Arroyos en el Sahara; Charles Marsh (#131)

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Arroyos en el Sahara

La evangelización de los musulmanes en Chad
en 1958 et seq, y anteriormente en Argelia

Charles R. Marsh, 1902-1988
Publicado por Echoes of Service,
Bath, Reino Unido en 1972
bajo el título Streams in the Sahara

Contenido

 

                                      Biografía del autor

                       1            La gallarda gacela

                       2            La tierra de esclavos

                       3            Sed por Dios

                       4            Agua de vida

                       5            Arroyos en el desierto

                       6            Servicio activo a gran costo

                       7            Discipulado costoso y dividendos ricos

                       8            Avance en el desierto

                       9            Géiseres y manantiales borboteando

                     10            Lago de Chad

                     11            Misa a medianoche

                     12            Ostras en el desierto

                     13            Sed del alma

                     14            Valle de estanques

                     15            Aguas sobre el sequedal

                     16            Portadores de agua

                     17            Un milagro moderno

 

 

Biografía del autor

James Anderson
They finished their course in the 80s
Publicado por John Ritchie Ltd.

 

Charles Marsh trabajó por medio siglo entre los musulmanes en África, escribió una serie de libros de mucha aceptación, revisó el Nuevo Testamento en el dialecto kabyle, estandardizó el Nuevo Testamento en el árabe usado en Chad y produjo un diccionario árabe-francés.

Nació en Londres en 1902. Su padre era maestro de primaria y tanto padre como madre eran anglicanos. Le animaban a asistir a la iglesia con regularidad pero él nunca oía el evangelio puro. A la edad de 15 dejó la escuela para trabajar en una granja, y comenzó a asistir a un centro evangélico donde había un solo varón en la asamblea.

A los 17 años aprendió que tenía que someterse por fe a Jesucristo como su Señor, fue a casa y en su dormitorio dio gracias al Señor Jesús por haber muerto por sus pecados. Escribió a cada miembro de la familia para informarles de lo que había hecho. Su hermano Donald tomó el mismo paso pero se quedó en la Iglesia Anglicana donde alcanzó el rango de obispo.

Dos meses más tarde Charles fue bautizado y cuatro meses después Dios le llamó a servirle entre los musulmanes. Él escuchó a H. G. Lamb informar sobre su labor en Argelia, contando por ejemplo de un hombre principal que le ofreció seis palmeras, un macho cabrío por año y todos los huevos que él y su esposa podían consumir, si tan sólo fuera a su pueblo para contarles acerca de Dios. El joven Charles sentía que no podía seguir viviendo para sí. Trabajaba en la granja seis días de la semana, regentaba una clase bíblica cada domingo y predicaba al aire libre en Kent cada sábado y al menos una vez más por semana. Empezó a estudiar el Nuevo Testamento en griego, analizando y anotando cada versículo y cada capítulo.

Cuando pidió ser encomendado a Argelia, la asamblea en Chattendon, por ser tan pequeña, le presentó a los ancianos de tres asambleas más para que les contara de su llamado. Le aconsejaron esperar pero él continuó en su preparación para un servicio misionero. Un hermano le dijo que nunca sería capaz de aprender un idioma extranjero.

Al encontrar la vía bloqueada, Charles decidió proseguir por su cuenta. Costeó estudios en medicina, cirugía y odontología; encabezó su promoción en los exámenes en Livingstone College. Dedicó dos veranos a acompañar a diversos evangelistas en sus campañas en tiendas. Estudió árabe y continuó en el griego hasta que llegó a la conclusión que el tiempo no era bien invertido. De nuevo solicitó ser encomendado, pero fue aconsejado a conseguir un buen empleo en el mundo con miras a sacrificarlo por el Señor. Escribió a la North Africa Mission y fue aceptado dentro de una semana.

Nuestro hermano ya estaba comprometido a contraer matrimonio con la señorita Pearl Lamb, cuyo padre le había interesado en la obra en el mundo musulmán. Salió de Inglaterra para Argelia en 1925 y se casó con Pearl en 1927. Ella dominaba francés y el idioma kabyle (o “cabilo”), de manera que comenzó actividades en Tabarouth mientras él aprendía idiomas. Su luna de miel consistió en un día de playa.

La Misión les asignó a Setif pero no lograron encontrar dónde alojarse; volvieron a Lafayette donde iban a vivir por treinta y seis años. El Señor le dijo que esto sería su parte en el gran campo mundial. Los kabyles (o “cabilios”) vivían en quinientos pueblos esparcidos tierra adentro en Argelia, algunos de ellos a una altura de 1700 metros y muchos a una distancia de cuatro o seis horas a pie.

La única manera de hacer contacto con ellos era sentarse donde ellos estaban sentados, compartir sus adversidades, comer su comida, cuidar sus enfermos, escuchar y expresar simpatía. Eran musulmanes de pura cepa, pero él tenía que pernoctar en sus hogares, testificar en sus cafeterías y en torno de sus mezquitas. Arriesgaba la vida para buscar sus almas por el Señor Jesús. Charles sentía más y más la necesidad de establecer puntos de avanzada para alcanzar estos pueblos eficazmente, pero la Misión no tenía la visión ni los recursos para hacerlo. Por esto él dio por terminada su relación con la Misión [así como habían hecho los señores Fallaize y Gabriel, pero no los St John] y fue encomendado a la obra por las asambleas de Bush Hill, donde había nacido, y Chattendon, donde había sido salvado y bautizado.

Se estableció entonces una base de operaciones en Ourtilane cerca de un gran mercado semanal, contando así con un centro excelente de donde evangelizar. Los días de mercado atraían huestes de hombres y muchachos; se instituyeron clases sobre una base fija y los sábados se atendían a los enfermos de las poblaciones vecinas. Él tradujo los Evangelios al dialecto de la zona. La Sociedad Bíblica Británica y Extranjera estaba consciente de la necesidad de revisar el Nuevo Testamento en kabyle y le pidió al señor Marsh encabezar el comité. El señor Fiske de Marruecos favorecía una traducción de la Biblia para todo el norte de África, y la Sociedad pidió a Charles encabezar el comité de misioneros e indígenas para el Nuevo Testamento. Esto era una tarea imposible por cuanto Pearl y Charles estaban ocupados a tiempo completo con veinticuatro clases semanales.

Sin embargo, Argelia estaba luchando por su independencia de Francia y los franceses prohibían ampliar la evangelización en los pueblos. Los musulmanes destruían todo edificio francés a la vista, pero los franceses reocuparon terreno y ampliaban la destrucción.

En 1958, cuando la situación en Argelia parecía imposible, llegó una carta de algunos misioneros en Chad, cuya obra era dirigida netamente a los paganos africanos en el sur del país y quienes estaban muy conscientes de que los musulmanes no estaban recibiendo el evangelio. Las puertas cerradas en los países francoparlantes del Norte de África parecían ser una señal hacia las puertas nuevas entre la misma clase de gente más al sur.

Los esposos Marsh dedicaron dos años a conocer la necesidad, traducir el Nuevo Testamento al árabe chadiano y dar a los cristianos las herramientas que necesitaban para su tarea: un diccionario, un himnario en árabe, varios tratados y un librito titulado Share your faith with a Muslim (“Comparta su fe con un musulmán”). Este librito, terminado en Inglaterra, llegó a ser traducido a seis idiomas más y las ventas fueron de millones de ejemplares.

En los años siguientes los Marsh visitaron varias veces en Argelia y Chad. Pasados los sesenta y cinco años, Charles descubrió una nueva esfera de servicio que llamaba la experiencia más emocionante de su vida. Fue la de evangelizar la juventud. Y, en la vejez él mantuvo su interés en el programa radial de su hija Daisy para la evangelización e instrucción de los kabyles.

Los primeros años en Argelia eran tiempo de mucha siembra y poca cosecha. La cosecha vino con el advenimiento de los campamentos, la predicación por radio y la correspondencia. Nuestro hermano nunca descuidó el ministerio de la oración, cosa que continuó cuando nuestra condición física no permitía un servicio más vigoroso. Un amigo informó que el anciano Charles Marsh le pidió los nombres de los miembros de su clase bíblica para poder orar mejor por ellos.

***

La obra del señor Marsh acerca de sus años en Argelia, Too hard for God? (“¿Difícil para Dios?”), fue publicada en 1970 y la de Chad, Streams in the Sahara (“Arroyos en el Sahara”), en 1972 cuando él tenía 70 años. La señora Pearl falleció en 1981 y Charles en 1988.

 

1     La gallarda gacela

 

El narrador estaba parado en las afueras del mercado, vestido de una larga túnica blanca y con un solideo sobre la cabeza. Sus historias cautivaban a los árabes. Los camellos reposaban allí cerca, los comerciantes desplegaban sus telas y pañuelos de colores vívidos, otros vendedores ofrecían en venta su pescado salado y las mujeres su harina y especies.

“Hijos del Profeta”, comenzó el narrador, “quiero contarles una historia del desierto, este gran Sahara que amamos. La caravana había viajado por tres días a través de las arenas áridas lavadas por el viento. Los hombres estaban cansados, no quedaba agua en sus cueros y las jorobas de los camellos se hundían. Era obvio que no podían continuar mucho más sin beber. Iban rumbo a un campamento donde los pozos no se habían secado en los años que ellos vivían. Aun cuando se veían salobres y color de leche, siempre había suficiente para la necesidad del momento. Pero hoy, para su asombro, los pozos estaban secos. Los viajeros se encontraban de frente con el desastre, ya que el próximo campamento quedaba a cuatro días de marcha.

La solución de su problema estaba con ellos por cuanto uno de los camellos portaba una preciosa gacela pequeña. Día tras día la habían cargado para una emergencia como esta. Sus patas amarradas y apretadas, ella viajaba a cuestas de un gran  camello, y a lo largo de cada día bajo el sol candente del desierto seco se caía de lado a lado, anhelando la libertad. Ahora aflojaron los amarres y permitieron a la pequeña gacela estirar las patas, pero no a escapar.

Alistaron al camello más veloz, uno blanco de raza mehari, de monte, muy diferente de los torpes dromedarios laboriosos que portaban las cargas. La pobre gacela estaba jadeando en el aire cargado del desierto, y parecía condenada a morir de sed. Anhelaba los arroyos refrescantes, y de repente se encontró libre. Hocico al aire, el animal volteó la cabeza lentamente, olfateando, y con un brinco se fue a zancadas largas sobre la arena.

Corrió velozmente entre los escasos arbustos marchitos, rumbo a las montañas distantes. La siguió el hombre montado sobre el camello de carrera, pero pronto perdió de vista a la gacela. Pero, por ser ducho en el arte, él pudo seguir las huellas que le guiaron a la muy distante sierra de montañas rojas y peladas, a un desfiladero donde un chorrito de agua clara y chispeante salía de la hendidura en una peña. El hermoso animalito había buscado y encontrado el agua de vida. Lentamente se acercó la caravana y por fin los hombres y las bestias bebieron hasta saciarse. Se salvaron”.

“Gracias Dios. Alabanzas al Señor quien les da agua”, dijo uno.

“Gloria a Dios que dio la gacela que les condujo al agua”, agregó otro.

Por los bordes del gran desierto Sahara, y en algunos lugares en todo el medio de aquella vasta tierra seca, abundan estos animales encantadores. Este don de olfatear el agua les permite vivir donde otros animales perecen. En muchos sitios en el Sahara el agua queda a escasos metros de la superficie y fluye en arroyos subterráneos. En las sabanas chadianas estos cursos invisibles se llaman batas y por unas pocas semanas cada año, inmediatamente después de las lluvias torrenciales, el agua se arremolina en ellas y desaparece perdida en las arenas. Por el resto del año son apenas ríos de arena; el agua está allí pero uno tiene que buscarla. La gacela no la puede ver, los arroyos están escondidos de sus ojos, pero ella busca y la encuentra.

David aludió a este animal hermoso al escribir, “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”, Salmo 42. En muchas vidas hoy día existe una sed intensa por algo permanente que satisfaga. Sólo el Dios vivo puede satisfacer las necesidades más profundas del corazón humano, pero para millones de personas en el mundo entero, los arroyos están escondidos.

Fue el día de la gran fiesta en Fuerte Lamy. Desde las primeras horas oleadas de hombres llegaron a la ciudad, todos vestidos de túnicas blancas, y se juntaron en oración con sus colegas islámicos. Pronto se incorporaron los varones residentes en la comunidad, y la mezquita no acomodaba a los miles de adoradores. Se cerraron todas las vías de acceso en torno de la mezquita y la policía vigilaba la muchedumbre.

¿Por qué esta concurrencia? Habían venido para orar, sentados en filas paralelas, los comerciantes ricos entre los agricultores pobres, el nómada al lado del estudiante. Algunos eran desesperadamente pobres, pero habían logrado vestirse de por lo menos una prenda inmaculada. Metódicamente se lavaron en agua pura y estaban listos para orar, esperando sólo la señal,

El imán principal se paró frente de cuarenta mil varones y dio inicio a la oración. Alá, akbar. “Dios es mayor. Gloria sea a ti, oh Señor del universo … Oh Dios, perdóname, ten misericordia de mí, guíame y sostenme, hazme grande y fortalece mi fe, para enriquecerme”.

Al contemplar Abd alMasih aquella vasta multitud, su corazón fue conmovido por una profunda compasión. Cerca de él, un grupo de ciudadanos cristianos se reían en burla franca, pero Abd alMasih nunca podía mofarse de aquellos que manifestaban ese intenso deseo por Dios.

Era una multitud mixta. Algunos eran musulmanes piadosos que estaban toqueteando su rosario, otros eran creyentes nominales en el profeta y todavía otros estafadores, pero la impresión predominante era la de un temor solemne, un clamor por Dios. La tragedia de aquel cuadro partía el corazón y la mente de Abd alMasih con una intensidad asombrosa. “Guíanos en el camino que debemos tomar”. Ellos tenían gran afán por conocer el camino, pero estaba escondido de sus ojos. Se pararon derechos, manos extendidas, antes de doblarse con la frente tocando el suelo en la actitud de un esclavo ante su amo, en señal de una entrega entera a la voluntad de Alá.

“Perdónanos”, clamaron, pero sólo en Cristo se halla la confianza del perdón. Continuaron: “Guíame y sostenme”. Abd alMasih sabía que se pueden encontrar en Cristo todas estas bendiciones espirituales y sus almas tenían gran sed por el Dios vivo, pero no podían descubrir los arroyos. Su entendimiento estaba entenebrecido y no podían cantar con los creyentes en Cristo:

Oh Cristo en ti, sí sólo en ti, me corazón halló
La paz, perdón que con afán sin descansar buscó.

Un poco más tarde Abd alMasih conversó con uno de estos hombres. “Dígame, Abd alAhí, ¿usted quiere conocer y experimentar el perdón de Dios?”

“Pues, ¿por qué repito cuarenta veces al día asteghofer Alá? ¿Por qué rezo por el perdón si no lo deseo intensamente?”

“¿Puede decir entonces que Dios le ha perdonado?”

“Nosotros los musulmanes sólo podemos esperar que Dios tenga a bien perdonarnos”, replicó. “Por esto decimos: Ma cha Alá. (“Si Dios quiere”).

Se habían terminado las oraciones y los hombres se sentaron para oir el khutba, el sermón del sacerdote. ¿Y su tema? La historia de Génesis 22, pero muy sutilmente, en la teología islámica, donde Ismael asume el lugar del hijo Isaac. El sermón se prolongó y justamente detrás del sacerdote estaba un magnífico carnero con cachos grandes.

