irreversible si no fuera por el propósito de Dios de redimir. Aquí, excepto por un tiempo muy corto, la serpiente no engañará más por estar preso en el abismo.

La edad de oro de justicia y paz, referida por los profetas de Israel, llega por fin. Habrá armonía in irrumpida entre cielo y tierra, porque los ángeles de Dios ascenderán y descenderán sobre el Hijo del Hombre; léase Juan 1.51. Los santos reinarán con el Rey, cual sacerdocio para Dios, ya que «si sufrimos, reinaremos también con él», 2 Timoteo 2.12. En aquel tiempo veremos que nuestra «leve tribulación» ha obrado un eterno peso de gloria,
2 Corintios 4.17.

Se trata de la primera resurrección, y el resto de los muertos se quedan en sus sepulcros hasta haber pasado el milenio. Conviene comparar todo esto con 1 Corintios 15, el gran capítulo sobre la resurrección, especialmente vv 20 al 26.

Este período puede ser visto como la última oportunidad para la humanidad, y se verá que, no obstante todas las maravillas del reinado del Rey de gloria, el corazón no puede experimentar un verdadero cambio aparte de la regeneración. El diablo será suelto por un lapso corto en la ocasión de una sublevación en escala mundial contra el Rey y su pueblo, y la ciudad amada será sitiada. Fuego destruye al insurgente y el diablo es lanzado al lago de fuego. El milenio se fusiona con la eternidad.

Antes de ofrecer una descripción del estado eterno, se presenta el último solemne juicio de los muertos. Debemos leer las palabras con gran asombro y, posiblemente, un mínimo de comentario. Tengamos cuidado siempre de no añadir a la Palabra de Dios lo que no está allí, especialmente de trazar cuadros escabrosos de la suerte de los condenados, en la mayoría de las veces producto de la imaginación católico romana de la Edad Media que se usaban para subyugar al pueblo por temor.

Cuando nuestro Señor hablaba de Gehena, el pueblo sabía que la usaba como figura el vertedero fuera de la ciudad con su quema continua, pero bien ha observado uno que la realidad es siempre de mayor fuerza que la figura.

21.1 al 8
Todo nuevo

Ahora el Espíritu de Dios nos ofrece un vistazo maravilloso de la eternidad, y oímos del trono las palabras: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas». Las viejas han pasado para siempre jamás.

Hay una creación nueva de tanto cielo como tierra. De la vieja se había dicho que ni los cielos estaban limpios en los ojos de Dios, y en cuanto a la tierra, tan bella al comienzo, ella había sido corrompida. Pero ahora todo es nuevo y prístino. Mar no hay, porque en la Palabra de Dios se habla del mar como inquieto, que arroja cieno y lodo, tempestuoso y, en un sentido práctico, que separa a seres queridos. Aun mientras Juan veía estas visiones, él estaba separado de sus concreyentes en tierra firme. Nada de esto será encontrado en la creación nueva.

Juan ve una ciudad nueva, santa; es la nueva Jerusalén, la ciudad de Dios que desciende del cielo. Una ciudad no debe ser conceptuada principalmente como un lugar geográfico, sino la comunidad que la compone. El resto del capítulo describe en detalle la gloria de esta ciudad nueva, adornada como esposa para su esposo.

Hay una condición nueva, una relación maravillosa y duradera entre Dios y los hombres, que será una realidad al cumplir de un todo el nombre Emanuel, Dios con nosotros.

Para todos hay condiciones de vida enteramente nuevas. Muy poco es lo que podemos entender del sentido positivo de estas cosas, pero en gracia Dios nos explica lo que no se conocerá más: no más muerte, no más tristeza, no más lloro, no más dolor. Toda sombra habrá pasado, toda punzada se habrá desaparecido, y Dios quitará toda lágrima. Hoy día la creación gime en dolor, «pero Él mandará a la creación entera a sonreír».

Una vez más se confirman la verdad y la fidelidad de las palabras de Dios. Nada queda sin ser atendido; todo está cumplido, porque Él es el Principio y el Fin.

Por un momento el vidente es retrotraído a la realidad del mundo donde vive. Todavía la invitación del evangelio es que los hombres beban gratuitamente del agua de la vida. Los creyentes reciben estímulo, y hay una advertencia muy solemne al pecador irregenerado.

21.9 al 27
La ciudad celestial

Este pasaje se ha descrito acertadamente como una revelación espiritual de verdades eternas. Una vez más Juan está en el Espíritu, y ve la ciudad de Dios desde la cima de una montaña. Es desde las alturas que uno tiene las mejores vistas, y al estar en esa elevación espiritual y ver las tales cosas bien se puede exclamar: «¡Lo que ha hecho Dios!» Números 23.23.

