Una introducción al islám | Demasiado difícil | El Dios verdadero y el Alá del islám (#516)

Una  introducción  al  islám

Demasiado difícil

El  Dios  verdadero  y  el  Alá  del  islám

 

Una  introducción  al  islám

 

Dennis O’Hare, Francia

Truth & Tidings, 2006

 

 

Una declaración inicial y muy importante es que el islám* como sistema religioso estructurado es total y enteramente anti cristiano. El cristianismo no tiene puntos en común con una religión que proclama que son blasfemias la Deidad, el parentesco divino de Cristo y su muerte expiatoria. Se ha dicho que el islám es la religión más peligrosa de todas en lo que se refiere a la verdad del evangelio.

* En esta traducción se emplea adrede la i minúscula para islám, los diccionarios no obstante. Si aun cristianismo se escribe con minúscula, ¿bajo qué razonamiento amerita islám una mayúscula?

Pablo nos hace recordar que “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”, Efesios 6.12, y se puede describir las doctrinas islámicas sólo como maldad espiritual.  A lo largo de más de catorce siglos el islám se ha establecido como una civilización religiosa, cultural y política que guarda a centenares de millones en servidumbre.

Las posturas políticas de la cristiandad – la parodia diabólica del legítimo cristianismo – sirven para impulsar aun más la agresividad del islám. Por cuanto el islám es político, el musulmán presume que el creyente en el Señor Jesucristo debe ser identificado con los líderes políticos “cristianos” del mundo occidental, y es esencial que el cristiano se disocie totalmente de las declaraciones y decisiones de los religiosos y políticos en lo que se refiere al islám.

En los ojos de Dios hay solamente dos clases de personas: los salvos y los no salvos. Los últimos incluyen individuos sanos que leen la Biblia y asisten a una iglesia, pero no se han sujetado al evangelio ni han recibido la gracia de Dios. Entre estos inconversos hay también musulmanes sin vicios que leen el Corán, asisten con regularidad a la mezquita y cumplen con los requisitos  de su  religión. Esta religión no ofrece confianza alguna en cuanto a la vida eterna. El musulmán más fervoroso y sincero sólo puede esperar encontrar un lugar en el cielo, sin la confianza de que lo tendrá. Ambos grupos tienen que nacer de nuevo. El que se llama cristiano, al no ser salvo, no puede invocar la ayuda de Dios contra el islám porque él también es enemigo del evangelio.

Lo que sigue tiene el solo fin de ayudar a los cristianos a entender el islám y la razón por la lealtad de cualquier musulmán a una religión que tiene cautivos a vastas multitudes. Lo escrito no pretende suministrar argumentos críticos sino ayudar a comprender el modo de pensar de un musulmán y la presión intensa que su religión ejerce sobre él.

La salvación es la obra soberana del Espíritu de Dios, quien lleva el inconverso a la convicción del pecado y la fe en Cristo. Aquellos que tienen trato con musulmanes descubrirán que sus conceptos de Dios, la sociedad y el prójimo son totalmente desconocidos para aun el cristiano nominal. Hay la tentación de encontrar puntos de común acuerdo y buscar en el Corán características que podrían ayudar en el diálogo. La religiosidad intensa del musulmán vendrá como una sorpresa. Su disposición de hablar acerca de temas espirituales contrasta con la gente del materialista mundo occidental.

El musulmán practicante es articulado y agresivo, y su postura es una de superioridad sobre el cristianismo. Él pondrá en orden una batería de argumentos para probar que el evangelio cristiano ha sido superado por el mensaje islámico. Si usted intenta “compartir su fe” con él, tendrá la sorpresa desagradable de que él quiere compartir la suya con usted.

No hay terreno que compartir, como tampoco lo hubo cuando Pablo predicó en ciudades como Éfeso y Corinto. Cuando un musulmán se salva, es porque ha visto que su religión está en bancarrota y ha descubierto el perdón de pecados por fe en Jesucristo. No puede y no debe arrastrar algo de su vida pasada, como tampoco podían los tesalonicenses que se convirtieron “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo”. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”, 2 Corintios 5.17.

Se han escrito tomos sobre cómo testificar a los musulmanes, qué se debe decir y no decir, cómo ganar su confianza, etc., pero no obstante todo esto, el muy reducido testimonio en tierras islámicas a lo largo de los siglos confirma que estamos ante una religión que apaga ferozmente cualquier luz tenue del evangelio. Los creyentes en aquellas tierras precisan de ayuda y estímulo de parte nuestra. Sin embargo, no debemos permitirnos la ilusión que algún día aun el país musulmán más orientado al Occidente concederá a sus ciudadanos creyentes la libertad de congregarse y vivir su fe sin impedimento.

Según el islám, el mundo se divide en dos: primeramente, Dar-al-islám, las tierras de paz donde las leyes del islám prevalecen; segundo, las otras tierras, Dar-al-harb, las de guerra. El musulmán considera que las tierras conquistadas por el islám son aseguradas eternamente y nunca pueden ser entregadas a los infieles. “Las tierras de guerra” deben ser subyugadas al islám, y todo medio, sea violento o pacífico, sea agresivo o subversivo, es legítimo para lograr la meta fijada por Mahoma: la sujeción del mundo a la fe islámica.

