La cena y la adoración (#721)

La cena; qué es y cómo

La adoración

La cena del Señor

¿Cuándo en el día debemos partir el pan?

 

La  cena;  qué  es  y  cómo

Mayormente la traducción de escritos aportados a lo largo de varios años a la revista Truth & Tidings por Héctor Alves, 1896-1978, Vancouver, Canadá

  • La adoración
  • Los portavoces
  • Juan 13 al 17 como ejemplo
  • La cena en Lucas 22
  • La mesa y la cena

 

LA ADORACIÓN

 

Individualmente debemos adorar a Dios cada día pero colectivamente lo hacemos al reunirnos como asamblea o iglesia local. No hay Escritura que afirma que la reunión para partir el pan debe llamarse el culto de adoración, pero lo cierto es que no hay otra reunión alguna que conduce tanto a la adoración. Es cuando más ofrecemos a Dios por medio de Cristo el sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre; Hebreos 13.15. Y, tengamos claro que “de tales sacrificios se agrada Dios”. Hay semejanza entre la fiesta de la pascua en Israel y la cena hoy día. Ambas conmemoran la salvación por la sangre del Cordero. ¿Y cuál fue la conducta de Israel? “Respon­deréis: Es la víctima de la pascua de Jehová… que libró nuestras casas. Entonces el pueblo se inclinó y adoró”, Éxodo 12.27.

Adorar es, según los diccionarios, “reverenciar con sumo honor o respeto a un ser”. Es en la cena del Señor que más reconocemos que “del homenaje y del honor, de toda nuestra adoración, sólo eres digno, Salvador, tema de celestial canción”. Las Sagradas Escrituras proporcionan mucha instrucción sobre la adoración, pero no definen el término. La oración, en el sentido de súplica, no es adoración. Es pedir en vez de dar. Las expresiones de gratitud por sí solas no son la adoración, aunque se acercan. Dar las gracias tiene mucho que ver con nosotros, y la adoración tiene que ver sólo con Jesucristo. En la adoración, no vemos a ninguno sino a Jesús sólo, al decir de Mateo 17.8.

La mujer samaritana le preguntó al Señor dónde se debería ofrecer adoración, y su respuesta se extendió mucho más allá de la pregunta. El enseñó que ya no había un sitio designado. El templo en Jerusalén había sido el lugar; “A la casa de Jehová iremos. Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas, oh Jerusalén”, Salmo 122. Pero, esa casa quedó desierta, como dice Mateo 23, como consecuencia del rechazamiento de Cristo. Hoy día la Iglesia es la morada de Dios en Espíritu; Efesios 2.22.

El Señor estableció en Juan 4 quiénes podrían adorar. “Somos… los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús”, Filipenses 3.3. El explicó a la vez el carácter de la adoración; se hace en espíritu y en verdad. El momento en que nuestra supuesta adoración no sea así, se vuelve tan sólo un carnal formalismo. Hermanos, esto sucede. Algunos de nosotros “tomamos parte”, pero no adoramos.

Parece evidente en las Escrituras que la adoración ante­cede al servicio para el Señor. En 1 Pedro 2.5 al 10 el sacerdocio santo figura antes del sacerdocio real. Entramos en el Lugar Santísimo, por decirlo así, para adorar, y luego salimos para servir. Mal podría uno salir sin haber entrado. El sacerdocio es un privilegio común a todo creyente; no es un don concedido a solamente algunos. El que ofrece en voz alta sacrificios a Dios por Jesucristo, es uno calificado para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.

Sobran los sacerdotes silenciosos cuando nos reunimos como adoradores, y ellos harían bien en entender que su servicio sería más aceptable si su adoración fuera más evidente. Los silencios exagerados el domingo por la mañana proclaman una pobre condición espiritual en la congregación, como también lo hace el uso excesivo del himnario como sustituto por la expresión espontánea del corazón. Es una experiencia hermosa cuando varios hermanos, uno tras otro, se levantan para ofrecer sucintamente el sacrificio de alabanza.

LOS PORTAVOCES

 

Leemos de la copa que nosotros bendecimos y el pan que nosotros partimos. Los hermanos que lo hacen son portavoces de la congregación entera. El que rompe el pan, o circula la copa, lo hace como servidor del grupo reunido. Hay una santa sencillez en todo el procedimiento, y ningún estilo rígido está definido en la Biblia.

Cualquier hermano de buen testimonio en la asamblea puede dar gracias por uno u otro de los emblemas, con tal que actúe en el temor de Dios y crea que el Espíritu le está guiando en hacerlo. No es necesario ni deseable que la misma persona dé gracias por tanto la copa como el pan cuando hay otros que po­drían participar en la responsabilidad. Es más: es poco probable que esto se le ocurra a uno que está en buen estado espiritual. El que parte el pan o circula la copa está realizando una labor de diácono, tal como harán otros que contarán la ofrenda al final del culto, por ejemplo. He oído de asambleas donde se asignan hermanos para estas responsabilidades específicas.

En el caso donde un joven haya dado gracias por uno de los memoriales, haría bien en dejar a los hermanos mayores la tarea de pasarlos a la congregación. La misma sugerencia podría ser aplicable al viejo que ha perdido algo de su coordinación física. En la ley ceremonial en relación con el tabernáculo, por ejemplo, le era permitido al levita ejercer un servicio pleno solamente desde la edad de treinta años hasta los cincuenta años; Números 4.47, 8.24,25. Debe haber dignidad pero jamás ostentación en la atención prestada al pan y la copa. Dijo Eliú en la antigüedad: “Yo soy joven y vosotros ancianos; por tanto, he tenido miedo, y he temido declararos mi opinión. Yo decía: Los días hablarán, y la muchedumbre de años declarará sabiduría”, Job 32.6,7.

