La predicación del evangelio (#139)

La Predicación del Evangelio

 

Una serie de artículos publicados en la revista Truth & Tidings en los años 1990

 

 

Prefacio

 

“Predica la Palabra” fue el encargo a Timoteo siglos atrás, 2 Timoteo 4.2. Desde ese entonces cada generación de creyentes ha procurado divulgar el evangelio a su propia generación. El privilegio y la responsabilidad nunca han sido rescindidos. La predicación del evangelio es una parte vital del testimonio de una asamblea. Cual “columna y baluarte de la verdad”, cada asamblea tiene la responsabilidad de presentar el evangelio en su plenitud y riqueza a la sociedad en derredor. Los filipenses estaban “asidos a la Palabra de Vida” en su tiempo, y así debe ser con nosotros en nuestro tiempo. La salud de la asamblea depende de ello.

 

Todos los que emplean la Palabra de Dios y el mensaje vivificante tienen una carga que es la comunicación del evangelio. Este librito explora los diversos aspectos de la predicación y es una compilación de artículos publicados años atrás en la revista Truth & Tidings. Algunos de ellos fueron preparados especialmente para completar este librito. Los artículos versan sobre varios temas: cómo preparar y presentar un mensaje evangélico y el testimonio personal.

 

Los escritores son bien conocidos entre las asambleas y requieren poca o ninguna presentación a usted como lector. En el caso que este librito sobreviva la prueba de los años y caiga en manos de una generación venidera, a quienes estos nombres no son conocidos, favor de estar seguros de que se tratan de hombres que han vivido y proclamado el evangelio. Cada uno de ellos es respetado y valorado por los aportes que ha hecho al testimonio de las asambleas y a la divulgación del evangelio.

 

Ofrecemos este pequeño tomo con el deseo que estimule interés en el evangelio y también ayude a aquellos en las iglesias locales a proclamar “el evangelio de la gloria de Dios”. Los varones que están apenas comenzando a asumir la responsabilidad de predicar el evangelio localmente van a encontrar en estas páginas consejo sabio y ayuda práctica. El libro ha sido preparado especialmente para este último grupo. La predicación del evangelio engendra creyentes sanos y asambleas robustas.

 

  1. J. Higgins

 

 

Contenido

 

 

 

1              Provecho para la asamblea

Clarence Black, Norman Crawford, David Oliver

2              Principios que enfatizamos

E R Higgins, Jon Procopio

3              Preparación para el mensaje

James Smith, Albert Hull, E R Higgins

4              Presentación del mensaje

Harold Paisley, Murray McCandless

5              Puntería del mensaje hacia la necesidad

David Oliver

6              Petición y el mensaje

Jim Beattie, James Smith, John Slabuagh

7              Presentarlo: ¿cómo?

Paul Kember

8              Particularidad de la responsabilidad

John Dennison

9              Peligros a ser evitados al predicar

Norman Crawford, David Oliver

 

 

 

 

1   Provecho para la asamblea

Primera parte

Clarence Black

 

Es claro por Escrituras tales como Romanos 1.13 a 15 que la voluntad de Dios es que el evangelio sea predicado como una parte del testimonio de la asamblea. A menudo se ha dicho que si no evangelizamos, nos congelaremos. Un anciano siervo de Cristo, en el cielo ya, decía que si las asambleas no reciben inyecciones de “sangre nueva”, ¡van a morir!

Proponemos delinear algunas de las maneras cómo la asamblea, además de los inconversos, se benefician de la predicación constante de un claro mensaje evangélico.

El primer propósito de cualquier reunión es el de glorificar a Dios y honrar a Cristo. Con esto en mente, nos incumbe tener cuidado en lo que decimos y cómo lo decimos. Cuando el evangelio es predicado como debe ser, Cristo es honrado. Pero si esto es el primer propósito del culto, ¿cuáles son otros beneficios que la asamblea recibe?

Se promueven la adoración y la gratitud   Cuando oímos la predicación de Cristo y la cruz, nuestras almas se regocijan, nuestros ojos lagrimean y nuestros corazones se llenan de adoración. Hemos dado gracias a Dios por estar escuchando de nuevo el mensaje que tantas veces hemos oído y tanto amamos.

Se defiende la santidad de Dios    Antes de que las buenas nuevas del evangelio puedan ser vertidas en un alma, es necesario hacer ver la entera ruina de la humanidad y nuestra responsabilidad ante Dios. Esto hace reflexionar tanto al que habla como al que oye. El contraste entre un Dios santo y un individuo debe incitar convicción de pecado y arrepentimiento en los pecadores y en los creyentes errantes. Ha resultado en la salvación de perdidos, la restauración de cristianos y a veces aun el saneamiento de una asamblea.

Almas preciosas se salvan y vidas son cambiadas   Cuán animador es ver a un alma bajo la convicción de pecado y entonces ver que la luz del evangelio ha resplandecido en aquellas tinieblas cuando ocurre el nacimiento de arriba. Nadie que haya experimentado “los dolores de parto” en relación con un alma preciosa jamás se olvidará el momento del alumbramiento. En ciertos casos, matrimonios son rescatados y hogares establecidos. Es precioso cuando la asamblea participa en verlos tomar públicamente sus primeros pasos de obediencia, siendo bautizados y luego congregados a aquel Nombre que es sobre todo nombre, a Él, fuera del campamento.

Se desarrolla el don local    Podemos dar gracias a Dios por el don del evangelista que va a territorios lejanos con el evangelio y establece una obra nueva, regocijándose al ver asambleas constituidas. También damos gracias a Dios por esos dones dados a las asambleas locales. Estos hombres tienen un ejercicio para proseguir en un testimonio en el evangelio. Estamos persuadidos de que no hay otro lugar donde se puede desarrollar este don, o aun reconocerlo, como en una asamblea. He tenido la experiencia de ser preguntado por varones jóvenes y capaces en cuanto a la función del don local, lamentando la importación de dones a expensas de fomentar aquel que está a la mano.

Se da a conocer la Palabra de Dios    Para estar en condiciones de presentar un mensaje aceptable, debidamente ordenado y con trozos bíblicos intercalados, uno debe escudriñar las Escrituras. Este estudio cuidadoso, con la ayuda del Espíritu Santo, amplía el conocimiento de la palabra de Dios y de Dios mismo. Promueve desarrollo espiritual en el individuo, sea que se prepare para un culto de predicación, una reunión para niños o una clase en la escuela dominical. Muy vinculado con esto es lo que podemos llamar la semilla para el sembrador. Es interesante el hecho que en una predicación, puede venir a la mente de un oyente cuidadoso un pensamiento nuevo para él, o una mayor apreciación de algo que admite ser desarrollado, y que él puede usar en su propia responsabilidad a predicar. La mayoría de los que predican o enseñan confirmarían que han tenido esta experiencia.

Hay aumento numérico    Un aumento en números no debe ser nuestra razón principal para predicar el evangelio. Sin embargo, para el estímulo de la asamblea y del testimonio en la comunidad, es agradable ver que una congregación va en aumento. Debemos evitar a toda costa las tácticas de presión. Ellas engendran hijos extraños. Podemos hacer solamente lo que el Espíritu de Dios puede hacer, Juan 3.6. Con todo, debemos ser fervientes en nuestro celo por el evangelismo y procurar estar en una condición tal que Él no esté contristado, sino pueda obrar libremente, permitiéndonos ver caras nuevas en la asamblea.

Trae mayor provecho en las reuniones     Da gusto ver personas recién convertidas en las reuniones de estudio, con lápiz y papel en mano mientras esperan como pajaritos el alimento que tanto quieren recibir. Es un estímulo para los estudios cuando hacen preguntas que a nadie más se le ocurriría hacer, y también da gusto cuando se levantan en oración y dan gracias a Dios por su Hijo, posiblemente arrancándonos de la autocomplacencia que nos sobrevino.

Resulta en gozo para el pueblo del Señor   Nos alegramos al darnos cuenta de que ha habido ayuda en una presentación del evangelio, aun si nadie ha profesado fe. Esto se debe a que el evangelio ha sido predicado con poder y Cristo ha sido exaltado. Se lo ve en la conversación amigable y la comunión disfrutada después de la reunión. Y, cuando almas se salvan nuestro gozo es aun mayor.

 

Segunda parte

Nornan Crawford

 

Los evangelistas pioneros que vinieron a América del Norte con una pasión intensa a ganar almas perdidas, hablaban de predicar en “locales evangélicos”. Nunca enseñaban que los cristianos pertenecían al centro evangélico, sino que el edificio era de los cristianos y se usaba en la predicación del evangelio. Nos entristece y aun nos desconcierta que muchos lugares que en un tiempo predicaban el evangelio como una norma han dejado de hacerlo. Las dos excusas que más se oyen para esta falta son que no hace sentido predicar el evangelio a creyentes, y de todos modos un método mejor es una presentación personal a un individuo.

El evangelio para los cristianos    “El evangelio para los cristianos” es una descripción excelente de dos de las epístolas de Pablo: Gálatas y Romanos. La epístola que enseña con mayor claridad el orden y las funciones de una asamblea, 1 Corintios, tiene tres temas mayores: la Cruz, la Iglesia de Dios y la Venida del Señor. Si la verdad del evangelio no es valiosa para los creyentes, entonces es irrelevante para nosotros mucho de lo que encontramos en estas epístolas principales del Nuevo Testamento. En este artículo proponemos mostrar de las Escrituras el valor de la proclamación al pueblo del Señor.

El testimonio personal y la declaración pública   ¿Un testimonio uno-a-uno es todo lo necesario para cumplir la comisión de ir por todo el mundo y predicar, kerússo, el evangelio a toda criatura? Marcos 16.15. Por cierto, nunca despreciaríamos el valor de un testimonio personal; una vida que es digna del evangelio de Jesucristo, Filipenses 1.27, es una necesidad vital, pero no basta ni cumple la comisión. No.

En enero 1946 el señor Lorne McBain me invitó a acompañarlo en cultos de predicación en Michigan. Fue un gran privilegio laborar con un evangelista veterano, y me son muy valiosas todavía las lecciones que aprendí de él a lo largo de años. Visitamos a la señora al lado de la escuela donde estábamos predicando. Todavía no había asistido a una reunión, pero mostraba interés. En aquella primera visita el señor McBain le explicó ampliamente nuestra ruina en el pecado y el remedio único que Dios ofrece por la sangre de Jesucristo. Una vez que habíamos salido, él dijo: “Esa estimada señora tiene que escuchar la predicación”. Estuve perplejo y pregunté qué más podía oír que lo que había oído aquel día. Él explicó pacientemente que Dios emplea “la Palabra predicada” para traer convicción y despertar a un alma. El método divino es un evangelista hablando como un heraldo. Pasaron años antes de que yo aprendiera todo el significado de esa lección.

Encontramos en 1 Corintios 1 cuatro términos diferentes que se pueden traducir predicar. (1) El versículo 17, “me envió Cristo … a predicar”, emplea la palabra de uso general, que quiere decir divulgar el evangelio por todo medio posible. (2) “La palabra de la cruz en el versículo 18 es Lógos, la Palabra. Es la Persona a quien predicamos, es a quien anunciamos, como lo expresa Colosenses 1.28. (3) “La locura de la predicación” en el 1.21 es kerúgma y significa la verdad esencial del evangelio: la propiciación, redención, sustitución, reconciliación y justificación. (4) “nosotros predicamos a Cristo crucificado”, versículo 23, es kerússo, un término que se encuentra sesenta y un veces en el Nuevo Testamento. Es la predicación encontrada en la gran comisión y siempre conlleva la idea de una declaración pública por un heraldo, un evangelista que proclama el evangelio. El Espíritu Santo es tan cuidadoso en el uso de este vocablo que cuando Felipe predicó personalmente al hombre en el desierto, la palabra es evangelizar y no la de proclamar como un heraldo, Hechos 8.35.

Dios es soberano y puede alcanzar a la gente por cualquier medio que quiera, pero nosotros tenemos que entender que el método divino es el de Romanos 10.14,15: “¿Cómo creerán en aquel en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” Predicador y predicar vienen de kerússo, la declaración de un heraldo.

Hay por lo menos siete beneficios para una asamblea en la predicación del evangelio.

1  La defensa del evangelio   Pablo declaró desde la cárcel: “Estoy puesto para la defensa del evangelio”, Filipenses 1.17. Él vincula esta defensa con el hecho que “Cristo es anunciado, y en esto me gozo”, versículo 18. Una asamblea es una columna y baluarte de la verdad, 1 Timoteo 3.15. Las verdades que creemos y predicamos constituyen un cuerpo de enseñaza, “la doctrina de los apóstoles”, Hechos 2.42, “la fe una vez dada”, Judas 3. Si cesamos de predicar la verdad, pueda que pronto la perdamos.

2  La gloria de Cristo    Los nombres dados al evangelio incluyen “el evangelio de la gracia de Dios”, Hechos 2.24, y “el evangelio de la gloria de Dios”, 1 Timoteo 1.11. En el evangelio se proclama la gracia de Dios, y la gloria de Dios es el resultado. La afirmación de Pablo que es “el evangelio de la gloria de Cristo”, 2 Corintios 4.4, quiere decir que dondequiera que se predique, trae gloria al Señor Jesús. Es una realidad bendita, aparte de que algún pecador una vez lo haya creído o no. ¡Qué privilegio glorificarlo a Él!

3  El efecto sobre creyentes     Frecuentemente los cristianos expresan su aprecio por el ministerio y luego agregan: “Pero no hay nada que mueve mi corazón como el evangelio predicado con poder”. Nos lleva atrás a la cruz, a nuestra propia conversión; nos hace vivir las realidades de la eternidad en contraste con las cosas huecas del tiempo y el mundo; nos da una convicción renovada y personal de la suerte de las almas perdidas; y esto nos hace doblar las rodillas para orar por ellos.

4  El privilegio de invitar a otros a las reuniones de predicación   Sin cultos de predicación de costumbre, ¿cómo pueden oír la predicación del evangelio aquellas almas que hemos contactado? ¡Cuán privilegiados nosotros que hemos oído la predicación desde nuestros primeros años! Nuestros hijos, familiares, vecinos y compañeros de estudio o de trabajo pueden ser invitados a asistir, y sabemos que “la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios”, Romanos 10.17.

5  Los nuevos convertidos incorporados en la asamblea    La gran mayoría de los creyentes en las asambleas fueron despertados y salvados en relación con una serie de predicación del evangelio. Cuando hay un ejercicio continuo para celebrar una serie de cultos, hay ocasiones de arar y sembrar, pero “a su tiempo segaremos, si no desmayamos”, Gálatas 6.9. Hay “el día de la visitación”, 1 Pedro 2.12. La fidelidad en obedecer el encargo a “predicar a Cristo” tendrá resultados eternos además de darnos el gozo de ver almas salvadas y añadidas a las asambleas.

6   Un patrón a seguir   Da mucha satisfacción seguir el patrón de los Hechos y el ejemplo de los pioneros que nos trajeron el evangelio. No podemos consolarnos con pensar que estamos dejando la puerta abierta para que la gente venga a oír el evangelio. No es el patrón. Es: “Id”. No hay sustituto por la obra puerta-en-puerta. Las escuelas bíblicas y obras entre niños muchas veces no sólo han sido el medio para alcanzar a los jóvenes sino a sus familiares también.

7  El fomento del don en la asamblea   Uno recibe el don de evangelista al ser salvo, pero los dones deben ser desarrollados, 1 Timoteo 4.14. Sin oportunidades regulares para predicar el evangelio, no puede haber este desarrollo. Los cultos al aire libre proporcionaban a muchos de nosotros una oportunidad para predicar el evangelio con frecuencia, y adicional a esto había la oportunidad de predicar en salones alquilados. Ancianos espirituales podían juzgar si los que predican han recibido un don, y animar a los que sí.

Tenemos una gran heredad evangélica. Se llena la mente de uno con recuerdos de tiempos de gran bendición cuando evangelistas con don predicaron el evangelio con poder y a Dios le plugo obrar en la salvación de muchas almas. Aun una sola alma vale más que el mundo entero. Se debe obedecer también el resto de la gran comisión: “bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”, Mateo 28.20. ¡Confiemos en ayuda de Dios para continuar fielmente hasta que Él venga!

 

Tercera parte

David Oliver

 

La historia que uno oye es siempre la misma    El Nuevo Testamento prevé que tanto creyentes como no creyentes sean recordados continuamente del mensaje del evangelio. Frecuentemente el Señor lo predicaba a pecadores en el área de Capernaum, y ellos eran exaltados al cielo por el privilegio de ver sus milagros y oír su mensaje, Mateo 11.32. Pablo se detuvo por “muchos días” en Corinto, Hechos 18.18, y tres años en Éfeso, 20.31. Asimismo, los incrédulos hoy necesitan oír la predicación continua del evangelio. Ningún otro mensaje puede satisfacer su honda necesidad, la de conocer al Señor Jesucristo como Salvador. Pero el evangelista es uno de aquellos dados por el Señor resucitado “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”, Efesios 4.12. Aparentemente el evangelista logra más que alcanzar a los pecadores.