El sacerdote dejó de hablar, sacó su cuchillo y degolló el animal. Mirando al este, a La Meca, dijo, B’ism Alá (“en el nombre de Dios”). La sangre carmesí chorreó sobre la arena y de inmediato la gente se apretó en derredor. Mojaron los dedos en la sangre y se ambularon el cuerpo. Otros corrieron con sangre a la puerta de su casa y la pusieron en el dintel. En ese mismo momento, en la redondez del globo, millones de musulmanes estaban realizando la misma ceremonia. Era impresionante, repugnante, inútil pero por demás significativa.

Esta ceremonia del islám deja entrever el ardiente deseo del corazón humano por la bendición de Dios, el reconocimiento de que la vida de la carne está en la sangre y que sólo ella expía. Esta gente tiene una insinuación de la verdad, pero es una gran parodia. Tiene sólo la sombra, una sombra deformada, y la realidad está escondida de sus ojos. Nunca se les ha contado del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Abd alMasih reflexionaba sobre la necesidad de estos pobres musulmanes de oir de Aquel que dio su vida en sacrificio por sus pecados, y del agua de vida que Él da a los que confían en él.

Los misioneros en Chad le habían invitado a Abd alMasih a estudiar las tribus en el norte del país con miras a establecer una obra entre los musulmanes. Hay una creencia muy difundida de que es imposible evangelizar a los musulmanes, pero la experiencia en Chad hizo ver que esta idea es irreal allí, así como en Argelia.

Durante los meses antes de su visita él había estudiado cuidadosamente los dialectos árabes de Sudán y Nigeria, de manera que estaba al tanto de las diferencias principales que existen en el mundo de habla árabe, e intentó hacer algunos cambios tentativos en su estilo y vocabulario. Cuando probó su árabe en conversaciones con los cristianos africanos, le respondieron, “No entendemos una palabra de lo que dice. Los árabes nunca van a entenderlo, de manera que sería mejor que tradujéramos. Ellos nos entienden”. Así, en las calles de Fuerte Lamy, en Mongo, en Moukoulou y en Bitkine un creyente procuraba servir de intérprete. Los musulmanes sonreían, daban la espalda y hablaban entre sí. No querían oir. Un domingo por la mañana en Ati, un pueblo musulmán fanático, Abd alMasih sugirió que él debería conversar con un grupo de musulmanes sin interpretación. El resultado fue electrificante; los musulmanes dejaron sus juegos y muchos se congregaron a escuchar un mensaje que les impresionó grandemente.

Una vez que terminó, se dirigió al evangelista cristiano y le dijo, “Ahora, procure aclarar el mensaje para ellos”. Se rió y respondió, “Le entienden a usted mejor que a nosotros”. Los árabes ampliaron lo dicho: “Aquel africano sabe solamente su propio idioma y unas pocas palabras árabes, pero no sabe árabe. Usted sabe hablar árabe, y entendemos su mensaje”. De allí en adelante Abd alMasih resolvió hablar sin un intérprete. Viajaba con Bill Rogers a los pueblos cerca de Ati y Abéché, y en todas partes hacía contactos, en los mercados, en los campamentos y en los pueblitos.

Al oir de un día de mercado en Amskani, los misioneros resolvieron intentar alcanzar a los varones.

Aquellos que se dirigían al mercado portaban armas, incluyendo un sagaie, o cuchillo para la cacería. Estos instrumentos viciosos están diseñados de tal manera que al ser lanzados, cualquier parte que toque el cuerpo deja una herida abierta. Cada cuchillo es de unos ochenta centímetros con dos o más dientes de unos veinte centímetros fijados a 90° de la hoja principal. Es espantoso cómo hieren a bestia u hombre. Cada cual portaba también un juego de lanzas voladoras con cabeza de púa además de otra que balanceaba sobre los hombros. Algunos ostentaban un arco con una aljaba llena de flechas envenenadas.

Los hombres parecían muy feroces pero en realidad eran inofensivos. Ellos portaban estas armas debido a la abundancia de jabalís, antílopes, panteras y aun leones que se encontraban en el bosque.

El señor Rogers y Abd alMasih encontraron que el mercado estaba en pleno funcionamiento cuando llegaron. Pasearon y examinaron las arrumas de pescado salado, la cerámica, las diversas drogas y hierbas y los libros de un faquir. La gente parecía ser afable y los señores intentaron una prédica al aire libre. ¿Cómo atraer a los hombres? No tenían un instrumento musical ni púlpito. Abd alMasih sacó su carta gráfica de Los dos caminos que conducen a los dos destinos, la vida y la destrucción. Habló de la casa edificada sobre la roca y la otra sobre la arena, del árbol que lleva fruto y el árbol que no lleva fruto. Cristo dijo, “Yo soy el Camino”, el único camino a Dios. Dijo, “Yo soy la verdad”, la roca que es como un fundamento que resistirá la prueba del tiempo y la eternidad. Dijo, “Yo soy la Vida”, porque Cristo da vida nueva, una vida que se ve en una conducta cambiada.

Los hombres escuchaban a este visitante que hablaba en árabe, la lengua de los ángeles, y se apretaban para oir. Eran muchos que escuchaban por varios minutos y luego hablaron entre sí. “Se marcharán y volverán a sus negocios”, pensaba Abd alMasih, pero así no fue. Dejaron sus armas a un lado y se sentaron en el mercado para escuchar. Aquí ciertamente había sed de Dios. En el mundo entero donde los varones van al mercado, lo hacen para comerciar, circular y conversar, pero no para oir un mensaje espiritual. Pero cuando se sienten, es fácil hablar, y aquel día ochenta hombres oyeron las palabras de vida. Muchos corazones fueron tocados y mucha gente que sabía leer recibió una porción de las Escrituras. Uno de ellos se puso de pie y dijo, “Gracias por haber venido. Hemos entendido que Jesucristo es el único camino a Dios y Él sólo nos puede quitar los pecados. Vuelvan pronto, y que Dios les ayude al marcharse y decírselo a otros”. Abd alMasih y sus amigos se fueron con aquella invitación resonando en sus oídos. “Que Dios les ayude y les proteja. Que les ayude a contar las buenas nuevas. Vayan en paz”.

“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas”, así esos señores anhelaban conocer a Dios. La sed estaba muy evidente.

Los nómadas chadianos son un pueblo llamativo. Sus chozas tienen la forma de almendras y son esterillas de palma soportadas por un armazón de palos. Estas tiendas resisten los vientos recios del desierto. Cuando quieren trasladarse a otro sitio, enrollan las esterillas en bultos que cargan sobre bueyes junto con los palos y los utensilios del hogar. Las mujeres montadas sobre los bueyes son buenos “vaqueros”, mientras que los varones montados sobre sus caballos arrean el ganado. Son muy ambulantes, siempre en busca de pasto fresco y agua,
y pasan de dos a diez días en cada parada.

Ese pueblo es acogedor y tiene sed de Dios. Cada noche encierran el ganado en un redil que consiste en una cerca de cardos con un hueco que finge de puerta que cierran con un ramo largo al haber entrado las bestias. Si sospecha la presencia de animales salvajes, el nómada prende un fuego en el encierro y duerme en la puerta. En la mañana arrea el ganado a los pastos y al mediodía a un pozo o un abrevadero. Se construyen en derredor del pozo grandes zanjas forradas en barro, los vaqueros las llenan de agua que han sacado en grandes peroles de cuero.

Junto a uno de estos pozos, Abd alMasih invitó a los hombres a oir la palabra de Dios. Sentado bajo un árbol les leyó la historia de la oveja perdida y luego habló del Buen Pastor que dio su vida por las ovejas. Aquel mismo atardecer Abd alMasih y su amigo fueron a otro campamento donde había doce tiendas en torno del encierro y las mujeres estaban ordeñando las vacas que habían sido arreadas al espacio abierto. La hora era avanzada y algunas de las mujeres ya habían comenzado a preparar la cena. Se reunieron veinte hombres y las mujeres se paraban detrás de ellos, cabeza descubierta y perfectamente libres en contraste con sus hermanas en Argelia.

Cada mañana van a un poblado cercano o al mercado, llevando la leche o la mantequilla sobre la cabeza. A veces caminan veinte o casi treinta kilómetros para vender su producto por unos pocos centavos, o lo negocian por un puño de mijo. Cierto misionero suizo y su esposa visitan algunos de estos campamentos numídicos y han visto conversiones, ¿pero cómo puede una sola pareja evangelizar 300 000 nómadas y 450 000 seminómadas?

Algunas tribus son seminómadas y abandonan su pueblito tan pronto que hayan cosechado
y trillado el mijo. Los granos se almacenan en grandes dabangas, o silos hechos de barro
y cubiertos por un armazón de mimbre. Estos silos varían en capacidad de tribu en tribu, pero los hay que almacenan una tonelada o más de granos. No es inusual encontrar a una sola familia en uno de estos pueblitos en la estación de sequía, pero en los pueblos fijos muchos varones se congregarán tan pronto que hayan terminado la cosecha.

En Dopdop, Abd alMasih y sus amigos abrieron sus camillas en la posada africana y salieron por camión a los poblados vecinos, acompañados de un africano como guía. En el primer pueblito unos pocos hombres fabricaban tela pero los muchachos no tardaron en reunir a los que estaban trabajando en los campos. Cuarenta hombres escucharon mientras Abd alMasih leyó la historia del fariseo y el publicano. Antes de que él llegara a la aplicación que el Señor dio a la parábola, un hombre dijo, “Dios le perdonó porque se humilló y pidió ser perdonado”.

“¿Han entendido?”

Alá ibarek. Que Dios bendiga su palabra. Sí hemos entendido”.

“Pidamos a Dios que bendiga su palabra”, dijo Abd alMasih.

Anan, anan. Sí, sí”.

Él extendió las manos, palmas arriba, y procedió a pedir la bendición de Dios sobre el mensaje. Cada par de manos estaba extendido de la misma manera y hubo algunos ruidosos Amén mientras concluía la oración. Cada concurrente levantó las manos a los labios y luego las pasaba sobre el pecho.

Se ponía el sol y era hora de regresar, pero el guía pensaba otra cosa. “Oh siervo de Dios”, dijo, “son buenas las palabras y otros deben oírlas. No es tiempo para comer y dormir. Ahora es cuando encontrará a los hombres; vámonos a dos pueblos más”. Entonces se paró sobre un costado del camión y dirigió el chofer a otro poblado a través de las siembras de mijo de tres y más metros. Otro grupo se reunió; se hizo oscuro y uno no podía ver para leer. Pero el guía persistía porque, dijo, el tiempo es corto y otros quieren oir.

Cuando llegaron a Outach ya era de un todo oscuro, pero se convocaron a los hombres a dejar sus chozas, se prendió una fogata y a la luz de sus llamas contamos la vieja historia a estos musulmanes que la oían por primera vez. Entonces con la ayuda del fiel guía musulmán Abd alMasih y sus amigos llegaron de nuevo a la rústica posada africana para cenar y acostarse.

Se encontraba poca oposición en los pueblos donde los oyentes eran mayormente islámicos, pero ellos eran reacios a mostrar un verdadero interés en la presencia de paganos o los así llamados cristianos. En un pequeño mercado cerca de Baktchoro Abd alMasih le pidió a su amigo Colin Price a tomar aparte a los africanos de habla azumeina y realizar una pequeña reunión con ellos. Los concurrentes oyeron a Colin y luego veinte hombres se acercaron para escuchar atentamente el mensaje de Abd alMasih. Era tarde en el día. Se oyó el llamado a la oración pero ningún musulmán respondió, sino que todos se quedaron sentados y prestaron buena atención, cosa que no estaban dispuestos a hacer mientras el grupo era mixto.

En el sur, en Moissala, Bill Rogers le pidió al jefe máximo reunir todos los musulmanes que podía en el patio de su casa. El jefe mismo era un musulmán nominal, aunque había acumulado cuarenta esposas en vez de las cuatro que su religión permite. Al llegar Abd alMasih encontró un nutrido grupo de musulmanes encabezado por diez faquires, o líderes religiosos, cada uno con su Corán. Se colocaron alfombras en el suelo, cubiertas de pieles, y él se sentó mirando hacia estos fanáticos que vinieron para hacerle oposición. Su Testamento árabe en la mano, se dispuso a hablar.

“No podemos escuchar a ese libro porque no contiene un B’ism Alá, ‘En el nombre de Dios’. Solamente nosotros los musulmanes tenemos la verdad”. El faquir procedió a dar un discurso sobre las excelencias de Mahoma y el Corán, y Abd alMasih replicó: “Estoy muy al tanto de todo lo que creen. Lo sabía antes de venir a África, y he guardado amistad con musulmanes por treinta y seis años. No he venido para contradecir su enseñanza, sino para decirles algo que no saben”.

“Usted no puede decirnos a nosotros algo que no sabemos”.

“Con su permiso, ¿pero usted sabe que sus pecados son perdonados?”

“Es imposible que alguien sepa eso”.

“La Palabra de Dios nos asegura que sí podemos saber”.

“Que la maldición de Dios caiga sobre su religión, perro cristiano”.

El maestro musulmán se levantó, su rostro lívido por la rabia que sentía. Abd alMasih pasó la mano sobre la barbilla desnuda del árabe, apretándola entre el dedo mayor y el dedo índice. Le contempló sonriendo. “Favor de perdonarme si le he molestado. No era mi intención”. Entonces, dando la vuelta hacia su auditorio, y sonriendo, acarició la barbilla. Bastó; su opositor había perdido tanto las estribas como la batalla. El simple hecho de acariciar su barbilla impartió un gran mensaje, y el faquir sabía que era inútil que se quedara o intentara continuar con el argumento. Se marchó refunfuñando.

El gesto tan trivial de acariciar la barba o el mentón muestra cuán importante es que el misionero no sólo domine bien el idioma, sino también que se familiarice con los gestos que acompañan ese idioma. Cuando un turco o un árabe se pone furioso, se dice que la barba está erizada de rabia. Mesar la barba y dar la vuelta equivale decir a los observadores: “Cuidado, él busca pleito; ha perdido los estribos”. Al sonreír, Abd alMasih dio a saber que no había perdido el control de sí no obstante las palabras severas de su adversario.

El hijo del jefe intervino a favor de Mahoma. “Cállate”, dijo el jefe. “Este hombre no se enoja; él sabe la verdad”.

“Prosiga”, le dijo a Abd alMasih, y mandó a sus hombres a quedarse y escuchar.

El tema fue, “¿Qué piensa de Cristo?” ─ su nacimiento virginal, existencia eterna, carácter intachable, omnipotencia, sufrimientos y muerte, resurrección triunfante, poder presente y reino venidero. Por cuarenta minutos los hombres prestaron atención. El mensaje se apoderó de ellos, ya que estaban sedientos de la verdad. Satanás había hecho lo más que podía para no dejarles oir, pero cuando el faquir perdió el dominio propio, se presentó la oportunidad para una explicación más amplia.

El evangelista cristiano tiene que aprender por la gracia de Dios a nunca hablar ásperamente o enfadarse ante los que se oponen. Si lo hace, mejor que se marche de una vez, ya que sus palabras se han hecho inútiles. Por el otro lado, si su opositor se enfada, el evangélico lo señala al auditorio por una sonrisa y una caricia en la barbilla ─ o la barba, si se trata de un joven moderno.

