Leyendo día a día en Santiago | Una exposición de la Epístola (#735)

 

 

Leyendo  día  a  día  en  Santiago

John Boyd, Belfast
Day by day through the New Testament
Precious Seed Publications

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Introducción

Esta epístola fue escrita por Jacobo, una de tres personas de este nombre bien conocidas en el Nuevo Testamento: el hijo de Zebedeo, Mateo 10.2; el hijo de Afeo, Mateo 10.3; y el hermano del Señor, Gálatas 1.19. [Santiago es la forma helenizada de la forma hebrea Jacob]. Es poco probable que el autor haya sido el hijo de Zebedeo o el hijo de Alfeo.

Jacobo, hermano del Señor, era una de las acreditadas columnas de la Iglesia, Hechos 15.13, Gálatas 2.9, el líder del partido de la circuncisión, 2.12, y posiblemente el autor de la epístola cuyo propósito era apelar fuertemente a los creyentes judíos. Vivía en Jerusalén, de donde envió esta carta a las doce tribus dispersadas, 1.1. Posiblemente estos judíos hayan sido dispersados antes del primer advenimiento de Cristo («¿Se irá a los dispersos entre los griegos?» Juan 7.35) que posteriormente creyeron en Él. O posiblemente eran creyentes dispersados después de la persecución de Esteban, Hechos 11.19.

Eran cristianos judíos, 2.1, pero la Epístola deja entrever que carecían de una fe viril y activa. Habían dejado las obras del judaísmo pero se conformaban con una fe en Cristo meramente pasiva. No se nos informa dónde vivían; la epístola parece tener la forma de una circular. No se sabe a ciencia cierta cuándo fue redactada la carta, pero se percibe que fue en una fecha temprana en la Iglesia, antes de haber una distinción clara entre las sinagogas y las reuniones eclesiales, y antes de Hechos 15, un capítulo no reflejado en la Epístola. Es probable que haya sido escrita en aproximadamente el año 45, antes de cualquier otro libro del Nuevo Testamento.

El tema fundamental de la carta es el ejercicio práctico del cristianismo y ella contiene exhortaciones y reprehensiones. Estimula a los creyentes pobres a tener paciencia y orar, y reprocha la fe inútil y el lenguaje jactancioso de los ricos. Santiago tiene un estilo propio en su redacción; él presenta aspectos positivos y negativos de sus temas, y cita lúcidamente del Antiguo Testamento pasajes bien conocidos a personas criadas en las sinagogas pero a la vez relevantes a los creyentes hoy en día.

Sus principios aplican a cristianos de toda edad y deben ser tomados a pecho por todos a quienes aplican. Su enseñanza es como la del Sermón del Monte, el cual él no cita pero al cual alude unas treinta veces; aquel Sermón todavía no había sido puesto por escrito.

1.1 al 18
Tentaciones

Santiago trata de una vez un problema práctico, el de la tentación. Es una palabra que puede ser entendida en un sentido bueno o uno malo, para hacer bien o para estimular a pecar; el contexto decide el sentido. Las pruebas son la experiencia de todo creyente y son de origen divino. «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios …», 1 Corintios 10.13. No son mayormente manifestaciones del fracaso nuestro, sino asunto de cómo reaccionamos. Santiago dice que debemos encontrar gozo en estas experiencias, para probar si de veras podemos confiar en Dios.

¿Podemos esperar pacientemente en Él para que las quite, para perfeccionarnos y hacernos como Cristo? ¿Tenemos la capacidad de conducirnos en las pruebas, sin que nos falte gracia, «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo», Efesios 4.13?

Se nos informa cómo obtener esta sabiduría libremente, y es por pedir a Dios quien da abundantemente. Es importante cómo pedimos – positivamente, en fe; negativamente, sin titubear (no como las olas a veces en un rumbo y a veces en otro). No debemos concebir a Dios como Uno veleidoso, así como nosotros.

El creyente debe gloriarse en estas pruebas, sea él pobre o rico; si pobre, regocijarse en la salvación de Dios; si rico, regocijarse en ser humillado, aprendiendo cómo no confiar en las riquezas que a la postre desaparecen para siempre.

Los vv 13 al 18 hacen saber el resultado de estas tribulaciones. El que persevera recibe la corona de vida como bendición de Dios. «Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible», 1 Corintios 9.2. El segundo de los «hombres» de Santiago es tentado también, v.13, pero ahora se habla de la tentación mala; él está atraído a pecar. Esta tentación no es de Dios, quien no puede hacer mal ni tienta al hombre para que lo haga. ¿Cómo podría Dios tentar para mal a aquellos que ha reengendrado por la Palabra de verdad, el evangelio?

El don de la vida, v. 18, es un ejemplo de cómo Dios da para bien. Era su propósito firme engendrar por las buenas nuevas del evangelio. El resultado es perfecto en consecuencia, ya que somos las primicias de sus criaturas. «Primicias», los primeros frutos, sugiere lo mejor, lo más cercano a Dios, así como Israel fue la mejor entre las naciones: «Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos», Jeremías 2.3. El desenvolvimiento de nuestras pruebas que Dios busca en nosotros es una persistencia que amerita la corona de vida.

No hay variación asociada con el Padre y sus dones, v.17, en contraste con el doble ánimo en el hombre de los vv 6 y 18 cuando falta en fe.

1.19 al 27
La Palabra de Verdad

Santiago enfatiza a sus hermanos cómo deben tratar la Palabra de Verdad por la cual fueron engendrados, v. 19. Deben escucharla y hablar menos acerca de ella. El mucho hablar tiende a tornarse en controversia y enojo, y esta ira impide la difusión del evangelio por cuanto no demuestra la justicia de Dios.

Él emplea tres metáforas en este pasaje para describir esta Palabra y destaca las lecciones que cada uno puede aprender de ellas.

  • una planta, v. 21, sembrada mansamente en la tierra limpia de un corazón no contaminada por la malicia en su entorno;
  • un espejo, vv 22 al 24, que revela la actividad de uno pero no lo que oye. Si un hombre es oyente en vez de hacedor, él puede verse en uno de esos espejos orientales hechos de metal pulido (generalmente una aleación de cobre y estaño) que distorsionan la imagen. Verá su rostro natural en este espejo, pero al marcharse se olvidará de lo que vio – un uso nada provechoso del espejo.
  • la ley perfecta de la libertad, descrita en Romanos 8.2 como la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús, la cual nos libra de la ley de pecado y muerte. El hombre que mira atentamente en esta ley continuará haciéndolo y no se olvida fácilmente de lo que ha visto. El hecho de hacerlo le traerá bendición.

Nuestro autor remate esta enseñanza con advertir contra la decepción propia, o sea, el hombre que se cree santo cuando no lo es. Esto se ve en aquel que no puede morder su lengua, haciendo gala de la vanidad y lo hueco de su profesión de religión. En la vista de Dios la religión genuina no está en evidenciada por lo que uno piensa de sí, sino de las manifestaciones externas, como atender al huérfano y a las viudas. Es el lado negativo de la religión; el de no olvidarse del prójimo. El lado positivo está visto en que el creyente se guarde intachable ante el mundo contaminante, un mundo que está enemistado con Dios, 4.4. Es una condición de estar aparte del mundo. El amor activo y la pureza moral constituyen la religión pura.

Notemos que en el v. 22 leemos de un hacedor de la Palabra y en el v. 25 de un hacedor de la Obra, y se contrastan el «solo oir» y el «oyente olvidadizo».

2.1 al 13
El respeto de personas

La práctica del cristianismo no siempre se expresa por una conducta debida; no siempre somos «hacedores de la palabra», 1.22, y esto se ve en la parcialidad que caracteriza a algunos creyentes; ellos actúan con excepción de personas. «Hermanos» aquí sugiere a aquellos que tienen una común fe en Cristo. Santiago quiere cuestionar la fe de aquellos que son parcializados, y da como ejemplo de la aceptación de personas la recepción en la comunión en función del estatus social de uno – el rico y el pobre. Esta posición social era obvia por la vestimenta de cada cual, y aquellos que les recibían daban un lugar favorecido al rico y una inferior al pobre. Es parcialidad y deja entrever que aquellos juzgaban con base en pensamientos malos e injustos. Dios no les recibió de esta manera al principio.

Este estado de cosas puede ser demasiado común en nuestras reuniones de evangelización hoy en día. Mimamos a los importantes y hacemos poco caso de los que no son vistosos. No debe ser, porque al hacer esto nos hacemos «jueces con malos pensamientos».

Así no fue que Dios trataba al pobre; a ellos les consideraba como ricos en fe y les designó como herederos del reino venidero. Son los ricos que se les oponen, dice Santiago, y es extraño como tratan a los que llevan ante los tribunales, en contraste con Dios quien les llamó por su nombre, Hechos 15.17. Si trataran a los pobres como lo hace Dios, cumplirían su voluntad y la ley real del amor, v. 8. Pero si prefieren a unos con perjuicio a otros, la ley real les condena como transgresores.

Amar al prójimo como a sí mismo quiere decir cumplir la ley real e incluye amar a todos los pobres. Guardar la ley es guardarla toda como un conjunto, v. 10, y demanda que amemos a todos, no meramente a los ricos. Transgredir una parte de la ley quiere decir incumplir con toda ella, porque es desobediencia de la ley. Es así con el respeto de personas. Levítico 19.15 establece: «No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo». Al violar este estatuto tan trivial, tan fácilmente olvidado, uno viola la totalidad de la ley. Así el que se parcializa entre personas es un trasgresor, tanto de la ley mosaica como de la ley real. El juicio de Dios vigente ahora bajo la ley de la libertad es sin misericordia para con aquellos que no extienden misericordia. Pero la misericordia de Dios se deleita en detener juicio sobre aquellos que tienen misericordia para con otros.

2.14 al 26
Fe y obras

Al escribir sobre la fe, Pablo tiene por delante principalmente la fe que conduce a la conversión, mientras que Santiago considera la fe de un hombre después de su supuesta conversión. Él contrasta dos clases de fe: la que no está acompañada de obras, vv 14 al 20, y la que está asociada con actividad para Dios, vv 21 al 24. Él plantea dos preguntas acerca de esta fe: (i) ¿Qué beneficio hay en una fe que no está combinada con buenas obras? (ii) ¿Esta fe puede salvar a uno de la condenación eterna? Son negativas las respuestas a ambas preguntas.