Me contó un hermano que ya está con el Señor como de joven tenía el privilegio de acompañar a don Juan Ritchie en la caminata del local evangélico a la casa después de la cena del Señor. Cierto día observó que el gran hombre estaba perturbado a causa de algo que había sucedido. Por fin el anciano siervo rompió el silencio: “Juan”, dijo, “si alguna vez te sientes guiado a dar gracias por el pan o la copa, debes hacer precisamente eso. No conviene conducir al pueblo de Dios en una gira turística de la Isla de Patmos, ni dar otro discurso por el estilo. Un hermano debe dar gracias por los memoriales de tal manera que al entrar otro en el salón en ese momento, esa persona sabría de una vez de qué se trata”.

Excelente consejo. Estoy seguro que fueron pocas las palabras de nuestro Señor en el aposento alto cuando dio gracias por el pan y la copa.

JUAN 13 AL 17 COMO EJEMPLO

 

No contamos con versículos que establecen reglas espe­cíficas para gobernar nuestra reunión matutina cada domingo, pero sí hay pasajes que fijan pautas. El propósito es el de partir el pan; “El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba”, Hechos 20.7. Al instituir este “festival de amor”, el Señor dijo: “Haced esto en memoria de mí”, Lucas 22.19. El Espíritu agrega por intermedio del apóstol: “Todas las veces … la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”, 1 Corintios 11.26.

La reunión de la cena no es ocasión para confesar nuestras fallas. Antes de acercarse a la mesa dentro del tabernáculo, los sacerdotes de antaño se lavaban las manos y los pies en el atrio, afuera. El culto de adoración tampoco es la ocasión para himnos de evangelización, o del vaivén de la vida cristiana; ni es un momento propicio para oraciones a favor de la obra. Todo lo que se diga o haga, y toda lectura de la Palabra antes del partimiento del pan, debe estar en armonía con la razón de ser de la reunión: “Haced esto en memoria de mí”.

El orden de esta convocación santa se percibe en los acontecimientos cuando fue instituida; a saber: preparación, adoración, partimiento del pan, participación de la copa, minis­terio de las Escrituras, oración e intercesión. En Juan 13 al 17 se registra lo que sucedió en esa ocasión. En el capítulo 13 el Señor lava los pies de los discípulos; en los capítulos 14 al 16 Él les ministra la Palabra; en el 17, ­Él intercede.

  1. La preparación anticipada es esencial. “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma”, 1 Corintios 11.28. Es el lavacro de la limpieza. Me han contado de lugares, años atrás, donde la costumbre era reunirse varios de una manera informal para pasar media hora en humillación y oración antes de pasar al salón para hacer memoria del Señor.
  2. La adoración es fundamental. Reconozco que algunos objetan a la expresión “culto de adoración”. Pero si no adoramos el domingo en la cena del Señor, ¿cuándo lo hacemos colectivamente? Lo cierto es que no adoramos en el estudio bíblico, ni en la escuela dominical, ni en las rogativas del culto de oración. El Día del Señor, preferiblemente como primera reunión del día y la semana, nosotros adoramos. Uno de los principios que corre a lo largo de la Biblia es el de la adoración seguida por el servicio. (Los discípulos primitivos celebraban la cena en la tarde; el día judío comenzaba a la puesta del sol).

Nos reunimos no sólo para recordar su muerte, sino para hacer memoria de Él; esto conduce a la adoración.

La adoración es la ocupación más sublime del hijo de Dios; es el eco hacia Dios de lo que su Hijo es y lo que el adorador ha recibido en Él. No es un acto sino una actitud, aunque la acción puede poner de manifiesto la actitud. Es más que alabanza o la expresión de gratitud. Es el rebosamiento del corazón en su ocupación con el Hijo de Dios. El Padre busca adoradores.

  1. La adoración y alabanza generarán gratitud por los memoriales. El corazón discernirá el cuerpo del Señor, cosa que se nos exige en 1 Corintios 11.29. No se puede fijar una hora precisa en la reunión para la participación de los memoriales, pero el Espíritu guiará si estamos en la debida condición. Cuántas veces una dificultad en este sentido nos ha hecho reconocer que no estamos en una condición adecuada. Un hermano se levanta cuando es penosamente obvio a los demás que está fuera de turno y tono; o, hermanos capaces se quedan mudos porque llegaron al culto con las canastas vacías; Deuteronomio 26.2.
  2. En Juan 13 al 16 hubo ministerio después de la cena. Es apropiado el ministerio de la palabra para nosotros después una vez que hayamos participado del pan y la copa. Cualquier lectura previa a los memoriales debe ser una “meditación”, no una exposición ni una exhortación. Nunca está el corazón en una mejor condición para recibir un mensaje penetrante que después de haber visto al Señor. Además, suele ser la ocasión más oportuna; algunos creyentes no pueden asistir otras reuniones. No debemos llegar a la cena con las manos vacías para Dios, ni debemos despachar al pueblo de Dios con los corazones vacíos. Asistimos para dar a Dios, pero queremos que El nos dé a la vez.
  3. La oración del Señor en el capítulo 17 siguió a lo que hemos venido considerando. Recalcamos que el patrón divino es: el lavamiento de los pies en el 13; el ministerio en 14,15 y 16; la oración intercesora en el 17. Así que, uno o más hermanos darán por concluida nuestra reunión de la cena con oraciones a favor del servicio del pueblo del Señor durante el día y la semana; la obra del evangelio; los enfermos y afligidos; y, la protección divina que precisamos en este mundo vil.
  4. Por supuesto, en Mateo 26.30 fue “cuando hubieron cantado” que salieron.

