David (#410)

 Jorge André y G. H Willis

Formación

Maduración

Juventud y hogar

Reinado

Hogar

 

La historia de David ocupa en la Biblia más lugar que ninguna otra aparte de la de nuestro Señor Jesucristo. Su vida destaca la fe, que desde su juventud fue el resorte de su caminar. Destaca la disciplina, o educación que Dios le impartió con el motivo de formar un instrumento para servir a su propia generación por la voluntad de Dios, Hechos 13.36. Destaca la responsabilidad que bajo el gobierno de Dios permanecía vinculada a sus actos y consecuencias. Y, destaca su vida en familia, la cual no estuvo a la altura de su juventud.

Tratamos a continuación estos aspectos de la vida del gran hombre, dedicando cierto espacio a sus deficiencias como esposo y padre, y las consecuencias amargas de no haber tenido en su propio hogar el mismo ejercicio que tenía en la casa de Dios. Una de las más tristes declaraciones suyas es aquélla de 2 Samuel 23.5. Habiendo reconocido la santidad divina, agregó: “No es así mi casa para con Dios”.

Un escrito más extenso tendría que dedicar atención a David como figura de nuestro Señor Jesucristo en sus sufrimientos y gloria, como el centro de reunión de su pueblo y como objeto de devoción. Tendría que ocuparse ampliamente de los salmos de este “dulce cantor de Israel”, 2 Samuel 23.1.

 

Formación

Primero, la formación en secreto.

Desechado de Dios, Saúl reinará hasta el momento cuando Jehová lo pondrá a un lado, pero antes de esto Dios quiere elegir y designar al que lo deberá reemplazar. La norma sería: “Jehová no mira lo que mira el hombre … Jehová mira el corazón”, 1 Samuel 16. 4 al 13. En efecto, los hombres forman y llaman a candidatos según sus calificaciones y aptitudes. Pero si por la fe uno decide a contestar y ponerse a la disposición de Dios, al estilo de Isaías cuando dijo, “Heme aquí, envíame a mí”, Él forma y prepara mediante una educación adecuada para la actividad que quiere confiarle más adelante.

Considerando la apariencia de los hijos de Isaí, Samuel quería elegir a Eliab, pero termina ungiendo al joven David que ni aun había sido convidado a la fiesta. Muchos han sido llamados años antes de comenzar su actividad pública. Moisés tuvo que pasar cuarenta años en el desierto antes de ser hallado apto para encabezar los ejércitos de Israel. En Querit y Sarepta, Elías tuvo que aprender lecciones divinas antes de marcharse hacia el Carmelo. Pablo no era conocido de vista a las iglesias de Judea antes que el Espíritu lo pusiera aparte para la obra para la cual lo llamó.

Después de haber sido ungido por Samuel, David siguió apacentando las ovejas de su padre. Es la primera cosa que se nos dice de él, y marca toda su carrera. Antes de ser pastor de Israel, tuvo que aprender a cuidar el rebaño de Belén, a salvar la oveja que el león llevaba, a exponerse a su zarpazo. Así desconocido, demostró el valor que tenía en sus ojos un solo cordero. Por la fe aprendió a triunfar sobre el adversario, y de estas experiencias brotaron los salmos que han sido amados a lo largo de siglos.

Aun siendo músico de Saúl, nada cambió para David. Él “había ido y vuelto, dejando a Saúl, para apacentar las ovejas de su padre en Belén”, 17.15. Así leemos en 1 Timoteo 3 que los diáconos sean sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles.

Ahora la formación en público.

El gigante Goliat había provocado al ejército del Dios viviente. Todos los de Israel huyeron ante los ultrajes y el oprobio, pero David en certeza de fe se ofrece para combatir. Saúl le reprende: “No podrás tú ir contra aquel filisteo”, 17.33. Sin embargo el joven tiene la seguridad de que Jehová que lo había librado de las garras del león y del oso, lo libraría también de las manos del filisteo. En el mismo momento del ataque, no flaqueó su fe afirmada delante de Saúl.

Para que sea manifiesto a ojos de todos que la victoria procedería de Dios, que la batalla era de Jehová, y que allí sólo la fe contaba, David echó de sí el casco y coraza con que Saúl le había ceñido, y con una sola piedra de honda abatió al filisteo. Luego, con la misma espada del gigante lo mata, como siglos después el Señor “destruyó por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”, Hebreos 2.14.

Ahora todo va a cambiar para David. Una doble prueba lo va a alcanzar en su formación en la corte: los celos de Saúl y la popularidad.

Apenas el rey se dio cuenta de que el vencedor de Goliat podría llegar a ser el rival anunciado por Samuel en el 15.28, se llena de celos y lo quiere matar, 18.8.9. No solamente Saúl es infiel a sus promesas, no dando a David su hija ni las grandes riquezas, sino también busca de su osadía para hacerle caer bajo la espada de los filisteos. Cuando David ha cumplido las condiciones para obtener a Merab, es dada a otro; él debe exponerse de nuevo para ganar a Mical.

El joven no se indigna; sencillamente acepta; “hace las guerras de Jehová”. Cuando nuevamente Saúl le ruega tocar el arpa delante de él, acepta, pese a las peligrosas experiencias anteriores, 19.9,10. Es hermoso ejemplo para nosotros, quienes tan difícilmente aceptamos ser objetos de celos e ingratitud. David prosperó en el palacio de Saúl; llegó a ser yerno del rey y su nombre era ilustre. No hay indicio de orgullo en su corazón; al contrario, sigue sencillo de carácter.