La primera se ve al presentarse un hermano pobremente vestido y hambriento, obviamente necesitado, que no recibe una ayuda práctica ni nada sino buen consejo. No hay beneficio en este trato del desamparado. Es muerta una palabra de fe de por sí, sin obras. No está funcionando. Santiago dice que las buenas obras son la evidencia exterior de un fe interior, pero no la son las meras obras de un israelita ortodoxo, v. 19.

La ofrenda Isaac de parte de Abraham probó la realidad de le fe de éste; era una fe que producía obras. Su respuesta a la orden de Dios mostró que confiaba en Él para levantar a Isaac de nuevo en cumplimiento de las promesas en las cuales creía firmemente, Génesis 15.5,6, Hebreos 11. 17 al 19.

Al escribir sobre la justificación por fe, Pablo condena la sustitución de obras por fe. Pablo trata el legalismo pero Santiago el antimonianismo, pero Pablo tiene también un lugar para la manifestación de las obras después de la fe. Dios lo ha ordenado para el creyente: «somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras», Efesios 2.10. Abraham fue justificado por su obras posteriores al ofrecer a Isaac sobre el altar, evidenciando cómo las obras perfeccionan la fe. Fue el cumplimiento de Génesis 15.6: «Creyó a Jehová, y le fue contado por justicia». Dios conocía la fe de Abraham en Génesis 15 pero fue cumplida ante terceros en Génesis 22.

Rahab proporciona otro ejemplo de la cooperación entre la fe y las obras. Ella contrasta grandemente con Abraham, enseñándonos que esta doctrina incluye a todas clases. Él era hombre poderoso y rico y ella una mujer sencilla; él un hebreo, Génesis 14.13, y ella un gentil; él se asociaba con reyes y ella era una ramera. Pero, así como Abraham, ella tenía una fe en Dios viva y activa, una que era acompañada de obras y que trajo la justificación. Quedó evidente que su fe era sincera y para el discernimiento de todas las generaciones.

3.1 al 6
La fuerza de la lengua

Ahora Santiago abunda sobre su exhortación en el 1.19: «tarde para hablar». Exige cautela en el uso de la lengua. Si bien es un gran activo, es también un gran pasivo, ya que en el juicio futuro tendremos que rendir cuenta de cómo la empleamos. Es un gran privilegio contar con este miembro, pero a la vez una gran responsabilidad.

La introducción al tema es una advertencia contra el deseo imprudente de ser maestros, cuya obra se hace mayormente a través del uso de la lengua. Escribe Santiago: «no os hagáis», dando a entender un afán por esta honra debido al sentido de importancia asociado con la posición, aun cuando mal visito por el Señor, Mateo 23.7 al 12.

Se presentan tres razones por no buscar este lugar de supremacía: (i) Es enfática la palabra muchos en el v. 1, dando a entender que sobraban ya. (ii) Nosotros los maestros, como una clase, dice Santiago incluyéndose a sí mismo, estamos expuestos a un escrutinio intenso en el tribunal de Cristo. «De toda palabra ociosa que hacen los hombres, de ella darán cuenta en el día de juicio», Mateo 12.36. (iii) Nosotros todos, maestros incluidos, somos propensos a tropezar a los demás.

La lengua es el miembro del cuerpo más difícil de controlar, y aquí tres metáforas señalan su poder. Las primeras dos, el freno y el timón, describen su poder para el bien debido al control que admiten. El animal debe obedecer cuando tiene el freno en la boca; un dispositivo pequeño hace una gran obra, y así la lengua controla el cuerpo, el andar, las obras y los pensamientos del hombre. La segunda metáfora, el pequeño timón, controla una nave grande, aun cuando opuesto por tempestades y otras fuerzas ajenas. Pero los estragos de un incendio sirven para ilustrar el efecto dañino de la lengua. En el v. 6 Santiago asemeja la lengua a una chispa que puede producir un mundo, una cantidad grande, de iniquidad entre otros de nuestros miembros. El uso indebido de la lengua, una palabra inoportuna hablada involuntariamente, puede provocar una riña a puño cerrado.

La lengua enciende el curso de la naturaleza – todo el giro de la vida que comenzó al nacer uno. ¡Cuán grande el desastre que produce una pequeña imprudencia de la lengua! El infierno la enciende; el diablo y sus ángeles animan a todos a participar en la destrucción. ¡Es un miembro dañino! Tengamos cuidado cómo usamos la lengua.

3.7 al 18
El uso de la lengua

Para enfatizar la imposibilidad de controlar la lengua, se nota primeramente la capacidad del hombre como domador. Él puede domar todo tipo de animales, aves, serpientes pero nadie puede domar la lengua. ¡Incoherente! Con ella bendecimos al Señor pero también la usamos para maldecir al hombre hecho en la imagen de Dios. ¡Cuán absurdo es usar la lengua en esta combinación! Aun la naturaleza condena esta contradicción; una misma fuente no echa agua dulce y amarga, y las higueras no producen aceitunas. La lengua es contraria a la naturaleza si pronuncia dos formas de hablar de una misma boca.

Los vv 13 al 18 hablan de dos maneras de usar la lengua: los vv 14, 15 de confusión y desorden en la congregación; el v. 16 de «toda obra perversa». La sabiduría auténtica es de arriba, inspirada por el Espíritu, pura y como Dios. Su producto se ve en el v. 18; es la justicia, el resultado de la paz sembrada entre creyentes cuyas almas persiguen la paz.

Las buenas obras son evidencia de fe en el 2.18 pero en el 3.18 son evidencia de sabiduría: los dones espirituales empleados para el bien de otros, a diferencia de las palabras habladas a otros en el 2.16. La mansedumbre es el efecto de la sabiduría sobre uno mismo y hace entrever que éste ha seguido el ejemplo del Señor: «aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón», Mateo 11.29. Es lo opuesto a la promoción de sí mismo y de la jactancia.

El v. 14 cataloga la sabiduría espuria como carente de mansedumbre. Este maestro se caracteriza por los celos amargos y la contención en el corazón. Que un maestro de esta índole no se jacte de sabiduría semejante, porque desdice la verdad por la cual fue engendrado; el Padre «de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas», 1.18.

El origen de esta sabiduría se ve negativamente, no es de arriba y no de Dios de quien viene la sabiduría buena, 1.5, 17. Y se ve positivamente al ser descrita como terrenal, sensual (literalmente, del alma, enfocada a lo natural en vez de lo espiritual), diabólica, v. 6; es como la palabra engañosa y maliciosa de los demonios. El producto de la sabiduría espuria es confusión, desorden en la congregación y obra perversa.

La sabiduría auténtica es de lo alto. Es como Dios: inspirada por el Espíritu, pacífica, amable, benigna, misericordiosa, fructífera. No es parcializada ni hipócrita, sino sincera, real, sin engaño. (» el fruto del Espíritu es …», Gálatas 5.22). Su fruto es la justicia.

capítulo 4
Conflicto en la congregación

Habiendo presentado la paz como el efecto de la sabiduría verdadera, 3.18, Santiago se dirige a lo opuesto: el conflicto en una congregación, cosa demasiada común hoy día. Él hace ver que el origen de la fricción está en los deseos mundanos que uno no puede ver satisfechos por pedir mal, meramente para la satisfacción propia.

La amistad con el mundo es enemistad contra Dios, y la Escritura no habla en vano – es decir, es digna de plena confianza. El Espíritu Santo que mora en nosotros tampoco nos encita a la envidia. Dios da gracia a los humildes y resiste a los soberbios.

Diez exhortaciones en los vv 7 al 10 dan el remedio para estos conflictos. La contención entre hermanos se hace evidente por la actitud malsana de uno u otro, vv 11, 12, por la maledicencia y por juzgar la ley en vez de hacerla. Tan sólo Dios promulga la ley, y Él solo está en capacidad de juzgar a un hombre y ejecutar la sentencia. Puede salvar y puede destruir, porque tiene la supremacía absoluta y el poder absoluto.

El conflicto revela también la actitud incorrecta de uno ante Dios y sus actuaciones erradas, vv 13 al 16. El hombre propenso a ser contencioso se jacta de hacer lo que quiere, ir adonde quiere y confiar en que será exitoso, pero su vida, y la nuestra, «se aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece». El v. 13 conceptúa todos estos planes como necios. Santiago pregunta qué es la vida y responde que es una neblina. Obsérvese cómo comienza el v. 15: «lo cual deberíais decir», y vincula esto con el v. 13: «lo que decís». Decimos las cosas del v. 13 en vez de decir: «Si Dios quiere». Aquella gente se jactaba de sus propios planes y en esto estaba su gran falta. No reconocían la soberanía de Dios, su derecho de gobernar sus vidas y el deber de ellos de conformarse con su voluntad.

Santiago sintetiza el tema en el v. 17: al que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado. El capítulo destaca tres relaciones correctas con Dios: la sumisión en el v. 7, la humildad en el 10 y la dependencia en el 15. Si dejamos de guardar estas relaciones, pecamos. Si cumplimos, nos guardarán del conflicto y nos capacitarán para glorificar a Dios. No debemos planificar nuestras iniciativas sin Él.

5.1 al 11
Retribución para el rico injusto

Santiago reconviene fuertemente a algunos ricos. Puedan ser inconversos, o posiblemente hombres ricos que oprimían injustamente a los creyentes. En la Escritura no se condena a uno por el simple hecho de poseer bienes, sino por abusarlos. Por ejemplo, Abram era riquísimo en ganado, en plata y en oro, Génesis 13.2.

Los hombres pueden pecar a causa de las riquezas, bien por acumularlas o por abusarlas. Santiago les manda a llorar en vista de las aflicciones que les esperan en esta vida – la pérdida de tesoros o la enfermedad, vv 2, 3 – o en la venidera. Las riquezas atesoradas para uno mismo, y no empleadas a favor de otros, causan angustia, porque sus dueños se dan cuenta de que se deterioran. Y, su salud puede deteriorase también. Voces acusadoras llegan a los oídos de Dios. Al no pagar a tiempo a sus obreros uno está reteniendo fraudulentamente.