El evangelio promueve la evangelización   Uno de los efectos obvios de la obra del evangelista es “para la obra del ministerio”. Cuando los creyentes están escuchando la predicación del evangelio, se les hace “semilla para el sembrador”, dándoles verdades que pueden pasar a otros personal y públicamente. Las demandas de la vida cotidiana fácilmente podrían opacar nuestra visión de las realidades eternas. El evangelio nos hace recordar que la gente en derredor son almas que perecen. ¿Podemos oír el evangelio sin anhelar que otros sean salvos? Se nos estimula testificar personalmente a otros y orar por la salvación de pecadores.

Es deleitoso escuchar la oración de creyentes que tienen una carga por las almas. Luchar en oración por la salvación de los perdidos es un ejercicio sano y espiritual. Mientras el Espíritu de Dios obra en guiar la predicación y en la salvación de almas, los cristianos aprenden el proceder de Dios en llevar pecadores al “arrepentimiento para con Dios y la fe en Jesucristo”, Hechos 20.21. Esto, a su vez, permite oración y testimonio con mayor fundamento. Las reuniones semanales y las series para la proclamación del evangelio desarrollan el celo evangélico de la asamblea; nos motivan y nos capacitan en el testimonio tan necesario para la sobrevivencia de las asambleas.

El evangelio conserva la doctrina      Los escritos de Pablo a los corintios hacen ver el valor del evangelio para los santos. En tanto la primera como la última sección de
1 Corintios él lleva los creyentes atrás a “la predicación de la cruz”, 1.18, y al “evangelio que os he predicado”, 15.1.

En Corinto se estaba atacando la resurrección, uno de los fundamentos del cristianismo. Para comenzar su defensa de esta gran verdad, Pablo escribió: “Os declaro, hermanos, el evangelio”. La mente judía ha podido rechazar la posibilidad de una resurrección, Mateo 22.23, y la filosofía griega ha podido cuestionar la manera de la resurrección, 1 Corintios 15.35. En su predicación al principio, “que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”, 15.3,4, Pablo había testificado a verdad inmutable. El contenido del evangelio de Pablo estableció la norma de doctrina que dejaba a descubierta esta enseñanza errada.

Al combatir la enseñanza que afectó los colosenses, Pablo les exhortó a proseguir como habían comenzado: “De la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias”, 2.6,7. Los maestros en el área de Colosas aparentemente enseñaban que, para estar completos, los creyentes debían ser iniciados en un conocimiento que sobrepasaba aquel que tenían en el momento de su conversión. Pablo insistió en que la plenitud cristiana resulta de la constancia en lo que habían recibido al ser convertido. Aquella verdad era la base suficiente de toda su doctrina.

Nuestra enseñanza de la verdad divina nunca puede contradecir las verdades declaradas en el evangelio. Es cierto que nuestra predicación del evangelio no debe ser doctrinaria, pero sí debe ser doctrinal. Una presentación fiel del carácter de Dios, la naturaleza del hombre y las glorias de la persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo proporciona un ancla maravillosa para desarrollar doctrina. Conocer a Dios por medio de su Palabra nos conducirá a verdades más allá de nuestra capacidad para entender naturalmente. El Evangelio de Juan, por ejemplo, guarda un equilibrio entre la sencillez del evangelio y la profundidad de la revelación de Dios.

Toda doctrina, no importa cuán profunda, aporta a y es coherente con la gloria del Señor Jesús, a quien conocimos en primer lugar por medio del evangelio. Si nuestra doctrina niega o complica las verdades del evangelio que predicamos, está desviada. El Nuevo Testamento mal podría sancionar una enseñanza que estimula a los creyentes a rebajar su estima del evangelio. ¿Es mera coincidencia que, por regla general, aquellos en el testimonio de las asambleas que han aportado de la Palabra de Dios enseñanza fresca, pertinente y útil han sido hombres que amaban predicar el evangelio?

Cuando Dios en gracia bendice el evangelio y salva almas, la asamblea recibe otro beneficio. Un soplo de aire fresco filtra a través de la asamblea en la medida en que los corderos nuevos necesiten cuidado y sean incorporados en la iglesia local.
La reafirmación de verdades básicas que fortalece a estos corderos también fortalece a los creyentes maduros y conserva la verdad. La exposición de la verdad resguarda la verdad.

El evangelio conserva la conducta cristiana   Cuando oímos una presentación del evangelio, sencilla, clara y cordial, muchas veces nuestros recuerdos vuelven a cuando Dios nos salvó. Usualmente esto viene acompañado de gratitud por el Salvador, gozo en nuestra salvación y un renovado asombro por la gracia divina que nos salvó. Ciertamente el cristianismo normal incluye un afán por oír el evangelio, porque aporta a una sana condición de corazón. Las emociones que estas verdades despiertan reconocen en el fondo un deseo mayor de oír el evangelio.

Lo primero que le ocupó a Pablo al tratar las dificultades en Corinto fue su unidad. Diversos líderes apelaban a las tendencias naturales de los judíos o los griegos. Los creyentes se volvieron envanecidos unos contra otros, 1 Corintios 4.6. En vez de aportar a la asamblea el carácter de Cristo (“oro, plata y piedras preciosas”, 3.12), los hombres enseñaban de tal manera como para promover celos, contienda y disensiones, 3.3. Los corintios se gloriaban en los hombres, 3.21.

Cualquier ventaja natural que uno haya tenido, cualquier cosa que apelaba a su orgullo cultural, todo esto terminó ante “la predicación de la cruz”. El mensaje que les unía en conversión no había dejado nada en que gloriarse. La cruz cortaba a través de todo prejuicio cultural. La verdad del evangelio que oían iba a fijar el tono de toda su carrera cristiana. Oír el evangelio estimula al creyente a redescubrir sus “raíces”. La unidad debe ser el resultado por un interés común en ver la salvación de incrédulos, y también porque la cruz y el Salvador vienen a ser de nuevo nuestra ocupación central. Aparentemente el Señor espera que la atención al evangelio tenga un efecto beneficioso sobre nuestra relación con otros creyentes.

Cuando Pablo escribió a los gálatas, le preocupaba profundamente su formación espiritual, 4.19. Les exhortó a “andar en el Espíritu”, 5.16, con el resultante fruto del carácter de Cristo en su modo de vivir, 5.22,23. En Gálatas 5.25 les exhorta a “andar juntamente en Espíritu” (en traducción literal), con el fruto resultante en la asamblea, 6.1,8. Cuán llamativo, entonces, que los retrotraiga al momento de conversión y dice: “Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿ahora vais a acabar por la carne?” 3.3.

Lo que era el caso en el momento de conversión ha debido caracterizar su vida cristiana. Nada sorprende que el apóstol se haya preocupado tanto para que “la verdad del evangelio” continuara con ellos, 2.5. Si el contenido del evangelio fuera alterado, todo el carácter de la vida cristiana sería afectado en alguna medida. Por esto debemos esperar que oír el evangelio nos haga recordar nuestra dependencia del Señor, nuestra necesidad de ceder al mismo Espíritu quien en el principio nos reveló a Cristo, y el hecho de que todo lo que somos y tenemos es nuestro gracias a Cristo y su obra de redención.

Ganar almas también afecta nuestra manera de vivir como cristianos, y procurar guiar a los nuevos en la fe tiene un efecto muy positivo sobre nosotros. Cuidándolos, tememos dar mal ejemplo. Una vez más examinamos nuestras vidas acaso nuestros pasos los desvíen.

Lo que nuestra experiencia ha debido enseñarnos concuerda con la enseñanza del Nuevo Testamento. El evangelio que glorifica a Dios y honra a Cristo, impacta también en todos los aspectos del testimonio de la asamblea. La obra en el evangelio, bien sea semanal o una serie especial de predicación, es esencial para la gloria de Dios y el fortalecimiento del testimonio de la asamblea.

 

2   Principios que enfatizamos

Primera parte

  1. R. Higgins

 

Pocas cosas tienen un efecto tan grande sobre la vida y el ejercicio de una asamblea que el carácter de su proclamación del evangelio. Cuando los creyentes están presentando el evangelio clara-mente semana tras semana, se sienten más libres a invitar a los amigos a venir y oír, en vez de esperar una serie de reuniones especiales.

Para estar en condiciones de predicar el evangelio correctamente, debemos entender sus nobles principios. Debemos conocerlo a fondo, porque me es imposible presentar clara y sencillamente cualquier verdad si yo mismo no la entiendo.

El predicador del evangelio tiene una responsabilidad básica: ¡“que prediques la Palabra”! Es la Palabra de Dios que, como una semilla, tiene vida y puede impartir vida a hombres y mujeres por medio de la obra del Espíritu de Dios. Las ilustraciones, los poemas, las anécdotas personales – todos estos pueden ser de alguna utilidad pero nunca deben restar de la presentación de la verdad divina.

El predicador del evangelio tiene dos objetivos gloriosos en su predicación. Son el arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo. Nuestra sociedad cada vez más postcristiana, neopagana ha perdido casi de un todo cualquier sentido de reverencia o asombro ante Dios. Le es inconcebible al hombre moderno que él debe dar cuenta a un Ser supremo por sus acciones en este mundo. Por consiguiente, el predicador es todavía más responsable para presentar a Dios como su Palabra lo revela. El auditorio debe quedar impresionado por temas amplios como su justicia, santidad, amor y misericordia. Mucho del problema que dio lugar en el mundo denominacional sobre lo que se llama “la salvación por reconocer señorío” no hubiera surgido si, en vez de meramente enfatizar la sencillez de la salvación, la predicación del evangelio hubiera llamado a los oyentes al arrepentimiento. El dejar de presentar correctamente la ruina y el peligro del hombre aumenta la probabilidad de profesiones light y huecas.

El predicador del evangelio cuenta con tres temas amplios. 1 Corintios 15 1 a 3 los presenta como “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. Los tres temas son, entonces:

  • el valor de la muerte de Cristo: “Cristo murió por nuestros pecados”. Esta verdad abarca, entre otras cosas, sus sufrimientos únicos y expiatorios, la redención del pecado y su salvación del juicio eterno.
  • la veracidad de su Palabra: Fue “conforme a las Escrituras”. Debemos proclamar la autoridad, confiabilidad y eternidad de la Palabra de Dios. Si enfatizamos más bien las emociones o experiencias, quitamos la esperanza del pecador de un peñón inconmovible y la ponemos sobre arenas movedizas.
  • el triunfo de su resurrección: “resucitado al tercer día, conforme a las Escrituras”. Esta realidad se extiende a que es el Salvador Todopoderoso, está sentado sobre el trono del Padre y pronto volverá por su pueblo, y con ellos para establecer su reino eterno.

Obviamente, no toda reunión tiene que incluir todos estos temas en detalle, pero son las áreas amplias que debemos presentar constantemente a nuestros oyentes. Que Dios nos dé gracia para hablar de tal manera que hombres y mujeres crean, Hechos 14.1.

 

 

 

 

Segunda parte

Jon Procopio

 

Muchos nos dirían que “predicar el evangelio” quiere decir predicar a Cristo y Éste crucificado. Verían de mal agrado la predicación del juicio o del infierno, los dos caminos, o aun el pecado y el arrepentimiento. Eso es demasiado “duro”; debemos ser más amorosos, hablando del amor de Dios en nuestras reuniones. Ahora, estoy de acuerdo con que hay mucho lugar para mejoras al mostrar compasión y amor, pero con todo debemos presentar ambos lados de la historia. Un solo lado no es aceptable; para ser bíblico y eficaz, el predicador del evangelio debe ser equilibrado.

La esencia de nuestro mensaje es la cruz y el Señor Jesucristo, que Él murió allí, que fue sepultado y al tercer día resucitó. ¿Pero por qué una cruz? ¿Por qué la muerte?
¿Y las tinieblas? ¿No fue por el pecado? ¿No era Él el Cristo sin pecado? El pecado del hombre no es cosa abstracta, impersonal, universal, sino más bien personal, y adscribe culpa a cada individuo en particular. Es evidente que el Señor Jesús, al hablar a la mujer junto al pozo, le presentó de frente, cuidadosa, sabia y muy específicamente, su propio pecado. Lo demuestra la manera en que ella relató su trato con Él: “Me ha dicho todo cuanto he hecho”, Juan 4.29. Cuando enfatizamos el pecado en nuestra predicación, estamos apuntando a la consciencia, y el Espíritu de Dios puede usar esto para convencer al oyente de su pecado y culpa ante Dios. La cruz es el remedio para el pecado del hombre.

Uno puede preguntar por qué el pecado del hombre demanda un precio tan elevado. Por ser una raza caída, no tenemos casi ningún concepto de la absoluta santidad de Dios. Aun como creyentes nos acostumbramos al pecado. Damos largas a la importancia de la decadencia evidente en las normas del mundo. Vemos y toleramos hoy cosas que pocos años atrás nos hubieran escandalizado. Dios no es como nosotros; es “muy limpio de ojos para ver el mal”, Habacuc 1.13. El pecador debe enfrentar la santidad de Dios. Esta santidad no fue comprometida en el Calvario, sino expresada. Desde las tinieblas el Señor clamó: “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, y Salmo 22.3 responde: “Pero Tú eres santo”.

Anne Ross Cousin lo expresó hermosamente:

De Dios la cólera estalló, cayendo sobre ti:
el rostro Dios de ti apartó, para aceptarme a mí.
Por tu dolor, Jesús Señor, no hay ira para mí.

¡No podemos olvidarnos de lo que tuvo lugar cuando nos vimos pecadores culpables delante de Dios! Fue allí, desde aquella posición, que Dios por su Espíritu, por medio de su Palabra, reveló a nuestras almas a Cristo y su obra realizada a plenitud. ¿No debemos nosotros hacer hincapié en las verdades que Dios ha usado? Son los principios eficaces y bíblicos que a lo largo de siglos han sido el medio para llevar a muchos al arrepentimiento.

He sacado a relucir solamente dos de los muchos principios importantes que hacemos resaltar en el evangelio: el pecado del hombre y la santidad de Dios. Pido que el Señor emplee estos pocos pensamientos para ayudar a mis hermanos al prepararse para la predicación en su asamblea.

 

 

3   Preparación para el mensaje

Primera parte

James N. Smith

 

Desilusión en la comunicación es muchas veces la frustración de todo predicador. Clamar a Dios por ayuda cuando solo en su presencia crea la resolución de predicar mejor “el evangelio de la gloria de Dios”, 1 Timoteo 1.11.

La predicación es esencial al carácter del evangelio y el propósito de Dios para su uso,    1 Corintios 1.17,18. “Jesús vino … predicando”, Marcos 1.14, y “el que oye mi Palabra y cree al que me ha enviado”, Juan 5.24, es el ejemplo supremo de “que prediques la Palabra”, 2 Timoteo 4.2.

Una falta de ejercicio para cumplir la responsabilidad de predicar públicamente la Palabra conduce a una disminución de apoyo y una asistencia errática en las iniciativas evangélicas. Se ha dicho que la predicación es “una forma caduca, un eco de tradición, un arte agonizante”, pero Dios dice: “¿Cómo oirán sin haber quien les predique?”, Romanos 10.14.

La preparación para esta responsabilidad requiere compromiso porque la predicación es recibir un mensaje de la Palabra de Dios y entregarlo a otros. Vamos a considerar la preparación del predicador y la preparación de su prédica.

La preparación del predicador

El predicador es el canal del mensaje; la fuente es de Dios. En vista de este honor de serle encomendado el evangelio, el ejercicio personal del predicador debe ser limpio y “útil al Señor”, 2 Timoteo 2.21. En el consejo de Pablo a Timoteo en 2.3 a 15, el predicador y el maestro requieren disciplinar el corazón, la mente, el cuerpo y el alma.

  • Un amor apasionado por las almas está engendrado en el corazón por ejercicio personal ante Dios en la oración. Con las manos y la voz activas en las obras de extensión de la asamblea, el amor por la necesidad de las almas que perecen se cultiva dentro de nosotros. ¡Que bebamos cada día del calor y el amor de nuestro Señor! Él caminaba kilómetros, derramaba lágrimas y trabajaba incansablemente en su amor constante por los perdidos, quienes le alabarán eternamente por haber venido con el evangelio adonde estaban. Jorge Whitefield, un predicador inusualmente celoso y fructífero, oraba a menudo: “Oh Señor, dame un corazón caluroso”. El predicador hace entrever este amor, y los corazones de otros se abren para oírlo y confiar en él.
  • Una sensata evaluación propia, Romanos 12.3, debe mejorar y santificar nuestros dones naturales para Dios. Por ejemplo, pensar ordenadamente, hablar pensativamente, enunciar claramente y sentir profundamente. Pedro y Juan eran pescadores, Amós un pastor, Mateo un contador y Pablo un universitario, pero es evidente en sus escritos que cada uno se mantenía en segundo plano, exaltando a Cristo, glorificando a Dios y edificando sus auditores y lectores.