LA CENA EN LUCAS 22

 

¡Debió de ser impresionante el momento cuando nuestro Señor dio por terminada aquella fiesta pascual y dio gracias por el pan! Aquellos once habrán quedado atónitos.

Nosotros conocemos la cena, ¿pero “qué es este rito vuestro?” (Éxodo 12.26)

Tomó el pan, 22.19 El vocablo pan significa una unidad entera tal como viene del horno. Fue un memorial, no un símbolo ni un emblema. No vamos a confundir la Biblia con el himnario.

dio gracias Hay diferencia de lenguaje en los Evangelios; sólo en 1 Corintios 11 recibimos el patrón adecuado. Indudablemente El agradeció el don que el pan y la copa serían para los discípulos.

y lo partió Algunos creen que su cuerpo fue horadado pero no “partido”. El velo del templo (símbolo de su cuerpo, Hebreos 10.20) fue partido, y quizás esto se relaciona con el pan.

Esto es mi cuerpo Lucas registra las palabras, “que por vosotros es dado”, y luego, “que por vosotros se derrama”. Obsérvese: No dijo: “Este es mi cuerpo”, ni “Esta es mi sangre”. La referencia es al acto, no al objeto.

tomó la copa, 22.20 La copa habla del Calvario ya consumado; por lo tanto, “El vino que alegra el corazón del hombre”, Salmo 104.15.

es el nuevo pacto “Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto”, Éxodo 24.8. Pero resulta que “la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados”, Hebreos 10.4. La sangre de la cruz sí lo hizo.

LA MESA Y LA CENA

 

La mesa del Señor y la cena del Señor no son una misma cosa. La mesa es una expresión figurativa mientras que la cena es un evento, una ordenanza. Sin embargo, no podemos apreciar la una sin la otra; nuestra participación en la cena expresa públicamente que profesamos estar privadamente a la mesa. La mesa del Señor se menciona en 1 Corintios 10 y la cena en el capítulo siguiente.

Hagamos mención de algunos contrastes

  • En el capítulo 10 nada se dice de una reunión de creyentes, pero en el capítulo 11 sí.
  • En el capítulo 10 no se ordena una ceremonia, pero en el capítulo 10 la ordenanza se destaca.
  • El 10.16 habla de la sangre y el cuerpo de Cristo, mientras que el 11.27 habla del cuerpo y la sangre del Señor.
  • El 10.17 trata del cuerpo místico de Cristo, y en cambio el 11.29 y otros versículos tratan del cuerpo humano del Señor.
  • En el capítulo 10 la copa es una comunión, como en el versículo 16, pero en el capítulo 11 es un nuevo pacto, como en el versículo 25.
  • No se menciona una conmemoración en el capítulo 10, pero 11.24,25 exigen que se realice la cena en memoria del Señor.
  • El 10.20 advierte contra una conducta indigna, “No quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios”, mientras que el capítulo 11 contempla la posibilidad de comer y beber de una manera indigna.
  • El capítulo 10 no menciona la venida del Señor, pero el 11.26 establece que la cena se realiza sólo hasta que El venga.

Veamos ahora el sentido de los términos, llevando en mente que el Espíritu no distingue cuando no hay diferencia. A veces uno oye expresiones basadas en la mesa y la cena, pero no en la Biblia. No hay tal cosa como recibir a un creyente a la mesa del Señor; no nos sentamos a su mesa; y, no es correcto recomendar un cristiano “para la cena del Señor”. Las Escrituras sí hablan de que somos participantes de la mesa, 10.21, y claro está que recomendamos a un viajero a la comunión de otras asambleas, a sabiendas que ellas también celebran la cena entre otras actividades y responsabilidades.

La cena nunca se llama una fiesta, pero debemos “celebrar la fiesta”, 5.8, en nuestro modo de ser los siete días de la sema­na. Somos o debemos ser participantes constantes de la mesa, día tras día, pero realizamos la cena una sola vez en la semana, y precisamente el primer día según el ejemplo de Hechos 20.7. La mesa significa comunión; la cena, conmemoración.

La mesa del Señor está en contraste con la confraternidad de “los demonios” en el 10.21, y la cena del Señor se contrasta con el círculo familiar en el 11.22, 34. Así, “la mesa del Señor” es una expresión simbólica de la comunión continua del creyente con su Señor, y no es en sí la ceremonia semanal.

La mesa se menciona en primer lugar, aparentemente porque la cena expresa lo que la mesa simboliza. No podemos expresar lo que desconocemos. La comunión es el tema del con­texto en que se trata la cena; véase el lenguaje en 10.16 al 21. Se había recordado a estos corintios en el 1.9 que ellos habían sido llamados a la comunión con su Señor, y el 10.16 pregunta si acaso la copa de comunión que ellos bendecían no fuera la comunión de la sangre de Cristo. La referencia en el capítulo 10 es a la copa de bendición para nosotros, y en el 11.27 es a la copa del Señor. Nosotros gozamos de la comunión, pero El tomó una copa llena de la ira del Santo Dios. Bendecimos, resaltamos, la copa, y de ella habla primeramente el apóstol porque la sangre de Cristo es la base de la comunión. El pan, por su parte, enseña que “nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo”, 10.17, y así todos participamos de aquel mismo pan.