Los ricos a quienes Santiago reprende han vivido en placeres, v. 5, y se habían entregado a vidas licenciosas para satisfacer los deseos de su corazón. Eran como animales en engorde para ser beneficiados («ovejas para el degolladero», Jeremías 12.3). Hoy en día también hay aquellos que viven lujosamente. Además, aquellos ricos empleaban sus recursos para controlar los tribunales y oprimir a los pobres. Santiago les hace recordar que el juicio se acerca, cuando lo torcido será enderezado.

Los pobres deben tener paciencia y ahora se les presentan tres ejemplos, vv 7 al 11: el labrador, los profetas y Job. El labrador espera pacientemente la lluvia temprana, en octubre, para germinar la semilla y la tardía, en abril o mayo, para madurar el fruto. Es un ejemplo para los creyentes sufridos; «tened también vosotros paciencia». También hay el caso de los profetas y el de Job. El creyente debe reconocer el mal que provoca el sufrimiento y debe ser paciente.

En el 1.12 fuimos enseñados la felicidad de aquellos que soportaron (la misma palabra) la tentación, y ahora aprendemos la bienaventuranza de Job a raíz de cómo soportó sus contratiempos. Se quejaba ante sus semejantes pero no renunció a Dios. Santiago nos recuerda que en el libro de Job vemos el fin del Señor – lo que Dios hizo a la postre por Job y que era muy compasivo. El fin de ese hombre fue feliz.

5.12 al 20
El sufrimiento y la lengua

Otra cosa que Santiago enfatiza para el santo abatido es el derecho de usar la lengua mientras sufra una prueba. No debe jurar, es decir, ser extravagante en su hablar. No hay por qué agregar un juramento para reforzar lo dicho; basta una afirmación sencilla. Tampoco se trata aquí de jurar en un tribunal.

Los vv 13 al 20 explican cómo emplear la lengua en diversas circunstancias. Santiago discurre en particular de hablar en el caso de uno afligido por enfermedad. Si alguno está enfermo, que ore – que el enfermo ore a solas, pidiendo a Dios paciencia y sabiduría, 1.5. Luego su deber es llamar a los ancianos de la congregación que le visiten, posiblemente por asociar su enfermedad con un pecado que él les confesará a ellos, aunque no sean necesariamente hombres con capacidad para sanar.

Leemos entonces del deber de los ancianos. Primeramente deben ungir al enfermo. Este uso del aceite ha podido ser medicinal, pero su único uso medicinal en el Nuevo Testamento parece haber sido al vendar heridas, o ha podido ser simbólico del Espíritu Santo en una obra de curación. Esta segunda posibilidad parece ser la más indicada. El ungimiento con aceite no se refiere a su uso medicinal por los ancianos para sanar; fue la oración de fe que le salvó al hombre. El segundo deber de estos señores era de orar. Era la función suya, distinta de la de los apóstoles para sanar.

Se enfatiza la oración del hombre justo y pensamos en el ejemplo de Elías, un hombre como nosotros. Él oró que la lluvia fuese retenida y no cayó una gota en cuarenta y dos meses. Al final de ese lapso, oró de nuevo; llovió, y la tierra produjo su fruto. Estas dos referencias a la oración en la vida de Elías manifiestan el efecto milagroso de orar. Su oración era fervorosa y logró mucho. Dios hará lo mismo para el creyente hoy en día, y queremos aprender a orar en serio, creyendo.

Santiago quiere estimular al hermano que intenta reclamar a un recaído. Parece que el v. 20 contempla el caso de un error atendido cuando muy recién cometido, antes de desarrollarse en un pecado de mayores proporciones (una multitud de pecado) que traería descrédito a la congregación. Demandaba un juicio justo: la muerte, posiblemente la muerte física. La mención de confesar significa que el enfermo reconocía que la enfermedad se debía a su pecado. No se trata de una confesión pública, sino privada, a los ancianos o a la persona perjudicada.

Una exposición de la Epístola de Santiago

Ministerio oral del señor Jack Hunter , Escocia.

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El escritor

Se considera que el escritor de esta epístola es Santiago [o Jacobo], hermano de Judas y hermano del Señor. Entiendo por Marcos 6.3 que María tenía una familia grande: al menos cuatro varones, quienes tenían “hermanas”. La muerte temprana de José se insinúa, y el término “carpintero”, como está aplicado al Señor Jesús, nos hace pensar que Él debió asumir la responsabilidad de la familia y realizar el oficio de José. Sea como fuere, Juan 7.5 nos explica que sus hermanos no creían en Él, pero en Hechos 1 encontramos ocupados en oración tanto a María como a sus hermanos. Parece que la resurrección del Señor convenció a sus hermanos que eran verídicas todas las afirmaciones que Él había hecho acerca de sí mismo.

Santiago era uno de los testigos que había visto al Señor después de su resurrección de entre los muertos; véase 1 Corintios 15.7. Se le ha llamado “Santiago el Justo”. Cauteloso y conservador, es un hombre que puede llegar a una conclusión basándose en la evidencia, y luego alumbrar a sus hermanos. Véase Hechos 13.

Los receptores

La epístola está dirigida a “las doce tribus que están en la dispersión”, probablemente creyentes judíos en primera instancia, ya que Santiago habla a menudo de “mis hermanos”.

Razones por escribir

Hay por lo menos cinco razones:–

(i)        La razón doctrinal:       Fue para exponer la justificación por obras. Santiago creía que se estaba pervirtiendo la doctrina de justificación por fe, tal como Pablo enseñaba, y él deseaba corregir ese error.

(ii)       La razón social:            Fue para hablar a los ricos y a los pobres acerca de sus responsabilidades el uno para con el otro, y para dejar expuesta la explotación de los obreros por sus patrones.

(iii)      La razón práctica:       Problemas internos y externos demandaban sabiduría para esta gente.

(iv)      La razón personal:       Era necesario llamar la atención al abuso de la lengua. Esto se nota especialmente en el capítulo 3.

(v)       La razón devocional:   Hacía falta estimular este pueblo a la oración y la humildad.

 

Capítulo 1

A. La vida probada

  • La introducción, 1.1

Santiago se presenta como “siervo de Dios y del Señor Jesucristo”. Es obvio que no tiene dificultad en cuanto a la deidad de aquel que había sido su hermano en la carne. Su contemplación del Señor en resurrección había resuelto aquel problema de una vez y por todas. También es obvio que comprende la unidad e igualdad de las Personas divinas. Ni divide la esencia ni confunde las Personas. En el 2.1 habla de “nuestro glorioso Señor Jesucristo”, o, “nuestro Jesucristo, gloria”, y parece que tiene en mente la gloria shekiná que reposaba sobre el tabernáculo, la gloria divina que resplandecía en nuestro Señor Jesucristo. Santiago está enteramente claro ahora en cuanto a la persona de Cristo.

Él habla de sí como “siervo de Dios y del Señor Jesucristo”, de manera que también está claro en cuanto al señorío de Cristo. Esta palabra siervo comunica tres ideas, como bien habrán comprendido los lectores de esta epístola, ya que vivían en días de la esclavitud. Un siervo, en el sentido de uno bajo servidumbre, debía mostrar obediencia absoluta; no tenía derechos propios. Debía caracterizarse por humildad absoluta; no tenía voluntad propia. Debía manifestar lealtad absoluta; no tenía intereses propios.

Ahora bien, ¿en qué medida estas palabras le describen a usted? ¿Y a mí? Si de veras estoy en servidumbre a Dios y al Señor Jesucristo, entonces soy de un todo propiedad de mi Señor, y la obediencia es la prueba de mi amor. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”, Juan 14.21. El esclavo nunca pensaba en función de sus propios deseos, sino de sus obligaciones. Nunca pensaba en sus derechos, sino en sus deberes. ¿Soy así?

¿Y qué de la humildad? Vemos el ejemplo perfecto de esto en la vida del siervo perfecto de Dios, el Señor Jesús. Y si nosotros somos siervos de Dios, entonces enfrentaremos nuestro propio Getsemaní, así como Él, con entera humildad. Nos doblaremos en la presencia del Eterno, y diremos: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Esto requerirá una lealtad absoluta, poniendo en su debido lugar todos los demás nexos. Mientras seamos verdaderos siervos, en servidumbre a Cristo, una voz controla, una mente dicta, y una persona domina.

  • La prueba de carácter, 1.2 al 4

“Tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas”.

Aquí está la primera de varias sacudidas que Santiago le da a uno al leer su epístola. Es obvio, ¿verdad?, que usted tendrá que hacer una voltereta mental si quiere captar lo que Santiago va a decir. ¿Quién ha oído hablar de las pruebas y dificultades como causa de alegría? ¿Acaso reaccionamos así? ¿Sufrimos con gozo el despojo de nuestros bienes? Hebreos 10.34. ¿Nos regocijaríamos al ser tenidos por dignos de padecer afrenta por causa de su nombre? Hechos 4.41. Pues, si vamos a entender la Epístola de Santiago, es lo que tendremos que hacer.

Fíjese en sabiendo en el 1.3. El gozo que Santiago tiene en mente no es efervescente, basado en los sentimientos. Se basa en una comprensión inteligente. Podemos regocijarnos sabiendo que la prueba de nuestra fe produce paciencia. Esta paciencia es durabilidad. Un producto elaborado en una acería es llevado a una sala de prueba para averiguar cuánto puede resistir antes de salir. Cuando las adversidades prueban nuestra fe, aquella prueba desarrolla durabilidad. Las historias de los mártires hacen ver que las pruebas no producen solamente la capacidad de resistir, sino ofrecen también la oportunidad de cambiar cada circunstancia en grandeza y gloria.

“Mas tenga la paciencia su obra completa”, 1.4. O, “que se cumpla”. Si usted lo hace, ella produce tres cosas según este versículo enseña: que sea (i) perfecto, (ii) cabal y (iii) sin falta.

Ser perfecto no es que uno no peca, sino que uno sea maduro. Se empleaba del animal apto para sacrificio, o de un atleta que se encontraba en condición de competir. De manera que esta prueba, esta resistencia, produce aptitud para el servicio de Dios. Ser cabal es ser maduro en todo detalle. Toda debilidad está eliminada, reemplazada por fuerza. “Sin falta” es el carácter que está siendo formado en estas pruebas. Es un carácter que no puede ser formado al agradarse a sí mismo. De esta materia prima, por medio de las circunstancias de la vida, Dios producirá un carácter que no adolece de deficiencias. La parte nuestra es reconocer la mano de Dios en cada circunstancia, y aceptarla como de Él.