Estudiar la Palabra es para el predicador tomar inventario en su preparación.
Es necesario ampliar el conocimiento, pero una apropiación personal de la verdad es balastro y ancla de su sermón. Un predicador anciano me aconsejó: “Predicar más allá de su experiencia es como las burbujas que forman al vaciar una botella de refresco”. Estudie con oración los cuatro Evangelios y las Epístolas a Romanos
y Gálatas.

  • La sensitividad al Espíritu Santo es el requisito supremo para la predicación. Él es el Autor de la Palabra, el Habilitador de su eficacia, el Productor del arrepentimiento, y la fe y el Residente en cada creyente. Él pone la carga sobre el predicador y fomenta el amor divino en el corazón. Él guía al conferencista en su estudio y escoge su texto. Una nota sobre mi escritorio reza: “Cuando Juan Calvino se dirigía a un púlpito, él ofrecía una oración que todo predicador debe orar fervorosamente: Ven, Espíritu, ven”. Al orar y ceder a esta Persona gloriosa, el predicador es enseñado, podado y probado.

La preparación de su prédica

Cada predicador, según sean su personalidad y compromiso, tiene que diseñar un modo de preparación. No se equivoque con imitar el estilo de otro o criticarlo por no haberse preparado de la manera como usted hace. En cuanto al estilo, hay pasos básicos en la preparación de un mensaje. Tenga presente que estamos predicando a la conciencia y el corazón de pecadores.

He escrito en una página de mi Biblia: “Hemos sido enviados para predicar la salvación pero no la sociología, el evangelio pero no la economía, la redención pero no la reforma, un nuevo nacimiento pero no un nuevo orden social, Cristo pero no la civilización. Somos embajadores pero no somos diplomáticos”.

  • La elección de un texto Al cultivar la costumbre de anotar los textos que han llamado su atención en la lectura diaria de las Escrituras, uno se ayuda al almacenarlos para uso futuro. Estas aplicaciones personales que uno ha disfrutado son los mejores mensajes que podemos predicar a otros. Lea y relea el pasaje y, como me dijo un estimado evangelista que está en la gloria ahora, “procura hundirse al fondo en el texto, de manera que otros se hundirán bajo ello”. Los apóstoles en el libro de Hechos escogían como textos las profecías del Antiguo Testamento, las palabras de nuestro Señor y las doctrinas que les fueron reveladas por el Espíritu Santo. Todos los textos eran relevantes, sencillos y presentados ordenadamente.
  • La definición del tema Al descubrir el mensaje que el texto encierra, debemos permitir que el pasaje se nos revele en su propia estructura. No aplique el texto a una declaración que usted ha determinado de antemano. En otras palabras, acomode su mensaje al texto, y no moldee el texto para que diga lo que usted estaba resuelto a decir. La Palabra de Dios es el punto focal, el sentido del mensaje, la respuesta a las necesidades del pecador. Prepare su mensaje con oración, cuidado y criterio.

Es importante dar un título a su tema, no sólo para darlo su debido orden sino para ser instructivo e interesante. El evangelio define el destino eterno del hombre, así que evitemos títulos frívolos o novedosos. Sea sincero, compasivo y franco. Lo ideal es contar con un tema o texto aprendido en el santuario de la presencia del Señor que no requiera un título para su énfasis.

Es un gran honor ponerse en pie ante un auditorio y dar un mensaje como del Dios viviente, en el nombre de nuestro glorioso Señor y Redentor. Que cada predicador sea caracterizado como está escrito de un pastor puritano de antaño: “Su púlpito es su hogar y trono. Él encuentra su mensaje en el Libro de libros, porque allí bebe y vive; su característica sobresaliente no es la de ser novedoso, sino santo y fervoroso, y como clama a menudo: Oh Señor, guarda mi pueblo y enséñales tu voluntad”.

 

Segunda parte

Albert Hull

 

Hay varias maneras de prepararse para el mensaje y reconocemos que ninguna fórmula está grabada en piedra. Hay diversas perspectivas, pero hay principios que perduran. Deseamos, ayudados por la gracia del Espíritu Santo, ofrecer guías, principios y una visión general bíblica sobre este tema importante. Me asombro y avergüenzo al reflexionar sobre el tema, y reconozco abiertamente mi propio fracaso.

El medio y su recurso

Debemos observar que el vaso y la preparación están juntados inseparablemente. Dios es soberano en la preparación del vaso, pero el vaso es responsable por la preparación del mensaje. El patrón para toda preparación es el varón perfecto, nuestro Señor Jesús. Fíjese en que “en la ley de Jehová está su delicia”, Salmo 1.2. En el Evangelio según Lucas nuestro Señor es el modelo en su vida de oración. Finalmente, en Mateo 9.36 vemos que su amor y compasión por las almas no admiten comparación. En esta cuerda de tres dobleces Él es único y digno de emulación.

Así que, la preparación debe ser una lectura cuidadosa de las Escrituras, Eclesiastés 12.9. ¡Es obligatoria! La lectura continua de los Evangelios es necesaria, como también los Hechos. La primera da el sentir del evangelio exhibido en Cristo y el siguiente la doctrina del evangelio escrita por el mayor ganador de almas aparte de Cristo mismo. El Libro de Hechos es la demostración del evangelio, su fuerza y sus resultados. El estudio de estos libros es una gran motivación en la preparación del mensaje. Debemos llevar en mente siempre que la razón por la preparación no es la de adquirir una reputación, sino para declarar el mensaje. La Palabra de Dios es infalible, incorruptible, entregada por Él y vivificante. Por esto, es esencial en la preparación. Léala para que su contenido y propósito penetren su alma. Léalo para su propio desarrollo y entonces para la presentación que sigue. La Palabra tiene un efecto santificador sobre el alma y produce una devoción a Cristo que es la máxima expresión de la gracia, y también una evaluación propia.

Su fuente de poder

Uno debe estar en la presencia de Dios en la preparación. La oración enciende el corazón en su presencia, dando lugar a ejercicio por las almas perdidas; es el aire básico para quien gana almas. Se iluminación es el arma secreta y potente en la preparación. No tiene sustituto, mas se dice de McCheyne que las paredes de su habitación eran testigos de su entrega a la oración. La oración es el arma secreta y potente en la preparación. Mis hermanos amados, no tiene sustituto.

¡Temo que el concepto moderno de la preparación sea liviano y hueco! Aun en esta edad del facilismo, la velocidad, busca de placer, consumo de tiempo y entrega al computador, el predicador debe sacrificarse para estar a solas con Dios, una soledad donde llenan su alma solamente la voz de Dios y el llamado del pecador. Esto producirá solemnidad y ternura en su predicación. Habrá resultados eternos si el amor divino e incondicional por el mundo penetra su alma en la presencia de Dios. El finado Frank Knox lo expresó tajantemente: “Escóndese antes de exhibirse, o lucirá un ridículo”. Hay el peligro de ocuparnos de sermones y no de almas, de la predicación y no la perdición.

¡La oración tiene prioridad! “Somos débiles en el púlpito porque somos débiles en la cámara”. Isaías vio al Señor en su santidad, y a sí mismo en su pecaminosidad, antes de ser enviado a predicar a otros en su necesidad, Isaías 6.

Una de sus ayudas

Uno puede quedar influenciado en su preparación por buen material de lectura sobre las vidas de aquéllos de generaciones pasadas que Dios usó poderosamente en sus prédicas, aun cuando eran hombres de pasiones semejantes a las nuestras. Puede ser notorio el efecto de escritos de hombres como Juan Bunyan, Murray McCheine, Jonatan Edwards, Jorge Whitefield, C. H. Spurgeon, los pioneros al África, hombres consagrados que bregaron para ver asambleas formadas, y una hueste más. Esta lectura requiere tiempo y sacrificio, o quizás mejor decir “disciplina”. Las biografías sanas son herramientas muy útiles en la preparación, ayudas para la declaración del glorioso mensaje, por cuanto nos dan el gran beneficio de tener a nuestro alcance registros de personas que ganaron almas.

Tres ingredientes importantes llenan el alma: ● la concentración primordial sobre Cristo, ● la convicción del pecado, ● la consecuencia de perderse. Esta cuerda de tres dobleces debe amarrar el alma en la preparación del mensaje. Así, los oyentes se darán cuenta de que “éste es un varón enviado de Dios”. El mensaje será tierno pero penetrante, claro pero solemne, personal pero salvador. ¿Por qué el incrédulo Hume se encontró cierta mañana bajo la predicación de Whitefield? Al ser preguntado por qué iría a oír mensajes tan impactantes cuando no los creía, él replicó: “¡El predicador los cree!” Pereza en esto es una tragedia. Tome tiempo para prepararse. Lo que nos ha llamado la atención en privado será manifiesto en público. Hay una realidad seria, solemne al tratar, cual embajador, esta declaración engendrada en el cielo, entregada por el Espíritu y enviada para conquistar almas.

La verdadera inspiración

La preparación del mensaje depende enteramente del Santo Espíritu de Dios. He escogido este punto de último con miras a que quede grabado en nuestras almas. ¡Puede haber fluidez de palabra sin vida, forma sin poder, hechos sin sentimientos! El ganador de almas teme estos negativos, y esto nos preocupa al presentarnos ante pecadores que van al cielo o al infierno por toda la eternidad, según sea el caso. La necesidad de la hora es de vasos preparados en la presencia de Dios que porten el fuego del amor por los perdidos. Que Dios toque el corazón de cada uno sobre estos asuntos de tanta importancia y que levante varones jóvenes que se caractericen por la oración, pasión, práctica y visión. Nos humilla ante Dios ver los campos arados pero sin fruto, las redes echadas al mar pero sin peces, los sermones predicados y alabados pero sin resultados. Es indicio de debilidad e impotencia en privado.

Concluimos con una nota escrutadora: Necesitamos un avivamiento en la habitación. Necesitamos una preparación del Espíritu Santo en lo secreto. Posiblemente no hayamos faltado en la presentación sino en la preparación. Sin duda “un poco de avivamiento” entre nosotros en estos asuntos sería muy deseable, ¿pero estamos dispuestos a pagar el precio? Lo privado es más importante que lo público. El costo es alto pero remunerativo. El amor a Cristo es prioritario. El instrumento preparado es prioritario. La visión de almas perdidas es prioritaria. ¡Y el avivamiento vendrá en pos!

Todo lo dicho ha estimulado un profundo ejercicio de corazón al considerar este tema vital que tanto hace falta. La actitud de nuestros corazones ante Dios debe ser: “Señor, danos aquel amor por las almas en lo íntimo. Prepara nuestros corazones en la soledad de tu presencia. Ayúdanos a entender que el alma de otro depende de la voz de otro”. ¡Qué misterio! ¡Qué realidad! ¡Qué solemnidad! Con todo, ¡qué honor ser un vaso preparado! Precisamos de hombres que darán y serán dados, que trabajarán y orarán, que guardarán vigilia y llorarán por las almas.

Uno que era realmente preparado

Termino con las palabras inscritas en el Memorial a Jorge Whitefield en la Newberry Meeting House: “Este siervo oraba, estudiaba, lloraba, sufría penalidades y predicaba. En un ministerio de 34 años él cruzó el Atlántico 13 veces y predicó más de 18.000 sermones. Cual soldado de la cruz, humilde, devoto, ardiente, se vistió de la armadura de Dios, prefiriendo el honor de Cristo sobre su propio interés, reposo, reputación, o vida. Como orador cristiano, su piedad profunda, celo abnegado e imaginación vívida daban energía a su aspecto, acción y expresión. Audaz, ferviente, mordaz y popular en su elocuencia, ningún otro hombre no inspirado jamás predicaba a concurrencias tan numerosas, o reforzaba las verdades sencillas del evangelio por motivos tan convencionales y solemnes, y con una influencia tan poderosa en los corazones de sus oyentes. Murió de asma el 30 de septiembre de 1770, entregando su vida de labores sin par a cambio de su reposo eterno”.

 

Tercera parte

  1. R. Higgins

 

“Entonces Hageo, enviado de Jehová, habló por mandato de Jehová al pueblo, diciendo: Yo estoy con vosotros, dice Jehová”, Hageo 1.3.

Con este versículo delante de nosotros, no es una declaración profunda decir que hablar por Dios requiere una preparación del hombre y de su mensaje. Es importante el carácter del confe-rencista, del contenido y de la comunicación.

El mensajero

  1. El servicio público para Dios demanda un carácter santo. Es una profesión de carácter. Un maestro de escuela, un trabajador en la construcción, un neurocirujano o un controlador de tráfico aéreo puede ser inmoral o intemperante y todavía funcionar bien y correctamente en la profesión de su elección. Pero si un creyente intenta servir a Dios y no tiene un carácter santo, él no sólo está actuando como un hipócrita sino también es incapaz de desempeñar sus responsabilidades correctamente. Parece que este servicio es obra de diácono, y aquellos que lo prestan deben ser caracterizados por, y empeñarse a cumplir con, los requisitos enumerados en 1 Timoteo 3. La capacidad del diácono para hablar con autoridad para Dios está vinculada estrechamente al curso de su vida, un deseo de por vida de serle agradable a Dios.
  2. El servicio público para Dios requiere don que Él haya dado. “Si alguno hable, habla conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da”, 1 Pedro 4.11.
  3. El servicio público para Dios requiere gracia para emplear ese don debida y humildemente, sin hablar de sí mismo y sin buscar beneficio para sí. La meta de todo servicio es “que Dios sea glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos”, 1 Pedro 4.11.

El mensaje

Un mensajero sin mensaje es una anomalía. Los profetas en el Antiguo Testamento hablaban mucho de “la carga de Jehová”. El Señor ponía el mensaje en el corazón del profeta y él era obligado a entregarlo en el temor de Dios. De ninguna manera debe uno acostumbrarse a hablar extemporánea o improvisadamente, sin construir el mensaje en la presencia de Dios. Si usted se llama Spurgeon o Whitefield, quizás le sea permitido, pero si no, debemos ceñirnos al método acostumbrado y probado de entrar en la presencia de Dios para saber qué quiere Él que digamos. Juan Bunyan dijo en su estilo peculiar: “Prediqué lo que me había picado”.

Los métodos

  1. Por tema: Se puede trazar un tema en varios pasajes. Puede ser una manera muy efectiva para presentar el evangelio si el predicador ha organizado sus pensamientos y si presenta sus puntos en una secuencia apropiada. En Hechos 13 el apóstol Pablo habla primeramente del fracaso y pecado de Israel, el rechazamiento del Señor Jesús, su muerte y resurrección, la oferta de perdón y el peligro de dejar de prestar atención a la Palabra de Dios. Cierto, este método no es obligatorio, pero parecería extraño intentar predicar con mencionar primeramente la venida del Señor y luego su resurrección, su sufrimiento en la cruz, el amor de Dios para la humanidad, y finalmente una palabra sobre la depravación total del hombre. Un peligro a ser evitado es el de juntar en cadena versículos y temas por el solo hecho que cierto término o frase está en cada uno de ellos.
  2. Por texto: Esta es tal vez el método más común y el más fácil para la comprensión del auditorio. Consiste en tomar un texto y predicar con base en lo que el versículo dice. Isaías 45.2, por ejemplo, se presta a que uno se acuerde fácilmente de la  gran bendición (ser salvo), la manera sencilla (mirar), la amplitud de la oferta (todos los términos de la tierra) y la autoridad incomparable (soy Dios). La aliteración es una práctica empleada frecuentemente para fijar los pensamientos en la mente de quien habla y quien oye, pero tiene el efecto opuesto si parece inventada o artificial. A veces es más prudente ocultar la aliteración, si es que se la emplea, y permitir que sea meramente una herramienta para ayudar al conferencista recordar sus puntos.

3   Por exposición:   Este método se basa en explicar un pasaje de la Escritura y desarrollar su sentido con base en su contexto. (El contexto es el entorno en el capítulo u otra parte del texto del cual depende el sentido de un versículo, etc.) Posiblemente el predicador se enfoque en Romanos 3 y lo explique primeramente su contexto, para luego ampliar su enseñanza detallada de la culpabilidad y depravación humana.

El modelo

Será provechoso para cualquiera que quiere ganar almas para Cristo estudiar la predicación del Salvador y su manera de tratar la gente. Por ejemplo, en Juan capítulo 3 el Señor Jesús:

  • afirma una verdad: El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
  • ilustra una verdad: Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado.
  • aplica una verdad: Os es necesario nacer de nuevo.

¿Algún predicador del evangelio podrá hacer mejor que procurar imitar el Maestro?

  1. Afirmar la verdad

Permitir que un auditorio sepa exactamente qué estamos procurando decir es una gran ayuda para ganar y retener su atención. Es posible ser tan nebulosos en nuestros comentarios de apertura, tan abstrusos en nuestra introducción, que perdamos al auditorio antes de comenzar. Si usted desea presentar la severidad del pecado, la inminencia de la muerte, la importancia de la salvación, o el valor de la sangre, ¡dígalo! Entonces con toda una Biblia de soporte podremos valernos de su vasto arsenal para ayuda fresca al asaltar el pensamiento erróneo de una humanidad arruinada.

