Sara (#401)

Sara

Jack Hay

 

Introducción

Abraham es el cuarto en una lista de los campeones de la fe en Hebreos 11. No sabemos nada de las esposas de aquellos que le precedieron, así que Sara es la primera mujer a ser tratada extensamente en la Palabra de Dios. Vamos a llamarla Sara solamente, aunque fue tan tarde como Génesis 17 antes de que su nombre fuera cambiado de Sarai a Sara. Probablemente Sarai quiere decir dominante (Strong) o contenciosa (Unger), pero Dios le dio el nombre de Princesa.

La suya era una dignidad acorde con el prestigio de su esposo, un hombre conocido a sus prójimos como “un príncipe de Dios entre nosotros”, Génesis 23.6. Que las mujeres cristianas tengan este mismo porte noble en su actitud, cortesía y respeto propio, cada una pareciendo hija de rey, como dice Jueces 8.18. Con Abraham, Sara respondió al llamado de Dios a una vida de peregrinaje. Compartió su espi-ritualidad y era una auténtica heroína de fe, Hebreos 11.11.

Su engaño

Tristemente, nuestro primer verdadero encuentro con Sara está en el contexto de un incidente algo desagradable, Génesis 12.10 a 20. Sin mandato del cielo, Abraham descendió a Egipto en tiempo de hambruna. ¿Cómo sería recibido? ¿Tendrían envidia de él y tomarían su mujer hermosa? Aprensivo acerca de su recepción, la anima a mentir por el bien de él; ¡ella era su hermana! Habían ideado esta intriga al salir de Ur, 20.13, y, francamente, fue un engaño premeditado. Aun cuando fue Dios que le había instruido a Abraham a salir errante de la casa de su

 

padre, 20.13, parece que ellos no confiaban en Él para preservarlos en su nuevo ambiente. Obviamente no habían sopesado las consecuencias de su conducta. Sara estaba expuesta a grave peligro moral, ya que fue llevada a casa de Faraón, 12.15, y era candidata para un lugar en su harem, v. 19.

Los participantes inocentes en el drama se encontraron en gran angustia y el episodio terminó al ser los dos expulsados de Egipto, su reputación en el suelo,  vv 17 a 20. Más adelante en la vida, en una emergencia embarazosa, Sara mintió al negar que se había reído, 18.12 a 15. Bastaba el mal de ser “tomada en una falta” de esta manera, pero aquí se permitió ser persuadida a cometer una duplicidad deliber-adamente.

Trágicamente, todo lo acontecido fue repetido en Gerar, 20.2; ¡no habían aprendido la lección de la historia! Esta vez la víctima fue Abimelec, y él no iba a confiar en Abraham más nunca. Cínicamente, habló a Sara de “tu hermano”, v. 16. En conversación con Abraham, demandó un juramento: “Júrame aquí por Dios, que no faltará a mí”, 21.23. Aprendamos bien nosotros la lección: el Señor aborrece una lengua mentirosa, Proverbios 6.17, de manera que decir la verdad a medias nunca puede ser tolerado. Pone a nuestros semejantes en peligro y, al salir a la luz, genera una entera falta de credibilidad.

Su desagrado

La esterilidad le afligía a Sara, y Génesis 16 dibuja el cuadro de una mujer cuya decepción dio lugar a la impaciencia. Esta a su vez la provocó a expresar desagrado con Abraham y también con Agar. Dios había prometido que Abraham tendría un hijo y heredero, 15.4, pero la mención de tierra diez años más tarde, 16.3, insinuó que Sara se había cansado de esperar el cumplimiento de aquella promesa. Ella buscó un remedio y urdió un esquema que en aquellos tiempos antiguos era una respuesta aceptable socialmente a la infertilidad. Su criada sería la madre sustituta. Abraham convalidó el plan.

Hoy día algunas hermanas jóvenes no tienen hijos y les es causa de gran angustia. Las compadecemos. La ciencia médica ha creado respuestas inusuales al problema, pero, desde una perspectiva cristiana, algunos de estos procedimientos atraviesan las normas aceptables. Por esto aconsejamos cautela y mucha oración al considerar las alternativas que el mundo médico ofrece.

Las repercusiones permanentes de la iniciativa de Sara han sido ventiladas ampliamente, pero las consecuencias inmediatas también fueron angustiantes. Surgió conflicto doméstico. Agar fue una víctima de estas circunstancias, pero esto no fue excusa para despreciar a su señora, 16.4. Poco nos sorprende que el muchacho se burlaba de sus hijos, 21.9, porque las actitudes y opiniones de una madre se duplican muchas veces en los hijos. Atalía odiaba a Jehová tanto como hacía su madre Jezabel. En una nota más positiva, la fe de Timoteo traía a la memoria la de Eunice, 2 Timoteo 1.5.

