La oración intercesora | No hay nada (#723)

 

La  oración  intercesora

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Sra. Fay de Smart

Traducción del librito Interecessory prayer,
publicado por Publicaciones Cotidianas,
Port Colborne, Ontario, Canadá,       Everyday@everyday.on.ca
 

“Yo sí deseo orar, pero no entiendo. No sé cómo orar”.

“No tengo tiempo para orar mucho. Además,  ¿Dios no obra aun si yo no oro?”

No obstante los muchos libros y artículos escritos a lo largo de los años sobre la oración, todavía se hace comentarios como estos. La oración es una parte esencial de la vida cristiana y en un sentido es tan sencilla que aun el niño puede practicarla. En otro sentido, es tan compleja que no la entiende enteramente ni el cristiano más maduro.

La oración tiene muchos aspectos: confesión, petición, acciones de gracias, alabanza y adoración. Es el asunto de la intercesión —la solicitud a favor de otro— que nos interesa aquí.

¿Qué es la oración intercesora?

La intercesión es la solicitud o el ruego a favor de otro. Siempre hay tres personas involucradas: el que tiene la necesidad, el que tiene poder para suplirla, y el que tiene contacto con las otras dos. El intercesor es el intermediario. Conoce al necesitado y a la fuente de provisión, y puede poner la mano sobre ambos.

Ahora, tal vez yo conozca a un hombre rico quien podría suplir fácilmente la necesidad de una familia abatida por pobreza, pero si no le conozco personalmente, si no tengo alguna entrada para acercarme a él, no puedo servir de intermediario.

Un empresario, muy ocupado en su negocio, fue avisado por su secretaria: “Un señor X desea verle”.

“No tengo tiempo para visitas hoy. Averigüe qué desea”.

“Es un buen amigo de su hijo Jorge”.

“Ah, ¡que pase! Claro que quiero conversar con él”.

Tenemos acceso inmediato a la presencia de Dios porque somos “amigos” de su Hijo amado. Entramos en la presencia de Dios en el nombre suyo. ¿Qué hacemos en realidad con ese privilegio? ¿Semejante privilegio no conlleva responsabilidad y obligación?

Ejemplos bíblicos de la oración intercesora

La reina Ester se valió de su posición privilegiada para ganar el bien de su pueblo. Fue retada: “¿Quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” Ester 4.14. Por cuanto tenía acceso al rey, acudió a él para interceder por los suyos. Fue con miedo, presentándose ante un monarca injusto y humano;  nosotros podemos acudir con fe y confianza a un Dios amante y dador. Ester era una verdadera intercesora que se interpuso entre un pueblo condenado y el rey que tenía poder para ayudarles. Pudo hacerlo sólo porque tenía favor con el rey y gran interés por su pueblo.

La Biblia nos proporciona otros ejemplos de la oración intercesora. Abraham se presentó ante Jehová y rogó que Sodoma  fuera perdonada, Génesis 18.16 al 33. Moisés intercedió por Israel cuando ya habían fundido y adorado el becerro de oro, Éxodo 32.31,32. Samuel, David y Daniel eran intercesores, y otros también. Pablo oraba a menudo por los creyentes y por las iglesias jóvenes; véase Filipenses l.9: “Esto pido en oración, que vuestro amor …;” Colosenses 1.9: “No cesamos de orar por vosotros, y de pedir …;” 2 Tesalonicenses 1.11: “Oramos siempre por vosotros …”

En Hechos 12 encontramos la iglesia en oración a favor de Pedro, quien estaba encarcelado, 12.5. Tan eficaces fueron las oraciones de los creyentes que todo el poder de Roma resultó inútil, y Pedro fue puesto en libertad.

Nuestro mayor ejemplo, y el incentivo a orar, es el propio Señor Jesús. Una y otra vez en los Evangelios le encontramos entregado a la oración. A Pedro le dijo: “He rogado por ti, que tu fe no falte”, Lucas 22.32. A su Padre le dijo tocante sus seguidores: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste … No ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”, Juan 17.9,20.

Bienaventurados Pedro y los demás por quienes Cristo oró cuando estaba en el mundo. Somos bienaventurados también porque El sigue siendo el gran Intercesor: “El que … está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”, Romanos 8.34. “Este … puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”, Hebreos 7.25. El está presentando nuestras necesidades ante Dios constante-mente. Cada bendición que recibimos de Dios viene por causa de la intercesión de Cristo.

Ilustración de la oración intercesora

Encontramos en Lucas 11.5 al 10 una ilustración excelente de la intercesión. Un hombre, buscando el bien de su amigo, despertó a un tercero a medianoche para pedirle pan. El señor Andrew Murray, cuyos escritos devocionales han sido una bendición para muchos, señaló aquí los elementos de la verdadera intercesión:

  • la necesidad urgente del amigo hambriento
  • el amor espontáneo del hombre que buscó la ayuda
  • el sentido de incapacidad cuando éste se dio cuenta de que no tenía nada que dar
  • la fe en la capacidad del tercero a responder a la solicitud
  • la persistencia que no se vio vencida hasta lograr lo que se buscaba

La sabiduría del mundo, su religión, filosofía y cultura, no satisfacen. La gente precisa de pan, el Pan de Vida. Hay un suministro divino para atender a esta necesidad, y es la abundancia de nuestro Dios quien espera bendecir.

Nosotros debemos ser el canal por el cual la necesidad quede atendida. Somos impotentes en nosotros mismos, pero estamos acoplados a los recursos de Dios. Entre la impotencia nuestra y la omnipotencia divina, ¡el vínculo es la oración! Sabiendo esto, ¿no estamos en la obligación de orar?

¿Cuál es el propósito de esta intercesión?

¿Qué logramos con nuestras oraciones? ¿Acaso persuadimos a Dios a cambiar de parecer sobre un asunto? ¿Pensamos manipularle a Él?