Terminada la reunión, los misioneros saludaron a todos con un apretón de manos, repartieron ejemplares de las Escrituras y volvieron a casa a pie con los dos evangelistas africanos. “¿Qué fue que les dijo para que escucharan tan atentamente?” dijo Lucas. “No podemos seguir su árabe, pero ellos sí, y no sólo estaban interesados, sino encantados”.

“Sencillamente les hablé acerca del Señor Jesús”. Abd alMasih repasó su mensaje. “Nunca, nunca hemos visto a hombres escuchando como hicieron ellos y, qué cosa, usted sólo habló acerca del Señor Jesús. Y a musulmanes. Maravilloso. Ajab. Maravilloso.”

El león puede perseguir a la gallarda gacela, alejándola de los arroyos, pero ella es veloz. Su sed perdura, y la gacela volverá para beber cuando el león haya vuelto a su guarida.

El recuerdo sobresaliente de aquella primera visita a Chad fue la de un jeque anciano en edad a quien Abd alMasih obsequió un Evangelio según Lucas. Un atardecer, de regreso de una reunión, vio al anciano sentado frente a la mezquita deteriorada. A la luz del sol menguante, el jeque estaba muy absorto en la lectura de la Palabra de Dios. Su rosario se había caído a su lado y él se había olvidado a llamar a los fieles a la oración. Sólo una cosa importaba y era que el hombre había descubierto la respuesta a la gran sed en su alma. Había encontrado en la Biblia los arroyos de agua viva.

 

2     La tierra de esclavos

 

 

Abd alMasih viajó por avión de Argelia a Chad, saliendo de Maraseille poco antes de la medianoche, de manera que formó sus primeras impresiones de la República al sobrevolarla a la luz del amanecer.

El sol se levantó en resplandor para revelar interminables extensiones de desierto arenoso con dunas ondulantes de hasta noventa metros. Luego el lago de Chad estaba a la vista con su archipiélago de islas, seguido de una tierra de arbustos y cardones. No había evidencia de vida; nada de pueblos y aparentemente tampoco de tierra cultivada. Arena, espinos, desierto y yermo: esta fue la primera impresión de Chad que recibió el evangelista. Más adelante iba a descubrir el sur del país con sus siembras de algodón, frutales y pueblos repletos de gente, pero sabía que Dios le estaba llamando al pueblo musulmán del norte.

Después de treinta y seis años de labor entre los musulmanes de Argelia él entendía muy bien que las espinas de punta aguda ilustraban acertadamente la actitud a Jesucristo y sus seguidores de parte de los discípulos de Mahoma. El yermo ilustraba claramente los escuálidos resultados espirituales de aquellos que sirven a Dios entre los musulmanes. “Tierra seca y árida donde no hay aguas”, Salmo 63.1. Pero con todo las promesas de Dios están vigentes: “El yermo se gozará y florecerá como la rosa … En lugar de la zarza crecerá ciprés”, Isaías 35.1, 55.13. El Dios que algún día cambiará la faz del desierto puede transformar la vida de hombres aun ahora.

El islám entró en Chad en el siglo 11, traído por los árabes desde el Nilo, pero por siglos no tuvo un impacto sobre el pueblo. No fue hasta los siglos 16 y 17 que las regiones en el norte de Chad ─ Borkou, Ennedi y Tibesti ─ fueron convertidos por maestros musulmanes. Durante el siglo 19 se convirtieron varios jefes políticos que llevaron sus tribus al islám. En el siglo 20 el islám se difundió rápidamente hacia el sur bajo la influencia de los senousites de Libia y Egipto. A la vez hubo un movimiento del este, de Darfour y Sudán. Tibesti y Borkou estaban bajo una fuerte influencia islámica a partir de 1850 y las tribus paganas en el norte del país aceptaron rápidamente esa religión, reteniendo muchas de sus prácticas paganas y a la vez profesando una fidelidad externa a Mahoma.

Los musulmanes asaltaron al sur y llevaron consigo a decenas de miles de esclavos. La ruta de los esclavos chadianos al sur de Libia está dotada todavía de avenidas de huesos humanos y círculos de piedras que muestran dónde estaban las mezquitas provisionales para los ritos vespertinos de los árabes que traficaban en seres humanos. Algunos ancianos en Chad se acuerdan todavía de los horrores de ese negocio. La tierra entre el lago de Chad y alGatrun era la peor en cuanto a las caravanas, con pérdidas de hasta el 80% y 90%.

Los árabes solían prestar servicio a un monarca local al caer sobre sus enemigos en una tribu vecina y llevar a los que se oponían. Una banda de doscientos atacaba el pueblito, quemaba las casas y los árboles, y captaban a los jóvenes y las jóvenes para ser esclavos. Los arreaban como ganado, esposados, a los pozos donde bebían y reposaban, para luego emprender la marcha a prueba de latigazos de cuero de hipo, sin alimentos y sin agua hasta alcanzar por su cuenta la próxima parada. Tenían que proceder solos o perecer; los musulmanes les esperaban en el próximo pozo, no molestándose para azotar a los rezagados.

Se estima que fueron más de dos millones que emigraron al norte en el siglo 19, normalmente por la ruta lago de Chad – Bilma – Murzak – Trípoli, y Murzak era un mercado importante en ese negocio hasta 1929. Un esclavo, hombre o mujer, valía aproximadamente el tercio del precio de un camello, o doble el precio de la piel de una gacela adax.

Se dice, aunque es difícil corroborarlo, que aun ahora unas doscientos doncellas salen de Chad cada año para no volver nunca. Un negociante árabe vende alimentos y ropa a crédito a un señor pagano que tiene hijas atractivas. De repente exige el pago y amenaza mandar preso al hombre si no cancela de una vez. “Deme su hija y su mujer, y daré la cuenta por saldada”. El pobre no tiene alternativa; vende a la hija y el proceso se repite hasta que el negociante haya acumulado las cuatro esposas que la ley islámica le permite. Él viaja al este con ellas, consiguiendo los pasaportes para cruzar las fronteras, y divorcia a las “esposas”, las vende a otro varón musulmán quien repite el proceso hasta que lleguen a uno de los territorios árabes. El negociante vuelve, pero no así las mujeres, y bien se puede imaginar su suerte.

Las regiones montañosas en el norte y el este de Chad servían de refugio para quienes se oponían a los traficantes y el islám, y hasta el día de hoy los pueblos en Tibesti, Ennedi y la Gupera siguen como paganos. No obstante, lentamente el islám está ganando terreno entre ellos.

Los baguuirimi al sur de Fuerte Lamy pactaron con los musulmanes, aceptaron su religión y se juntaron con ellos en el despojo de las tribus sara y mbai al sur. En 1900 las fuerzas francesas conquistaron el traficante Rabá y por fin en 1911 el país fue subyugado cuando se derrotó al Sultán de Abéché.

Hasta 1960 Chad estaba gobernado por Francia, y en aquel año logró reconocimiento como una república independiente democrática, con el francés y el árabe como los idiomas oficiales. En 1968 el ejército francés se ausentó de los fuertes y los puestos de avanzada en el Sahara, pero cuando una revolución comenzó en 1969 las fuerzas nacionales no lograron dominar la guerrilla y el gobierno pidió la intervención francesa.

El país en conjunto se puede visualizar como una depresión al estilo de platillo con ríos que fluyen al lago de Chad. Las únicas montañas se encuentran en el este y en el norte del Sahara. El país se divide en tres zonas principales.

Al viajar hacia el sur desde el Norte de África una llega a las tres provincias escasamente pobladas de Borkou, Ennedi y Tibesti que forman parte del gran desierto que es el Sahara. Una población sedentaria se encuentra en los oasis esparcidos, viviendo en tiendas de paja de palma y viajando de lugar en lugar a camello.

A 450 kilómetros al norte de Fuerte Lamy [hoy día N’Djamena] el desierto cede a dunas de arena y luego a las vastas llanuras que están cubiertas escasamente de arbustos de acacia, plantas venenosas y espinos, todo intercalado en tarrayas. Aquí hay menos camellos, ya que ceden lugar a grandes manadas de ganado. La población de esta área es casi de un todo musulmana. Florece en las sabanas durante la estación de lluvia, julio hasta octubre, la hierba que alimenta a las manadas de nómadas.

Siguiendo hacia el sur uno encuentra una población sedentaria que cultiva diversas variedades de mijo y sorgo. Viven en pueblos dotados de chozas de barro o estructuras al estilo de tiendas de madera y paja. Otros son seminómadas, viviendo en sus pueblos y cultivando mijo en los meses de lluvia. A medida que se secan las corrientes y el agua desaparece de los pozos, ellos se trasladan al sur con las bestias, dejando un par de familias para cuidar el pueblo.

Al acercarse al sur de Chad todo el panorama cambia. La tierra se vuelve más fructífera y se encuentran muchos árboles altos y majestuosos como la caoba, el capoc y el mango. Abundan las plantaciones de algodón y arroz, los ríos abundan en peces y aparecen frutales de mango, cambur, guanábana, asimila y piña en menor escala.

A menudo los aspectos físicos de un país describen el estado espiritual del pueblo. Las arenosas expansiones vacías del norte, con sus espinos punzantes, son muy típicas del islám con su oposición fanática al evangelio y sin fruto para Dios, mientras que el fértil sur abriga decenas de miles de cristianos y centenares de iglesias cristianas.

Chad colinda con los estados islámicos de Libia, Sudán, Niger, Camerún y el norte de Nigeria. Todo Chad al norte del paralelo 13 está dominado por el islám y todo pueblo grande en el sur tiene una comunidad de musulmanes que se congrega para las oraciones los días viernes y para las fiestas religiosas.

Los musulmanes en el país no están bien fundados en el dogma del islám. Cumplen con sus ritos religiosos con fanatismo y fervor pero poco conocen del Corán e ignoran los nombres y las historias del Antiguo Testamento, tales como Noé, Moisés y Jonás. Retienen muchas prácticas paganas, especialmente los ritos de fertilidad que abundan en toda África. Por ejemplo, cada año la tribu saguimini, que es de un todo musulmana, manda un donativo a los sacerdotes paganos de Abu Touyour, un picacho en el centro de Chad. Las montañas son todas masculina o femenina y los lugares elevados existen aún. En épocas de sequía se ofrecen sacrificios. En la tribu adjerai siempre había sido la costumbre llevar un ladrón ante el margai, o los dioses, de la montaña y exigirle jurar su inocencia. Por lo regular el temor le hace confesar su culpa. Cuando el jefe de la tribu se convirtió al islám el Corán reemplazó a los dioses paganos, y el ladrón tenía que hacer su juramento ante éste.

Se circuncidan no sólo a los muchachos, sino que en muchas tribus musulmanas se extirpan a las niñas antes de o cuando llegan a la pubertad. Una ceremonia que involucra a toda la comunidad es siempre la ocasión para un sadaga, la distribución de carne, o de una cena corriente. No obstante lo superficial de este nexo al islám, muchas de las tribus son fanáticas en su devoción al falso profeta.

Hay pocas mezquitas en Chad. La de Fuerte Lamy fue erigida por los franceses, pero son edificios sencillos de barro aquellas en lugares como Biltine, Ati, Mongo y Bonzor. En los pueblos sirve como un lugar de oración un encierro simple, hecho muchas veces de nada más que un seto de cardos o apenas un muro de barro. En Fuerte Lamy hay más de cincuenta mezquitas pequeñas, y por dondequiera por la mañana, a medianoche y en la noche uno oye los tonos estridentes del muecín cuando convoca los fieles a la oración.

A los niños se les enseñan en las escuelas coránicas a leer árabe, y en la ocasión de la independencia se determinó que en las áreas musulmanas estas escuelas gozaban de preferencia sobre las gubernamentales.

¿Qué es, entonces, el efecto de la aceptación del islám sobre la población pagana? Simplemente que se añade el islám a las creencias antiguas. Su moralidad no ha cambiado y se retienen la mayoría de las antiguas prácticas religiosas, pero con todo el musulmán chadiano es menos un prisionero del pasado que su homólogo en el Norte de África. Él no siente que es un árabe y en comparación con el Norte de África está más dispuesto a considerar el mensaje del evangelio cuando ve a los cristianos africanos poner la cristiandad en su contexto.

La República de Chad está ubicada en todo el corazón de África. Es cinco veces el tamaño del Reino Unido y tiene una población que va en aumento y consta ahora de 3 400 000. No tiene puertos ni ferrocarriles, y hasta hace poco tenía pocos caminos buenos, de manera que el transporte presenta un gran problema. No cuenta con minerales importantes ni exportaciones en gran escala. El gobierno del día en Chad está conformado de ministros musulmanes y no musulmanes, y el Presidente profesa ser creyente Cristo Jesús.

Los musulmanes han estado obligados a cumplir un papel secundario en el gobierno de su país debido a su falta de instrucción. No hay escuelas misioneras en el norte y por lo regular los musulmanes niegan enviar sus hijos a las escuelas francesas. En los distritos no islámicos la incidencia de alfabetización es del 25% al 30% pero en los distritos netamente musulmanes es apenas el 1% o 2%. En estas escuelas la gran atracción es el árabe, pero el Corán es el único libro de texto y la instrucción consta de pura repetición. Necesariamente la administración aun en el norte está en manos de los cristianos profesantes y por ende viven en medio de una hostil población musulmana. Los administradores, jueces, docentes, enfermeros y policías profesan el cristianismo, pero infelizmente se conocen a muchos de ellos por el nombre de Anciens-Chrétiens, o ex cristianos, porque no corrían bien y ahora se conforman al mundo en derredor.

Existe una entera libertad religiosa pero el islám compite con el cristianismo para ocupar las tribus no evangelizadas. El Norte musulmán amenaza la paz del país, y tarde o temprano los musulmanes harán un esfuerzo concentrado para controlar toda la vida política y religiosa e incorporar Chad en los estados islámicos que la rodean. Con esto los musulmanes se revertirán a sus antiguas prácticas de persecución y subyugación, cerrando la puerta al evangelio. Por ahora hay oportunidades sin paralelo que presentan un reto a la incentiva, el celo y la fe de los cristianos.

Cada año salen del Norte de África muchos docentes preparados en el islám para difundir su religión. Su influencia se ve en el hecho que se encuentran en Chad precisamente las mismas objeciones al evangelio que en Argelia. Sin embargo, en Chad pocos faquires pueden sostener una prolongada discusión inteligente. Recientemente se ha intentado introducir un islám reformado, pero con poco éxito.

Los miembros de la secta seousuya son reformistas; no fuman ni beben licor intoxicante, ni aprueban el baile y aun niegan tomar café negro fuerte. Actualmente hay unos 15 000 de ellos en Chad.

Las hermandades gadriya, tidjaneya y tarbaya están activas en el país y la última de ellas domina a los musulmanes en Fuerte Lamy. Su doctrina es liberal y son relativamente tolerantes. Los ocho mandamientos que forman su credo son:

No debo tomar ligeramente mi juramento

No debo consultar con otros musulmanes acerca de los ritos de Tidjaniya

Estoy comprometido por el juramento hasta morir

Nunca haré mal a otro miembro de la secta

No tendré esclavos, y si poseo una esclava me casaré con ella

Nunca haré mal a mi prójimo y me abstendré de toda vulgaridad

Debo entrar en la mezquita cuando veo que otros lo hacen

No debo engañar ni defraudar a otra gente

Otro método por el cual difunden el islám es el de rodear a un jefe africano de una falange de maestros religiosos. Estos hombres ejercen una presión constante sobre él para aceptar el islám por prestigio y llevar su tribu consigo. Algunos de estos jefes intentan posteriormente a impedir a los misioneros o evangelistas cristianos en su contacto con el pueblo.