  • Sabiduría al pedirla, 1.5 al 8

¿Siente usted que la norma es demasiado exigente? ¿Le parece que no puede dar la talla? Desde luego, no puede. Entonces, escúchele a Santiago: “si alguno … tiene falta de sabiduría, pídala ..”. A ver: (i) “si tiene falta”: allí está la necesidad; (ii) “pida”: allí su privilegio; (iii) “de Dios, el cual da a todos abundantemente”; allí está el carácter divino, el modo de ser de Dios en dar; (iv) “sin reproche”: allí está su estímulo. Dios dará, y no reclamará por no haber pedido, y no reprochará porque a usted le faltaba. Sencillamente: Él dará. (v) “y le será dada”: allí está su certeza. Toda la sabiduría que le hacía falta, usted recibirá.

Esta es entonces la tercera característica de un cristiano en este primer capítulo. En el 1.2 él está gozoso en medio de las dificultades. En el 1.3 es inteligente. En el 1.5 es sabio.

El versículo 6 manda: “pida con fe, no dudando nada”. Si usted va a pedirle sabiduría a Dios, tiene que saber que Él está dispuesto a dársela. Y no sólo eso: tiene que estar dispuesto a aceptar los cambios que efectuará en su manera de vivir. El que duda no va a recibir nada del Señor, 1.7. El tal es de doble ánimo: quiere sabiduría de Dios, pero a la vez quiere hacer lo suyo. Por esto está inquieto, como las ondas del mar que nunca se tranquilizan. La madurez, la resistencia, no puede realizar su obra perfecta en esa persona, porque él no la deja actuar.

  • El rico y el pobre, 1.9 al 11

“El hermano que es de humilde condición, gloríese”. Eran sumamente pobres en aquel entonces, y muchos de ellos esclavos. En cuanto a lo de este mundo, eran de humilde condición. Pero algunos de esos esclavos creyeron a Dios y fueron convertidos. Ahora podían gloriarse. Eran exaltados en su posición en Cristo, y exaltados en la asamblea, donde todos estaban al mismo nivel. Tal vez algunos eran exaltados también con un don de Dios, y podían edificar la iglesia. Nótese, por favor, que Santiago no les manda a jactarse en su exaltación, sino a regocijarse en ella.

Había ricos en la asamblea. Había en Hechos 2 aquellos que tenían tierras que podían vender, por ejemplo. Parece que Lidia era mujer de bienes, y Aquila y Priscila seguramente tenían un hogar amplio, porque en casa de ellos se reunía una asamblea. Entonces, ¿por qué dice Santiago que el rico debe regocijarse en su humillación?

Posiblemente sea porque el rico entró en la bendición divina sobre la misma base que el pobre. También ha podido ser humillado por las pruebas, porque muchos de aquellos creyentes perdieron sus posesiones, y sufrieron con gozo el despojo de sus bienes. Sea como fuere, uno podría regocijarse en haber sido humillado en vida – tan así como para recibir a Cristo.

Había otros, ni ricos ni pobres, que sufrían mucho por su fe en Cristo. Algunos tal vez habían perdido su empleo por no estar dispuestos a hacer algo deshonesto o idolátrico. En aquel entonces los cristianos se destacaban. Sufrían. Con todo, Santiago les manda a todos a regocijarse. Al fin y al cabo, la hierba se seca, y la flor se cae, 1.11 (1 Pedro 1.24). La brevedad de la vida y lo efímero de la riqueza no dan lugar a estar atado a lo uno ni a lo otro.

  • Un resumen, 1.12

Este versículo se revierte a los versículos 2 al 4. Dice que bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba –cuando haya manifestado que es genuino; cuando haya sido aprobado  recibirá la corona de vida. En los versículos 2 al 4 la prueba arroja un resultado presente; ahora mismo produce madurez y carácter, pero en el versículo 12 aprendemos que hay un galardón futuro, a saber, la corona de vida.

Esto nos hace ver que en última instancia somos responsables ante Dios no más. Servimos a la iglesia, servimos a nuestros hermanos y hermanas en Cristo, pero lo hacemos como siervos de Dios, y no como siervos de los hermanos. Es a Dios que tenemos que rendir cuenta a la postre. Es de Él que el siervo fiel recibe su reconocimiento y recompensa.

La corona está prometida, usted observará, a aquellos que le aman a Él. En 2 Timoteo 4.8 se promete la corona de justicia a todos los que aman su venida. Sugiero que esto nos hace ver que en la hora de prueba no podemos confiar en la inteligencia a guardarnos firmes. Es solamente el amor a Cristo que nos sostendrá.

B. El nuevo nacimiento

  • La mecánica del pecar, 1.13 al 15

Se puede ver esto como una tentación de adentro en contraste con los versículos 1 al 12, que hablan de prueba de afuera. Hay gente que le echan la culpa a Dios cuando ellos pecan. “Dios me hizo hacerlo”, dicen, “y no soy responsable si peco”. Pero Santiago deja muy claro que no es así. Nos dice que Dios es exento de la tentación, y por esto no puede tentar a ninguno. La tentación viene de adentro. ¿Pero cómo?

“Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido”. Es la habilidad del cazador que está a la vista aquí. Si usted quiere captar a un animal silvestre, lo seduce a salir de su escondite. Uno emplea carnada lo suficientemente atractiva como para crear un deseo (concupiscencia) en el animal, de manera que salga de su morada acostumbrada y segura, y entra en un área peligrosa. Los deseos dentro de nosotros son los agentes que nos conducen a pecar. Esta concupiscencia no necesariamente es sexual. Puede ser avaricia, o afán por el poder o por la venganza. Pero se origina adentro.

En el 1.15 la ilustración cambia a la del alumbramiento. “La concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”. Este versículo deja muy en claro que la criatura vive antes de nacer. La concepción estriba del deseo. El primerísimo deseo que tal vez le conduzca a usted a pecar puede ser llevado al Señor y ser juzgado. Por cierto, ese mismo deseo es pecado, según el Sermón del Monte: “Yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”, Mateo 5.28.

De manera que, al pecar, no le eche la culpa a Dios. Es suya propia.

  • El nacer de nuevo, 1.16 al 18

Aprendemos ahora que Dios ha concebido algo, y lo ha dado a luz. Obsérvese cómo Santiago presenta el tema: “Amados hermanos míos, no erréis”. En el versículo 2 era: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas”. No ve, Santiago tiene un estilo subyacente de asustarle, pero cuando va a decir algo que le va a sacudir, siempre deja ver a la vez que le ama. Esta sería una buena regla para todos aquellos que ministran la Palabra de Dios, o son llamados a decir algo con el propósito de ajustar las vidas de otras personas. Hagámoslo con amor: “Amados hermanos míos”.

Ahora, dice nuestro escritor, no se equivoquen. “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto –Él es el Dios Dador– del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. No es sólo que Él no puede ser tentado, sino que no puede ser cambiado. Cual Padre de luces, es fuente y origen de toda luz. En Él no hay fluctuación de intensidad, ninguna puesta de sol, ninguna sombra por rotación, ningún eclipse, ninguna fase al estilo de la luna. Es el Padre de luces, sin cambio.

El versículo 18 nos cuenta del nuevo nacimiento que tiene su origen en el Padre: (i) “de su voluntad”; es la base de la acción (ii) “nos hizo nacer”; es la acción (iii) “por la palabra de verdad”; es el medio; (iv) “para que seamos primicias”; es el resultado.

¿Qué quiere decir esta palabra primicias? Quiere decir una pequeña parte al comienzo de la cosecha, tomada antes del grueso de la cosecha. Pero encierra otra idea también. El hombre siempre presentaba a Dios las primicias de su cosecha. Le era sagrada a Dios. Y nosotros que hemos nacido de nuevo por la incorruptible Palabra suya somos la primicia somos de Él. Somos sagrados en el corazón del Eterno.

C.  La Palabra de Dios

  • Oir la Palabra, 1.19,20

Ahora, mis hermanos amados –dice Santiago– por cuanto han nacido de nuevo, se espera ciertas cosas de ustedes. Se espera que sean prontos para oir pero tardos para hablar y tardos para airarse.

En otras palabras, se les exige la disciplina propia.

Bien se puede aplicar este versículo de dos maneras. Un hombre que predica la Palabra públicamente debe ser pronto para oir y tardo para hablar. Debe asegurarse de que tenga algo que decir. Y Santiago está diciendo que la habilidad para hablar depende de la habilidad para oir. Para el sordo en Marcos 7.35 hacía falta que sus oídos fuesen abiertos antes que hablara claramente. La misma idea se encuentra en la descripción del Señor en Isaías 50.4,5. Hay el oído abierto en el versículo 5 para oir como el sabio (el instruido), antes de hablar las buenas palabras. Además, cuando usted habla, sea tardo para airarse, acaso el resultado sea la crítica.

Pero este versículo en Santiago tiene una aplicación privada también. Debe ser nuestra costumbre ser prontos para oir, tardos para hablar y tardos para airarnos. Si usted, cristiano que es, viene a ser objeto de crítica –sea del mundo o de otros cristianos– no manche su testimonio con perder los estribos. Guarde su lengua, y será contado por sabio. “Aun el necio, cuando calla, es contado por sabio”, Proverbios 17.28.

“La ira del hombre no obra la justicia de Dios”. No importa cuán grande la provocación, los cristianos no deben perder los estribos. La ira del hombre nunca logrará la voluntad divina. La ocasión para no hablar es cuando usted está molesto.

  • Recibir la Palabra, 1.21

Así que, “desechando toda inmundicia … recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas”. Hay condiciones que deben estar presentes para recibir la Palabra. Así como el versículo 19 enfatiza la necesidad de la autodisciplina, el 21 nos hace ver que debemos añadir a ella la pureza y la virtud. Debemos poner a un lado, así como haríamos con la ropa sucia, toda inmundicia y “abundancia de malicia”, o resabio de mal, como se podría expresarlo.

