Apocalipsis: Notas sobre el Apocalipsis (#540)

Notas sobre el Apocalipsis

 

James Flanigan; Belfast, Reino Unido
de la revista Assembly Testimony; 1981 al 1983

 

                                                        Capítulos correspondientes en Apocalipsis

 

I   Una introducción

II   Primeras visiones                                                                                             1

III   Los candeleros de oro                                                                                 2,3

IV  Éfeso, Esmirna y Pérgamo                                                                             2

V   Tiatira, Sardis Filadelfia Laodicea                                                               3

VI   El trono                                                                                                             4

VII   El Cordero y el libro                                                                                       5

VII  El principio de dolores                                                                                    6

IX   Los santos y la Tribulación                                                                            7

X    Las siete trompetas                                                                                      8,9

XI   El ángel envuelto en una nube                                                                  10

XII   Los dos testigos                                                                                            11

XIII  La mujer y el dragón                                                                                    12

XIV  Las dos bestias                                                                                            13

XV   El Cordero victorioso                                                                                  14

XVI   Siete copas de ira                                                                                 15,16

XVI   Babilonia en su primer aspecto                                                               17

XVII   Babilonia: la caída definitiva                                                               18,19

XIX   El Rey                                                                                                            19

XX   El juicio final                                                                                                 20

XXI   La ciudad santa                                                                                          21

XXII  Visiones concluyentes                                                                                22

 

 

 

 

 

            Una introducción

 

Juan el Amado ha tenido el privilegio de escribir para nosotros tres partes del Nuevo Testamento y éstas tienen que ver con el pasado, presente y futuro. De sus recuerdos del pasado él ha recogido racimos preciosos de cosas fragantes, dándonos así el cuarto Evangelio. Para orientación y ayuda hoy día nos ha escrito tres cartas cortas. Y, en su condición del vidente novotestamentario, nos ha dado las visiones que recibió en la isla de Patmos, conocidas como el Apocalipsis o el Libro de la Revelación.

En su Evangelio Juan no hace mención de su propio nombre ni una vez, pero cinco veces se describe como el discípulo a quien Jesús amaba. En el Apocalipsis se refiere a sí mismo por nombre cinco veces, “yo Juan”. Es improbable que el escritor del Apocalipsis haya podido describirse a sí mismo sin ningún término adicional, si no fuera el anciano apóstol — el único sobreviviente de entre ellos — que nos dio el Evangelio y las cartas. Era el Juan tan conocido a los creyentes del siglo 1. Es el Daniel del Nuevo Testamento, el muy amado de la edad de la Iglesia.

El libro del Apocalipsis es sin duda el más desconocido del Testamento. Por mucho que los creyentes ofrezcan una u otra excusa, hay varias razones por las que esto no debe ser.

  1. Este es el único libro de profecía en el Nuevo Testamento. Contamos con libros históricos y libros doctrinales; tenemos algunos que son devocionales y otros que son prácticos; pero solamente un libro es netamente profético. Es lamentable que el único libro de profecía en el Testamento sea tan desconocido.
  2. Es el libro con que termina la Biblia. Hay sin duda un arreglo divino en la secuencia de los libros de nuestra Biblia. El Génesis no fue el primero que se escribió, pero es obviamente el libro en que introducir los demás. El Apocalipsis no fue el último para ser escrito, pero es la gran espejo del Génesis. Las comparaciones y contrastes de Génesis y Apocalipsis se ha señalado con frecuencia; hay mucho que tiene su comienzo en el uno y su culminación en otro, o raíz en el primero y fruto en el segundo.
  3. Es el único libro que comienza con una promesa específica de bendición para sus lectores obedientes. Posiblemente la referencia sea a la lectura pública en días cuando no todos tenían el privilegio ni la capacidad de leer personalmente. Además, el principio de una bendición por obediencia está presente en todas partes de las Escrituras. Con todo, es el único libro que se introduce de esta manera, y no debemos perder aquella bendición.
  4. Es la revelación de Jesucristo. Es el velo quitado; es una exposición acerca de Cristo. ¿La revelación le fue dada a Él, o acerca de Él? ¿O ambas cosas? Como sea, es una revelación que no podemos ignorar. No es el Libro de las Revelaciones. De revelaciones tiene muchas, en cada capítulo, pero todas se fusionan para revelar a Uno. Es el libro de la revelación de esa Persona.

 

Analizarlo es difícil, ya que no se presta a divisiones sencillas como varios otros libros de la Biblia. Hay crisis, paréntesis, culminaciones. Pero sí hay una manera interesante de dividir las visiones, ya que encontramos a Juan en cinco posiciones diferentes. Las visiones que recibe están de acuerdo con su posición en cada caso.

En el capítulo 1 Juan está abajo, a los pies del Señor de las iglesias. Está en una isla solitaria y rocosa, símbolo de nuestro lugar de peregrinación y testimonio. ¿Dónde mejor, sino a los pies del Señor, recibir los mensajes de los capítulos 2 y 3 acerca del ministerio de los candeleros, las iglesias?

En el capítulo 4 su posición ha cambiado; él ha sido arrebatado al trono arriba. ¿De dónde mejor ha podido observar las obras de la soberanía? Desde este punto tan ventajoso Juan verá la realización de los propósitos de Dios.

En el capítulo 13 está al lado del mar. De aquí Juan observa las olas y ondas de la democracia que surgen del mar y se convierten en anarquía y tiranía bajo el dictador de los postreros días.

En el capítulo 17 hay otro cambio, ya que Juan se encuentra en el desierto. Desde esa perspectiva él ve el gran misterio de Babilonia, cual preludio de su posición final y visión definitiva.

En el capítulo 21 él es conducido a la cima de una montaña y de allí contempla la gloria de la Nueva Jerusalén y la bienaventuranza del Cristo y su pueblo.

Resumimos de esta manera las cinco visiones, todas en armonía con las respectivas circunstancias:

  • Capítulo 1 a los pies del Señor para aprender los principios de testimonio.
  • Capítulo 4 ante el trono para aprender los propósitos de la soberanía.
  • Capítulo 13 en la playa para ver el progreso de la iniquidad.
  • Capítulo 17 en el desierto para ver el poder de la apostasía.
  • Capítulo 21 sobre la montaña para recibir la promesa de gloria.

 

El Apocalipsis emplea el lenguaje de los símbolos para comunicar sus verdades. Así afirman específicamente los primeros versículos, “la declaró enviándola;” a saber, la hizo saber por señales. Nuestro enfoque será, entonces, ver el simbolismo, salvo que el pasaje debe ser tomado literalmente por alguna razón obvia. Veamos qué hay—

  • el simbolismo de la matemática, ¡y qué variedad de guarismos encontramos! Hay 2, 3, 3 1/2, 4, 5, 6, 7, 10, 12, 24, 42, 144, 666, 1000, 1260, 1600, 7000, 12.000 144.000, 100.000.000 y 200.000.000. Predomina el número 7.
  • la zoología: caballos, corderos, león, becerro, leopardo, oso, ranas, langostas, escorpiones, águila, aves de rapiña, peces y serpiente.
  • la botánica con sus árboles y hierba, el trigo, cebada y uvas.
  • la naturaleza; a saber, montañas, ríos, mares, fuentes, lluvia, granizo y terremoto.
  • la astronomía: sol, luna y estrellas; rayos y truenos.
  • la geografía. Se nombra a Jerusalén, Babilonia, Egipto, Sodoma y el río Éufrates.
  • los minerales: oro (candeleros, copas, incensario, altar, coronas, cáliz), plata, piedras preciosas, perlas, marfil, madera, cobre, hierro, mármol.
  • colores: rojo, verde, escarlata, púrpura, negro, pero especialmente el blanco.

En este libro de símbolos hay hombres con espadas, cosechadores con hoces, ángeles con trompetas. Hay flauta, lira y arpas.

Es llamativo no encontrar en todo el libro una sola cita del Antiguo Testamento. No obstante, el Apocalipsis está saturado de imágenes traídos de aquel Testamento, especialmente de Isaías, Ezequiel, Daniel y Zacarías. Por ejemplo:

  • el Cristo glorificado del capítulo 1 está en Daniel 10;
  • el trono del capítulo 4, envuelto en un arco iris, está en Ezequiel 5;
  • el libro del capítulo 5 tal vez se encuentra en Ezequiel 2 y Zacarías 5;
  • la caña para medir, los dos testigos, los dos olivos y candeleros
    del capítulo 11 están en Zacarías 4;
  • las bestias del mar, como en el capítulo 13, están en Daniel 7;
  • Gog y Magog están en Ezequiel 38 y 39;
  • el gran juicio del capítulo 20 está en Daniel 7;
  • la Nueva Jerusalén, el río de vida y el árbol de vida están en Ezequiel 47.

Muchos de estos símbolos nos han sido explicados específicamente. Para el resto, que nos acerquemos al libro en un espíritu humilde de asombro, pidiendo dirección divina para conocer la mente del Espíritu. En fin, que el libro sea para nosotros la revelación de Jesucristo.

 

II.        Primeras visiones

 

Muchas de las verdades del Apocalipsis se han comunicado en conjuntos de tres. El divino número tres se encuentra por doquier, y especialmente en el capítulo 1. Veamos.

1.2,        un ministerio triple de Juan: la palabra de Dios, el testimonio de Jesucristo y las cosas vistas. ¿Es ésta una pauta para todo verdadero ministerio en todo tiempo? Se basa en la Palabra, habla del Señor y es la medida de la experiencia personal de quien testifica.

1.3,         una bendición triple: el que lee, los que oyen y los que guardan. Se trata, desde luego, de la lectura en público para el beneficio de la congregación. En los días cuando escaseaban la literatura y la capacidad de leerla, aquella era de veras una gran bendición. Pero es un privilegio todavía, y quien acepta el privilegio de leer en público está en la obligación de leer con claridad, cuidado y reverencia, recordando que la lectura acertada puede ser una exposición en sí. Aquí se asocian el oir y el guardar, dando a entender que quien oye, deseará obedecer. De esta manera viene la bendición.

1.4,5,     una salutación triple: la gracia y paz vienen del Padre en toda su majestad, del Hijo en toda su hermosura y del Espíritu en toda la plenitud de su poder. Es la celestial Salóm.

1.4,         un nombre triple: el que es y que era y que ha de venir. Esta es la definición más cercana que tenemos del gran nombre Jehová, combinando tres períodos de existencia en un título divino. Es una paráfrasis del nombre indecible por el cual Él se hace conocer. Él no tiene pasado ni futuro, sino es el eternamente presente Yo soy.

1.5,         una presentación triple de Jesucristo: el Hijo es el fiel testigo del pasado, el que dio buen testimonio ante Poncio Pilato (y el mundo); es ahora el primogénito de entre los muertos en la gloria de su resurrección; y, será manifestado y vindicado cual príncipe de los reyes de la tierra.

1.5,6,     un ministerio triple de Jesucristo: por Él hemos sido amados, librados y levantados. Librados de nuestros pecados por su muerte; levantados a un sacerdocio real con todos los privilegios que conlleva; y, como es bien sabido, amados continuamente. Él es quien nos ama.

1.7,         una visión triple de su regreso: viene con las nubes, todo ojo le verá, y se hará lamentación por él. Sea el lenguaje correcto el de nubes de santos o nubes de vapor, todo ojo le verá, tanto vivos como muertos. Aquellos que le traspasaron harán lamentación; no sólo judíos, no sólo romanos, sino las tribus de la tierra en toda su culpabilidad.

1.9,         una comunión triple de los santos: Juan es hermano en la tribulación, en el reino y en la paciencia de la espera. ¡Qué consuelo para el aislado Juan! ¡Qué comunión de santos! Por fe y paciencia debemos entrar en el reino, y la comunión de corazones de un mismo sentir nos ayuda mientras esperamos. Que el Señor nos ayude a fomentar el consuelo y la ayuda mutua tan necesarios para los que estamos en el exilio en un mundo hostil.

1.18,      la majestad triple del Hijo: Él vive; llegó a estar muerto; vive para siempre jamás. Una vez murió, y para vivir de nuevo. Vive ahora, para no morir más. Las llaves (símbolo de autoridad, Mateo 16.19, Apocalipsis 3.7, 9.1, 20.1) están suspendidas de su cinturón. Él es superior a la muerte y al Hades; es el primero y el postrero.

1.19,      el contenido triple del libro: las cosas que Juan había visto, las que son, y las que serán. Así es la llave para abrir el Apocalipsis, y vamos a usar esa llave para abrir primeramente el capítulo 1, luego los capítulos 2 y 3, y finalmente del capítulo 4 al final. Es el enfoque convencional, y proporciona una perspectiva aceptable de la profecía.

Obsérvense también los tres Amén: A él sea la gloria, Amén, 1.6; He aquí que viene, Amén, 1.7; Vivo por los siglos de los siglos, Amén, 1.18. En el 3.14 el Amén se constituye título propio suyo: “He aquí el Amén … dice esto”, ya que es el cumplimiento y confirmación de todos los propósitos y promesas de Dios.

 

Es característico y apropiado que la primera visión del Apocalipsis sea una visión del Señor Jesús. Esta también la podemos considerar de tres maneras: (a) su vestidura, cinto y espada; (b) su cabello, ojos y voz; (c) sus pies, manos y semblante. ¡Qué revelación de gloria para un anciano apóstol que tenía vivos recuerdos de la túnica robada, la cabeza coronada de espinos, las manos y pies horadados y sangrientos! Juan había sido testigo de los padecimientos, y ahora él ve la gloria.

Los hombres pueden circunscribir a Juan físicamente a una isla de sólo dieciséis kilómetros por diez, pero ahora él es llevado fuera de todo aquello. En el Espíritu en el día del Señor, recibe una visión del Señor mismo. En un estado de éxtasis espiritual, librado de la aridez del Patmos y libre del mundo visible de los sentidos, Juan es transportado a la gloria. Grande la recompensa esta para un anciano santo a quien se le ha negado los privilegios acostumbrados del primer día de la semana.

El simbolismo de la primera visión está repleto de majestad y belleza, y de nuevo hay otras escrituras que nos ayudan a entenderlo. El enfoque de las figuras es oriental, y tal vez nuestro modo de pensar occidental tenga que cambiar al considerar las figuras. El Hijo del Hombre está en medio de los candeleros cuya luz se mantiene por medio del aceite. Es en un carácter judicial que el Señor camina en medio de ellos, cual Señor de los candeleros y Maestro de las asambleas.

La túnica larga y extendida es prenda de dignidad. Ella pertenecía a los hombres de posición exaltada. He aquí humanidad en verdadera dignidad; he aquí el Señor de las asambleas.

El cinto es de oro y está ceñido por el pecho en vez de los lomos. Los lomos ceñidos eran indicio de servicio activo, cosa que no había sido ajena a nuestro Señor. Pero el cinto alrededor del pecho era al estilo del soberano, el potentado para quien los demás ceñían los lomos en servicio. No veamos en este pecho ceñido un afecto restringido, como algunos sugieren, sino evidencia de la soberanía que recibe el servicio de otros. Juan había visto una vez a este mismo Señor Jesús ceñido de púrpura, y le había visto también ceñido con toalla, pero ahora la túnica y el cinto simbolizan dignidad y soberanía.

Su cabeza y cabello son blancos, cual lana y nieve. ¿Se acordaba Juan del Monte de la Transfiguración? ¿Le vino a la mente el Anciano de Días de quien habló Daniel en el 7.9 de su libro? A menudo la cabeza canosa nos habla tan sólo de la decadencia que traen los años, pero debemos llevar en mente que habla también de sabiduría, experiencia y conocimiento. Juan había visto aquella cabeza cuando sangraba, coronada de espinos.

Tanto sus ojos como sus pies se asocian con fuego, y el fuego con juicio. Los ojos como llama de fuego disciernen inteligente e infaliblemente; Él estará activo en juicio según sea necesario. Los hombres tal vez se levantan en juicio cuando no tienen la habilidad de discernir adecuadamente. Los hombres otras veces disciernen adecuadamente pero carecen de fuerza moral para actuar en juicio. Los corintios eran culpables en ambos sentidos, juzgando cuando no tenían derecho de hacerlo y dejando de juzgar cuando han debido hacerlo. Pero con el Señor el equilibrio es perfecto. Sus ojos disciernen infaliblemente y sus pies se mueven para juzgar oportunamente.

Su voz es tan majestuosa como el estruendo de muchas aguas. Los múltiples sonidos y tonos de la catarata se unen en sinfonía, y así la voz del Señor. Todo lo que habla, cualquiera sea el tono de su mensaje o la manera de su oratoria, proclama gloria y autoridad suyas. Con cuánta claridad se nota esto en la diversidad de los mensajes suyos a las iglesias.

En su mano derecha Él sostiene las siete estrellas. Son ángeles. El símbolo doble indica el elemento responsable de dar luz en la asamblea; a éstos desea guardar con la autoridad y protección de su diestra. Los tendrá por responsables de la condición de la asamblea y por intermedio de ellos se comunicará con la asamblea en toda instancia.

De su boca procede una espada aguda de dos filos. La espada de doble filo era cosa conocida en ese entonces; la portaba el procónsul romano. La conocemos en la Palabra de Dios por su capacidad de dividir, separar, indagar y desnudar; Efesios 6.17, Hebreos 4.12, Apocalipsis 19.15,21. Pérgamo la sentirá de manera especial, 2.12, por su asociación con el mundo y su consiguiente pérdida de separación. He aquí los dos filos de la imparcialidad y el Señor celoso por la pureza del testimonio y los afectos de su pueblo.

Todo su semblante era como el sol al mediodía. Es una gloria que no admite descripción ni contemplación. Es el Monte de Transfiguración de nuevo. En aquella ocasión Juan durmió pero en ésta él cae como muerto ante la gloria. Pero el toque divino le habilita, como había hecho cinco veces a Daniel (8.16, 9.21, 10.10, 10.16, 10.18). Él oye la primera de una serie de prohibiciones: “No temas”. Se levanta por gracia para darnos los mensajes a las siete asambleas escogidas. Las cartas para éstas siguen en los capítulos
2 y 3.

 

III.      Los candeleros de oro

 

Como es bien sabido, los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis constan de un todo de las siete cartas dirigidas a sendas asambleas nombradas en el capítulo 1. El creyente nuevo haría bien en aprender los nombres de las ciudades, en la secuencia en que escribe a las iglesias, y luego aprende a asignarles el sentido de cada nombre, ya que revisten un significado simbólico.

Hay cuatro maneras interesantes y provechosas en que uno puede acercase al estudio de estas cartas: en su sentido histórico, profético, práctico y personal.

1. Enfoque histórico

Las cartas se escribieron a siete asambleas que realmente funcionaban en ese entonces. Estaban ubicadas en un circuito geográfico en Asia Menor, conocido actualmente como Turquía. Aparte del Apocalipsis contamos con mención de solamente dos de ellas, Éfeso y Laodicea, en Efesios 4.15,16. Se hace mención de la ciudad de Tiatira en Hechos 16 pero no en relación con una iglesia local, ya que no existía aún.

Solamente de Éfeso tenemos un conocimiento de cierta importancia, el Apocalipsis aparte. Los comienzos de la obra en esa ciudad se relata en Hechos 19, y por supuesto contamos con la epístola que Pablo escribió a los efesios unos diez años después. Es triste pensar que las condiciones tan conocidas en nuestros tiempos estaban presentes también en aquellos días primitivos del testimonio de las asambleas.

2. Enfoque profético

Parece haber lo que se ha llamado a menudo un panorama de la historia de la profesión cristiana. Debemos considerarlo en mayor detalle al ver las cartas, pero ofrecemos aquí cinco razones para justificar un enfoque profético.

(a) El significado que tiene el número siete. ¿Por qué siete iglesias y solamente siete? Había otras en la zona. ¿Por qué estas siete? ¿No será que hay un significado profético en la selección de parte de Dios de ciertas asambleas en particular?

(b) Son una parte integral de un libro de profecía. El libro entero es una profecía,
y las cartas forman una parte del conjunto. No es que el libro comience con el capítulo 4 y que las siete congregaciones hayan recibido copias del documento. No, el libro comienza con el capítulo 1 y las cartas forman parte del libro. Tiene que haber un sentido profético escondido en ellas.

(c) El vocablo misterio se asocia con las cartas. Indudablemente da a entender un sentido mayor.

(d) El versículo 1.19 habla de tres tiempos. “Las [cosas] que son” tienen que ser las de los capítulos 2 y 3. En el 4.1 Juan ha sido arrebatado para ver “las que han de ser después”. La interpretación lógica es que “estas” son las condiciones del testimonio en el tiempo presente, como las cartas las presentan.

(e) Hay en ellas una serie de alusiones por demás interesante a eventos del Antiguo Testamento, las cuales se presentan en secuencia cronológica.

Partimos del paraíso, el árbol de la vida y la caída, en la carta a Éfeso, haciéndonos pensar en el Edén. Llegamos a las persecuciones y aflicciones de Esmirna, un detalle que sugiere la experiencia de Israel en el desierto. Luego en el escrito a Pérgamo hay las referencias a Balaam y el maná en el desierto.