Para asegurar la realización de este fin, Mahoma decretó que cualquier apóstata debería ser puesto a muerte. En otras palabras, cuando un individuo profesa la fe musulmana, él nunca puede renunciarla. Los historiadores musulmanes relatan casos cuando, en Meca, judíos y otros se convirtieron al islám pero dentro de poco renunciaron su profesión. Mahoma no tuvo misericordia y mandó que fuesen ejecutados por cuanto eran apostatas. Los teólogos contemporáneos consideran que la apostasía es la mayor amenaza al islám y ellos invocan a los califas antiguos que decretaban la muerte para el apóstata. Aun en las tierras musulmanas más tolerantes nunca se permite a un individuo renunciar públicamente su fe, aun para profesar el ateísmo.

A lo largo de la historia algunas personas han creído sinceramente haber sido investidas con la misión de establecer o reestablecer “la Verdad” en el mundo. Una de las primeras cosas que hacen es identificar a y asociarse con los personajes venerados en la antigüedad, sean bíblicos o profanos. Esto es necesario para asegurar la autenticidad de su “apostolado” ante sus adeptos. Pero un mensajero sin mensaje no hace sentido, de manera que estos “profetas” materializan sus sueños y meditaciones, bien sea por sus escritos o por declaraciones sentenciosas. Sus convertidos casi siempre son tan sinceros como los maestros en torno de quienes se echan un aura de infalibilidad. Esto a su vez fomenta un rechazo de cualquier consideración de la objetividad de las afirmaciones de sus fundadores y la eliminación de cualquier análisis crítico. Esto se ha reproducido en el islám.

Los orígenes del islám

Para comprender el papel de Mahoma, debemos saber algo de Arabia en los siglos 6 y 7 d.C. Esta región era una provincia del Imperio Persa pero el pueblo, dividido en tribus y clanes, era relativamente independiente. El centro religioso, Meca, a unos 120 kilómetros del Mar Rojo entre las tierras fértiles de Yemen al sur y Damasco al norte, era también un centro comercial.

Era una ciudad próspera y desarrollada culturalmente. Los festivales organizados anualmente se prolongaban por hasta un mes e incluían concursos para recitaciones de poesía. Los árabes valoraban la elocuencia de los participantes. Así como en muchos otros países del mundo, la transmisión oral de las tradiciones y la cultura era bien desarrollada, de manera que el hecho de ser Mahoma analfabeto no era indicio de ser ignorante ni inculto.

La región de Meca contaba con una población judía algo numerosa y se puede detectar en las enseñanzas de Mahoma la influencia de la instrucción de los rabinos acerca de incidentes en el Antiguo Testamento, la adoración de un solo Dios verdadero, la importancia de la oración y de las limosnas. Se ha llegado a sugerir aun que él fue influenciado en sus creencias monoteístas por un tal Abd Alá al-Abbas, conocido también como Abdiah ben Salem, un rabino de influencia en la zona. Desde luego, todo musulmán niega esto airadamente. Las sectas falsamente llamadas cristianas estaban presentes pero sus doctrinas y prácticas distaban mucho del Cristo que profesaban seguir.

Pero Meca era renombrada como centro religioso y contaba con el santuario, o Ka’ba, que guardaba la famosa Roca Negra. Este cuadrilateral era también el santuario para más de trescientos deidades con sus estatuas y objetos idolátricos. La población se caracterizaba por la idolatría, la rivalidad entre tribus y la crueldad. Mahoma nació en este ambiente en 570.

 

Huérfano él desde muy joven, su tío lo crió. Fue empleado por una viuda rica y se casó con ella. Muerta ella, tuvo varias esposas y concubinas. Profesó tener la primera de sus “revela-ciones” a la edad de cuarenta años y estas experiencias continuaron hasta su muerte sólo veinte años más tarde. Era en el fondo un hombre del desierto y su vida se caracterizó por tiempos de soledad en los eriales arenosas de Arabia, por períodos de viaje y, como la de tanto de sus contemporáneos, por guerras tribales, atracos y el despojo de caravanas, además de la paciente pero implacable construcción del islám con sus ramificaciones que llegaban a todo aspecto de la vida.

Él no realizó ningún milagro y demandaba una aceptación ciega y total de sus enseñanzas; cualquier resistencia fue sofocada sin clemencia alguna.

Sus pronunciamientos enigmáticos, a veces ingenuamente sabias y otras veces temerosa-mente impías, son el tema de estudio de los teólogos musulmanes, quienes por razones obvias no pueden cotejar sus dichos con la persona y la obra del Señor Jesucristo. Estos mismos teólogos aparentan reconocer que Cristo era un gran profeta pero en realidad le rebajan a un papel secundario de precursor de Mahoma.