“No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios”, 10.21. Estar en la comunión de la sangre y el cuerpo de Cristo conlleva inclusión y exclusión. Incluye a los que gozan de esa comunión, pero excluye a los que son de otra “mesa”.

En resumen, la mesa del Señor es un término figurativo que significa la unidad y comunión que el pueblo de Dios tiene entre sí y con Jesucristo; la mesa de los demonios es un término figurativo que significa el sistema malo que predomina en el mundo y la comunión con lo que representa. El versículo 20 dice que las cosas que sacrifican los gentiles —los inconversos— a los demonios lo sacrifican.

La primera epístola a los corintios consiste mayormente en corrección de las fallas y el desorden que existían. Había esa actitud de “yo de Pablo; yo de Apolos”. Otro problema fue la costumbre de frecuentar los templos paganos. Para corregir estos males, el apóstol introduce el tema de la mesa del Señor. El desea enseñar la unidad del cuerpo espiritual de Cristo y mostrar que la división y el interés en las prácticas mundanas estaban degenerando la comunión del pueblo de Dios.

1 Corintios 10.21 es la única mención de la mesa del Señor en las Escrituras. (Algunos en Pérgamo guardaban la doctrina de Balaam, y de esta manera ellos negaban la comunión que la mesa significa). La participación a aquella mesa, con una comprensión de lo que encierra, nos separará de la Babilonia espiritual que es la confusión que nos rodea en el cristianismo. Guardará de agruparnos en partidos dentro de nuestra asamblea. Si profesamos estar a esa mesa, será evidente que realmente creemos que con ser muchos, somos un cuerpo. Participando de veras a la mesa invisible, participaremos “en espíritu y en verdad” de la cena visible.

Ahora bien, la cena del Señor, que es el tema en 11.17 al 36, es una función de la iglesia local, o la asamblea. A Israel se exigía muchas ceremonias, tanto para el individuo como para la nación, cada una en un lugar y una ocasión específica. En la época de la Iglesia, hay sólo el bautismo como una responsabi­lidad del creyente en particular y la cena del Señor como una responsabilidad colectiva. Tal vez no sean ordenanzas en el mismo sentido que las convocaciones santas de Israel, pero son formas de conducta a ser respetadas literalmente durante esta dispensación.

Los corintios habían rebajado la cena al nivel de una comida corriente. El apóstol les recalca en el 11.23 que él había recibido del Señor mismo las instrucciones sobre este acto sagrado, y enfatiza esto con decir: “El Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan”. No fue ningún banquete.

Nos reunimos, y en grupo hacemos memoria de una persona, y no simplemente de un acontecimiento. Resuena lo que El quiere: “Haced esto en memoria de mí”. Es cierto que queremos tenerle en mente siempre, pero lo hacemos de una manera peculiar al participar “obediente a su mandato”, como comienza el buen himno. En Hechos 20 se afirma que los discípulos se reunieron para partir el pan. No lo hacemos de entrada, pero para esto estamos. “Es bueno cantar salmos a nuestros Dios”, Salmo 147.1, y conviene avanzar a paso fijo y reverente al Calvario, pero nunca perdemos de vista que estamos en la cena para meditar en las glorias del Señor mismo.

Otro ha escrito: “La dirección del Espíritu se hace evidente cuando varios creyentes… se someten a su guía y el indicio de un tema definido para esa reunión en particular, bien sea que Él instruya a uno cómo orar e impresione sobre otro la relevancia de un cierto himno o la lectura de determinado trozo de las Escrituras. Este tema, sin arreglo previo ni anuncio, conduce a un ascenso en la adoración, culminando en el partimiento del pan y la participación en la copa”.

En el capítulo 11, a diferencia del capítulo anterior, encontramos el pan antes de la copa. Es por lo dicho ya: en el 10 el tema es la comunión pero en el 11 es la conmemoración.

La sangre es la base de la comunión, así como se discier­ne en Hechos 2.42 cuando muchos fueron añadidos a la Iglesia. Perseveraban en la doctrina como base; perseveraban en la comunión, que es lo que hemos aprendido en la mesa del Señor; perseveraban en el partimiento del pan, que es la cena del Señor; perseveraban en las oraciones, que es cónsono con el ejercicio en lo demás. Hagamos lo mismo.

 

 

La  adoración

 

David Boyd Long;  Revival: A study in Biblical patterns

 

Uno se pregunta cuándo vamos a aprender que la adoración precede a todo lo demás. El primer mandamiento es: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”, Deuteronomio 6.13, y el Señor mismo lo interpreta en Mateo 4.10 como servicio sacerdotal, empleando el mismo término que se utiliza a lo largo de la Epístola a los Hebreos en cuanto al servicio de los sacerdotes, y por cierto en Apocalipsis 7.15, 22.3 en cuanto a la adoración en el cielo.

La adoración es la expresión de devoción y de nuestra apreciación de lo que Cristo es para el Padre en primer lugar, y para nosotros también. Queda por encima y más allá de la alabanza y las acciones de gracias, aunque cuando ambas son apropiadas y pueden ser ingredientes y expresiones de adoración. Un momento de reflexión nos convencerá que tanto alabamos como damos gracias a personas a quienes no se nos ocurre adorar.