Citar un versículo de la Palabra de Dios en el momento oportuno puede ser como una flecha apuntada hábilmente al blanco. “¡Cuán eficaces son las palabras rectas!” Job 6.25. “Procuró el Predicador hallar palabras agradables … Las palabras de los sabios son como aguijones, y como clavos son las de los maestros de las congregaciones”, Eclesiastés 12.10,1l. El uso debido de la Escritura para probar lo que estamos diciendo es indispensable porque no es palabra nuestra sino “viva y eficaz, más penetrante que una espada de dos filos”.

  1. Ilustrar la verdad
  2. H. Spurgeon dijo que las ilustraciones son como las ventanas; dejan entrar la luz. Si este es el caso, entonces las ilustraciones bíblicas, como la que el Señor empleó en Juan 3.14,15, son claraboyas, admitiendo iluminación directamente de arriba. ¡Cuán ricas las vetas de verdad que hay en la Biblia, proveyendo al predicador de material inestimable para enriquecer su mensaje y guardar la atención del auditorio! Parábolas diáfanas, milagros poderosos, eventos en las vidas de personajes bíblicos, todas estas y muchas otras cosas pueden ser herramientas fuertes para fijar la verdad bíblica en las mentes de los oyentes.

Por cuanto el Señor Jesús, además de los apóstoles, usó el entorno en sus ilustraciones, sin duda nos corresponde hacerlo. Pensemos en que el Señor dijo, “el sembrador salió a sembrar”, “había un hombre rico que se vestía de púrpura”, “un hombre descendió de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones”. El apóstol Pablo aludió a cosas que vio en la ciudad de Atenas y citó libremente a uno de sus poetas.

Una ilustración o incidente apropiado puede fijar una verdad en la mente de la gente, pero es peor que nada si ha sido estirada para caber donde no corresponde, o una anécdota relatado simplemente para contar la historia o por su efecto emocional.

  1. Aplicar la verdad

No cabía duda en la mente de Nicodemo que el Señor Jesús se refería a él. No se marchó pensando equivocadamente que el Salvador había hablado de “los paganos” o meramente de los israelitas irreverentes. Más que todo, es la aplicación de la verdad que despierta la concurrencia. Los apóstoles aplicaron su prédica en Hechos 5 con tanta fuerza que los oyentes exclamaron, “Varones hermanos, ¿qué haremos?” El mensaje en Hechos 5 fue tan claro e inequívoco que los líderes protestaron: “Habéis  llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre”. ¡El martirio de Esteban no fue consecuencia de un mensaje vago a un auditorio de oyentes medio dormidos!

Juan Wesley vino a América para “servir a Dios”, pero cuando empezaron a calar en su alma las verdades que estaba intentando predicar, él se dio cuenta de que él mismo estaba perdido. Escribió: “Vine a América para convertir a los indígenas, ¿pero quién me convertirá a mí?” La verdad nunca aplicada, no importa cuán hábil y majestuosamente haya sido preparada, es como una cena suntuosa que nunca sale de la cocina al comedor.

El predicador del evangelio, tanto en la preparación de sí mismo como de su mensaje, nunca debe olvidar que es sólo la luz de la verdad divina en la mano del Espíritu de Dios que puede iluminar la entenebrecida mente natural. ¿Cómo más se debe predicar el evangelio sino con oración, fervor y humilde dependencia de Dios?

 

4   Presentación del mensaje

Primera parte

Harold S. Paisley

 

El honor mayor conferido a cualquier hombre es que Dios lo escoja como vaso para presentar el evangelio a su propia generación. Un predicador de los más sobresalientes dijo en su conversión que la resucitada y exaltada Cabeza de la Iglesia lo llamó a esta obra noble. ¿Qué habrá pensado Pablo cuando su Salvador recién conocido dijo: “Te envío a los gentiles”? Su comisión fue clara: “para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados”, Hechos 26.18.

Esta declaración que el Señor le dio a Pablo encierra el propósito positivo de predicar el bendito evangelio de la gracia redentora de Dios. Podemos ofrecer directrices generales que al ser respetadas mejorarán la presentación del mensaje. El sonido no debe ser incierto ni el contenido diluido, sino dado sin excusas. La presentación de las buenas nuevas del evangelio debe ser sencilla y clara. Así como el Señor mismo, nuestro mensaje debe ser entregado “como quien tiene autoridad”, Mateo 7.29.

En esta entrega vamos a considerar la proclama pública. Es de importancia vital presentar el evangelio “uno-a-uno” y aun en silencio por nuestro modo de vivir día a día, pero el método supremo de Dios para alcanzar las almas es por la predicación del evangelio.

Reverencia

La reverencia es posiblemente uno de los factores más importantes en la predicación del evangelio. Ni el estilo ni el contenido es eficaz en la comunicación del mensaje de Dios, sino el espíritu del hombre. Un actor puede llevar su auditorio a llorar sin presentar realidades, y un predicador podría convertirlos en piedra con verdades solemnes. La doctrina puede ser verídica pero deficiente en realidad. Muchos que son elocuentes nunca han conducido un alma a Cristo. Un predicador enviado de Dios llevará consigo dignidad y reverencia al subir a la tribuna. El Señor Jesús leía reverentemente en público, y todos “estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca”, Lucas 4.16 a 22. Él echó la base en su lectura pública de la preciosa palabra de Dios.

Hay el peligro real de dar poco lugar a la Palabra de Dios, leyendo sin cuidado en un apuro para hablar. Es un pobre prefacio a la presentación del evangelio. El Espíritu del Señor estaba sobre el Señor Jesús en su primera proclamación pública. Es por demás importante reverenciar la Palabra de Dios y luego predicar con el Espíritu Santo enviado del cielo, 1 Pedro 1.1.

Espiritualidad

La presentación debe ser espiritual. Trata realidades espirituales y eternas corresponde a hombres espirituales con palabras espirituales. Aquellos que presentan el evangelio deben ser como José, de quien el mundo podía decir: “hombre … en quien esté el espíritu de Dios”. Ir sin preparación de alma, liviana y descuidadamente, sin profunda compasión y sin el alma llena del temor de Dios, no logrará resultados duraderos. Bernabé “era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor”, Hechos 11.24. Tratar las mayores verdades espirituales es una tarea para hombres llenos del Espíritu.

Idoneidad

La presentación debe ser un mensaje del Señor, apropiado para la ocasión y la concurrencia. Andar arriba abajo con el mismo sermón, predicándolo en toda y cualquiera ocasión, sin tomar en cuenta el estado y la condición del oyente, es juego y necedad espiritual. Uno debe tener un espíritu de discernimiento para hablar una palabra en sazón.

Hay un tesoro de materia al observar la idoneidad del discurso evangélico de Pedro en el día de Pentecostés ante un auditorio judío, y de nuevo en la casa de Cornelio en una reunión de gentiles, para mostrar a todo predicado del evangelio cómo presentar palabras apropiadas en los variados tipos de individuos y condiciones. Pablo también tenía la habilidad de presentar el evangelio conforme con la necesidad de la sinagoga judía en Antioquía de Pisidia, y para dirigirse a un auditorio radicalmente diferente de idolátricos en el Areópago. Estos hombres “trastornaron el mundo entero”, Hechos 17.6, por su método de presentar el evangelio. Miles fueron salvos y agregados al Señor.

Su manera de presentación es un ejemplo a ser examinado y usado. Quizás algunos se darán cuenta de cuán lejos ha vagado la predicación del evangelio de cómo era en los primeros días en Hechos de los Apóstoles. Buscamos en vano en aquella historia por contar anécdotas, hacer denuncias, gritar ruidosamente acerca del cielo o en infierno, o hacer llamados emocionales a recibir a Jesús. Siempre es mejor ceñirse al lenguaje de la Escritura, ya que cuenta con autoridad divina y será usado por el Espíritu de Dios en el auténtico despertamiento y convicción de pecadores.

Sencillez

El viejo himno expresa la verdad enfatizada aquí: “Dime la antigua historia … dímela con llaneza propia de la niñez”. La preparación de los corazones de pecadores en nuestro auditorio es preparatoria al mensaje salvador. Debemos hacer hincapié en que el hombre es un pecador perdido y condenado. Debemos enfatizar su ruina. Fue por pecadores que el Salvador vino a morir, Lucas 19.10, 1 Timoteo 1.1,5. Esto, por supuesto, no es buenas noticias pero es preparatorio a la proclamación del remedio. Todo pecador debe reconocer su condición desesperanzada, iniquidad, pecaminosidad y peligro eterno. Una acertada actitud de corazón y mente es evidencia de arrepentimiento. Ahora el pecador está buscando la salvación.

Para uno que realmente está buscando, no hay una historia tan dulce como la del amor redentor expresado en las buenas nuevas del evangelio, la que se predica ahora en el día de la gracia. El evangelio es el anuncio de grandes hechos, a diferencia de toda otra religión. La fe reposa solamente sobre poderosos hechos históricos con grandes bendiciones espirituales. El evangelio declare que “Cristo murió por nuestros pecados”, 1 Corintios 15.3. Él llevó los pecados, su muerte fue expiatoria. Era el Cordero de Dios, el que llevó sobre sí el pecado del mundo. Aquellos que creen esta gran verdad y han recibido a Aquel sobre quien el pecado fue impuesto, pueden hablar del “Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí”, Gálatas 2.20.

Presentamos las grandes doctrinas de la fe acerca de la resurrección, su gloria presente y su regreso. Predicamos a Cristo quien una vez fue muerto pero vive y puede salvar y satisfacer. Esta presentación tiene por tema central la persona, el valor y la obra de nuestro Señor Jesucristo. Sin duda el predicador que le señala a Él verá almas salvadas, refrescará a los santos, agradará a las Personas Divinas y atraerá la atención de seres angelicales. Señalar a Cristo en la cruz es la historia de remisión por sangre preciosa. Señalarlo entronado en gloria es la historia de poder para vivir Cristo y ser preservado. Señalar adelante a su venida al aire para llevar a los salvos a su hogar es la perspectiva que aguardamos. “Cristo es todo” debe ser el tema de todo aquel que predique el evangelio.

Solemnidad

Al presentar a Cristo la práctica de Pablo era de amonestar a todo hombre y enseñar a todo hombre, Colosenses 1.28. Es preciso incluir una nota de advertencia al que rechaza las buenas nuevas. Los pecadores deben ser advertidos del peligro grave de continuar en pecados. Dios juzgará al pecado, Romanos 2.6,16, 6.23. Dejar de creer el evangelio añadirá sus muchos pecados al mayor de todos, el de rechazar al Hijo de Dios.

¿Cual será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? ¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? Estamos obligados a incluir estas y otras preguntas solemnes, acaso cualquiera llegue al lago de fuego. En la cuestión del infierno y el castigo eterno, no intentamos explicar lo horroroso más allá del lenguaje de la Escritura. Ningún siervo debe pedir excusas ni de alguna manera desafilar la verdad cortante. En esta presentación del peligro de perderse para siempre, debemos ser hallados testigos fieles.

 

 

 

 

 

 

Segunda parte

Murray McCandless

 

Mirar al Señor

El secreto de David puede ser resumido en cuatro palabras dichas de él en 1 Samuel 16.18: “Jehová está con él”. Sin esto, todos los intentos a presentar un mensaje evangélico serán inútiles.

El evangelio debe ser presentado con dignidad y en el temor de Dios. Hemos experimentado lo que llamaríamos la más pobre de present-aciones, pero con todo hubo una cierta palabra que resultó ser una palabra del Señor, Jeremías 37.1.7.

Mirar al auditorio

Si es de esperar que los oyentes se fijaran en el predicador, ¡él debe fijarse en ellos! El Señor le recordó al profeta fiel a no ser distraído por sus rostros, que podrían reflejar desdén del mensaje, Jeremías 1.8,17. La típica capacidad de retención sin interrupción de un individuo es de ocho minutos. Al predicar el evangelio se nos oponen no solamente las limitaciones naturales, sino también los poderes de las tinieblas que intentan distraer al oyente. Para conservar la atención de nuestro auditorio, debemos presentar el evangelio de una manera interesante.

No mirar a nosotros mismos

Si un hermano no sobrevalora su propia predicación, es probable que tampoco la subvalore. A veces hay esta sensación que la presentación fue pobre, y posiblemente se deba al orgullo lesionado porque sabemos que a veces nos resultó más fácil. Cuántas veces hemos oído a uno decir, al dar su testimonio, que no se acordaba de una sola palabra que dijo el predicador. Posiblemente sea cierto, y Dios puede usar a qué y a quién Él quiera, pero esto no nos libra de la responsabilidad de presentar el tema del texto escogido de la mejor manera que podamos. Es de gran importancia repetir continuamente otros pasajes de la Escritura para reforzar el texto o punto principal de su mensaje.

En toda predicación es esencial hablar clara, positiva y personalmente. El apóstol tomaba muy en serio la presentación del evangelio cuando les recordó a los hermanos en Corinto que él había declarado, predicado y enseñado lo que ellos habían recibido, 15.1 a 5.

Sencillamente

Aun la gente de los días del Señor decía: “dínoslo abiertamente”, Juan 10.24. Al hablar a los suyos acerca de la muerte de Lázaro, “entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto”, Juan 11.14. Aquellas que llegaron temprano al sepulcro en Lucas 24 se acordaron de cómo el Señor les había hablado. El Salvador tenía muy en mente a su auditorio y la manera de presentar su mensaje. Tanto los profetas del Antiguo Testamento como los evangelistas del Nuevo Testamento presentaban cada mensaje claramente, y cuando la gente profesaba no entender, era porque no quería entender. Quizás Belsazar no entendía la escritura en la pared, pero si no sabía que tenía un gran problema, ¿por qué temblaba? Esforcémonos a ser sencillos en nuestra presentación, pero que el auditorio entienda claramente qué hemos dicho.

Positivamente

Nunca debemos dejar que quienes oyen nos conceptúan como descarados. Sin embargo, no tenemos que disculparnos por afirmaciones definitivas de la Palabra de Dios. Cuando hablamos de la ruina del hombre, su depravación o la tragedia de su condición delante de Dios, podemos hacerlo con autoridad. Dios no expresa opiniones ni ofrece sugerencias. Él declara absolutos.

Podemos hablar del mismo modo en nuestra presentación de la obra maravillosa de nuestro Salvador. El concepto que el hombre inconverso tiene de la experiencia cristiana es una lista de negativos, una vida de abstención y desdicho. Asegurémonos de hablar de tal manera que entiendan que es exactamente lo opuesto. Nuestra predicación debe ser compasiva cuando hablamos de un Salvador amoroso que dio su vida en la cruz a favor de seres culpables y arruinados.

Personalmente

Un evangelista serio va a hablar personalmente. Pablo podía presentar su mensaje como “mi evangelio”, Romanos 2.16, 16.25, 2 Timoteo 2.8. Es cierto que no podemos hablar de una posesión nuestra en esta misma medida pero debemos tener presente que él habló a los corintios de “lo que asimismo recibí”, primero como pecador y luego como mayordomo. La personalidad del predicador se hará ver en su predicación, como notamos en las palabras de Esteban, Pedro y Pablo. Ellos eran diferentes en personalidad, estilo y presentación de la verdad divina, pero Dios los usó. No podemos evitar absorber rasgos y maneras de aquéllos con quienes hemos trabajado, pero nunca queremos hacerlo a tal extremo que distraiga a nuestro auditorio.

En conclusión, debe quedar entendido que en sus primeros intentos a predicar el evangelio un hermano no podrá hacerlo como lo hace uno que lo ha hecho por años. Requiere tiempo y ejercicio aun el desarrollo de la manera de entregar el mensaje. A pocos les agrada oír una grabación de su propia voz, pero puede ser una ayuda para detectar repetición innecesaria y posiblemente señalar la necesidad de cuidado con las frases que uno emplea.

El mundo no va a oír un mensaje mayor ni superior que el evangelio. Que nos esforcemos espiritualmente a presentarlo con toda la claridad y el interés que se merece.

 

Tercera parte

Marvin Derksen

 

No es sorprendente que las palabras finales de Pablo incluyan referencias al evangelio y su ministerio porque ellas reflejan la pasión de su vida. Desde el día de su salvación él se involucró en la promoción del evangelio y en defenderlo poderosamente. Todo se enfocó sobre el gran mandato a predicar a Cristo y promocionar el reino de Dios. Pero el interés del apóstol no era solamente el contenido del mensaje sino su presentación en sí. Él y otros tenían gran cuidado y hacían grandes esfuerzos, y hoy en día debemos hacer lo mismo.