En la carta a Tiatira viene la referencia a Jezabel y la de la monarquía. En Sardis hay un eco de Zacarías 3 con sus vestiduras manchadas y vestiduras blancas. En el mensaje a Filadelfia leemos de la ciudad, el templo, la Nueva Jerusalén, todo lo cual nos trae a la mente Nehemías.

Pero, la época de testimonio termina en Laodicea, así como en los días del remanente. Aquellos que regresaron de Babilonia se degeneraron en la ceguedad del fariseísmo de los días de nuestro Señor. Si es cierto el adagio que la historia se repite, entonces encontramos en el testimonio de nuestros días una repetición de la historia del Antiguo Testamento.

3. Enfoque práctico

Cualquier condición de cualquier asamblea, en cualquier lugar y en cualquier tiempo, se puede encontrar aquí. Si el problema está en estas cartas, está también el remedio. De una manera práctica, cada uno de nosotros puede encontrar aquí su propia asamblea, en alguna parte de las cartas, y puede encontrar también la respuesta a toda situación preocupante.

Esa respuesta siempre se presenta como una nueva apreciación del Señor y de su Palabra. Por cierto, el problema en cada caso puede ser distinto; el entorno y las circunstancias pueden variar; pero siempre hay esa misma apelación a un renovado reconocimiento de algún aspecto de su Persona. Esta es invariablemente la respuesta a nuestra variada necesidad.

 

4. Enfoque personal

Se ha comentado muy acertadamente que todo creyente concienzudo se encontrará reflejado aquí. Leo las cartas, interpreto la condición que cada una de ellas trata, y me pregunto: ¿Soy yo un efesio, bien frío de corazón? ¿O estoy en Pérgamo, caracterizado por cierta mundanalidad, mi separación perdida? ¿O sufro, como en Esmirna; o estoy débil como aquéllos en Filadelfia?

Comoquiera que sea mi estado, encuentro respuesta, encuentro remedio: ¡Él mismo! En gracia el Señor se adapta para atender, pero siempre proporcionando como antídoto para nuestro fracaso una renovada dedicación a él.

Aparte de los mensajes y directrices específicos para cada iglesia, hay varias grandes lecciones fundamentales que aprender con respecto al testimonio de una asamblea.

(i) La centralidad, supremacía y soberanía de Cristo. Él anda en medio. Es Señor; sólo Él tiene autoridad. Él solo quita candeleros o amenaza con juicio. Veinticuatro veces en siete cartas dice nuestro Señor, Haré, o algo por el estilo. Él solo tiene el derecho.

(ii) La responsabilidad, autonomía y unidad de los candeleros. Su privilegio es brillar para Él y sobre Él. Cada una es responsable de sí misma y todas le rinden cuenta a Él individualmente, y no a cada cual. Pero con todo, su gozo es el de brillar juntas en armonía y testimonio común. Cada una en su propio distrito, cada una sobre su propia base, pero difundiendo colectivamente su luz para la gloria del Señor. No hay fusión ni federación ni unión. Pero debe haber la más dulce comunión y armonía, y un interés y cuidado la una por la otra mientras juntas testifican.

(iii) La continuidad del testimonio de las asambleas. Hasta el fin del período, la comunicación es a la asamblea. Ciertamente se apela al individuo dentro de la asamblea, pero con todo es a las iglesias que habla el Espíritu, 3.22. Por supuesto, que cada persona particularmente cuide su propia condición, pero siempre ha sido la voluntad de Dios un testimonio colectivo; debemos guardar y fomentar la orientación hacia “la casa de Dios” para que Él more entre nosotros. La casa de un hombre es donde él reside, gobierna y descansa, y así debe ser la asamblea para Dios.

Desde los días primitivos al estilo de Éfeso, a lo largo de los siglos hasta los días finales al estilo de Laodicea, perdura el testimonio por medio de iglesias locales. Nunca se emplea el vocablo iglesia, o ekklesía, con referencia a una masa de creyentes sobre la tierra en un momento dado.

Se emplea el término con referencia a la Iglesia que es el cuerpo de Cristo y con referencia a un grupo en determinado lugar, o sea los que han sido congregados para constituir un testimonio en un distrito determinado. Probablemente la expresión iglesia de Dios se emplea en el Nuevo Testamento con referencia exclusiva al testimonio local.

Sin duda un creyente debería juntarse a la asamblea de su localidad y sentir en ella su propia responsabilidad; no es cuestión de pasear entre congregaciones en busca de una que sea a su gusto. Cuántos problemas podrían ser resueltos, y cuánta polaridad se evitaría, si cada cual sintiera su responsabilidad hacia la asamblea más cercana a su hogar.

 

Es interesante observar la simetría básica que es común a la estructura de las cartas.
El patrón es el mismo en cada una.

(i) Cada carta tiene como prefacio, y siempre en la misma forma; es la orden para Juan de escribir.

(ii) Cada una continúa con un enfoque particular de parte del Señor, y siempre de una manera apropiada según sea la condición de la asamblea. Él se dirige a cada congregación empleando alguna parte de la descripción dada en el capítulo 1. En sabiduría y gracia se adapta a las diversas necesidades de su pueblo.

(iii) Con el fin de enseñar a cada asamblea, dice, “Yo conozco”, y, basándose en su divino y acertado conocimiento de las condiciones, Él comunica su mensaje. A veces elogia, a veces consuela y otras veces reprende.

(iv) Hay la promesa al vencedor. Estas promesas varían pero se ajustan a las condiciones y circunstancias que enfrentan a los fieles en su testimonio.

(v) Cada carta termina con un llamado que está construido como para ampliar la aplicación del mensaje. “El que tiene oído, oiga …” O sea, se apela a todo cuanto tenga percepción espiritual. El Espíritu está hablando a las iglesias. Aunque cada carta comience como dirigida a una asamblea en particular, resulta que su contenido es para todas ellas y será para el provecho de cada creyente individualmente.

 

Como es bien sabido, en las primeras tres cartas la promesa al vencedor precede el llamado a oir, pero en las últimas cuatro la secuencia es al revés.

En dos de las cartas, Esmirna y Filadelfia, no hay reprensión. Esto no necesariamente se debe a que no había nada que reclamar, sino a que el Señor reconoce en gracia el sufrimiento en Esmirna y la debilidad en Filadelfia. En las circunstancias de cada caso, Él consuela y anima en vez de desaprobar. En la carta a Laodicea, y tal vez se puede decir en la de Sardis también, no hay encomio. El Señor soberano tiene sus razones para retener alabanza de asambleas que han debido saber mejor y de aquéllas cuya condición no admitía justificación. En las otras tres epístolas, a Éfeso, Pérgamo y Tiatira, se mezclan aprobación y reprobación.

 

Antes de proceder al texto en sí, anexamos una sugerencia en cuanto al significado de los nombres. Habrá oportunidad para abundar sobre ello. Éfeso, deseable; Esmirna (es-mirra-na), lo dulce/amargo de la mirra; Pérgamo, matrimonio, mezcolanza; Tiatira, quema continua; Sardis, un remanente que huye; Filadelfia, amor hermanable; Laodicea, los derechos del pueblo.

 

IV.       Éfeso, Esmirna y Pérgamo

 

Se han escrito muchos tomos interesantes y provechosos sobre las cartas a las siete iglesias. Lo que ofrecemos aquí es apenas un resumen introductorio con el fin de enfatizar las características sobresalientes de cada epístola.

 

Éfeso

Conocida en un tiempo como la puerta al Asia y la luz del Asia, donde convergían las culturas orientales y griegas, probablemente esta gran ciudad era conocida más que todo por el magnífico templo de Diana, una de las siete maravillas del mundo. La mayor maravilla de Éfeso, sin embargo, era el hecho de que en semejante lugar Dios tenía su ekklesía, un grupo llamado afuera para sí, de entre la confusión y pecado en derredor. Se ha dicho de la obra del Señor en Éfeso que Apolos preparó la tierra, Pablo sembró en ella, Timoteo la cultivó, Juan regó y Dios dio el crecimiento; y por lo tanto, la asamblea en Éfeso.

Esta carta viene de Aquel que guarda en soberanía las estrellas en su mano derecha. Él anda en medio de las iglesias, observando todo. Conocía y apreciaba sus obras, trabajo, paciencia e intolerancia de los hombres impíos y las cosas impías. Les vio ocupados y ortodoxos. En toda esta labor y perseverancia ellos no habían desmayado. Este verbo “desmayar” es la raíz del sustantivo “labor” y mejor se expresa como cansancio. Hay una paradoja, un juego de palabras, como si el Señor dijera, “Aunque cansados, ustedes no se han cansado; el trabajo a favor mío no es trabajo”. Se habían esforzado al punto de agotarse pero no se habían cansado.

Todo esto el Señor sabía, reconocía y alababa, pero había algo que hacía gran falta. En una época Él ha podido hablar a esta asamblea, como hizo con otra, de la obra de su fe, el trabajo de su amor y su constancia en la esperanza; 1 Tesalonicenses 1.3. Pero ahora, tristemente, había trabajo, esfuerzo y paciencia, pero sin el amor de antes. Ellos habían conocido un amor superior, pero lo habían dejado. Si esto no era evidente para los hombres, lo era a él, quien en una carta anterior a Éfeso les había sido presentado como su Esposo y Amado; Efesios 5.25 al 32. Los afectos nupciales de esa gente se habían menguado, y al Señor le hacían falta. No era poca cosa el hecho de que la fuerza que les impulsaba era ahora el deber y la ortodoxia, y no el amor a Cristo. Y dice: “Yo conozco”.

Tan grave es este alejamiento de corazón, que amenaza la existencia de la lámpara. Un día me quedé admirando un arbusto trepador que cubría con esplendor la pared entera de la casa donde yo estaba hospedado. Cuando expresé mi apreciación, el dueño me respondió con tristeza: “Pero mire …” Y ciertamente, allí a diez centímetros de la tierra el tallo principal había sido cortado, no se sabe cómo. “¿Qué sucederá?” pregunté ingenuamente, y recibí una respuesta sencilla: “La mata muere”.

Debemos volver a él en amor. No basta con aborrecer lo que Él aborrece, aunque esto es necesario, sino hace falta volver a un amor positivo para la persona de Cristo. El galardón concedido en gracia es la restauración del paraíso, del Edén; el 2.7 es la tercera mención del paraíso en el Nuevo Testamento; véanse Lucas 23.2 y 2 Corintios 12.

Proféticamente, encontramos aquí un cuadro de aquellos días primitivos de testimonio apostólico en los cuales se observó, tan cerca del principio, un alejamiento de corazón de Aquel que deseaba el amor y afecto del pueblo suyo.

 

Esmirna

El relato de la iglesia sufrida se cuenta en cuatro versículos. Esmirna es un derivado de mirra, un chicle aromático de Arabia. La mirra era dulce al olfato pero amarga de sabor; una amargura dulce, una dulzura amarga. En el Nuevo Testamento se menciona la mirra solamente en relación con el nacimiento, muerte y resurrección del Señor Jesús. De los amargos sufrimientos del pueblo del Señor emana a menudo una dulzura que fluye hacia otros y asciende al cielo también.

Así era en Esmirna. Su sufrimiento estaba en el presente y el futuro. Ellos padecían tribulación, pobreza y el antagonismo de los judíos; les quedaba por delante encarcelamiento, juicio y muerte. Una tempestad no había pasado aún y otra estaba por caer.

En tales circunstancias el Señor, en gracia, no critica ni reprende; la carta es todo consuelo. Deje afuera la referencia a las obras en el 2.9;* ellas se mencionan en las otras cartas pero no deben figurar aquí. El Señor se dirige directamente a sus tristezas: “Yo conozco tu tribulación”. Esta no es la tribula romana, o látigo, sino un vocablo que significa exprimir, como se hace con las uvas en el lagar o el trigo entre las piedras del molino. “Yo conozco”, dice Él, y no es el conocimiento de la sabiduría sino de la experiencia. El que había llegado al Getsemaní sabía qué es ser exprimido. [* Algunas traducciones al español omiten la referencia a las obras. Por ejemplo Besson: “Sé tu tribulación y obras”].

Él conocía su pobreza también. Vivió en pobreza en Belén y Nazaret. Pero cuánto mejor ser pobre y a la vez rico que ser como Laodicea en el 3.17: rico y a la vez pobre. Hay en nuestros tiempos los pobres que son ricos y también los ricos empobrecidos. Los de Esmirna eran como su Señor, siendo ricos en su pobreza. Él también conocía la amarga persecución de la sinagoga. La blasfemia de los judíos constituía a éstos en sinagoga de Satanás. Más adelante, 2.12, 24, se hablará de la oposición de los paganos como el trono de Satanás y de la herejía y apostasía como las profundidades de Satanás.

Cuánto les animaría, entonces, saber que vivía Aquel que conocía y había experimentado la tristeza que ellos sentían. Era el Primero y el Postrero, mayor que cualquier emperador romano; Isaías 41.4, 44.6, 48.12, “Yo Jehová, el primero, y yo mismo con los postreros”, etc. Él también había muerto, ¡pero vivía! Ellos no deberían temer la ira de los César o los Nerón, con su insolente pretensión de ser deidad; Jesús era Jehová y conocía todo esto.

¿Había blasfemia de los judíos? ¿y oposición diabólica? ¿y esputos de parte de los paganos? Pues, sesenta años antes otros judíos habían inspirado a Roma en contra de Él mismo, y el acusador diabólico también estaba presente. Ellos deberían animarse porque todo esto sería por “diez días”. El sufrimiento sería extenso e intensivo, pero limitado y controlado por el Señor. “No os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir”, 1 Corintios 10.13.

Dios es fiel; que seamos nosotros fieles, porque a la postre el galardón es una corona, sea de regocijo, 1 Tesalonicenses 2.19; de justicia, 2 Timoteo 4.8; de vida, Santiago 1.12; de gloria, 1 Pedro 5.4; de triunfo, 1 Corintios 9.25. Aunque nuestra fidelidad resulte en la muerte física, tenemos la confianza de que todo está bien; somos suyos y la muerte segunda no nos puede tocar.

Viendo la carta desde la perspectiva profética, tal vez hubo en aquellos tiempos diez olas distintas de persecución y martirio. La hoguera y la espada, el estadio y las fieras: todos jugaron su papel. Algunos de nuestros hermanos fueron quemados como teas para alumbrar un estadio; otros tuvieron que enfrentar bestias feroces. Se cuenta que la última ola, bajo Deoclicio, se prolongó por diez años. Pero la sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia y, como veremos ahora, Satanás cambió de tácticas y estrategia.

Pérgamo

Así como Éfeso y Esmirna eran ciudades mercantiles, Pérgamo era la capital de la corrupción. Se conocía por su prosperidad, modas y misterio, por su erudición y ciencia. Pérgamo ostentaba una biblioteca de doscientos mil tomos, en el mundo la segunda, menor que la de Alejandría solamente. Era la ciudad catedral del paganismo, donde abundaban templos, universidades y centros de culto pagano. Se adoraba a Juno, Júpiter, Venus, Baca y Esculapio. Fue aquí en el Asia que primero se adoró al emperador como divino; la imagen de César se veneraba con la quema de incienso. Residía aquí el virrey romano. En fin, el trono de Satanás estaba en Pérgamo.

En medio de semejante corrupción, la asamblea no había negado ni el Nombre ni la fe. Ellos eran fieles a las grandes doctrinas acerca de la persona de Cristo y el evangelio, aun cuando algunos habían sufrido el martirio. Pero lo que el Señor tenía en su contra era que daban abrigo al nicolaitismo, que era baalismo. El Señor distingue entre la asamblea y “ellos”, pero con todo “ellos” estaban ahí.

Así como Israel tenía a Balaam, esta asamblea tenía a los nicolaítas. Lo que había sido obras en Éfeso, 2.6, se aceptaba ahora como doctrina en Pérgamo. Balaam era el consumidor (porque así significa su nombre) que mezcló el pueblo de Dios con Moab; a la postre veinticuatro mil en Israel cayeron bajo juicio como consecuencia de su consejo perverso. De manera parecida los nicolaítas eras consumidores del pueblo. Eran los falsos apóstoles de 2 Corintios 11, libertinos que desviaban al pueblo de Dios. Así significa su nombre: los conquistadores del pueblo.

Esto era mayor amenaza al testimonio que la persecución en Esmirna, y el Señor se dirige a ellos con la espada de dos filos. El pueblo suyo debe guardar separación. Él sabe que viven donde Satanás tiene su trono y que es difícil testificar en tal medio ambiente, pero con todo ellos deben estar ajenos a todo aquello. Él se opone a todos aquellos que toleran a los que destruyen aquella separación. La idolatría y fornicación, la contaminación de carne y espíritu, no son compatibles con el testimonio para Cristo. “Vendré a ti”, dice, “y pelearé contra ellos”.

Para los vencedores, la promesa es muy alentadora. Van a comer del maná escondido. ¿Cuándo? Quizás ahora, pero en un sentido mayor, cuando hayan cesado la batalla y la peregrinación. Los fieles compartirán con el Padre su apreciación de su Hijo. Se ha guardado escondido de nosotros tanto de aquello que quisiéramos saber. Treinta años de fragante vivir en Nazaret agradaban al corazón de Dios, pero de aquellos años sabemos muy, muy poco. ¿Serán el maná escondido que un día Dios compartirá con los suyos?

Y una piedrecita blanca también. La interpretación es difícil. Tal vez haya sido un signo de absolución; o tal vez un gesto de honra al triunfante a su regreso de la batalla; o quizás lo que nosotros llamaríamos las llaves de la ciudad; o un símbolo de amistad con nombres grabados en ella. Como sea, podemos estar seguros de que de alguna manera es una prenda de agrado y agradecimiento.

En lo profético, en Pérgamo percibimos los días oscuros cuando la Iglesia, así llamada, y el estado político estaban juntos y mezclados. Percibimos los tiempos cuando ser llamado cristiano ya no significaba estar contrapuesto al mundo, borrosa ya la línea divisora. Que el Señor nos ayude a mantener un testimonio distintivo hasta que venga.

 

V.        Tiatira, Sardis, Laodicea y Filadelfia

Tiatira

En solamente una parte más del Nuevo Testamento leemos de Tiatira. En Hechos 16 Pablo llega a Filipos y predica junto al río. Lidia se convierte al Señor, estando ella en Filipos pero descrita como una mujer de Tiatira. ¿Volvió a su ciudad? ¿Llevó consigo noticias de la salvación? No sabemos, pero llegó a existir una asamblea allí.

El Señor se acerca en calidad del Hijo de Dios pero cuenta con por lo menos diez títulos más como Hijo. Es Hijo del Padre, del Bendito, del Altísimo, de María, de José, del carpintero, de David, de Abraham, del Hombre, y de su amor. Hijo de Dios está lleno de autoridad divina y gloria particular. Sea lo que sea lo que algunos hermanos afirmen, sin duda el judío lo consideraba como una afirmación de deidad; Juan 5.18. Para ellos, no era inferioridad sino igualdad, y en esta gloria el Señor escribe a Tiatira.

Él despliega los atributos divinos de omnisciencia y omnipotencia: a saber, ojos como llamas de fuego con todo su discernimiento, y pies como bronce bruñido, pisoteando lo que aborrece.

Como es típico, aprueba primeramente lo que haya que reconocer como bueno. Aprueba sus obras, amor, ministerio, fe, paciencia y de nuevo sus obras, las cuales iban en aumento. Pero ellos tenían un gran problema, el cual se resumía en una sola palabra: Jezabel. Cuán diferentes eran Jezabel y Lidia. ¿Esta primera era simplemente una mujer imponente en la asamblea? ¿O esposa de un hermano prominente? (porque se puede sobrentender “esposa”). ¿O el nombre es simbólico? Comoquiera, Jezabel era su problema.

La Jezabel original es uno de los personajes más impíos en la Palabra de Dios. Era idólatra, perseguidora, asesina, ladrona, mentirosa, hipócrita. Era una princesa de Sidón, sin escrúpulos y sin principios, que se casó con el rey Acab e introdujo el babilonismo en Israel. Con gran sutileza ella introdujo los misterios de Baal en paralelo con la adoración de Jehová y de esta manera dio principio a la seducción.

En Tiatira había o una persona o un sistema Jezabel, y también hoy por hoy Jezabel existe, seduciendo de Cristo, del Calvario, de la Palabra de Dios, de la sencillez de su verdad. Reemplazaría todo esto con otros mediadores, ceremonias, ritos, tradiciones, filosofías y razonamientos. Se trata ya de las profundidades de Satanás. Pero hay un remanente, y que el Señor nos ayude a insistir cual Pablo que en medio de todo esto no sepamos nada sino al Cristo crucificado; 1 Corintios 2.2.

El Señor apela al remanente: “Retenedlo hasta que yo venga”. También hay una referencia a la estrella de la mañana. ¿Es esta la primera mención del arrebatamiento en las siete cartas? El estímulo que esta gente recibe es el de la expectativa de participar en la gloria del Señor una vez finalizados los días de su rechazamiento. Los hombres que fueron fieles a David en Abdulam fueron los que luego estuvieron cerca de él una vez vindicado aquél.

Pero obsérvese que de aquí en adelante el llamado a “el que tiene oído” es el último detalle en cada carta. Se trata del llamado a un remanente.