Conviene recordar también que la adoración no es estar ocupados con las bendiciones y los beneficios que nosotros hemos recibido por medio de Cristo. Éstos están asociados más con alabanza y gratitud. Somos propensos a ser egocéntricos y ocuparnos con lo que Cristo ha hecho a favor nuestro en vez de lo que es para el Padre y ha hecho por Él y para la gloria suya.

La adoración no es meramente otra reunión, sino distinta de todas las demás reuniones por ser aquella en la cual damos a Dios en vez de recibir de Dios o aprender acerca de Dios, o aun orar a Dios. Es la actividad más elevada del cristiano y por tanto la más exigente en cuanto a su condición espiritual. Por esto, la adoración es el barómetro espiritual de una asamblea, y por cuanto lo demás fluye de nuestro aprecio del Señor, cuando la adoración falla o queda desplazada o descuidada, no puede haber un auténtico avivamiento. El siervo que fue juzgado por carencia del debido servicio en la parábola de los talentos a causa de su poca estima para su amo, dijo: “Te conocía que eres hombre duro”.

Cuando el remanente de los israelitas volvió, o emigró, a Jerusalén después de su servidumbre en Babilonia, ellos levantaron primeramente el altar, Esdras capítulo 3. Ni siquiera construyeron el templo, ni el muro, como su primera iniciativa. Comenzaron por levantar el atar para que Dios recibiera de los suyos lo que su corazón anhelaba. Fue “para ofrecer sobre él —el altar— holocaustos a Jehová, como está escrito en la ley de Moisés varón de Dios”.

Cuando las Escrituras hablan de “el altar” sin abundar sobre el término, parece que se refiere siempre al altar de cobre para el holocausto. Es llamado también “el altar grande” y “el altar de Jehová”. En Malaquías 1.7,12 se habla de él como “la mesa de Jehová” y lo que se ofrecía sobre el altar es designado como alimento. Aquellos sacrificios hablan de Cristo quien iba a venir y cuyas perfecciones deleitan el corazón del Padre. En el tabernáculo y en el templo de Israel este altar estaba colocado a la entrada; frente a él comenzaban los ejercicios espirituales.

Para aquellos israelitas en los días de Esdras el altar recibió su debida atención antes de la seguridad militar, sus casas, sus planes y organización para otras actividades necesarias y legítimas. Su enfoque no fue lo que ellos habían recibido ni lo que ellos necesitaban, sino lo que Dios deseaba de sus afectos.

Desde luego, el altar solo no bastaba. Ofrecieron holocaustos cada mañana y cada tarde. El 3.5 habla del “holocausto continuo”. No se habla todavía de los sacrificios por la culpa y por el yerro, respectivamente, y éstos no se ofrecían sobre el altar, sino fuera del campamento. El holocausto es una figura de Cristo en su sacrificio de sí mismo al Padre en muerte cual ofrenda grata, muy aparte de toda cuestión del pecado. Esta es la cúspide de la adoración, ¡y cuán bendito habrá sido para aquellos israelitas ejercer ese servicio sacerdotal al volver al lugar de Dios había puesto su nombre! Jamás habrán podido hacerlo en Babilonia, donde no había altar, ni templo, ni sacerdocio, ni sacrificios que Dios estimaba como limpios. Dios había prohibido intentarlo en otra parte. “Tomarás de las primicias de todos los frutos que sacares de la tierra que Jehová tu Dios te da, y las pondrás en una canasta, e irás al lugar que Jehová tu Dios escogiere para hacer habitar allí su nombre. Y te presentarás al sacerdote que hubiere en aquellos días, y le dirás: Declaro hoy a Jehová tu Dios, que he entrado en la tierra que juró Jehová a nuestros padres que nos daría. Y el sacerdote tomará la canasta de tu mano, y la pondrá delante del altar de Jehová tu Dios”, Deuteronomio 26.2 et seq.

 

La  cena  del  Señor

 

William Hoste, Inglaterra
Believer’s Magazine, 1934

 

Si la cena del Señor no es una comida, ni un sacrificio, ni un sacramento,
ni tampoco la resurrección de una costumbre antigua, ¿entonces qué es?

  1. Es un  acto  de  obediencia

“Haced esto”, 1 Corintios 11,24,25. Asignamos mucha importancia a los últimos deseos expresados por nuestros seres queridos, y ciertamente debemos hacerlo más aun ante lo que el Señor quería. Si me aman, dijo, guarden mis mandamientos. Es prueba de nuestro amor para con Él.

  1. Es un  acto  de  conmemoración

“Haced esto en memoria de mí”. Es una prueba de su amor para con nosotros. No importa si el mundo se olvida de nosotros, pero valoramos el amor de aquellos a quienes amamos, tanto en la carne como en el Espíritu. Él quiere que le tengamos en memoria porque nos ama, y cada vez que queremos recordarle a Él, podemos estar seguros de que se acuerda de nosotros.

Podemos comentar que, aun cuando está garantizada la presencia espiritual del Señor entre sus santos congregados, el hecho de que estén realizando el acto de conmemoración testifica a su ausencia real y descarta cualquier posibilidad de una presencia en sentido material.

  1. Es un  acto  de  agradecimiento

“Tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió”. La palabra aquí para dar gracias es eucaristéo, de la cual derivamos “eucaristía” al referirse al pan memorial, pero se trata de una superstición y un abuso del término en este sentido.

¿Pero qué es el punto práctico para nosotros en el hecho que Él haya dado gracias? Si su amor para nosotros era tanto que podía dar gracias por lo que simbolizó el cuerpo que iba a dar, ¿no debemos nosotros hacerlo más ante la promesa de expiación, perdón y dicha eterna?