En lugar de matar a David, como el rey esperaba, ¿por qué los filisteos no habrían herido de una vez por todas a Saúl mismo, como harían más tarde? Dios lo hubiera podido permitir, pero su momento no había llegado aún. Antes que pudiera reinar, David debía pasar por una larga disciplina acompañada de las tristezas de su rechazo. Para adquirir las cualidades de un rey según el corazón de Dios, debía pasar por su formación.

No sin un profundo pesar huyó de la casa de Saúl. Debió abandonarlo todo: mujer, casa, mando, recursos. Después de marcharse una primera vez, en el capítulo 20 lo vemos tratar de volver y con Jonatán buscar una solución. Pero Dios no la da. Llorando, toma el camino hacia el desierto, abandonando a su amigo y todo lo que había podido amar allí.

Pero la separación, huida, lágrimas y rechazo formaban parte del plan de Dios para con su siervo con el fin, por una parte, de que aprendiera a confiar sólo en él (Salmo 62) y por otra parte que se conociera a sí mismo.

En el curso de pruebas sucesivas él dará expresión a los sentimientos que el Espíritu de Dios producirá en su alma. Comenzando con Salmo 59, compone cánticos que por un lado relatan las propias experiencias de su fe para dar confianza y aliento a los hijos de Dios a lo largo de los siglos, y por otro lado revelan el corazón del Señor Jesús mismo, el verdadero Hijo de David.

David huye y va primeramente a Samuel en Ramá. “Él y Samuel se fueron y moraron en Naiot”, 19.18. Antes de hacerle probar las soledades del desierto, Dios quiso brindar un oasis a su siervo. En Naiot pudo gozar de la intimidad de Samuel; el joven y el anciano, el siervo y el profeta eran de “la misma familia”; uno ingresaba en la escuela de Dios y el otro egresaba. Se congregó alrededor de ellos un número considerable de jóvenes profetas; cuánto estímulo pudo recibir así David, y brindar también, en esos días o semanas aparte.

Después de los acontecimientos de
1 Samuel capítulo 20, David tuvo que huir nuevamente. Ahimelec sacerdote no fue de mucho socorro. Él temblaba y David mentía; sin embargo la gracia proveyó al prófugo de alimento y de una espada.

Pero la fe de David se debilita. Olvidando su confianza en Dios, busca refugio junto a Aquis, rey de Gat. ¿Cuál fue el resultado? “Tuvo gran temor”, 21.12. Para salir de este paso malo, fingió locura entre ellos. No es en el país de los filisteos que Dios quería formar a este hombre; él debe marcharse en seguida. Humillado pero restaurado, compone entonces Salmo 34 en cuyas líneas, pese a su caída, cuenta lo que Dios ha hecho para su alma. “Busqué a Jehová, y él me oyó y me libró de todos mis temores. Los que miraron a él fueron alumbrados …”

Poco después no tiene otro refugio que la cueva de Adulam, 22.1, donde se quedó algún tiempo en abatimiento y angustia. Salmo 142 lo comprueba. Su único recurso fue la oración: “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia. Delante de él expondré mi queja; delante de él manifestaré mi angustia … No tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida”.

Todo refugio parecía perdido, pero tuvo la maravillosa experiencia de que Dios estaba muy cerca de él: “Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda … Tú eres mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivientes”.

¿No valía la pena descender tan bajo para tener, como Job, la experiencia de que Dios da canciones en la noche, y no solamente cantos de gozo, sino también compañeros? Muchas personas acuden alrededor de David, “los pobres del rebaño;” él llega a ser el guía de los afligidos, endeudados y amargados. Es un hermoso tipo del Señor Jesús, rechazado y menospreciado, quien acoge a todos los que reconocen sus miserias y sustentan sus angustias. Ellos hallan en él su centro y su fuerza.

 

Maduración

Jehová formó a su siervo en esos años difíciles, no sólo en el ejercicio de una comunión diaria con él, sino también haciéndole aprender qué es el ser humano. Nos toca ver ahora la hostilidad que David experimentó en el desierto.

Los celos y odio de Saúl habían perseguido a David sin tregua. Si alguna circunstancia obligaba al rey a abandonar el objeto de su odio, bien pronto un nuevo pretexto surgía para seguir hostigándole. Mató a los sacerdotes cuyos jefes habían ayudado al fugitivo, 22.18. Con profundo dolor se entera David de este hecho, y acoge al joven Abiatar, el único sobreviviente de su familia.

La generosidad y paciencia de David perduraron hasta el momento cuando Dios le libró de su enemigo y le dio su reino. Perdonó a Saúl en la cueva, pero no faltaba que éste, incitado por los de Zif, volviera a perseguirle. Pero David mostró en el collado de Haquila lo que en realidad había en su corazón. Una vez más perdonó a Saúl, confiando en Dios para recibir el trono a su hora. A lo largo de estas circunstancias David devolvió bien por mal, 24.18.

En Keila David vivió la dolorosa experiencia de la ingratitud de los hombres, capítulo 23. Al arriesgar su vida y la de sus compañeros, libró la ciudad de los filisteos, y cuando Saúl vino para tomarlo allí, Jehová le reveló que los de Keila proponían entregarle en sus manos. ¿Qué hacer sino seguir huyendo, irse donde pueda, sin quejarse, sin vengarse, sin buscar dañar a los que le rechazan? Refleja así el carácter del Maestro amado quien, cuando los samaritanos rehusaron recibirle en su ciudad, sencillamente fue a otro lugar, Lucas 9.6.