Es asombroso que un mensaje tan maravilloso haya sido puesto en manos de pecadores, porque todo lo que el hombre ha tocado se ha caracterizado a la postre por fracaso y corrupción. Pero no obstante el hecho que a menudo nuestro ministerio haya sufrido de debilidad y esterilidad, las palabras finales de nuestro Señor Jesús a los suyos fueron “predicad el evangelio a toda criatura” con la confianza de su presencia y bendición. No hay un mensaje mayor, porque involucra el tiempo además de la eternidad. Por lo tanto una entrega clara y acertada del evangelio es de tremenda importancia.

Autoridad y poder

Una de las verdades fundamentales de la predicación versa sobre nuestra comprensión de una responsabilidad asignada por Dios. Pedro escribió: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios”, 1 Pedro 4.11. Nos corresponde hablar la Palabra por cuenta de Dios mismo. Con la Palabra de Dios en la mano podemos proclamar “Así ha dicho Jehová” tan confiadamente como hacían los profetas de antaño. Puede que se desprecie al que habla pero el mensaje no debe ser descartado.

Ser “el portavoz de Dios” a un mundo que está pereciendo tiene dos aspectos. No sólo debemos tener la confianza de que lo que estamos diciendo refleja correctamente la mente de Dios, sino también la convicción que Él quiere que lo digamos. A veces hermanos menores (¡y mayores también!) comienzan su mensaje con una disculpa o nerviosamente advierten a sus oyentes que el que habla no está acostumbrado a hablar en público. Puede ser cierto, pero de una vez enfoca más atención sobre el mensajero que el mensaje. No estamos allí para representar a nosotros mismos sino a Dios.
El mensaje es suyo y nos toca ser sus siervos.

La gran necesidad de poder con Dios y poder con el hombre está relacionada de cerca con la verdad de la autoridad. La predicación del evangelio es una labor espiritual y debemos hacerla como personas poseídas por y movidas por el Espíritu Santo. Pablo no llegó a Corinto con “palabras persuasivas de humana sabiduría” sino con “demostración del Espíritu y de poder”. Esta unción divina se encuentra solamente cuando uno está a solas con Dios.

Muchas veces hay la tentación de procurar “mover” a la gente por varios medios naturales. Una historia emocional, un esquema ingenioso y las palabras que fluyen suavemente pueden tener algún valor en nuestra presentación pero nunca pueden ser la fuente de nuestro poder. Hace falta la habilitación y presencia del Espíritu aun al hablar, porque Él sólo puede comunicar la verdad a los corazones y mentes, trasladando hombres de las tinieblas a la luz admirable.

Claridad y sencillez

Otro factor importante en la presentación del evangelio es la claridad. Se les preguntó a los corintios: “Si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se prepararía para la batalla?” 14.8. Los concurrentes nunca deben salir de una reunión confundidos en cuanto al mensaje. Nuestras palabras deben ser fáciles de entender y ordenadas, o terminaremos “hablando al aire”.

Se ve que el predicador debe estar claro en su propia mente si va ser claro ante otros. Tenemos que preguntarnos: ¿Qué es mi punto principal? ¿Qué quiero enfatizar? ¿Mis ilustraciones refuerzan o confunden? Muchas veces es mejor tomar uno o dos versículos e insistir sobre ellos que tocar una docena de puntos desde Génesis hasta Apocalipsis. (Por cierto, no vaya a dar por entendido que sus oyentes están familiarizados con las Escrituras. Explique y déles tiempo para encontrar el pasaje, o ellos no van a escuchar lo que usted está leyendo mientras procuran encontrar el pasaje). Procure hablar sencillamente y decir lo que es relevante. ¿Quién no se ha maravillado ante la entera sencillez y claridad de lo que el Salvador decía?

Inteligencia y equilibrio

Hay varios asuntos prácticos y muy relevantes que requieren inteligencia y equilibrio. En esta era “post-cristiana” tenemos por delante una gran responsabilidad al predicar. Se ha dicho que debemos predicar “la Palabra invariable a un mundo variable”. A la par de que la edad se corrompe y socava las verdades fundamentales, va en aumento la necesidad de echar una sólida base doctrinal que será creída. En nuestra predicación hay demasiada exhortación sin explicaciones claras de la doctrina. El oyente tiene que basar sus convicciones sobre hechos claros y sólidos, tanto bíblicos como de información general. Para el auditorio instruido de estos tiempos es absolutamente imperativo citar hechos que admiten verificación. Si proclamamos hechos “terrenales” inciertos, ¿cómo podemos esperar que nuestros oyentes acepten nuestras afirmaciones espirituales?

Se nos llama a “persuadir a los hombres”. Las mentes deben enfrentarse a verdades que el Espíritu Santo puede usar para alumbrar, convencer y librar. Cierto evangelista ha expresado: “Debemos dirigirnos a la persona entera (mente, corazón y voluntad) con el evangelio entero (Cristo encarnado, crucificado, resucitado, reinando y a punto de volver, y mucho más también). Vamos a debatir con su corazón para cambiar su voluntad, y en todo esto confiamos en el Espíritu Santo”.

También debemos conocer nuestro auditorio inteligentemente. El Señor habló a las masas de una manera diferente de cómo hablaba a los escribas y fariseos. Procure adaptar al auditorio la profundidad y estilo de su presentación. Cuán diferentes son las entrevistas de Juan 3 y de 4 pero tanto Nicodemo como la samaritana fueron ganados para el Salvador.

Finalmente, procure mantener equilibrio en su predicación, tanto en énfasis como en estilo. Un enfoque constante e indebido sobre una doctrina en particular o un pasaje favorito no constituye una presentación adecuada del evangelio. Esto no es para dar a entender que cada mensaje debe abarcar toda dimensión del evangelio, pero queremos evitar un sesgo en la presentación, concentrándonos en una verdad a la exclusión de otras. Variaciones en volumen y tono también pueden ser muy efectivas en mantener la atención y reforzar la verdad.

Sinceridad y compasión

Mucho se podría escribir sobre la manera y el estilo de la predicación del evangelio. Cada servidor es diferente y debemos procurar honestamente “ser lo que somos”. No intente imitar a un predicador favorito. Sea usted lo que es. Aunque diferentes en nuestro grado de expresión emocional, nadie debe tratar asuntos eternos sin sinceridad y compasión. El Salvador mismo lloró sobre una nación incrédula y perdida, pero nuestra predicación con los ojos secos es una revelación triste de la frialdad de nuestros corazones. Los puritanos de antaño decían: “Deje de entretener y procure despertar”.

Hablamos “como hombres moribundos a hombres moribundos”. Esto no es ser taciturno ni hosco. Algunos hermanos comunican en su predicación una sensación fría de severidad y enojo; su estilo y rostro casi le hacen a uno pensar que la salvación debe ser sufrida en vez de disfrutada. Téngase presente que nuestra lucha no es contra la “carne y sangre” delante de nosotros sino contra los principados y potestades que los tienen cautivos. No sea vengativo con sus oyentes, sino adviértalos amigablemente. Una sonrisa afectuosa no será de más.

Nuestra presentación también debe comunicar un interés sincero por el oyente. Estamos hablando a “compañeros de viaje” con un mensaje de dimensión eterna. Estudie su auditorio, ojo suyo a los ojos de ellos. Fíjese en sus reacciones. ¡Es difícil seguir a un predicador que tiene su mirada fija en la pared al fondo! Procure captar su atención con una pregunta, una cita o una historia. Un mensaje evangélico es en realidad un diálogo donde nos relacionamos con nuestro auditorio. No se limite a predicar un sermón.

Cristo y la cruz

Por encima de todo, nuestra predicación debe centrar en Cristo. Pablo predicaba “a Cristo y éste crucificado”. Si no llegamos al Calvario y la obra consumada, no hemos predicado el evangelio. Todos deseamos ver almas salvadas y glorificar a Dios por una fiel declaración de a verdad, ¿pero acaso no debemos también anhelar magnificar al Salvador en todas sus virtudes y perfecciones? Cuán trágico y triste ver cómo se lo trata liviana y trivialmente en mucha de la predicación evangélica en nuestro tiempo. Que busquemos siempre honrarlo y exaltarlo.

Se intensifica la oscuridad espiritual; que el Señor levante a muchos para predicar el evangelio clara, fiel, compasiva y relevantemente. No hay otro mandato mayor para el cristiano y ninguna otra solución para un mundo que se hunde, porque todavía el evangelio es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.

5   Puntería del mensaje hacia la necesidad

 

David Oliver

 

Muy a menudo la mente de Pablo vuelve a la imagenería de la guerra: las trompetas, las armas, el sonido de la batalla, la recluta, el enemigo y las fortalezas. Y pronto el mundo demostrará que el hilo más fuerte que ata a una sociedad que se está desenredando rápidamente es la oposición a Dios. El mundo se unirá en un último, inútil intento a derrocar a Dios, y Él ha movilizado sus fuerzas y tomado la ofensiva. Así como lo conceptúa el inmortal Juan Bunyan en La Guerra Santa, alcanzar las almas es una batalla. La infantería de Dios proclama el mensaje y Él emplea el evangelio para liberar a los perdidos.

La hora es avanzada y el enemigo despliega su defensa hábilmente. Al no ser libertados, los pecadores serán aplastados pronto cuando por fin el cielo toma medidas para terminar la larga rebelión. No hay por qué alarmarse, pero sí necesitamos ser recordados constantemente de la seriedad de lo que está involucrado y las maquinaciones del enemigo. No es hora para pantallar. No es hora para sermones bonitos, para acomodar los gustos de los oyentes, para cortar la tela del mensaje según el estilo de pensar hoy día, ni para alterar el poder dinámico del arsenal potente que nos ha sido encomendado. Predicar el evangelio no es un fascinante espectáculo de fuegos artificiales; el evangelio descarga el poder de la verdad eterna que es única para liberar de la servidumbre del pecado.

Hacer frente al pensamiento humano

Pablo encapsuló el mensaje como el “arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo”, Hechos 20.21. Él elaboró las doctrinas del evangelio en Romanos y se ve que piensa en términos claros de la ruina del hombre y el remedio de Dios. Escuche de nuevo los mensajes evangélicos en los Hechos y dese cuenta de que toda la predicación combina estos dos temas. Este es el  punto principal: la combinación se adapta a la necesidad de los oyentes. Cuando Pablo fue a Atenas él no seleccionó mensaje número 199 de su archiva mental, ni escogió el último mensaje que había sido usado en la salvación de otros. No se valió de su favorito “sermón de apertura”.

Pablo conocía a sus oyentes: él predicó al pueblo. Con verdad invariable, se dirigió a la necesidad  en el Areópago. Encontró la manera más eficaz de comunicar el mensaje de Dios, y no era por confrontación. Citó una inscripción que hacía ver lo inadecuado de toda su serie de dioses. Al citar al poeta, salió al encuentro de ellos y los enrumbó hacia la Verdad. Pero a fin de cuentas su mensaje no hubiera tenido valor al no enfrentar su modo de pensar. “Dios mandó a todos los hombres” a cambiar de pensamiento. Si nuestro evangelio no enfrenta a los pensamientos de la época, es meramente un espectáculo de fuegos artificiales.

Libremos nuestras mentes del abuso del modo de pensar que prevalece por ahora. Predicado en el poder del Espíritu, el evangelio atrae. En 1739 las autoridades religiosas le negaron a Jorge Whitefield permiso para predicar en edificios religiosos. Su pasión por las almas le impulsó ir a las colinas de Kingswood en Inglaterra. Doscientos oyeron el primer mensaje y dos mil el segundo; dentro de poco se reunían hasta veinte mil de aquellos mineros, el polvo del carbón en sus mejillas mojado por lágrimas.

Puede que el Espíritu obre poderosamente y muchos sean salvos, pero con todo, una presentación bíblica del evangelio no puede ser popular con el mundo. El pensamiento evangélico que está en boga no aplaudirá una predicación clara del evangelio. Robert Schuller, un muy conocido apóstol de la predicación para “sentirse feliz”, convence a sus miles con declaraciones como ésta: “Nada hecho en el Nombre de Cristo, y bajo el estandarte del cristianismo, ha dañado tanto a la personalidad humana, y por tanto ha perjudicado tanto a la iniciativa evangélica, que la estrategia anticristiana y basta de señalar a la gente su condición de perdida”.

Me pregunto si el mayor fallo en nuestros acostumbrados cultos para la predicación será la poca insistencia penetrante y relevante sobre la condición perdida y peca-minosa del hombre. Por lo regular aquellos que más oyen el evangelio parecen ser los más débiles en su convicción de esta verdad. Los hijos de creyentes tienen que oír que los pecadores son “débiles”; los visitantes tienen que oír que todos están “destituidos de la gloria de Dios”; todos necesitan ser recordados constantemente que el prole de Adán está “perdido” por naturaleza. La mayor oposición del corazón hu-mano contra el evangelio versa sobre esto. Es aquí donde hay que concentrar la tropa.

Encarar la necesidad del presente

Requieren atención tres frentes más donde el enemigo ha desplegado sus fuerzas. Algunos evangélicos le están ayudando al enemigo al descontar la verdad de un castigo eterno consciente. Se ha proliferado el desconocimiento de la Palabra de Dios y una desconfianza en el Volumen inspirado. Por consiguiente, el Dios revelado en la Biblia ha sido ajustado culturalmente a un dios políticamente correcto.

Como resultado, nuestra predicación debe enfatizar a una sociedad pagana la existencia, la naturaleza y el carácter de Dios. En círculos evangélicos se ha torcido la naturaleza de Dios, suprimiendo “Dios es luz” a favor de “Dios es amor”. Los oyentes tienen que entender el tipo de Dios por quien habla el predicador. Somos responsables por todo lo que está revelado, y todo lo que sabemos de Dios definirá nuestra predicación. ¡Que lo conozcamos más a fondo! Aquellos que oyen el evangelio deben ser convencidos de que para el que habla, Dios es personal, respetado y reverenciado.

Segundo, nuestra predicación debe afirmar a menudo la entera confiabilidad y autoridad de la Escritura. Insista en la inspiración verbal, recordándoles a sus oyentes que Dios ha cumplido todas sus promesas al pie de la letra. Apoye nuestra presentación de la verdad por sus dichos, demostrando su relevancia por medio de sus propias ilustraciones y usando esta Escritura correcta y reverentemente. Esto no sólo dará peso a la prédica sino también será efectivo al enfrentar el modo de pensar prevalente. A la vez, nuestras referencias a la Palabra de Dios deben ser claras por cuanto muchos oyentes no saben casi nada de la Biblia y posiblemente reconocerán una cita porque está dicha en el castellano que asocian con la Biblia.

¡Que Dios no permita que prediquemos acerca del infierno para hacer impacto! No obstante, con una compasión evidente, debemos advertir a los oyentes que hay un juicio por delante. Mientras menos crea la gente en su realidad, más debemos enfatizarla. El manipuleo emocional, las afirmaciones ilógicas y el sensacionalismo temerario no tienen cabida en esta predicación. Aférrese a la Escritura.

No es sólo que los pecadores necesitan avisos de “fuego eterno”, sino que también necesitan un énfasis claro sobre la santidad de Dios al juzgar en vista de la gravedad del pecado contra Él. Lejos de más o menos pedir excusa por el juicio eterno, el predicador tiene que afirmar la justicia del sufrimiento eterno debido a la naturaleza incorregible del hombre y debido a lo ofensivo del pecado arrogante ante un Dios santo.

Nuestro Señor siempre es un modelo para nuestro servicio. Su trato con los inconversos es un caso claro. Él daba el mayor énfasis a quitar los obstáculos que protegían al pecador de reconocer su necesidad espiritual, o sea, el arrepentimiento para con Dios. Once versículos en la historia de Nicodemo relatan el énfasis del Señor sobre la ruina del hombre y cinco versículos, a lo sumo, presentan el remedio de Dios. Todas las declaraciones a la mujer samaritana, salvo la última, se apuntan a quitar los obstáculos a su confesión de necesidad para abrir paso al arrepentimiento. Todos los encuentros del Señor siguen el mismo patrón.

Predicar el remedio de Dios

Gracias a Dios, tenemos el privilegio indecible de presentar a un mundo que perece el remedio divino y “la fe en nuestro Señor Jesucristo”. El Espíritu de Dios convence del pecado y quita las barreras por medio de la predicación del evangelio, dándonos el gozo de verter en los corazones el evangelio de Cristo. En toda la prédica, referencias frecuentes a nuestro Señor Jesús, su muerte y resurrección inyecta calor, encanto, vigor y vida en el mensaje. Avanzando por las avenidas de verdades de la salvación como son el perdón, la justificación, reconciliación, redención y propiciación, el predicador conduce el pecador a Cristo. Su sacrificio en el Calvario es el corazón del evangelio; Él satisface, una por una, cada necesidad del pecador.