La mayor parte de la riqueza material de Chad está en las manos de los comerciantes de Fazzan en el sur de Libia. Tienen influencia y son los promotores principales del islám. Otros comerciantes negocian en literatura, azúcar y té en los mercados, testifican a Mahoma, rezan oraciones musulmanas y poco a poco aumentan su inventario. Suelen carecer de escrúpulos y explotan al africano hasta no poder. Algunos son relatores del Corán y cada uno es emisario del falso profeta.

Los musulmanes forman una comunidad en el lugar donde viven y reúnen un gran número para la oración cada viernes, especialmente en los pueblos mayores. Una multitud se congrega a orar al final de Ramadán, o la Fiesta de las Ovejas, y estas ceremonias atraen a muchos paganos. En estas ocasiones se persuade al africano a afiliarse a la gran hermandad y que testifique por Mahoma.

Estas sesiones de oración se celebran en los pueblos y sin duda ora en ellas una proporción mayor de la población en Chad que en Argelia. Al entrar en un poblado muchos hombres se cubren de una gorra musulmana por el prestigio que da, y la quitan cuando vuelven a su pueblito aislado.

Los nómadas que ambulan de lugar en lugar son todos musulmanes y ejercen una influencia poderosa sobre las tribus sobre las tribus paganas. El camino de peregrinaje a la Meca desde toda África Oeste pasa por Fuerte Lamy, Ati y Abéché, y cada año docenas de miles de gente de África Oeste pasan a través de Chad. Muchos de estos hombres son fanáticos y gozan de respeto y admiración al volver de su peregrinaje, aprovechándolo para ganar a otros. Muchos varones musulmanes se casan con mujeres paganas y crían a los hijos en el islám.

Finalmente se debe hacer mención de las escuelas itinerantes. Docentes religiosos ambulan por el país con sus alumnos llamados mujhajereen. Se les enseñan a estos muchachos a leer el Corán y circular los platos para mendigar dinero o comida para mantener a su maestro. Él siempre está dispuesto a redactar los amuletos que son deseados por estos pueblos ignorantes y supersticiosos.

Así es que se propaga el islám por diversos métodos. Los emisarios de Mahoma no sólo sobrepasan en número a los mensajeros de la cruz, sino también los superan en su iniciativa, ardor y devoción a su profeta.

 

3     Sed por Dios

 

¿De dónde viene la voz? Parecía venir del cielo. “Oh Dios, ¿me oye? Oh Dios, el Dios vivo, si me puede oir, favor enviarme alguien para decirme de usted. Quiero saber, deme una prueba tangible de que exista. Oh Dios …”

Los africanos levantaban la vista mientras seguían con su rutina diaria y entonces le vieron, Dubarri el leproso, quien no obstante sus deformaciones había escalado hasta la copa del árbol más alto. Otra vez sonaba la oración ferviente: “Oh Dios, envíe alguien para decirme de usted”. Cuánto se burlaban ellos, porque les parecía chistoso.

Pero Dubarri era muy sincero y el día siguiente se metió en el árbol de nuevo y pronunció la misma oración. Él creía que Dios estaba en alguna parte, en algún sitio más arriba de él, y tenía el profundo deseo de saber a ciencia cierta, a satisfacer ese anhelo, y en su desconcierto se refugiaba y llamaba.

“Dubarri, ¡han venido! Dios ha respondido a tu oración. Él debe existir. Ven y escucha”. Dubarri renqueó por el sendero adonde los misioneros estaban hablando. “Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, no está lejos de cada uno de nosotros. De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito …” Escuchó, absorto ante la palabra de aquellos desconocidos. Aquí en verdad estaba una prueba tangible de que Dios había oído y respondido a su oración. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Dubarri encontró la Fuente de agua viva; creó y de él fluyeron ríos de agua viva, porque contaba a otros y de esta manera guió a fe en el Señor Jesús a más de cien hombres y mujeres de su pueblo.

“Dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”, Jeremías 2.13. Así señala la Palabra de Dios la razón por la sed del ser humano. Ese vehemente y persistente deseo puede satisfacerse solamente en Cristo. El pecado es dejar a Dios, dar la espalda a Aquel que es la Fuente de aguas vivas. El hombre rechaza a Dios pero la sed perdura; y por esto cava para sí cisternas, tanques para almacenar agua. Los tanques reciben el agua en la estación de lluvia, pero ya no es fresca ni viva. Es agua estancada. Las cisternas se rompen y no la pueden retener.

Hay evidencias aun entre las tribus más entenebrecidas de que el hombre ha dado la espalda a la verdad que tenía en un tiempo y que, como Dubarri, su alma clama por Dios, por la realidad. Por muchos lados uno puede ver en las costumbres de los paganos un intento a satisfacer esta profunda sed del alma, y a veces inclusive la evidencia de una verdad abrazada en un tiempo pero ahora descartada.

En toda África Central se practican ritos de iniciación pero nadie sabe qué es que se hace a los muchachos cuando se les llevan al monte a escondidas. Las marcas faciales que distinguen a los varones de una tribu de los de otra se hacen cuando un muchacho llega a la pubertad, o cuando tiene unos doce años, cortando ambas mejillas con un cuchillo al rojo vivo hasta que la sangre corra libremente. Luego se frotan las heridas frescas con una mezcla de cenizas y carbón. Las mejillas superan y con el tiempo ostentan elevados verdugones o una profunda cicatriz. A la vez se le obliga al mozo a confesar todo lo malo que hizo en el pasado, nombrando todo pecado que puede recordar. Con esto se le azota severamente con varas por cada confesión que hace, para luego sepultarlo a cuerpo entero bajo hojas y escombros. El hechicero vuelve a las mujeres para decirles que está muerto y sepultado.

Después de un rato se le manda a levantarse del suelo y se le informa que es uno nuevo. El niño viejo murió y fue enterrado, y ahora, le dicen, hay una criatura nueva con un nombre nuevo. Es por demás evidente que en este rito se ven las doctrinas de la conversión y el bautismo, pero obviamente no hay ningún poder para transformar al joven en una criatura nueva.

Se celebra una ceremonia parecida cuando una muchacha se acerca a los quince años, o antes. Junto con otras ella acude a una anciana de la tribu y le da un kos, una suerte de azada que se emplea para arar la tierra. Entonces dos mujeres la toman, la desnudan y la llevan al monte con las otras que van a ser operadas. Pasan un mes en el monte y al final de este período son circuncidadas por una anciana con un cuchillo especial que el herrero ha hecho con este fin.

La hemorragia es intensa y muchas veces se infecta la herida, pero no se atiende a ésta, salvo con agua caliente vertida sobre ella cada mañana. El dolor es intenso y es común que la señorita muera en el monte por hemorragia. Al final del mes las muchachas vuelven a su pueblo, aplican barro rojo a todo el cuerpo y se adornan de pepas especiales. Se las dan un nombre nuevo, exigiéndolas olvidarse del pasado. Los músicos tocan tambores y se celebra un baile lento con cantos.

Se sacrifica un animal y se reparte la carne en todo el pueblo. De allí en adelante no se le permite a la doncella comer con los hombres y hay ciertas tabú como, por ejemplo, ella no puede comer pollo, Esta es la iniciación a la vida de adulto. La cirugía en la joven daña mucho tejido, dilata y dificulta el parto y puede resultar en que la madre muera por hemorragia la primera vez que pare.

Los cristianos niegan tener parte en estos ritos, pero recientemente un prominente ministro del Gobierno afirmó que son positivos, son parte de la vida cristiana y deben continuar a cualquier precio.

En muchas tribus la gente cree que morirá la esposa de un hombre que haya sido circuncidado sin el rito pagano, como sucederá también con cualquier mujer con quien tiene contacto. Todas las mujeres del pueblo le tienen miedo y esto muchas veces trae consecuencias graves. En algunas tribus hay más mujeres que hombres y cada ocho años se les permiten a todas, inclusive las divorciadas y viudas, casarse con el hombre que quieran. Él está obligado a casarse o pagar la dote a la mujer en un monto equivalente a lo que pagaría por una novia. Aunque tenga ya cuatro esposas, si dos más le eligen él debe añadirlas a su harén. Las toma y si no le agradan las divorcia.

En el norte una esposa vale siete vacas más diez vestidos. Un camello cuesta entre £17 y £25, una vaca £10, una oveja £1 y un chivo 50p. En todo el país es requerido pagar una dote por una joven antes de tomarla en matrimonio. El Gobierno fija el precio en aproximadamente £45, pero por lo general el padre pide por lo menos £100. El precio más elevado es por las hijas de los ancianos cristianos y los evangelistas en el sur del país. Puede ser de hasta £300 porque se considera que estos hombres tienen cierto prestigio y por lo tanto sus hijas deberían valer más. La dote se comparte con todos los familiares y por esta razón los cristianos rehúsan renunciar la práctica. Este alto precio por la dote es la causa de mucha inmoralidad de parte de ambos sexos. Hay prostitutas profesionales en todos los pueblos, y ellas representan una verdadera tentación al cristiano que no dispone de suficiente para casarse.

En una tribu los jóvenes han encontrado una solución. Un hombre decide con qué señorita quiere contraer matrimonio; los jóvenes la toman a la fuerza, la llevan a su pueblo y la encierran con el varón en las afueras del poblado. Se sella la puerta con adobes y se dejan a los dos a solas por tres días y tres noches. Todos los varones jóvenes del pueblo rodean la choza por este período, armados de lanzas y cuchillo para impedir que la familia de la joven la saque por la fuerza. Normalmente el padre se somete a este “nudo hecho” y espera que con el tiempo el varón cancele la dote, o una parte.

Son pocas las veces que el lado oscuro del paganismo sale a la luz, pero el corazón de los impíos es cruel. Una niña se quedó huérfana cuando murió la madre y se la mataron con meterla en una olla de agua hervida. En otro pueblo el jefe ofreció a sus tres hijos en sacrificio, matándolos para expiar sus propios pecados.

La extraña mezcla de costumbres paganas y ritos musulmanes no perturba mucho a los faquires. Cuando se encontró a uno de ellos en una ceremonia pagana él explicó, “Por estar yo aquí toda la ceremonia se torna en un rito musulmán. Esta gente no va a ser buenos musulmanes dentro de pocos días, pero voy a persistir y más adelante les enseñaré el islám”.

Tanto los paganos como los musulmanes recurren a los fetiches y amuletos, y por lo regular pagan por ellos un buen precio al faquir musulmán que los hace. Hay ocasiones cuando los cristianos apelan a las personas poseídas de poderes ocultos o piden a un faquir escribir un talismán. Invariablemente se les cosen en un pequeño estuche de cuero para ser suspendido del cuello o escondido en la ropa como protección del ojo malo o las influencias malvadas. Estos talismanes contienen una mezcla de pedazos de hueso, semillas, conchas de caurí, dientes de animales salvajes o simples pedazos de papel. Posiblemente el faquir escribiría un trozo del Corán; hay cinco versículos coránicos que se emplean de esta manera, llamados los versos de preservación, ayat alhifedh. Estos versículos contienen frases tales como, “La preservación del cielo y la tierra no es carga para él”; “Dios es el mejor protector”; “Le guardamos de todo diablo apedreado”.

Un jeque inescrupuloso quitará una hoja de un Evangelio en árabe, la doblará y la insertará en un pequeño estuche de cuero como un talismán. La SGM (Sociedad para la Distribución de las Sagradas Escrituras) se sorprendería al ver sus excelentes libritos usados de esta manera. El cliente no sabe leer, y de todos modos no se atrevería a abrir el talismán para descubrir qué contiene.

Otra modalidad de fetiche es la combinación de números que suman a un total de 34 comoquiera que se los cuente. Ellos representan los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Se escriben así:

8  11  14    1         14    4    1  15         15    1    4  14           1  14  15    4

13    2    7  12           7    9  12    6         10    8    5  11           8  11  10    5

3  16    9    6         11    5    8  10           6  12    9    7         12    7    6    9

10    5    4  15           2  16  13    3           3  13  16    2         13    2    3  16

la tierra                  el agua                    el aire               el fuego

Otra forma de amuleto que supuestamente protege del poder de los espíritus malos es la de portar un taco o una correa de cuero entre el dedo mayor del pie y el dedo próximo. Se hacen sandalias adaptadas a esta práctica, y se las ven en Inglaterra, pero pocos saben que son una forma de preservarse del mal.

Aquellos de nosotros que hemos sido librados del poder del mal tal vez no nos damos cuenta de cuán real es para esta gente el mundo invisible de los espíritus, y cuán profundamente el hombre quiere la salvación y la libertad. Un evangelista le señaló a Abd alMasih un lago sagrado que él, cuando muchacho, nunca pasaba sin hacer un sacrificio al espíritu del lago. Algunos lanzarían un chelín, mujeres aportarían una prenda o un pedazo de tela. Un señor que pensaba haber cometido un pecado mayor lanzó su hijo al lago como ofrenda al espíritu, dejando que se ahogara.

Un hombre puede tomar un vasito de agua del lago y presentarlo a otro que le debe dinero, con la demanda, “Págueme de una vez, o le echaré esta agua y usted morirá”. El otro paga en seguida. Aun en los veranos más calurosos ese lago no se seca, haciendo a la gente pensar que un espíritu muy poderoso vive allí. Si uno intenta pasar el lago sin ofrendar, se cae y el espíritu le rompe en pedazos.

Los hechiceros promueven estos temores supersticiosos, y otros también, para su propio provecho económico. Detrás de todas las prácticas supersticiosas está el poder del Maligno, cosa muy real en el Continente Oscuro. A la vez se debe decir que muchas de estas prácticas dejan entrever un afán por ser libertado del poder del mal, una sed innata que nunca se sacia, y constituyen una tentación real para aquellos creyentes que están fuera de contacto con el Señor y aislados de su pueblo.

“¿Los musulmanes o los cristianos profesantes intentan a veces usar los fetiches en contra del misionero? Cuando los usan, ¿son efectivos? ¿Sirven para contrarrestar la influencia del siervo de Dios?” No hay duda de que sí se usan los amuletos, la hechicería y las artes mágicas para perjudicar al misionero.

A veces en Argelia Abd alMasih y Lalla Jouhra encontraban talismanes y amuletos escondidos en sus armarios, matas y otros objetos, amarrados con cordel, con el fin de atar su obra por Dios y complicarla para impedir cualquier progreso. En Fuerte Lamy encontraron una calabaza verde colocada con el cuello largo apuntando directamente a la puerta. Era una calabaza amarga de la variedad coloquinta, y cuando lo vieron los ancianos de la asamblea, dieron un grito ahogado de asombro. Pero hay buenas razones para decir que estas cosas surten poco efecto para dañar al cristiano que está andando en comunión con su Señor.