Sardis

La ciudad de Sardis quedaba a cincuenta y seis kilómetros al sureste de Tiatira. En su tiempo era ciudad famosa, construida sobre la meseta de una serranía, en una posición de muy difícil acceso. Sardis tenía aspecto impresionante con sus muros y torres, templos y casas a 2400 metros de altitud sobre la llanura.

En 549 a.C. Ciro de Persia tomó la ciudad. Uno de sus soldados descubrió una escalinata secreta en la cara del escarpado, y de noche, en absoluto silencio, las tropas ascendieron uno por uno. No había centinela, porque se consideraba que no hacía falta. Cuando los ciudadanos se despertaron en la mañana, ya no había nada que hacer; su ciudadela estaba en manos del enemigo.

Y así el Señor advierte: “Vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora”. En su aplicación profética, Sardis es un cuadro del protestantismo muerto. Debemos distinguir entre el protestantismo y la Reforma; no son expresiones sinónimas. La Reforma fue un movimiento divino; el protestantismo es un sistema humano.

Sardis se había olvidado, y el protestantismo también. Se ha olvidado de la inspiración de las Sagradas Escrituras, de la deidad de Cristo, del nacimiento virginal, de la humanidad inmaculada y de los milagros. Se ha olvidado de la cruz, la resurrección y el consiguiente perdón para el culpable. Convenientemente, se ha olvidado también del fin del perdido, cual es el castigo eterno. De hecho, toda verdad fundamental ha sido olvidada en alguna parte de ese gran sistema.

El llamado es a recordar, a arrepentirse, y la alternativa es ser quitado inesperadamente en la venida del Señor, como lo fue Sardis en los tiempos de Ciro. Este no es el rapto, sino una presentación judicial a ellos. Ellos tenían una reputación pero no estaban a la altura de ella; por cierto, el gran protestantismo está muerto y sus obras incompletas.

La promesa para unos pocos, el remanente, es que ellos andarán en blanco con Aquel cuyo vestido era blanco y resplandeciente en el Monte de la Transfiguración. Si los hombres les estaban rechazando a ellos a causa de Él, y borrando sus nombres de las nóminas de la sociedad, no había por qué preocuparse: ¡había otro libro, y sus nombres estaban inscritos eterna e indeleblemente!

¡Regocíjense! Sus nombres están inscritos en el cielo, y un día el Padre y sus ángeles reconocerán su fidelidad.

 

 

Filadelfia

La palabra significa amor hermanable y figura seis veces más en el Nuevo Testamento: Romanos 12.10, 1 Tesalonicenses 4.9, Hebreos 13.1, 1 Pedro 1.22, y dos veces en 2 Pedro 1.7. Dios habla por medio del sentido del nombre. Filadelfia es un despertamiento evangélico y eclesiástico de hermanos de entre la mortificada Sardis. Sin duda lo hemos visto en la historia emocionante del siglo 19.

Observemos de nuevo el número tres, como hicimos en nuestro capítulo I.

El carácter triple del Señor: Él es santo, intrínsecamente santo: Santo, Santo, Santo, Isaías 6 y Apocalipsis 4. Sea cual Dios potente u Hombre encarnado e impecable, Él es santo. Es verdadero. lo es, vestido en verdad, y nosotros deberíamos serlo. Él es soberano. Tiene autoridad para abrir y/o cerrar. Confiamos en esto, sabiendo que está detrás del telón y guarda la llave de todos los tesoros.

El carácter triple de la asamblea: Debilidad. Ellos tenían poca fuerza, pero entraron por la puerta que Él había abierto, como los pescadores – predicadores de Jerusalén en los primeros tiempos. Constancia. Habían guardado la palabra suya y Él estimaba esto grandemente. Fidelidad.  No habían negado su nombre. Entre hombres mundanos se rechaza su palabra y se cuestiona su persona, pero éstos habían permanecido fieles a ambos.

El consuelo triple: Guardaré. Veinticuatro veces en siete cartas el soberano Señor dice que hará una u otra cosa. Su promesa está aquí y la cumplirá, aunque la hora de prueba sea universal. Haré. El judío, la sinagoga, tendrá que aceptar esto a la postre: que Cristo amó a la Iglesia.  Vendré. Aparecerá la estrella de la mañana; su venida en persona nos asegurará salvación de la hora de prueba. Mientras tanto, el mandamiento es guardar nuestra corona. ¿No puede ser ella una corona de testimonio presente en vez de un galardón futuro?

El reto triple: ¡A vencer! Los haré columnas; ustedes que tienen poca fuerza ahora, en el templo, ustedes que han sido perseguidos por la sinagoga de Satanás. Voy a inscribir sobre ustedes el nombre de mi Dios, el nombre de la ciudad de Dios y mi propio nombre nuevo. Como el escultor graba su nombre en su obra, así nosotros somos creación de Cristo, y la escultura proclama: ¡Míos! Veinte años antes la ciudad de Jerusalén había sido destruida, pero el que venciere va a ser ciudadano de una ciudad duradera. El nombre del Señor va a estar en su frente, capítulo 22. ¿Habrá nuevas revelaciones de la gloria suya? ¿Divulgaciones frescas de su hermosura?

Seamos nosotros filadelfianos, fieles a Él en medio del fracaso y la oscuridad.

Laodicea

Hasta el sonido del nombre es ominoso. Laodicea ha llegado a ser sinónimo de la satisfacción tibia de los postreros días.

De las siete asambleas, solamente Laodicea y Éfeso se menciona en otra parte de las Escrituras. ¿Aquella carta mencionada en Colosenses 4.16 como de Laodicea fue en realidad la Epístola a los Efesios? ¿O fue una encíclica que había sido enviada primeramente a Éfeso, luego a Laodicea y luego a Colosas? ¿Y no sería que estas dos cartas, Efesios y Colosenses, nos guardarían de la condición de Laodicea? Es una pregunta interesante, y penetrante también.

Observemos de nuevo que se destaca el número tres. El Señor se presenta de una manera triple. Hay tres aspectos de la autosuficiencia de la asamblea. Se lanza tres cargos tocantes a su condición (cosas que ella desconocía). El Señor aconseja tres acciones.

Nuestro Señor se presenta como el Amén. Cuán apropiado es para la carta final; he aquí lo definitivo y absoluto. En Isaías 65.16 Jehová toma para sí el nombre de Dios Amén [Dios de verdad en la Reina-Valera; Dios amén en la Vulgata de Scío]. Así como nosotros decimos “Amén” para expresar nuestro acuerdo y aprobación de la afirmación de otro, Cristo es el Amén a toda la verdad de Dios. Él no es solamente la palabra definitiva, sino también ratifica toda promesa, precepto y propósito afirmado por Dios. Es el testigo fiel y verdadero. ¿Pero cómo contrasta todo esto con el fracaso y las pretensiones de los laodicenses? Él es el principio, origen, autor, fuente de la creación de Dios. Sin ser creado, ha creado todo; es el eterno, y de Él emana lo demás.

En Laodicea no hay nada que aprobar o alabar. Eran ricos en un sentido material, como hemos visto, pero ricos pobres en contraste con los pobres ricos de Esmirna. Lo que hace más triste su condición es que la ignoraban. Eran ciegos, y como los fariseos no se habían dado cuenta. Estaban desnudos, pero proclamando de entre sus trapos que no tenían necesidad de nada.

“Yo sé”, dice el Señor, y Él apela, “Cómprame a mí”. ¿Pero acaso sus bendiciones son de balde? Tengamos presente siempre que darle lugar a Él siempre cuesta algo. Él ofrece riquezas, visión, vestido. Riquezas duraderas; visión para conocernos a nosotros mismos; vestido fino, blanco y puro.

Cuán tierna su solicitud, haciéndonos recordar Cantares 5.2: “Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía”. Tantos de nosotros escuchábamos por años el llamado de Apocalipsis 3.20, “Estoy a la puerta y llamo”, antes de saber que no era una invitación al inconverso sino el llamamiento a una asamblea. De Él se dijo que vino a lo suyo pero los suyos no le recibieron; a los padres terrenales suyos, alguien dijo que no había lugar en Belén. Y ahora al final de la dispensación Él está a la puerta y llama desde afuera. Que le demos lugar. Si lo hacemos, hará lugar para nosotros y participaremos del trono suyo.

En el capítulo siguiente en el Apocalipsis, se nos presenta dramáticamente ese mismo trono.

 

VI.      El trono

 

Doce veces se menciona el trono de Dios en el capítulo 4, y todo lo demás en el capítulo se relaciona con aquel trono. Como hemos visto ya, hay aquí un cambio de posición del que narra. Juan es quitado, en espíritu por lo menos, de la soledad rocosa del Patmos y llevado a la gloria, donde aprende que, no obstante el poderío de Roma y los César, hay una soberanía superior.

Dios está todavía sobre su trono en suprema autoridad. Este, por cierto, es el sentido de la soberanía: un Dios que hace lo que quiere, donde y cuando quiere, a su manera y por la razón que quiere. Es un Dios que no tiene por qué responder a nadie. Qué consuelo es saber que semejante soberanía se interesa no sólo en las naciones e imperios, sino en las vidas diarias de su pueblo. Que seamos ayudados a reposar en aquella soberanía en todas nuestras perplejidades y tristezas.

Se emplea cinco preposiciones, o locuciones prepositivas, para enfatizar la relación de todo a aquel trono.

  • en el trono: la Deidad sentada en inescrutable esplendor
  • alrededor del trono: un arco iris y veinticuatro ancianos coronados
    junto con cuatro seres vivos y singulares
  • del trono: relámpagos, truenos, voces
  • delante del trono: siete lámparas de fuego, un mar de cristal,
    y las coronas ofrecidas por los ancianos
  • junto al trono: los cuatro seres, quienes también rodean el trono,
    y también un pequeño Cordero, como veremos en el capítulo 5

Así, todo el capítulo, su gente y sus acontecimientos, se asocian básicamente con el trono de Dios.

El trono está “establecido”. Pueda que los hombres reten su soberanía, pero deberían saber que la soberanía no admite cuestionamiento. “Ellos perecerán, más Tú permanecerás”. El trono está establecido en el cielo, mientras la tierra gira en su confusión. El que está sentado allí no admite descripción en cuanto a su esencia, pero Juan ve la gloria como la gloria de piedras de jaspe y sárdica (cornalina).

Estas eran, pero en secuencia invertida, la primera y última piedra en el pectoral del sumo sacerdote de Israel, Éxodo 28. La sárdica, rojiza como el rubí, estaba en primer lugar y la brillante jaspe, con su luz casi púrpura, ocupaba el duodécimo lugar. A menudo se ha señalado que, si es que los nombres de las tribus fueron grabados en secuencia del nacimiento de los doce hijos (como en el caso de las dos piedras sobre los hombros), entonces la sárdica llevaba el nombre de Rubén y el jaspe el de Benjamín. Ambos nombres comienzan con ben, o hijo.

Esto es interesante. Al nacer el primogénito de Jacob, dijeron, “Ved, un hijo”, (Génesis 29.32) y por ende le llamaron Rubén. Tal vez nosotros, contemplando el trono, podemos exclamar: “Ved, un Hijo”. Por cierto, sólo así, contemplando al Hijo, veremos a Dios. Al nacer el menor de los de Jacob (Génesis 35.18), su madre le llamó Benoni, “Hijo de mi tristeza”. Muerta ella, el padre contempló al recién nacido y dijo, “Benoni, no; Benjamín: «Hijo de la mano derecha»“. Esta es la primera mención de Belén en nuestra Biblia, y allí nace un hijo y muere una madre. De Belén vendría otro Hijo. Su madre, Israel, le conocería tan sólo como el Varón de Dolores, pero a ese Varón el Padre le ha dicho: “Siéntate a mi diestra”. Benoni se ha vuelto Benjamín; el Hijo está sobre el trono.

El arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda, luce cual aureola en derredor del trono, y sin duda tenemos aquí un símbolo de la misericordia, piedad y fidelidad del Dios que guarda el pacto. El arco iris es entero; está “alrededor” del trono. Nosotros nunca lo vemos completo porque nuestra visión está interrumpida por estar los pies sobre la tierra.

Pero los propósitos de Dios son enteros y eternales, y un día lo sabremos cuando, como Juan, hayamos sido arrebatados a la misma gloria. Allí nosotros también podremos apreciar mejor el arco iris que no es un despliegue de diversos colores sino un verde suave a los ojos. En el cielo será nuestro deleite contemplar las glorias del carácter divino que aquí abajo no podemos comprender adecuadamente.

Alrededor del trono Juan vio un despliegue de veinticuatro tronos más (es la misma palabra), y sentados sobre ellos veinticuatro ancianos cuya identidad ha sido tema de discusión. Desde luego, se mencionan a éstos varias veces desde el capítulo 4 hasta el 19. Lo que sabemos es que aun en el capítulo 4 ellos están sentados, vestidos y coronados; en una palabra, galardonados. No son los ángeles, 5.11, ni los santos de la gran tribulación, 7.13. Aprecian de una manera inteligente los propósitos de Dios. No pueden ser los santos del Antiguo Testamento, ya que éstos no resucitan ni reciben galardón hasta la venida del rey, 11.15 al 18, Daniel 12.12,13.

¿No es interesante que todas las referencias a estos ancianos se encuentran en aquella sección del Apocalipsis en la cual se ve la Iglesia como ubicada ya en el cielo; o sea, los capítulos 4 al 19? ¿No será que ellos simbolizan aquel reino de sacerdotes, quienes, habiendo realizado ya el curso de su testimonio en los capítulos 2 y 3, han sido trasladados a la Presencia inmediata, y están aun más cerca que los ángeles?

El trono está vivo con relámpagos, truenos y voces. ¡Vive aún el Dios del Sinaí! Pero ante este trono augusto, y en asociación íntima con Él, arden los candeleros de fuego. Aquí está, sin duda, la presencia séptupla o la plenitud del Espíritu Santo, en un ministerio de enlace santo entre Dios y el hombre.

Está allí el mar de cristal, cual la pureza de la santidad de Dios desplegada ante su trono. Ninguna mácula de contaminación puede pasar desapercibida; ninguna mancha o insinuación de pecado puede figurar en la entrada al trono divino. El mar de cristal refleja la luz del trono y de los candeleros de fuego, y aquí no puede existir el pecado. ¡Cuán hermoso es notar en un capítulo posterior que el santo pueblo de Dios va a estar de pie sobre ese mismo mar para cantar las alabanzas suyas! La santidad que una vez nos impedía el acceso a la Presencia, ahora nos da nuestra posición ante Él.

Y ahora los cuatro seres vivientes. ¿Quiénes son? ¿Qué son: querubines, serafines, o no hay diferencia entre éstos? Lo cierto es que tienen una relación íntima con el trono, y tienen buen conocimiento de los propósitos de Dios, con ojos delante, detrás y adentro. También tienen un parecido con semejanza a aquel Hijo que está sentado sobre el trono, con majestad cual león, paciencia en servicio cual buey, inteligencia de verdadera virilidad, y rapidez del águila en vuelo.

Como veremos en el capítulo 5, el ministerio de estos seres santos es parecido al ministerio de los querubines, los guardianes celestiales de la santidad divina. Incesantemente ellos proclaman aquella santidad, la de la Trinidad: Santo, Santo, Santo. Es la majestad del Señor Dios Omnipotente en cuyo nombre se encierran el pasado, presente y futuro. Él vive por los siglos de los siglos, para siempre jamás. Tantas veces se encuentra esta expresión en el Apocalipsis, siendo ella la manera más maciza en el griego para expresar la perpetuidad de la eternidad.

Los seres reconocen esto y por lo tanto tributan gloria, honor y gratitud. Los ancianos a su vez se asocian con aquella alabanza y espontáneamente ofrecen sus coronas de victoria al que está sobre el trono. Él es digno. Fue quien les dio el privilegio de representarle en la tierra, y les dio coronas de oro por haberlo hecho. Ahora en el cielo le devuelven lo que les había dado. Toda cosa creada procede de Él, y la gloria debe fluir hacia Él.

Cuán parecida es a la doxología de Romanos 11.36: “de él, y por él, y para él, son todas las cosas”. Él es la fuente, el canal, el río, el Autor a quien todo debe regresar para la gloria suya. A Él la gloria para siempre jamás, Amén. Esta es la verdadera adoración. Que aprendamos más acá de lo que será la eterna ocupación nuestra allá. Que nuestras vidas sean gobernadas, y nuestro servicio ofrecido, y nuestro carácter moldeado, por esta maravilla de maravillas, que por gracia soberana pronto vamos a estar en la presencia del Entronizado, y en su presencia vamos a estar en nuestro hogar.

 

VII.     El Cordero y el libro

 

Es importante notar la continuidad entre los capítulos 4 y 5, pero no hacer caso omiso de la división entre los dos. El capítulo 4 es el antesala al 5. Es importante tener en cuenta también que tratan de acontecimientos todavía futuros. Si bien nos regocijamos al ver la gloria presente del Cordero que se proyecta aquí, con todo los eventos narrados son estrictamente futuros y no tendrán lugar hasta que la Iglesia esté en su hogar.

En el primer versículo del capítulo 5 el pergamino está sobre (no “en”) la mano de aquel que está sentado sobre el trono. Él lo ofrece a cualquiera que tenga el derecho y capacidad de recibirlo. ¿Qué es este libro con la apariencia de un documento legal debidamente sellado? Tiene que ser algo más que un tomo profético, aunque algunos nos dirían que lo es. Juan no hubiera prorrumpido en lloro solamente porque el pergamino hablaba de cosas no acaecidas aún.

¿No será más bien que tenemos aquí el título de propiedad de una tierra hipotecada, el derecho de disfrute de un mundo arruinado por el pecado? Por siglos esta vieja tierra ha estado descuidado y en ruina a causa del pecado de Adán. El hombre ha perdido por incumplimiento su derecho de propiedad, pero los propósitos de Dios han sido desde el principio que el hombre lo administrará. Aquí está Él, todavía ofreciendo el título a quien sea digno de poseerlo.

Pero hay condiciones escritas. Tiene que haber la habilidad y capacidad de poner el bien en orden. “¿Quién puede hacerlo?” pregona el ángel. “¿Quién es digno? ¿Quién es capaz?” Las preguntas resuenan por cielo y tierra, pero sin respuesta. Los siglos han visto muchos intentos de un dominio universal, los César y los Nerón y muchos dictadores más, y queda por verse el peor de los usurpadores.

Juan llora, los ángeles esperan y los príncipes contemplan la escena, pero no se encuentra a ninguno digno. Del universo de la ciencia, política, filosofía, artes, religiones, no se ofrece ninguno. Nadie tiene el poder supremo que hace falta; nadie extiende la mano para recibir el título de propiedad.

Habla uno de los ancianos, exhortando al profeta a no llorar. ¡Qué historia de lágrimas y tristeza ha visto este mundo! Desde la primera, Génesis 21.16, han llorado no sólo las madres como Agar, sino también padres, reyes, profetas y apóstoles. Y ahora, al cabo de siglos, se ha encontrado a Uno que puede secar las mejillas. ¡Es el León de la Tribu de Judá! Génesis 49. Es Raíz de David, Hijo de David, Señor de David. No tan sólo “linaje de David”, Apocalipsis 22.16, sino raíz a la vez. De David procedió, pero era antes de David.

Juan mira a través de las lágrimas, como hizo la Magdalena muchos siglos antes allá en el huerto, y no ve al León de Judá, sino al Cordero de Dios en medio del trono. Como bien han señalado otros, la palabra aquí es corderito. Las marcas del sacrificio se distinguen aún, como si Él fuera recién ofrecido. Los recuerdos del Calvario siempre estarán vivos en el cielo.

Pero hay poder también. Se discierne los siete cuernos de la omnipotencia y los siete ojos de la omnisciencia. Aquí, combinados en plenitud en el pequeño Cordero, están el derecho y poder, la autoridad y capacidad, de manera que sucede ahora lo que se ha llamado el acontecimiento más sublime en todo el libro del Apocalipsis: “Vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado sobre el trono”.

Es la seña para el gran estallido de alabanza. Los cielos vibran. Los ancianos y los ángeles se incorporan en el cántico que hace sonar la esfera celestial, todo para magnificar al Cordero. Él es tema y sustancia, sujeto y objeto de las huestes de adoradores, y por lo menos ciento cuarenta y cuatro millones de voces proclaman su valor. (Diez mil veces diez mil, y miles de miles). Arpas y copas de incienso son símbolos apropiados para la alabanza y adoración de los santos en su canto de redención.

Nuestra traducción del 5.9 comienza con “[ellos] cantaban”. Si es correcta esta traducción, la referencia es a los seres y ancianos del 5.8, y los ancianos no son ángeles sino pueblos redimidos. Algunos hermanos, por supuesto, no creen que ese lenguaje sea el correcto. Ellos ven el cántico como una alabanza generalizada a Uno que ha efectuado redención por medio de su sangre. Los redimidos son sacerdotes reales, destinados a reinar.

Una miríada de voces se une en una atribución séptupla de alabanza. Es todo lo opuesto a la historia terrenal.

  • Poder y fortaleza a aquel que fue muerto en lo que parecía ser debilidad.
  • Riquezas y sabiduría a aquel que vivió y murió en pobreza y reproche.
  • Honra y gloria a aquel que sufrió la contradicción de pecadores.
  • Alabanza a aquel que llevó los esputos.