Inmundicia viene de un término griego que significa cera en los oídos, y es imprescindible que desechemos cualquier cosa que podría impedir que escuchemos la Palabra de Dios, no importa cuán inocua aquella cosa parezca ser.

Adicionalmente, debemos recibir la Palabra con mansedumbre. El Espíritu es quien la implanta. Quieta, mansa y sumisamente, nosotros la recibimos. Si lo que se está enseñando es la Palabra de Dios, y no una mera tradición, debemos someternos a ello.

Aquellos que enseñan la Palabra de Dios están en el deber de reconocer que no basta decir que usted cree algo, o no lo cree. Debe mostrar por qué. No es incorrecto que uno nuevo en la fe pregunte por qué se enseña cierta cosa. Pero una vez que se le haya hecho ver lo que nos dicen las Escrituras al respecto, debemos aceptarlo. Recibamos instantáneamente la Palabra implantada, y nos guardará de naufragio espiritual.

  • Obedecer la Palabra, 1.22 al 27

Esta sección se puede dividir en tres partes: (i) la naturaleza de la desobediencia en 1.22 al 24; (ii) la senda de la obediencia en 1.25; (iii) las marcas de un cristiano auténtico, controlado por la Palabra de Dios, en 1.26,27.

“Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”.

La Epístola de Santiago –y la de Pedro– se apoya en el Sermón del Monte. En Mateo 7.24 al 27 el Señor dice que el que oye sus dichos y las hace es como el hombre que construyó su casa sobre una roca, y el que oye pero no hace es como el que construyó su casa sobre la arena, “y fue grande su ruina”. Así que, esta cuestión de ser hacedores es la clave que determina si vamos a estar en pie o vamos a caer. Nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que estamos bien cuando no estamos obedeciendo la Palabra de Dios. La negativa de hacer debilita nuestra personalidad, y mientras más tiempo sigamos en la desobediencia, más débiles somos.

Los versículos 23 y 24 proporcionan un cuadro de un hombre que se ve a sí mismo en un espejo, dándose cuenta de que está sin afeitarse y sucio, pero se marcha sin hacer nada para mejorar su condición. Si la Palabra de Dios le muestra cosas en su vida que deben ser atendidas, y usted es apenas un oidor, y no un hacedor de la palabra, entonces usted es como ese individuo. Vio la evidencia. Sabía lo que debería hacer. Pero sacó el cuerpo y se olvidó de lo que había visto.

Pero el que mira atentamente en la perfecta ley de la libertad y se ajusta a ella, siendo hacedor de la obra, este hombre será bienaventurado. He aquí la ley perfecta, la de la libertad. Romanos 8.2 reza: “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. La ley de vida es la de la libertad, ya que es para gente que ha sido liberada de las esposas del pecado. Esa ley delinea el estilo de vida para personas  libres. Y el hombre que persevera en ella es bienaventurado en sus quehaceres. (Esta es la segunda bienaventuranza de Santiago; la primera fue la del 1.12: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación”).

Entonces, ¿cómo vamos a reconocer al hacedor de la Palabra? ¿Qué son las evidencias de uno que es cristiano de veras, controlado por la Palabra de Dios?

El 1.26 destaca que los hechos externos de índole religiosa no son un indicio fiel. Un hombre puede parecer ser religioso, pero si no refrena su lengua, “la religión del tal es vana”. El versículo 27, en cambio, nos explica cómo la religión pura obrará en un hombre: (i) disciplina para su lengua (ii) visitas al huérfano y la viuda (iii) separación del mundo.

Cuidado –advierte Santiago– que usted no se conforme con lo exterior, sin que haya correspondencia adentro.

A lo largo del Antiguo Testamento los profetas de Dios tronaban contra la formalidad externa sin la espiritualidad interna. Aquí está lo que Dios dijo a través de Amós en 5.21 al 24: “Aborrecí, abominé vuestras solemnidades … Si me ofrecieres vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré … Quita de mí la multitud de vuestros cantares … Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo”. Y Miqueas 6.6 al 8: “¿Con qué me presentaré ante Jehová …? ¿Se agradará Jehová con millares de carneros …? … qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”.

Y en Isaías 1.10 al 17 Dios le dice a Israel que Él está cansado de sus sacrificios y no quiere más “vana ofrenda”. Está saciado de sus fiestas. Luego les dice que lo que realmente desea de ellos: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”. Tal como Santiago está diciendo.

Todas estas fiestas y sacrificios fueron dados por y sancionados por Dios. No eran prácticas idolátricas; se conformaban con la Palabra de Dios. Pero si ellos iban a presentarse ante Dios con sus ofrendas, sus corazones tenían que ser rectos.

Debemos ser cuidadosos con proseguir con lo externo y descuidar lo interno. Es posible “partir el pan” sin hacerlo en memoria del Señor. Es posible ocuparnos del runrún de la maquinaria religiosa aun con el corazón del todo enfermo. Podemos estar tan contentos con lo correcto de nuestra posición externa que ni nos damos cuenta de lo erróneo de nuestra condición interna. Díganos, pues: ¿cuál cree usted que prefiere Dios? Creo que está más interesado en el corazón, porque allí se origina la adoración.

Tampoco basta la forma externa en nuestras vidas en privado. Santiago dice que “si alguno se cree religioso” –no importa cuán correcto parezca ser la forma externa de su religión– y no disciplina su propia lengua, la religión de aquel es vana. El hombre que ha aprendido a refrenarse la lengua nunca dirá nada acerca de otro sin preguntarse primero: ¿es cierto? ¿es benigno? ¿es necesario? ¿es provechoso? ¿está acorde con la espiritualidad?

Ahora bien, hermano, ¿qué de usted? ¿Puede adorar a Dios y a la vez calumniar su hermano? Entonces no está refrenando su lengua. No importa cuánto parezca adorar en público, no importa cuánto parezca realizar externamente sus deberes religiosos, su religión es incorrecta.

La religión pura es visitar a los huérfanos y a las viudas, y guardarse sin mancha del mundo, 1.27. Si está bien con Dios internamente, se hará evidente así externamente.

De manera que, la religión pura le hará socorrer al afligido, disciplinar su lengua, y guardarse limpio. Santiago abunda sobre estos tres temas en los tres capítulos siguientes.

 

Capítulo 2

A.  El respeto de personas

  • El error de juzgar por criterios mundanos, 2.1 al 7

Tengamos presente la exhortación que hace Santiago: que nuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Aquí la gloria que debería llenar nuestra vista es la gloria shekiná, la gloria de Dios. Si usted realza la prosperidad o el poder, está dando su respeto a la gloria de hombres, y la gloria de Dios y la de hombres son mutuamente exclusivas. Son incompatibles. Por esto el llamado de Santiago.

Él procede a la ilustración en 2.2,3. Supongamos que llegue a la congregación suya un hombre rico, vestido de traje costoso y ostentando un anillo de oro. El portero le conduce a un asiento prominente. Entra luego un pobre. Es evidente que el salón está lleno, de manera que el portero le manda a este segundo a quedarse parado donde está, o a sentarse en el suelo bajo su banquillo. En otras palabras, el hombre pobre no es sólo inferior al rico, sino también inferior al portero.

El versículo 4 nos da la conclusión. Si se comportan así, afirma Santiago, entonces están aplicando las normas del mundo en vez de las de Dios, y sus pensamientos son impíos, aun mientras juzgan.

¿Cree usted que esto se puede aplicar a nosotros? ¿Estamos libres de este pecado de la parcialidad? Si el alcalde de la ciudad suya y también un hombre pobre entraran a la reunión de su congregación a la misma vez, ¿usted les daría a los dos exactamente el mismo trato?

Luego la explicación, 2.5 al 7: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe …? Santiago no pudo olvidarse de la pobreza en su hogar. Cuando José y María ofrecieron sacrificios en el templo, Lucas 2, ellos presentaron la ofrenda de los pobres. Fue a los pobres –no a los ricos– que el Señor escuchaba de buena gana. La única riqueza que tienen es su fe, pero con todo son ricos, “herederos del reino que ha prometido a los que le aman”. ¿Se atreve usted a despreciar a los pobres?

Y los ricos, para quienes usted tiene tanto respeto. ¿Acaso los ricos no le oprimen, y se aprovechan de usted? A lo largo del libro de Hechos fueron los acomodados que encarcelaron a los apóstoles e intentaron asesinarles. Fueron los amos pudientes de la muchacha endemoniada, molestos por perder una fuente de entradas, que lograron que Pablo y Silas fuesen detenidos. Y, “¿no blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?” 2.7. ¿Cómo se podría considerar a los tales como dignos de respeto? Es pecado desestimar al pobre y tener al rico en estima.

  • La ley real, 2.8 al 13

Llegamos ahora a la ley del Rey, con su remedio para la parcialidad. “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Hay el cumplimiento con la ley en el versículo 9, el incumplimiento en 9 al 11, el llamado en el versículo 12 y la explicación en el 13.

Hemos vuelto al Sermón del Monte, esta vez a la parábola del buen samaritano. “¿Quién es mi prójimo?” se preguntó. Según la parábola, mi prójimo es cualquier persona necesitada. “Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado”, 2.9. Es la ley real del amor que le condena; la parcialidad es incumplimiento con esa ley. Y si usted guarda toda la ley, pero ofende en un punto, es culpable de todos, según el versículo 10.

Santiago da un ejemplo de esto en el versículo que sigue. La misma ley que prohíbe el adulterio prohíbe el homicidio. Si usted desobedece una de estas normas, nada gana con insistir que ha obedecido la otra. Usted es trasgresor de la ley.

Posiblemente tenía en mente que los judíos se habían hecho expertos en la evasión, así como nosotros. En vez de reconocer que eran transgresores, ellos señalarían lo que no habían incumplido. Pero no resulta.

Con esto, Santiago hace su llamado: “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad”. Acordémonos; hemos entrado en un estilo de vida, y es una estilo por el cual seremos juzgados a la postre. Grande es nuestro privilegio; grande es nuestra responsabilidad. Nunca ha habido una época cuando los hombres tenían más luz de Dios que la que tienen ahora. Es cierto que hay mucho alejamiento, pero nunca ha habido tanta luz. Por lo tanto, dice Santiago, hablen y compórtense como los que van a ser juzgados conforme a la luz que han recibido.

“Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia”, 2.13. Según usted haga, será juzgado. Y así termina la sección sobre el respeto de personas.