En Oum Adjer Abd alMasih encontró a un hombre cargado de cadenas, viviendo en un excusado y amarrado seguramente a un poste a causa de su violencia. Se asemejaba al caso de Legión. Su hermano había sido un cristiano fervoroso, pero Abd alMasih se horrorizó al encontrar a un faquir musulmán en la casa, leyendo el Corán y redactando talismanes para ahuyentar a los espíritus malos. El jeque no estaba dispuesto a marcharse, y Abd alMasih oró por el pobre que estaba en manos de los demonios. El sacerdote musulmán afirmaba que cuando al fin el hombre se curara, no sería por las oraciones de los cristianos sino por el poder del glorioso Corán. El cristiano había abandonado la Fuente de aguas y había hecho para sí cisternas, cisternas rotas.

Los hechiceros paganos emplean toda medida a su alcance para fomentar fe en los espíritus malignos. Varios de ellos, por ejemplo, visitan una casa en altas horas de la noche y cortan un trozo de madera para que produzca ruidos raros al ser suspendido por un cordel. La gente de la casa piensa que les llama la voz de los espíritus difuntos. Entonces los hombres claman por las mejores viandas que haya en la casa. Una vez que las mujeres las hayan preparado y colocado lado afuera de la puerta, los hechiceros las recogen y se retiran al monte para disfrutar de su fiesta. Si una mujer se atreve a salir a investigar, la matan en seguida.

En cierta ocasión Abd alMasih observó un funeral pagano donde se había congregado la tribu entera y los hombres estaban tocando tambor con furia para ahuyentar los espíritus malignos. Varias mujeres desnudas se revolcaban en la tierra, una por una haciendo vueltas de carnero y dando vueltas con una rapidez tal que era casi imposible seguir sus movimientos. El rostro del difunto estaba cubierto de una calabaza y algunos de sus familiares le rodeaban y contaban todo lo bueno que había hecho en vida. Los varones estaban armados de lanzas y cuchillos, sus rostros cubiertos de barro. Se ofreció un sacrificio ante el sepulcro y todos participaron de la fiesta.

Al cumplir un mes de la defunción, se destruyó la vivienda, lanzando los ladrillos por doquier. Se colocaron sobre las columnas los cachos y el cuero del novillo del sacrificio; se abrió el cajón que había guardado los granos, metiendo en él todo lo que el hombre había poseído, como peroles rotos, su arca y flechas y sus redes de pesca. El sepulcro en sí fue rodeado de los troncos de árboles que habían sido talados a unos 40 centímetros encima del nivel de la tierra. Sobre estos troncos se colocaron platos y vasos nuevos para poner en ellos cada día el agua y la comida para los espíritus. Cuando muere un hombre poderoso se escogen troncos de árboles especialmente gruesos. Este pueblo cree en la reencarnación y los utensilios son para su uso, mientras que la comida nutre su espíritu hasta que entre en otro cuerpo.

Se ha mencionado ya que cuando un hombre o una tribu acepta a Mahoma el pueblo superpone los ritos religiosos del islám sobre sus antiguas prácticas y costumbres. Abd alMasih llegó a la posada en Karma que era una choza con techo de paja. Un extremo ya estaba ocupado por un europeo que viajaba con una joven africana que era su cocinera y esposa provisional. La voz estridente del muecín sonó por el pueblo en su llamado a los fieles a orar. Doce hombres se pusieron en fila detrás de su líder en el espacio reservado, barrido ya y encerrado por un seto de espinos. Era su mezquita. Citaron la oración por caletre y luego repitieron vez tras vez la Fatija, el primer capítulo del Corán. Era muy obvio que sabían muy poco acerca de la oración musulmana.

Lado afuera del lugar de oración doce ancianas estaban en fila, observando los hombres, y entonces ellas realizaron las mismas genuflexiones e intentaron recitar las mismas palabras. Estaban excluidas del lugar de oración por ser mujeres. Aunque prohibidas a orar con los varones, era evidente que en sus corazones tenían sed de Dios; nada podía sacarla. “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”.

Esta ansia es evidente en muchos de los cristianos en Chad. John Elliot y Abd alMasih salieron de Doba a las 6:00 a.m. para dedicar el día a visitas. Al llegar a Bebidja a las 6:30 encontraron los creyentes congregados para orar. Hacía frío, y tanto los hombres como las mujeres vestían sólo prendas ligerísimas con una capa encima. Las mujeres habían portado pequeños taburetes sobre la cabeza y encima de estos sus himnarios y Testamentos, rumbo a la capilla a esa hora temprano para orar y escuchar la Palabra de Dios. El edificio estaba lleno a toda capacidad.

Prosiguiendo hasta Miladi donde celebraron un culto, John y Abd alMasih fueron informados que muy posiblemente les esperaban creyentes en Timberi, a quince kilómetros distante. Ellos no habían previsto esta visita adicional, pero pensaban prudente ir, y se alegraron por haberlo hecho, porque en Timberi encontraron un grupo que había venido en bicicleta muy temprano en el día, por una distancia de más de 120 kilómetros sobre tierra muy arenosa. Prosiguieron en el calor del día porque pensaban que posiblemente habría una oportunidad, pero no sabían, para recibir ministerio bíblico en un oasis espiritual.

Fue posible pasar sólo una media hora con ellos antes de salir de regreso, pero estaban encantados; se había saciado la sed se sus almas. Durante aquel día Abd alMasih habló a cuatro grupos de musulmanes y cinco grupos de cristianos.

En la mañana habían recogido a un jefe que era cristiano celoso y se quedó en espera en cierto pueblo, pero los hermanos llegaron tarde debido al largo viaje a Timberi. Esto no le perturbaba a él, porque aprovechó la espera para reunir los cristianos en la capilla y hablar con ellos. Cuando por fin Abd alMasih llegó con su amigo, les dijo, “No pueden continuar por ahora; el salón está lleno de gente y ellos también tienen hambre por la Palabra de Dios”. El sol se había puesto, pero insistieron en celebrar un culto.

Terminada la reunión, Abd alMasih continuó hasta el pueblo del cacique. Se oyó el sonido de tambor casi toda la noche mientras que casi toda la población estaba sentada en torno de la fogata. Sonó el mensaje: “¿Qué es su vida?” y se oyó una voz clara y resonante en el aire de la noche: “Para mí vivir es Cristo.  Cristo es mi vida”. Era el cacique de la tribu, el hombre que había redimido el tiempo mientras nos esperaba.

 

4     Agua de vida

 

Sucedió en un pueblo aparatado de Argelia. Se había hecho ver poderosamente a Abd alMasih la necesidad de una traducción del Nuevo Testamento a la lengua bereber, y él encontró tiempo para traducir el Evangelio de Mateo. Antes de enviar el manuscrito a la Sociedad Bíblica Trinitaria, decidió leer el Evangelio a un asesor que vivía en un pueblito de los kabyles (o los “cabilios”) en las montañas. Lakhdar era un albañil y carpintero para trabajos rústicos cuya joven esposa no estaba acostumbrada a los europeos. Por esto le daba pena cuando venían a su casa. Abd alMasih empezó a leer al comienzo de Mateo y continuó sin parar excepto cuando Lakhdar decía que no entendía cierta palabra o una oración.

A las 10:00 a.m. Yamina su esposa trajo dos tazas de café negro y dulce. Obviamente pensaba que era un gran chiste que este desconocido leyera página tras página de un libro. Intentó suprimir sus risas inmodestas, pero no lo logró de un todo. Entonces, de repente, se dio cuenta de que Abd alMasih estaba leyendo en su idioma. Ella entendía lo que decía. Echó mano a la pata de una vieja cama de hierro y escuchó atentamente. Luego se sentó en un esterilla, un bebé a su pecho y otro niño de un año halando su vestido y montado sobre sus hombros sin dejarla en paz. Yamina podía pensar en una sola cosa; quería escuchar esta historia casi increíble de un Hombre que fue entregado a sus enemigos por su amigo, pronunciado inocente por su juez, azotado y coronado de espinas, clavado en una cruz y con todo no tomó represalias. Abd alMasih continuó con la lectura y al echarle una ojeada se dio cuenta de que Yamina estaba quitando las lágrimas frescas con el borde de su vestido. Continuó hasta llegar a la historia de la resurrección. Apartando las lágrimas, su rostro radiante de gozo, Yamina exclamó, “¡Vive! ¡Se levantó! ¡Alabado sea Dios!”

Esta ignorante mujer bereber fue movida al lloro y luego al gozo por la simple lectura de un Evangelio. El Libro le habló y a través de él el Señor Jesús vivía. Sin saberlo, ella le dio a Abd alMasih el mayor honor que un traductor puede desear; el Libro vivía y le hizo al Salvador una realidad para ella. Esta es la prueba de una buena traducción.

Poco después de haberse publicado los cuatro Evangelios, estalló en Argelia la guerra de independencia y muchas familias de los bereberes tuvieron que abandonar sus pueblos y casas. Lalla Jouhra, esposa de Abd alMasih, tenía una clase de cuarenta muchachas refugiadas, todas de habla bereber. Algunas asistían a la escuela francesa y aprendieron el alfabeto, pero sabían muy poco francés. Con su dominio del alfabeto, les fue relativamente fácil cambiar a su propio idioma que estaba escrito fonéticamente en letras romanas. Cada una de ellas llevó a casa un Evangelio para aprender de memoria un versículo a ser repetido en la clase.

Kakoo volvió la semana siguiente. “¿Sabes el versículo, Kakoo?” “Sí, Lalla Jouhra, y sé de memoria todo el capítulo, y se lo voy a decir, si quiere”.

“Bien, si quieres puedes decírmelo después de la clase, pero dudo que podrás recitar todo el capítulo. ¿Y por qué aprendiste el capítulo entero cuando te pedí aprender sólo un versículo?” “Lalla Jouhra, es la Palabra de Dios en mi propio idioma. La amo, y cuando comencé a aprenderla, no pude parar”.

Antes del fin de mes ella había aprendido todo el Sermón del Monte, y lo repitió con tanta emoción que lo hacía vivir para sus oyentes. Habiendo huido de su pueblito, su corazón estaba seco, pero ella encontró el agua de vida en las Escrituras. Para tanto Yamina como Kakoo la sencilla lectura de la Palabra había sido como agua fría al alma sedienta.

Se le hizo más y más evidente a Abd alMasih que, si los creyentes chadianos iban a evangelizar a los musulmanes, deberían disponer de las herramientas de precisión, asignando prioridad a por lo menos un Evangelio en el árabe del país. Sus colegas misioneros insistían en que él era el hombre para hacer la traducción y él, por su parte, reflexionaba sobre el hecho de que por años Dios le estaba  preparando para esta gran obra.

Abd alMasih nunca había sido brillante en su escuela y por cierto su maestro de francés se desesperaba de él. Monsieur Guillaume le evaluaba como el último en la clase. Cuando muchos años más tarde él pidió ser encomendado a la obra del Señor, se le dijo que nunca sería capaz de aprender un idioma extranjero. Pero para él la conversión significaba la renovación del hombre entero; él no tenía ningún rumbo en la vida, pero cuando Dios le llamó se dio cuenta de que era para algún fin. Ahora tenía una meta, y al reconocer esto se le vino la capacidad de estudiar, persistir, escuchar y finalmente hablar.

Cuando llegó a Argelia no había escuelas de idiomas, pero su primer mensaje titubeante en el evangelio en kabyle fue dado al cabo de diez semanas de estudio intensivo, No fue sino después de muchos años que se sentía capaz de emprender una obra de traducción, y tradujo los cuatro Evangelios al bereber. Hecho esto, revisó el Nuevo Testamento en kabyle con la ayuda de un comité y completó la traducción del Nuevo Testamento al árabe de Argelia.

Quizás fue en la revisión del kabyle que más aprendió, ya que algunos de los errores habían sido obvios pero a la vez pasados por desapercibidos. En la historia del hijo pródigo, el padre corrió, le agarró por el cuello y, según se insinuaba, ¡le estranguló!

“¿Cómo se ha podido cometer semejante error?” preguntó un misionero. La respuesta fue, “¿Cómo es que lo hayan repetido por treinta años sin darse cuenta?”

No todos los errores son tan peligrosos como aquel que figuraba en la primera versión en kabyle, la de 1895. La pregunta, “¿Cuál de vosotros me acusa de pecado?” rezaba, “¿Cuál de vosotros peca más que Yo?” ¡Trágico el error! Aparentemente el traductor había usado un diccionario francés y había confundido convaincre por vaincre. Convencer a un hombre es ganar sobre él, pero el traductor no había tomado en cuenta todo el sentido de la palabra r’eleb,  que quiere decir superar además de vencer.

El Nuevo Testamento en kabyle se basaba en la versión Ségond en francés y en Tito 3.5 leemos, “Él nos salvó por el bautismo de la regeneración”, una traducción correcta del texto en francés, pero engañosa. Esta es una razón porqué toda traducción debe basarse en el Nuevo Testamento en griego. Al seguir el texto en griego se evitan algunos escollos, como por ejemplo la distinción entre hombre y varón. En kabyle se ha traducido “Hijo del Hombre” como “Hijo del Varón”, emmes b ourgaz. ¿De quién, entonces? ¿De José, o de un padre desconocido? Este descuido pone en peligro la verdad del nacimiento virginal, y puede aun dar a entender que Dios salva a los varones pero no a las mujeres, precisamente lo que enseñan algunos musulmanes. Este cambio en el Nuevo Testamento en kabyle requirió la modificación de ochocientos versículos, pero es un solo ejemplo.

El traductor tiene que aprender a ponerse en el lugar de la persona para quien está traduciendo, cosa que requiere años de preparación. Abd alMasih se estremece al oir de personas que emprenden la tarea después de estar apenas un par de años en un país. Por treinta años él había escuchado las conversaciones coloquiales al estar sentado junto a una fogata humante, al dormir sobre una esterilla llena de bichos, al oir críticas de la versión que estaba usando, al sentarse detrás de un arbusto con un librito en mano cuando los hombres venían de regreso del mercado, al sentarse en un cafetín anotando cada expresión, aprendiendo la estructura del idioma y las costumbres del pueblo. Él aprendió que al invitar a la gente a asistir al culto el domingo en la noche, tenía que decir el lunes en la noche, porque en las tierras musulmanas el día nuevo comienza al ponerse el sol. Va rumbo al desastre el traductor que trabaja en una oficina con consultores a sueldo.

Una mentalidad europea era la causa de los textos tales como “no había lugar para ellos en la taberna”, dado que una taberna para esa gente es un lugar de vino y un moral cuestionable. Un buen musulmán se disgustaría al pensar que María quería entrar en una taberna, y de nuevo queda en entredicho el nacimiento virginal. Aquella traducción habla de Jesús como habiendo tocado el féretro, pero los kabyles no entierran a sus difuntos en un féretro; Jesús tocó más bien un sencillísimo catafalco.

Por otro lado el traductor no debe caer en el error de permitir que una mentalidad musulmana domine su obra. Se puede emplear palabras tales como paz, gozo y perdón, pero los musulmanes son prestos a leer estos términos a la luz de una teología islámica, valiéndose del Nuevo Testamento como un apoyo para sus enseñanzas. Si el consejero es un musulmán, lo hará automáticamente.

Una palabra difícil de traducir es la que expresa la idea de un gentil o un pagano. La palabra escogida era kafer, plural koufar, un infiel. Para un judío un gentil es un pagano porque no es judío; para un musulmán un cristiano o un judío es un pagano porque no es musulmán. Un gentil es un pagano porque no es un judío, pero un kafer es un pagano por no ser un musulmán, y kafer era la palabra usada para “gentil”.