Predique a Cristo de un corazón lleno. Cuente de aquella muerte que glorifica a Dios, aquel pago ratificado por resurrección y aquel bendito remedio declarado en la Biblia. La pecaminosa naturaleza humana escoge la independencia de Dios y por esto prefiere confiar en sí mismo. Siendo convencido naturalmente de su capacidad de hacer lo que es necesario, y esperando que  la salvación se centre en él mismo, un inconverso ve toda la cuestión como su responsabilidad de creer. En vez de enfatizar esta responsabilidad humana, el predicador se empeña en poner delante de su auditorio a Cristo y el valor de su sacrificio. Él presenta para la fe de su oyente a un Cristo vivo y enteramente capacitado para salvar.

Si Cristo no es el tema de nuestro mensaje, no tenemos un evangelio. Si los oyentes no se dan cuenta de su profunda necesidad, no les interesa oír aquel evangelio. En el estrépito de la batalla, que el trompeta dé un sonido cierto. Contando con que el Espíritu de Dios nos movilice contra la fortaleza del pecado y el poder de Satanás, proclamamos fielmente el mensaje de Dios. El evangelio de Cristo es todavía el poder dinámico de Dios para salvación.

 

6   Petición y el mensaje

Primera parte

Jim Beattie

 

La oración

La comunión con Dios es el latido del evangelio que bombea inten-sidad y vitalidad al mensaje de vida para un mundo moribundo. Bien ha dicho uno: “Sin duda, como el agua nunca sube más allá de su propio nivel, así nuestro servicio en su calidad, realidad, vitalidad y energía nunca superará la autenticidad de nuestra comunión con Dios”. Y la comunión con Dios debe ser nutrida por tiempo dedicado a la oración. La predicación que no está empapada en oración no tiene el peso de una esponja vacía. Así la preparación para la predicación debe comenzar a rodillas en la presencia de Dios. Es sólo allí que podemos cultivar la capacidad de ver las cosas como Dios las ve. Aquí podemos pesar todo en la pesa divina y valorar todo en la moneda celestial.

Veremos las cosas temporales como vacías y sin valor, y las cosas eternas pesarán sobre nuestros corazones. Esto aportará peso y realidad a la predicación. Debemos orar fervorosamente para poder predicar fervorosamente. Al escribir acerca de los predicadores, Horacio Bonar observó: “Las mismas palabras que de labios calientes caerían como la lluvia o como el rocío destilado, caen como nieve o granizo, enfriando todo calor espiritual e infestando toda vida espiritual. ¡Cuántas almas han sido perdidas por falta de seriedad, falta de amor en el predicador, aun cuando las palabras parloteadas eran preciosas y verídicas!” La oración aporta el peso para el mensaje.

Aporta el peso al mensaje porque nos transporta a la presencia de Dios donde empezamos a entender algo de su gloria infinita, algo de nuestra insuficiencia y debilidad propia, y algo del pecado y sus consecuencias horrorosas.

Isaías como ejemplo

El poder transformador de pasar tiempo en la presencia de Dios está ilustrado vívidamente en la experiencia de Isaías en el templo, registrada en el capítulo 6 de su libro. De ninguna manera hubiera podido Isaías hablar por Dios hasta aquel evento en el santuario que cambió su vida. Sólo ahora podía declarar: “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí”. Él no podía salir a declarar la gloria de Dios hasta haber entrado para contemplar aquella gloria. En el templo habrá visto la asombrosa santidad divina, su propia insuficiencia y la condición pecaminosa del pueblo. Con esto estaba en condiciones de hablar.

En la presencia del Señor alto y sublime, Isaías empezó a entender algo del verdadero carácter de Dios. Oyó a los serafines clamar: “Santo, santo, santo Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”. El tiempo dedicado a la oración despeja la neblina que opaca nuestra visión, permitiéndonos contemplar el paisaje desde una perspectiva divina. Pablo, impelido por el mismo fuego que obró en Isaías, declaró: “Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres”, 2 Corintios 5.11.

En la presencia del Señor, Isaías vio su propia pecaminosidad. Es aquí también que nosotros nos daremos cuenta de nuestra propia insuficiencia. Él exclamó: “¡Ay de mí! Que soy muerto; porque [soy] hombre inmundo de labios”. De la misma manera el apóstol temía que la habilidad humana sería empleada en la obra de Dios. Así fue que llegó a Corinto para anunciar el testimonio de Dios,  “no … con excelencia de palabras o de sabiduría”, sino “con debilidad, y mucho temor y temblor” para que su fe “no esté fundada en la sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios”, 1 Corintios 2.1 a 5. Una vida de pureza y un espíritu de humildad son prioritarios para poder en la predicación. Es solamente en la presencia de Dios que reconocemos la debilidad humana y el poder divino.

Además, en la presencia del Señor Isaías vio la terrible condición del pueblo. Sabía que moraba en medio de un pueblo de labios inmundos, habiéndolo aprendido, dice, por haber visto al Rey, Jehová de los ejércitos. Por esto el juicio por delante sería como un peso muerto sobre su corazón. Vez tras vez él habla de su mensaje como una carga de Dios. No habrá peso en nuestros mensajes hasta que nos demos cuenta de la santidad de Dios y sentimos una carga pesada por las almas que se enfrentan al juicio de Dios por el pecado.

De manera que, sin un sentido de la grandeza de Dios, un sentido de nuestra propia debilidad y una carga por los perdidos, careceremos de realidad, urgencia y energía divina. Solamente el tiempo a solas con Dios en oración puede subsanar estas deficiencias.

Las palabras

Pero, no tan sólo necesitamos recibir de Dios el peso del mensaje, sino también tenemos que obtener las palabras del mensaje de Dios. Isaías no fue dejado a que se las arreglaran solo las palabras para la nación de Israel. De una vez después de ser puesto en una condición apto para hablar por Dios, el Señor le dio las palabras precisas que debía hablar. En el santuario él recibió de Dios tanto el poder como las palabras.

De manera parecida, las verdades espirituales que Pablo comunicó a los corintios no eran “palabras enseñadas por sabiduría humana, sino … las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual”, 1 Corintios 2.13. Él juntaba cosas espirituales con palabras espirituales; explicaba las cosas del Espíritu en términos del Espíritu. Reconocemos que el 2.13 trata de la inspiración de las Escrituras, pero aun así aplica al principio de comunicar la mente de Dios por medio de palabras de Dios. Si bien nunca podremos decir que tenemos inspiración por el mensaje que predicamos, podemos confiar en Dios para clarificar nuestros pensamientos y formular nuestras palabras mientras estemos en su presencia. Las palabras empleadas por el apóstol no eran las que sugeriría la habilidad del retórico, ni las que sugeriría su propia mente sin la influencia del Espíritu de Dios. Él dependía del Señor por palabras de fuerza suficiente para llevar el peso del mensaje del cielo. Debemos hacer lo mismo.

Así como un sonido leve puede iniciar una avalancha, también la oración quieta, intensa de dependencia del Señor pone en marcha su fuerza todopoderosa. Por esto debemos pasar tiempo a solas con Dios para ser habilitados adecuadamente para la responsabilidad santa y solemne de hablar como “oráculos de Dios”, 1 Pedro 4.11. Siempre, nuestra actitud debe ser: “Como los ojos de los siervos miran a las manos de sus señores, y como los ojos de la sierva a las manos de su señora, así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, hasta que tenga misericordia de nosotros”, Salmo 123.2. Fracasaremos al confiar en nuestros propios recursos, pero la oración puede abrir el canal de nuestro vacío a la plenitud divina. ¡Que siempre se nos encuentren arrodillados a solas en la presencia de Dios antes de ser vistos de pie en la presencia de hombres!

Segunda parte

James N. Smith

 

La oración toca al cetro del Señor del universo. El corazón del rey está en su mano, y “como los repartimientos de las aguas, a todo lo que quiere lo inclina”, Proverbios 21.1. “Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estor-bará?” Isaías 43.13.

Ester tocó el cetro del rey Asuero (un cuadro de la oración intercesora) y de esta manera cambió el destino de su pueblo los judíos, Ester 5.2, 8.3 a 17. Abraham prevaleció en la oración por la salvación de Lot y su familia de la destrucción de Sodoma, Génesis 18.22 a 33. Elías laboró fervorosamente en la oración por bendición divina sobre una tierra reseca y un pueblo indigno, y cayó una abundancia de lluvia, 1 Reyes 18.42 a 46.

Este tema escudriña el corazón de todo creyente y en un sentido especial a los predicadores del evangelio. Una actitud de dependencia de Dios para sabiduría y protección, fuerza y preservación moral y dirección es la experiencia normal, constante de todo creyente. El predicador del evangelio, responsabilizado con la noble y santa ocupación, encontrará que los períodos puestos aparte para orar son necesarios para su satisfacción personal y su mensaje. Lutero dijo: “Tengo por delante un sermón de una hora y por esto debo dedicar tres a la oración”.

La oración no es una dote sino una intimidad con Dios que se cultiva. No oramos para que Dios decida sino para que sepamos qué decidió. Él es omnisciente, así que no le informamos a Él sino que echamos sobre Él la información que hemos recibido, para que Él nos guíe. En la medida en que la oración arrope al predicador y su mensaje, la presencia de Dios está comunicada al auditorio. Samuel era uno de estos hombres de oración. Lo que caracterizaba a su madre, le caracterizaba a él: la oración fervorosa con fe. Él oraba y Dios le permitió ver la salvación y restauración de Israel.

Orar mientras se prepare     Están directamente vinculadas la meditación y la oración. “Se enardeció mi corazón dentro de mí; en mi meditación se encendió fuego, y así profería con mi lengua: Hazme saber, Jehová, mi fin y cuánta sea la medida de mis días”, Salmo 39.3,4. Hace falta “orar a uno mismo” al espíritu y contenido de nuestro texto. Las experiencias de la predicación que nos quedan atrás y los temores de lo que está por delante son asuntos pequeños en comparación con lo que está por dentro de nosotros. Es mientras estemos arrodillados ante Dios que podemos tomar el texto como nuestro propio, y al predicarlo vendrá del corazón y la convicción personal.

Orar mientras esté en el púlpito     Si bien es costumbre orar en la apertura de la reunión para la predicación por delante, también es una parte de la presentación misma. Es un honor presentar a Cristo públicamente, y es solemne hablar al pueblo por cuenta de Dios. ¿Es menos importante hablar a Dios por el pueblo? La oración pública será una extensión de la oración privada en su sentir y provecho.

¿Me permiten sugerir unas pocas ayudas para la oración en las reuniones?

  • Hágase oír Por cuanto usted está conduciendo al auditorio a la presencia de Dios, es importante que oigan y comprendan su súplica y expresión de gracias.
  • Ore, no predique Se dirige la oración a Dios y ella debe ser una comunicación con Él. No debe ser una plática acerca de Dios ni la crema de lo que será su mensaje. Lleve sus oyentes a la presencia de Dios en súplica por su salvación, y déjelos allí.
  • Sea breve Con la cabeza inclinada y los ojos cerrados, es difícil para una persona prestar atención. Las oraciones largas pierden al auditorio y su propia fuerza. Ore por la necesidad específica de los inconversos y por la bendición de Dios sobre el evangelio. Deje para la casa sus peticiones por la necesidad personal y también las confesiones y generalidades.

Cuide su condición personal    Dios requería que los sacerdotes de la economía del Antiguo Testamento se lavaran las manos antes y después de todo servicio público. Sin duda este principio es para instruirnos que ante Dios y su Palabra debemos estar libres de contaminación contraída antes de prestar servicio divino. La predicación del evangelio encontrará al predicador orando de diversas maneras durante la predicación de su mensaje. Mientras leía la profecía de Jeremías, Daniel estaba postrado ante Dios, Daniel 9. Se menciona varias veces la confesión de su propio pecado y el del pueblo en sus oraciones. Se alegró por el texto que estaba leyendo y meditó sobre él. La alabanza, la gratitud, el perdón y fe en la promesa de Dios ocupaban su alma en privado delante de Dios.

Poco antes de hablar, el predicador se encontrará exclamando, como Jeremías: “Acuérdate de mí para bien, Dios mío”, Nehemías 5.19. Durante la predicación él levanta el corazón a Dios continuamente para que reprenda al enemigo. Este es según el ejemplo de Nehemías, quien oraba a la vez que construía el muro, 6.14. Pablo les recordó a sus hermanos de Éfeso cómo había predicado y advertido con lágrimas, no rehusando tratar nada que les podría ser provechoso. ¡Es eficaz esta predicación con oración y poder!

Al sentarse a la conclusión de su mensaje, indudablemente el predicador manda su narración otra vez al cielo, así como Nehemías: “Por esto acuérdate de mí, Dios mío, y perdóname según la grandeza de tu misericordia”, 13.22. Así, cual sacerdote, él busca limpieza ante el lavacro, para que ninguna condenación estorbe la bendición divina sobre su servicio.

Que cada uno de nosotros con responsabilidad para predicar las gloriosas nuevas del evangelio de Cristo aprenda la necesidad, dulzura y eficacia de la oración. “Señor, enséñanos a orar”.

 

Tercera parte

John Slabaugh

 

En Marcos 9.29 el Señor les recordó a sus discípulos impro-ductivos y frustrados de la necesidad de orar, diciendo: “Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno”. Ellos habían fraca-sado en su intento a echar fuera un demonio de un muchacho mudo. No habían orado. La predicación del evangelio sin oración tampoco será efectiva.

Pronto el predicador del evangelio reconocerá que la oración es vital en su obra. Posiblemente se sienta abrumado por su responsabilidad e incapacidad. Por supuesto, buscará gracia para presentar el mensaje claramente y con poder. Debe guardarse de una tendencia a preocuparse demasiado por lo que otros opinan de su habilidad o presentación. Es fácil ocuparse de tan sólo la necesidad propia y no tomar en cuenta la necesidad mayor de los perdidos entre su auditorio.

En Juan 4 los discípulos fueron a Samaria a comprar comida mientras Jesús se quedó junto al pozo de Sicar. Aunque cansado, habló a la mujer que estaba allí. De regreso los discípulos, ella dejó su cántaro y fue a la ciudad para traer otros a su Salvador. Pero los discípulos estaban pensando en su propia necesidad de comer. ¿Acaso uno o dos no han podido ir a la ciudad para atender a la cuestión para el grupo entero? Aun mientras hablaban con el Señor Jesús, se quedaron centrados en sí mismos mientras Él observaba la mujer con ciudadanos de la ciudad. Ella sabía que sus vecinos debían conocer a su Salvador, ¡y estaba centrada en esto! Cuando los discípulos se acercaron a Jesús, les dijo: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega”. El predicador ora por la gracia que él mismo necesita, pero también debe centrarse en las necesidades de los perdidos, y esto le impulsará a orar intensamente por ellos.

Oración de parte del predicador  

En su preparación para la predicación el predicador debería pensar primeramente en su auditorio y aquellos a quienes va a predicar. A lo mejor no sabrá de antemano todos los que van a asistir, pero sabrá de algunos. Con una frecuencia indebida la oración es demasiado generalizada. Debe ser explícita, concentrada en determinadas necesidades y personas. Esto requiere ejercicio y conlleva meditación y estudio.

Muchas veces el Espíritu de Dios le impone al predicador una carga por cierta persona en particular. Posiblemente él tenga una idea de las necesidades de las personas que están sobre su corazón, y esto le ayudará a escoger el tema para ser predicado. ¿Son indiferentes? ¡Tienen que ser despertados! Adviértales del juicio por delante y la necesidad de dar prioridad a la salvación acaso pierden su tiempo de oportunidad. ¿Están preocupados? Adviértales de su pecaminosidad para que entiendan que su problema es culpa en los ojos de Dios. Esto producirá convicción. ¿Están convictos ya? Enfatice su propia impotencia; cuénteles del Salvador y su obra en bien de ellos.

El predicador que toma en cuenta la situación de las almas en su auditorio va a orar por ellos individualmente y pedirá dirección para dirigirse a sus necesidades específicas. Esto producirá seriedad y fervor en su predicación. Puede que encuentre que, si un alma entre los que asisten está movida, no necesariamente será aquélla que él tenía en mente. Dios salva en su soberanía a quién quiera, cómo quiera y cuándo quiera, aparte de los pensamientos o la aptitud del predicador. El señor Lorne McBain decía que la persona que el predicador tenía en mente era “el señuelo” y la que fue conmovida era “el blanco” que el Señor tenía en mente.

Oración acerca del mensaje

Hay una diferencia entre un sermón y un mensaje. Un sermón puede ser acertado, instructivo y útil para los oyentes, pero un mensaje va más allá de instrucción. Viene de Dios para atender a la necesidad específica del momento, bien sea del público en conjunto o a un particular allí presente. Un sermón puede encerrar un mensaje para una o más personas. Los profetas del Antiguo Testamento debían guardar silencio al no contar con un mensaje de Dios, y así también el predicador del evangelio requerirá un mensaje de Dios para sus oyentes.