Él promocionaba la adoración de un dios, Alá, que veneraban sus antepasados, especialmente su abuelo, e identificaba Alá con el Dios de Abraham. También, Mahoma y sus seguidores perpetuaron algunas prácticas preislámicas, como la veneración de la Roca Negra y las peregrinaciones conexas. Los historiadores relatan que volvió a Meca con un ejercitó triunfante después de su exilio en Medina y en aquella ocasión purgó el santuario, Ka’ba, de todos los ídolos y dioses excepto la Roca Negra. Declaró que no había otro dios sino Alá y que Mahoma era su profeta.

El Corán

La tradición musulmana afirma que Mahoma recibió lo que se conoce por el Corán en una serie de revelaciones dadas por Gabriel. Mahoma las memorizó y las repitió a sus fieles, quienes a su vez las inscribieron en pieles, la corteza de árboles, pergaminos y aun huesos de animales. No es claro cuántas de estas revelaciones Mahoma supuestamente recibió, ni el número de suras (capítulos) que componen el Corán. Se las coleccionaron bajo este nombre.

Había muchas opiniones acerca de cuáles recitaciones eran auténticas y existían diversas versiones del Corán. Unos veinte años después de su muerte, su tercer sucesor, Uthman, impuso una sola sobre todos los musulmanes, contentiva de la invocación inicial a Alá y ciento catorce suras. Ella demanda la destrucción de toda otra versión.

Los teólogos musulmanes han identificado dos períodos en la composición del Corán, el primero cuando Mahoma estaba en Meca y el segundo cuando estaba a cuatrocientos kilómetros al norte, en Medina. Parece que en el primer período él contaba con la simpatía, si no la aprobación, de la comunidad judía, y mucho se dice de la paz, tolerancia y cordialidad con judíos y cristianos. Pero cuando Mahoma estaba en Medina él había sido rechazado por los judíos, de manera que el lenguaje de aquellas partes del Corán escritas en aquel período es por demás violento y está repleto de odio hacia los judíos. Así que, tanto el musulmán moderado como el fundamentalista extremo pueden justificar teologías opuestas con base en un mismo libro.

El arreglo de los suras en el Corán se basa en su longitud y no en un orden cronológico. Los capítulos iniciales constan de más de doscientos versículos y aquellos al final son, por lo general, muy cortos, aun de sólo diez versículos. Por supuesto, esto complica la comprensión de los textos. Son variadas y contradictorias las conclusiones de los eruditos musulmanes que han dedicado sus vidas a la interpretación del Corán a lo largo de los siglos.

¿El Corán tiene algún lugar en la historia de la revelación escrita? La respuesta es un contundente No. Existe una relación recíproca entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, ya que los escritos típicos y proféticos del Antiguo encuentran su entero cumplimiento en el Nuevo. La relación armoniosa entre los dos Testamentos testifica a la autoría divina del contenido. Pero cualquier lector del Corán, conocedor de la Biblia, es enteramente incapaz de identificar este libro con las Sagradas Escrituras. ¡El hecho de que el Corán haga mención de varios personajes de la Biblia, inclusive del Señor Jesús, no es más evidencia de que este libro proceda de Dios que lo es el hecho de que el Libro de Mormón hace la misma cosa!

Cuando consideramos la Palabra de Dios, hubo grandes períodos de milagros que acompañaron diferentes aspectos del trato especial de Dios con la humanidad. ¿Quién se atrevería a defender lo que decía el Señor Jesús acerca de su deidad, autoridad, ministerio y obra, si nunca hubo alguna una manifestación divina y sobrenatural de la aprobación del cielo? La vida de Mahoma no ofrece ninguna autenticación de esta índole. ¿El Corán procede de Dios? Mahoma no puede ofrecer prueba alguna ni testigos oculares para apoyar su declaración que Gabriel habló con él. Su afirmación asombrosa de haber sido llevado de Jerusalén al cielo en un caballo blanco carece de prueba (y es una de las razones por el conflicto sobre Jerusalén en el día de hoy).

No debemos subestimar la lealtad del musulmán al Corán. Es el más sagrado de libros, tratado con respeto y concedido un puesto de honor en el hogar. No es inusual, al entrar en un hogar musulmán, ver un ejemplar recargado del Corán colocado a la vista de todos en un mueble para este fin. Un policía que me interrogó en un país musulmán pidió ver mi Biblia. La hojeó y preguntó si era mi “Libro Sagrado”. Cuando le aseguró que sí, me acusó de irreverente por haber subrayado trozos y hecho anotaciones en el margen. A su modo de entender esto era profanar la página sagrada, y él nunca haría tal cosa con el Corán. Le señalé que yo reverenciaba las palabras que Dios había inspirado, mas no así el papel y la tinta.

El cristiano debe abstenerse de expresar una opinión sobre el Corán, y mucho menos pensar que va a encontrar en sus páginas teorías con las cuales puede estar a gusto. Criticar el libro sagrado del islám es irreverente e innecesario.

Pero la mera lectura del Corán no va explicar todas las características del islám, como tampoco uno puede entender todo el proceder del romanismo con tan solo leer el misal católico. La práctica islámica en todo aspecto de la vida está expuesta en dos elementos más que deben ser tomados en consideración. Son las tradiciones, o Sunna, y los escritos, o Hadith. Estos están estrechamente enlazados entre sí por cuanto las tradiciones se expresan frecuentemente en la Hadith.