B.  La justificación por obras

  • Fe y obras, 2.14 al 19

Hay un planteamiento en el 2.14, la primera ilustración en 2.15,16, la conclusión en 2.17, una segunda ilustración en 2.18 y la explicación en 2.19.

El planteamiento que hace Santiago es esta: “¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?”

Ante todo, veamos si podemos establecer la diferencia entre lo que Pablo llama la justificación por fe y lo que Santiago llama la justificación por obras. A menudo se ha dicho que la primera se refiere a la justificación ante Dios y la segunda la justificación ante los hombres. ¿Pero qué necesidad tenemos de ser justificados ante los hombres? Justificación es el mismo término en ambos casos, y tiene que ver con Dios.

Además, las últimas dos ilustraciones de Santiago versan sobre Abraham y Sara. ¿Quién les vio? Y, aun si los hombres los hubieran visto, ¿quién hubiera percibido lo que estaban haciendo? Abraham estaba matando a su hijo y Sara, por su parte, estaba traicionando según lo que los demás entenderían. Así que, ¿cómo podemos concluir que se trataba de justificación ante los prójimos?

Cuando Pablo habla de la justificación por fe, y Santiago de la justificación por obras, están hablando de lo mismo. No tratan de dos tipos de justificación, sino de dos clases de fe y dos clases de obras. Pablo habla de una fe auténtica, Santiago de una fe espuria. Pablo habla de obras en contraste con fe. Él está mostrando que el hombre no puede hacer nada que le permita ser contado como justo delante de Dios, pero cuando Santiago habla de obras, él quiere decir aquéllas que son una parte integral de la fe. Está hablando de una fe que obra, una fe que es auténtica. Él escribe en el versículo 14 de una fe que no tiene obras, y pregunta cómo puede aquella clase de fe salvar. En otras palabras, si no hay prueba de mi fe, entonces esa fe no es auténtica.

Los versículos 15 y 16 proporcionan la primera ilustración. Supóngase el caso de un hermano o una hermana en necesidad, y usted le habla dulcemente, expresando preocupación, pero no hace nada para aliviar su condición. ¿Qué logra con esto? La compasión que no intenta ayudar no es compasión auténtica. Según el mismo principio, la fe, si no queda probada por obras, no es fe en realidad.

El 2.18 nos ofrece la segunda ilustración. Usted dice que tiene fe. La manifiesta sin sus obras, y yo le mostraré la mía por medio de mis obras. La evidencia de fe es lo que usted ve en mi vida. Así que, ¿usted responde que cree que hay un Dios? Muy bien. Pero no haga mucho ruido de eso, porque los demonios también creen, y ellos tiemblan. Ellos tienen ese tipo de fe.

  • Justificación por obras, 2.20 al 26

Hay un planteamiento en el 2.20, la tercera ilustración en 2.21, la explicación en 2.22, una observación en 2.23, una conclusión en 2.24, la cuarta ilustración en 2.25 y otra conclusión en 2.26.

El planteamiento es que “la fe sin obras es muerta”.

La ilustración presentada es la de Abraham, quien ofreció a su hijo Isaac sobre el altar, y en esto fue justificado. Por sus obras, su fe “se perfeccionó”, o fue llevada a su medida cabal. Su fe estaba activa en sus obras.

El versículo 23 observa que “se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”. Pablo cita este mismo pasaje –Génesis 15.6– en Romanos 4.3 para probar que la justificación es por fe. Pero no hay contradicción. Abraham fue justificado por fe, y si usted ve a Moriah y le ve ofreciendo a su hijo, verá su fe en acción.

Santiago concluye que un hombre es justificado por obras, y no por fe solamente, 2.24. Las obras son una parte de la fe.

Ahora viene la cuarta ilustración. Si Abraham era uno de los mejores de los hombres, Rahab era tal vez una de las peores de mujeres. Abraham era un hebreo; Rahab era una gentil, perteneciente a una nación enemiga que estaba condenada a juicio. Con todo, ella también fue justificada por obras. Parece evidente de su testimonio que Rahab creía a Dios antes de la llegada de los espías a Jericó. Sus obras fueron consecuencia de su fe. El cordón de escarlata colocada en su ventana dio evidencia de que ella creyó que Dios tenía un derecho en Jericó. Demostró su fe en Él.

La conclusión es que “como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta”. ¿Usted se observó que esta es una analogía? La fe se compara con el cuerpo, y las obras con el espíritu. Si nosotros hubiéramos escrito esto, a lo mejor hubiéramos comparado el espíritu con la fe, y el cuerpo con las obras. Pero así no se hubiera comunicado la idea que Santiago desea enfatizar. El espíritu es el principio que proporciona vida al cuerpo. Sin él, el cuerpo está muerto. Aun así, las obras son el principio de fe que da vida. Si la fe no obra, entonces carece de lo que le da vida. Está muerta.

No ve, Santiago está luchando contra aquella distorsión de la enseñanza de Pablo que dice: ¿Dijo usted que la justificación es por fe? Yo la tengo, soy salvo. Santiago está explicando a quienes piensan así que eso no basta. La fe auténtica se hará manifiesta en obras. Sin ellas, está muerta.

 

Capítulo 3

A.  Los maestros, 3.1

“No os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”. Santiago está advirtiendo a todos los que enseñan que nosotros –él incluido– debemos recordar que “por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”, Mateo 12.37. Instruir a otros es asunto solemne si uno no vive a la par de lo que enseña.

Los maestros son un don del Señor ascendido. “Él mismo cons-tituyó a unos … pastores y maestros”, Efesios 4.11. La palabra unos da a entender que no todos eran pastor o maestro. Puede dar a entender también que estos dos dones van juntos, ya que se emplea unos una sola vez para “pastores y maestros”. Al ser así, debemos esperar que un maestro cuente con corazón de pastor. Tendrá que amar la grey que a la cual intenta ministrar.

Debemos reconocer a la vez que don no es habilidad. En la parábola de los talentos, Mateo 25, el señor le da a cada siervo conforme a su habilidad. El don se da a la habilidad, y gracia al don; Efesios 4.7. El don debe ser desarrollado y avivado, y es nuestra responsabilidad hacerlo, llevando en mente siempre que es dado por el Señor resucitado. Por esto, el maestro recibirá mayor condenación si fracasa en su asignación, o no vive a la par de la verdad que expone.

B. La lengua, 3.2 al 12

Este pasaje ofrece siete ilustraciones de la lengua: el freno en la boca del caballo, el timón que guía la nave, el fuego, una bestia silvestre que no se puede domar, el veneno, una fuente y un árbol.

El freno y el timón son para dirección en la vida, el fuego, la bestia y el veneno causan daño en la vida, mientras que la fuente y el árbol se utilizan par enriquecer la vida.

El versículo 2 dice que todos ofendemos en muchas cosas, pero el hombre que no ofende en palabra es un varón perfecto, a saber, maduro. Si puede controlar su lengua, puede disciplinar su cuerpo entero.

El versículo 3 presenta el cuadro de un potro suelto, malgastando su energía. Pero un freno en la boca controla la energía de ese caballo, y lo dirige a sendas útiles.

El versículo 4 nos recuerda que las naves, aunque sean grandes y llevados de impetuosos vientos, son controlados por un timón muy pequeño. Tal vez esto es para decir que las tempestades de la vida, los elementos que nos atacan desde afuera, pueden ser controladas por el gobernador por medio del timón, con tal que lo domine. La lengua es pequeña, pero su influencia está fuera de toda proporción a su tamaño.

El versículo 5 nos pide contemplar cuán gran bosque puede ser encendido por una llama pequeña. Todo lo que hace falta para producir un gran fuego es el cabo de un cigarrillo.  La lengua es igual de dañina.

El versículo 6 ofrece una descripción quíntupla de la lengua. Es un fuego; comienza fácilmente, pero una vez encendida, no se puede apagar. Es un mundo de maldad; toda una serie de males se expresa por medio de la lengua, y se puede discernir cómo es una persona por la manera cómo habla. Contamina todo el cuerpo; Efesios 4.29 nos advierte, “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca”, como por ejemplo las suciedades, palabras deshonestas y necedades, Efesios 5.4. Santiago explica que ese modo de hablar contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Detrás de la lengua hay la influencia diabólica.

Veamos el cuadro del pecador que está presentado en Romanos 3, dándonos cuenta de la parte significativa dedicada a la garganta, la boca, los labios y la lengua. Quizás algunas de las cosas que decimos no serían pronunciadas si pudiéramos llevar en mente que nuestra habla revela la clase de persona que somos.

En los versículos 7 y 8 el cuadro cambia. Toda suerte de bestia ha sido domada por el hombre, pero la lengua no. Es “un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal”. En el cántico del siervo en Isaías 53, leemos que “no abrió su boca”, pero en el capítulo 50 su boca está abierta “para saber hablar palabra al cansado”. Santiago dice que ningún hombre puede dominar la lengua, pero el divino Siervo del Señor tenía la suya bajo el control del Señor suyo.

Y aquí está el punto culminante de toda su enseñanza acerca de la lengua: el hombre o la mujer que la puede disciplinar ha llegado a estar bajo el control de Cristo. Donde usted encuentre la lengua controlada, encontrará el poder de Dios. Si la lengua está bajo el poder divino, puede ser empleada para bendición. Pero si no, puede matar. La lengua de alguien fuera de comunión con el Señor –un chismoso, por ejemplo– es veneno mortífero.

Según el versículo 9, una misma lengua se usa para bendecir y para maldecir. “De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así”, 3.10.

En la fuente, versículo 11, vemos algo que nunca emite agua dulce y agua amarga en el mismo lugar. Y en el árbol aprendemos la misma lección, 3.11. La vida produce vida. Una higuera produce higueras; un olivo, olivos. “Por sus frutos los conoceréis”. Y por las palabras que salen de la boca suya, usted será conocido.

C.  La sabiduría, 3.13 al 18

Si el versículo 13 se vincula con el versículo 1 (“no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”), como algunos piensan, entonces ofrece un cuadro del maestro como debe ser (con sabia mansedumbre), mientras que el versículo 14 ofrece un cuadro del maestro como no debe ser (con celos y contención). Los versículos 15 y 16 describen una sabiduría errada (terrenal, etc), y el versículo 18 exige el fruto de la justicia (pura, etc)..