El predicador debería pedir a Dios ayudarlo en la preparación del mensaje. Debe recibir orientación divina al seleccionar las Escrituras a ser incluidas y en la preparación de los apuntes. Tendrá que dejar que el mensaje entre primeramente en su propia alma, y le hará falta recordar sin dificultad los elementos del mensaje, como también claridad al hablar. De mayor importancia, requerirá el poder de Dios y la unción del Espíritu Santo. Él puede orar por éstos en particular.

Oración a favor del predicador

También es vital que los cristianos entre la concurrencia oren por el predicador antes de y durante la reunión. Otro ha dicho: “Nada de oración, nada de poder; poca oración, poco poder; mucha oración, mucho poder”. Es un principio que debemos tener presente.

Cuando el predicador ha terminado y los oyentes se han ido, todavía es preciso orar que el Espíritu de Dios predique de nuevo el mensaje a los que lo oyeron. El enemigo querrá quitar la buena semilla, Lucas 8.12, pero el Espíritu Santo puede frustrarlo. Hacemos bien en regar con oración la semilla ya sembrada.

En adición a orar por la bendición de Dios en salvación una vez predicada la palabra, después de un culto en particular, queremos recordar las palabras del Señor en Lucas 10.21: “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros son pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a sus mies”. Por supuesto, todos reconocemos la necesidad de más “obreros” a tiempo completo en “el campo” (el mundo), ¿pero no debemos ver también en las palabras de nuestro Señor el llamado a cada creyente a involucrarse en aquella “labor”? La oración engendrará ejercicio entonces habrá un mensaje; el mensaje debe ser predicado. En Isaías 55.11 Dios ha prometido acerca de su Palabra que “no volverá a mí vacía, y será prosperada en aquello para que la envié”

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7   Presentarlo: ¿cómo?

 

Paul Kember

 

El evangelismo como un estilo de vida es una de las responsabilidades más difí-ciles que el cristiano tiene. El pasaje Juan 4.24 a 26 contiene el ejemplo sobre-saliente de uno testificando a otro que no está buscando. Son varias las lecciones a ser aprendidas de la conversación del Señor con la mujer samaritana.

¿Como debo ver la evangelización personal?

“Le era necesario pasar por Samaria”, v. 4.

El amor de Cristo por las almas lo impelió. Aunque nuestro Señor estaba cansado, sediento y hambriento, vv 6 a 8, Él no dejó que estas necesidades legítimas lo estorbaran. Cumplió hermosamente lo de Mateo 6.33: “Buscad primeramente el reino de Dios”. Muchas veces no hablamos el evangelio, aun cuando las circunstancias son favorables.

Hay cuatro razones principales para que una extensión en el evangelio sea una parte vital de nuestra vida cotidiana:

  • Está mandada. “Id por todo el mundo y predicado a toda criatura”, Marcos 16.15.
  • Es para la gloria de Dios. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestra Padre que está en los cielos”, Mateo 5.16.
  • Es nuestra responsabilidad moral y espiritual a Dios. “Habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”, 1 Corintios 6.20.
  • Tiene consecuencias eternas. “Irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”, Mateo 25.46.

A la luz de estas verdades, todos nosotros debemos evaluar la importancia que asignamos a compartir el evangelio con otros.

¿Por qué no vemos la presentación del evangelio a los inconversos como una parte esencial de nuestra vida día a día? A lo mejor la razón más común es la autocomplacencia. Estamos acostumbrados a que nuestros prójimos vayan al infierno. Para vencer la autocomplacencia, tenemos que renovar nuestro reconocimiento de la eternidad, ¡o la eternidad tiene que renovar la realidad en nosotros! El temor es otra razón. El temor de la gente, del fracaso y del rechazo puede paralizar un testimonio personal. Es solamente por la práctica que uno puede estar cómodo al conversar con la gente acerca del evangelio.

A veces intentamos justificar nuestra falta de esparcir el evangelio. “No es mi don” es una de las excusas más comunes. Testificar por Cristo requiere una apreciación de Cristo. La mujer samaritana, salva sólo unos pocos minutos, fue a la ciudad y habló acerca de Él, vv 28,29. “Vivimos en los postreros días” es razonamiento pobre para que pocos sean salvos. Sin duda es más difícil hoy en día, pero con todo Dios está salvando almas todavía.

Otro problema es el de aislarnos de los inconversos. Estamos obligados a comunicarnos con los que no son salvos y fomentar amistad con miras a llevarlos al evangelio. Así como los pescadores emplean sus redes para atrapar peces, debemos usar nuestros hogares y recursos en ganar almas para Cristo. El Señor dijo: “Ganad amigos por medio de las riquezas injustas para que cuando éstas faltan, os reciban en las moradas eternas”, Lucas 16.9. Satanás desea ponernos en cuarentena por ser portadores de la “infección” del evangelio.

La mayoría de las adiciones a una asamblea “desde afuera” son producto de la amistad y el testimonio de un creyente. Es casi imposible que los predicadores, nuevos en el área, logren que la gente asista a las reuniones de predicación.

¿Cómo introduzco el evangelio?

El Señor comenzó con hablar de algo de interés común. “Dame de beber”, v. 7, sería una petición esperada, equivalente a hablar acerca del tiempo. Por cuanto el contacto con esta mujer iba a ser breve, Él no ocupó mucho tiempo hablando del agua literal, sino pasó hábilmente de lo práctico a lo espiritual. Lo hizo sin cambiar el tono de voz. Tenemos que aprender a tomar la conversación de lo temporal a lo espiritual de una manera relajada, informal.

Al presentar el evangelio el Señor habló de verdades positivas antes de tratar la necesidad del pecador. “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”, vv 10,14. Su interés fue despertado por la naturaleza positiva de la verdad que Él presentó.

¿Cómo venzo las barreras?

Primero, había barreras raciales y sociales. Ella se sorprendió que Él, un judío, hablara a ella, una samaritana, “porque los judíos y samaritanos no se tratan entre sí”, v. 9. Una apreciación de la cruz quita el prejuicio y produce amor para todos. Era necesario vencer el razonamiento analítico de la mujer. “Señor, no tienes que sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?” v. 11 El Señor atendió a su razonamiento con una paciencia excepcional y estimuló una conversación de parte y parte. Queremos aprender a escuchar y simpatizar con la falta de comprensión de la gente.

Ella cuestionaba la superioridad de Cristo. “¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo?” v. 12 Para superar esta idea errónea, el Señor contrastó lo que Jacob dio y lo que Él podía dar. “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá  a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte a vida eterna”, vv 13,14 Nunca podemos decir o exaltar demasiado de Cristo.

También surgió el tema de la religión. “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”, v. 20. Su interés era dónde adorar, pero el Señor enfatizó a Quién y cómo adorar. “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”, v. 20. El Señor no se dejó ser envuelto en una discusión sobre la religión.

 

 

¿Cómo introduzco el problema del pecado personal?

Tan pronto que la mujer deseaba probar el agua viva el Señor dijo: “Ve, llama a tu marido”, v. 16 Estamos limitados en nuestro conocimiento de la vida pecaminosa de una persona, pero sí contamos con la Palabra de Dios que “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”, Hechos 4.12. No es suficiente que una persona reconozca el pecado de una manera general, sino cado uno debe reconocer su propio pecado y sus consecuencias. El Señor no la criticó. Debemos tener cuidado a no proyectar una impresión de “más santo que tú”. Él no exigió un cambio en su estilo de vida; el verdadero arrepentimiento (un cambio de mente) puede ocurrir antes de un cambo de conducta.

El Señor terminó sus comentarios acerca del pecado con decir: “esto has dicho con verdad”, v.18. La elogió por decir la verdad, y haremos bien en estar en alerta por áreas donde expresar aprobación de algo.

¿Cómo presento el camino de salvación?

La mujer samaritana tenía un conocimiento general de Cristo, pero no era salva. Dijo: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga declarará todas las cosas”, v. 25. La salvación es una revelación de Cristo, y sólo Él la puede dar. Él dijo: “Yo soy, el que habla contigo”, v. 26 Hace falta gran cuidado para no confundir un conocimiento general con la salvación. Muchas veces las profesiones falsas se deben a un apresuramiento a ver a uno convertido. Dele tiempo a Dios para su obra.

¿Cómo nos afectaría testificar por Cristo?

La carencia de una extensión evangélica aporta a la pesadez en una asamblea, y también a debilidad numérica y campañas de predicación difíciles. Imagínese la diferencia si todos nosotros estuviéramos activos en la evangelización. Más inconversos asistirían a nuestras series de cultos. Veríamos la conversión de gente sin nexos con las asambleas, cosa que traería regocijo. Las reuniones de oración serían dinámicas porque cada cual tendría en mente determinados individuos por quienes orar. Las reuniones de ministerio y estudio bíblico tratarían las necesidades específicas de los recién convertidos.

Para cada uno de nosotros es el reto: “¿Tengo un contacto por quien estoy orando, y soy proactivo en mi deseo de verlo salvo?”

 

8   Particularidad de la responsabilidad

 

John Dennison

 

La mayoría de los creyentes se han visto a veces como un campo de batalla. Muy adentro, el anhelo de ver almas salvadas choca contra una alianza de nervios, el temor de sentir vergüenza y una falta de confianza. Queremos ser testigos, pero muchas veces perdemos la batalla adentro y faltamos a nuestro Salvador. ¿Cómo podemos mejorar? Quizás nos ayudará considerar el Maestro de ganadores de almas.

La Ley de Primera Mención exige que busquemos principios básicos en el primer ejemplo de la salvación de un alma. En Edén Jehová Dios llevó hábilmente a Adán y Eva a reconocer su pecado y a fe en la provisión que Él había hecho. ¿Cómo lo hizo? ¿Qué podemos aprender? Si se puede trazar estas verdades a lo largo de la Escritura, podemos afirmar confiadamente que son principios para guiarnos cuando vamos a “todo el mundo”.

  1. Nuestra perspectiva

¿Todo creyente debe testificar o querer testificar?

¿Testificar es un privilegio o es una responsabilidad? Antes de su ascención el Señor mandó a sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad [proclamad] el evangelio a toda criatura”, Marcos 16.15. No fue una idea, sugerencia o solicitud. El Salvador espera y ordena a sus discípulos a compartir el evangelio. No todos podemos predicar públicamente, pero todos debemos cumplir con nuestro deber de testificar.

Nuestro concepto de testificar debe ser muy diferente de una responsabilidad exigida. Jehová Dios demostró su capacidad para alcanzar las almas en Edén sin una involucración humana. El Señor no nos necesita para testificar, ¡pero quiere contar con nosotros! Por sí solo puede encontrar a un Felipe o un Natanael. Sin embargo, nos concede el privilegio de encontrar un alma así como Andrés encontró a Pedro. Por esto, su orden no tiene que ver con un deber; es una directriz de permiso. Es la concesión de una oportunidad a compartir en su obra. Él puede pescar a solas, Juan 21, o podemos baja la red y ser colaboradores suyos. Una debida perspectiva del privilegio emocionante de hablar, escribir, compartir o vivir una palabra para Él debe motivarnos todos.

  1. Nuestro propósito

Jehová Dios habló a Adán y Eva, primeramente para llevarles al arrepentimiento (un cambio de mente para ver el pecado cómo Dios lo ve) y luego a una apropiación personal del sacrificio (versículo 14). Debemos estar claros en nuestros objetivos. No estamos tabulando “entregas”, “decisiones para Cristo”, o “corazones dados al Señor”. Cuesta no fijarnos en “cantidades” en nuestros resultados en una sociedad tan orientada a evidencias palpantes. Sin embargo, el Señor dijo: “Seréis mis testigos”. Nuestra meta es llevar la gente a la persona de Cristo para que reconozca la santidad de Dios (Dios es Luz) y a la provisión de Cristo para que reconozca el interés de Dios (Dios es Amor). Nos corresponde testificar fielmente, y el Señor se responsabilizará por los resultados.

  1. Nuestras prioridades

Nuestra primera prioridad debería ser la propagación de la semilla de la Palabra de Dios. Hacerlo es imitar al Salvador (Mateo 13.3). Felipe el Evangelista esparció fielmente el evangelio en Samaria en Hechos 8. ¡Cumplió la comisión del Salvador a ir y evangelizar!

Nuestra segunda prioridad debería ser el de buscar almas específicas con quienes Dios está tratando. El Señor buscó proactivamente y encontró a Adán y Eva (versículo 8). Obsérvese que nunca salió en busca del Diablo; para él no había salvación. El Señor sabía dónde encontrar a Adán y Eva en el Huerto y a encontrarles al aire del día. La evangelización de butaca no está en la Biblia; ¡debemos ir! Tenemos que fomentar una sensitividad a la dirección divina así como Felipe fue guiado al etíope eunuco. Tenemos que tomar muy en serio dónde, cuándo y cómo podemos encontrar almas específicas que están buscando la paz.

Fíjese qué vino primero. No hay “Especialistas en Almas Perturbadas”. Cuando estamos cumpliendo con nuestra responsabilidad general, Dios concede una oportunidad específica. Siempre es más fácil dirigir un vehículo cuando ya está en marcha. El Señor le dirigirá a almas específicas cuando usted está difundiendo el evangelio fielmente.

Nuestra tercera prioridad es aplicar y apoyar la metodología divina. En el Nuevo Testamento la predicación pública es el método predelicto de Dios. Tenemos que testificar para preparar el pueblo a oír la palabra predicada. Muchos han sido salvos por medio de solamente un testimonio, pero el patron es: “Los que fueron esparcidos iban a todas partes anunciando (testificando) el evangelio. Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba (proclamaba públicamente) a Cristo”, Hechos 8.4,5. Por cuanto toda obra de predicación es parte de la extension de una asamblea, debemos usar nuestro testimonio para fomentar esta obra también.

Nuestra cuarta prioridad es ayudar a las almas a ubicarse. La primera pregunta de Dios a Adán le hace darse cuenta de su posción espiritual. Esta primera “orientación” tuvo lugar antes de que fuesen llevados a aceptar la provisón que Dios hizo. Empujar las almas “no ubicadas” a hacer algo (creer) es prematuro y conduce a profesiones falsas o un grave rechazo al crecimiento en la fe después de conversion.

Nuestra quinta prioridad es intentar a enfocar las almas sobre el carácter de Dios. Antes de presentarse el Señor al aire del día, Adán y Eva percibían pero no identificaban un problema de sentir la vergüenza de la memoria y los dardos de la conciencia. Pero, cuando se compararon con Jehová Dios, comprendieron la magnitud de su pecado.

  1. Nuestros problemas

Temor versus convicción: Adán dijo que ellos se escondieron en los árboles porque él   tenía miedo y se sentía apenado. Esto fue muy diferente a su convicción de pecado cuando Dios le habló. Su temor de las consecuencias fue diferente de su comprensión de la santidad de Dios y su propia necesidad. Este problema de temor en vez de convicción predomina especialmente en los niños. Temen ante eventos tales como la muerte, el infierno o el arrebatamiento pero todavía no han captado qué son el pecado y su responsabilidad personal. Es esencial enfocarles sobre su pecado y la santidad divina. El Señor habló del castigo por sus pecados después de hablar de qué es el pecado y su responsabilidad personal. El temor se basa en las emociones; la convicción se basa en la Escritura.

Religión:  La gente suele buscar una solución física a un problema espiritual. Adán y Eva cosieron túnicas de hojas de higuera en un intento a cubrir su desnudez (versículo 7). Intentaron una solución de un síntoma físico para un problema sistémico en lo espiritual. Generalmente la mente humana tiende a pensar en función de terminos concretos. Son difíciles de captar las cuestiones espirituales tales como el pecado, la santidad, la salvación y la seguridad. A menudo las almas se recurren a ciertas actividades físicas como el bautismo, las oraciones, los ídolos y los rezos. Jehová Dios nunca les criticó a Adán y Eva, ni tampoco Felipe se burlaba del híbrido del judaísmo y el paganismo en Samaria. Presentemos la verdad, y tarde o temprano las almas verán lo falso por lo que es.

¡Excusas, excusas, excusas! La naturaleza humana está torcida por el pecado y el corazón es engañoso. La mayoría seguirán al primer hombre y mujer, y buscarán a quién echarle la culpa o por una excusa que ofrecer. Obsérvese el mucho uso de ti, te, tú en los versículos 15 y 16. Al testificar, debemos enfocar respetuosa y tiernamente sobre nuestra responsabilidad ante Dios.

  1. Nuestras prácticas

Jehová Dios empleó su propia palabra dicha (versículo 11) para llevar a cabo la convicción y salvación. El Diablo obra intensamente para echar duda sobre la Palabra de Dios. Él sabe cuán poderosa es. Por esto debemos reafirmar constante y acertadamente la Palabra de Dios a las almas. La voz de Dios por medio de su Palabra es lo que trae la regeneración a las almas, 1 Pedro 2.23. Felipe se ciñó a este principio original,  “comenzando desde esta escritura” al Eunuco en Hechos capítulo 8. El Salvador hizo lo mismo con el Abogado en Lucas 10.25,26. Hay un gran valor en repasar los Diez Mandamientos y Romanos capítulo 3 al testificar a las almas. Intentemos dejar con ellas todo lo possible de la Palabra de Dios. A veces hace falta cantidad y volumen de soporte, pero otras veces una palabra en sazón puede doblagar un alma ante su necesidad.