Formular estas preguntas es contestarlas. No. ¡Claro que no podemos manipular a Dios! Entonces, ¿por qué orar? ¿Por qué nos manda Dios hacerlo? ¿Qué relación hay entre las oraciones nuestras y la voluntad soberana?

¿Las oraciones por terceros mueven a un Dios indispuesto a bendecir? No, como tampoco hay que convencer al agua que fluya hacia abajo por un tubo desde un manantial en la montaña. El agua correrá libremente, pero al colocar el tubo o canal, alguien decide adónde llegará. Es la naturaleza de Dios bendecir. El anhela hacerlo, pero nuestras oraciones orientan el rumbo de la bendición a derramarse.

La oración intercesora es el medio que Dios ha escogido para lograr su voluntad sobre la tierra. En su voluntad soberana Él ha dispuesto ya lo que es bueno y justo, pero desea nuestra colaboración. Nos ha recibido en sociedad consigo, y la oración es el medio que emplea para lograr lo que dispone. Por lo tanto la oración debe ser el interés principal de todo cristiano y toda iglesia.

El profeta Daniel, al leer la profecía de Jeremías (29.10 al 14), se dio cuenta de que los años de cautiverio de Israel estaban cumplidos,  ¡pero su pueblo seguía en cautividad! “Volví mi rostro a  Dios el Señor, buscándole en oración y ruego en ayuno, silicio y ceniza”, Daniel 9.3. El clamó a Dios que tuviese memoria de su promesa para perdonar a su pueblo y librarles de Babilonia. Dios ha podido cumplir la profecía de Jeremías sin usar a Daniel, pero dispuso darle a éste una parte en la realización de su propósito.

He aquí un hombre que percibía claramente la voluntad y propósito de Dios, anhelaba verlo realizado y clamaba: “¡Son buenos tu voluntad y propósito, Señor! ¡Que sean hechos! ¡Por tu poder y sabiduría, libera a tu pueblo de su cautiverio!” Dios actuó, dando al rey Ciro la disposición de librar al pueblo. Así que Daniel, el intercesor, llegó a ser socio con Dios.

Inmediatamente antes de ascender a los cielos, el Señor Jesús instruyó a sus discípulos a esperar en Jerusalén la promesa del Padre, Hechos 1.4. Volvieron a Jerusalén y “perseveraban unánimes en oración y ruego”, 1.14. Diez días de oración, les fue dado el Espíritu Santo en Pentecostés.

En una oración el Señor Jesús dijo a sus discípulos: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”, Mateo 9.38. ¿No ha podido el Señor de la mies despachar los obreros requeridos? Sí, ha podido, pero le plugo involucrar a su pueblo en sociedad consigo en la obra.

Pascal, el filósofo francés, escribió que Dios ha establecido la oración “para comunicar a sus criaturas la dignidad de la casualidad”. En otras palabras, nos dignifica al permitir, por medio de la oración, que ayudemos en los acontecimientos. Por medio de nuestras  oraciones la voluntad de Dios se realiza. No somos meros títeres ni peones manipulados en un juego de ajedrez. No somos víctimas inexorables de la mera suerte. ¡El más humilde hijo de Dios puede tener impacto sobre los acontecimientos mundiales!  ¿Cómo? Al descubrir cómo se mueve Dios, qué es su voluntad y propósito, y obrar juntamente con Él por medio de la oración.

El muchachito que “ayuda” a su papá en algún proyecto llama a su mamá: “¡Ven a ver qué hicimos nosotros!” Su rostro resplandece con satisfacción porque participó en lo que su padre obró. Este es el gozo nuestro cuando unimos las manos con Dios en el logro de sus planes para el bien de los hombres. ¿Se da cuenta del honor que Dios otorga al intercesor como copartícipe suyo?

No hay porqué decir, “Oh, yo no podría jugar un papel tan importante”. No tenía nada que ofrecer el hombre que despertó a su amigo a medianoche para pedir esos panes para otro. El era sólo un canal. De una manera similar nosotros podemos acudir a nuestro Padre a pedir y recibir algo para otros. El dar de Dios está asociado con el pedir nuestro, ¡y un mundo que perece está clamando por intercesores!

¿Quién puede ser un intercesor?

Cada creyente puede y debe ser un intercesor. La mayoría de nosotros oramos regularmente por amigos que apreciamos. “… y que bendigas a Juan y a María”. ¿Pero es ésta la verdadera intercesión? ¿Puede ser llamada intercesión cuando carece de fervor y urgencia?

Tal vez la marca del verdadero intercesor sea el deseo intenso de obtener algo de Dios para llenar la necesidad de otros. La oración suya es premeditada y consecuente. Escribió Nehemías: “Me senté, y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos”, l.4. Clamó Daniel: “Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo”, 9.19. Escribió Santiago acerca de la oración “eficaz”, o fervorosa, del justo, 5.16. ¿Las oraciones nuestras a favor de otros son intensas de veras?

El hombre que pidió pan a medianoche conocía la necesidad de su amigo y formuló una solicitud específica por cuenta de éste: “Préstame pan para satisfacer el hambre de mi amigo”. Y prosiguió en esta rogativa; la necesidad era urgente y él no iba a ser rechazado.

La intercesión no es algo que hacemos naturalmente; tenemos que aprenderla. Además, es costosa, tanto en tiempo como esfuerzo. Requiere dar de nosotros en bien de otros. Pablo escribió a los colosenses que Epafras siempre rogaba encarecidamente por ellos en sus oraciones, Colosenses 4.12. El intercesor no se limita a presentar una sencilla solicitud ante Dios. El apoya su caso en razones, argumentos y rogativas, recordando a Dios de lo que ha hecho en el pasado y de promesas que ha dado en su Palabra. A Dios le agrada que le señalemos estas cosas.