Dos veces —1 Samuel 23.19, 26.1— los de Zif demostraron su servilismo revelando a Saúl, simplemente para acomodarse con él, los lugares donde David estaba escondido. ¿Esto no sucede a menudo aun entre el mismo pueblo de Dios? ¿No hay quien, con la esperanza de conseguir la estima de los bien considerados, no teme contar cosas que perjudican a sus hermanos? El corazón se acongoja y quisiera indignarse, pero es mejor imitar a David y pasar de largo.

Con Nabal, 1 Samuel 25, David encontró el menosprecio y egoísmo altivo que no quiere dar nada —ni pan, ni agua, ni carne— a aquel que ha velado sobre su ganado y ha protegido sus pastores. David soportó el celo, odio e ingratitud sin quejarse, pero el menosprecio de Nabal lo empujó a la rebeldía y deseo de vengarse.

Sólo Aquel que fue menospreciado y desechado entre los hombres ha sido perfecto en todas sus circunstancias. Cuando le maldecían, no respondió con maldición; cuando padecía, encomendaba la causa al que juzga justamente, 1 Pedro 2.23. Sólo la gracia de Dios puede brindar aceptación de los ejercicios diversos por los cuales el Señor hace pasar a los suyos, tomándolos como de su mano y guardando el corazón en su paz.

Jehová no abandonó a su joven siervo, sino lo liberó varias veces. Si le hizo conocer a menudo la amarga constatación de la hostilidad de los hombres, que le dio también la oportunidad de ser objeto de la salvación divina.

En Naiot es el mismo Espíritu de Dios quien se apodera de los mensajeros de Saúl, y de Saúl mismo, impidiéndoles apresar a David, 19.20. En Keila David debe optar por huir después de haber recibido una dirección positiva del Señor, 23.12,13. En Zif la providencia interviene. Saúl iba a tomar a David y a sus hombres, cercados en la montaña, cuando un mensajero anunció el ataque inesperado de los filisteos.

 

Juventud y hogar

En la cueva de En-gadi y en la colina de Hakila los medios de su salvación son la fe y el temor de Dios, tan marcados en David. Dios inclinó el corazón de Saúl, alcanzado por la generosidad de su víctima para convencerle momen-táneamente por lo menos de que renunciara a su persecución. Y en Afec la providencia de Dios se valdrá de los mismos jefes filisteos para impedir al futuro rey de Israel combatir contra su propio pueblo, 29.3 al 5.

Jehová no quiso que David estuviera solo para atravesar estos años de ejercicio. Preciosa es en el camino de la fe la amistad con Cristo para con aquellos que le siguen: “Mejores son dos que uno … porque si cayeren, el uno levantará a su compañero”, Eclesiastés 4.9,10.

Ya hemos visto cómo la intimidad con Samuel en Naiot fue de socorro para David. Los sacerdotes Ahimelec y Abiatiar, luego Gad el profeta, son otros instrumentos en la mano de Dios para alentar y dirigirle. Ningún amigo fue más unido a David que Jonatán. En el día de su victoria sobre Goliat el alma de Jonatán fue ligada con la de David; por él se despojaría de todo, 19.14. Su afecto permanecerá en los días difíciles en el palacio de Saúl y también en el desierto.

¿Qué decir de los valientes que se refugiaron en la cueva de Adulam y también de aquellos que poco a poco se unieron a David? En el ocaso de su vida cuán satisfecho se encontraba al recordar sus nombres y mentar sus proezas, 2 Samuel 23. También Abigail, 1 Samuel 25: ¿Ella no fue empleada notablemente por Dios para detener a su siervo de hacer el mal?

Sin embargo nada marca tanto estos años de prueba como la comunión que David gozaba con el Señor. Salmo 63 da un ejemplo muy llamativo. Lejos del santuario, “en tierra seca y árida donde no hay aguas”, David tiene sed. Busca a Dios y conoce la realidad de que su misericordia es mejor que la vida. Su alma se sacia como el que disfruta de un banquete, y bajo la sombra de sus alas se regocija.

A menudo el Señor permite circunstancias difíciles, incluso atravesar angustias, para llevar el alma a experimentar sed y buscar así esta comunión tan preciosa, lo único que puede satisfacer. En Marcos 6 los discípulos que aún no habían considerado lo de los panes por cuanto estaban ofuscados sus corazones, precisaron una tempestad para llevarlos al conocimiento personal del Señor, lo que no habrían alcanzado mediante otra circunstancia.

En el desierto también David gozaba de la dirección divina. El profeta Gad le comunica el pensamiento del Señor quien le dirige directamente. En otra circunstancia Dios emplea a Abigail para mostrarle su camino. Saúl, en cambio, como fruto de sus yerros,
no tenía otros recursos que la pitonisa de Endor para evocar a los espíritus.

Es necesario buscar el pensamiento del Señor antes de hacer una elección, tomar una decisión o resolver un problema del camino. Lo podemos encontrar en la comunión con él, obedeciendo las enseñanzas de su Palabra. También Él puede valerse de otras personas y en particular de aquellas que nos precedieron en el camino y que por lo tanto han adquirido cierta experiencia.

El sendero de David en el desierto no siempre pasó por la luz de la presencia de Dios. La Palabra no calla sus errores y las consecuencias de éstos en este período de maduración espiritual.

En Nob él oculta la verdad y provoca así una desgracia en la familia de Ahimelec. En casa de Aquis, finge ser loco para salir de una falsa situación. Salmos 52 y 34 revelan cómo después de estos dos casos su alma fue restaurada. Cuando quiso vengarse de Nabal, solamente la intervención de la mujer le impedirá derramar sangre y sentir más tarde el pesar de haber hecho justicia por sí mismo, 25.31.