Estudiando la ciudad, Juan ve siete cosas maravillosas.

Ve su hermosura sobre ella, porque tiene la gloria de Dios, que es la perfección de la hermosura. Los ídolos que hace el hombre son siempre grotescos, pero nuestro Dios ha revelado su gloria en el incomparable Señor Jesucristo, quien es todo hermoso.

Ella tiene un muro grande y alto que habla de su seguridad, y la universalidad de la ciudad está vista en el hecho que sus puertas miran a cada punto cardinal. Obsérvese que tanto Israel y los apóstoles del Cordero están asociados con esta ciudad. Al medirla, uno se acuerda de la gran oración de Pablo en Efesios 3.18, donde leemos de «la anchura, la longitud, la profundidad y la altura».

La ciudad terrenal tenía un santuario separado de las otras dependencias, pero en la ciudad de Dios no hay separación, ¡pero su santidad es tal que no hay templo! Todo es un mismo santuario, porque está impregnado de la presencia inmediata del Señor Dios Todopoderoso y el Cordero. Dios, quien es luz, está morando allí, y también el Cordero cuya vida es la luz de los hombres.

Cuando el Señor estaba aquí, su pureza estaba en claro contraste con la impureza del templo de Herodes, Juan 2.16. Más bien, hablaba del «templo de su cuerpo», v. 21, manifestado cuando el Cordero es el templo de la ciudad celestial, Apocalipsis 21.22.

En la tierra es un gran honor recibir ceremonialmente las llaves de una ciudad, pero en la esfera espiritual todos se disfrutan de los privilegios de una libertad absoluta. Las puertas nunca están cerradas. Era al llegar la noche que se cerraban los portones de una ciudad, pero aquí la noche nunca puede llegar.

Finalmente se le impresiona sobre Juan la pureza inmaculada de la ciudad celestial. No hay mancha, nada que detracte ni nada feo; todo es la pura verdad. Los habitantes son aquellos cuyos nombres están en el libro de vida del Cordero, aun así como nuestro Señor había dicho a sus discípulos: «Regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos», Lucas 10.20.

capítulo 22
Vengo en breve

Más se cuenta ahora de la ciudad de Dios, y el libro termina con diversas exhortaciones, una promesa y una oración.

El agua de vida fluye como un caudaloso río, con su fuente en el trono. Está asociada para siempre con la obra de la cruz, porque el trono es de Dios y del Cordero. Un río como este, siempre puro y claro, y radiante con gozo ilimite, es el símbolo apropiado de la plenitud de vida del Espíritu de Dios. Donde fluye el río, prospera el árbol de la vida con una variedad continua de frutos agradables para que se los aprovechen aquellos que viven eternamente. Su follaje es abundante, para la salud de los pueblos – no para su curación, ¡porque aquí no hay enfermedad!

Donde imperan condiciones como estas, no puede haber otra maldición como aquella que afligió la primera creación. En esta ciudad, en luz plena, la luz de la gloria de Dios y del Cordero, los siervos del Señor encontrarán gozo en servicio sin impedimento, y mejor que todo, ¡verán el rostro de Aquel, ya no borrosamente sino cara a cara!

Tres veces nuestro Señor anuncia: «Vengo en breve» Viene; ¡bienaventurados aquellos que guardan sus dichos! Él viene con miras a galardonar a los suyos conforme a sus obras. Él viene, el Esposo de nuestros corazones, y con Juan respondemos: «Amén, sí, ven Señor Jesús».

En conclusión, viene todavía el mensaje dado a los hombres, que beban todos libremente del agua de la vida. Con todo, hay el solemne recordatorio de que «el tiempo está cerca», y una exhortación implícita a no demorar, porque no será posible cambiar; «si el árbol cayere al sur, o al norte, en el lugar que el árbol cayere, allí quedará», Eclesiastés 11.3.

Es Yo Jesús quien habla a su siervo, el que lleva siempre aquel nombre precioso. A Él esperamos y a Él servimos, y mientras esté aquí su gracia no falla. En conclusión, las palabras de Agustín amerita repetición: «Por tanto ama la venida del Señor, no aquel que afirma que está cerca, o que afirma que no está, sino aquel que, cerca o lejana la venida, la aguarda con sinceridad de fe, constancia de esperanza y fervor de amor».

 

 

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