Se percibe la gravedad de este error al tomar en cuenta que todo miembro de la raza humana puede ser catalogado como judío, gentil o cristiano. Para un musulmán es ofensivo decirle que es un cristiano, y llamarle un judío es peor aun, pero él negaría enfáticamente que es un kafer, un infiel, blasfemo, pagano. El Nuevo Testamento en kabyle afirmaba que el evangelio era para los judíos, cristianos y blasfemos, de modo que no era posible que fuera para los musulmanes; su conciencia les decía que no figuraban en ninguna de estas tres categorías. El Nuevo Testamento no era para ellos, así como afirman también sus propios maestros. El enemigo había anotado una victoria por este error de traducción, pero la solución era clara ¡porque la palabra para gentiles se puede expresar como “los de las naciones”!

La meta que Abd alMasih siempre tenía por delante era la de hacer que el Libro fuera vivo para el hombre de la calle, el kabyle detrás del arado y la mujer encerrada en la casa. Técnicamente el principio esencial para la traducción del Nuevo Testamento es que el sentido fundamental del texto correspondiente en griego sea revestido de las palabras apropiadas del idioma receptor, evitando toda ambigüedad. Esto puede requerir el uso de una frase para sustituir una palabra, o un sustantivo en lugar de un verbo.

Algunas de las oraciones en kabyle eran una mezcolanza de palabras que no hacía sentido porque el traductor había intentado concienzudamente a dar el sentido de cada palabra de por sí. En kabyle los adjetivos blanco, negro, marrón, pequeño y grande pueden ser expresados mejor por verbos, evitando de esta manera cualquier sentido doble. Por ejemplo, akham amogran, una casa grande, quiere decir un prostíbulo, pero con el verbo se da el sentido preciso. “Sus vestidos se hicieron blancos como la luz” bien puede comunicar en kabyle que su ropa se volvió un huevo. De nuevo, se aclara el sentido al reemplazar el adjetivo con un verbo.

Al revisar el Testamento hicimos varias distinciones pequeñas pero importantes, como entre un pueblo y una nación, entre la ley como una regla de conducta y una norma divina, y entre el diablo y Satanás. La sola palabra carne tenía que ser traducida de cinco maneras, porque por ejemplo causa cierta risa decir que “la vianda lucha contra el fantasma”; es mejor, “la naturaleza pecaminosa alberga tendencias contrarias a las del espíritu”. La palabra apropiada se encontró en este caso al preguntar a un consultor musulmán: “Todo creyente tiene tres enemigos espirituales, el mundo, el diablo y”, preguntamos “¿qué es el tercero?” En seguida respondió correctamente, con un término de uso diario.

Se podría llenar este libro de varios capítulos acerca de problemas interesantes en la traducción, al agrado de algunos lectores pero quizás el aburrimiento de otros. Pensemos por un momento en el procedimiento seguido en una traducción y el enorme trabajo involucrado. Abd alMasih resolvió estar en su estudio a las 7:00 a.m. y trabajar diez horas seguidas, excluyendo el tiempo para comer. Él leyó cuidadosamente la traducción existente, cotejándola con el griego, eliminando las añadiduras y corrigiendo los errores. Luego revisó cada libro con un consultor, ofreciendo sugerencias y señalando puntos importantes. La mayoría de estos señores pueden trabajar por dos horas antes de tomar un descanso, pero un ciego puede continuar por mucho más tiempo.

Habiéndose marchado el consultor al cabo de las dos horas, Abd alMasih repasaba las notas que había tomado, corregía el texto, estandardizaba el vocabulario y finalmente mecanografiaba el documento. Cada miembro del comité recibió el borrador entero y ofreció sus sugerencias antes de que se señalaran los puntos importantes al comité de traducción de la respectiva sociedad bíblica en Londres. Hecho esto, se celebraba otra reunión del comité en Argelia, encontrando que algunas observaciones eran irrelevantes. Por ejemplo, no aceptamos, “Será enviado a servidumbre penal de por vida”, ¡quedándonos con, “El que no cree será condenado”!

Muchas veces Abd alMasih dio gracias a Dios por los hombres consagrados en el departamento de traducción de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Cada semana les enviaba una lista de preguntas, como por ejemplo, “Pregunta ─ Juan 21.15. ‘¿Me amas más que estos?’. ¿A qué se refiere toutón? ¿Aquí es masculino, femenino o neutro genitivo,  a saber, ‘otros’, o acusativo refiriéndose a las redes de los pescadores? Respuesta ─ Tengo que decir que el griego es ambiguo y nadie puede decir confiadamente que es masculino, femenino o neutro. ¿Usted puede reproducir la ambigüedad, ya que sería la traducción más fiel? Si no, sugiero que opte por ‘estos otros’ y no por ‘su negocio de pesca’. Si el contexto favorece una u otra posibilidad, es esta”.

Otro ejemplo: “Pregunta ─ Lucas 7.20. Guiándonos por el árabe hemos traducido elMasih ara d iasen como ‘el Cristo que viene’. Parece que la referencia es a la esperanza mesiánica, y de otro modo los musulmanes afirmarían que la frase se refiere a Mahoma, y por lo tanto Cristo había profetizado su venida. Respuesta ─ De ninguna manera se debe intercalar en el texto la palabra elMasih. Esta es exégesis en la traducción y no es nuestro interés anticiparnos a las objeciones o interpretaciones erróneas de los musulmanes, lo cual sería una cuestión de enseñanza. Desde nuestro punto de vista es cosa mucho más grave interferir con el texto en sí, ya que de ninguna manera somos responsables por lo que los musulmanes hacen con éste”.

La Británica y Extranjera ha preparado la versión Nestlé del Nuevo Testamento como la fuente de las traducciones que ella publica, mientras que la Sociedad Bíblica Trinitaria insiste en que las que ella auspicia se basen en el texto que fue usado para la Autorizada en inglés.

Las palabras aprobadas en comité en Argelia requerían a veces la enmienda de más de mil versículos a causa de un solo vocablo. Hecho esto, se enviaba otro borrador al comité nacional, se celebraban más reuniones, con sus miles de kilómetros de viaje por caminos peligrosos infectados por insurrectos, y finalmente se elaboraba un último borrador. Todo esto requería meses. Era necesario revisar la fidelidad al texto griego, a veces en comparación con los caracteres árabes, cosa por demás laboriosa para los ojos; revisar los encabezamientos de capítulos, la numeración de versículos, la uniformidad de nombres, el deletreo, los pasajes paralelos, los signos de puntuación, y así sucesivamente.

Abd alMasih vio que necesitaba la sabiduría de Salomón, la paciencia de Job y la perseverancia de Noé. Estaban a prueba su paciencia y la plenitud de su tacto para mantener el progreso del proyecto. En el caso del Nuevo Testamento en kabyle el proyecto se extendió de 1955 a 1958; en el árabe de Argelia, de 1957 a 1968.

“Abd alMasih, usted es una de esas personas que son quisquillosas acerca del sentido de las palabras. ¿Acaso no tiene mayor cosa que hacer?” Con estas palabras un cristiano inglés expresó su desdén por la obra de traducción, y para mucho les ha sido arduo leer este capítulo, no obstante lo mucho que haya sido acortado. Pero queda en pie el hecho de que podemos comunicar nuestro mensaje solamente por palabras, y el mensaje es de vida y muerte para el lector o el oyente. Al revisar una versión no es asunto de querer cambiar acaso uno parezca estar fuera de época, sino de hacer vivir el mensaje para nuestra generación. Tristemente, es posible caer en una zanja en este asunto de la comunicación, y la única diferencia entre una zanja y un sepulcro es la profundidad.

En kabyle hay dos palabras para viejo; la una quiere decir decrépito y gastado, mientras que la otra tiene la idea de haber vivido en el pasado. El Testamento en kabyle rezaba, para “viejos profetas”, “uno de los profetas decrépitos y gastados”. Abd alMasih reconocía que se estaba envejeciendo, pero no quería ser uno de los profetas caducos; él quería que su mensaje, basado en la Palabra de Dios, fuese comprendido, y lo desea todavía.

La bendición vista posteriormente en los campamentos en Argelia fue obra del Espíritu Santo, pero el elemento humano desempeñó cierto papel y un factor contribuyente fue el de las traducciones y la posibilidad de conversar con los jóvenes en términos que comprendían. Las traducciones al kabyle y al árabe dieron una forma permanente a esta posibilidad, y la meta de Abd alMasih en Chad era de preparar una versión de esta índole en el árabe del país. “Como el agua fría al alma sedienta, así son las buenas nuevas de lejanas tierras”. Estas son las Buenas Nuevas para Argelia, y deben ser las para Chad también, a encontrarse en su propio Nuevo Testamento.

 

5     Arroyos en el desierto

 

¿Corrientes de agua viva debajo de aquel desierto caliente y seco? Sí, al norte del lago de Chad fluyen arroyos por centenares de kilómetros debajo del yelmo. Hay diferencia de opinión en cuanto a su origen. Cada año centenares de millones de toneladas de agua entran en el Lago, pero no se sabe por dónde salen. Tan sólo el Chari aumenta ocho metros por encima de su nivel normal durante y después de las lluvias; se amplía a 500 metros de ancho y enormes volúmenes de agua corren al Lago. ¿Adónde va? Muchos creen que fluye al norte debajo de las arenas. En Largeau, a 2000 kilómetros al norte de Fuerte Lamy, una gran cuenca de agua está a escasos metros debajo de la superficie. Al volar sobre la sabana que rodea el desierto uno puede trazar el curso de estas corrientes subterráneas por los árboles que hay a cada lado de las batas. Por unas pocas semanas cada año los cursos acuáticos están llenos, pero en noviembre se ve el agua sólo en una u otra parte, y en diciembre toda la bata está seca, pero en cualquier mes del año uno la encuentra tan sólo al cavar en la arena.

Dios mismo es la Fuente de aguas, y aquellos que acuden a él por el Señor Jesucristo sacian la profunda sed de su alma. Ellos dan fe a la verdad de la promesa del Señor que “el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”, Juan 4.14.

El creyente encuentra su satisfacción en Cristo, y viene a ser el medio para llevar la vida espiritual a otros, porque “de su interior correrán ríos de agua viva”, Juan 7.38. Este, entonces, es el plan: que los hombres y las mujeres secos por dentro sean atraídos a Dios por el creyente quien es en sí un río perenne de agua viva. ¡Cuán llamativos, cuán esenciales, pueden ser los arroyos en el desierto! Al considerar ahora unos pocos de los cristianos en Chad, que la emoción de su devoción nos estimule a cumplir el propósito divino.

Toramba era leproso. Aquella terrible enfermedad había dejado marcas imborrables sobre su cuerpo; faltaban dedos y otros estaban deformados; sus manos nudosas no sostenían un libro; sus pies estaban parcialmente comidos. Sus rasgos faciales eran torcidos y sus úlceras purulentas.

Pero, el Señor Jesús lo buscó y lo encontró; así como tocaba leprosos cuando aquí en la tierra, lo tocó espiritualmente a Toramba. Nueva vida fluyó de Cristo a aquel cuerpo deformado y Tormaba vivía el gozo de su salvación. Todo el mundo sabía que era cristiano, pero su cuerpo nunca fue sanado de un todo, no obstante el tratamiento médico que recibió.

Un día él fue llamado a presentarse ante el jefe de la localidad, y de hacerlo de una vez. A su sorpresa encontró al cacique rodeado de sus consejeros y unos cuantos más estaban presentes. Al arrastrarse dolorosamente por el camino y entrar en el patio, fue recibido por un saludo burlón de parte de la concurrencia. Su pobre cuerpo les provocó risa.

“Hola, Toramba”, dijo el jefe; “eres cristiano”. Dirigiéndose a los paganos en derredor, dijo, “Hombres, fíjense bien en este sujeto y díganme qué piensan de él, porque es un cristiano. ¿Acaso no es como todos ellos? Fíjense en esas heridas purulentas, esa boca torcida. Aquellas manos nudosas ni siquiera pueden sostener la Biblia que ama tanto. Díganme, ¿qué piensan de él?”

Se oyó una gran risotada de parte del grupo, los secuaces del impío cacique felices por la oportunidad de escarnecer al indefenso cristiano.

Por fin Toramaba no podía, y pidió permiso para hablar. Dijo, “Jefe, ¿usted ve esa casa nueva que están construyendo aquí cerca? Ahora, dígame: ¿le parece un buen trabajo, una casa bien construida?” El cacique vio el sitio de la obra donde se estaba levantando una casa de adobe, las paredes a sólo metro y medio, los adobes esparcidos entre charcos, desperdicios por todos lados y los andamios que eran simplemente palos.

“Pues, bien”, respondió el hombre, “no sé todavía si es una buena obra. Tendré que ver una vez que a terminen y luego te diré si me agrada”.

“Y así conmigo”, replicó el leproso. “Me está viendo cuando todavía soy una obra en progreso, incompleto. Si usted pudiera ver mi corazón, sabría que poseo una profunda paz que no tenía antes. Tengo la confianza de que Dios me ha perdonado y que mi corazón es puro, lavado por la sangre preciosa de Cristo. Muy pronto mi Señor volverá, y en la Palabra de Dios está escrito, ‘Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es’. Dice también que Cristo transformará nuestro cuerpo para que sea semejante al cuerpo de gloria suya. Espere, cacique, hasta que mi Señor haya terminado su obra en mí. Espere hasta que yo tenga un cuerpo nuevo, porque sólo en ese entonces sabrá si de veras mi Señor puede salvar y cambiar a los hombres”.

Aquel jefe cruel e impío fue conmovido a tal extremo que el próximo domingo se presentó en el culto en la Misión. Dos semanas más tarde, para el asombro de todos, se levantó y dijo ante la congregación, “Deseo ser cristiano. Quiero que Jesucristo sea mi Salvador”. Aguas vivas fluyeron del leproso.

Poca fue la alegría cuando nació el bebé Bitrous. La madre se dio cuenta de que había algo anormal en sus pies y piernas, pero esperaba que algún día él fuera sano y fuerte, capaz de patalear y usar sus piernas como los otros niños. Le llevó al médico quien confirmó sus peores sospechas: “Su varón nunca podrá caminar, él será cojo de por vida”. Bitrous miraba mientras los otros muchachos corrían en sus juegos, pero nunca podía participar; tenía que conformarse con ser espectador. Pero no tardó en arrastrarse a su manera, valiéndose de las dos manos; por cierto, sus brazos se fortalecieron y él lograba moverse ágilmente.

Entonces un día sucedió algo. Dos hombres de su propia tribu llegaron, se sentaron bajo una mata de mango y empezaron a cantar. Se le ocurrió ir a ver qué era aquello. Estaban cantando palabras que él no conocía acerca de Alguien que andaba haciendo bienes en lugares llamados Judea y Samaria. Entonces uno de los señores empezó a leer en un Libro y contó que el Señor Jesús había venido al mundo para salvar a los pecadores. Hizo caminar a los cojos y sanó a los leprosos. Bitrous se interesó mucho.

Después de un mes el predicador volvió. “Brabé”, dijo, “¿Jesús tiene poder para sanar hoy día? ¿Puede sanarme a mí?”

“Sí, Él es todopoderoso y puede sanar y salvar”. El predicador cristiano explicó los hechos del mensaje del evangelio. “Hoy confío en él para que me dé una vida nueva”.