Sin embargo, el error más grave de estos años fue su segunda huida a casa de Aquis. “Dijo David en su corazón: Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl. Nada por tanto me será mejor que fugarme a la tierra de los filisteos”, 27.1. ¿No había aprendido nada de su primera experiencia? No consulta a Jehová, mas razona consigo mismo, “en su corazón”. Acababa de afirmar su confianza en Jehová y su fe con que lo libraría de toda congoja. Pero esa fe parece desvanecerse y sigue así su propio camino. Las consecuencias fueron amargas.

Al principio todo parecía ir bien; a fuerza de recursos dudosos, contestaciones ambiguas, gana la confianza de Aquis. Así también el cristiano que se asocia con el mundo puede parecer prosperar al principio. Pero llega el día cuando esa falsa posición es ya intolerable. Los filisteos van a atacar a Israel, y David debe marchar con ellos. ¿Qué hacer? No sabe en qué forma salvarse de este mal paso y finalmente pasa a la retaguardia con Aquis y sus hombres. La providencia divina utilizó a los príncipes de los filisteos para solucionar este dilema.

Pero si la misericordia de Dios interviene, su gobierno da lugar al castigo. Volviendo a Siclag, David y sus hombres hallan la ciudad destruida, mujeres y niños llevados cautivos. Un profundo dolor hizo presa en ellos, y lloraron “hasta que les faltaron las fuerzas para llorar”.

Una vez más es por el camino de una gran angustia que David es restaurado a su Señor y se esfuerza en su Dios. Desde su salida del territorio de Israel, durante los dieciséis meses pasados en casa de Aquis, entendemos que no pronunció una sola palabra de Dios, ni una oración, ni un salmo. Necesitaba las grandes aguas, la hondura de la prueba, para hacerlo volver a clamar. Dios respondió. David y sus hombres recobraron todo lo que habían perdido, en los mismos momentos en que Saúl perece en los montes de Gilboa.

 

Reinado

Por su actitud entre los filisteos David había perdido todo derecho al trono. Si Dios no hubiese intervenido, habría combatido contra su propio pueblo, descalificándose así para ocupar el cargo que lo esperaba. Es pues sólo la gracia la que le otorga el reino. Será así siempre, cualquiera que sea el servicio que el Señor nos confía; es su gracia y no nuestros méritos que nos permite servir.

David tenía treinta años, edad que tendría su divino Maestro al entrar en su ministerio,
2 Samuel 5.4, Lucas 3.23. ¿No nos llama la atención que la mayor parte de sus salmos los haya compuesto antes de esta edad, particularmente aquellos que hablan más de la fe y comunión con Dios? No son los años los que valen; es el apego al Señor. Un creyente andando con él puede progresar más en poco tiempo que uno de corazón dividido en toda su vida.

¿Cómo se comportó David? Su formación en un sentido está ya terminada. Viene la responsabilidad de manifestarse a la altura de la posición recibida. Dios le permitió ser rey sólo en un área reducida al principio, y más adelante gobernante de la nación entera. “En Hebrón reinó sobre Judá siete años y seis meses, y en Jerusalén reinó treinta y tres años sobre todo Israel y Judá”,
2 Samuel 5.5. Como rey, satisfizo las exigencias divinas y su ejemplo iba a ser citado constantemente a las generaciones futuras. Pero veremos en la sección final de este folleto que su vida privada no estuvo a la altura espiritual de su juventud.

Todo empezó bien. Él le preguntó a Jehová qué debería hacer, 2 Samuel 2, y halló en Hebrón casa, familia, hijos y siete años de paz. Sus hombres subieron cada cual y habitaban en ciudades vecinas. ¡Qué contraste con los años en el desierto! David se mantuvo a distancia de las luchas de Joab y de Abner; no son ni el amalecita, 2 Samuel 1, ni Abner, 3.21, ni Recab y Baana, capítulo 4, los que han de investir la realeza suprema; Jehová sólo lo ha de hacer.

Cuando el momento de Dios había llegado, todas las tribus acudieron a Hebrón y por tercera vez David es ungido rey, ahora sobre todo Israel.

En Deuteronomio 12.5 Moisés dijo al pueblo que una vez entrado en el país, debería buscar “el lugar que Jehová escogiere de todas vuestras tribus para poner allí su nombre para su habitación … y allá iréis”. Siglos habían transcurrido sin que Jerusalén fuese conquistada, pero la ciudad había permanecido en poder del jebuseo. Le corresponde ahora al hijo de Isaí tomarla y hacer de ella la capital de su reino y el centro de culto, 2 Samuel 5.6,9. Una vez instalado en Jerusalén, “David iba adelantando y engrandeciéndose”. El rey de Tiro le construyó una casa y él logró subyugar a los filisteos.

Demostró su afecto para Jehová haciendo subir el arca a Jerusalén, capítulo 6, y deseando construir allí el templo, capítulo 7. El Señor no se lo permitió; era un privilegio reservado para su hijo Salomón. Pero bendijo igualmente a David y a su casa “para siempre”, y no sólo en la persona de Salomón, ya que la bendición profética tiene por objeto a Cristo.

David aceptó no edificar la casa de Dios. Volvió a guerrear. Obtuvo nuevas victorias; Jehová lo salvó dondequiera que iba; el reino quedó establecido; el rey hacía justicia a todo el pueblo. ¿Terminará la carrera del rey según el corazón de Dios, con días apacibles, feliz él y sin caída? Satanás velaba.