El universo les acompaña, repitiendo la sustancia de esta gran doxología; el sonido suena y resuena vez tras vez, y todo para exaltar al Cordero.

Los seres vivos están aquí también. Si los vemos como los querubines, entonces estamos ante un escenario magnífico. Desde que se pararon ante la entrada del Edén, Génesis 3, los querubines han impedido el acceso a Dios. Han estado silenciosos en el tabernáculo y el templo, mirando, vigilando. Han desafiado todos aquellos que trataban de acercarse, excepto bajo las condiciones impuestas por Dios. Pero ahora ellos contemplan en profunda admiración. Un Hombre ha ascendido al trono, y es el Varón del Calvario. Él se ha presentado en derecho propio y ha tomado el libro. Los seres vivos pueden decir una sola palabra: “Amén”. Aceptan; no tienen por qué objetar. El Cordero tiene el derecho al título de propiedad, y ellos manifiestan su acuerdo.

Los ancianos adoran de nuevo, y en el próximo capítulo el escenario no será el cielo sino la tierra. Vamos a observar el desenvolvimiento de los acontecimientos cuando el Pariente Redentor trata con su posesión y realiza los preparativos para la edad milenaria.

VIII.   El principio de dolores

 

En los capítulos 4 y 5 del Apocalipsis, Juan ha estado en el cielo contemplando los acontecimientos preparatorios para la gran tribulación. La Iglesia ha sido arrebatada; el Cordero ha tomado el Libro; el cielo entero ha prorrumpido en adoración. Ahora en el capítulo 6, estando Juan en la gloria, él verá el principio de los dolores en la tierra a medida que se va abriendo los sellos y se desarrolla el relato de la venganza a tomarse aquí.

Es de notar que nada se dice de la Iglesia o las iglesias en toda esta sección en el medio de Apocalipsis. Muy prominentes estaban en los capítulos 2 y 3, pero los días de su testimonio ya han pasado. Brillan por su ausencia; no están en la tierra los santos en este período de misterio. Nos van a ocupar “las cosas que sucederán después de estas”, 4.1. La Iglesia está en la gloria. Es esencial que veamos en algún punto del Apocalipsis el arrebatamiento de la Iglesia, y la única parte donde cabe con sentido es al comienzo de aquel capítulo 4: “Sube acá”.

El Cordero rompe el primer sello y el Viviente truena el llamado: “Ven y mira”. Como respuesta, aparece un caballo blanco con jinete que carga arco. Se le da corona de vencedor y él procede de fuerza en fuerza, conquistando lo que encuentra. Algunos interpretan a éste como Cristo mismo, pero semejante interpretación no concuerda con las escenas de juicio, derramamiento de sangre y hambre que este jinete deja tras sí.

Más bien debemos ver aquí el advenimiento del “príncipe que ha de venir”, Daniel 9.26, cuya victoria será sin sangre al principio. Con palabras suaves y lisonjas, con engaño y promesas vanas, gana el poder hasta que, déspota supremo ya de un Imperio Romano resucitado, ejerce un control mundial. Si en realidad su imperio cuenta con linderos geográficos, no así su influencia; veremos más adelante en nuestros estudios que es un gobernador en escala mundial.

De manera que este caballo blanco y este arco —¡sin flechas! — nada sugieren de matanza. Estamos ante la llegada de un “Supermán” cuyas promesas de paz y prosperidad apelan a un mundo cansado. Es éste el hombre, con su sistema anticristiano, que las gentes esperaban y buscaban. Él parece ser la respuesta a los problemas del mundo y en por la menos una sección grande del globo atribulado él encuentra una aceptación fácil. Pero la paz no será duradera.

Al romperse el segundo sello, y en respuesta al segundo, “Ven y mira”, se presenta un caballo rojo. En los propósitos del Soberano éste tiene la misión de quitar la paz de la tierra. Este hecho fortalece la sugerencia que el primer jinete había introducido una especie de paz. El segundo jinete recibe una espada grande y, en concordancia con el color simbólico de su bestia, tiene la tarea de matar y derramar sangre. Suya será también la guerra, la clase de guerra más temible que es la guerra civil. No es tan sólo cuestión de nación contra nación o reino contra reino, sino que “se matasen unos a otros”. Breve ha sido el lapso de paz, y es hora ya para anarquía y matanza. Es tiempo de crueldad y salvajismo sin paralelo.

El tercer caballo es negro, el color de lamentación, hambre y muerte; Lamentaciones 4.4 al 8, 5.10, Jeremías 14.1,2. El hambre es casi la consecuencia lógica de la guerra. Si los hombres están peleando, no están sembrando ni cosechando, y es de esperar que la muerte resulte. Este jinete carga una balanza en la mano y una voz de entre los Vivientes proclama escasez de lo necesario para vivir. “Dos libras de trigo por un denario”. El denario, o centavo romano, era el jornal corriente por un día de trabajo, y parece que una medida (libra) de trigo era lo que el jornalero consumiría en una sola comida. Si en vez de comprar trigo, él optara por la cebada que era más barata, podría comer tres veces al día. Pero, nada le quedaría para comprar alimentos y lo demás para la familia. ¡Qué de miseria y confusión!

Con el fin de aumentar la tristeza, se deja disponibles aceite y vino, que representan lujos de los acomodados. Así se agrava la tensión entre clases sociales, la envidia, el conflicto, el abuso de hombre para con hombre. Muy bien se calcula cómo agudizar la intranquilidad social además del hambre de las masas.

El cuarto caballo se describe como pálido. Probablemente era color de carne en estado de descomposición. No hay duda en cuanto a su significado; “el que lo montaba tenía por nombre Muerte”. Viene acompañado de Hades, que algunos han llamado su féretro. A la postre tanto la muerte como el Hades serán lanzados al lago de fuego, 20.14, pero hasta ese entonces ellos cabalgan triunfantes, aprovechándose de guerras y hambre. Poco nos cuesta ver el cuadro: hombres sin alimento, pueblos en pie de guerra, bestias del campo buscando a quien devorar.

Mientras se rompe el quinto sello, miramos de nuevo al cielo, pero vemos sólo un recuerdo de lo que está sucediendo sobre la tierra. Vemos los mártires de la tribulación, muertos por el testimonio que habían dado, y clamando por venganza. Ellos están al pie del altar, donde se solía echar la sangre, Éxodo 29.12, Levítico 4.7.

Su sangre clama, como la de Abel, pidiendo que Dios intervenga. De seguro su lenguaje hace ver que no son creyentes de la edad presente, y es otra evidencia de que en el capítulo 6 la Iglesia ya está en los cielos. Nos llama la atención que ellos se dirigen al Señor o más bien Maestro, y no a Dios o Padre. No es el modo de hablar de la Iglesia, sino de los Salmos y especialmente los salmos imprecatorios (los que piden venganza), y de los Profetas. Dios sí va a actuar; “Mía es la venganza”, dice el Señor. Pero estos mártires tendrían que esperar un poco.

Y ahora se rompe el sexto sello y se nos presentan acontecimientos catastróficos de una magnitud que casi no comprendemos. Sean literales o simbólicos, reales o típicos, es de poca importancia; el escenario es espantoso. Sol, luna, estrellas, montañas, collados e islas: todos son afectados. La realeza, nobleza, aristocracia no valen para protección alguna. Ni grandeza ni autoridad, sea de persona o cargo, permiten escape; los esclavos y los libres están en esto juntos.

Es interesante comparar el rompimiento de los sellos con las profecías que nuestro Señor dio en Mateo 24. En el Olivar Él habló de la tribulación de aquellos días, haciendo mención de engañadores, guerra, hambre, muerte, martirios y terremotos. Parece llamativo el paralelo entre Mateo 24 y Apocalipsis 6. Sea el lenguaje figurativo o no, es evidente que la vida sobre la tierra va a recibir un rudo golpe.

Desde el principio han sido símbolos de gobierno el sol, la luna y las estrellas; Génesis 1.16, 37.9. En los días del sexto sello, caerá la autoridad máxima. A la vez, las autori-dades subordinadas caerán también, cual higos inmaduros que la mata no sostiene. Triunfarán la apostasía y anarquía. El cosmos se volverá caótico.

Es la final y desastrosa condición de una sociedad que ha rechazado a Dios. Desfallecerán los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; Lucas 21.26. En vano buscarán dónde refugiarse, pero no lo habrá porque habrán rechazado la voluntad de Dios. En arrogante suficiencia propia los hombres habrán ido de mal en peor, hundiéndose en adoración de la bestia por venir. ¿Quién podrá sostenerse en pie? 6.17.

Que el Señor nos haga más y más agradecidos por la gracia soberana que nos llamó de una sociedad como aquélla para esperar el regreso, no de un gobernador mundial, sino de Jesús, aquel que nos ha librado y nos librará de la ira venidera. Que nos ayude a ser fieles hasta que Él aparezca.

Tenemos que esperar hasta el capítulo 8 para que se rompa el séptima sello. Tenemos que decidir también si los juicios bajo los sellos, trompetas y copas son consecutivos o concurrentes. Ofreceremos la opinión que los sellos cubren todo el período hasta el tiempo de la manifestación del Señor en el capítulo 19, y las trompetas y copas tratan en más detalle del mismo período. Si es así, los sellos, trompetas y copas son concurrentes en vez de consecutivos.

En el próximo capítulo vamos a encontrar el primero de varios paréntesis grandes, y su propósito será el de dejarnos ver los triunfos de la cruz aun en los días oscuros de la tribulación. De entre la corrupción y maldad de la sociedad de aquellos días, muchos serán salvados. Dios tendrá gloria aun en los días de oposición suprema a su Persona y Verdad.

 

IX.       Los santos de la Tribulación

 

El arrebatamiento de la Iglesia no se expone o desarrolla en el Apocalipsis. Con todo, tenemos que ubicar este gran acontecimiento en alguna parte del libro, y hay fundadas razones para ponerlo al principio del capítulo 4. Tal vez sea de ayuda tratar el punto ahora, exponiendo las razones por qué la Iglesia debe ser llevada a su hogar antes de caer la tempestad y comenzar la gran tribulación. “Sube acá”, es la orden en el 4.1, una vez terminados los días de testimonio al final del capítulo 3.

Hay por lo menos siete buenas razones para ver el traslado de la Iglesia en esta coyuntura del Apocalipsis.

1. El carácter singular de la Iglesia:

La Iglesia es un misterio en su creación, en un período de misterio desconocido a los profetas del Antiguo Testamento. Su comienzo en el Pentecostés fue singular; su historia de testimonio es distinta a la de Israel; y sin duda la palabra misterio asociada con el arrebatamiento en 1 Corintios 15.51 indica una terminación singular al relato terrenal.

Si uno guarda la Iglesia sobre la tierra a lo largo de la muy esperada semana número 70 de Daniel capítulo 9, se confunde cosas que deben ser distinguidas. Esta creación en misterio, singular, debe ser quitada antes para poner en marcha de nuevo el programa profético que Dios había anunciado.

2. Las diferencias entre los dos discursos
de despedida de nuestro Señor:

Hacia el final de su vida y ministerio, Él dio dos grandes discursos, uno en el Olivar, Mateo 24 y 25, y otro en el aposento alto, Juan 14 al 16. En ambos se enfatiza el regreso del Señor, pero sólo un lector ingenuo dejaría de palpar que la atmósfera, el contenido, el tono y el lenguaje son muy diferentes.

Para algunos de nosotros, la explicación parece sencilla y razonable. En el Olivar, en público, nuestro Señor se dirige a sus discípulos como el remanente de la Nación, cosa que sin duda lo eran. En el aposento, en privado, se dirige a los mismos señores como el núcleo de la nueva Iglesia, cosa que sin duda lo eran también.

Por esto en el Olivar su ministerio tiene en vista su regreso en gloria y tiene que ver con Israel. En el aposento su ministerio contempla un regreso previo y con el fin de llevar a los suyos a estar con él. Sería interesante proseguir un paralelo de contrastes entre estos dos ministerios, pero basta por el momento observar que son muchos.

3. La Tribulación es el tiempo de angustia
para Jacob; así se llama en Jeremías 30.7:

¡Mal se puede imaginar que el misterio que es la Iglesia está vinculado con la angustia de Jacob! Obsérvese que no es siquiera la angustia de Israel, sino de Jacob. Adrede se emplea el nombre antiguo del hombre y nación incrédulos. Una vez trasladados los santos de este presente período de misterio, Dios trata con una nación terrenal e incrédula.

4. La Iglesia no está sobre la tierra
en el Apocalipsis después del capítulo 3:

Ya hemos mencionado que en los primeros tres capítulos de este libro se lee una y otra vez de “las iglesias”. Pero a la vez se nota que no se lee más de ellas, ni de la Iglesia, hasta que la Esposa sale con el Esposo en el capítulo 19, terminada ya la tribulación.

¿Y no es igualmente llamativo que si, como algunos creen, las iglesias van a estar todavía sobre la tierra durante la tribulación, no hay instructivo, consuelo ni exhortación para ella? ¡Y ni siquiera mención de ella! En toda la extensa sección en el medio del Apocalipsis, la cual trata de los días de venganza, la Iglesia está ausente. Ella está en casa con el Señor.

5. Los salvos del tiempo de la tribulación
presentan distinciones entre judío y gentil:

Esto nos conduce hasta el capítulo 7, el cual veremos pronto en mayor detalle. Por ahora diremos que en estos días presentes del misterio que es el cuerpo de Cristo, no hay distinciones nacionales en ese cuerpo. La antigua pared de división ha sido quitada y no se reconoce diferencia entre griego y judío, esclavo y libre, etc., Efesios 2.14, Colosenses 3.11. Pero en los días del capítulo 7 del Apocalipsis se vuelve a encontrar las distinciones de antes. Es importante esto, y se debe a que la Iglesia, el Cuerpo, se ha marchado.

6. La Iglesia es ahora el Templo:

Durante la tribulación habrá un templo físico, el que Pablo llama en 2 Tesalonicenses 2.4 el templo de Dios. Mal podemos aceptar que Dios tendría a la misma vez dos templos sobre la tierra, pero así tendría que ser si fuera cierto que la Iglesia va a estar aquí durante ese lapso. Pero no; ella habrá sido arrebatada, abriendo paso a un templo hecho de manos como en la antigüedad. Hoy día una mezquita musulmana está en el sitio del templo en Jerusalén, pero viene día cuando Israel tendrá el suyo de nuevo.

  1. SON DIFERENTES LAS PROMESAS
    AL FINAL DE CADA TESTAMENTO

Al final del Antiguo Testamento la promesa de la venida del Señor es para Israel. Él figura cual Sol de Justicia, Malaquías 4.2. Al final del Nuevo Testamento la promesa de la venida del Señor es para la Iglesia. Él figura como Estrella de la Mañana, Apocalipsis 22.16.

Ciertamente es hermoso este simbolismo. Terminándose la noche del testimonio de la Iglesia, buscamos la Estrella de la Mañana. Acercándose el esplendor milenario, Israel busca el levantamiento del Sol. Entre la salida de la Estrella y la salida del Sol, hay las horas lóbregas de la tribulación.

 

Percibimos, entonces, que si bien es cierto que el rapto de la Iglesia no es tema del Apocalipsis, ese arrebatamiento es un hecho y tiene que ocurrir en algún momento de tiempo en el libro. El comienzo del capítulo 4 es el punto más obvio y satisfactorio.

Pero en ese caso se plantea un interrogante. ¿Quiénes son los salvos del capítulo 7? Aquel capítulo presenta a dos grupos: los salvos de entre Israel y los salvos de entre los gentiles. ¿Quiénes son? ¿A qué mensaje respondieron? ¿Quién predica?

Primeramente tenemos que asegurarnos de que éstas no sean almas que han escuchado el evangelio en la época presente. Están condenados quienes lo han oído en este tiempo pero sin aceptarlo; para ellos no hay una segunda oportunidad después del arrebatamiento.
2 Tesalonicenses 2.10 al 12 deja en claro que el rechazar la verdad es optar por la mentira, y Dios enviará el gran engaño para quienes habrán rechazado su oferta de gracia. Rechazar a Cristo ahora, es doblegarse ante la Bestia una vez quitada la Iglesia. No, los salvos del Apocalipsis 7 no son aquellos que han sido dejados atrás para algún cambio de parecer o un arrepentimiento tardío.

Pero no hay problema. Se estima que en cualquier tiempo en particular aproximadamente las dos terceras partes de la población mundial nunca han escuchado el evangelio. Estamos hablando de una cifra espantosa de miles de millones. Esta tiene que incluir a muchos judíos sinceros, y es fácil entender que con el trauma del arrebatamiento y el consiguiente brote de malestar mundial, y con su búsqueda por una explicación de lo sucedido, ellos vayan a los escritos del Nuevo Testamento para descubrir que el Mesías sí había venido, fue rechazado, construyó su Iglesia que es un misterio, y ha sido llevado de nuevo a su hogar. Muchos judíos le recibirán y, como Simeón y Ana, se convertirán en el remanente testigo, hablando de él y difundiendo la verdad de su evangelio en Israel y entre las naciones de la tierra.

Hasta que los tales sean sellados para Dios, ningún daño pueden sufrir. Cuatro ángeles aguantan los vientos, y los siervos de Dios son sellados. A la postre millones serán señalados con la marca de la Bestia, pero Dios tiene los siervos suyos con el sello sobre sus frentes.

Es importante notar que la base de la salvación es una sola en todas las edades. Es la sangre; en Apocalipsis 7.10,14 la salvación se atribuye al Cordero. Tan sólo el Calvario es la base de redención, cualquiera sea la época y quienesquiera sean las personas.

El capítulo 7 es, desde luego, un paréntesis para dejarnos ver que al comienzo de la tribulación Dios está preparando y cuidando a los testigos suyos para aquellos días. Al llegar al capítulo 14 veremos que aquella compañía sí ha sido preservada a través de la tribulación y está al lado del Cordero por quien estos santos han sufrido tanto.

Su destino es la gloria y el regocijo eterno. Terminarán el pecado y los padecimientos, el cansancio y la soledad, el llorar y el peregrinar. Ellos no tendrán hambre ni sed, ni nada les faltará, porque el Cordero los pastoreará, 7.17.

Las fuentes de agua viva serán su porción eterna, y Dios habrá enjugado toda lágrima de los ojos que tanto habrán llorado en los días tempestuosos de su testimonio. Vestidos de blanco, cargando la palma con triunfo, cantando por júbilo, su victoria a la postre es segura y su salvación es para la honra y gloria del Cordero.

 

X.        Las siete trompetas

 

Hemos visto que se presentan los juicios de la gran tribulación por una serie de sellos, trompetas y copas. Se rompen siete sellos, se tocan siete trompetas y se derraman siete copas. En el capítulo 6 se rompieron siete sellos y ahora, después del gran paréntesis del capítulo 7, llegamos al séptimo. Nuestra interpretación de éste se determinará por nuestra comprensión de la relación entre sellos, trompetas y copas.

¿Qué significa este silencio? Aquellos que ven los sellos, las trompetas y las copas como juicios consecutivos van a interpretar el silencio como calma antes de tempestad: un silencio de mal agüero y el preludio de más juicio. Sin embargo, si los sellos, las trompetas y las copas no son consecutivos sino concurrentes — a saber, tres aspectos diferentes de los mismos días de gran tribulación — entonces el silencio es el silencio de un juicio realizado. Si el sexto sello, en el capítulo 6, nos presentó el día del Señor, la revelación del Rey-Juez, el gran día de su ira, entonces el séptimo sello es el espantoso anuncio que ha finalizado el juicio y el cielo reposa.

 

Se nos presentan ahora los siete ángeles quienes están por tocar, pero antes de que lo hagan hay un intervalo por demás interesante al comienzo del capítulo 8. Otro ángel aparece y se para frente al altar. Es un principio justo que si no se agrega otra identificación, el altar en referencia es el de bronce (cobre) para el sacrificio. Aquí el ángel recibe el incienso encendido que se ofrecerá sobre el altar de oro. Hay dos altares en el 8.3 y el carácter sacerdotal del ministerio del ángel le identifica casi sin duda como nuestro gran sumo sacerdote, el Señor Jesús. Solamente Él tendría la capacidad y autoridad para hacer que las oraciones de los santos sean aceptables, como hace éste. Él agrega a la intercesión de los santos el perfume de la fragancia de su propia persona, y ahora son aceptas.

Pero notemos también que, habiendo ofrecido la fragancia al altar de oro, toma fuego del altar de bronce y lo derrama sobre la tierra. He aquí el gran principio de que el Calvario no le da a Dios solamente el derecho de bendecir sino a juzgar también. Establecidas así sus prerrogativas, los siete ángeles se preparan para tocar.

La primera trompeta trae los extremos de juicio más espantosos: ¡granizo y fuego en una lluvia de sangre! La tercera parte de las cosas siente el impacto de cada trompeta en este capítulo. ¿Se trata del territorio romano de esta tierra? ¿Del territorio de la bestia y la cristiandad apóstata? Aquí los árboles y hierba son objetos del castigo; el hombre en su dignidad, y el hombre en su debilidad, participan de la ira.