¿A qué tipo de persona oye Dios? A “todos los que le invocan de veras, … los que le temen …” Salmo 145.18,l9. “La oración de los rectos es su gozo. El oye la oración de los justos”, Proverbios 15.8,29. ¿No sería presumido entrar en la presencia de Dios a pedir su favor cuando sabemos de pecado en nuestro corazón y vida? Por esto el intercesor debe buscar primeramente con humildad perdón para sí antes de hablar de la necesidad de su amigo y formular su solicitud. Es cuando estamos conscientes de no ser nada y de ser impotentes, que podemos asirnos con urgencia a Aquel que puede ayudar.

Requisitos para la oración eficaz

¿Hay requisitos específicos para que la oración surta efecto? Sí, y se podría mencionar varios. La oración debe ser: · para la gloria de Dios  · en el nombre de Jesús  · conforme a la voluntad de Dios.

  1. El primer requerimiento tiene que ver con el motivo detrás de nuestra oración. ¿Es egoísta, buscando sólo el bien nuestro y de nuestros seres queridos, o es algo que deseamos para que Dios sea glorificado? ¿Hay algo para Dios en el asunto?

A menudo nos es muy difícil desenredar nuestros motivos. Sin duda es un interés en el prójimo que nos impulsa primeramente a orar, pero esto no debe ser todo lo que perseguimos. Cuando Abraham rogó por Sodoma, fue interés por Lot y su familia que le estimuló a orar, pero se manifestó su celo por la reputación de Dios. Dijo: “Lejos de ti … que hagas morir al justo con el impío … El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” Génesis 18.25.

Cuando Moisés intercedió por Israel, él reconoció el pecado del pueblo y suplicó que Dios no los destruyera, pero el clamor de su corazón fue que lo oyeran luego los egipcios. ¿Qué dirían ellos de ti oh Dios, que no podrás llevar tu pueblo a Canaán como propusiste? Números 14.13 al 16.

Al oir que un misionero está en manos de la guerrilla, ¿cómo oramos? ¿Qué sea libertado? ¿O pedimos que le sean dada sabiduría de lo alto y fuerza para glorificar a Dios en esta experiencia, y que recobre su libertad cuando Dios quiera?

La gloria de Dios debe ser el objetivo de nuestras oraciones. “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”, Marcos 6.10. Los hogares para huérfanos que operaba George Müller en Inglaterra en el siglo 19 nos proporcionan una demostración práctica de una vida vivida para la gloria de Dios. Sus huérfanos recibían abrigo y sustento sin que se apelara a los hombres por la provisión necesaria. Fue sólo por fe y oración, con el objetivo de que Dios fuese magnificado. La oración no tiene mayor virtud que ésta: la gloria de Dios.

  1. Nuestra oración se ofrece en el nombre del Señor Jesús. Les dijo a sus discípulos. “Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”, Juan 14.13. “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis”, 16.24. “… dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”, Efesios 5.20.

La idea no es una fórmula que se anexa como rutina al final de nuestras oraciones. Es la base misma del acercamiento a Dios. No contamos con autoridad para presentarnos ante Él en nombre propio, sino sólo en el nombre de Cristo quien murió por nosotros y dio el derecho de acceso por estar unidos a Él. Sólo el nombre suyo garantiza nuestro acceso al Padre. El tener en mente que oramos en unión con el Señor nos guardará de un proceder frívolo o vano.

  1. La oración eficaz, o válida, debe estar en conformidad con la voluntad de Dios; si pedirnos alguna cosa “conforme a su voluntad, él nos oye”, 1 Juan 1.5,14,15. Son muchas las veces que nos apresuramos a orar sin mayor reflexión. Tenemos una opinión sobre cómo deben ser atendidas las necesidades que pensamos que Juan y María tienen, pero la Palabra de Dios dice: “Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”, Romanos 8.26.

Tenemos que preguntar, “Señor, ¿qué es tu deseo para Juan en este momento? ¿Qué es que quieres realizar en María?” Contamos con la ayuda del Espíritu —el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad— y con sabiduría de lo alto. “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios”, Santiago 1.5. Debemos dedicar tiempo a descubrir qué es en realidad la voluntad del Soberano, ocupándonos en el estudio paciente de su Palabra, aprendiendo su naturaleza y manera en que ha tratado con la humanidad en el pasado.

Dios nos conduce al conocimiento de su voluntad por medio de su Palabra. En ella encontramos los grandes principios básicos de su proceder. Cuando intentamos aplicarlos a las circunstancias específicas, requerimos el discernimiento espiritual que proporciona el Espíritu Santo quien mora en nosotros.

Volviendo a George Müller para un ejemplo, le encontramos preguntando si era la voluntad de Dios que ensanchara grandemente su asilo original para estar en condiciones de atender a muchos huérfanos más. El comenzó a esperar en Dios para dirección, orando a lo largo de meses sin emprender la obra. No tenía el ánimo de ampliar el proyecto para su satisfacción propia, sino sólo si fuera para obedecer y honrar a Dios. Oraba en la reposada confianza de que Dios le sellaría su deseo y no le dejaría equivocarse ni salir defraudado. Se apoyó en Proverbios 3.5,6: “Fíate de Jehová de todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos y él enderezará tus veredas”. Cuando llegó a la conclusión que la expansión era en realidad lo que Dios quería, él gozaba de plena paz y prosiguió con confianza.

Tal vez veamos sólo la necesidad material que tiene Juan, pero Dios está obrando a mayor profundidad al nivel espiritual. A lo mejor no sea su plan quitarle de Juan por el momento el problema que tiene. Si oramos por cosas como un despertamiento espiritual, crecimiento en la gracia, o restauración a comunión, sabremos que es según la voluntad de Dios y podremos hacerlo confiadamente.

Y podemos orar que Dios ayude a Juan en su tribulación, produciendo fruto espiritual por medio de la misma. “Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”, Juan 5.14,15.