Sin embargo, es posible que estos versículos no se refieran tan sólo a los maestros, sino a todos. ¿Quién, pues, está en la mira?

Según el versículo 13, si un hombre es sabio y entendido, habrá evidencia de esto: “Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre”. Mansedumbre no es debilidad. Es la fortaleza de carácter que disciplina la vida.

El versículo 14 manifiesta que un hombre que asume el lugar de sabio, pero a la vez carece de la evidencia del versículo 13. Se ve que en el fondo él es envidioso, celoso y de espíritu amargo. Y, dice Santiago, no se jacte de esa condición, porque miente contra la verdad.

Prosigue el versículo 15 con decir que la sabiduría de ese estirpe –la que no ve nada bueno en los demás pero se gloría en sí misma– encuentra su fuente en el mundo. Es terrenal en vez de celestial; es sensual en vez de espiritual; es diabólica en vez de divina. Y, donde se encuentre esa clase de sabiduría, uno encontrará “perturbación y toda obra perversa”, 3.16.

Pero el versículo 17 explica que hay una sabiduría que es de arriba. Tiene ocho características, y si uno quiere saber si posee la sabiduría de lo alto, tiene que medirse contra estas ocho cualidades:–

  • Es pura. Un hombre con esta sabiduría nunca promoverá sus propios fines egoístas. Sus motivos serán puros.
  • Es pacífica. Volvemos una vez más al Sermón del Monte: “Bienaventurados los pacificadores”.
  • Es amable. Esto quiere decir sencillamente que usted no insiste en sus propios derechos, sino se caracteriza por “la dulce sensibilidad”.
  • Es benigna. Una persona con esta sabiduría de lo alto nunca será terco ni duro. Será “acercable”.
  • Está llena de misericordia. El tal hombre es sensible a los problemas de otros, ¡aun si la culpa es de usted! Tal vez tendrá que condenarle, pero lo hará amablemente.
  • Está llena de buenos frutos. Este hombre no sólo simpatiza por usted, sino que está dispuesto a actuar. ¿Acaso Dios no nos trató de esta manera?
  • No reviste incertidumbre. Un hombre poseído de esta sabiduría no tiene favoritos. Será como Dios, sin respeto de personas. Hará justicia a grande y pequeño por igual.
  • No encierra hipocresía. Este individuo no finge. Es auténtico, honesto, sincero. No pone una cara ante usted y otra ante mí.

El versículo 18 nos dice que el fruto (la cosecha) de justicia se siembra en condiciones pacíficas para [¿por? *] aquellos que hacen la paz. ¿Quiere este fruto? ¿Quiere recoger la santidad, aquella gran cosecha que viene del correcto proceder, la santa vida, la unidad? Bien, no lo va a conseguir por la pelea, porque se siembra en paz.  * Por ejemplo, la Nueva Versión Internacional: “Los que trabajan por la paz están echando una semilla de paz que producirá frutos de virtud”.

 

Capítulo 4

Vamos a considerar el capítulo bajo cinco encabezados.

  • Nuestro propio gusto, o la palabra de Dios, 4.1 al 3

El versículo 1 plantea dos preguntas. La primera es, “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?” La segunda responde: “¿No es de vuestras pasiones?” Las guerras y los pleitos están afuera, pero los problemas afuera vienen de adentro. Allí hay deseo insatisfecho, el deseo por su propio placer en vez de la voluntad de Dios.

La explicación está en el versículo 2: la codicia, como primer paso. Uno no tiene, y por esto mata. Los deseos insatisfechos estimulan pensamientos de homicidio en su corazón, y el resultados es pleitos, separación, división. Y, no obstante toda su pelea, todavía “no tenéis lo que deseáis”. ¿Por qué? Por pedir mal.

O, como sugiere el versículo 3, quizás usted pide, pero sus oraciones son egoístas. Está intentando utilizar a Dios para darle lo que va a gastar en sí mismo. Toda la cuestión está mal sincronizada.

  • La mundanalidad; a saber, infidelidad a Dios, 4.4,5

Estos placeres que usted busca son del mundo, y “la amistad del mundo es enemistad contra Dios”, 4.4. Santiago comienza la sección con el saludo: “almas adúlteras”, o sea, infieles. Una traducción reza: “Esposas infieles a quienes les encanta flirtear con el glamour del mundo”.

Estamos juntados al Señor; hay un pacto sagrado entre nosotros y Dios. El momento que nos interesamos en el mundo, hemos roto el juramento y nos hemos hecho infieles. Tal vez haya en todos nosotros un afán secreto por el mundo, pero si buscamos su amistad, nos juntamos con un sistema y una gente  que están opuestos a Dios.

El resto del versículo nos dice que  el tenor general de la vida de uno manifestará si uno es salvo o no. El que “quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. Es como el hombre en 1 Juan 2.9, quien dice que está en la luz, pero deja ver que en realidad está en tinieblas, ya que aborrece a su hermano. Su vida muestra que no es hermano nada.

Versículo 5: “… ¿El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” Posiblemente esto quiere decir que el Espíritu de Dios anhela celosamente con el  deseo de tenernos de un todo para Él. Éxodo 20.5 dice que Dios es celoso, y Deuteronomio 32 habla de cómo Israel le provocó a celos, de manera que es escrituraria la idea que las Personas divinas nos anhelan celosamente, deseando nuestro afecto, lealtad y adoración.

 

 

  • El orgulloso y el humilde, 4.6 al 10

“Pero él da mayor gracia”. Él da gracia para rehusar las tentaciones del mundo.  Pero hay una condición para recibir esta gracia: debemos ser humildes, ya que “Dios resiste a los soberbios”. Y esta gracia nos hace falta. La necesitamos para sumisión, 4.7; comunión, 4.8; purificación, 4.9; y para arrepentimiento, 4.9. No debemos dejar que nuestro gran enemigo, la soberbia, nos impide recibir la gracia que tanto necesitamos.

“Someteos, pues, a Dios”. Si usted va a proseguir para Dios, no puede haber nada menos que una sumisión total. Mateo 11.28,29 nos dice: (i) Venid; es la invitación a Cristo. (ii) Llevad mi yugo; es el don de Cristo. (iii) Aprended de mí; es la exposición de Cristo. ¿Usted ha venido? ¿Ha tomado el yugo? ¿Se ha sometido? Tendrá que hacerlo, si va a resistir al diablo. De la gracia procede el poder para resistir. Si resiste, Satanás huirá de usted.

También hay gracia para la comunión. Obsérvese que ella precede la promesa: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros”. Tiene que haber un movimiento en el alma: alejarse del mundo, 4.4, y acercarse a Dios, 4.8. Pero antes de haber comunión, debe haber limpieza. La persona de doble ánimo, a quien Santiago le anima que limpie el corazón, es de dos caras; es el “bi-almada”. Mira hacia Dios y hacia el mundo, y uno no puede gozar de comunión con Dios en esa situación. La limpieza afuera no basta; tiene que involucrar los afectos adentro. “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón”. Salmo 24.3,4.

El versículo 9 nos habla de la necesidad del arrepentimiento. Es una auténtica contrición y aflicción del alma, la rodilla doblada y el corazón contrito. Mientras gocemos del com-pañerismo del mundo, podemos estar alegres. Pero al darnos cuenta de que la amistad del mundo es enemistad con Dios, nuestra risa se convierte en lloro, y nuestro gozo en tristeza. Es lo que nos hace falta.

Santiago cierra la sección con una exhortación y una promesa: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”.

  • El pecado de criticar a su hermano, 4.11,12

“Hermanos, no murmuréis los unos de los otros”. Favor de notar que no hay excepciones a este mandamiento de Santiago. No lo haga. Puede haber ocasiones cuando estoy obligado a testificar a la verdad, pero nunca a denigrar a mi hermano. Nunca estoy justificado al rebajarle a él para exaltarme a mí mismo. Somos hermanos. Se trata de haber sido incorporados en un círculo familiar. Usted no tendría buena opinión de una persona que continuamente habla mal de su propia familia, ¿verdad?

El versículo 11 nos dice que el que juzga a su hermano está hablando mal de la ley. Aquí  estamos en relación el uno con el otro como hermanos. Pero en el versículo 12 es en relación con su prójimo. Si habla mal de otro, usted está poniéndose por encima de la ley. Usted no cumple con ella, sino que la juzga.

De manera que aquí se encuentra un tema recurrente de esta carta: la disciplina de su lengua. Si usted la puede disciplinar, puede disciplinar su vida entera.

 

  • La voluntad de Dios, 4.13 al 17

Leemos de la presunción del hombre en 4.13, la brevedad de la vida en 4.14, la voluntad del Señor en 4.15,  la jactancia arrogante en 4.16 y el pecado de omisión en 4.17.

El versículo 13 emplea una ilustración muy moderna. Aquí está un grupo de ejecutivos en torno de una mesa, señalando ciertos lugares en un mapa y planificando un viaje. Han decidido cuándo será: hoy o mañana. Han decidido adónde van: cierta ciudad. También cuánto tiempo van a quedarse: un año. Y qué van a hacer: comercializar. Desde luego, han fijado su margen de utilidad: “y ganaremos”.

Este pasaje no enseña que es malo planificar. Lo que es malo es dejar a Dios fuera del asunto. El versículo 14 explica por qué: la vida es breve. La vida suya es apenas un vapor, y usted no sabe qué sucederá mañana. Lo que debería decir es: “Si el Señor quiere”. Puede hacer arreglos para el futuro siempre que sea razonable hacerlo, pero que sean sujetos a la voluntad de Dios. Si sale del marco de dependencia de Dios, usted está evidenciando suficiencia propia, y “toda jactancia semejante es mala”.

Ahora llegamos al último versículo del capítulo: “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”. Este pecado de omisión trae su propia consecuencia.

El sacerdote y el levita, Lucas 10.31 al 32, han podido pensar que tenía buenas razones para pasar de lado del hombre que cayó entre ladrones, pero ellos estaban poniendo el ceremonialismo por encima de la vida humana. No dice el pasaje que el hombre que recibió un talento, Mateo 25.24 al 29, cometió otro pecado salvo el pecado de omisión. Él enterró su moneda cuando ha debido ponerla a ser útil.