Las tradiciones y los escritos

La pretensión de Mahoma de ser el mensajero enviado por Dios y el último de los profetas quería decir que no tan sólo el Corán, sino todo su estilo de vida, llegaron a ser objeto de atención minuciosa. Sus hábitos personales, su vestimenta, todos sus gestos, la manera en que comía y sus prácticas en la oración fueron observados cuidadosamente e imitados. Sus discípulos consideraban que Dios había decretado todo lo que hizo y dijo.

La tradición islámica recoge todos estos detalles bajo el nombre de la Sunna. Por ejemplo, el Corán no indica cómo el musulmán debe realizar el rito de la oración, pero la Sunna le proporciona las instrucciones necesarias. Es un complemento imprescindible al Corán.

La Hadith, los escritos, está asociada con la Sunna. Muerto Mahoma, sus seguidores pusieron por escrito lo que había dicho y enseñado en diversas circunstancias. Con el tiempo circularon miles de estas composiciones, pero fue difícil saber cuáles eran confiables. Los teólogos musulmanes aplicaron ciertas pruebas para determinar cuáles eran “fuertes”, con testimonios confiables de contemporáneos de Mahoma, y cuáles “débiles” por proceder de fuentes menos auténticas.

Una Hadith típica comienza de la manera siguiente: “Abou Huraira relata que el mensajero de Alá dijo …” Sigue una declaración que supuestamente pronunció Mahoma. A lo largo de siglos han sido causa de controversia entre los teólogos las diversas interpretaciones de las tradiciones y los escritos, dando lugar a varias sectas islámicas, en particular los shiitas y los sunis.

El islám es una religión de repetición e imitación, sin cabida para el ejercicio personal y la iniciativa propia. Está regimentado estrictamente todo aspecto de la vida, sea en el hogar, la mezquita o la comunidad. Todo está regido por la vida de un hombre que vivió hace 1400 años en un ambiente desértico y decía ser el mensajero de Dios. Por esto todo el concepto del islám es la conformidad y sumisión al “modelo”. Desde la mañana hasta la tarde, día tras día, año tras año y generación tras generación, los musulmanes repiten las mismas oraciones y aplican la misma ritual en la esperanza de que su fidelidad al modelo les ganará la aprobación de Dios. No hay nada nuevo, nada fresco. Desde Marruecos hasta Indonesia ellos orarán de exactamente la misma manera, la prueba ácida de la fidelidad siendo la ejecución correcta de los ritos asociados con la adoración a Alá.

Aun en la esfera de las artes, los artistas musulmanes, negados sus instintos creativos debido a la interdicción contra retratar a criaturas vivas, han sido limitados a la hábil pero repetitiva reproducción de los motivos que conocemos como arabescos. Esto explica la decoración recargada del texto en versiones del Corán, cosa parecida a como los monjes de la Edad Media iluminaban sus pergaminos al transcribir el texto de la Biblia. Los calígrafos árabes sobresalen en el arte del diseño geométrico y la iluminación floral.

Las cinco columnas

Cierta Hadith declara que el islám reposa sobre cinco columnas que representan los requerimientos impuestos sobre todo musulmán. Son:

  1. La profesión de fe Esta es la decla-ración pronunciada por todo musulmán y cualquier infiel que se convierte al islám. Una traducción aproximada es: “No hay otro dios aparte de Alá y Mahoma es su profeta”. La bandera de Arabia Saudita ostenta esta declaración en texto árabe blanco contra un fondo verde. Ha tomado un paso irreversible cualquier individuo que pronuncia esta profesión de fe en la presencia de una autoridad religiosa del islám. Es un musulmán eternamente; cambiar de parecer, aun cinco minutos más tarde, le constituye un apóstata bajo pena de muerte.
  2. Las oraciones La mayoría de los lectores están acostumbrados a escenas de largas filas de musulmanes doblados en el rito de la oración. Es, obviamente, un ejercicio colectivo y por lo regular realizado en las mezquitas cada viernes al mediodía. Pero se requiere a cada musulmán que ore particularmente cinco veces al día. Él echa una alfombra al piso,
    y descalzo hace diversos gestos que acompañan sus oraciones rituales, mirando siempre a Meca.
  3. Las limosnas Dar limosnas en el islám es más que ser benévolo con el pobre. La ley islámica prescribe el diezmar de manera similar a como lo hace el Antiguo Testamento.
    Es una expresión de solidaridad con el necesitado y ha sido descrito como un impuesto social.  Estas limosnas están destinadas a los necesitados y en particular los que están sufriendo por su fe islámica. No tiene nada de particular ver a un empresario acomodado dar dinero a un mendigo cojo en la calle al pasar. Él está cumpliendo con un deber religioso como una parte íntegra de su fe.
  4. Las ayunas del ramadán En la redondez del mundo una de las características del islám es el período de ayuna conocida como la ramadán, efectuada en el noveno mes lunar del calendario musulmán. Su duración es de 29 o 30 días. Así, cada año el ramadán regresa aproximadamente diez días, de manera que en 2005 comenzó el 6 de octubre y en 2006 probablemente comenzará el 26 de septiembre.