Fue severa la respuesta de Sara a la burla de Agar, así como fue su reacción a la de Ismael, Génesis 21.9,10. Ella permitió que su amargura le robara su capacidad de bendecir a los que la maldecían, Mateo 5.44. Los líderes en Tesalónica fueron advertidos: “Mirad que ninguna pague a otro mal por mal”, 1 Tesalonicenses 5.15.

Ella falló también en echar la culpa por su necedad sobre Abraham, Génesis 16.5. Esta tendencia es casi tan antigua como el tiempo; Adán asignó a Eva la culpa por la caída y ella a su vez implicó la serpiente, Génesis 3.12,13. La excusa que tenía Saúl por su desobediencia fue: “El pueblo tomó del botín … temí al pueblo”, 1 Samuel 15.21,24. Cuando caímos, pecamos, desobedecemos, o nos alejamos, ¡usualmente la culpa es de otro!

Su devoción

Pedro destaca la devoción de Sara a su esposo, citándola como ejemplo de las mujeres santas que esperaban en Dios. Sin duda era una mujer muy atractiva, pero él da la clara impresión que ella se interesaba más en la hermosura de su carácter que en la de su semblante, 1 Pedro 3.3 a 6. Le resultaban indiferentes su peinado, sus adornos y la moda.

Lo que sí le interesaba era la necesidad de adornar lo interior, “el corazón”. Estaba al tanto de lo que el cielo valoraba. Este adorno espiritual, “el espíritu afable y apacible”, se expresaba en su actitud a su marido; estaba sujeta a él, le obedecía y le llamaba señor. El hecho de que le haya llamado señor en su corazón, Génesis 18.12, indica que se trataba de una actitud genuina que evidenciaba hermosura espiritual. No era pretenciosa ni atrevida. “Mujeres cristianas”, dice Pedro, “esta es su modelo a seguir”. Aquel que administra este tratamiento de hermosura espiritual es el Espíritu Santo. Sométanse al control suyo, y Él producirá su fruto en las vidas de ustedes.

La devoción de Sara a su esposo se veía en su disposición de colaborar al atender a huéspedes, 18.6. ¡En circunstancias parecidas, la esposa de Lot era invisible, 19.3! La presencia de Sara en la tienda, v. 9, es un ejemplo de lo que Pablo quiere decir por “cuidadosas de su casa”, Tito 2.5. Su disponibilidad era un apoyo para Abraham en su servicio para el Señor. Una madre joven que se ocupa en una carrera posiblemente no sólo niega a sus hijos de su soporte en las 24 horas, sino también impide a su esposo en su utilidad para Dios. En el contexto de Tito 2, una mujer joven con esposo e hijos debe ser “cuidadosa de su casa”.

Su dependencia

Hemos reconocido fallas en Sara, pero no debemos olvidar que ella caminaba en la senda de la fe. Hebreos 11 la presenta como confiando en la palabra de Dios; “creyó que era fiel quien la había prometido”, v. 11. Así, por fe, ella recibió fuerza para concebir simiente. Su dependencia en Dios y su fe en su promesa desplazaron la risa incrédula de Génesis 18.12 con la risa alegre del 21.6.

Dios puede darle a usted risa también. En Salmo 126 las circunstancias del pueblo se habían transformado tanto que pensaban que estaban soñando, ¡pero no era ningún sueño! Las bocas llenas de risa dieron prueba audible de que el Señor había hecho grandes cosas con ellos. Posiblemente las experiencias suyas hacen eco del estrecho de Pablo en Hechos 27.20: “no aparecieron ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos”. En su necesidad, dijo confiadamente: “Yo confío en Dios”. Amado, Dios es fiel, 1 Corintios 10.13. Que esto lo anime. “Nada hay imposible para Dios”, Lucas 1.37. Eche mano a ello. “ni hay cosa que sea difícil para ti”, Jeremías 32.17. Créalo. Tomarle a Dios la palabra siempre paga dividendos ricos.

Su defunción

El lugar donde Sara murió fue de gran significado. Hebrón, Génesis 23.2, quiere decir asociación, comunión. Sara murió en comunión con su esposo, porque él hizo duelo por ella. Murió en comunión con su hijo, porque él sentía mucho su ausencia. 24.67. Más importante, murió en comunión con su Dios, a diferencia de tantas que cayeron ante la última barra. Así como el apóstol acabó su carrera con gozo, Hechos 20.24, hágalo usted su meta.

El lugar de su sepultura también es significativo. Macpela conlleva la idea de doble, y la insinuación es que la cueva tenía dos aberturas, ¡una entrada y una salida! En Macpela hay el recordatorio de la esperanza de resucitar. Lo que se siembra será levantado, 1 Corintio 15.42. El Bendito Triunfante sobre la muerte garantiza la resurrección de los suyos,
v. 23.