  1. Es un  acto  de  testimonio

“La muerte del Señor anunciáis”, v. 26. La palabra usada aquí para “anunciar” es la misma que se usa en el 9.14, “los que anuncian el evangelio”, y ciertamente los símbolos en la cena del Señor predican el evangelio elocuentemente. Es su muerte que anunciamos, porque el pan separado del vino habla de su cuerpo separado de su sangre, la cual está derramada hasta la muerte, al decir de Isaías 53.12.

Años atrás, un celoso clérigo en Suiza quiso instruirme en el sentido de la copa en la Santa Comunión, como decía. Acuérdese, me instó, que usted está bebiendo de la vida misma de Cristo. Pero su idea tan errada no encaja en la ordenanza establecida por el Señor, y es hasta dañina de la verdad. Participamos en la muerte del Señor, no en su vida, cosa que viene tan sólo con la resurrección.

Es cierto que la sangre que fluye en las venas de un animal es la vida suya y no le era permitido al israelita ingerirla, pero la sangre derramada siempre significa la muerte. ¿Qué pensaban los hermanos de José al teñir la túnica de diversos colores en la sangre de un chivo? Ellos percibían aquella sangre como la vida de quien vestía la prenda, y querían señalar que estaba muerto, como al efecto pensó Jacob. Así se nos recuerda continuamente a nosotros de la gracia de Dios que nos es extendida, y la sola base sobre la cual la gracia nos puede alcanzar es el sacrificio pleno, perfecto y suficiente de Cristo por nuestros pecados.

¿Quién puede estimar la bendición para nuestras almas al ser recordados semana tras semana de la base de nuestra fe y esperanza? Testificamos ante Dios, las huestes celestiales, los demonios y el mundo que Cristo es nuestro Todo en Todo; su muerte y resurrección es nuestra única virtud.

  1. Es un  acto  de  comunión

“La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan”, 1 Corintios 10.16,17.

Se trata, entonces, de un acto corporativo; el pan representa no tan sólo el cuerpo humano de Cristo sino también su cuerpo místico, o espiritual, que es la iglesia. Partir el pan es un acto de comunión o participación mutua entre aquellos que han alanzado una fe igualmente preciosa en la misma sangre preciosa del mismo Salvador precioso.

Esto explica, creo, por qué aquí se menciona la copa en primer lugar. Tenemos que comenzar con la sangre al tratar el asunto de la comunión, en tanto que el pan señala más su Persona – el Hijo de Dios que amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella. En el capítulo 11 el pan ocupa el primer lugar, luego la copa. Hacemos memoria de Él al anunciar su muerte, de manera que es siempre la secuencia a seguir al participar de los símbolos. Comenzamos, si se puede decirlo así, en el capítulo 10, pero terminamos en el 11.

No es solamente un acto recordatorio, sino de relación mutua. Es un testimonio de unión en Cristo de todos los comulgantes, y por esto la importancia de que participen tan sólo los verdaderos miembros del Cuerpo de Cristo.

  1. Es la  celebración  de  un  triunfo

Fue cuando Abraham estaba de regreso de una victoria concedida por Dios que Melquisedec salió a su encuentro con pan y vino – “pan para fortalecer y vino para animar”, como decimos. Parece extraño que no nos reunamos para hacer memoria de nuestro Señor y anunciar su muerte en el quinto día de la semana, la noche en que fue instituida la Cena, sino en el tercer día, el que los judíos conocían como “el primero de los sábados” y que nosotros llamamos el día del Señor, o el primero de la semana.

Hay gente buena que insiste en realizar la cena en la tarde porque fue instituida en la tarde y se llama precisamente una “cena”. Pero no hay mandamiento en este sentido, y parece que la palabra “cena”, déipnon, no siempre significa una comida en la tarde (Lucas 14.17, a la hora de la cena envió a sus siervos; Apocalipsis 19.9, la cena de las bodas del Cordero). Por cuanto el apóstol menciona específicamente que el Señor instituyó la ordenanza “la noche que fue entregado”, nos extraña que esos maestros no se sientan obligados a efectuar el acto en el día jueves, o el día que crean que Él murió.

De veras Cristo triunfó sobre sus enemigos en la cruz, pero fue sólo en el primer día de la semana que la victoria fue revelada. Hasta donde yo sepa no hay un versículo que establezca que se parta el pan en el primer día de la semana, pero fue la costumbre de los primeros creyentes, reconocida sin duda por los apóstoles, y luego practicada por todos.

  1. Es un  acto  de  responsabilidad

Se manda que nos congreguemos en una condición que permita actuar dignamente y discernir el cuerpo del Señor. Hacerlo es asunto de ser digno de estar allí.

Todos los verdaderos creyentes tienen su lugar con base en la relación existente, así como los hijos en una familia tienen su lugar a la mesa familiar. Pero esto es algo muy diferente de hacerlo dignamente. Es posible que un padre convoque a toda la familia a sentarse a la mesa, que en efecto todos hagan acto de presencia y que él se contente al ver que todos están. Pero supongamos que se de cuenta de que algunos hayan venido con las manos sucias. Esto le provoca a mandar que se lavasen, pero no a que se marchen sin volver.

El paralelo es claro, y por esto la exhortación: “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa”. No nos examinamos en el espejo de la Palabra en busca de alguna supuesta belleza en nosotros mismos que nos calificaría para participar, sino a ver si hay algún pecado no confesado, alguna circunstancia que contristaría al Espíritu Santo e impediría la comunión con el Señor.