El Espíritu de Dios tuvo a bien conservarnos el relato de 2 Samuel 24 donde vemos que el orgullo del rey le incitó a tomar inventario de sus soldados. Tenía a su favor varios años de experiencia; sin embargo durante diez meses no se dio cuenta de su error. Es solamente cuando Joab le trajo las cifras de sus hombres de guerra que “le pesó en su corazón; y dijo David a Jehová: Yo he pecado gravemente por haber hecho esto”, 24.10. El error del rey podría carecer de gravedad a nuestro punto de vista como el que cometió Ezequías, exhibiendo sus tesoros a los enviados de Babilonia, mas Dios no puede soportar el orgullo, el que se eleva debe ser humillado.

La peste se abatió sobre el pueblo. David intercedió, y en la era de Arauna jebuseo Dios le reveló el sacrificio. Así los libros de Samuel concluyen con el altar de Moriah, en el lugar donde Abraham había ofrecido a Isaac, donde el templo sería construido, 2 Crónicas 3.1, y muy cerca de donde Jesús sería crucificado.

¿Qué queda de una larga carrera con sus goces y tristezas, con sus triunfos y errores, sino el sentimiento de la gracia infinita, el recuerdo de la misericordia de Dios? Desde este momento David consagró los últimos años de su vida a los preparativos y la organización del servicio del templo, 1 Crónicas 22.8 et seq.

Después de haber preparado “con todas sus fuerzas” todo lo necesario para la casa de Dios, exclama: “¿Quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer volun-tariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos”,
1 Crónicas 29.14.

“Todo es tuyo”. ¿Puede haber un fin más bello en la vida de un siervo de Dios? ¿Qué es lo que traeremos en el momento del llamado del Señor para subir al cielo, sino lo que Él mismo habrá obrado por nosotros?

 

Hogar

Volviendo atrás en secuencia de tiempo, quizás el primer indicio de que algo andaba mal en el hogar de David es el hecho de haber comenzado a multiplicar esposas. La primera fue Mical, hija de Saúl, la cual compró a costo de la vida de doscientos enemigos del rey,
1 Samuel 18.27. Pero en el capítulo 25 encontramos que tomó tanto a Abigail, anteriormente esposa de Nabal el carmelita, de la familia de Caleb, como Ahinoam la jezreelita.

Ahora, Dios había advertido claramente que el rey que Él escogiere no debería tomar para sí muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe, Deuteronomio 17.15,17. Bien sabía David que Dios le había escogido a ser rey. Le había ungido cuando muchacho aún. Pero en franca desobediencia al mandamiento divino, dirigido más que todo a él, David empezó a tomar esposas.

Ninguno de nosotros puede desobedecer livianamente la Palabra de Dios de cualquier manera y no esperar cosechar frutos amargos. Cuán poco sabía David que su entrega a este deseo en particular de la carne sería imitada por su hijo ilustre, Salomón, al extremo de traer la pérdida y ruina de la mitad de su reino. “Ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios”, Jeremías 2.19.

El tercer hijo de David era Absalón, significando “padre de paz” y haciendo ver el anhelo que David tenía para la paz después de años de refugiado y guerrero. ¿Pero quién era la madre de éste? Maaca, hija de Talmai, rey de Gesur, 2 Samuel 3.3. La cosa va de mal en peor. No sólo había añadido otra esposa, sino para contar con una de linaje real la había encontrado en una nación pagana. Esto también fue desobediencia a un mandamiento expreso de Jehová, repetido vez tras vez. El israelita no debía casarse con pagana. ¿Cómo podría esperar David la bendición de Dios sobre semejante unión? De nada valió darle a la criatura un nombre de sentido tan hermoso, cuando la unión conyugal estaba en abierto desafío a la Palabra de Dios.

Pero sus problemas no terminaron ahí. Absalón era muy buen mozo: “No había en Israel uno tan alabado por su hermosura como Absalón; desde la planta de su pie hasta su coronilla no había en él defecto”, 2 Samuel 14.25. No es difícil imaginarse que un joven de esta índole haya sido consentido desde niño.

En 1 Reyes 1.6 leemos de Adonías hijo de la mujer Haguit, el que seguía a Absalón en edad, y el comentario en cuanto a su crianza es especialmente desalentador: “Su padre nunca le había entristecido en todos sus días con decirle: ¿Por qué haces así?” Es una solemne, práctica demostración de las palabras escritas un poco más tarde por uno de los hermanos de padre de Adonías: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece, mas el que lo ama desde temprano lo corrige”, Proverbios 13.24. Cuán diferente ha podido ser la historia de David
y Salomón si los hijos de David hubieran recibido unas cuantas nalgadas cuando muchachos.

Adonías “era de muy hermoso parecer: y había nacido después de Absalón”. A lo mejor no nos equivocamos al pensar que su crianza fue al estilo de aquel de su hermano. Al ser así, tenemos el cuadro triste de dos jóvenes de físico atractivo, de casi la misma edad, levantándose sin corrección alguna, permitidos hacer lo suyo. Y ambos iban a morir prematura y violentamente. En estos tiempos se habla de permitir al niño “afirmarse”, y lo lamentable es que no son pocos los que abogan por este estilo de crianza.

Pero tenemos que proseguir. En 2 Samuel 11.1 leemos: “Aconteció … en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas”. Pero él se quedó en casa. ¿Por qué, si era la temporada del año “en que salen los reyes a la guerra?” Parece que fue por indolencia. Joab y los suyos están lejos en batalla, ¡y el rey está quieto en su casa! Esta es una historia diferente a la de David en años anteriores y posteriores. Satanás encuentra alguna travesura para las manos ociosas, y no nos sorprende que David haya caído en una trampa en estas circunstancias.

“Sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real”. Todo tiene sabor de indulgencia e indolencia de parte de uno que había mandado a los demás a luchar. El relato continúa: “Vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa”. ¡Oh David, David! ¿Por qué no quitó sus ojos de una vez? La indulgencia de su codicia en ocasiones anteriores había cauterizado la conciencia tierna que es de valor inestimable. En vez de ocuparse de otra cosa, volvió a mirar, y no quedó satisfecho hasta haber logrado su malvado deseo.

Cualquiera de nosotros ha podido hacer lo mismo al haber estado donde él estaba. La mayoría no hemos ejercido el debido cuidado para guardar nuestra conciencia limpia y sensible, ni hemos sido suficientemente prestos a huir de aquello que incita nuestras pasiones, de manera que mal podemos lanzarle piedra a David.

El resto del triste relato de engaño y homicidio ha podido versar sobre el escritor o el lector, al haber sido uno puesto en esas circunstancias, si no fuera por la gracia de Dios. Pero aun semejante pecado puede ser perdonado. Leemos el clamor: “Pequé contra Jehová”, 12.13. Y al instante la réplica: “También Jehová ha remitido tu pecado”.

Jehová envió a Natán a David; y viniendo a él, le dijo: «Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. El rico tenía numerosas ovejas y vacas; pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija. Y vino uno de camino al hombre rico; y éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a él.»

Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: «Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia.»

Entonces dijo Natán a David: «Tú eres aquel hombre.» Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: «Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl, y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón.»

«Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer.» Así ha dicho Jehová: «He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol. Porque tú lo hiciste en secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol.»

Entonces dijo David a Natán: «Pequé contra Jehová.» Y Natán dijo a David: «También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás.» 2 Samuel 12.1 al 13

Así tanto sembrar tenía que traer su cosecha, y ola tras ola de problemas pasaron por encima del rey años más tarde. “Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido”, Mateo 7.2.

Muere el niñito que nació como consecuencia de aquel pecado, y David se somete a ese golpe de disciplina. Se va el primer “corderito”.

Pero hay más. Lo que David había hecho a Betsabé, esposa de Urías, su hijo mayor Amnón lo hace a Tamar, hija amada de David. Al oir la noticia, David se enojó mucho, 13.21. “Levantándose David, rasgó sus vestidos, y se echó en tierra … El mismo rey y todos sus siervos lloraron mucho”. ¿Pero se dio cuenta de que él mismo había dado el ejemplo ante su hijo mayor de lo que ahora le estaba molestando tanto?

Resulta que Tamar era hermana de padre y madre de Absalón, y la perversidad de su hermano Amnón llenó de odio el corazón de Absalón hacia éste. Él no reposó hasta haber matado al abusador. Con esto, Absalón huye a casa de su abuelo materno, un pagano, en busca de refugio. Se siente seguro, fuera del alcance de la venganza que ha debido caer sobre él conforme a la ley de Dios; 13.37.

En nuestros tiempos de un “amor” indulgente, cuando se acepta las teorías de muchos psicólogos y sociólogos por encima de la Palabra de Dios, algunos padres ceden ante la pedidera y lloradera al punto de formar hijos malcriados. ¡Y se sorprenden cuando éstos se desvían y se encuentran en graves problemas!

David se encontró entre las demandas de la ley, cual rey que era, y el sentido de misericordia, cual padre que era. Pero no actuó con gracia ni en verdad.

Reconocemos, sin embargo, que en esta etapa de la vida su arpa no estaba sin uso. Multitudes de creyentes entristecidos y pecadores arrepentidos han encontrado consuelo y confianza en los salmos que David compuso.

Conocemos la historia de cómo volvió al cabo de tres años y recibió un inmerecido beso de perdón de su padre disgustado, sin decir una sola palabra al tenor de Lucas 15: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. Este rebelde se valió de su amistad con Joab, el jefe del ejército. Leemos: “Absalón respondió a Joab: Vea yo ahora el rostro del rey; y si hay en mí pecado, máteme. Vino, pues Joab al rey, y se lo hizo saber. Entonces llamó a Absalón, el cual vino al rey, e inclinó su rostro a tierra delante del rey; y el rey besó a Absalón”, 14.32,33.

Ahora viene la conspiración contra el rey; “Robaba Absalón el corazón de los de Israel”, 15.6. Los planes maduran y Absalón busca el apoyo de un consejero de David: “El consejo que daba Ahitofel en esos días, era como si se consultase la palabra de Dios”, 16.23. ¿Cómo ha podido Absalón tener la audacia de acudir a un hombre de la confianza de su padre? Era otra consecuencia de lo que había hecho David con Betsabé, ya que parece que este consejero de tanta confianza era abuelo de aquella mujer,* y bien podemos entender que él no había perdonado al rey por lo que hizo a su nieta. [* 2 Samuel 11.3: “Betsabé hija de Eliam;” 23.34: “Eliam hijo de Ahitofel”]

El cuadro de lo que sucedió es melancólico, aliviado sólo por la fidelidad de Itaí geteo y algunos otros, israelitas y extranjeros, viejos y jóvenes, todos devotos al rey rechazado. “David subió la cuesta de los Olivos; y la subió llorando, llevando la cabeza cubierta y los pies descalzos. También todo el pueblo que tenía consigo cubrió cada uno su cabeza, e iban llorando mientras subían”,15.30.

Abrimos un paréntesis para recordar a Otro que cruzó siglos después ese mismo riachuelo, rechazado por su pueblo. Él tenía a su Ahitofel, uno llamado Judas. Del aposento alto, Jesús “salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto”, Juan 18.1.

A diferencia de David, este rey rechazado no estaba sufriendo por pecados propios, porque no los tenía. Él padeció una sola vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia.