 

 

Sara –  princesa

E. L. Moore

Ciertas crisis en su vida, afectando a: su pueblo – Las promesas divinas debían cumplirse en su simiente, a pesar de las imposibilidades naturales, puesto que ella era estéril;  su persona — El desprecio de parte de su sierva Agar.

Palabras notables: «Echa a esta sierva y a su hijo…» (Génesis 21:10, Gálatas 4:30). Sara obedeció a Abraham, llamándole «señor» (1 Pedro 3:ó).    Sus palabras – «Ya veo que Jehová me ha hecho estéril» (Génesis 16:2) «Dios me ha hecho reír… pues le he dado un hijo en su vejez (Génesis 21:6,7).

Destacada aun en los años anteriores, Sara había abandonado una vida cómoda y de lujo en Ur, el centro comercial y cultural del Oriente, para acompañar a su esposo. El no sabía a dónde iba (Hebreos 11:8), sin embargo estando todavía en Mesopotamia, estaba respondiendo por fe a la visión que había recibido de Jehová (Hechos 7:2,3). Más tarde, a la edad de 65 años, ella dejó Harán para emprender viaje nuevamente, esta vez en dirección al suroeste, a la tierra de Canaán, en obediencia a su esposo y con la confianza de que Jehová les podría guiar y proteger.

El hambre les hizo seguir viaje más al sur, hasta Egipto, pero luego se dieron cuenta de su error y volvieron a la tierra de promisión. Sin embargo, el breve contacto con la idolatría y la mundanalidad de Egipto dejó ciertas huellas. Durante su breve estadía allí los egipcios se fijaron en la belleza excepcional de Sara, la cual todavía conservaba a pesar de sus años. Su esposo, temiendo por su vida y no tan preocupado por la castidad de ella, instó a Sara a mentir. Además, en su sobrino Lot comenzó a desarrollarse una actitud de codicia para las cosas materiales, todo lo cual terminó años más tarde con su caída y múltiples pérdidas. Sobre todo, las consecuencias más impactantes y permanentes vinieron por medio de Agar, la esclava egipcia, y en especial por Ismael, el hijo que ésta dio a Abraham.

Sin embargo, las promesas de Dios son ciertas y seguras, y la fe de Sara debía combinarse con la paciencia. Así ella quedaría plenamente convencida de que Dios también era poderoso para hacer todo lo que había prometido (Romanos 4:21). Anteriormente ellos habían demostrado confianza en Jehová al emprender viaje sin saber a dónde iban. Después debían ejercer la fe implícita en El, no sabiendo cómo resolver los problemas de la edad avanzada y la esterilidad de Sara (Romanos 4:19). Ella apropió para sí las promesas divinas, estimando a Dios como verdadero y fiel a su palabra (Hebreos 11:11), esto a pesar de haberse reído entre si ante la extraña idea de concebir a los 89 años de edad.

Habiendo recibido fuerzas para concebir, a su tiempo Sara dio a luz su único hijo, Isaac. Podemos imaginarnos cuál sería su estupor y dolor anos más tarde, al saber del pedido que Jehová hizo a Abraham. Posiblemente le habría surgido esta pregunta acerca de aquel sacrificio.  ¿Por qué debía ofrecer al amado hijo de la promesa?  Con todo, a través de la mayor parte de sus 127 años, durante los cuales experimentó varias crisis importantes, Sara llevó una vida llena de fe en conjunto con su esposo. Demostró ser fiel esposa por más de 62 años, y sin duda se sintió realizada como madre durante los últimos 37 años de su vida.

En el Nuevo Testamento Abraham es llamado «padre de todos los creyentes» (Romanos 4:11) y los que hemos creído por fe somos «los hijos de Abraham» (Gálatas 3:7). De manera semejante, Sara es reconocida cual madre espiritual de las mujeres creyentes quienes viven sujetas a la Palabra de Dios. Ellas son llamadas «hijas» de Sara (1 Pedro 3:6.).

 

 

La historia de esta madre de naciones está en Génesis capítulos 11–23; Hechos 7:1-5; 1 Pedro 3:6; y Hebreos 11:11.

Rhoda de Cumming

 

Sara, la bella y distinguida esposa del patriarca Abraham, estaba sentada a la puerta de su tienda de pieles de camello. Algo muy extraño había sucedido aquel día y seguramente ella se quedó pensativa. Tres varones que nunca había visto antes llegaron, y a las órdenes de Abraham, Sara preparó panes para los visitantes. Su esposo les sirvió comida. Leemos en Hebreos 1:2 de hospedar ángeles sin saberlo, y dos de ellos eran ángeles y el otro el Señor Jesucristo mismo en una apariencia antes de tomar cuerpo humano.

