Lucas (#444)

Lucas

Héctor Alves

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Lucas es uno de los personajes más interesantes en el Nuevo Testamento. Es lo que llamamos un caballero cristiano, a todas luces humilde, deseoso de ser oído pero no visto, leído pero no exhibido. Nunca menciona su propio nombre y sólo en tres lugares figura su nombre, en cada caso mencionado por Pablo.

 

Médico, Colosenses 4.14

Esta es la primera mención de Lucas por nombre y en ella aprendemos que era «el médico amado». La calificación de amado le es dada como médico y no como evangelista o historiador. Parece claro que por unos años Lucas puso a un lado el ejercicio de su profesión para estar con Pablo.

Sabemos que redactó el libro de Hechos, donde figura a partir del capítulo 16. Fue en el año 52 y le encontramos con Pablo en el 66. Pablo sufría de debilidades corporales y posiblemente fue por esta causa que Lucas estaba con él en diversos lapsos entre estas fechas. No estaban juntos todo el tiempo; Lucas parece haberse quedado en Filipos cuando Pablo y su grupo se marcharon de esa ciudad. El pronombre nosotros (a veces sobreentendido en el castellano) figura de nuevo en el 20.6, unos seis años después de su tiempo juntos en Filipos, cuando Pablo ya era hombre enfermo; 2 Corintios 11.23 al 33.

Desde ese momento en adelante el médico amado parece haberse quedado con Pablo, inclusive en Cesarea, Jerusalén, el viaje por mar y el naufragio y finalmente en Roma. Estaba con el apóstol al final: «Sólo Lucas está conmigo». Sin duda ministraba hábilmente al prisionero quebrantado. Quizás Lucas estuvo con el mártir cuando fue sacado para morir, y de todos modos aquello habrá sido un golpe duro para este hombre tierno de corazón.

 

Evangelista, Filemón 24

Es loable encontrar a Lucas como obrero al lado del gran apóstol. Pablo tenía varios consiervos, pero nos preguntamos si alguno de ellos estaba con él tanto como Lucas. No todo siervo del Señor tiene gracia como para quedarse con el mismo compañero de labores año tras año. Lucas estaba con Pablo «en caminos muchas veces, en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de falsos hermanos», y compartía aquello como consecuencia de sus convicciones.

Lucas prestó buen servicio en Filipos, Éfeso, Jerusalén, en naves y en Roma; Hechos 16, 17.20 al 28, capítulos 21 y 27. No hemos sido informados de una sola palabra que dijo, y en todas sus labores él se guardaba fuera de la vista. Es muy positivo que un evangelista no inserte a su propia persona en su servicio.

 

Historiador, Lucas 1.1 al 4, Hechos 1.1 al 3

Se dice que el Evangelio según Lucas está escrito en griego clásico e incluye 750 palabras que no emplea ningún otro escritor del Nuevo Testamento. Es claro del 1.1,2 que este escritor nunca había visto a Jesús en la carne, sino recogió información donde y como podía. Hubiera sido muy interesante acompañarle mientras que con sumo cuidado pedía detalles acerca de la vida del Señor.

Uno discierne la mente analítica de este hombre por la manera en que narra ciertos incidentes, con lenguaje que difiere de los otros Evangelios. Se nota esto en su relato del nacimiento de Juan el Bautista y en la experiencia de Jesús a los doce años. Sólo Lucas menciona que fue la mano derecha del hombre que estaba paralizada y que era samaritano el leproso que volvió a dar las gracias (Lucas mismo era un gentil convertido) y que la suegra de Pedro estaba postrada con una gran fiebre.

Al dar una clase a estudiantes maoríes en Nueva Zelanda, este evangelista les preguntó: «Si Lucas no hubiera escrito su Evangelio, ¿qué hubiéramos perdido?» El grupo solicitó veinticuatro horas para responder y el día siguiente presentó una lista de más de sesenta incidentes, parábolas y discursos que habían encontrado tan sólo en el Evangelio según Lucas.

Así que, encontramos un médico amado, un obrero incansable y un historiador interesante que presenta los eventos en la vida del Señor sobre la tierra en su secuencia moral en vez de la histórica.

John Ritchie

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Se puede considerar a Lucas como el ideal del caballero cristiano. Una de las gracias sobresalientes de su vida es su negativa a promocionarse a sí mismo. Prefiere ser oído pero no visto, leído pero no conocido.