Durante este período, ningún musulmán puede comer o beber desde que se levanta el sol hasta que se pone. El castigo por incumplir esta ley es severo. En Marruecos, una de las tierras más moderadas en cuanto al islám, se castiga con tres meses de encarcelamiento a cualquier musulmán visto comiendo durante el día. El cumplimiento con esta ley crea un sentimiento de solidaridad entre musulmanes y cada tarde, al final del ayuno, en cada hogar hay comidas alegres hasta altas horas de la noche.

Las consecuencias de este ayuno son de largo alcance. Habiendo pasado la noche en festejos, el musulmán no siempre está en una condición de máxima eficiencia en el día, especialmente en los meses de verano cuando el ayuno comienza temprano en la mañana y se extiende hasta tarde en el día. Los economistas estiman que el ramadán representa la pérdida de un mes de productividad en cualquier país musulmán.

Consejo para quien piense visitar a un país islámico en el mes de ramadán: no lo haga. Durante el día no encontrará qué comer y a medida que progresa el mes la gente se pone más y más irritada.

  1. La peregrinación a Meca Se requiere de cada musulmán que una vez en su vida él haga la peregrinación conocida como el Hajj. Una vez en Meca él realizara los muchos ritos que le llevarán a Arafat y luego a Medina, cuatrocientos kilómetros al norte de Meca. Hecho esto, en su propia tierra ostentará el título de hajj y gozará del respeto de otros musulmanes.

Él va a encontrar a otros de otros países que han hecho lo mismo a gran sacrificio para sí.
La vista de decenas de miles de musulmanes de una multitud de países, paseando por el Ka’ba en el corazón de Meca y rezando las diversas oraciones impuestas por Mahoma, le infunde confianza de que el islám es la auténtica religión de Dios.

La Yihad

Los moderados entre los teólogos islámicos insisten en que la palabra yihad quiere decir una lucha pacífica para vencer el pecado, y en tiempos recientes líderes occidentales, más interesados en armonía diplomática que en verdad divina, han hecho eco de este sentir. En realidad, cuando el Corán habla de la Yihad, no es en el sentido de batallas metafóricas
o cruzadas morales, sino casi exclusivamente de guerras realizadas con espadas y lanzas.

Al comienzo, Mahoma hacía guerra contra los infieles y los apostatas. Su Yihad fue motivado por consideraciones religiosas y sus seguidores perpetuaron los principios y prácticas del supuesto profeta. La mayoría de los teólogos musulmanes contemporáneos explican que la Yihad se dirige ofensiva y defensivamente: ofensivamente para la propagación del islám, como en los primeros tiempos, y defensivamente cuando la religión está amenazada por infieles.

El actual contexto político no nos deja en duda de que la Yihad sea la fuerza motriz detrás de casi toda la actividad terrorista hoy en día. En el mundo entero, predicadores fanáticos inflaman las emociones de musulmanes jóvenes con poca consideración de las consecuencias desastrosas cuando sus oyentes, impulsados por la noción de una vocación divina y asegurados de un lugar en un paraíso reservado para mártires, conciben y realizan ataques temibles, matando e incapacitando a un sinfín de personas en el nombre de Alá. Este es el fruto del islám y de su fundador.

La guerra santa es el pretexto evocado por todo defensor militante del islám. Cualquier cosa que no se conforma con ni se somete a  las exigencias del Corán y de Mahoma constituye un blanco legítimo para destrucción y asesinato.

En este contexto, los musulmanes me han confrontado a menudo con las Cruzadas de la Edad Media. A su modo de entender, esas cruzadas fueron la “Yihad” cristiana y no diferenciaron en carácter de las guerras santas del islám.

Ahora, debemos entender que los papas que lanzaron aquellas cruzadas no tenían ningún interés teológico por los errores del islám. No eran cristianos y sus motivos eran políticos, ya que perseguían dominio territorial y la expansión de su mando en el mundo. Las Cruzadas fueron dirigidas contra cualesquier disidentes, como se ve en aquellas contra los cátaros de Languedoc en el sur de Francia en el siglo 12 y contra los estados bálticos en el siglo 14.

Al haber sido ocupada Jerusalén por Gengis Kan y sus huestes mongoles, las ambiciones papales hubieron sido las mismas de todos modos. Ningún papa jamás intentó justificar las cruzadas con base en las enseñanzas del Señor Jesús, y sin exagerar podemos decir que los papas de la Edad Media eran una sucesión de anticristos, 1 Juan 2.18, y toda la antítesis de la persona y las enseñanzas del Salvador a quien arrogantemente profesaban representar.

La Sharia

La Sharia es la constitución legal del islám, la que gobierna la vida de todo musulmán. Basada en el Corán y de la Sunna, la Sharia legisla en todo aspecto de la vida. Se puede preguntar quién determina las sentencias, y la respuesta es que en cada país juristas musulmanes definen los requerimientos de la ley islámica.