Al considerar estos “requisitos”  para la oración eficaz, vemos que nuestras mentes son guiadas a quitar la mirada de nosotros mismos y de la presión de las necesidades que nos rodean, y a considerar las cosas a la luz de la voluntad y gloria de Dios conforme a la mente de Cristo.

¡Cuán diferente, cuánto mayor, es esto que nuestro enfoque habitual a la oración! Debemos desprendernos de la absorción en lo visible, procurando conocer la mente y el corazón de Dios. Preguntémonos: ¿Qué le agrada a él? Obviamente, esto requerirá tiempo y esfuerzo. No será fácil, porque es cuestión de entrar en guerra espiritual.

¿Cómo ayuda el Espíritu Santo en la oración?

Ciertamente queremos todos dar eco a la afirmación de Pablo: “Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”, Romanos 8.26. Demasiado bien conocemos nuestra debilidad. Pero no hemos sido abandonados a nuestros propios recursos, porque leemos que el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad  e intercede por nosotros con gemidos indecibles. Así que, la exhortación es que oremos “en el Espíritu Santo”, Efesios 6.18,  Judas 20. Dependemos de Él para capacitarnos a orar como Dios quiere; el Espíritu sopla dentro de nosotros la voluntad que Dios quiere realizar.

Nuestras oraciones son dirigidas al Padre en el nombre del Hijo, pero el Espíritu juega una parte clave también. “Por medio de él [Cristo] los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre”, Efesios 2.18. Dios es Espíritu, y es sólo por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros que podemos tener acceso a Dios. A través de nuestros espíritus humanos nos comunicamos el uno con el otro; a través del Espíritu de Dios morando adentro podemos tener comunicación con Dios. Debemos tener cuidado de no contristar al Espíritu por descuido o desobediencia. Es cuando nos sometemos a su control que Él puede realizar su obra en nosotros. El poder en la oración procede del poder del Espíritu en nosotros.

La debilidad no es pecado. A veces no sabemos cómo orar. Sentimos profundamente la necesidad pero a la vez ignorancia e incapacidad. No sabemos qué sería lo mejor, pero el Espíritu conoce nuestro anhelo e incapacidad, e intercede por nosotros conforme con la voluntad de Dios. El aboga nuestra causa y crea en nosotros los anhelos y deseos que complacen a Dios.

Tenemos que dedicar tiempo, permitiendo al Espíritu enseñarnos qué es la voluntad de Dios y capacitarnos a orar como es debido. Dios escudriña nuestros corazones para determinar qué será la mente del Espíritu en nosotros con el fin de que El la supla, Romanos 8.27.

¿Por qué no oramos más?

  1. Probablemente la razón principal de nuestra poca oración sea la flojera. La carne se rebela contra cualquier ejercicio espiritual y presenta un sinfín de excusas para evitarlo. Solamente un genuino amor e interés por otros nos moverá a sacrificar tiempo para dedicarlo a la oración sincera y persistente. Tenemos que disciplinarnos hasta que esta forma de oración sea habitual en uno.

Esta disciplina implica el poner aparte un tiempo específico para la oración intercesora, y ceñirnos a ese régimen como haríamos con cualquier otra cita. Se hace necesario guardar listas de personas, obras y proyectos, con anotaciones sobre sus necesidades específicas si es posible. De esta manera uno sabrá mejor cuando sus oraciones han sido contestadas; ¡y querrá orar aun más!

  1. Pensamos que estamos demasiado ocupados para orar, y que otros “deberes” sufrirían si tomáramos tiempo para la oración. La manera en que se puede proteger la oración contra otras ocupaciones es reconocer su gran y verdadero valor. Encontramos tiempo para aquellas actividades que consideramos de importancia primaria. En muchos casos los cristianos más ocupados son precisamente los que más tiempo dedican a la oración.
  2. No tenemos un concepto adecuado de nuestra entera dependencia en Dios y nuestra impotencia sin Él. El Señor dijo, “Separados de mí nada podéis hacer”, Juan 15.5. Un verdadero sentido de incapacidad nos conduciría a la oración. Todos conocemos las oraciones de emergencia, ofrecidas en el apuro de una crisis que no podemos manejar, pero tendemos a pensar que somos autosuficientes cuando las cosas supuestamente marchan bien. Es peligrosa la confianza propia.
  3. Nos desanimamos cuando parece que nuestras oraciones no han sido contestadas, y dejamos de orar. Es posible orar de una manera carente de efectividad. Nuestra reacción no debe ser la de dejar de orar, sino de indagar qué nos impide la oración fructífera.

¿Qué impide la oración eficaz?

¿Qué impedimentos hay al flujo del poder divino como respuesta a la oración?

  1. Cualquier pecado en nuestras vidas, cualquier cosa que interrumpa nuestro contacto con Dios, será un estorbo, así como algún bloqueo impide el flujo del agua en una manguera de jardín. Escribió David: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no habría escuchado”, Salmo 66.18. Uno debe entrar en la presencia de Dios “limpio de manos y puro de corazón”, Salmo 24.4.
  2. La oración basada en un motivo errado, impulsada por el egoísmo, no surtirá efecto. “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”, Santiago 4.3. Tenemos que examinar honestamente nuestros verdaderos deseos y motivos. Aun en la oración por la salvación de mi hijo, o su desarrollo espiritual, yo podría estar motivada por el afán de satisfacer mi orgullo propio en vez de buscar la gloria de Dios y el ensanche de su reino.
  3. A veces oramos en incredulidad. No creemos en verdad que Dios podrá, o querrá, responder a esa necesidad especifica. Es difícil imaginarse que podrá ser salva aquella persona por quien estamos orando, ¿pero hay algo imposible para Dios? Nada hay imposible para Él, Lucas l.37.