En su Evangelio y en Hechos de los Apóstoles él ha sido escogido por el Espíritu de Dios a proporcionar uno de los aportes clave a las Escrituras del Nuevo Testamento, pero no menciona una sola vez su propio nombre. Se le nombra solamente tres veces, y es Pablo quien lo hace.

Colosenses 4.14 hace saber que era médico por profesión, estimado por sus pacientes y sus hermanos. Parece que ejerció voluntariamente, y veremos en un momento por qué. En Filemón 24 le encontramos en íntima asociación con Pablo, figurando como “colaborador”. No era ningún flojo uno que podía guardar el paso con el gran apóstol. Y, finalmente, en 2 Timoteo 4.11 hay ese gran y emocionante tributo: “Sólo Lucas está conmigo”.

Si él es —como algunos creen— el hombre de 2 Corintios 8.18, “el hermano cuya alabanza en el evangelio se oye por todas las iglesias”— y está descrito en el capítulo, junto con otros, como “mensajero de las iglesias, y gloria de Cristo”, hay una razón adicional para entender que era uno de los más conocidos y estimados de los creyentes primitivos, aun cuando huía de la publicidad.

Cuando está obligado a entrar en el relato misionero, en Hechos 16.8 al 10, lo hace de una manera por demás recatada. Solamente por el cambio de pronombre de ellos a nosotros [suprimidos en el castellano; leemos “descen-dieron” y luego “procuramos”] podemos descubrir que se juntó con Pablo y otros antes del viaje a Troas, cuando se tomó la gran decisión de llevar el evangelio de Asia a Europa.

 

Hay una sugerencia que no admite dogmatismo pero parece probable. Sabemos que Pablo y sus compañeros llega-ron a la provincia fronteriza de Misia y aparentemente pen-saban girar hacia el este para entrar en Asia, pero “el Espíritu no se lo permitió”. Inciertos en cuanto a su rumbo, llegaron a Troas, al extremo norte de Mar Ageo, entre Europa y Asia. Se le mostró a Pablo una visión; un varón macedonio estaba rogándole a pasar a Macedonia “y ayudarnos”. La sugerencia es que ese varón era Lucas, quien había pasado a Troas para hacer este llamado. “En seguida”, relata, “procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba”.

Si así fue, Dios había enviado la visión primeramente y luego el varón de la visión. Es de recordar que casi la misma cosa había sucedido en el caso de Pedro y Cornelio; Hechos 9. Se cree que Lucas era oriundo de Filipos, o que ejercía su profesión allí en aquellos años. Parece que antes él había escuchado la predicación de Pablo; posiblemente ahora viene a rogar que el apóstol evangelizara el continente oscuro de Europa.

A favor de esta sugerencia hay tres hechos. (1) Cuando Pablo y sus amigos navegaron a Europa, se dirigieron directa-mente a Filipos. No eran indecisos. (2) Segundo, Lucas parece haber tenido conoci-miento de la ciudad. Dice que era la primera ciudad de la provincia de Macedonia y una colonia. Los ciudadanos se jactaban de que era colonia romana, ya que por esto era una Roma en miniatura, con privilegios y responsabilidades para sus ciudadanos romanos. En un principio los colonos eran sólo soldados veteranos, con tierra propia y con su propio senado y magistrados. (3) Lucas sabía que eran judíos acostumbrados a reunirse para la oración. No contaban con sinagoga, sino posiblemente una estructura provisional “junto al río”. Es probable que sólo un residente supiera esto.

 

Aquella reunión de oración fue asistida por damas no más, y los predicadores se sentaron y hablaron con las mujeres reunidas. La primera alma fue ganada para Cristo, y oportunamente muchos en adición al carcelero estaban preguntando qué deberían hacer para ser salvos. Una iglesia local fue constituida y a lo mejor los creyentes se reunían en casa de Lidia la comerciante. Desde luego, un evento como éste no puede suceder sin despertar opo-sición; los secuaces del diablo fueron despertados.

Cuando Pablo y sus colaboradores se marcharon hacia otras conquistas espirituales, Lucas se quedó en Filipos por quizás siete años más. Si ejercía medicina, no sabemos, aunque hubiera sido bueno hacerlo allí. Este pastor-médico nada nos dice de su labor, aunque la carta de Pablo a los filipenses nos hace pensar que logró mucho.