A menudo es importante valerse de las circunstancias del momento y los objetos bien conocidos al tratar con uno. Jehová Dios utilizó la locación física de Adán entre los árboles para dar inicio a una conversación que le llevó a fe en el sacrificio. Pablo empleó esta técnica en Hechos capítulo 17 al comenzar con su observación del altar ateniense al Dios no conocido.

Las preguntas también son importantes al entablar una buena conversación.

El Señor usaba mayormente el quién, qué, dónde, cuándo y por qué. Las preguntas Sí/No tienden a elicitar respuestas de una sola palabra con poca o ninguna explicación. El Señor usó este tipo de pregunta para lograr que Adán dijera lo que Él ya sabía y lo que Adán estaba pensando. Debemos ser sensibles a los antecedentes y los niveles de conocimiento e interés. Como el Señor, debemos preguntar y luego escuchar para obtener esta información. Felipe comprendía su auditorio y predicaba Cristo a los judíos bien informados y Jesús a los samaritanos menos instruidos.

Finalmente, hay un gran valor en emplear ilustraciones auténticas de verdades espirituales. Jehová Dios utilizó las pieles de animales para enseñar una gran verdad espiritual. El Salvador se valió de parábolas y de las historias del Antiguo Testamento. Las ilustraciones no son la puerta a la salvación pero pueden admitir luz para iluminar la mente. Debemos usarlas cuidadosamente y con oración.

 

Testificar no es fácil ni natural para la mayoría de las personalidades. Es un estilo de vida a ser desarrollada, una meta a ser proseguida y una obra en la cual invertir. Tenemos que contar con la ayuda de Dios en todos los aspectos de nuestro testimonio. Que Él nos ayude a sentir más de su passion, a comprender más sus principios y a contar con más de su poder en nuestro testimonio para Él. ¡Oh el gozo en nuestros corazones cuando podemos decir ‘Por este niño oraba’!

 

9  Peligros a ser evitados

Primera parte

Norman Crawford

 

La reticencia a escribir un artículo como éste se debe a que somos apenas vasos de barro y lo mejor que hemos aprendido son lecciones de gracia. Sin embargo hay una responsabilidad de obedecer 2 Timoteo 2.2: “Lo que has aprendido de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. De manera que tenemos que preguntarnos: “¿Qué tienes que no has recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” 1 Corintios 4.7. Con esta lección en humildad delante de nosotros, intentaré señalar riesgos en la predicación.

Predicar, pero no predicar el evangelio

Es  posible creer que tengo un buen mensaje evangélico pero a la vez dejar de predicar el evangelio. Puedo estar tan absorto en pensamientos periféricos que no hago mención del pecado, la cruz, la resurrección y la fe en Cristo. Cuando yo era muy joven prediqué cierta noche en una tienda sobre, “A todos los sedientos: Venid a las aguas”, Isaías 55.1. Un predicador veterano que la pasaba en los aserraderos en el bosque se me acercó después y dijo: “Cada vez que pienso tener un mensaje, debo probarlo. Si no incluye la ruina del hombre pecador, el remedio divino por la sangre preciosa y la responsabilidad de aceptar a Cristo, no es el evangelio”.

Asumir que el asunto no es el pecado

Suena llamativo decir: “La cuestión no es el pecado; la cuestión es Cristo”. Pero allí hay un error. Sin duda, el pecado condenador es rechazar a Cristo a la postre, pero éste corona a todo otro pecado. El asunto a ser enfatizado es el del pecado. Los pecadores no pueden comprender su condición a la luz de la santidad de Dios. Tenemos que proclamar la total depravación del corazón humano, y aun aquellos que han oído el evangelio toda la vida tienen que darse cuenta de que no son más que pecadores. Es mucho más fácil admitir que todos hemos pecado que confesar: “Soy culpable”. Sólo el Espíritu Santo puede conducir a una persona a esta convicción. Debemos proclamar la depravación porque los pecadores deben reconocer lo que son además de lo que han hecho.

Confundir el mero creer con la conversión

Cuando un pecador descubre que no puede obrar para ser salvo, el corazón humano es tan engañoso, Jeremías 17.9, que posiblemente él intentará sentir que cree, o aun “creer que cree”. Nuestra predicación nunca debe intentar decirle a uno cómo creer, o cuánto creer, u ocuparle en tener un debido tipo de fe. No es cómo él cree sino en Quién., no la clase “correcta” de fe, sino fe en la Persona correcta. Debemos predicar a Cristo, el Objeto de la fe, y no dejar que el inconverso se ocupe de qué hacer sino de qué ha hecho Él. La fe es nada más que el hisopo que aplica la sangre.

Aceptar que “Estoy esperando que Dios me salve”

Debemos predicar la incapacidad de un pecador, que él es débil, pero también tenemos que predicar la responsabilidad personal. Hay gente que afirma que han procurado ser salvos y Dios no les ha salvado. Es otro engaño del corazón humano para poner la cosa al revés y acusar a Dios si perecen. Él no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”, 2 Pedro 3.9. Quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad, 1 Timoteo 2.4. Sin embargo estamos obligados a insistir en Isaías 55.6, “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado”, y Lucas 13.24, “Esforzaos a entrar por la puerta estrecha”. Cuando los discípulos estaban en la tempestad en el mar de Galilea, el Señor descendió de la montaña y caminó con ellos, pero “quería adelantárselos”, Marcos 6.48, o “hacía como iba a pasarlos”. Fue cuando clamaron en su necesidad que Él se acercó para salvarles.

Confundir la propiciación y la sustitución

Todo predicador tiene que entender claramente la diferencia entre la propiciación – la satisfacción infinita que la obra de la cruz ha dado al trono de Dios – y la sustitución que uno debe experimentar personalmente. Es muy grato decir que la obra de Cristo es tan perfecta y completa que “el mundo sea salvo por Él”, Juan 3.17. Estamos en el deber de predicar que los sufrimientos infinitos de Cristo han dado satisfacción infinita por toda acusación contra el mundo entero, pero si el pecador no lo toma para sí, no conocerá la obra de la sustitución. Yo no digo a los inconversos, “Cristo murió por ti”, sino más bien, “Cristo murió por los impíos”,  “El Hijo del Hombre vino a buscar a salvar a lo que se había perdido” Si saben que son impíos y están perdidos, podrán decir: “Él murió por mí”. Al ser así, un alma es nacida de Dios, Juan 1.13. Nos dice el Espíritu Santo: Apártate sin estorbar, esta obra es mía.

Predicar la elección a los inconversos

Hay personas que insisten en que quieren ser salvos pero no están seguros de ser elegidos y creen que tienen que esperar para saberlo. Esto es un resultado desastroso de predicación o enseñanza errada. Ningún pecador busca a Dios por su propia iniciativa, Romanos 3.11. El mismo deseo de ser salvo es prueba de que Dios por su Espíritu y su Palabra ha llamado y está esperando que el irregenerado reciba a su Hijo. Al no perdonar aun a su propio Hijo, Él ha hecho todo lo que el amor y el poder pueden hacer. Cualquier cosa menos que un evangelio de “todo aquel que cree” no es un evangelio de la Biblia. ¿Cómo jamás podría un alma aprender antes de salvo si es uno de los elegidos? Nunca se predica la elección a los que están fuera de la puerta. Puede ser conocida y apreciada sólo por los que están puerta adentro.

Confundir una experiencia con una conversión

Impedimos la salvación de un oyente si le enfocamos a su propia experiencia en vez de la realidad de lo que Cristo ha hecho. Las descripciones de largas y angustiosas luchas en el alma pueden causar que el inconverso se ocupe de una experiencia subjetiva en vez de Cristo. Si un israelita mordida, Números 21.9, no quitó la vista de sí para poner la mirada de fe en la serpiente, él no fue sanado. El Señor usó esta “mirada” como un cuadro de la fe. Mirar no es ocuparse de los ojos que ven sino de Aquel que fue levantado en la cruz, Juan 3.14.

Describir el infierno y el lago de fuego
en lenguaje ajeno a la Biblia

Es imposible exagerar la suerte de aquellos que sufren el castigo del fuego eterno pero tenemos que ejercer cuidado a no valernos de la mera imaginación al describirlo. El lenguaje en la Escritora es llano, gráfico y claro. No vamos a confundirlo por terminología y descripciones que son naturales y terrenales. No es cierto que podemos comprenderlo con algo que hemos visto en nuestra experiencia terrenal.

Proyectar un estilo severo o regañón

Semejante actitud es exactamente lo opuesto a la del Salvador que dijo: “Soy manso y humilde de corazón”, Mateo 11.29. No asuma nunca una actitud de superioridad sobre la concurrencia. ¡Prediquemos con profunda compasión y con amor tierno por las almas! “El que gana almas es sabio”, Proverbios 11.30. Un evangelista que las gana atrae y lleva los corazones al Salvador.

 

Segunda parte

David Oliver

 

Tener algo que decir y unas palabras agradables, Eclesiastés 12.10, para asegurarse de que sean recibidas es comunicación, pero la predicación es más que comunicación, mucho más que hablar en público y muy diferente de entretener o presentar un acto. La predicación es tener un mensaje de Dios y entregarlo al oyente. 1 Pedro 4.11: “hable conforme a las palabras de Dios”.

Si la adoración es un privilegio diferente de cualquier otro y la oración es una oportunidad diferente de cualquier otra, entonces la predicación es una responsabilidad diferente de cualquier otra. La predicación del evangelio fluye a través del corazón del predicador y conecta el corazón de Dios con el del inconverso.

Como resultado de una habilidad natural y la instrucción, los actos públicos y el oratorio pueden comunicar exitosamente. La habilidad y los conocimientos pueden aportar a la predicación, pero la predicación puede ser eficaz solamente por el poder de Dios. Los evangelistas de la antigüedad “han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo”, 1 Pedro 1.12. El mayor peligro en la predicación, entonces, debe ser el de obstruir la obra del Espíritu Santo.

Sentirse exento de depender de la obra del Espíritu

De alguna manera la predicación debe ser como caminar por una cuerda floja sin una red de seguridad, sin recurrir a otro poder que el poder de Dios. Solamente por la habilitación divina se puede predicar el mensaje como debe ser predicado, Colosenses 4.3. La predicación sin la debida preparación de mente es hacer la obra del Señor negligentemente. Con todo, tener un mensaje de Dios para los oyentes es mucho más que tener pasajes, apuntes y una presentación ordenada. La oración a favor de los oyentes es de importancia primaria. La dependencia del Espíritu expresada en oración y en dar prioridad a la palabra de Dios es esencial. Las ilustraciones pueden ayudar; la experiencia es de valor inestimable; la personalidad puede ser útil; la facilidad de expresión puede aportar. Pero, depender de cualquier de estos en la predicación del evangelio es letal.

Impedir la obra del Espíritu de instruir e invitar

Refiriéndose al Espíritu, el Señor dijo: “Convencerá al mundo de pecado”, Juan 16.8. Él acusa la consciencia. Es su punto de contacto con el pecador. Dejar de predicar la ruina del hombre, insistir en la santidad de Dios y enfatizar la culpabilidad del pecador – todo esto significa moverse fuera de la corriente de la obra del Espíritu. Ni nuestro estilo ni nuestra presentación deben ser ofensivos, y una prédica con estos elementos ofenderá. Aunque no podemos insistir en el tiempo o la profundidad de convicción, no habrá conversiones genuinas sin convicción engendrada por el Espíritu. No podemos producirla, pero debemos predicar para ofrecer material que Él puede usar.

El Espíritu de Dios instruye la mente. Cuando el Hijo del Hombre siembra la Semilla, aquellos que responden han entendido la verdad de la Palabra de Dios, Mateo 13.23. Nuestros pensamientos deben ser tan convincentes como sea posible, nuestras palabras tan comprensibles que sea posible y nuestra presentación tan clara que sea posible. Si confundimos al oyente, no estamos marcando el paso del Espíritu Santo de Dios.

Que no haya duda en la mente del oyente acerca del tema central del evangelio. Le hemos defraudado si él sale de la reunión sin entender que Cristo solamente es el remedio divino por la necesidad de su alma, que la obra de Cristo es suficiente, él puede valerse de ella, y la fe personal en el Señor Jesucristo da la confianza de salvación. Muchos de los mejores mensajes del evangelio que yo he escuchado me han encantado por su sencillez. Se presentó la salvación como cosa enteramente disponible al oyente. Por supuesto, la claridad no salvará a los perdidos, pero ayudará al Espíritu en su obra.

En Mateo 22.9 el rey les mandó a sus siervos: “Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis”. Comparando esto con Lucas 14.17, “Venid, ya que todo está preparado”, se ve que el Espíritu invita a los pecadores. Imagínese a uno de aquellos siervos invitando a una persona y diciéndole a la vez que posiblemente él no sea uno de los escogidos para estar en las bodas. Su comisión fue de invitar a todos cuantos hallara.

Hablar al inconverso de la elección confunde el evangelio totalmente. El mensaje de Dios al mundo es a “el que quiera”, Apocalipsis 22.17. Él invita por medio del evangelio y cada pecador debe entender claramente su responsabilidad de esforzarse a entrar, Lucas 13.24. El tal no puede esperar “el movimiento del agua” ni esperar “que tenga oportunidad”. La invitación de Dios es la de venir en el tiempo aceptable y colaboramos con la obra del Espíritu al poner en la mano del pecador la responsabilidad de aceptar “tan grande salvación”.

Interferir en la obra del Espíritu de obligar y convertir

La parábola de la gran cena es similar a la de la fiesta de bodas, pero contrasta la obra del Siervo con la de los siervos. Solamente el Espíritu Santo tiene la comisión de obligar a los pecadores a venir a Cristo, Lucas 14.23. Aplicar presión indebida interrumpe la obra suya. Los llamados emocionales están en la misma clase que las hojas a ser firmadas para oración, la insistencia de creer y las invitaciones a pasar al frente del salón para confesar. El moderno método evangelístico de “acudir al altar” sigue el patrón de Charles Finney, un renombrado evangelista del siglo 19. Su banco de “los ansiosos” comunicaba que los pecadores “deberían entregarse de todo corazón de una vez”.

Si bien la Biblia insiste que la salvación es para toda aquel que cree, también dice que el nuevo nacimiento no es de voluntad de sangre sino de Dios, Juan 1.13. Oramos por los perdidos y predicamos a ellos, pero insistir que entren es obra del Espíritu Santo. El eunuco fue salvo cuando Felipe le señaló a Cristo en conversación, Hechos 8.31 a 35. No obstante, sea en conversación personal o en nuestras iniciativas públicas, no podemos forzar las almas a venir; sería interferir con la obra del Espíritu. Aclaramos lo que está en juego, señalamos la urgencia de la salvación y prestamos toda la ayuda necesaria para entender el mensaje, pero solamente Él puede convertir el alma.

Y, el Espíritu convence el alma. Pablo usó el ejemplo de la creación: “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”, 2 Corintios 4.6. Así como el Espíritu se movía sobre la faz de las aguas en Génesis 1.2, también Él se mueve en producir luz y vida. Solamente Él puede causar que resplandezca la luz del evangelio, 2 Corintios 4.4. Los pecadores se confundirán si se les dice que esperen una revelación de Cristo. El mensaje divino para ellos es a creer en, mirar a, venir a y recibir a Cristo, pero el predicador sabe que únicamente el Espíritu de Dios puede revelar a Cristo al pecador. No lo hace a una impenitente. Solamente Él sabe cuándo por fin el inconverso se ha sometido a Dios. Si uno no es salvo, estamos en lo cierto al concluir que todavía está resistiendo a Dios.

Cuando el pecador se arrepiente, la luz brilla por el poder del Espíritu de Dios. Predicamos la propiciación al inconverso. Es decir, nuestra prédica declara que la obra de Cristo fue paga suficiente para satisfacer a Dios y proveer la salvación para todo pecador. Pero el Espíritu de Dios revela la sustitución. Cuando el ama “descubre” de la verdad de la Escritura que Cristo satisface su necesidad, que sus padecimientos fueron por los pecados suyos, que “Jesús murió por mí”, la fe opera. Es salvo.

Nos regocijamos en la gran verdad de la sustitución y testificamos que “Él murió por mí”. Pero enseñar al pecador que el Señor Jesucristo fue su Sustituto, “Él murió por ti”, es asumir la obra del Espíritu Santo. Nuestro privilegio y responsabilidad es predicar a Cristo; la prerrogativa del Espíritu Santo es revelarlo al pecador. Entonces, el que meramente había “aprendido” la sustitución ve la salvación como una experiencia propia o una realidad. Para él debe haber más que Cristo y su obra realizada. La clave de la salvación, razona él, está en el creer. Al interferir en la obra del Espíritu, aumentamos la oscuridad en el que no es salvo.

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