El desenvolvimiento de los hechos acerca de David y su hijo es deprimente. El padre no cambia de actitud: “Tratad benignamente por amor de mí al joven Absalón”. Pero en vano. Llegamos a ver al padre desconsolado al oir de la muerte de su hijo impío. Tal vez no haya expresión más triste del corazón de un padre que aquello del 18.33: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón hijo mío, hijo mío!”

Muy diferente había sido la muerte de la criatura de Betsabé, según el relato en el capítulo 12. En esa ocasión David podía decir: “Yo voy a él, mas él no volverá a mí”. Pero sabía que su separación de este hijo, Absalón, era eterna. Triste, triste, una muerte sin esperanza.

No hemos llegado al fin. Cuando Natán visitó a David después de su gran pecado, y le contó del rico que le quitó al pobre su corderita, David expresó en indignación justa que el tal debería restaurar la pérdida “con cuatro tantos”, 12.6. Pero el profeta había respondido, “Tú eres aquel hombre”, y Dios permitió que la sentencia de David fuese aplicada a él mismo.

Hemos visto cómo tres de los “corderitos” de David le fueron quitados. Pero todavía faltaba una, de manera que 1 Reyes capítulos 1 y 2 relatan la triste historia de Adonías. “Se rebeló, diciendo: Yo reinaré”. Salomón declaró que este usurpador tendría que morir. “Entonces … envió por mano de Benaía hijo de Joiada, el cual arremetió contra él, y murió”, 2.25. De veras, “el rico” pagó con cuatro tantos.

Así fue el fruto amargo cuyo comienzo fue un paso falso en desobediencia a la Palabra de Dios. ¡Señor! ¡Guárdanos! Quizás podemos resumir en cuatro las lecciones para los padres y madres:

> Ser a nuestros hijos ejemplo de pureza además de amor.

> Basar nuestras decisiones en la Palabra de Dios, y no en la indulgencia y sentimientos de conveniencia propia.

> Aplicar con amor la disciplina —sea sólo la orientación sana, o incluido también el castigo a veces requerido— teniendo presente que Dios es Juez de todos.

Guardarnos en comunión con Dios, para que nuestro discernimiento no sea perjudicado por los valores del mundo en derredor ni por la naturaleza pecaminosa que está en nuestros hijos — y en nosotros.


 

 

El Documento 748 por R E Harlow es de 76  páginas y se titula; El rey David; 1 y 2 Samuel

 

 

  1. R. Thomson

 

 

Relatamos en un escrito anterior que Saúl había sido escogido según el corazón del hombre; nosotros naturalmente somos parciales a las cualidades físicas de alto, fuerte, guerrero. Pero David, el segundo rey oficial de Israel fue escogido “según el corazón de Dios”. Esto no quiere decir que David era perfecto, como Cristo, sino que se destacaba entre los demás hombres como llenando los requisitos divinos del rey. Dios buscaba al hombre de humildad, pie dad, fe, amor y perdón. No había otro hombre que manifestaba estas características más que David.

 

Humildad, piedad y fe

En el capítulo 17 de 1 Samuel se revelan las cualidades de David. Él no tenía veinte años, no habiendo alcanzado tal edad de servicio militar en Israel (Números 1:3). Pero este joven ya conocía a su Dios personalmente y el Señor estaba con él (1 Samuel 16:18). No era neófito, porque su fe había crecido bajo las pruebas en el campo. Su confianza en Dios le libró de las garras del león y del oso (v. 37). No era obrero descuidado, porque cuando su padre le envió al campo de batalla, no dejó las ovejas solas, sino al cuidado de un guarda (v. 20). Era hijo pronto para obedecer, porque en cumplimiento de la solicitud de su padre, se levantó de mañana para hacer su voluntad (v. 20). La distracción del campo de batalla (v. 21), no provocó descuido en David; primeramente cumplió su misión, entregando la encomienda al encargado (v. 22). Sus hermanos mayores eran hombres más nobles y altos que él
(1 Samuel 16:6,7). Les faltó a ellos el coraje de dar frente a Goliat, pero despreciaron a David, acusándole falsamente de soberbia y malicia (v. 28). David manifestó su humildad bajo tal provocación. En vez de soltarles la lengua, burlándose de ellos como pusilánimes, él les contestó con calma: ¿Qué he hecho yo ahora? ¿No es esto mero hablar? (v. 29).

Proverbios 16:32 dice: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”. David logró ganar la batalla después contra Goliat, pero ya había ganado una batalla mayor; la de adentro, luchando contra su propia naturaleza. Era lento en airarse; sabía domar su espíritu por la gracia divina.

No era temerario, pero tenía plena fe en el Señor al salir contra Goliat. “Yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos”. Después de la victoria, él llevó la espada de Goliat a su tienda (v. 54), pero no la guardó para vana-gloriarse. La presentó al Señor como un trofeo para la gloria del Señor (Sabemos esto, porque ella se halló después en la Casa de Dios con el sacerdote, 21:9). ¡Que el Señor nos ayude a ser prudentes en nuestras palabras como David
(1 Samuel 16:8), mansos, humildes, obedientes, cuidadosos, píos y fieles!