Esto corresponde a quitar la levadura en la Pascua, pero se nos manda a quitar una levadura muy diferente, una que es atípica de aquélla, y es la levadura de la insinceridad y el engaño; véase 1 Corintios 5.18. Es evidente que esto debe alumbrar a aquellos que insisten en el uso de pan no leudado en la cena del Señor. No es una levadura literal que debemos dejar fuera de los símbolos, sino toda malicia e impiedad de nuestros corazones y vidas. Es sorprendente que creyentes inteligentes en lo demás confundan así el tipo y el antitipo. Es un espíritu muy parecido que conduce a algunos a copiar la vestimenta y apariencia convencional del Señor, aunque de su apariencia no sabemos nada.

Este juicio propio debe tener lugar antes de que nos reunamos, y es de temer que a menudo el no efectuarlo sea la causa de una falta de gozo y comunión entre los santos. Si llegamos en un espíritu de descuido, no juzgado, todavía podemos anunciar buenos himnos, usar una fraseología gastada, leer pasajes igualmente conocidos y aparentar un orden bíblico y correcto  – ¡pero con un mínimo de poder y unción en todo el acto!

El descuido de este juicio propio, previo a la cena, tendrá consecuencias serias. Volveremos incapaces espiritualmente a discernir el cuerpo del Señor y adorar al Padre dignamente, y por ende “culpables del cuerpo y la sangre del Señor”. Percibo que esto quiere decir culpables en cuanto a lo que simbolizan su cuerpo y sangre, no comiendo condenados – un término que figura sólo en el v. 32 – sino exponiéndonos a juicio o disciplina de parte del Señor.

Así fue en Corinto: “por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen”. En gracia, el Señor no castigó todos los casos de la misma manera y de una vez. Hubo grados; algunos experimentaron solamente debilidad mientras que otros estaban postrados en enfermedad y por esto ausentes temporalmente de la congregación. Todavía otros, que habían estado sordos a las advertencias, “dormían”, es decir cortados en muerte. Fue todo un asunto solemne, pero hecho en misericordia para no ser “condenados con el mundo”. No sólo así, pero hay una manera de no ser juzgados: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados”, v. 31.

  1. Es un  acto  de  expectación

“La muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”, v. 26. La cena del Señor es una medida temporal durante la ausencia del Señor. Yo puedo atesorar la fotografía de un amigo ausente desde mucho tiempo, pero si él vuelve a vivir conmigo, difícilmente necesito su retrato porque él estará presente en persona. Así que no hará falta la Cena como una manera de hacer memoria del Señor, porque los santos le encontrarán en el aire en su regreso, y estarán para siempre con Él. La Persona que conmemoramos será eternamente el centro de las glorias y la adoración celestiales, y la muerte que anunciamos será para siempre el tema de la adoración de los redimidos; pero la cena es sólo hasta que Él venga, cuando los símbolos cederán lugar a la realidad y la fe a la vista.

 

 

 

 

 

¿Cuándo en el día debemos partir el pan?

 

William McKee, Manchukuo, China
Believer’s Magazine, septiembre 1933

 

Este escrito enseña la gran lección de que Dios quiere nuestra adoración antes de nuestro servicio en el evangelio y otras actividades necesarias y buenas. Como cosa secundaria, pero interesante, explica que el Evangelio según Juan difiere de los otros al referirse a las horas del día.

En cuanto a la hora del día en que se debe reunir para hacer memoria del Señor, si entiendo mi Biblia correctamente, la mañana del día del Señor, el domingo, es la ocasión correcta para la reunión del partimiento del pan, y juzgo cualquier otro día, o cualquier otra parte del día (a falta de fuerza mayor) como contrario a las Escrituras, aunque no digo que nos ha sido dado un mandamiento específico con respecto a la hora.

En mi opinión la ocasión indicada no sólo está de acuerdo con el orden bíblico sino también concuerda con el ejemplo de los primeros creyentes en Hechos de los Apóstoles, y si no hemos recibido precepto definitivo, el ejemplo de los creyentes primitivos debe ser guía suficiente.

Para comprobar mi afirmación que la mañana del Día del Señor es la oportunidad apropiada para hacer memoria del Señor, ¿el lector me permite una pregunta? Tocante a la adoración y el ministerio, ¿cuál es el orden en las Escrituras? ¿Debe la adoración recibir el primer lugar, o el servicio para el Señor? O, si quiere decirlo así, ¿debemos poner primero a Dios o al hombre? Creo que estamos de acuerdo en que debemos dar a Dios  el primer lugar, y no al hombre. El orden bíblico es la adoración primeramente y después el servicio.

Casi no parece necesario dar prueba de esto, pero a caso se considere que hace falta, presento un ejemplo del Antiguo Testamento y otro del Nuevo en los cuales la secuencia es muy evidente.

Cuando Dios se presentó a Moisés en la zarza ardiente en el desierto, Éxodo 3.18, y le instruyó qué debería decir a Faraón, el mensaje fue: “Déjenos ir … tres días de viaje al desierto para que sacrifiquemos al Señor nuestro Dios”. Después cuando Moisés estaba de regreso a Egipto, el mensaje de Jehová fue: Israel es mi hijo, mi primogénito. Deje ir a mi hijo, para que me sirva, 4.22,23. Cuando Moisés llegó a Egipto, él y Aarón en su primer encuentro con Faraón dieron el mensaje de Dios así: Deje ir a mi pueblo para que me celebren una fiesta en el desierto, 5:1. Más tarde, en el 7.16, el mensaje fue: “Deje ir a mi pueblo para que me sirva en el desierto”. La adoración primeramente, y el servicio después.