Santiago afirma que debemos pedir con fe, no dudando nada. “El que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra”, Santiago 1.6,7. Es noble, es acertado el adagio: “Pida grandes cosas a Dios; espere grandes cosas de Dios”. Nuestro Dios es “poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”, Efesios 3.20.

  1. Como a veces un niño pide a sus padres algo que no le haría ningún bien, así nosotros podemos orar sin prudencia, livianamente. A veces pedimos en ignorancia algo que nuestro Padre amante, sabio en todo su proceder, no nos dará. Alguien ha escrito que “… tan débil es el hombre, tan ignorante y ciego, que pediría su propia ruina si no fuera que Dios en misericordia retiene a veces lo que uno le solicita”.
  2. Es por demás posible que nuestras oraciones se conviertan en una mera formalidad, una rutina de palabras sin corazón. Puede que la mente vague mientras los labios emitan las frases acostumbradas. Estamos “rezando” en vez de orar con entendimiento.
  3. Y, hay la oposición de Satanás. Si fuera capaz, él no nos dejaría orar nunca. El conoce, aun si nosotros no, el tremendo poder espiritual que puede ser desatado por la oración. La oposición satánica está ilustrada en Daniel 10.12 al 14: “El príncipe … se me opuso durante veintiún días”.

Es obvio que no es de Dios la responsabilidad por haber orado de una manera que no surte efecto. La culpa la tenemos nosotros. Dios espera por el clamor de sus hijos, y contestaría más la oración si hubiera más oraciones que contestar.

¿Qué de la oración “sin respuesta”?

Hemos venido considerando los estorbos, alzando algunas razones por qué nos parece que no vemos que Dios está respondiendo a nuestras oraciones. Además de estas razones, hay el factor de la demora. O sea, la oportunidad según los propósitos de Dios puede diferir de la expectativa nuestra. No podemos exigirle a Dios que acomode su programa a las aspiraciones nuestras; se nos manda más bien a “esperar en Jehová”.

Tal vez pedimos que actúe en cierto momento, y al no ver que haya respondido de inmediato, dejamos de formular esa solicitud. Nos cansamos de hacer el bien. A veces Dios se demora en responder para probar nuestra fe, sinceridad y obediencia. La viuda de Lucas 18, por su continuo pedir, obtuvo lo que buscaba. Si nuestro deseo es suficientemente profundo y nuestra fe real, fundada en un Dios que contesta la oración, perseveremos, aun cuando la respuesta tarde mucho en venir. Algunos creyentes han orado durante años por la salvación de un amigo, antes de que la respuesta fuere dada. Nuestra fe se fortalece en pruebas como ésta.

Dios no hace caso omiso de nuestras oraciones, ni se olvida de ellas. Sus demoras no son negaciones:

  • Moisés oró fervorosamente que entrara en la Tierra Prometida; fue al cabo de 1500 años que entró, ¡parado con Cristo sobre el Monte de la Trans-figuración!
  • La respuesta a la oración de Ana, cuando pedía un hijo, fue demorada por años para que Dios le diera más. En esos años de espera, su visión fue ensanchada hasta que estaba dispuesta que su hijo perteneciera primeramente a Dios y a la nación, y que fuera de ella sólo de una manera secundaria.
  • Marta y María pedían urgentemente que el Señor viniera cuando Lázaro estaba enfermo, Juan 11.3, pero adrede Él demoró su visita. A la postre fue concedido el deseo de las hermanas de contar con su hermano vivo, pero la demora de parte del Señor dio como resultado una maravillosa demostración del poder de Dios en resurrección.

Tenemos que buscar el punto de vista de Dios, estando dispuestos a poner a un lado los pequeños deseos personales nuestros en beneficio de las cosas mayores que afectan las vidas de otras personas, con miras a que se cumplan los propósitos de Dios en el mundo. Esto es mucho mejor que simplemente “recibir algo de Dios”. Es más un asunto de entrar en sociedad con Él.

A veces Dios no contesta nuestra solicitud específica porque tiene en mente para nosotros algo muy superior. Después de su triunfo sobre Baal en el Monte Carmelo, Elías huyó al desierto por temor a Jezabel. En su estado deprimido oró que muriera: “Oh Jehová, quítame la vida”, 1 Reyes 19.4. Dios trató pacientemente con su siervo desanimado, pero no le dio lo que pedía. Más bien, años después, Elías subió al cielo en un torbellino, ¡sin morir! El plan de Dios era muy superior.

Puede haber a veces contradicciones en nuestras oraciones. Sin que lo sepamos, no es posible conceder las dos cosas que solicitamos; si una se concede, la otra resulta imposible. Pedimos la paciencia, y Dios manda una prueba en nuestra vida. Rogamos que la aflicción sea quitada, y seguimos pidiendo por paciencia. Pero Dios está empleando la prueba para enseñarnos la paciencia, de manera que no puede conceder las dos peticiones a la vez. Dios, que conoce nuestros corazones, puede discernir nuestro verdadero deseo y es éste que Él contesta.

Él oye; Él sabe, y es de gracia cuando dice que No a una petición que no conviene.

Ahora, si bien Él no siempre responde positivamente a las solicitudes que le presentamos, sí satisface las necesidades verdaderas en nuestra vida. Por ejemplo, un joven oró por el dinero que necesitaba para ciertos estudios. Era preciso tenerlo en la mano para cierta fecha, pero el día llegó sin los fondos necesarios, y el hermano tuvo que abandonar el curso que quería estudiar. Sin embargo, un tiempo después supo de otro curso que le resultó de mucho mayor provecho en lo que estaba haciendo por el Señor, pero que no hubiera estudiado al haberse comprometido con el primero. Dios había atendido a su necesidad verdadera.

Nuestro conocimiento es limitado, pero podemos confiar en Dios. Sabiendo esto, y sabiendo que el Espíritu corrige los errores en nuestras oraciones, tengamos denuedo en la intercesión. Podemos hablar sin impedimento a Dios acerca de todo lo que nos afecta, porque Él se interesa. “Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”, Filipenses 4.6.