Así fue que Bitrous recibió al Salvador. Se llenó de alegría y quería contarlo a otros. ¿Pero cómo? Él no tenía ningún libro; no había una escuela en su pueblo ni nadie para enseñarle a leer. No había un misionero cristiano y la escuela más cercana estaba a cuarenta o más kilómetros. ¿Qué hacer? Mal podía contarlo a otros si no sabía leer.

Se contentó al ver que un cristiano estaba llegando a su pueblo. “Hola, quiero aprender a leer”.

“Tú nunca aprenderás”, dijo el cristiano.

“Pablo dijo que podía hacer todo en Cristo que le fortalecía, y si Pablo, yo también”, respondió Bitrous. Entonces le dijo a su esposa, “Prepare una sopa y un buen plato, porque este hombre no va a dejar el pueblo hasta haberme enseñado a leer un versículo del Nuevo Testamento”.

No fue fácil, pero pronto supo leer aquel maravilloso versículo Juan 3.16, y no simplemente memorizarlo. Bitrous sentía que tenía que saber leerlo en su idioma mbai y por esto quería entender las sílabas. Se marchó el cristiano pero pocos días después llegó otro. “Usted no puede dejarnos sin enseñarme a leer un versículo por lo menos”. Se repitió la lección, y así él se enseñó a sí mismo a leer la Biblia.

Ahora empezó a servir al Señor en serio, invitando a la gente a venir para que les leyera. Su rostro radiante y su buen testimonio provocaron a otros a oir y uno por uno pusieron fe en el Salvador. Él nunca podía viajar lejos o trabajar en el campo, pero cultivaba un huerto cerca. Entonces aprendió la costura y en poco tiempo llegó a ser el costurero más hábil de la tribu. Los hombres se sentaban a verle coser y él se aprovechaba para decirles de Uno que nunca pone parches a una vida, sino hace un hombre nuevo y le viste en vestidura nueva.

Le pesaba no saber hablar en árabe. Cuando llegaban camiones a su pueblo él subía con las manos para platicar con el chofer acerca del Salvador, pero muchas veces se encontraba con un árabe que no hablaba ni mbai ni sara. Sólo le quedaba a Bitrous intentar hacerse entender en el idioma de ellos, ¡pero sin un libro!

Un día su mejor amigo le dijo, “Abd alMasih va a dictar clases para enseñar a los hombres a hablar árabe, porque quiere ayudarnos a decirles a estos musulmanes de corazón duro acerca de nuestro Señor. ¿Quieres ir?”

“Que si quiero. Pero queda lejos, a unos doscientos kilómetros”, respondió Bitrous. Ellos lograron viajar sin pagar en un camión y cada día Bitrous llegaba al salón en carretilla. Aprendió bien a leer árabe y ahora todo aquel que llegue a su pueblo, sea musulmán o sea pagano, oye sin falta del Salvador a quien Bitrous ama. Su rostro feliz y su ardor agregan peso a las palabras, y de un pozo interior fluyen las corrientes de agua viva.

Banatauri era un cacique cruel que se había profundizado en el pecado. Muchas mujeres habían sufrido a sus manos y él tenía un harén repleto. Vaciaba una botella de ron como si nada y litros de vino sin emborracharse. Era claramente el peor hombre en el distrito, inmoral, endurecido e indiferente. Solía ir a una capilla el domingo por la mañana, látigo de hipo en la mano, y poner a correr a todos los cristianos. Estos látigos son instrumentos terribles para la tortura; son del cuero grueso de un hipo, fijado a un palo y secado al sol, de manera que no sólo azotan sino también laceran la carne.

Él se dio cuenta de que servían muy bien para vaciar una capilla, y aprehendía a cualquiera que se atrevía a no salir. Su manera peculiar de castigarlo era con las púas de dos centímetros que sobresalen del árbol de capoc. Estas espinas son tan fuertes como el acero. Banatouri ataba dos hombres espalda a espalda a sendos lados de uno de esos árboles de tal manera que el más mínimo movimiento de uno de ellos torturaba al otro, hincando las crueles espinas en la espalda, el muslo y las pantorrillas. Era una tortura diabólica, pero él se reía al verles en agonía y les retaba a clamar a su Dios a librarles.

En cierta ocasión notable Banatouri despachó hombres en comisión a un pueblo bien distante para traer una carga de pescado. La mitad eran paganos y la mitad creyentes. Las cargas eran el doble de lo normal y por esto los hombres se tambaleaban y por poco se caían en los senderos estrechos, sus pies lacerados por las espinas y sus caras cortadas por las ramas. Pero no se atrevían a bajar las cargas que por su peso no podría levantar uno solo. Tenían que continuar a juro.

¿Quién va? Un grupo de africanos les esperaba al lado de la vía, a la mitad de la distancia, para sustituirles. ¡Qué alivio! Cada pagano bajó su carga y otro la recibió. Pero no así los cristianos, quienes tenían que continuar sin reposo, cegados por el sudor y de un todo agotados. Nadie les ayudó y nadie les dio de beber.

Por fin llegaron al pueblo y fueron recibidos por el cacique, vestido él en una suntuosa túnica y el pecho adornado de condecoraciones recibidas del gobierno francés. “Por fin llegaron”, dijo en burla a los cristianos. “Los paganos llegaron tiempo atrás, y no tan cansados como ustedes. Sus dioses les cuidan, pero el suyo no se interesa, sino les deja sufrir y aguantar la carga”. Los creyentes respondieron, “Nuestro Dios no siempre quita la carga, pero siempre da fuerza para proseguir hasta el fin de la jornada”.

Noble la respuesta; profunda la verdad. ¿El poder de Dos puede extenderse a un pecador tan endurecido como Banatouri? Él envió un mensaje al misionero: “Dígale que no ore por mí; yo nunca seré salvo”. Nuestro Dios es el Dios de lo imposible, porque Banatouri fue muy impresionado por las vidas cambiadas de los cristianos. Vino a la capilla, escuchó el mensaje y creyó. El administrador francés no quería creer que el hombre se había hecho cristiano. “Tráigale al sujeto una bebida”, dijo, “y verá”. Pero Banatouri tenía algo mejor que la cerveza, y por fin el administrador tenía que reconocer, “Banatouri, usted está en el camino cierto. Eche adelante”. Han corrido los años y hoy por hoy en la mayoría de los pueblos hay una asamblea de creyentes.

“Vengan a ver a un ciego que puede leer. Lo hace con los dedos”. El autobús había parado en Bokoro y algunos pasajeros se habían bajado del techo mientras que otros se quedaban arriba entre los bultos y las gallinas vivas. Dentro del autobús casi nadie se movía, porque se había corrido la voz que este hombre, obviamente ciego, estaba leyendo de un enorme libro que había traído consigo.

“¿Quieren que les muestre que puedo leer de veras ─ con los dedos?” dijo Juan. Empezó a leer en el Evangelio según Lucas. “Un hombre tenía dos hijos …” Todos los pasajeros estaban prestando atención; la mayoría eran musulmanes que esperaban con ansia cada palabra. “Siga”, le decían a Juan, “lea más”.

Él continuó: “¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas …?” Cuando dejó de leer, dijo, “Yo quisiera decirles del Buen Pastor que dio su vida por las ovejas, y que volvió a vivir”. Mantuvo a todos en suspenso por media hora. “Yo era una oveja perdida, resuelto a ir por mi propio camino, hasta que el Señor Jesús me buscó y me encontró. Él ha cambiado mi vida y me ayuda a hacer lo imposible. Soy ciego y puedo leer, pero más que esto, Dios ha alumbrado mi mente y mi corazón”.

Ciertamente, Juan es un trofeo de la gracia. Sus padres eran esclavos en un tiempo. Cuando muchacho oyó el evangelio y creyó. Él personalmente nunca fue adoctrinado en el islám ni puede siquiera citar el primer capítulo del Corán, ni testificaba a Mahoma, pero era de una tribu que había sido incorporada en aquella religión. Los misioneros le enseñaron a leer en braille y también a hablar francés fluida y correctamente, y ahora él está dedicado a la evangelización a tiempo completo. Puede viajar por bicicleta en la vía principal, una hazaña casi increíble de parte de un ciego. Alguien tiene que ir delante, cantando o silbando, y Juan sigue el sonido.

Una vez a la semana Juan sale a solas para visitar un pueblito semipagano en la montaña, y es un misterio cómo puede viajar por ese pendiente, buscando paso entre las enormes rocas, esquivando las gorrillas para luego caminar una hora antes de llegar a su destino. Allí recoge los niños y les enseña acerca del Señor Jesús. Su rostro comunica el gozo del Señor, y algunos musulmanes le odian por testificar sin miedo.

En cierta ocasión tendieron un alambre a través del camino y él cayó sobre piedras puntiagudas que le cortaron severamente. “No es sólo que usted sea ciego, sin que su mente está enceguecida. No puede ver que Mahoma es el mayor de los profetas”. Así le dijeron cuando estaba postrado en el camino, expresando su amarga enemistad hacia el Señor que tiene Juan. Pero él prosigue. Tiene que ser guiado por un amigo, pero Dios está usándole en los pueblos y el campo. “Vengan a ver a un ciego que puede leer”, es un gran atractivo y Juan lo explota todo lo que puede, para llevar a otros a la Fuente viva.

José es un anciano en una de las asambleas en Fuerte Lamy y es un verdadero varón de Dios. Su asamblea es muy activa; los lunes hay la reunión de ancianos; martes y jueves, las clases para aspirantes al bautismo; miércoles, el estudio de un pasaje del Antiguo Testamento; sábado en la tarde, el culto de oración; domingo a las 7:00 la escuela dominical, a las 8:30 la predicación del evangelio, de 10:00 a 12:00 el partimiento del pan, y en la tarde el estudio bíblico. José asiste a por lo menos la mitad de estas reuniones.

Él trabaja arduamente en su carpintería desde las 6:00 hasta la 1:00 cada día y estudia o predica en la tarde. Cada segundo domingo él y los otros ancianos cruzan el río en bongo, sus bicicletas con ellos, y siguen por 12 kilómetros más para llegar a una asamblea en Camerún donde predican el evangelio y celebran la cena del Señor. José domina el Nuevo Testamento en árabe y habla bien el idioma, aprovechándose de toda oportunidad para predicar a los musulmanes. Es típico de muchos.

Abd alMasih apenas había regresado de dar una clase en árabe cuando escuchó la voz estridente de una mujer que decía, Shuker, shuker, shuker, “Gracias, gracias, gracias”. Dio la vuelta y vio a Lidia, una ciega pobre, vestida de una sola prenda muy liviana. Se acercaba a tientas, ayudada por una muchacha que la había guiado por cuatro kilómetros desde su casa. Quería darle las gracias a Abd alMasih.

“¿Pero qué he hecho para merecer esa gratitud?” dijo él.

“¿Qué ha hecho? ¿No es usted que ha traducido el Nuevo Testamento? ¿No está enseñando a nuestros varones cristianos cómo testificar a los musulmanes? Quiero que ellos oigan de mi Salvador; quiero que entiendan. Nuestros cristianos no saben ganarles para Cristo; no saben cómo hablar a los musulmanes, pero usted sí. Le he oído hablar árabe como los árabes mismos. Los musulmanes le entienden. Muchas gracias; yo sí quiero que los musulmanes sean salvos”.

Cierto día ella le contó su historia a Abd alMasih. Era una niña de sólo ocho años cuando los traficantes musulmanes cayeron sobre su pueblo, armados de lanzas y fusiles. Resistir era inútil cuando los hombres, las mujeres y los niños fueron arreados como animales. Los varones sanos fueron esposados, cargados de granos y despachados como esclavos. Su padre fue asesinado ante sus ojos; los niños muy pequeños fueron matados a sangre fría. Los ancianos, tanto hombres como mujeres, murieron de la misma manera por no ser de provecho para los negociantes en esclavos.

Los invasores saquearon el pueblo, talaron los frutales y llevaron el ganado. Prendieron fuego a las chozas, inclusive a la de la angustiada Lidia que la vio desaparecer. Ella fue separada de su madre, quien fue llevada para ser vendida. Lidia fue atada a otra niña de su edad y puesta a caminar, las mujeres esposadas para marchar kilómetro tras kilómetro hasta llegar a cierto poblado en el norte donde pasaron la noche y algunos de sus captores las vigilaban mientras otros salieron a repetir el proceso con otra tribu. Las mujeres rezagadas recibían el latigazo de hipo por la espalda, rompiendo piel y carne, y las muchachas renuentes tiradas debajo de las patas de los caballos para morir pisoteadas. Lidia fue puesta en exhibición bajo el sol candente del mercado de esclavos; su madre, una mujer joven, fue vendida a buen precio para nunca más ver a su hija.

Lidia, sólo una niña en aquel entonces, fue negociada por el precio de una gallina, pasada de amo en amo, violada y abusada. La llevaron primeramente a Massakori y años después a Bol, un pueblo a las riberas del lago de Chad. Era razonablemente plácida y no intentaba escapar, de manera que no había necesidad de atarla pies y manos, pero se acuerda de una señora que sí intentó. Cortaron los tendones de las piernas para no dejarla caminar nunca, limitada ya a pasarla machacando el mijo y sirviendo como instrumento de la lascivia de varones. Lidia fue asaltada sexualmente poco después de cumplir los diez años, sometiéndose obligatoriamente. Aprendió a repetir el testimonio a Mahoma y tenía que ayunar cada año cuando se acercaba Ramadán. A lo largo de varios años fue entregada de un hombre a otro y por fin se casó con el que sería el padre de sus cuatro hijos. Debido al tratamiento que había sido su suerte, perdió la vista de ambos ojos.

Fue un gran día cuando los franceses vencieron a Rabá, el traficante en esclavos, y el ejército les libró. Teóricamente Lidia estaba libre ahora, pero las cuerdas de amor la ataban a sus hijos. Conoció al doctor Olley en Fuerte Lamy y le escuchó contar del Redentor que derramó su sangre para librar a los hombres y las mujeres de la servidumbre del pecado. Puso su fe en el Salvador y oportunamente fue bautizada y recibida en la comunión de la iglesia local. Encontró una vida nueva en Cristo, fue cautivada por su amor y sentía un profundo anhelo que aquellos que la habían esclavizado llegaran a conocer ese amor.

Lidia logró volver al sur de Chad pero en su pueblo enfrentó el problema de cómo sostenerse. Sus hijos la abandonaron, salvo uno que llegó a ser el panadero del pueblo. Él le cedió una chocita detrás de la panadería pero no asumió otras responsabilidades; ella tenía que ganar la vida por sí misma. ¿Pero cómo? Podía comprar arroz o mijo, machucarla y vender la masa en los mercados. Era una vida ardua, caminando de mercado en mercado o solicitando que algún camión la llevara montada sobre los montones de mercancía  en pleno sol y obligada a oir los chistes coloreados de los otros pasajeros.

Pasaron los meses y el Señor llamó a un miembro de su iglesia a dedicar todo su tiempo a ciertos musulmanes que vivían cerca del Lago. Se les instaron a todos los creyentes a apoyar esta obra entre sus enemigos tradicionales y de quienes habían sido esclavos en una época. Muchos no querían, pero la primera persona que se presentó como voluntaria era Lidia. Llevó en las manos un plato de papilla y la puso sobre la mesa como ofrenda al Señor y aporte a la obra. Le costó dos días de ayuno, pero en la gran prueba de su tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Dio hasta que le dolió.