Se determina mucho con base en el grado de penetración del islám en el país respectivo. Así, en ciertos estados del Golfo Pérsico, Arabia Saudita incluido, se le amputará la mano de un ladrón así como ordenó Mahoma, mientras que en países relativamente moderados la pena sería una multa o la cárcel. En general, los fundamentalistas musulmanes procurarían aplicar todo el rigor de la Sahira en todos los países del mundo.

La Sharia es especialmente severa en materia de la mujer. En los tribunales, en la esfera doméstica y en la vida pública la Sharia prácticamente rebaja la mujer a ser un objeto a la disposición del varón, denegados muchos de sus derechos básicos. Los historiadores musulmanes protestan que Mahoma mejoró la suerte de la mujer en comparación con las condiciones preislámicas en Arabia. Puede ser cierto, pero esto de ninguna manera justifica el trato que recibe la mujer en la sociedad islámica. Aun cuando muchas mujeres musulmanas están frustradas por la actitud misógina que prevalece en la sociedad islámica, hay aquellas que se sienten protegidas por su velos y despliegan una modestia que deja avergonzada la falta de la misma que prevalece en el mundo occidental. El cristiano debería abstenerse de hacer comentarios sobre este tema en sus conversaciones con musulmanes.

La Persona de Cristo

El islám está totalmente opuesto a la enseñanza bíblica concerniente al Señor Jesucristo.
El Corán afirma que no es ni Dios ni Hijo de Dios. Los musulmanes declaran enfáticamente que es doctrina blasfema – lo que llaman el pecado de asociación – intentar vincular alguna otra persona con la de Dios. Así el islám enseña que deben ser castigados los que creen que el Señor Jesús es el Hijo unigénito de Dios, y lo mismo aplica al hablar de su muerte en cruz. El Corán afirma que Él no murió, sugiriendo que desmayó o que otro murió en su lugar. Para este tipo de hombres, el lenguaje de Pablo es incomprensible y aun blasfemo al hablar del “Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

El cristiano no puede ceder una jota de estas verdades preciosas; no son tema de discusión. La enseñanza de Mahoma en el Corán es una afrenta a la deidad. En pocas palabras él despacharía verdades vitales de la Biblia que están expuestas en numerosas profecías y declaraciones inequívocas a lo largo de las Sagradas Escrituras. Las declaraciones sentenciosas del Corán no pueden disfrazar la ignorancia y descarada burla de Mahoma como si fueran verdades preciosas del evangelio.

En conclusión, el islám se basa en la vida y la enseñanza de Mahoma (no hay otra fuente) y el lugar que los musulmanes le asignan es nada menos que idolátrico. Toda la estructura del islám descansa sobre lo que él dijo e hizo, y sobre ninguna otra persona. El musulmán afirmará y promocionará lo que enseña el islám como si fuera un sistema teológico establecido por una escuela de eruditos piadosos, pero la realidad es que todo el sistema emana de un solo hombre que impuso sus ideas sobre sus discípulos. No obstante su vida impía y violenta, es el objeto de su veneración. Nada puede desplazar las verdades claras del evangelio y la exposición del plan de salvación de parte de Dios por fe en la obra consumada de Cristo en la cruz. Los temas políticos de nuestros días no simplifican la tarea del hijo de Dios en su testimonio.

 

 

Demasiado difícil

 

por el finado C.R. Marsh; Argelia y República de Chad
del libro Too hard for God? (“¿Difícil para Dios?”)

 

Abed Alá parecía no querer marcharse del culto para varones, aunque ya era las 10:00 de la noche. El mensaje le había penetrado. Era obvio que estaba profundamente conmovido.

— No, dijo. — Es difícil. Demasiado difícil para mí.

— Pero seguramente no comprendes, respondió el misionero. — Recibir a Jesús es lo más fácil que hay. Él murió en la cruz por salvarte, y tan sólo tienes que confiar en él. Lo hizo todo; tú sólo debes aceptarle.

— Si, eso sé. Es fácil. Pero es fácil solamente para ustedes. Para nosotros es dificilísimo.

¿Qué quería decir ese musulmán? Prosiguió: — Reflexione en todo lo que yo tendría que enfrentar. Tengo 35 años y vivo todavía en casa de mi padre. Es mi patrón. Él vende los higos y el aceite, controla el dinero, nos alimenta. Si recibo a Cristo, me sacará de la casa para siempre.

— Mi esposa es de una familia fanática; ella tendría que dejarme en seguida. Yo tendría que levantar a los cuatro solo. No podría casarme de nuevo, porque al cristiano le es permitido tener una sola esposa, ni se permite que divorcie la que tengo. Aun encontrando dónde me alquilarían una pieza, yo estaría rodeado de musulmanes. Quiere decir que tendría que aportar al mantenimiento del pueblito, que sería musulmán por supuesto. Más adelante, nadie se casaría con las hijas mías; de por vida llevarían la estigma de tener un padre infiel.