¿Cómo orar por los inconversos?

¿Cómo puedo pedir a Dios que salve a Julio cuando sé que Él no irá en contra del libre albedrío de mi amigo? Es cierto que el hombre tiene voluntad propia en lo que a Dios se refiere. Ruega al pecador que le busque, pero no obliga a nadie en contra de su voluntad.

Pero en otro sentido el hombre no está libre, por cuanto la  persona inconversa está sujeta al pecado y Satanás. Pablo escribió de los que tienen que ser rescatados “del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él”, 2 Timoteo 2.26. Habla también de que los creyentes han sido librados de la potestad de las tinieblas y trasladados al reino del amado Hijo de Dios, Colosenses l.13. Y de nuevo: “El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio”, 2 Corintios 4.4.

Alguien ha dicho que el método del diablo es el de “cauterizar la conciencia, confundir los sentidos y paralizar la voluntad”. El propósito de nuestras oraciones, entonces, debe ser el de poner al amigo Julio  libre de las decepciones de Satanás. Una vez librado, él oye y ve claramente, y puede buscar al Señor por voluntad propia.

Sabemos que es la voluntad de Dios que Julio sea salvo, por cuanto Él no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento, 2 Pedro 3.9. Se nos exhorta “a que se hagan rogativas … por todos los hombres”, porque “Dios nuestro Salvador … quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”,  1 Timoteo 2.4.

¿Cómo, pues, debemos orar por Julio? Cuando el Señor Jesús enseñó a sus discípulos a orar, una de las peticiones en la oración modelo fue, “Líbranos del mal”, Mateo 6.13, o, como leemos en varias versiones, “Líbranos del Maligno”. ¿No podemos, entonces, orar que Julio sea librado, o rescatado, del Maligno? ¿que sus ojos sean abiertos para que vea claramente? ¿que la voluntad divina obre en él, por cuanto Dios quiere que sea salvo?

Dios obra en aquél por quien oramos, cambiando todo el ambiente de la vida de una persona. Nuestro amigo toma la decisión de acudir al Salvador; la decisión es suya, pero es consecuencia de la obra del Espíritu Santo quien actúa en respuesta a nuestra  oración intercesora.

Escribió Pablo: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres”, 1 Timoteo 2.l. Se nos manda luchar en oración por todos y ante todo. ¡Es nuestro deber principal! La intercesión es de importancia primordial al avance del evangelio, tanto en el lugar donde está uno como en países lejanos.

Los misioneros, por ejemplo, y en particular los que trabajan en áreas paganas, reconocen la fuerza de los poderes demoníacos que obran en su contra, y su recurso es la oración. Ellos invocan la colaboración nuestra. El señor J.O. Fraser escribió desde China: “Sin la oración de los cristianos en Inglaterra, las iglesias de Lisa serían inundadas por fuerzas malignas … No creo que una profunda obra para Dios eche raíces sin larga preparación en oración en alguna parte”.

El creía que esta coparticipación en la oración preparaba el suelo para el evangelio. Al visitar un pueblo pagano sin esta preparación previa, se encontraba contra la pared, sin oportunidad para el evangelio. Pero si los creyentes en su país de origen se habían reunido orando por tiempo a favor de determinado pueblo, encontraba una disposición de oir y aprender acerca de Dios. Nuestra intercesión no está impedida por espacio o tiempo; podemos apoyar a los que están muy lejos y aun a personas que desconocemos.

¿La Biblia nos anima a orar?

La Biblia no sólo nos proporciona muchos ejemplos de la oración, sino nos instruye una y otra vez a orar:

  • Orad sin cesar, 1 Tesalonicenses 5.17
  • … la necesidad de orar siempre, y no desmayar, Lucas 18.l
  • … orando en todo tiempo, Efesios 6.8
  • Constantes en la oración, Romanos 12.12
  • Orad unos por otros, Santiago 5.16

El apóstol Pablo mostraba su apreciación de la oración intercesora al solicitar que los creyentes orasen por él:

  • … que me ayudéis orando por mí a Dios, Romanos 15.30
  • Orad por nosotros, 2 Tesalonicenses 3.15
  • … cooperando también vosotros a favor nuestro con la oración, 2 Corintios l.11
  • … orando al mismo tiempo por nosotros, Colosenses 4. 3
  • Hermanos, orad por nosotros,  1 Tesalonicenses 5.25

No sólo se nos exhorta a orar, sino se nos da toda suerte de estímulo por las promesas de Dios que Él contestará la oración. “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”, Mateo 21.22. Las promesas de Dios son vastas y explícitas. Por ejemplo:

  • Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre,      lo haré, Juan 14.13
  • Si permanecéis en mí, … pedid todo lo que queréis, y os será hecho, Juan 15.7
  • Todo cuanto pidieres al Padre en mi nombre,    os lo dará …   Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo    sea cumplido, Juan 16.23,24.

El nos invita a entrar en sociedad plena con él. S.D. Gordon dijo: “La mayor cosa que uno puede hacer por Dios u hombre es orar”. Dios se ha propuesto bendecirnos por intermedio de otros. La oración intercesora es tanto una necesidad como un deber.

Escribió Isaías: “¡Los que recordáis a Jehová sus promesas, no toméis vosotros descanso!” 62.6 (Versión Moderna, 1893)

¿Cuál es mi obligación y responsabilidad?

Dijo el profeta Samuel: “Lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros”, 1 Samuel 12.23. ¿Es pecado, entonces, el dejar de orar? ¿Cómo podemos concluir otra cosa a la luz de todo lo que hemos venido considerando?

Hemos comentado ya que la oración intercesora es el medio escogido por Dios para realizar su voluntad sobre la tierra. Él ha ordenado que las oraciones nuestras sean un elemento esencial en la operación del poder suyo. ¿Suena increíble que Dios “se limite” de esta manera?