La segunda trompeta suena en el 8.8 y se lanza al mar una montaña ardiente. Si interpretamos correctamente el simbolismo, se trata de la humillación del pueblo de algún dignatario. Se emplea la misma figura en cuanto a Babilonia en Jeremías 51.25. Tal vez vemos en esto la apostasía de un personaje sumamente influyente cuya caída afecta las masas (el mar) y también el comercio (las naves).

Suena la tercera trompeta y una gran estrella cae del cielo. Es la caída de un principal portador de luz y guía “espiritual”. Juan el Bautista era antorcha que ardía y alumbraba, y lo habrá sido también esta estrella. Las estrellas y candeleros expresan la idea de dar luz en las tinieblas; en los capítulos 2 y 3 se emplea la figura en relación con las asambleas, ya que eran guías en la noche de su testimonio. Ahora en los días de esta trompeta ha caído la luz en la cual los hombres confiaban.

Todo el curso de la vida (los ríos) siente las consecuencias, aun su procedencia (las fuentes). La estrella se llama Ajenjo, el nombre de una hierba amarga que se emplea en el Antiguo Testamento siempre como figura de la tristeza; Deuteronomio 29.18, Jeremías 9.15, 23.15, Lamentaciones 3.15, Amós 5.7. Encontramos aquí en la caída del gran ser la amargura de la muerte.

En el 8.12 toca el cuarto ángel, y el sol, la luna y las estrellas figuran en el juicio. Uniformemente estos son símbolos de gobierno, pero ahora, con la apostasía de los líderes, viene la oscuridad de la anarquía. Si la luz que en ti hay es tinieblas, ¡cuántas no serán las mismas tinieblas!

En el versículo final del capítulo el “ángel” figura en la mayoría de los manuscritos más bien como un águila. El vuela por en medio del cielo en anticipación de los juicios que quedan por realizarse, y su anuncio es “¡Ay, ay, ay!” Es que hay un principio en relación con las trompetas, los sellos y las copas (y tal vez los candeleros también) y es que se dividen en grupos de cuatro y tres.

El quinto ángel actúa en el 9.1 y se ve una estrella que cayó; no una que está cayendo, sino que cayó del cielo. Posiblemente haya una referencia al 8.10, y es concebible también que los personajes caídos de la segunda y tercera trompeta sean la bestia y el falso profeta del capítulo 13. Se le da a la estrella caída la llave del abismo. Él recibe autoridad para soltar los poderes de las tinieblas, así como Pedro recibió las llaves y autoridad de una índole más favorable.

Abierto el abismo, salen oscuridad y polución, un ejército de langostas de entre el humo en las profundidades. Es el demonismo desenfrenado de los postreros días. Pero el Señor conoce a los que son suyos, y sus siervos sellados son inmunes a aquello, aunque la soberanía divina permite que los hombres sean atormentados por tiempo limitado.

Los atormentadores que figuran como langostas poseen el poder y furia de un caballo de guerra, la autoridad de cabezas coronadas, la inteligencia de hombres, la atracción de mujeres y la ferocidad de leones. Cuentan con protección de hierro, son tan irresistibles como un ataque de caballería y hieren con la picadura dolorosa y mortífera de escorpiones. Su intimidad con su rey Destructor — Abadón en hebreo y Apolión en griego — los identifica claramente como demonios. Destructor es lo opuesto y antítesis a Salvador; Apolión es Satanás.

Sonando la sexta trompeta, se sueltan a cuatro ángeles, los cuales han sido frenados por Dios hasta el momento preciso. Se han decretado la hora, día, mes y año de su espantoso ministerio, y ahora el tiempo se cumplió. Sean éstos los ángeles electos o los caídos, es de poca relevancia. Su presencia en el lindero oeste de Israel, el Éufrates, es a la vez la presencia de un ejército de doscientos millones de jinetes.

Si consideramos esta sexta trompeta junto con la sexta copa en el capítulo 16, entonces estos ejércitos son los de los reyes de oriente. Tal vez la cantidad no debe ser entendida literalmente, sino como símbolo de una inmensidad, pero es interesante observar que en 1965 China se jactó de estar en condiciones de enviar doscientos millones de hombres y mujeres a la guerra, exactamente el número de Apocalipsis 9.16. El cuadro es espantoso en extremo: ¡fuego, azufre, humo, caballos, leones, serpientes, plagas, demonios, idolatría, homicidios, hechicerías, fornicación, hurtos! Bien comentó Walter Scott que estamos ante una presentación asombrosa de la depravación humana.

Tengamos presente que el corazón humano nunca cambia como consecuencia de juicio. Puede haber remordimiento, y aun desespero, pero arrepentimiento nunca. Solamente la influencia dulce de la gracia del evangelio puede impactar para bien sobre el ser humano. Aquí, como en las escenas medrosas del capítulo 16, y en acorde con los principios de Romanos 1, se insiste en que los hombres no se arrepintieron.

Antes de actuar el séptimo ángel en el 11.15, hay otro paréntesis, y al sonar aquella trompeta llegamos al momento de la manifestación del rey. El intermedio del capítulo 10 nos enseñará que detrás de toda la confusión en la tierra, y no obstante lo que parece ser el triunfo del satanismo y las fuerzas del espiritismo, con todo, se están realizando los propósitos de Dios y el cielo está controlando los acontecimientos.

 

 

XI.       El ángel envuelto en una nube

 

El ángel tiene en su mano un librito abierto; capítulo 10. ¿Habrá una relación entre éste y el gran libro sellado en el capítulo 6? Tal vez sí. En el 6 estábamos viendo los comienzos de la última semana profética. Aquí se nos da una vista previa del final de aquella semana. Ahí al comienzo el libro estaba sellado y los juicios estaban por administrarse. Ahora al final de la semana, tantas actividades realizadas ya y el tiempo por cumplirse, el libro está abierto y se ha vuelto pequeño.

La postura del ángel es interesante. Él está en pie sobre el mar y la tierra a la vez, y levanta su mano al cielo. ¿No será que reclama los derechos que el primer hombre perdió? Milenios antes, Dios le dio a Adán un dominio tripartito, sobre las aves del cielo, las bestias de la tierra y los peces del mar; la autoridad era suya también. Este dominio es el tema del hermoso Salmo 8, citado también en Hebreos 2. Era el propósito divino que todas las cosas estuviesen sujetas al hombre, pero conocemos la historia triste de la desobediencia y caída, y por ahora no vemos las cosas sujetas así.

Sin embargo, ya hemos visto un Varón sobre la tierra, un hombre distinto, bienaventurado, coronado de gloria y honra. Hemos visto en los Evangelios un Varón a quien las bestias estaban sujetas, Marcos 1.13, y a quien los peces obedecieron, Mateo 17.27; un Varón cuya palabra derrotaba las enfermedades, los demonios y la muerte. Glorioso este varón ante quien la naturaleza misma, los vientos y mares, se doblegaban en sujeción, Marcos 4.37 al 41. Vemos a Jesús, coronado de gloria y honra. El mundo no le reconoció pero está todavía por hacerlo. Él coloca un pie sobre la tierra atribulada y otro sobre el mar agitado, y, con mano levantada al cielo, asume la autoridad que Adán perdió. Por el eterno Creador (¡Él mismo!) de aquel cielo, tierra y mar, Él jura que no habrá más demora. Dios en misterio ha tolerado por largo tiempo ya al hombre y al mal, y ahora aquel misterio se acabó; la séptima trompeta lo declarará.

A Juan se le exhorta ahora a tomar y comer el librito. Se le advierte que en su boca será dulce como la miel pero en su vientre amargo. Y así fue.

El cuadro es claro y explícito. Cuán precioso y dulce es ser permitido participar en los secretos de Dios; cuan bienaventurado el privilegio de ser tomado en su confianza y permitido conocer lo que Él tiene en mente para el mundo. ¿Quiénes somos nosotros? ¿Quiénes eran Abraham, Moisés, Pablo, Juan, para que les hiciese saber su mente y corazón e indicar de antemano lo que iba a hacer? Cuán privilegiados aquéllos a quienes sus pensamientos han sido revelados.

Pero, al digerir aquellas cosas que hemos oído de Él, cuán solemnes son. Al entender de veras lo que tiene por delante, cuán amargo es. Qué sentimientos parten nuestros corazones y espíritus, qué tristeza y aun lágrimas al anticipar los juicios que caerán y los terrores que vendrán. Mientras la tierra sigue alegre y descuidadamente su curso, qué clase de personas debemos ser nosotros, conociendo la perspectiva y comprendiendo la ira venidera. Que vivamos acorde con la revelación recibida, encontrando el equilibrio entre el gozo de estar en su confianza y la tristeza de estar al tanto de la suerte que espera a la humanidad, inclusive nuestros amigos, vecinos y aun los hijos del pueblo de Dios.

 

XII.     Los dos testigos

 

Hemos llegado a un capítulo donde no sería prudente ni honesto ser dogmático al interpretarlo. Muchos expositores consideran esta sección como la más difícil del Apocalipsis. Los dos testigos: ¿quiénes son? ¿Literalmente dos hombres? ¿Pueden ser identificados? ¿A quiénes ministran? ¿Cuándo? ¿Mueren de veras? ¿Sus cuerpos yacen por tres días y medio en una calle en Jerusalén? ¿De qué resurrección a vida se trata? ¿Y qué es este ascenso? Son preguntas que exigen respuesta en Apocalipsis capítulo 11.

Pero primeramente hay la medición del templo; hay el altar y los adoradores. Hemos observado ya que habrá un templo en Jerusalén después del rapto, y que gozará de cierto reconocimiento divino según 2 Tesalonicenses 2.4. Aquí Jehová evalúa lo que es suyo en un tiempo de apostasía. El Señor, quien en los días de su carne había purgado otro templo con azote en mano, dirige ahora la medición de éste para determinar qué le pertenece a Él. Se omite el atrio de los gentiles, rechazándolo, dándolo a las naciones gentiles quienes hollan la ciudad santa. Varias veces se alude a Jerusalén como la ciudad santa; Nehemías 11.1,18, Isaías 52,1, Mateo 4.5, 27.52,53. Una sola vez en las Escrituras se llama a Israel la tierra santa.

Ahora se dirige nuestra atención a los dos testigos. Es interesante que Juan no llegue a ver a estos dos en su visión. La descripción que tenemos no es la de Juan sino del ángel del capítulo 10, quien entendemos es el Señor mismo. Veamos, entonces, las preguntas relevantes.

(i) ¿Son literalmente dos hombres?

Tal vez la opinión mayoritaria sea que sí. Se habla de ellos como dos profetas, y mucho de la narración hace pensar que se trata de dos individuos. Pero en un libro de señales y símbolos, como es el Apocalipsis, esta interpretación tal vez no sea correcta. ¿La mujer del capítulo 12 es en realidad una persona? ¿O la del capítulo 17? ¿Acaso la bestia del capítulo 13 no sea un sistema y no meramente un individuo? ¿La esposa del capítulo 19 es un individuo? Muy posiblemente debemos no pensar aquí en función de dos individuos, sino del testimonio colectivo para Dios en aquel tiempo futuro.

 

 

(ii) ¿Quiénes son?

Aquellos que interpretan a los dos testigos como dos personas, y procuran identificarlos, han sugerido los nombres de Enoc, Moisés y Elías. Se favorecen a Enoc y Elías porque nunca murieron y, se dice, está establecido al hombre que muera una sola vez y por lo tanto estos dos mueren cual mártires después de haber testificado. Este argumento no es válido. Somos muchos los que abrigamos la esperanza de no morir nunca; leemos que “no todos dormiremos”. Y hay, por supuesto, la semejanza entre los poderes milagrosos de los testigos y los de Moisés y Elías, quienes también cambiaron el agua en sangre, trajeron plagas sobre sus prójimos y causaron que las lluvias cesaran.

Sin embargo, algunos expositores no están tan seguros como para intentar una identificación, pero con todo ven a los dos como predicadores que profetizan. ¿Pero es necesario? Dos testigos siempre han sido evidencia suficiente e indispensable para un testimonio válido; Deuteronomio 17.6, 19.15, Mateo 18.16. ¿Por qué no pensar que contamos aquí con una representación simbólica del testimonio divino después del rapto, de parte de un remanente crédulo entre Israel y los gentiles salvos, una cuerda de dos dobleces, como en el capítulo 7?

(iii) ¿Qué ministran?

Son olivos y candeleros, tipos siempre del testimonio y la luz para otros. Si el ángel del capítulo 10 es el Señor Jesús, entonces es Él quien los llama “mis dos testigos”, 11.3. Sean quienes sean, ellos deben testificar para Él. Después del rapto, como antes del rapto, hay un solo Salvador y un solo medio de salvación, la sangre del Cordero, capítulo 7. Es esto no más lo que ellos deben proclamar, aunque rechazados por hombre, como indica su vestimenta de cilicio.

(iv) ¿Cuándo ministran?

Durante tres años y medio (un período que nos hace pensar en el Señor mismo) ellos tienen libertad para ministrar. Aunque despreciados y enfrentados por oposición, gozan de protección divina. Sus enemigos se encuentran refrenados y los profetas pueden realizar su mandato.

Se trata de la primera mitad de la semana setenta, y en este período es posible realizar un testimonio activo y tal vez aun bajo la protección del pacto entre Israel y la bestia. Es difícil pensar lo que algunos alegan en el sentido de que un testimonio de esta índole será posible en la segunda mitad de la semana. No obstante, muchos opinan que sí, y sigue en pie el debate acerca de la oportunidad en que estos testigos realizan su obra.

(v) ¿Mueren en realidad?

Es justo mencionar que la mayoría de los intérpretes perciben a los dos testigos como dos hombres que mueren de veras.

Si vemos a los testigos como símbolos del testimonio de Dios en aquel entonces, podemos entender de dos maneras la matanza salvaje. Primeramente, se enseña claramente que habrá mártires; el pueblo de Dios pagará caro por su fe y la sangre correrá en abundancia. Tanto judío como gentil sellarán su testimonio de esta manera; 6.9. Pero en segundo lugar, todo esto puede ser visto como simbólico de un rechazamiento en escala mundial de la verdad divina y una apostasía universal.

A mitad de la semana la bestia asume deidad, 2 Tesalonicenses 2.4; demanda honores divinos, Apocalipsis 13.12 al 15; y destruye a la Babilonia religiosa, 16.16,17. Matará también la bestia que da inicio a la destrucción de la Babilonia corrupta, para eliminar cualquier libertad que haya existido para testificar por Dios.

(vi) ¿Realmente yacen en una calle de Jerusalén por 31/2 días?

Los cuerpos muertos yacen en la plaza de Jerusalén, el centro. El término empleado en el 11.8, caracase, es singular, dando peso al pensamiento de que se trata del testimonio en general y no a los cadáveres de dos señores. La represión de su testimonio trae un regocijo diabólico en el mundo; hay un gran contentamiento internacional por haber silenciado la predicación que atormentaba las naciones. Se intercambian regalos y la gente festeja.

Muchos verán literalmente los tres días y medio, pero nos parece que esto significa un plazo muy corto del triunfo de los enemigos de la verdad durante la segunda mitad de la semana profética. ¿No será ésta una manera simbólica para decir que los tres años y medio del triunfo de la bestia son tan transeúntes como tres días y medio, por cierto una gloria muy pasajera?

(vi) Entonces, ¿qué es su resurrección y ascensión?

Dios vindicará a sus testigos rechazados. Por cierto es el caso que habrá una resurrección de los mártires, pero lo que se enfatiza aquí es que el cielo reconocerá públicamente a los profetas que el mundo desconoció y rechazó. Cuán significativa aquella afirmación: “y sus enemigos los vieron”. Y en la misma hora de su reivindicación sus enemigos son vencidos y el Dios de los testigos glorificado.

Aquí termina el segundo Ay.

 

El tercero es el toque de la séptima y última trompeta, pero sería de un todo ingenuo equiparar ésta con “la final trompeta” de 1 Corintios 15.52. Aquellos que lo hacen, colocando así el rapto de la Iglesia en este momento en vez de antes de la gran tribulación, suelen preguntar con cierta ironía si acaso “final” no quiere decir final.

Desde luego que sí, pero “final” en un conjunto de circunstancias, y no la final en otra. ¿Entonces cómo se puede oir la final trompeta en más de una ocasión? La respuesta es sencilla y obvia, por supuesto; estamos hablando de diferentes series de circunstancias, de manera que puede haber varios últimos llamados en varias ocasiones. La final trompeta de
1 Corintios 15 es la última convocatoria a los santos en una época de testimonio de la Iglesia. De llamados han habido muchos: al servicio, a la comunión, a velar por la final trompeta que señalará nuestro arrebatamiento para ir a estar con el Señor. La séptima trompeta de Apocalipsis 11 es algo muy distinto.

Esta trompeta pregona la venida del Rey. Por fin se hacen valer los derechos divinos. El Rey reclamará su reino, y reinará. En el 11.18 hay un juego de palabras: “Se airaron la naciones, y tu ira ha venido”, ya que airar e ira son la misma cosa. Las naciones se aíran, y Dios también.

Es un escenario espantoso. Se abre el templo celestial, el recinto que guarda el arca del pacto; es un recordatorio simbólico de que Dios cumple las promesas de sus pactos y que ahora ha llegado el tiempo del reino.

Es el espíritu del Salmo 2. Dios está por galardonar y vindicar a sus siervos, destruyendo sus enemigos, y su Cristo va a reinar por los siglos de los siglos. Puede haber mil años de un reino de carácter terrenal, pero jamás terminará el reino en sí. Puede terminar el milenio, pero no así el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; 2 Pedro 1.11.

XIII.  La mujer y el dragón

 

Hay cuatro mujeres interesantes en el libro del Apocalipsis, dos buenas y dos malas. Jezabel en el capítulo 2 es, como hemos visto, la profetisa del error moral y espiritual. Babilonia en el capítulo 17 es, como veremos, la personificación de la corrupción y apostasía. En la esposa del capítulo 19 veremos a la compañera del Rey en su gloria. Aquí en el capítulo 12 encontramos a la mujer que es Israel.

Juan dice que su manifestación es una gran señal, siendo esta la primera de siete veces que él emplea la expresión en este libro. Las otras son el 12.3, 13.13,14, 15.1, 16.4 y 19.20. La idea parece ser la de señalar un fenómeno que significa una verdad importante.

La mujer se viste del sol, tiene la luna a sus pies y las doce estrellas sobre la cabeza en forma de corona. Ya hemos observado que el sol, la luna y las estrellas figuran uniformemente como símbolos de gobierno, y por supuesto puede haber una alusión al Génesis 37 donde se ve a Jacob, Raquel y los patriarcas en asociación con José. Un día la nación va a compartir la gloria del gobierno del José celestial, reconociendo con gusto la soberanía suya.

Sin embargo, es importante observar que esta señal está en el cielo; esta perspectiva de Israel es la celestial. Es Israel, no como es ahora ni como ha sido, sino como Dios quiere que sea en el futuro. Pero, como es el caso tan a menudo, aquella gloria se alcanza por el sufrimiento.

La mujer está encinta. Adolorida, ella espera el advenimiento de su hijo. Por siglos una Israel sufrida ha estado en espera de su Mesías. ¿Pero qué es el sentido de aquel versículo extraño, Isaías 66.7? “Antes que estuviese de parto, dio a luz; antes que le viniesen dolores, dio a luz hijo”. Desde luego, la triste realidad es que el verdadero dolor de Israel está por verse aún, con todo que el Mesías ya ha venido. Como bien sabemos, llegó el Hijo sin que fuera reconocido; “el mundo no le conoció;” “los suyos no le recibieron”. Israel no se ha dado cuenta de que su tan prometido y deseado Mesías se dio a conocer; la nación gime, y continuará gimiendo, hasta que Él vuelva. Una tribulación sin paralelo será suya, hasta que su verdadera salvación se realice con el reconocimiento de Jesús como Mesías.

Aparece una segunda señal: un gran dragón escarlata. No hay dificultad con este simbolismo; se identifica el dragón como Satanás, el diablo, la serpiente antigua.

Trece veces en el Apocalipsis se le describe como el dragón. Si los números significan algo en las Escrituras (y parece que sí), entonces trece es el número de desorden, anarquía y deserción. Por cierto, en su primera mención en el Libro, Génesis 14.4, el trece se asocia con rebelión. Ocho veces en el Apocalipsis figura el nombre Satanás y cinco veces se le llama el diablo, de manera que encontramos de nuevo el trece. Como Satanás él es el adversario u opositor; como el diablo, diábolos, es el calumniador, el acusador. La serpiente antigua es el astuto, sagaz cuyas maquinaciones conocemos. Es un título que nos hace recordar al Edén y a Eva.

En el dragón, sin embargo, vemos su monstruosa crueldad, y tal vez ésta no se hace más evidente en otra parte que en lo que se ha dado llamar “la matanza de los inocentes”. El dragón se aguantó en el advenimiento del Mesías. En el Imperio Romano de ese entonces él esperaba en la persona de Herodes el Grande con el propósito de devorar por intermedio de aquel rey impío al verdadero Rey de los judíos. Herodes era un edomita, un mestizo rey títere que había recibido su autoridad del César. El dragón le emplearía para destruir al infante Cristo. Pero los poderosos potentados de la tierra se quedaron impotentes, y el todopoderoso resultó ser el Rey del cielo acostado cual bebé en un pesebre. Fueron asesinados los niños inocentes, y Raquel, la maternidad judía, lloró por su hijos. Pero el Mesías fue preservado.