 

Hombre perdonador,
amoroso y paciente

“David se conducía prudentemente en todos sus asuntos, y Jehová estaba con él” (1 Samuel 18:14). Esto provocó en Saúl la envidia, y le condujo a buscar la muerte de David. Cuando Saúl le tiró una lanza para matarle, David tuvo que huir, y pasó eso de doce años como fugitivo. Pero en ninguna ocasión buscó David la venganza. Con paciencia él esperaba hasta que Dios mismo se vengara por él. Con amor, él buscó el bien de su enemigo. Dos veces cuando David huía en las montañas y en las cuevas, Dios le dio la oportunidad de matar a Saúl. Pero en ambas ocasiones David le perdonó. “No os venguéis vosotros mismos, amados míos … si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer … no seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:19-21) (Vea
1 Samuel 24:3-6, 26:7-12).

En una ocasión David fue tentado a vengarse, no de Saúl sino de Nabal. Aquel perverso maltrató y zahirió a los siervos de David (1 Samuel 25). David salió con cuatrocientos hombres, ceñidas las espadas, para matar a Nabal. Pero Abigail, la esposa de Nabal, mujer sabia y humilde, salió al encuentro y le apaciguó. Le aconsejó que perdonara a su enemigo, diciendo: “Cuando Jehová … te establezca por príncipe sobre Israel … no tendrás motivo de pena ni remordimiento … por haberte vengado por ti mismo”. No es fácil que un hombre grande reconozca una falta, mucho menos cuando es corregido por una mujer Pero la grandeza de David se manifestó en su humildad al admitir su ligereza, diciendo: “Bendito se tu razonamiento, y bendita tú, que me has estorbado hoy … de vengarme”. Dios le honró a David, y diez días después murió Nabal.

 

Salmos caracterizados por franqueza

Muchos de los salmos fueron escritos en los días de sus aflicciones. Por consiguiente, ellos expresan los mismos sentimientos comunes a tantos otros creyentes. La grandeza de David se manifiesta en su franqueza de admitir su propia debilidad. Luego el triunfo se lo ganó por medio de su confianza en Dios, así como su amparo y fortaleza. Salmo 23 puede ilustrar cómo él sentía la debilidad como oveja delante de Goliat, pero confió en el poder del Señor como su Pastor. Aquel Valle de Ela era como valle de sombra de muerte, pero David podía decir: “No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. David admite que él sentía miedo en varias ocasiones, como expresa en Salmo 34. Su miedo le condujo a fingirse loco delante de Abimelec, pero luego él escribe en versos 4 y 6: “Este pobre clamó, y le oyó Jehová y le libró de todas sus angustias. Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores”.

También se manifiesta su franqueza en confesar su falta contra Urías y Betsabé. Aunque había encubierto su pecado por tiempo, él no siguió en hipocresía cuando Natán le señaló como culpable. En Salmo 51, él reconoce que su pecado era rebelión, maldad y contaminación delante de Dios; que era resultado de la maldad de su propio corazón, y que él no tenía el espíritu recto. El buscó el perdón y no siguió más en el pecado. Resultó que se cumplió Proverbios 28:13: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.

 

Ensalzamiento y gloria

David no se regocijó en el juicio de Dios contra su enemigo, Saúl; lo lloró. Era más recto que Esaú quien aprovechó el juicio de Dios contra Judá. Dios condenó a Esaú (Edom) diciendo: “No debiste haberte alegrado de los hijos de Judá en el día en que se perdieron ni debiste haberte jactado en el día de la angustia” (Abdías 12). La gloria de la corona no provocó a David a olvidarse de la misericordia. Buscó a los familiares de su enemigo para hacerles bien. Su gracia en llevar a Mefiboset, nieto de Saúl y hombre cojo, a sentarse a la mesa real, se destaca como uno de los hechos más nobles de la historia humana. La prosperidad de David no le condujo al egoísmo. Su benevolencia se mostró en compartir los bienes con otros
(1 Crónicas 16:3).

 

La vejez

Es más difícil acabar bien la carrera que empezarla. El diablo no cesa de asecharnos. En su vejez, David mani-festó debilidad en su trato con Absalón. También se equivocó en su mandamiento de tomar el censo del pueblo. Pero creció en el corazón de David su amor a la Casa de Dios. La comunión con Dios es más preciosa que la gloria del éxito.

Saúl no había tenido interés en el Tabernáculo. El Arca del Pacto había sido llevada por los filisteos. Luego permaneció por veinte años durante el reinado de Saúl en la casa de Abinadab en Quiriat‑Jearim. David anhelaba llevar el arca a un tabernáculo en Jerusalén, porque Dios había desamparado a Silo donde estaba el antiguo tabernáculo. Dios estaba personalmente con David, pero no moraba entre los querubines en el Lugar Santísimo, en su Casa. David propuso llevar el arca en un carro nuevo. La cosa parecía bien a todo el pueblo. Pero la voluntad de David y el acuerdo del pueblo no bastaban a Dios. Era necesario hacerlo según los principios divinos, llevándola sobre los hombres de los levitas (1 Crónicas 13: 3-11,
15:1-28).

Cuando se cumplió esto, luego nació en el corazón de David el deseo de preparar una Casa de Dios más permanente y gloriosa (1 Crónicas 28 y 29:). Dios escogió que su hijo Salomón, hiciese la casa, pero le reveló a David el diseño (28:11,19). David, en su vejez, hizo muchos preparativos. Dijo: “Por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario, he dado para la casa de mi Dios”. Habiendo dado tan buen ejemplo, él pudo decir: “¿Quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?” (29:3‑5).

¡Ojalá tengamos ejercicio en cuanto a nuestros bienes para no dejarlos a los inconversos o al anticristo cuando venga el Señor!

David terminó sus días como peregrino verdadero. El oró: “Nosotros extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres … yo sé que la rectitud te agrada … Jehová … conserva perpetuamente esta voluntad del corazón de tu pueblo, y encamina su corazón a ti”. ¡Que así sea!

 

 

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