 

La próxima mención de Lucas en Hechos está en el 20.6, donde figura de nuevo el plural: “Nosotros … navegamos de Filipos …” De nuevo estaba con Pablo, éste enfermo. Leyendo en 2 Corintios 11.23 al 33 de las experiencias que había vivido, esto no nos sorprende.

Tal vez la peor de esas experiencias fue la de Listra, 14.19,20, donde Pablo fue apedreado y luego arrastrado fuera de la ciudad bajo la creencia de que había muerto. Posible sea a esta ocasión que se refiere el apóstol en 2 Corintios 12.2: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo”. Las fechas corresponden.  Parece no haber duda que aquel día él haya sufrido heridas de las cuales nunca se recuperó, y que Lucas se dio cuenta de que ese consiervo suyo requería atención con-tinua.

Lucas asumió esta respon-sabilidad. Entendemos que se quedó al lado de Pablo en aquel último y memorable viaje que incluyó Cesarea, Jerusalén, el naufragio mediterráneo y la larga caminata hasta Roma. Entendemos también que se quedó con Pablo en Roma y en ambos encarcelamientos, ministrando a su cuerpo quebrantado, animándole con compañerismo espiritual y sin duda escuchando del apóstol los relatos que anotaría con sumo cuidado.

La partida de su amigo más cercano ha debido ser un tremendo golpe para Lucas, pero uno que le condujo a entrar en otra fase de su servicio. Ahora estaba en condiciones de escribir su Evangelio y Hechos de los Apóstoles. En la introducción al Evangelio cuenta cómo fue que llegó a realizar esta labor: “Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido”.

 

Nada dice allí de haber sido inspirado por el Espíritu a escribir, pero sabemos que lo fue, y sabemos que hay un lado humano a la inspiración. Lucas percibió la necesidad de una relación acertada del naci-miento, vida, muerte y resurrección del Señor Jesús, y su bien es cierto que escribió mayormente para el beneficio de su amigo Teófilo y otros creyentes gentiles, su obra ha sido incorporada en el canon sagrado para formar parte de la herencia de la Iglesia a lo largo de las edades y el medio de salvación para muchos miles de almas.

Dedicado él a su tarea, el Espíritu Santo se apoderó de su servidor, de manera que escribió precisamente lo que Dios quería. A la misma vez, Lucas se esmeró en ordenar su material y redactar el texto. Aseguradamente no se ha podido encontrar otro mejor para el proyecto. Era hombre preparado; se había dedicado a averiguar los hechos, especialmente de testigos oculares; y, tenía la capacidad de poner en orden la información relevante. Veamos tres ejemplos de esta atención a detalles:

  • “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet”, 1.5.
  • “Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César,
    que todo el mundo —el mundo romano— fuese empadronado”, 2.1.
  • “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea
    Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea …”, 3.1.

 

Se nota su orientación médica en la terminología que emplea. Al hablar de aquel que era cojo de nacimiento, dice en Hechos 3.7 que se le afirmaron los pies, usando el griego básis que  no figura en otra parte del Testamento. Indica que el problema estaba en el tacón. También es de uso único tobillos en la misma oración. Al decir en 3.8 “saltando”, Lucas describe el hecho de que se encajó un hueso que había estado descoyuntado. Pero tal vez sea más llamativa la manera en que describe eventos relacionados con el embarazo de María y el nacimiento de Jesús. Solamente María ha podido divulgar estas intimidades. Además, ¿quién sino su propia madre ha podido atesorar aquello de un muchacho de doce años entre los maestros de la ley en el templo?

Solamente Lucas cuenta del hijo pródigo, el buen samaritano, el rico y Lázaro, el ladrón moribundo. Y, solamente él revela varios detalles de la postrimería de Jesús, su resurrección y su ascensión. Él tuvo la oportunidad de entrevistar no sólo la madre de Jesús sino también la mayoría de los apóstoles. Pedro, Pablo, Felipe (en cuya casa se hospedó), Mnason (“el discípulo antiguo” de Hechos 21.16) — la lista de informantes es larga.

 

Y, por vez última encontramos sobreentendido el pronombre nosotros: “Cuando llegamos a Roma …” Con esto, un varón bueno y humilde se retira del escenario.

 

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