Es cónsona con el contexto de nuestro pasaje la omisión de cualquier mención de Egipto, Nazaret, Galilea, Judea, Gólgota, la cruz y la tumba. El varón, el hijo, es “arrebatado para Dios y para su trono” tan pronto como nace. Ahora, en el espíritu de los Salmos 110 y 2, el gobernador decretado y destinado por Dios espera en los cielos hasta el día de su manifestación en poder y gloria.

Nuestros pensamientos se proyectan más allá de este período actual de misterio en que vivimos; ahora nos ocupa la mente esta mujer, Israel. El dragón está furioso y ella va a sufrir a manos suyas, pero la encontramos preservada por un Dios que cuenta hasta el número de días de su tribulación. No leemos aquí de tres años y medio, como en otras partes, ni siquiera de cuarenta y dos meses, sino 1260 días. El Dios que quita toda lágrima de los suyos es el Dios que cuenta la aflicción de su pueblo en función de días.

Hay guerra en el cielo; las fuerzas contrapuestas están encabezadas por Miguel y el dragón, respectivamente. En las cinco referencias que la Biblia hace a Miguel, él siempre está en una función militar en relación con Israel. En esta ocasión, junto con sus ángeles, vence al dragón y para éste no se halla lugar en el cielo. Cronológicamente, estamos a la mitad de la semana 70 de Daniel capítulo 9. Es interesante observar también que hemos llegado a exactamente el punto medio del libro del Apocalipsis, si por versículos lo medimos. Llevando en mente la historia del trato de Dios con Israel y las naciones, cuán emocionante es leer de la derrota de Satanás y el glorioso triunfo de Cristo; 12.7 al 10.

Pero si el cielo se alegra, no así la tierra. “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar!” leemos al llegar al versículo 12. El que en una época era Lucero, la estrella del día, ha sido lanzado del cielo a la tierra y ha arrastrado consigo a la tercera parte de las huestes celestiales. Consciente de que su tiempo sobre la tierra es corto, dirige su atención hacia la mujer de una manera espantosa.

Habrá en aquellos días de venganza una embestida satánica contra el judío. Nos acordamos, sin embargo, de que un remanente de esa nación ya habrá reconocido a Cristo como el Mesías y se habrá ocupado en la predicación de la cruz, 12.11. Para éstos hay una persecución doble; van a sufrir por ser judíos, y van a ser objetos especiales de la ira de Satanás por el hecho de ser de Cristo; 12.17. Pero hay salvación para la nación. La serpiente vomita un torrente de persecución, pero en el desierto que es este mundo la aniquilación del judío no se permite ni es posible. Es una paradoja la manera en que la opinión mundial siempre ha estado en contra de Israel, pero con todo ese mismo mundo clama con indignación ante las atrocidades de las cuales ella ha sido víctima. Y así será en su tribulación venidera.

De alguna manera la tierra protegerá al judío del veneno de la serpiente; y, por el ministerio de los siervos sellados que guardan el testimonio de Jesús el Mesías, habrá a la postre una nación sobreviviente para darle la bienvenida cuando aparezca Él en gloria. De suerte que se nos presenta en este capítulo 12 varias de las personalidades principales de los postreros tiempos. En el próximo capítulo se da a conocer dos de los varones más dominantes de aquellos tiempos: la bestia y el falso profeta.

 

 

XIV.     Las dos bestias

 

En una asamblea de la OTAN en octubre 1957 el entonces Secretario de aquella organización de estados occidentales, el señor Paul Henri Spaak, declaró: “No queremos otro comité; los comités tenemos de sobra. Buscamos más bien a un hombre de suficiente talla como para gozar de la confianza de todos los pueblos, y para levantarnos de este marasmo económico en el cual nos estamos hundiendo. Mándennos al tal hombre; sea dios o diablo, lo recibiremos”.

Lo que vamos a contemplar en el capítulo 13 del Apocalipsis es, por cierto, la respuesta de Dios a esa solicitud. Es un relato divino, escrito hace casi veinte siglos, del advenimiento del hombre a quien las naciones han reclamado. Es el capítulo de las dos personalidades dominantes de los postreros tiempos; el uno un político supremo y el otro su secuaz religioso.

Juan se paró en la arena de la playa, aunque algunos piensan que fue el dragón que hizo esto. No es un punto de gran importancia y parece que no afecta la interpretación. Una bestia emerge del mar. Pronto se nos hará evidente que la bestia es tanto un sistema como un individuo; tanto un imperio como un hombre. Es el hombre que aceptará del diablo lo que el Señor Jesús rechazó: poder, autoridad, trono y reino. “Todo esto te daré”, Mateo 4.8 al 9.

El mar es un símbolo uniforme de las masas inquietas de las naciones, y de esta turbulencia procede la bestia. Pero este hecho no excluye la posibilidad de que sea un judío. La historia de los tiempos en que vivimos ha hecho ver que un personaje puede surgir de entre las naciones aun siendo judío. Ya que ese pueblo antiguo está absorbido desde hace tiempo en la sociedad gentil, no es extraño que de tiempo en tiempo uno de sus hijos alcance prominencia. Y es el caso en lo que estamos estudiando.

La palabra bestia no debe ser sustituida ni diluida. Significa un animal silvestre. No es la palabra ser del capítulo 4 ni de otros pasajes. La bestia cuenta con toda la astucia, rapidez y gracia salvaje del leopardo griego; tiene la fuerza y salvajismo de la fiera persa; cuenta con la dignidad, poder y majestad del león babilónico (Daniel 7). Todas estas cualidades se combinan en el monstruo de siete cabezas que es sin duda el reavivamiento del antiguo Imperio Romano.

Las siete cabezas son siete reyes o reinos; Apocalipsis 17.10. Todos tienen por lo menos una cosa en común, y es que a lo largo de los siglos han nutrido a la Babilonia en misterio. Es demasiado débil verlos como siete formas sucesivas de gobierno romano. Son reinos o imperios, la mayoría caídos ya. Tienen que ser el Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma de la antigüedad. Una Roma futura es el séptimo. Pero esto dejaremos hasta que, Dios mediante, lleguemos al capítulo 17. Basta con ver aquí que en este monstruo encontramos la forma final del dominio gentil, y el mundo se sorprende de que se haya levantado de nuevo la cabeza que parecía estar mortalmente herida y Roma se haya revivido.

El dragón, por supuesto, se interesa tan sólo por la supremacía de la bestia por cuanto éste es el vehículo por el cual se le adora a él mismo. Esta fue la condición que puso en Mateo 4 cuando ofreció los reinos a nuestro Señor: “Póstrate y adórame”. Aquí recibe por intermedio de la bestia la adoración del mundo.

La bestia será un orador consumado, y es bien conocido el poder de la oratoria. En su orgullo y arrogancia él dominará las masas. En la primera mitad de la semana setenta tal vez monte los caballos blancos en triunfo pacífico y sin sangre, llevando consigo a la mujer que es Babilonia (capítulo 17). Pero a la mitad de la semana él será energizado personalmente por Satanás y en blasfemia descarada de Dios y todos los dioses asumirá deidad y se sentará (en la forma de su imagen) en el templo para recibir homenaje en escala mundial de todas las tribus y pueblos. Si su imperio tendrá linderos físicos o geográficos, no así su influencia y fama. Todos los moradores de la tierra le adorarán, salvo aquellos que sean del Cordero. Por esto su dominio es universal y él da inicio a la persecución feroz de los santos.

Pero oportuna e inevitablemente Dios medirá una retribución justa. “Si alguno lleva en cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto”, y en la prueba los santos deben esperar con fe y paciencia.

 

La segunda bestia surge de la tierra, cual tercero de la trinidad impía de este capítulo y lugarteniente de la primera bestia. Tal vez la tierra simbolice una sociedad asentada y ordenada; ¿la misma tierra de Israel? Está en contraste con la turbulencia internacional de entre la cual se presentó la primera bestia.

Algunos alegan que esta segunda bestia es el anticristo, dado que son obvias sus características religiosas, y porque, se afirma, la primera bestia es un gentil. Pero ya hemos visto que el que surgirá del mar de las naciones puede ser un judío, ¡y cuántos nombres se podrían sugerir! Además, ¿acaso la primera bestia no se interese por cosas religiosas? Adoración y adoradores; templos y deidades: ¿qué hay más religioso que todo esto?

La segunda bestia, el falso profeta, es básicamente un subordinado, cosa que el anticristo con toda seguridad no será. Él ministra al estilo de un cordero para el provecho de su maestro, y habla con la misma autoridad que el dragón les concede a ambos. Hay una diabólica imitación de la Trinidad: un dragón fuera de la vista, un gobernador entronizado y un falso profeta que seduce a los hombres y dirige la adoración hacia los dos.

Milagros acompañan el ministerio del falso profeta. Fenómenos sobrenaturales, grandes maravillas y fuego del cielo acompañan sus directrices verbales. Tiene poder para dar aliento a una imagen de la bestia que se sentará en el templo cual abominación; la pena por no adorarle será la muerte. El comprar y vender, bien sea para fines domésticos o comerciales, será casi imposible para aquellos que no llevan su marca. Cuán difícil y peligroso será para aquellos que llevan otro Nombre en aquellos tiempos. Pero aun en los días oscuros de venganza habrá algunos que a la postre saldrán de todo eso con vestiduras blancas y el cántico del Cordero en sus labios.

La marca de la bestia es bien conocida (¡pero desconocida a la vez!). Es 666. Bien puede ser una marca en sentido literal, cosa no desconocida aun en nuestros tiempos. Hay muchos que llevan una marca indeleble en la frente en honor a su dios. Por supuesto, la marca del Apocalipsis puede ser algo más sutil, sofisticado y complejo. Debemos ser sanos y equilibrados en cuestiones simbólicas, sin buscar el sensacionalismo. Tal vez habla William Kelly por la mayoría al decir: “No pretendo resolver algo de esta índole. Confieso mi ignorancia en cuanto al número”.

Sin embargo, podemos observar con provecho, y a título de ilustración en vez de interpretación, que la bestia alcanzará la máxima altura posible para el ser humano. Su número no es 777, para significar una triple perfección. Seis es el número del hombre. A partir del sexto día en el cual fue creado, él ha trabajado seis días en su semana, pero el simbólico siete siempre ha estado más allá de su alcance. En tres esferas el gobernador por venir logrará muchísimo, pero se quedará corto del siete. Dominará la religión, política y comercio. Ahora, si uno puede controlar sus semejantes en estas tres esferas, ¿qué le queda por conquistar? Si una nación, o un mundo, puede ser conquistado así, ¿en qué esfera está libre? La bestia, cuyo número es 666, es un déspota cruel y va a lograr semejante triple dominio.

Pero será por solamente un lapso corto, hasta que venga Aquel de quien es el derecho, y bajo cuya cetro una tierra milenaria gozará de paz verdadera.

 

XV.      El Cordero victorioso

 

Siempre ha sido característico de Dios, en su consideración para los suyos, el darles una mirada de la gloria venidera cuando pasan por las horas oscuras de tristeza y prueba. Se nota este principio a menudo en los Salmos y en la historia de Israel, además de ser una de las razones del monte de la Transfiguración. Es así en el Apocalipsis, donde se emplea los paréntesis a lo largo de las visiones.

El capítulo 7 fue el primer paréntesis que nos dio una mirada a la consumación triunfante al final, y luego el capítulo 10 y ahora el 14. Estos capítulos van a ser de especial consuelo a los santos en aquellos días dolorosos de la tribulación por venir; ellos van a ver más allá de sus circunstancias inmediatas, seguros en la convicción de gloria a la postre.

Este capítulo 14 comienza con una visión de la gloria de Dios en su pueblo, y termina con la siega del juicio que será Armagedón: el triunfo y vindicación del Hijo.

El Cordero está en pie sobre Sion, el monte que se menciona también en Hebreos 12. Sion es casi un sinónimo de monarquía, realeza y el trono de David. El Cordero goza del derecho de pararse allí y de ser rodeado por los que cantan su alabanza y llevan su carácter. El nombre suyo y el de su Padre está en la frente en glorioso contraste con aquellos que llevan la marca de la bestia, la cual vimos en el capítulo anterior.

Los 144.000 han sido preservados a lo largo de la tribulación, como les fue prometido en el capítulo 7. Allí, al comienzo de la tribulación, los encontramos sellados, y aquí al final vemos que Dios los ha llevado a través del fuego, los ha sacado y ahora van a participar en la gloria milenaria de Cristo. Los 144.000 no constituyen el remanente entero, sino aquella parte que ha sido guardada del martirio. Estos han sido sellados cual siervos suyos y han mantenido la continuidad del testimonio en aquellos días negros. Ahora se unen al cántico de los mártires.

Es una canción de redención. Ellos, como también sus hermanos mártires, vivían en pureza en medio de impureza; en una sociedad opuesta al Cordero, eran seguidores suyos dondequiera que Él haya indicado. En un sistema mundial caracterizado por engaño y falsedad, no había mentira en su boca. Ahora, finalizada su temporada de testimonio y peregrinación, están en pie, sin mancha, con el Cordero en la gloria de su reino.

En el 14.6 se presenta el primero de los seis ángeles de este capítulo. Él trae el evangelio eterno.

Ahora, no debemos caer en el error de pensar que hay varios evangelios. Hay siempre uno solo en el trato de Dios con la humanidad, pero el énfasis varía de una época a otra. Juan el Bautista predicaba con la venida del Rey en mente y a la mano. Era su énfasis, y hacemos bien al decir que predicaba el evangelio del reino. Pero el evangelio nuestro es sustancialmente el mismo que el de Juan. Denunciamos el pecado, predicamos el arrepentimiento y proclamamos: “He aquí el Cordero de Dios”. Sin embargo, nuestro énfasis hoy día no es la llegada del Rey sino la gran realidad del evangelio de la gracia de Dios. Es a su vez el evangelio de la paz, el evangelio de Dios y el evangelio de nuestra salvación, según sea el énfasis en un pasaje u otro. ¿Qué es, entonces, este evangelio eterno?

Algunos lo han llamado el evangelio de eterna relevancia. Su base es la soberanía de Dios y sus derechos como Creador. Todo el deber del hombre en todo tiempo, y su fin primordial, es el reconocimiento de esta autoridad, y en esto está la felicidad de la criatura. Es el principio básico del evangelio en toda época. Puede haber un mayor grado de luz o una diferencia de énfasis, pero es eterno el principio subyacente de la aceptación de las prerrogativas divinas.

Un segundo ángel entra en el escenario en el versículo 8 para pregonar que “ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad”. Esta repetición no es retórica ni poética; es sin duda una referencia a las dos etapas en el juicio de Babilonia, tema que ampliaremos en capítulos siguientes. Desde los días de Nimrod en Génesis 10, Babilonia ha sido un sistema político-religioso de impiedad y misticismo, opuesto a Dios y a su pueblo. Aquí se anticipa su caída. En lo religioso y social está condenada, pero su suerte es tema de otra sección del Apocalipsis y nosotros también la dejaremos momentáneamente.

Un tercer ángel entra y proclama a gran voz la condenación de los adoradores de la bestia, ¡y qué castigo! Una furia e ira sin tregua; fuego y azufre; tormento sin fin — y todo esto con el visto bueno de los santos ángeles y del Cordero mismo. Ellos han adorado a la bestia, han llevado la marca suya, y ahora llevan el juicio preestablecido. Pero cuán bienaventurados son aquellos santos que aguantan pacientemente y viven para Dios. Han guardado sus mandamientos y la fe de Jesús en los tiempos más difíciles, y van a ser copartícipes de la gloria suya.

Ahora una voz del cielo le manda a Juan que escriba: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor”. Nosotros empleamos a menudo estas palabras consoladoras en ocasiones de aflicción y, desde luego, tienen cierta aplicación en el tiempo presente. Sin embargo, “de aquí en adelante” obviamente da a la bendición un significado para el pueblo de Dios en otra época. Estos mártires han vivido y testificado en días de persecución sin paralelo y para ellos la muerte es una bienaventuranza que conduce al reposo eterno, el reconocimiento de sus labores y la aprobación divina.

El capítulo termina, como hemos visto, con una visión del Armagedón. Se ve como una siega y una vendimia, palabras que nos sugieren el pan y vino que tanto se menciona en nuestra Biblia. Es interesante que el pan se relaciona con la maldición cuando se menciona por vez primera y sola, Génesis 3.19, y de la misma manera el vino está vinculado con el pecado y vergüenza cuando se menciona por vez primera y sola, Génesis 9.21. Pero en la primera mención de los dos juntos, en el relato de Melquisedec y Abraham, el contexto es de bendición, Génesis 14.18. ¿Esta mención de siega y vendimia en Apocalipsis 14 es la última?

La siega de la tierra y la vendimia de la tierra se cosechan en juicio. Reconocemos que algunos lectores preferirán ver en la siega un paralelo con la prédica del Bautista sobre el trigo recogido en el granero. Ellos verán aquí una cosecha para bendición, y la vendimia como un escenario de juicio. Sin embargo, en el contexto, y conforme con Joel 3.1, vemos más bien un juicio sobre tanto Israel como las naciones, ambos ya acreedores del mismo.

 

Aquí hay la última mención del “Hijo del Hombre”. ¿Nos acordamos de la primera vez que encontramos el título en el Nuevo Testamento? Fue en Mateo 8.20; “El Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza” en un mundo que no le conocía ni le quería. Pero ahora aquella cabeza está adornada de una corona de oro; es el día de su manifestación. Conforme una nube lo llevó en Hechos 1, ahora una nube le presenta.

Es hora para la siega y la vendimia; el Señor meterá la hoz y pisará el lagar. En Isaías 63 Él viene de Edom y Bosra con vestimenta manchada de la sangre de sus enemigos a quienes ha castigado en ira, así como en Apocalipsis 19.13. La escena en Apocalipsis 14 es horrorosa. La sangre de la matanza alcanza los frenos de los caballos sobre un frente de trescientos kilómetros. Es aproximadamente la extensión de la Tierra Santa. Del Meguido, a través del Olivar, hasta Edom, nuestro Señor pisa el lagar para aniquilar a los enemigos de Dios. Es el Jehová fuerte y valiente de Salmo 24.

 

XVI.    Siete copas de ira

 

Hemos llegado ahora, en los capítulos 15 y 16, a la sección más espantosa del Apocalipsis. Se menciona la ira de Dios seis veces en los capítulos 14 al 16 y ya hemos leído de la ira del dragón, la ira de Babilonia y la furia de las naciones. Ahora estamos por ver la furia de la ira de Dios.

El capítulo 15 es preparatorio. Siete ángeles están en espera de la orden divina. Mientras esperamos, se nos permite otra vista del mar de cristal del cual leímos en el capítulo 4. En aquella vista el mar se asociaba con expresiones de la santidad de Dios: truenos, voces, relámpagos y lámparas de fuego. Pero aquí los santos están de pie y cantan sobre aquel mismo mar de cristal. En circunstancias tan espantosas ellos no tienen temor, porque el Cordero está allí; ellos se unen en la música celestial.

No se trata del “cántico de Moisés y del Cordero”, sino de dos cánticos: uno de Moisés y otro del Cordero. Hablar como si fueran uno solo sería cometer el error del monte de Transfiguración, “Hagamos tres tabernáculos”. No es permisible equiparar a Moisés con Cristo. El significado parece ser que el cántico de Moisés en Éxodo 15 era el primer canto registrado en las Escrituras y era de redención. El cántico del Cordero es el definitivo y eterno, y es también de redención. Desde el principio hasta el final Dios se ocupa de la redención de su pueblo. Es su propósito eterno, y cantaremos para siempre con los santos de toda época. Le adoraremos a él por lo que es y por lo que ha hecho, por sus hazañas y por su grandeza. Le adoraremos y le alabaremos, no sólo como el Dios de Israel, sino como el Rey de las naciones también (traducido el 15.3 como “Rey de los santos”).

 

El lugar santísimo se abre y salen los siete ángeles, vestidos de lino limpio y resplandeciente, ceñidos con cintos de oro y cargando copas de oro llenas de la ira de Dios. El templo se llena de humo, trayendo a la memoria Éxodo 40 e Isaías 6, y no se permite que hombre alguno entre hasta que Dios en su gloria haya llevado a cabo su propósito para las naciones.

Es de gran interés seguir los movimientos de estos siete ángeles, teniendo presente que siete otros tocaron las trompetas. No se debe dejar de percibir el paralelo entre estas dos series de juicios. La primera trompeta hace juego con la primera copa de ira; la segunda trompeta con la segunda copa; la tercera con la tercera; y así sucesivamente hasta que la sétima trompeta y la séptima copa nos conducen a la venida del Señor en gloria y el Armagedón. Si hay duda en cuanto a los sellos, no la hay en cuanto a las trompetas y copas: son concurrentes, y no consecutivas. Se trata de una doble contemplación de lo que sucede en un mismo lapso.