Sentada a la puerta de su tienda Sara oyó al Señor decir a Abraham que en un año Él iba volver y para ese tiempo Sara  tendría un hijo. “¡No puede ser!” pensaba Sara, “Yo tengo ochenta y nueve años y mi esposo noventa y nueve, y no es posible que yo pudiera dar a luz el hijo que hemos  esperado por tantos años”. Y ella se rió de incredulidad. El Señor preguntó a Abraham: “¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: Será cierto que he de dar a luz siendo vieja?” y Él dijo “¿Hay para Dios cosa difícil?” Sara lo negó diciendo: “No me reí; porque ella tuvo miedo”.  Y él dijo: “No es así, sino que te has reído.” Los visitantes se fueron, pero sin duda Sara se quedó pensando en el Dios Todopoderoso, en sus palabras, y en los años de su peregrinación.

En su larga vida Sara había experimentado muchas veces la intervención de Dios. “El Dios de la gloria” apareció a su esposo Abraham cuando ellos vivían en medio de gente pagana en Ur de Caldea, una ciudad de comercio y cultura. “Sal de tu tierra y ven a la tierra que Yo te mostrare”, dijo Dios. Y Sara, aparentemente sin queja alguna, se despidió de sus familiares y se puso en marcha con Abraham y los suyos. Dejaron una ciudad rica y cómoda para vivir el resto de sus vidas en tiendas como extranjeros y peregrinos.

La vida de Sara tuvo sus altibajos. Al salir de Ur, y luego de Harán, su manera de vivir era nómada: vivían en  Siquem, Betel, Hebrón, Berseba, Egipto, y Gerar. Sara no podía tener hijos, sufrió de escasez, del peligro de las riquezas, de la separación de Lot sobrino de Abraham, y ella vio a su esposo salir a combatir contra cuatro ejércitos.

Dios hablaba directamente a Abraham, un hombre de fe, pero ambos sufrieron sus deslices. Parece que muchos años pasaron antes de que Sara llegara a ser “una santa mujer que esperaba en Dios”, como el apóstol Pablo la describe. En dos ocasiones Abraham pidió a Sara que mintiera para proteger la vida de él, y ella lo hizo. La belleza de Sara causó problemas para los dos.

Pero Sara fue la esposa de Abraham, y Dios los había escogido para ser progenitores de Israel, su pueblo terrenal. Pasaron diez años, Sara era estéril, y el heredero que el Señor prometió no había nacido. En vez de confiar en Dios y esperar su tiempo Sara tomó el asunto en sus propias manos y propuso a Abraham que tuviera hijos con su sierva Agar.

Las consecuencias de esa impaciencia e incredulidad de parte de Sara resultaron en problemas. Cuando Agar concibió y estaba encinta ella miraba a Sara con desprecio, y Sara echó la culpa sobre Abraham. Cinco mil años después de aquel hecho, enemistad todavía existe entre los judíos, descendientes de Isaac, y los árabes islámicos, descendientes de Ismael.

Cuando Abraham tenía noventa y nueve años Dios comunicó con él otra vez y bendijo a Abraham y Sara, prometiendo que ella iba dar a luz un hijo y ser “madre de naciones.” Abraham se rió de gozo, y luego el Señor Jesucristo apareció a la tienda de Abraham y repitió la promesa.

1 Pedro 3:6 dice que Sara llamaba a Abraham “señor”, pero la única ocasión cuando hallamos eso fue cuando ella se rió y dijo “¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor viejo?” Pero el Espíritu Santo, en su gracia, pudo guiar al escritor a notar algo a su favor, a pesar de su incredulidad y mentira.

Entonces, el próximo año, en el tiempo señalado por Dios, nació su hijo Isaac, cuyo nombre significa “risa”, y Sara dijo: “Dios me ha hecho reír, y todos los que sepan se reirán conmigo”. A pesar de la incredulidad e impaciencia de Sara Dios cumplió su propósito en ella.

La vida de Sara es una historia de la gracia de Dios. “Por la fe la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido” (Hebreos 11:11). ¿Cuándo aprendió Sara a confiar de todo corazón en el Dios Todopoderoso? Tal vez fue aquel día cuando, con la mentira todavía en sus labios, ella oyó al Señor preguntar si había algo difícil para Dios.

Sara murió antes de Abraham, a la edad de 127 años. Ella murió en comunión con su Dios, su esposo, y su hijo quien fue entristecido por su muerte (Génesis 24:67). Además de ser buena esposa para Abraham, Sara llegó a ser una  verdadera mujer de fe en Dios. En Hebreos 11 el nombre de Sara aparece en la lista de los héroes de la fe. Nosotras somos llamadas a ser hijas espirituales de Sara, al mostrar nuestra confianza en Dios con comportamiento suave y apacible, que tiene mucho valor delante de Dios (1 Pedro 3:4).

 

 

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