1 Pedro 2 nos enseña el mismo principio. En el 2.5 los creyentes de esta dispensación son “piedras vivas”. En el 2.9, en cambio, encontramos una generación escogida, un sacerdocio real, una nación santa y un pueblo particular que debe manifestar las glorias de aquel que les llamó de las tinieblas para ponerles en su luz admirable. Son un sacerdocio santo para la adoración y un sacerdocio real para el testimonio como luminarias. En otras palabras: primeramente su adoración; después su labor.

Con respecto a la introducción de la cena del Señor y el ejemplo de los primeros cristianos en Hechos de los Apóstoles, encontramos que la adoración inició su día también. Juan en su Evangelio no menciona ni una vez el comienzo de la reunión. Los escritores de los tres evangelios sinópticos y de los Hechos emplean el método hebreo para expresar la hora; evidentemente esto se debe a que escribieron antes de que el Señor había cumplido las palabras en cuanto a Israel que se encuentran en Oseas 3.4. “Muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe …”

La profecía se repite en los Evangelios: “¡Jerusalén, Jerusalén! … He aquí vuestra casa os es dejada desierta”, Mateo 23.37,38. Y: “Te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación”, Lucas 19.21 al 44. Y: “… viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos … hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan”, 21.20 al 24. Todo esto tuvo su primer cumplimiento, por supuesto, en el año 70 cuando el emperador Tito mandó sus tropas contra Jerusalén y la holló de un todo.

En cambio, es claro que el único escritor inspirado que escribió después del 70 emplea el método romano para determinar la hora; éste es el método que nosotros usamos hoy día. [Juan escribió su evangelio entre 85 y 90, y el Apocalipsis después].

De Génesis 1.5 aprendemos que “la tarde y la mañana eran el primer día”, y así en todos los seis días de la creación. El día hebraico comenzó al ponerse el sol y terminó cuando lo mismo sucedió otra vez. Por lo tanto, cuando leemos en Hechos 20.7 que los discípulos se reunieron para partir el pan “el primer día de la semana”, entendemos claramente que lo hicieron al comienzo de su día, ya que Pablo, tiempo después, continuó su discurso en la cena del Señor hasta la medianoche.

El Evangelio según Juan fue escrito unos veinte años después de 70 d.C., fecha de la destrucción de la ciudad y el templo según la profecía de nuestro Señor. En dicho Evangelio se encuentra el mismo horario que conocemos en nuestros tiempos. Por ejemplo:—

  • Leemos en Juan 1.39 que Andrés y otro discípulo siguieron a nuestro bendito Señor y “se quedaron con él aquel día, porque era la hora décima”. Si esto hubiera sido bajo el horario de los hebreos, indicaría las 4:00 p.m., aproximadamente, o apenas unas dos horas antes de la puesta del sol cuando “aquel día” estaría gastado. En cambio, si entendemos que “la hora décima” era las 10:00 a.m., como se calcula hoy en día, fácilmente se entienden las palabras: “se quedaron con él aquel día”.
  • También, se lee en Juan 4.6 que Jesús, cansado por su viaje, se sentó sobre el pozo, y era la hora sexta. Esto sugiere un viaje en el calor del día, llegando a la puesta del sol, o sea, la hora común para sacar agua, debido a que la frescura comienza.
  • Por último, y de mayor peso, leemos en Juan 19.14: “Era la víspera de la pascua, y como la hora sexta. Entonces [ Pilato ] dijo a los  judíos: ¡He aquí vuestro rey!”  Pero Mateo 27.45 relata que “desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra …”  Lucas 23 dice lo mismo, y en Marcos 15.25 se expone claramente: “Era la hora tercera cuando le crucificaron”.

¿Cómo, entonces, vamos a entender Juan 19 donde dice que Pilato sacó a Jesús fuera del pretorio (versículo 9) “a la hora sexta”?  Esto no implica una contradicción con Marcos 15; la explicación es, sencillamente, que Juan escribe después de la destrucción de los ritos y ceremonias del judaísmo, y del templo en sí.  Por o tanto, emplea el mismo horario que nosotros, y Juan 19 se refiere a la hora aproximada de la salida del sol.

Bajo la ley mosaica lo importante era el sábado, el séptimo día. En esta época de la gracia el día sobresaliente es el Día del Señor, el domingo, que es el primer día de la semana. Es notable que el único autor inspirado que escribió después del cumplimiento de las palabras dichas por nuestro Señor en cuanto a los sucesos tan importantes del 70, habla en uno de sus libros mayores del día del Señor. Nos referimos, claro está, al Apocalipsis 1.10: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz …”  En su otro libro mayor él cambia el cómputo de la hora, abandonando un método que se usó durante unos cuatro mil años.  Estas son, ciertamente, dos huellas que la resurrección de Cristo ha dejado sobre la historia de nuestra raza.

Entiendo, pues, que la reunión para hacer memoria del Señor debe tener prioridad en el día del Señor. Después de la adoración viene el servicio, bien sea la predicación del evangelio a los adultos o los niños, el ministerio de la Palabra de Dios a su pueblo, o cualquier otra labor que el Señor exija de los suyos. Espero que los pasajes citados permitan que se reconozca este orden como el que las Escrituras definen.

 

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