— Nadie en este país me daría empleo. Mal podría acompañar a los otros labriegos a la mezquita a la hora de oración. Nadie levantaría un dedo para ayudarme en la enfermedad o dificultad. Todo lo contrario; se alegrarían al ver que Dios me estaba castigando. Usted sabe qué le pasó al nene del cristiano Yousef el año pasado. Murió porque en la clínica no querían hacerle caso. Ni para enterrarlo le ayudó la gente. Sabe que Yousef cavó el hoyo solo, los hombres riéndose y burlándose. Eso es lo que más temo. El escarnio. “Perro pagano”.

—  No podría jurar “por la verdad de Dios” ni “por el gran Corán”. Todo mi lenguaje dejaría saber que ya no era musulmán. Mis conocidos intentarían envenenarme con drogas secretas; ellos matan así. Apenas la semana pasada supe de Zouhra. Ella es hija única de sus padres pero todo el mundo sabe que ama al Señor de usted. Día tras día le lanzan piedras en la calle cuando asiste a las clases que ustedes dan.

— Oh si, Maestro. Es fácil … fácil para su gente. Para mí es difícil, sumamente difícil.

 

[El documento 131 incluye mucha descripción
de la tragedia del musulmán].

 

El  Dios  verdadero  y  el  Alá  del  islám

 

  1. L. Moore, Osorno, Chile

 

1.

Explicación: Dios es Uno, pero es Trino (o Tri-uno); es decir, se revela en las tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Significa que cada Uno de esta Trinidad de Personas (no creadas pero co-iguales, aunque perfectamente unidos de voluntad) posee las  perfecciones esenciales del solo Dios – Omnipotencia, Omnisciencia y Omnipresencia.

Alá = al (el) + alah (dios). El islám = sumisión. Corán (o Qur’an = recitación. El término “Padre”, proscrito en el Corán, es abominable a los islámicos, porque evoca pensamientos de amor, compasión, ternura y cuidado. Estas cualidades son desconocidas en el islám. Remontándose a la historia de Mahoma, Alá era el dios luna, y la figura lunar llegó a ser el símbolo del islám.

2.

Descripción de Dios – Es soberano y absoluto en su poder sobre todo el universo, pero se interesa íntimamente en los detalles más mínimos de este planeta Tierra y sus habitantes. Por ejemplo, tiene contados nuestros cabellos, provee alimento para todas las aves, y tiene contados los pájaros muertos cada día. El Dios verdadero dio a su Hijo, quien murió en sacrificio por nosotros.

Alá es soberano, absoluto en su poder (sin rivales), austero y distante. Siendo iracundo de naturaleza, siempre está lleno de ira. Por estar tan distante, no puede interesarse en su creación. Aparte de crear al hombre, Alá no ha hecho nada por él. El sacrificarse a favor de alguien le es desconocido. Alá exige que usted ofrece a su hijo en sacrificio de muerte por él (en el Jihad)

3.

Carácter de Dios – No sólo se interesa personalmente en cada uno de sus criaturas, sino también desea tener comunión íntima con cada uno de nosotros, siempre con base en su santidad y justicia. Un título de Jesucristo el Señor es “Emanuel, Dios con nosotros” (Mateo 1:23). Además de sus tres perfecciones esenciales, hay tres cualidades celestiales, identificadas con Dios: vida, luz y amor. También, Dios tiene siete atributos morales: santidad, justicia, gracia, misericordia, bondad, longanimidad y fidelidad.

Alá está separado totalmente de su creación, y tan unificado en sí que no puede bajar para asociarse con los seres humanos. Siendo tan apartado e inaccesible, sólo puede comunicarse con hombres a través de una sucesión de ángeles y profetas, incluyendo Abraham, Moisés y Jesús. Pero Mahoma es el profeta mayor de todos. No tiene vínculo alguno con las cualidades reconocidas entre los cristianos: justicia, santidad, amor y gracia.

4.

Poder de Dios – Es absoluto e invariable, y siempre lo mismo, puesto que ha existido desde siempre (llamado la eternidad del pasado). Dios siempre actúa de acuerdo a sus principios y propósitos establecidos. Por ejemplo, en nuestro sistema solar en el universo, los cuerpos celestiales (el sol, la luna y los planetas) se han mantenido en sus propias órbitas desde los tiempos prehistóricos, sin colisionar.

Alá es absoluto y trascendente, y mayor que todo otro poder. Su trascendencia es tan grande que él actúa sin tomar en cuenta a nada ni a nadie. Es enteramente arbitrario y caprichoso; es decir, su gusto propio se cambia hacia cualquier dirección, generalmente lo contrario a lo esperado. Además, su voluntad es irresistible e inevitable. Somos víctimas de una predestinación, en un trato predeterminado.

5.

Jesucristo el Señor – es el eterno Hijo de Dios, quien descendió, habitando entre los hombres en cuerpo humano, sin pecado. Vino para cumplir su obra cumbre de redención en la cruz. Resucitó corporalmente al tercer día, y poco después ascendió al cielo, donde se sentó a la diestra de Dios el Padre.

Jesucristo era una de los profetas más importantes, aunque inferior al gran Mahoma. No es el Hijo de Dios, ni Salvador tampoco. Fue llevado corporalmente al paraíso (del islám), sin morir. Otro hombre murió en una cruz.

6.