Sabemos que ha escogido usar ayudantes humanos para extender el evangelio. El Señor Jesús dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”, Marcos  16.5. “Como me envió el Padre, así también yo os envío”, Juan 20.21. Dios desea que hombres y mujeres le sirvan, que proclamen el evangelio, que sean testigos suyos hasta los fines de a tierra. Y, a la vez Él busca intercesores, quienes sean canales de poder y bendición divina para un mundo necesitado.

¿Estamos dispuestos y preparados para asumir esta posición y servicio privilegiado? Piénselo: la intercesión involucra la negación propia como sacrifico en bien de otros. No atrae la alabanza de los demás; es algo que se hace en privado por lo general. Es algo entre usted y el Señor no más.

Esta oración intercesora involucra todo nuestro estilo de vida, por cuanto la oración eficaz depende de una vida que agrada a Dios y está de un todo a la disposición suya. Dijo nuestro Señor. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”, Juan 5.7. Tenemos que permanecer en Cristo —mantener un estrecho y continuo contacto con Él— y sus palabras tienen que permanecer en nosotros  —por nuestro estudio de, y obediencia a, su Palabra— de manera que lleguemos a participar de la mente de Cristo.

Para estar en condiciones de orar conforme a la voluntad de Dios, tenemos que aprender cuál sea esta voluntad. Está revelada en su Santa Palabra. El Señor Jesús nos concede permiso a orar en su nombre, Juan 16.23,24, pero nuestra oración debe ser tal que Él pueda endosarla.

Podemos orar con confianza cuando estamos seguros de la voluntad de Dios y podemos poner el dedo sobre alguna promesa de su Palabra como apoyo de nuestra fe. Pero hay ocasiones cuando no estamos seguros; ¿todavía podemos orar confiadamente? En estas circunstancias debemos pedirle a Dios que nos eche luz sobre el asunto, y seguir orando en plena confianza de que nos guiará en la oración.

La actitud nuestra debe ser, “No lo que yo quiero, sino lo que tú”, Marcos  14.36. Es cosa peligrosa la oración egoísta, la insistencia en que se cumpla nuestra propia voluntad y se nos dé lo que nosotros queremos. Leemos en Salmo 106.16 del pueblo de Israel que Dios les dio lo que pidieron, mas envió flaqueza en sus almas.

Probablemente nuestro pecado más grave, como cristianos, sea la carencia de oración. No tenemos, porque no pedimos, Santiago 4.2. ¡Dios nos manda a pedir a Él! Nos invita a entrar en sociedad con Él para que su voluntad se cumpla sobre la tierra. Oh, ¡que viéramos el mundo como Dios lo ve! ¡Que su vivo deseo fuera el nuestro! La verdadera intercesión es producto de esperar en Dios hasta ver las cosas desde su punto de vista y comenzar a participar de sus anhelos. Estando en esa condición, comenzamos a orar con urgencia, y “la oración eficaz del justo puede mucho”, Santiago 5.16.

En el Antiguo Testamento leemos de la tribu sacerdotal llamada por Dios para acercarse a Él y bendecir al pueblo en el nombre suyo. Hoy día todo creyente es sacerdote, con el privilegio de acceso a Dios y la prerrogativa de traer bendiciones a la humanidad. Dios necesita sacerdotes que pueden acercarse a Él y por su intercesión hacer descender sobre otros las bendiciones de su gracia. El mundo necesita sacerdotes que lleven la carga de, e intervendrán a favor de, aquellos que perecen.

Parece que casi no nos damos cuenta del poder que Dios pone en nuestras manos. Escribe uno: “Un hombre nunca se acerca más a la omnipotencia que cuando ora en el nombre del Señor Jesucristo y para la gloria de Dios”. La oración es la mayor de todas las fuerzas, poniendo en marcha el poder de Dios sobre la tierra. Lo más sublime, lo que más satisface en la vida, es ser permitido colaborar con Dios en la realización de sus propósitos,  ¡y el privilegio es nuestro!

¡Los que recordáis a Jehová sus promesas,
no toméis vosotros descanso!

 

No  hay  nada

Ver

Autor desconocido.  Del  Bible League Quarterly, números 340,41;
publicado originalmente en un número viejo de China’s Millions

 

[Elías] dijo a su criado. Sube ahora, y mira hacia el mar.
Y él subió, y miró, y dijo:      No hay nada.
Y él volvió a decir:  Vuelve siete veces.  1 Reyes 18.43

 

Había varias razones por qué Elías no tenía necesidad de orar ese atardecer. Al fin y al cabo, había sido un día de gran presión espiritual y mental. Él ha debido sentir un cansancio extremo, ya que Santiago nos asegura que el profeta era un hombre de la misma composición nuestra. Después del audaz desafío a los profetas de Baal, ¿quién no estaría agotado?

La oración toma muchas formas. Derramar nuestro corazón ante Dios, o simplemente gozarnos en silencio de la presencia suya y por fe descansar en el apoyo de los brazos eternos: Estas son experiencias que aquietan la mente cansada, tranquilizan los nervios, y dan alivio después de una faena cuyas demandas han gastado nuestros recursos mentales y físicos.

Pero no así la oración intercesora. El ministerio de la intercesión exige una mente alerta y una concentración absoluta. Requiere esfuerzo físico. “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” mientras se recrean en el amor de Dios hacia ellos. Pero hay también la oración que requiere que uno luche con Dios; “No te dejaré si no me bendices”. Los poderes de las tinieblas se oponen, y un encuentro de estos sale bien costoso si va a dar resultados positivos.

Este fue el tipo de oración al cual Elías fue llamado en la tarde de aquel día tan memorable. Bien ha podido protestar que era demasiado, considerando todo lo que había hecho durante la mañana y tarde en Monte Carmelo. Se dan ocasiones cuando nosotros protestamos así, y con mucho menos razón.