 

En el capítulo 16 los ángeles son despachados para realizar su terrible ministerio de juicio. Cuentan con una comisión divina, ya que la voz que les habla procede del templo. Su responsabilidad es dar efecto a la furia de Dios. Él está airado con las naciones. En estos tiempos del fin tenemos que distinguir entre la tribulación y la ira. Los santos pueden padecer tribulación, pero no son objetos de la ira divina, la cual está derramada con distinciones sobre los adoradores de la bestia.

El primer ángel vacía su copa de furia sobre la tierra; el segundo, sobre el mar; el tercero, los ríos. La cuarta copa se derrama sobre el sol, el quinto sobre el trono de la bestia y el sexto sobre el gran Éufrates. La última, la séptima copa, se vacía por el aire y en este punto culminante finaliza la serie de juicios. Debemos observarlos en mayor detalle.

El primer juicio trae una gran úlcera sobre los que llevan la marca de la bestia. Tal vez se trata de literalmente una llaga hedionda. Esa gente ha llevado la marca de la bestia y ahora tiene que llevar una impuesta por Dios, habiendo dado a la bestia el homenaje que le corresponde a Dios.

La segunda copa de ira trae consigo la muerte para el mar. En un simbolismo espantoso y repugnante, el mar se vuelve como la sangre coagulada de un cadáver. Muere la vida marina. Si el juicio es figurativo, significa el fin del comercio internacional; se estanca el flujo de bienes.

Con la tercera copa se contaminan los ríos y las fuentes de aguas. Es una amenaza contra la vida de hombre y bestia. Y si acaso alguien piensa que los juicios son severos, el ángel de Dios insiste que Él es justo en proceder así. Es, era y siempre será el Justo; sus juicios son acertados, y quienes los sufran, los merecen. En este caso es una retribución exacta e imparcial. Estos hombres han derramado la sangre de santos y profetas, y por lo tanto Dios vuelve en sangre su agua potable. Han matado a los siervos suyos, y Él mata a sus fuentes de vida. Otra voz agrega: “Tus juicios son verdaderos y justos”.

La cuarta copa aflige al sol; los hombres son quemados con fuego, pero todavía no se arrepienten. Aquí hay un principio invariable, que el castigo no cambia el corazón. En los dolores de su juicio a mano de Dios, éstos prosiguen en blasfemar su nombre.

Con el vaciamiento de la quinta copa se enfatiza este principio. Se arremete contra el trono de la bestia; su reino se oscurece y sus súbditos se afligen. Pero en todo su dolor y angustia, mordiendo sus lenguas en agonía, ellos siguen en su blasfemia contra Dios, rehusando arrepentirse.

Ahora aparece el sexto ángel. Su ministerio es el de caer sobre el gran río Éufrates, el cual se ha secado. Esta iniciativa abre paso hasta Israel para el rey del oriente, literalmente, el rey del sol naciente. Es llamativa la coincidencia con la sexta trompeta en 9.14 al 16. Allí también hay mención del Éufrates y hay un ejército de dos millardos de jinetes. (Es interesante observar que en este momento China se jacta de estar en condiciones de reunir un ejército de esta misma cantidad de personas).

Hay un resurgimiento del demonismo. Los hombres y sus líderes van a estar expuestos a ser poseídos por demonios, habiendo rechazado a Dios y su verdad. El dragón y la bestia, junto con el falso profeta, promueven esto y, a medida que el gran día se acerca, los ejércitos de la tierra están en movimiento. De repente, así como la venida de un ladrón, todo se acabará. Habrá santos, quienes velarán y andarán sin mácula en un mundo vil, y van a ser recordados por su fidelidad. Las naciones se juntan conforme al propósito divino en Armagedón, o Har Megido, “montaña de la matanza”.

Es ahora que se derrama por el aire la séptima copa y una voz truena del templo: “¡Hecho está!” Hay truenos, relámpagos y un terremoto. ¿Por qué no debe suceder esto literalmente? En una ocasión anterior se oyó un anuncio similar, cuando el Santo Expiador clamó a gran voz, “¡Consumado es!” La tierra había temblado en esa ocasión también; el templo terrenal se abrió y los hombres temblaron.

En esta ocasión, Babilonia es partida. Conforme ella ha bebido la sangre de santos y mártires, ahora está obligada a beber el vino del furor de la ira de Dios. Se mueven montañas e islas. Cae un granizo de piedras de hielo de hasta 50 kilos cada una. Pero los hombres persisten en su blasfemia contra Dios.

Queda realizado el ministerio de los siete ángeles, excepto que uno de ellos nos mostrará en cierto detalle el juicio de dos dobleces de la gran ramera Babilonia.

 

            XVII.     Babilonia en su primer aspecto

 

El capítulo 17 relata la suerte de la Babilonia religiosa y el siguiente la de la Babilonia mercantil. Es bien sabido que los tentáculos de la Babilonia religiosa se enredan en cada aspecto de la vida comercial.

Pero tal vez primeramente debemos identificar y definir a Babilonia, no cayendo en el error común de pensar que equivale a Roma. No hay duda de que si queremos una buena visión de Babilonia hoy por hoy, miramos a Roma. Pero Babilonia es más grande y más prepotente que el papado y el sistema papal.

Lo cierto es que tenemos que ir atrás a Génesis 10, a Babel y a Nimrod, un bisnieto de Noé. La esposa de éste —no nombrada en las Escrituras— ha sido llamada la gran sacerdotisa de la idolatría. Aparentemente el propósito era que Babel fuese Bab-el, “la puerta de Dios”, pero Dios sopló sobre el proyecto de suerte que llegó a ser Babel, “confusión”. Aquí tuvieron su origen los misterios babilónicos. Es la fuente de todo sistema idólatra y pagano que ha corrompido el mundo y plagado a Israel.

De Babilonia la religión misteriosa se extendió entre las naciones en derredor. La esposa de Nimrod era “la reina del cielo” y su hijo Tamuz —nacido de virgen, decía ella— era señalado como el redentor prometido. El culto de madre e hijo estaba asociado en todas partes con ritos místicos y secretos conocidos sólo a los iniciados. Babilonia es la cuna del sacerdocio de invento humano, el purgatorio, prostitutas como un elemento religioso, y un sinfín de sacramentos y fiestas.

Dentro de mil años el babilonismo era una religión mundial. Fue de entre esta corrupción que el llamado divino separó a Abram. Siglos más tarde Jezabel la trajo a Israel. La nación se corrompió hasta que, irónicamente, Dios llevó a su pueblo a Babilonia para limpiarlo del babilonismo. Hoy, el cristianismo y las naciones están fuertemente influenciados por Jezabel; “toleras a esa mujer Jezabel”, Apocalipsis 2.20. Los títulos y vestimentas del papismo y el clero son babilónicos, como también tantas de las ceremonias. El misticismo alcanzará su cenit después del arrebatamiento, hasta que, finalmente, sea destruido. En estos capítulos vemos su destrucción.

 

En este punto de la Revelación hay un cambio de ubicación, y es apropiado que Juan sea llevado al desierto. ¿Dónde mejor que en ese ambiente podría él ver la suerte final de aquello que por siglos ha corrompido la verdad? El ve a la mujer, la gran ramera, sentada sobre muchas aguas. Estas son los pueblos, 17.15, las naciones que han sido embriagadas por la atracción carnal de Babilonia.

A la vez, está sentada sobre la bestia. Los poderes gentiles del Occidente la han cargado y nutrido siempre. Está ataviada en escarlata y púrpura, tan lícitamente asociadas éstas con el papado y el Vaticano. Está adornada de tesoros mundanos: oro, plata y gemas. Su nombre desplegado es: “Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra”. Esta designación de madre la hace progenitora de abominaciones, llevándonos atrás a Génesis 10. Y, conforme ha embriagado a otros, ella misma está embriagada de la sangre de santos y mártires.

Es probable que después del arrebatamiento Babilonia será una fusión de todos los ismos bajo el sol; o sea, una iglesia realmente mundial. Por cierto, muchos de estos ismos ya están asistiendo como observadores a los congresos del Consejo Mundial de Iglesias.

Atónito, Juan debe contemplar ahora a la bestia, y es importante notar un ligero cambio de énfasis en cuanto a la relación entre éste y la mujer. En el 17.3 la mujer está sentada sobre la bestia, y se ha enseñado que esto indica que ella domina. No es así, aunque tal vez parezca así a primera vista y por mucho que ella haya pensado que así es. El lenguaje del 17.7 es diferente: “la bestia que la trae”. Ella no está dirigiendo, sino que él sagazmente la está llevando según su propósito.

Mientras ella esté acaparando los instintos religiosos de los hombres y organizando la religión mundial, la bestia la deja pensar que ella está a cargo de la situación. Pero veremos que tan pronto sea creada esta iglesia mundial, y los moradores de la tierra unidos en un esquema común de adoración, ella no le hace falta a la bestia. Ahora la adoración universal será dirigida a él, quien se sentará como Dios. La Babilonia eclesiástica es desechable.

 

Vimos en una sección anterior las siete cabezas del Oriente, que son un símbolo doble; a saber, de montañas y de reyes. Por cierto, puede haber aquí una alusión a Roma, la ciudad de las siete colinas. Pero hay más. Aquí hay siete montañas reales, siete imperios, siete reinos, y todos ellos nutridos por Babilonia. No satisface la explicación de que se trata de siete fases consecutivas de administración romana. Leemos que cinco han caído, y no parece que esta terminología se adapte a los pases de los cónsules romanos a decenviros, a tribunos, etc. Encontramos esta palabra caer de nuevo en el 18.2, “Ha caído la gran Babilonia”, donde se trata del fin de un régimen.

Más bien, estamos viendo una serie de imperios —montañas reales, como si fuera— que han llevado a Babilonia. En los días de Juan ya habían caído cinco, otro existía, y dos más estaban por aparecer. Tienen que ser Egipto, Asiria, Babilonia, Persia y Grecia, todos ellos desaparecidos cuando el Apocalipsis fue escrito. El sexto, Roma, estaba en el poder, y era la cabeza herida de muerte del 13.3.

Pero el mundo se asombrará cuando, bajo los diez reyes del 17.12, este Imperio Romano será resucitado. “El octavo” del 17.11 es este mismo imperio en su forma a la postre; a saber, bajo el control personal del dictador supremo, y no bajo los diez reyes como antes. Estos diez le van a ceder su poder. O sea, el octavo es el séptimo en su etapa final.

 

Al cabo de tres años y medio de sutileza y engaño, la bestia asumirá deidad y reclamará los honores correspondientes. “Se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”, 2 Tesalonicenses 2.4. Los césar lo han hecho antes. Él será el objeto de adoración universal. Satanás entra en él y le energiza, así como hizo con otro hijo de perdición según Juan 13.27, 17.12. La autoridad de los diez reyes pasa a este hombre e impera una oposición absoluta al Cordero. Pero a la postre el triunfo será de este Cordero y sus elegidos, ya que Él es Señor de Señores y Rey de Reyes.

Así, los diez cuernos destruyen a la Babilonia eclesiástica, que no hace falta. Es una ironía temible que este enemigo acérrimo de Dios y su verdad sea destruido por reyes que a su vez se oponen al Rey de Reyes. Esta sí es soberanía, cuando Dios pone en sus corazones llevar a cabo lo que Él dispone. La ramera será quemada en su vergüenza, y la palabra de Dios cumplida cabalmente.

 

Pero, queda otro lado de Babilonia, es el comercial en toda su corrupción. Es otra historia —la del capítulo 18— la cual nos prepara para el advenimiento del Rey en su gloria.

 

 XVIII.           Babilonia: la caída definitiva

 

En Apocalipsis 18 leemos de la caída de la Babilonia comercial y social. Ella se percibe en este libro como una mujer y como una ciudad, así como los redimidos son vistos en estas dos formas en el capítulo 21.

Los reyes se han regocijado al ver la caída de la Babilonia eclesiástica, pero les conviene que la mercantil sea guardada con vida. Por cierto, parece que, una vez eliminado su aspecto religioso, ella se reviste de aun más impiedad. El 18.2 dice que abriga demonios, espíritus inmundos y toda ave aborrecible. Tanto mercaderes como monarcas llenan sus cofres con sus lujosas abundancias. Los santos de aquellos tiempos, como los de nuestros días, deberían guardarse en separación de todo lo babilónico.

Sus pecados alcanzan al cielo, 18.5, y posiblemente hay en esto una alusión a Génesis 11 y la torre de Babel. Así como ladrillo sobre ladrillo, ella acumula abominaciones, y así como Dios juzgó aquélla de la antigüedad, Él va a juzgar a esta Babel también.

Cuán diferente a la verdadera Iglesia es esta Babilonia. “Yo estoy sentada como reina”, se jacta ella, “y no soy viuda”. Al Amado no le hace falta; vive deliciosa y carnalmente sin él, pero de repente el Señor Dios la pondrá en lamentación, hambre y muerte. “Será quemada con fuego”, 18.8. Babilonia quemó a Jerusalén y ahora ella será quemada. “Pagaré a Babilonia y a todos los moradores de Caldea, todo el mal que ellos hicieron en Sion delante de vuestros ojos, dice Jehová”, Jeremías 51.24. Los reyes, mercaderes y navegantes claman, “¡Ay, ay!” Pero pronto escucharemos cuando los cielos resonarán con “¡Aleluya, aleluya, aleluya y aleluya!” 19.1 al 6.

La Babilonia mercantil negocia en no menos de veinte y ocho renglones, 18.12,13. Son de siete categorías: piedras preciosas y metales, telas y materiales, muebles y naves; perfumes y especias, bienes suntuosos, ganadería y transporte, y finalmente las almas de hombres. Desconoce el sentimiento; los cuerpos y almas humanos son para ella una mercancía a la par de los animales y metales. Así es el carácter de ese gran sistema aun en nuestros días.

Pero ahora en el 18.14 aparece una expresión que va a figurar varias veces: “Nunca más”. Se acabó el fausto. El Rey viene. En una hora su grandeza está arruinada, objeto de justicia divina. ¡Y qué vocabulario! Cenizas, lloro, lamento, derrumbe, silencio espantoso.

Un ángel arroja al mar una gran piedra de molino, símbolo de la destrucción de la gran ciudad, “y nunca más será hallada”. Música, nunca más; industria, nunca más; familia, nunca más. Hace contraste con los no de los capítulos 21 y 22: no habrá muerte, no habrá maldición, etc.

 

Es el fin de una Babilonia que ha matado a los profetas y pueblo de Dios a lo largo de siglos y ha engañado a las naciones por sus hechicerías. Y con esto llegamos al
capítulo 19.

Aleluya se compone de hallel, alabanza, y jah, una forma del divino nombre Jehová. O sea: Alabe a Jehová. Es interesante que estos aleluyas de 19.1 al 6 sean las únicas en el Nuevo Testamento, y que haya cuatro en fila. ¿Por qué? Indudablemente hay ocasión y lugar para un Aleluya. Algunos creyentes van a un extremo y emplean el término sin sabiduría y fuera de contexto; otros de nosotros somos muy conservadores y nos frenamos en demasía. Felices las ocasiones cuando hay oportunidad legítima de soltar corazones llenos y entonar “El poder de su virtud ¡Aleluya!”

Aquí en Apocalipsis 19 nuestro Nuevo Testamento está por concluirse. Cuatro Evangelios no incluyen un Aleluya, ni un libro de historia lo hace. En veintiuna epístolas inspiradas de mano de los apóstoles tampoco encontramos la exclamación. Pero ahora la encontramos cuatro veces en seis versículos, y volvemos a preguntar por qué. La respuesta es sencilla y hermosa; ¡viene el Rey! Viene para ser vindicado y entrar en lo suyo.

Los cuatro están divididos apropiadamente. Los primeros tres tienen que ver con la destrucción de Babilonia y el cuarto anuncia la venida del Rey. Mucho pueblo y una gran voz, junto con el primer Aleluya, atribuyen salvación, honra, gloria y poder al Señor que ha juzgado a la gran ramera. Gloria, honra, poder: ¡precisamente lo que Babilonia proseguía con sus abominaciones, y resulta que son de Dios! Él se ha glorificado y ha vengado la muerte de sus mártires.

Pero no es sólo que Babilonia haya sido juzgada, sino que es “por los siglos de los siglos”. Es un castigo eterno. Babilonia no volverá a levantarse, y por esto un segundo Aleluya.

Ahora participan los veinticuatro ancianos, y también los cuatro seres que habíamos encontrado en el capítulo 4. El cielo vibra de alabanza. Como ya hemos visto, los tres Aleluya del cielo son la respuesta divina a la triple lamentación de la tierra.

Para el cuarto, se unen todas las voces celestiales. “¡La voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas!” El cielo está de júbilo; ¡viene el Rey! El Señor Dios Todopoderoso reina, y en su advenimiento será acompañado de su Esposa y de los ejércitos del cielo. Las bodas ya se realizaron y por delante está la fiesta nupcial.

Pero primeramente habrá el Armagedón, el Olivar, Edom y el triunfo.

 

XIX.     El Rey

 

Es importante distinguir entre las bodas del Cordero y la fiesta de las bodas. Aun en nuestro tiempo y cultura son eventos distintos, aunque relacionados. En culturas orientales eran más distintos, y debemos tener esto en cuenta al leer Apocalipsis 19.

“Han llegado” las bodas del Cordero, 19.7. O sea, se trata de una realidad, un hecho consumado. En la ocasión del tribunal de Cristo la Esposa se ha aparejado y está vestida hermosamente de las acciones justas de los santos. Mientras esperaba la llegada del Esposo que nunca había visto, ella estaba ocupada en tejer las vestimentas de lino fino, limpias y resplandecientes, que lleva ahora. En plena concordancia con la costumbre oriental, Él ha venido por ella y la ha llevado a la casa paterna. Aquí, en la paz y tranquilidad de aquella casa, se ha efectuado la ceremonia matrimonial. Sigue entonces la cena, y para esta ocasión gloriosa esposo y esposa se presentan juntos. Una vez congregada la muchedumbre de huéspedes, todos procederán juntos a festejar la unión celestial.

En la manifestación del Esposo real, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento será resucitado. Ellos han descansado en espera de este momento. “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna”, Daniel 12.2. Un remanente sobre la tierra ha esperado también, ilustrado en diez vírgenes en Mateo 25.1. Y ahora el clamor: “¡Aquí viene el esposo!” Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero; 19.9. Obsérvese: “del Cordero”. El regocijo de las bodas y de la cena es posible sólo por Gólgota.

 

Dos veces en el Apocalipsis un ángel le restringe a Juan: aquí, y en 22.8,9. Los ángeles son apenas consiervos de nuestros hermanos y de los profetas. La adoración es para Dios.

Ahora el cielo se abre; ha llegado el momento del advenimiento. Es llamativo el paralelo entre Juan 19 y Apocalipsis 19. Del primero podemos tomar palabras que sirven bien como título al segundo: “¡He aquí vuestro Rey!” Pero en Juan 19 el Rey está rechazado; Él lleva una corona de espinos y un manto de escarlata. En su mano tiene como cetro una caña, y las rodillas dobladas delante de él son gesto de escarnio. Es un rey que ha entrado en la ciudad montado sobre un asno, con pocos discípulos y una cruz de madera. Pero ahora en Apocalipsis vemos a un Rey vindicado: vestimenta real, muchas diademas, un caballo blanco, un vara de hierro y los ejércitos celestiales como escolta.

Su título es Fiel y Verdadero; lo ha sido siempre, pero este título hace recordar especialmente los años de su ministerio terrenal. En fidelidad y verdad Él enseñó al pueblo y manifestó a Dios. Pero le rechazó la nación a la cual había venido; los constructores no tenían en sus planos algún lugar para esta Piedra. Ahora viene de nuevo; este mismo Fiel y Verdadero va a juzgar y guerrear.

Así como en el capítulo 1, sus ojos son como llama de fuego en discernimiento infalible; Él será imparcial en juicio. Diademas le adornan y lleva un nombre que ningún otro puede conocer. Pero tiene otro también, y es El Verbo de Dios. Las palabras comunican pensamientos, y Cristo es la expresión, la Palabra, el Verbo de Dios que le hace conocer. Todo lo que Dios tiene que decir al hombre, lo ha dicho en Jesucristo. Los hombres rechazaron aquel Verbo, pero vendrá de nuevo. Dios hablará solamente a través de Cristo.

Su vestidura está bañada de la sangre de sus enemigos. “He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas. Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado”, Isaías 63.3,4. Cabalga en triunfo. Encontramos de nuevo la espada aguda del capítulo 1 y la vara de hierro del capítulo 2, y él aplastará a sus enemigos como uvas exprimidas en un lagar. Es el espíritu de Salmo 2; El que mora en los cielos reirá.

Ha llegado el Rey de Reyes, y es a la vez el Señor de Señores. Una vez murió en oprobio y se le tildó “El Rey de los Judíos”. ¡Y lo era! De Israel también: “Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”, Juan 1.49. Y de las naciones: “Señor Dios Todopoderoso … Rey de los santos*”, Apocalipsis 15.3; y de la gloria, “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas … y entrará el Rey de gloria”, Salmo 24.7. Él es el Príncipe de Paz, Isaías 9.6, y de Vida, Hechos 3.15, y ahora el Rey, el Señor.

* “Rey de los siglos” en la Versión Moderna; “Rey de naciones” en la traducción de Besson.