Satanás y el pecado. Satanás es el ex-querubín Lucero, rebelde, desafiante e indomable. En un tiempo remoto del pasado, se levantó contra Dios, y como consecuencia fue echado del cielo -léase Isaías 14:12-15, Ezequiel 28:12-19, etc. El pecado significa toda desobediencia a Dios y su estándar divino, las Escrituras. Un texto afirma: “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17). Se hace hincapié no sólo en los hechos pecaminosos, sino también en la naturaleza pecaminosa heredada por todo ser humano.

Satanás era un ángel, al que Alá mandó que se arrodillara ante Adán. Rehusó, y fue echado al infierno. El pecado es sinónimo con la falta de obediencia a Alá. Se relaciona solamente con los hechos, porque no existe la naturaleza pecaminosa.

7.

La salvación eterna se ofrece exclusivamente a la persona que, reconociendo su culpa delante del Dios santo y justo, y el juicio merecido (a causa de su pecado), se arrepiente y recibe a Cristo como único y suficiente Salvador. Dios es bueno y perfecto en todos sus caminos, y es su voluntad que todos procedan al arrepentimiento. Sin embargo, no violará la voluntad propia de ninguno.

Una salvación (en el paraíso islámico) se basa en un sistema de obras y suerte, sin ninguna certeza. Es necesario ganarla por la sumisión total a Alá, y depende en gran parte de practicar fielmente los Cinco Pilares rituales del islám: Shakada, Salat, Zakat, Ruzek y Hajj.

8.

Destino del hombre – En esta vida cada uno determina su destino eterno, sea el cielo o el infierno. Todo depende de su respuesta personal a la siguiente pregunta – “¿Qué, pues, haré de Jesús llamado el Cristo?” (Mateo 27:22).

Alá predestina la suerte de cada uno. Por lo tanto, el bien y el mal provienen de él. El paraíso es un huerto de manantiales, frutas y divanes lujosos con mujeres (unas 72) hermosísimas esperando al “fiel”. La fiesta y la orgía sexual serán perpetuas.

9.

Evangelismo bíblico – representa la respuesta del creyente a la comisión dada por su Señor resucitado: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).

El evangelismo islámico (o salafismo) es un radicalismo religioso de carácter fundamentalista. Es un movimiento de supuesta liberación mística, mesiánica y transnacional. Se basa en la lectura literal del Corán, y se practica contra Israel y su “cómplice”, el imperio estadounidense, el coloso americano.

10.

Revelación (por escrito) del Dios verdadero – Nos ha dado su Palabra, las Sagradas Escrituras, entregada de a poco (a través de casi dos milenios) a los santos hombres de Dios. Los 39 libros del Antiguo Testamento fueron escritos antes de la primera venida de Cristo, quien es Dios el Hijo, eterno. Los 27 libros del Nuevo Testamento fueron escritos después de la primera venida.

Alá envió 104 libros, pero sólo quedan cuatro: 1) Tauret – el Pentateuco de Moisés. 2) Zaber – los Salmos de David. 3) Injil- el Evangelio de Jesús. 4) Corán – la Recitación de Mahoma.  Los primeros tres existen sólo en forma corrompida. Por lo tanto, han sido abrogados por el Corán, que contiene toda la enseñanza necesaria para el hombre. Sólo el Qur’an original, en el idioma árabe, es la enseñanza auténtica, no distorsionada.

11.

Enseñanza bíblica respecto a la “religión” – “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Santiago 1:27).

El islám es una religión de suerte (o fatalidad) que no puede ofrecer esperanza. Mantiene a sus adeptos (o víctimas) por medio de advertencias y amenazas, temor y terror, superstición y subterfugio. El Corán permite al hombre tener hasta cuatro esposas (además de tantas concubinas). El sistema islámico es esclavizador y netamente sensual, que otorga dominio absoluto al varón sobre la mujer. El Corán fue entregado por el “arcángel” Gabriel sólo al profeta Mahoma, alrededor de 622 d.C. Relató que al ver “sus dos ojos inmensos”, huyó aterrado.  El islám tiene tres sectas principales y muchas divisiones.

12.

Verdades acerca de Abraham, aquel patriarca original y principal, cuyo llamamiento extraordinario se basaba en el principio de la fe. En medio de grandes pruebas, incluyendo tres crisis (ver Hebreos 11:8-19), Abraham creyó y obedeció a Dios. En consecuencia, Dios hizo su gran pacto incondicional con él, incluyendo promesas terrenales y celestiales. Finalmente, fue escogido para representar anticipadamente (casi 2100 años antes) a Dios el Padre en la prefiguración del evento cumbre de toda la historia terrenal, al ofrecer a su hijo único en sacrificio – ver Génesis 22:18.

Según la tradición, Abraham es el precursor de los musulmanes, y a la vez uno de los cuatro profetas mayores. El mensaje del Corán representa la restauración de la fe de él. Ismael era el hijo de promesa, destinado para sacrificio, mientras que Isaac era un hijo bastardo. El Ka’ba (en Meca) fue construido por Abraham e Ismael, como primer santuario establecido en la Tierra.

 

 

 

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