Las naciones “cabritos” a mano izquierda del juez en Mateo 25 son juzgadas por el pecado de omisión. Y nosotros también seremos juzgados por lo que hemos debido hacer pero no hicimos.

 

Capítulo 5

A.  El  juicio del rico, 5.1 al 6

Los versículos 1 al 3 tratan de la falta de valor de las riquezas y los tres versículos siguientes del carácter despreciable del rico. La sección puede ser dividida como sigue: la acumulación ilícita de riquezas, 2,3; la deshonestidad, 4; la indulgencia propia, 5; la persecución, 6.

Este pasaje pronuncia el juicio de Dios sobre el rico, y llama la atención a sus pecados. Aun cuando es probable que la carta sea escrita a cristianos, parece que esta sección es más generalizada. Quizás está dirigida a los amos ricos para quienes muchos creyentes trabajaban.

Sea como fuere, tiene el sabor de los pronunciamientos severos de Amós de antaño. Por ejemplo: “Oíd esta palabra, … que oprimís a los pobres y quebrantáis a los menesterosos, que decís a vuestros señores: Traed, y beberemos. Jehová el Señor juró por su santidad: He aquí, vienen sobre vosotras días en que os llevarán con ganchos, y a vuestros descendientes con anzuelos de pescador”, Amós 4.1,2. También hay el trozo 8.4 al 7, donde el profeta acusa de “comprar los pobres por dinero, y los necesitados por un par de zapatos”. Santiago emplea palabras del mismo estilo.

Los versículos 2 y 3 mencionan tres tipos de riquezas, entre las “miserias” que vendrán sobre los ricos. (i) Sus riquezas están podridas; a saber, sus cosechas se pudren en los graneros. (ii) Sus ropas están comidas de polilla: la buena vestimenta era indicio de rango, pero la de esta gente se echaba a perder. (iii) Su oro y plata están enmohecidos; o sea, estaban perdiendo lo que tanto valoraban. Santiago está señalando el peligro de poner sus afectos en bienes y recursos materiales.

Él prosigue: “Habéis acumulado tesoros”. O sea: les ha ido muy, muy bien; felicitaciones. ¿Cómo? Los versículos 4 al 6 explican cómo.

Por fraude habían retenido el jornal de los obreros. Un trabajador ha debido cobrar al final de cada día, y de ninguna manera se podía negarle su pago; Levítico 19.13, Mateo 20.8, Deuteronomio 24.19. Y Jehová de los Ejércitos, el Dios Todopoderoso, se da cuenta de las injusticias, y vendrá cual vengador de su pueblo.

Los versículos 5 y 6 muestran un vínculo entre el dinero y la vida licenciosa. Los ricos han defraudado a los pobres para vivir rodeados de lujo.

B.  La venida del Señor, 5.7 al 11

La venida del Señor siempre se presenta como un acontecimiento a tener lugar durante la vida de los lectores. Santiago exhorta a estos cristianos, muchos de ellos probablemente sufriendo a manos de los ricos, a esperarla pacientemente. Luego les ofrece tres ilustraciones de la paciencia: el labrador en 5.7, los profetas en 5.10 y Job en 5.11.

Comienza con el labrador. El agricultor siembra la semilla y luego espera pacientemente la cosecha. Tengan ustedes paciencia también, dice nuestro escritor, porque la venida del Señor se acerca. No se quejen por su aflicción. No echen la culpa a otros cuando las cosas van mal, versículo 9. “El juez está delante de la puerta”, y Él pondrá todo y a todos en su lugar.

Viene ahora la segunda ilustración. Los profetas eran varones que sufrían en su tiempo. Ellos “hablaron en nombre del Señor”, y por regla general sus mensajes fueron oídos de mala gana. Jeremías, por ejemplo, estaba obligado a dar mensajes de juicio, y sufrió por hacerlo. Para el cristiano, ellos son ejemplos de padecimiento y de paciencia.

“Tenemos por bienaventurados a los que sufren”, leemos en el versículo 11, y el ejemplo clásico es el de Job. La “paciencia” de Job es su perseverancia (como en la Nueva Versión Internacional). Santiago les hace recordar a esta gente que ellos también han visto el fin del Señor, quien es muy misericordioso y compasivo. Todo lo que le sucedió a Job fue con miras a un propósito específico.

¿Y qué era esa fin?

Se encuentra en el capítulo 43 del libro de Job. Entre otras cosas, él llegó a conocerse a sí mismo. Aprendió qué era de veras. Luego llegó a un conocimiento de Dios en toda su gloria, soberanía y provisión. Aprendió también la eficacia de la oración, específicamente la oración a favor de sus amigos. Finalmente, a Job le fue dado el doble de lo que tenía antes. Este es el ejemplo puesto delante de estos cristianos agobiados como estímulo a perseverar con paciencia en las aflicciones.

C.  El juramento,  5.12

“Sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra … sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no”.

Este versículo es otro que nos lleva de regreso al Sermón del Monte, esta vez Mateo 5.33 al 37: “Fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera …”

El Señor no habla aquí de un tribunal de justicia. Estos judíos se estaban comprometiendo por una multitud de juramentos. Por cuanto pensaban que no podían invocar el nombre de Dios, juraban por otras cosas, y luego decidían que algunas de éstas no eran vinculantes. Mateo 23.16 echa cierta luz sobre esto. El Señor les acusa a los escribas y fariseos de ser hipócritas. Decían que si un hombre juraba por el templo, no era nada; pero si juraba por el oro en el templo, se comprometía. Si juraba por el don sobre el altar, estaba obligado a cumplir; pero si juraba por el altar, no estaba obligado.

No ve, eran expertos en evadir la ley – así como nosotros. Su conducta había quitado cualquier valor que sus votos hayan tenido.

Esto no quiere decir que eran de un todo malos. El Mateo 26 el Señor guardó silencio ante el sumo sacerdote, pero tan sólo hasta que fue puesto bajo juramento. Con esto, respondió. Y, en Hebreos 6 se nos dice que Dios mismo juramentó. Pero el valor de un juramento está en su carácter excepcional.  La multiplicidad de votos que tomaban estos judíos con respecto a sí mismos, en tanto que declaraba que algunos no les comprometían, rendía inútiles a todos.

Ahora bien, dice Santiago, no vayan a conducirse como esos hombres. “Que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no”. Sean hombres de su palabra. Su dicho debe ser tan comprometedor como un juramento.

Un juramento en un tribunal es simplemente un compromiso a decir la verdad. Pero si usted tiene una conciencia a jurar, en algunas jurisdicciones se le permite afirmar que su testimonio es veraz. De todos modos, su palabra debe ser enteramente verídica.

D.  La oración de fe, 5.13 al 20

El versículo 13 gira instrucciones que aplican a dos tipos de circunstancias. “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas”.  Debemos orar en tiempos de aflicción y cantar en tiempos de regocijo.

1 Corintios 11.29,30 dice que la persona que participa indignamente de la cena del Señor come y bebe juicio para sí. Por esta causa, explica Pablo, muchos están débiles y enfermizos, y muchos duermen. Había una causa para la enfermedad en Corinto, y creo que había una causa para la enfermedad en Santiago 5.

Al enfermo en este versículo se le manda a llamar a los ancianos de la iglesia. ¿Por qué? ¿Por qué no llamar a un apóstol? Se registran varios casos donde apóstoles sanaron enfermos. ¿Por qué llamar a los ancianos?

Bien, sugiero que se trata de un problema espiritual en el fondo. No era cualquiera que podía enfermarse. Esta persona llama a los ancianos porque su enfermedad es consecuencia del pecado, y llama a los ancianos para confesarlo. Dentro de sí, sabe que está enfermo por haber hecho mal, y debe arreglar el asunto antes de esperar recuperarse.

Nótese, por favor, que él llama a los ancianos a venir a su hogar. La familia no lo lleva una reunión de sanidades. Nótese también que llama a los ancianos, y no a cualquiera que dice poder sanar. Y cuando llegan a su hogar, deben orar por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.

Esta unción con aceite se menciona aquí y en Marcos 6.13. Los Doce lo hacían y los ancianos lo hacían. El aceite siempre se ha visto como un remedio medicinal. El samaritano echó aceite en las heridas del hombre que cayó entre ladrones, pero no por eso la víctima quedó curada. El aceite alivia, pero no cura. Por cierto, el versículo 15 nos cuenta de dónde procede la curación: “el Señor lo levantará”.

Entonces, ¿por qué el aceite? Pues, además de su eficacia para aliviar, quizás tenía el mismo propósito como en las acciones del Señor con el sordo en Marcos 7 y el ciego en Marcos 8. La cataplasma de higos que Isaías le aplicó a Ezequías (2 Reyes 20.7) es otro ejemplo. Ella no efectuó el resultado –la curación vino de Dios– pero le dio confianza al paciente.

El versículo 15 reza: “La oración de fe salvará al enfermo, y el Señor le levantará”. Esto no admite ningún fracaso. Es la voluntad de Dios levantar a este enfermo en respuesta a la oración de fe de los ancianos. Es deshonesto usar este versículo como autoridad para sanar, y luego, si el enfermo no se sana, echarle a él la culpa por falta de fe de parte suya. La oración de fe no se refiere al paciente; se refiere a los ancianos. “Y si se hubiere cometido pecados, le serán perdonados”. El hecho de que el hombre pueda levantarse de su cama de enfermo es prueba del perdón del pecado que causó su enfermedad.

Y si es así en este caso en particular, el versículo 16 nos manda a confesar regularmente nuestras faltas el uno al otro, y orar el uno por el otro, que seamos sanados. “La oración eficaz del justo puede mucho”.

Las oraciones de Elías, 5.17,18, tienen el mismo trasfondo que la oración del versículo 14. Elías oraba en un ambiente de disciplina y gobierno. Sus oraciones se basaban en una convicción innata de la voluntad divina, y fueron contestadas.

Conviene comentar que la enfermedad no pocas veces puede ser atribuida a causas espirituales, y esto se está reconociendo más a menudo.

Los versículos 19 y 20 abundan sobre el tema “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte [física] un alma, y cubrirá multitud de pecados”. De nuevo, el problema corporal se debe a una causa espiritual. La sanidad en un caso de estos se halla en corregir el problema espiritual.

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