Otra excusa para no orar era que ya había logrado una gran victoria para Dios. Había persistido hasta que todos habían visto que Jehová era el Dios de Israel. La prolongada sequía había venido como juicio divino por la apostasía nacional. La lluvia había sido quitada mientras Baal robaba a Dios de lo suyo.

Pero Él había escuchado la oración de Elías y había vuelto el corazón del pueblo a sí.  La multitud le había reconocido de una manera clara al exclamar: “ ¡Jehová es el Dios! ¡Jehová es el Dios!” Considerando esto, y que el estorbo ya estaba quitado, aseguradamente Dios en su misericordia enviaría la lluvia con o sin más ejercicio de parte de Elías.

El profeta no tenía que razonar. Le había dicho Dios claramente: “Muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra”, 18.1. Entonces, ¿por qué orar? Si Dios había prometido la lluvia, ¿sería razonable pasar más tiempo en la oración? Bien han podido decir sus amigos: “Elías, basta. Tienes ya la promesa de Dios; tú no tienes que hacer más”.

Así, había estas tres razones por qué Elías no tenía que orar:

  • Estaba demasiado cansado.
  • El obstáculo ya había sido quitado,
    y era de esperar que por esto Dios daría la bendición.
  • Dios había prometido la lluvia tan necesaria.

Pero parece que ninguno de estos argumentos le convenció, si es que uno u otro pasó por su mente. Y, es más: Elías no dudaba que la lluvia vendría. Él advirtió a Acab de la necesidad de acelerar los preparativos para la cena, ya que su oído había captado el ruido de “una lluvia grande”. Con todo y esto, Elías “subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas. El profeta sabía que la voluntad de Dios no era tan sólo enviar la lluvia, sino que orara para que la lluvia fuese enviada. Dios quería bendecir, pero quería la oración de fe también.

Un estudio de las Escrituras nos asegura que muchas veces la oración humana es esencial para la realización del plan divino. Leemos de promesas maravillosas y aparentemente incondicionales. Y luego encontramos, casi como si fuera una añadidura, algo como hay en Ezequiel 36.37: “Aún seré solicitado por la casa de Israel, para hacerles esto”. La falta de oración se designa específicamente como una causa de la pobreza espiritual; dice Santiago 4.2 que “no tenéis lo que deseáis, porque no pedís”.

Dios ha tenido a bien establecer que el cumplimiento de muchas de sus promesas depende de las oraciones de quienes las pidan con fe y confianza. La lógica espiritual nunca dice: “Dios ha prometido, así que yo no tengo que pedir”. Dice más bien: “Dios ha prometido, y por lo tanto yo debo orar”.

Pero no sucedió nada. El sol se ponía en un cielo despejado. Los tres años y medio de sequía habían traído muchos días como este, y ahora brillaba el sol sin señal alguna que el tiempo cambiaría. Y Elías oraba la oración de fe, no dudando. Bien podemos pensar que estaba reclamando reverentemente el cumplimiento de la promesa de Dios: “Oh, Jehová, ¡haz como dijiste!” Es una oración que Dios no puede negar por tiempo indefinido.

No obstante, su criado se presentó con noticias desalentadoras. Había contemplado el horizonte azul del vasto Mediterráneo, y sólo pudo decir: “No hay nada”. Seis veces fue enviado a ver, y bien ha podido pensar que las experiencias tan exigentes de los últimos años habían afectado el equilibrio mental de su maestro. “No hay nada”.

Elías siguió orando, postrado en tierra y rostro entre rodillas. ¡Oh, el peligro de no proseguir en la oración!  Años más tarde, el rey Joás iba a golpear la tierra tres veces, “y se detuvo”, 2 Reyes 13:18. Él pensaba que se estaba luciendo como un tonto, golpeando la tierra así con sus saetas, pero la suerte de una nación dependía de su perseverancia en obedecer la Palabra de Dios dada a través del profeta Eliseo.

A lo mejor el pueblo de Jericó se burlaba de la procesión de israelitas que hacía la vuelta de la ciudad día tras día. Esa marcha paciente al torno de su fortín no estaba logrando nada. Las huestes del infierno se reían de ellas. Una y otra vez la misma pregunta y la misma respuesta. “Dios no te está oyendo, Elías. Anda, vete. Tu propio criado te tendrá por ridículo”.

Pero Elías triunfó en la prueba. Perseveró con una fe desnuda hasta la séptima vuelta. ¡Había una nube pequeñita sobre el mar occidental! Venía la respuesta a la rogativa insistente; habría agua en abundancia, y alivio para la tierra sedienta y pueblo sufrido. La oración importuna había negado pensar que la demora era una negación.

Si estamos bien con Dios, como Elías, y si tenemos la confianza que los obstáculos han sido quitados, y que estamos pidiendo aquellas cosas que Dios se ha comprometido a dar, sigamos orando. Prosigamos importuna e insistentemente –Lucas 11.8— hasta ver la nube en la séptima ocasión.  Los sacerdotes tocaron las bocinas la séptima vez, y los muros de Jericó cayeron, Josué 6.16. Oportunamente, los muros de nuestro Jericó se desplomarán también, y veremos la salvación de Dios.

¡Qué gran hombre era Elías! Bueno, el comentario sería muy natural acerca de esta historia tan dramática. Pero no es esto lo que enfatiza Santiago, y por lo tanto podemos estar seguros de que no es la lección que el Espíritu Santo desea comunicarnos por la lectura de 1 Reyes 18. El mensaje es que Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente, 5.17. Lo que él era, nosotros podemos ser.

Por cierto, con cuánta confianza adicional podemos nosotros orar. El Espíritu Santo nos ha dado un conocimiento que aquel hombre jamás tenía. Tenemos libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que nos abrió. El Jehová Dios de Elías obra todavía para los que le esperan y confían.

 

 

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