 

Un ángel guarda vigilia en el sol; el día ha amanecido, y se invita a otra horrorosa cena. Se convoca a las aves carnívoras a venir a prepararse para la gran cena de Dios. Es la cena de juicio. Dios había provisto una cena en una ocasión anterior, una cena de salvación para hombres que la rechazaron. “Venid”, había dicho, pero ellos no vinieron. Él pone otra cena, y los que han rechazado la invitación a la primera, caen víctimas de las aves del cielo. Reyes y capitanes, poderosos y otros, caballos y jinetes, libres y esclavos, pequeños y grandes; la lista trae a la memoria el 6.15. Por cierto, si los sellos, trompetas y copas son concurrentes —como hemos sugerido— esto es lo mismo que el capítulo 6.

Los gobernantes de la tierra entran en un pacto nefasto. La bestia está aquí, del Occidente; los reyes del Norte, Sur y Este también. Ahora no se oponen entre sí, sino colaboran. Juntos ellos van a hacer guerra contra el pequeño Cordero. En Meguido está preparado el escenario para el encuentro más espantoso de la historia, pero no será prolongado.

El rey ha venido al Olivar para partirlo en dos. “En aquel día, dice Jehová, heriré con pánico a todo caballo, y con locura al jinete; mas sobre la casa de Judá abriré mis ojos, y a todo caballo de los pueblos heriré con ceguera”, Zacarías 12.4. Ha formado un valle como vía de escape para su pueblo sitiado. A muy poca distancia del pueblo de su niñez, Nazaret, Él será el Triunfante del Armagedón.

La bestia cae preso junto con su colaborador, el falso profeta. En el Antiguo Testamento dos hombres, Enoc y Elías, subieron vivos al cielo. Aquí dos hombres son lanzados vivos al lago de fuego. Sus ejércitos quedan aniquilados; la batalla ha terminado. Las aves de rapiña se sacian de los cadáveres de aquellos que se alzaron contra el Señor y contra su Ungido.

Tremolando se divisa el marcial pendón,
y se escucha de las trompas el guerrero son.
En el nombre del que viene, fuerte Capitán,
rotos nuestros enemigos todos quedarán.
Sin descanso ruda sigue la furiosa lid;
¡Oh amigos! ya cercano ved nuestro Adalid.
Viene el Cristo con potencia a salvar su grey.
Camaradas, ¡Alegría! ¡Viva nuestro Rey!

 

XX.     El juicio final

 

En el capítulo 20 encontramos juicio más que todo. Aunque hay no menos de seis alusiones a los mil años que llamamos el milenio, son sólo alusiones y no una exposición de las glorias de aquella época. Los profetas y salmistas ya habían expuesto la materia, y ella no es tema del Apocalipsis.

Hay tres escenas de juicio, o quizás cuatro. > Primeramente hay un juicio preliminar, interino del diablo. > Segundo, el juicio por fuego de la gran sublevación contra el Rey, al final de los mil años. > Tercero, tenemos la suerte eterna de Satanás. > Y, hay también el juicio de los impíos muertos, ante el gran trono blanco.

 

Ya hemos visto que la bestia y el falso profeta han sido lanzados al lago de fuego, pero no será sino después de mil años que el diablo les va a acompañar. Le quedan a Dios propósitos por cumplir primero. Satanás será atado con cadena y consignado al pozo sin fondo, el abismo. Vemos aquí la inutilidad y falacia de una interpretación literal de este libro del simbolismo. ¿Un ser-espíritu atado literalmente con una cadena? No puede ser. Así de ridículo sería también buscar alguna ubicación geográfica para el abismo. No cabe duda de que el simbolismo enseña simplemente que el diablo será guardado inmóvil hasta que Dios haya realizado ciertos propósitos suyos.

Se ve también lo absurdo de un amilenialismo que enseña que Satanás está atado en la actual dispensación de la gracia. Este arresto tiene lugar en la llegada del Rey. Hasta ese entonces el archiengañador prosigue en su voracidad, y se nos recuerda de esto en los cuatro términos empleados para describirlo. > Dragón > serpiente > diablo > Satanás. Figuran aquí en la misma secuencia del capítulo 12, como si fuera para dar a entender que el juicio que le corresponde es consecuencia de su derrota en aquel capítulo. Sin duda hay un vínculo.

Es el dragón, cruel y monstruoso. Es la antigua serpiente, sagaz, astuto como en el Edén. Es el diabolus, el Diablo, injuriador y acusador de Dios y del pueblo de Dios. Es Satanás, el adversario, cual enemigo declarado y acérrimo. Cuán triste es traer a la memoria que en un tiempo era el querubín ungido, lleno de sabiduría y hermosura, pero alzado en soberbia y ahora destinado a la destrucción; Ezequiel 28.12 al 19. Lucero, estrella brillante, será derribado al Seol; Isaías 14.12 al 16. Pero mientras tanto será guardado en el abismo; el mundo del cual ha sido príncipe a lo largo de tanto tiempo, disfrutará del gobierno y reinado del Mesías.

 

El 20.4 no sigue en secuencia de tiempo al 20.3. A Juan se le da una visión de las tres clases de santos que vivirán y reinarán con Cristo. “Se sentaron … los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen …” > Hay los que él ve como entronizados ya. Esto lo anhelamos nosotros. > Juan ve también las almas de aquellos que dieron sus vidas por fidelidad a Cristo durante los eventos espantosos de los capítulos precedentes. Los ve resucitados para reinar. > Y, ve a aquellos que habían desafiado a la bestia, negando recibir su marca y adorar su imagen, y que vivieron fieles a la Palabra de Dios.

Los tres grupos viven y reinan, y así concluyen las varias etapas de la primera resurrección. De ésta Cristo ha sido primicia. Luego hay la resurrección de los creyentes que constituyen la Iglesia, su cuerpo. Prosiguiendo, hay la resurrección de los santos del Antiguo Testamento, quienes vuelven a vivir en la llegada del Rey. Finalmente, hay aquí los santos y mártires de la semana setenta y los días de la gran tribulación. Los muertos incrédulos no serán resucitados hasta después de los mil años; 20.12.

Realmente no es honesto ni lógico introducir aquí dos clases de vida, o dos tipos de resurrección: uno espiritual y otro físico. Los amilenistas lo hacen, para apoyar la idea de una resurrección amplia de todos los difuntos en una misma ocasión. Está afirmado claramente que hay dos resurrecciones, una de los justos y otra de los injustos, con un lapso de mil años entre ellas. La primera es “de entre los muertos” y la otra es para que los incrédulos se presenten para juicio. Cosa bienaventurada es participar en la primera, y para las tales personas la segunda muerte no guarda terror. Pero para los demás, lo que está por delante es el lago de fuego.

 

Ahora nuestros pensamientos se enfocan sobre el final de los mil años de administración mesiánica. Satanás será desatado. (¡Un problema amilenario! Si es ahora que va a ser atado, ¿qué es eso de que él será suelto? Muchos amilenarios admiten que encuentran un problema aquí).

¿Por qué soltarlo en esta ocasión? Una razón debe ser para demostrar la corrupción inalterable del corazón humano aparte de la gracia de Dios. Hemos observado que los juicios sin precedente de capítulos anteriores no alteraron la naturaleza humana ni resultaron en arrepentimiento. Tampoco lo harán la dicha, gloria y prosperidad del reinado del Mesías.

Una vez suelto el diablo, se presentarán desde los cuatro vientos de la tierra multitudes dispuestos a obedecer su llamamiento. Son prole de los santos que entraron inicialmente en el reino (“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”, Mateo 25.34). El haber experimentado la gloria no les ha cambiado; tan sólo una obra de gracia los puede ayudar.

Se congregarán para responder al llamado de Satanás, numerosos como la arena del mar. Se trata de una última insurrección contra el Señor y su Ungido. Gog y Magog de una época de tribulación anterior —Ezequiel 38 y 39— eran tan sólo un prototipo de esta sublevación. Esta gente rodea la ciudad amada, la Capital. Pero en un momento se acaba todo; fuego del cielo los devora.

El diablo cae preso y es lanzado al lago de fuego, donde ya están la bestia y el falso profeta, para un tormento que no admite alivio. El juicio continuará “por los siglos de los siglos” —a saber, “hasta las edades”— la manera más enfática que el griego conoce para expresar el concepto de la eternidad. Perdura, jamás cesa, tan sempiterna como el Dios que el incrédulo rechaza.

 

Ahora el último tribunal, el juicio de los impíos difuntos. El trono es “grande”, ¡y por cuántas razones! Reflexionemos en la grandeza del Juez, la cuantía de los reos, la enormidad de los cargos en su contra. El trono es “blanco;” todo es santidad y pureza. Los muertos están congregados sin parcialidad, pequeños y grandes, sin distinción de personas. No hay escape; tierra, mar y hades entregan sus prisioneros; todos tiene que someterse al proceso. La evidencia no admite disputa.

El libro de vida que se abrirá es sin duda el libro del Cordero, aunque este título no figura aquí. Solamente aquellos que viven por la muerte del Cordero pueden escapar sentencia ante este tribunal. Se abre el libro de la vida, no con miras a buscar nombres en él, sino para demostrar que la razón de que uno comparezca ante este tribunal es que no ha habido un vínculo salvador con el Cordero inmolado, el Varón del Calvario. Es un registro de aquellos que descansan para salvación en solamente la sangre suya.

Los diversos grados de juicio* habiendo sido determinados con certeza celestial, y conforme con lo que cada cual haya hecho, todos son lanzados al lago de fuego. (* “Os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti”, Mateo 11.22.24). No hay escape ni hay fin. Cuán agradecidos debemos estar eternamente por el Cordero que llevó el castigo por cuenta nuestra.

Sin Jesús hay sólo noche oscura, miserable, triste soledad.
¿Qué sería morar en la negrura sin alivio por la eternidad?

 

XXI.    La ciudad santa

 

Sería deshonesto dejar de confesar que hay muchas dificultades esparcidas entre las hermosuras de los capítulos finales del Apocalipsis. Sin embargo, sería un error dejar de percibir las hermosuras a causa de una indebida ocupación con los problemas. Intentaremos un equilibrio, enfrentando las dificultades a medida que veamos las glorias.

 

De que los ocho primeros versículos del capítulo 21 traten del estado eterno, es muy claro. De eso no puede haber duda. Ha terminado el juicio final. Los cielos y tierra viejos han pasado y con ellos el gran turbado mar de las naciones inquietas. Todo es nuevo, y a Dios le complace morar con los hombres. No es ahora cuestión de un pueblo de Dios entre la humanidad, sino que todos son pueblo suyo; Él mora con ellos y es su Dios.

La ciudad santa está aquí, eternamente en frescura hermosa. Fluye sempiternamente una fuente del agua de la vida, y han desaparecido las lágrimas junto con la muerte y angustia. El que está sobre el trono es el Alfa y Omega; los propósitos del principio y del fin se han realizado, dando lugar a una gloria que jamás será perturbada de nuevo.

En cuanto al incrédulo cobarde, el abominable y el homicida, el inmundo y el idólatra, el mentiroso y el hechicero, ellos han sido purgados para siempre de la creación de Dios, para morir una muerte que nunca muere en el lago de fuego.

 

En el capítulo 17 un ángel, de entre los siete que cargaban copas de ira, le había mostrado a Juan la mujer y la ciudad que eran Babilonia. Ahora un ángel de entre los mismos siete le va a mostrar la esposa y la ciudad que es la Nueva Jerusalén. Tal vez sea aquí que encontramos el primer problema en estos capítulos hermosos. ¿Hay ahora, en el 21.9, una retrospección? ¿Es que se vuelve atrás al milenio, o se prosigue con el tema de los ocho primeros versículos? O, ¿es irrelevante ocuparnos con esta duda? Quizás sí hay una retrospección, y quizás sí vamos a ver la ciudad en relación con el milenio, pero si la gloria de la ciudad es eterna de todos modos —y lo es— ¿la interpretación queda muy afectada por las dudas que surgen? Veamos esa gloria.

Observemos que la esposa es aquí la “del Cordero”. Ella ha estado asociada con aquel que sufrió y fue rechazado, pero los días de su repudiación ya han pasado; en compañía del Cordero en su gloria la esposa es tan radiante como una piedra de jaspe, transparente como el cristal.

Sin embargo, tenemos que preguntar qué, o quién, es esa ciudad / esposa. ¿Es un lugar? ¿Es la Iglesia? ¿Solamente la Iglesia? ¿O hay en realidad una medida de todos éstos en esa magnificente visión final? Tomamos en este escrito la posición de que hay de veras un lugar donde moran los santos, y que la gloria de aquel lugar y de su pueblo se asocian a tal punto que ver el uno es ver el otro. Aquí hay una ciudad y una ciudadanía; una morada y un pueblo; una esposa en casa.

Pero si bien contemplamos la esposa, hay otros santos también en la sociedad celestial. Abraham esperaba semejante ciudad y con él otros que eran peregrinos aquí abajo. Murieron no habiendo recibido las promesas. Resucitados en cuerpos de gloria ahora en Apocalipsis 21, difícilmente pueden tener un morada en la tierra. Sus nombres están aquí en las puertas de la ciudad, en asociación cercana con la esposa.

 

La ciudad tiene longitud, anchura y altura. Es difícil afirmar si es un cubo o una pirámide. La simetría de un cubo no admite ser sobrepasada; comoquiera que se ve, es lo mismo. Si se trata de un cubo, su tamaño es enorme: aproximadamente 2400 kilómetros en cada dimensión. Se ha estimado que tan sólo la superficie abarcaría Gran Bretaña, Francia, España, Italia, Alemania y buena parte de Rusia. En lenguaje de Éxodo 3.8, “una tierra buena y ancha”.

Obsérvese cómo están ubicadas imparcialmente las puertas: tres en cada lado. Son de perla; cada puerta es una sola perla. Este solo detalle hace ver que la descripción de la ciudad es simbólica o figurativa. Puede haber una ciudad como tal, pero la descripción es simbólica. Toda perla es producto de un costado herido, nacida en sufrimiento. Es gracias al Calvario que esta ciudad tiene puertas de acceso.

 

 

¡Jerusalén celeste! Visión de paz dichosa,
de Cristo santa esposa, radiante de esplendor.
Su fábrica es divina; son vivos sus sillares,
y ángeles millares la ciñen en rededor.

Ciudad del rey eterno, de perlas son sus puertas
continuamente abiertas al mísero mortal.
Y en su recinto moran los que por fe se elevan
y el sello augusto llevan del Verbo celestial.

Felices moradores allí perenne canto
profieren al Dios Santo que de ellos se apiadó.
Y honor y gloria entonan al ínclito Cordero,
que amante en el madero por ellos se ofreció.

Al mismo Cristo amamos,
y al mismo Dios servimos
los que por fe vivimos ansiando allí volar.
Y pronto gozaremos, pasando sus umbrales,
las dichas eternales del suspirado hogar.

 

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La pared es de jaspe y las bases están salpicadas de piedras preciosas. La impresión común es que la calle y la ciudad son de oro y cristal. Hay hermosura sin par y riqueza incalculable. No hay templo; Dios requiere de tal cosa solamente donde hay pecado. En un mundo pecaminoso Él se presentó en un santuario en medio de su pueblo, pero aquí en la ciudad no hay nada que contamine y por ende no hace falta un santuario. Dios mora con su pueblo.

Tampoco hacen falta sol, luna o lámpara. Ni una luz creada ni una artificial se requiere ahora. Hay gloria aquí, la gloria de Dios y del Cordero, que son la luz de aquel lugar celestial. Los salvos de las naciones andarán en el resplandor de aquella luz, no sólo en el milenio sino en la eternidad también, y la gloria de reyes terrenales quedará pálida en comparación.

Las doce puertas están abiertas permanentemente, ya que de día están abiertas y no hay noche. Pero aun así nunca entrará lo que contamine. Se excluye aquí las cosas abominables que en otros tiempos perturbaron el reposo de Dios, todo asegurado por la cruz. El registro de la ciudad es el libro de vida del Cordero.

De manera que no hay maldición, mar, dolor, tristeza, llanto, lágrimas, noche, luna, lámpara ni templo. Será gloria, hermosura, luz y amor. Es de veras la Nueva Jerusalén, la ciudad santa, una gran ciudad. Es nuestro hogar.

 

 XXII.             Visiones concluyentes

 

Hemos llegado al capítulo final, el 22, de las revelaciones en un libro que es todo revelación. Es un capítulo de gran variedad; hay gloria y pesar, bendición y advertencia, promesa y oración.

Después del libro de la vida en el 21.27 se nos presenta ahora el río de la vida y el árbol de la vida. Todo es vida aquí, ya que no existe la maldición que trajo la muerte en sus diversas formas. El río de cristal nace en el trono de Dios, donde se reconocen plenamente los derechos divinos. Es muy llamativo el hecho de que en las últimas de estas visiones el trono sea el “de Dios y del Cordero”. La muerte del Cordero vindicó aquel trono y aseguró la vida en el estado eterno. Dios y el Cordero están entronizados y en nuestra última vista de aquel Cordero, Está sentado sobre el trono.

El árbol de la vida es un término colectivo; no debemos intentar visualizar un árbol solitario. Si decimos, por ejemplo, que el árbol de tal y tal fruto crece bien en cierto suelo, queremos decir ese cierto tipo de árbol prospera. Así es aquí; en esta visión el árbol de la vida florece en abundancia por la calle, el río, a este lado y al otro, y produce su abundancia de fruto sin falta cada mes.

Las hojas de aquel árbol son para la sanidad de las naciones. No para dar salud al enfermo, ya que no hay tal cosa. Son hojas que imparten salud, de tal manera que los males de otros tiempos jamás vuelvan a presentarse. Se ha ido la maldición con todas sus malvadas consecuencias.

Sus siervos le servirán; no en faenas arduas, sino en servicio de buena y feliz voluntad. Si son hijos, esto no impide servicio, porque aun aquel Bendito era un Hijo-Siervo. Le contemplaremos en el gozo de aquel servicio, viendo sin impedimento el rostro de Aquél a quien hemos amado sin haberle visto. Contemplándole, su semejanza nos será impresa, porque su deseo es que su nombre esté en nuestras frentes.

En aquel lugar glorioso la luz no mengua y el día no termina. Pero es una luz divina, independiente de sol o lámpara. Es el Señor Dios que alumbra.

 

Así como Cristo mismo, las palabras dadas a Juan son fieles y verdaderas. Son las del Dios de los profetas, quien por tanto tiempo habló a los hombres por medio de hombres, dando a saber su mente, pero ahora ha venido la consumación. Bienaventurado el hombre cuya vida sea ordenada por las palabras de profecía.

Por segunda vez —véase el 19.10— Juan se postra para dar homenaje a un ángel. De nuevo se le recuerda que aun los ángeles son apenas consiervos. La adoración es para Dios solamente.

Ahora el tiempo está cerca. Se les da el libro, no sellado aún, a hombres, y los hombres serán juzgados conforme a su respuesta, o falta de ésta, a la revelación de Dios. La venida del Señor fijará los destinos de los santos y de los impíos también. Felices aquellos que, cuando Él venga, se encuentren con vestiduras blancas, ya que ellos tienen derecho al árbol de la vida y la gloria, y todo afuera es inmundicia y pecado.

El Alfa y Omega del 22.13 es el Jesús del 22.16. Todos los propósitos de Dios, el principio y el fin de ellos, están en Él, quien es la raíz y el linaje de David por cuanto vino después de David y de la descendencia suya, y cuando vino, fue a la ciudad de David. Pero aquí no es el Sol de Justicia, sino la Estrella de la Mañana. La Iglesia le espera en este carácter, pero no así será conocido a Israel ni a las naciones.

Aguardando su venida, nos fijamos en el horizonte y clamamos, “¡Ven!” Es la voz del Espíritu en la Esposa. No es una invitación evangélica, como la que encontraremos en un momento. Es el clamor de una Iglesia en la expectativa a su Señor ausente: “¡Ven!” Que se una al clamor cada santo que escuche. Pero mirando en derredor, pensamos en otros. ¿Queda todavía un alma sin Cristo? ¿Un alma sedienta? Que venga la tal persona; que tome libre y gratuitamente del agua de la vida que está a su alcance ya.

 

Resuena ahora la última advertencia en nuestra Biblia. Que ninguno se meta con el tomo inspirado; que nadie se atreva a añadir a o quitar de lo que Dios ha escrito de ello. Si uno lo intenta, Dios añadirá a su juicio y le negará parte en la vida de aquella ciudad.

Sigue la última promesa de las muchas que tenemos en los sesenta y seis libros de las Sagradas Escrituras. Esta última, tan dulce que es, reza: “Yo vengo pronto”. Que cada uno de nosotros esté en condiciones de participar sin reserva en la oración final de las Escrituras: “Amén; sí, ven Señor Jesús”. Que seamos destetados de lo terrenal, dispuestos a dejarlo en cualquier momento, que gustosamente nos unamos con Juan para exclamar: “Sí, ven, Señor Jesús”.

¡La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos ustedes!

Y cuando estemos salvos en su reino celestial,
jamás nos cansaremos de servir al Salvador.
Gozosos alzaremos nuestro cántico triunfal,
y de arpas mil los ecos subirán en su loor.

 

 

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