El día de Navidad ella se presentó esplendente en un nuevo vestido coloreado y zapatos. Aparte de estos, todas sus pertinencias cabían en una cesta pequeña. Aquel día en su iglesia se volvió a solicitar donativos para la obra entre los musulmanes y ella aportó el equivalente a £5 y se sentó, pero entonces su conciencia le reprendió al pensar en el don de Dios. Él dio a su Hijo. Lidia reflexionó sobre el amor de Dios para con ella, y pensaba que podía dar más. ¿Pero qué? Silenciosamente se quitó los zapatos, avanzó de nuevo a tientas a la mesa y los dejó allí. Eran su donativo a la obra de Dios; por otro año caminaría descalza.

¡Maravilloso aquel amor! Sólo la gracia de Dos podía producir ese resultado. Ella amaba al extremo de sacrificar y dio la mitad de sus bienes terrenales para que los musulmanes oyeran de su Salvador. Pero eran los musulmanes que habían matado a su padre, abusado y vendido a su madre, destruido su vivienda, vendido a ella misma como esclava, torturándola y dejándola ciega de por vida. “Quiero que los musulmanes sepan de mi Salvador, quiero que sean salvos”.

 

6     Servicio activo a gran costo

 

De Argelia a Chad. De las hermosas montañas cubiertas de nieve a la llanura bañada por el sol. De los valles verdes y abundantes al yelmo sediento. La transición fue enorme, y fue un sacrificio para Lalla Jouhra dejar Argelia donde nació para residenciarse en Chad. Su obra para el Señor había continuado a lo largo de la guerra de liberación d Argelia. Amaba a los kabyles, hablaba su idioma sin acento, y ellos la amaban y confiaban en ella. Por muchos años había sido una excelente ayuda idónea para Abd alMasih, animándole e inspirándole en tiempo de desánimo, cuidándole y mostrándole ser devota consierva y esposa.

En Chad todo era muy diferente. La gente era de color y hacían un contraste extraño con los kabyles de tez blanco. Las mujeres diferían mucho de las kabyles cultos. Nadie se destacaba como atractivo. La arena infértil y caliente, los espinos y el calor intenso eran todo lo opuesto a las montañas tan atractivas de Argelia, la nieve, las frutas suculentas, las naranjas, los duraznos, las uvas y los melocotones.

Por encima de todo ella extrañaba la obra espiritual. En Argelia le encantaba visitar en los hogares para platicar con las mujeres, compartir sus tristezas y ganarlas por el Señor. En Chad las misioneras nunca visitaban los hogares; en Fuerte Lamy era algo que no se hacía. Lalla Jouhra intentó visitar las mujeres cristianas pero esto provocaba burla e insultos; al cabo de una hora o más ella regresó a casa muy, muy deprimida. Nadie quería indicarle dónde vivían los creyentes, y las mujeres no hablaban francés ni buen árabe. Las mujeres musulmanas vivían en otro extremo de Fuerte Lamy en un sector donde los cristianos nunca entraban. ¿Cómo podía hacer contacto con ellas? Estaba limitada a la oración a favor de sus amados kabyles y árabes.

Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos. ¿Cómo cantaríamos cántico de Jehová en tierra de extraños? Salmo 137. Cuán refrescantes son las corrientes, pero los cautivos en Babilonia, lejos de sus hogares y todo lo que amaban, sólo podían sentarse y llorar.

Sus pensamientos eran de la casa de Zoulikha en Argelia, donde siempre había una calurosa bienvenida para ella. No tenía ventanas, ni chimenea, ni sillas, ni mesa; la vida simple imperaba. Un lado de la gran pieza estaba a medio metro más debajo que lo que servía de estar. Este lado formaba el establo donde ovejas, chivos y una junta de bueyes pasaban la noche. El pajar arriba hacía las veces, al ser necesario, de dormitorio para una parte de la familia. La batea pesada para hacer pasta con carne era también la silla para la visita, donde ella se sentaba para leer a las mujeres del Nuevo Testamento. El fogón era simplemente una abertura en la pared, y dejaba que el humo acre de la paja o el pasto de vaca lagrimara los ojos, llegando luego a las vigas del techo ennegrecidas y cubiertas de las cenizas de los años. A un lado estaban los cuatro jarrones que guardaban los higos y el maíz, y también el armazón de mimbre y barro. Una serie de huecos perpendiculares tapados con corcho permitía a las mujeres sacar los higos y cereales al ser requeridos.

Un bebé envuelto en pañales arrullaba contento en una cuna hecha de la rueda de una bicicleta, y de tiempo en tiempo la madre la mesaba, el nene feliz no obstante el humo. El mecate grueso que estaba tirado sobre la viga central era usado por las mujeres en el parto. La parturienta se aferra a él y se agacha de modo que el bebé caiga sobre las rodillas de la comadrona o sobre un vellón que había sido tomado de un macho cabrío que fue sacrificado en la fiesta anual.

Lalla Jouhra visitaba más de cincuenta de este tipo de hogares en Lafayette y los conocía como conoce al suyo propio. Iba sola a las casas que mandaban por ella, donde leía la Biblia, en muchos casos a mujeres que asistían a su clase cuando señoritas, y bastante era el consuelo que les podía dar.

Ella pensaba también en la reunión para mujeres y las tres clases que eran asistidas por hasta 150 jóvenes musulmanas. Había tanto que hacer en Argelia y aquí en Fuerte Lamy no había nada. Poco sorprende que a veces se rompiera en lloro. ¿El Señor le estaba llevando a una comunión más estrecha con él, para poder simpatizar más con las sufridas mujeres musulmanas y compartir los sentimientos de las jóvenes cristianas en Argelia que estaban excluidas de toda forma de comunión?

Su mente retrocedió a la joven que durante la guerra en Argelia había asistido a una de sus reuniones caseras en Lafayette. Estaba muy consumida y tenía una fuerte tos que molestaba a todas. Lalla Jouhra escuchó mientras ella contó su historia a las mujeres de la casa, de cómo los soldados la apresaron cuando iba rumbo a la fuente, porque sospechaban que llevaba mensajes a los insurrectos. La desnudaron, la azotaron con cuerdas hasta que casi perdió el conocimiento y luego la bañaron de cabeza hasta los pies en agua helada. Metiéndola en una casa de nuevo, la colocaron frente a la chimenea para reavivarla, y con esto alternaron entre golpes y los baños en agua fría, todo con el fin de que revelara los nombres de los rebeldes. “Nosotras las kabyles somos fuertes, pero nadie puede recibir ese tratamiento por tres horas sin enfermarse”.

De repente cesó y en seguida gritó ahogada: “¡Cuidado todas! ¡Las bombas!” Una avioneta había sobrevolado a poca altura y Lalla Jouhra le convenció que no había peligro. De una vez se dio cuenta de que Lalla Jouhra no era kabyle. “¿Qué he hecho?” exclamó en gran susto. “He traicionaba a mi pueblo; traeré sufrimiento y muerte sobre mi familia”, protestó en angustia. Pero las otras mujeres la consolaron: “Lalla Jouhra nunca te traicionará. Es kabyle como nosotras, puedes confiar en ella”. Así era que Lalla Jouhra había ganado la confianza de estas reclusas, y sólo la eternidad revelará cuántas de ellas recibieron al Señor.

¡Pero qué de problemas le afrontaron a ella y a Abd alMasih con estas pobres mujeres! Una desafortunada de dieciocho años, divorciada y preñada, acudió a la clínica. Al oir que nada se podía hacer por ella, relató su caso. “Era casada por unos pocos meses pero mi esposo se divorció de mí tan pronto que nació el bebé. Pero murió el bebé y fui a vivir con mi abuelo hasta que me vendieron de nuevo en matrimonio. Cuando iba rumbo a la fuente debajo del puente, no veía a nadie, pero un hombre me violó. Estoy horrorizada acaso el abuelo sepa que estoy en estado, porque me llevará a la montaña, me degollará y me botará a los chacales. Juro, no fue culpa mía”.

Efectivamente, estaba aterrorizada; una mujer kabyle que es culpable del adulterio es llevada a una parte alejada, torturada, su cuerpo mutilado y arrollado por el barranco como carne para los animales salvajes. Averiguaciones prudentes revelaron que su propio abuelo era el traidor y abusador; él sería el padre y el bisabuelo de la criatura además del asesino de la madre. Qué tragedia. Cuántas veces Lalla Jouhra había escuchado relatos como éste y había procurado consolar a las pobras mujeres, pero ahora se sentía inútil. Con todo, podía orar, y ella oraba por Kakoo en lejano Argelia.

Kakoo se había opuesto amargamente al evangelio cuando lo oyó por primera vez en su hogar en Lafayette. Al pasar por el salón de la Misión, escupía y maldecía. Era una mujer pobre, obligada a trabajar para mantener la familia. Se enfermó el bebé y le tocó el corazón de la madre que Lalla Jouhra le obsequiara aceite con alcanfor para frotar el pecho. Kakoo asistió al culto, Dios le habló, ella creyó y se convirtió en una buena testiga del Señor. Rostro radiante, contaba cómo había encontrado gozo y paz en Cristo, y persuadía a otras a asistir y oir las buenas nuevas.

Trabajó como doméstica por un tiempo en nuestra casa y asistió cada mañana al culto familiar en kabyle. Le preocupaba sobremanera no guardar ayunas antes de la fiesta de Ramadám, y el Señor le reveló su voluntad en un sueño. Era analfabeta y no podía valerse del Nuevo Testamento para confirmación del paso que debería tomar; Dios tiene su propia manera de hablar a los tales. Ella dijo a Lalla Jouhra en confianza: “Yo procuraba cruzar un campo recién arado, pero con cada paso me hundía en la arena mojada. Me di cuenta de que alguien me seguía y al mirar atrás a reojo vi que eran dos personas, una a cada lado. Eran mi madre y mi esposo, y había una Persona en vestidura resplendente al otro lado del campo. Me hacía señas y respondí. Él se acercó, me tomo en su brazo para protegerme y dijo: ‘No temes, eres mía’. Me llevó al otro lado del campo, aunque los otros querían impedir. Ese campo es el bautismo; el Señor va a estar conmigo”.

Así que Kakoo fue bautizada y recibida en la comunión de la iglesia local. Pasaron los años y en una conferencia ella confesó haber sido hechicera y adivina. Se sentía tentada a volver a estas prácticas y pidió oración.

Vuelta a Lafayette, las mujeres mandaron por ella para lanzar el trigo; es una manera de adivinar. Lalla Jouhra descubrió el asunto y le advirtió de las consecuencias, pero un día llegó a casa cuando Kakoo apenas había salido de ella. Había usado su puño de granos para predecir el futuro, cosa condenada por el islám aparte de la Biblia. Kakoo negó rotundamente toda acusación pero, muy adolorida, Lalla Jouhra le dio su jornal y le mandó a no volver. Por veinticinco años ella le había ayudado a Lalla Jouhra y escuchado la palabra de Dios cada día, pero ahora no podía asistir a la cena del señor. Kakoo se marchó de la casa envuelta en llanto y negando haber pecado. Estaba en el apretón de los espíritus malignos. Profundo fue el silencio que cayó sobre la reunión de mujeres cuando Lalla Jouhra les contó la tiste historia, aunque todas ellas ya sabían del pecado.

Kakoo se amargó grandemente e hizo todo lo que podía para usar su hechicería contra los siervos de Dios, sólo para darse cuenta de que era inútil. Se encontraron en los derredores de las casas de los misioneros pedazos de cordel torcido, pequeños amuletos, pedacitos de pelo de animales y pequeñas bolsas de cuero que contenían semillas y conchas, pero nada de esto surtió efecto. A Kakoo le dio vergüenza ser vista; la gente susurraba, “Ahí va la bruja que ha perdido su empleo después de tantos años. Aun nuestro jeque musulmán les han dicho a los misioneros que hicieron bien en deshacerse de ella”.

Poco a poco cedieron la amargura y el enojo; Kakoo era una mujer triste de corazón partido. Por fin volvió a la reunión de mujeres y confesó su pecado. El día antes de salir Lalla Jouhra y Abd alMasih de Argelia para viajar a Chad, Kakoo se adelantó a la guardia armada para despedirse. “Piden a los cristianos que oren por mí”, dijo aquella que se había alejado del Señor, consciente de haber malgastado su vida por aquel solo gran pecado que cometió. Un día llegó a Fuerte Lamy una carta para Lalla Jouhra que la entristeció aun más. “Estoy casi ciega. Estamos muy solitas sin usted. Soy huérfana y paso por su casa desocupada, y lloro al pensar en los días que ya pasaron”. Dios conocía el dolor del corazón de Lalla Jouhra en Fuerte Lamy pero con todo ella podía orar.

Un día cuando ella se sentaba sumamente deprimida, leyó la promesa: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis”. Siguió en la lectura: “¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará al Espíritu Santo a los que se lo pidan?” El día siguiente leyó: “Pídeme, y te daré las naciones, y como posesión tuya los fines de la tierra”, Salmo 2. Para ella, Fuerte Lamy y Chad eran los confines de la tierra, y estaba rodeada de “las naciones”, los paganos.

Con un golpecito a la puerta, entró un anciano de la asamblea. “Lalla Jouhra, entiendo que usted habla francés muy bien, y nosotros tenemos mucha necesidad de alguien para enseñar a nuestros hijos. Por favor, ¿podrá llenar el vacío?” Así fue que comenzaron las clases para niños. La gran mezcla consistió en jóvenes de ambos sexos de 17 y 18 años, y de allí abajo hasta bebés en el brazo de sus hermanas y párvulas que venían arrastrados.

“Tendremos que dividirnos en clases diferentes por edad”, explicó Lalla Jouhra. “Ustedes las señoritas deben dejar los nenes en casa hasta después de la clase, porque no pueden atender a ellos y a la misma vez escuchar la lección bíblica”.

“Entonces no vamos a volver”.

“Pero nunca llevan los bebés consigo a la escuela”.

“Las maestras en la escuela no nos permiten llevar los bebés, pero en las clases de la asamblea los ancianos nos permiten hacer lo que queramos”.

Costó mucho tiempo hasta que los alumnos y sus padres aceptaran la idea de dividir una escuela dominical en clases por edad, pero por fin Lalla Jouhra logró formar cinco, la más alta compuesta de los adolescentes que asistían a escuelas secundarias y la menor de los párvulos.

Ya se utilizaba la capilla cada tarde para la alfabetización de adultos y las reuniones. Ella se reunía con sus grupos a la sombra de un techo de esteras soportadas por palos gruesos, pero a menudo la temperatura estaba en el orden de 41°. Los asientos eran tablas rústicas colocadas sobre bloques huecos que abrigaban lagartos, culebras, escorpiones y, en la estación de lluvia, una abundancia de sapos y ranas. La aparición de una serpiente venenosa durante la lección esparcía los muchachos por doquier. El canto era muy al estilo del país, así que la señora procuró enseñarles coros e himnos con su música correspondiente, valiéndose de un autoarpa, lo cual suscitó la objeción de que “esa cosa no hace sufriente ruido para que la escuchemos”.

Años de práctica con clases muy grandes en Lafayette la habían capacitado para instruir a los niños en las Escrituras y ellos estaban pendientes de todas sus palabras, sus movimientos y la mímica para hacer vivir este Libro oriental. La asistencia aumentó rápidamente; los padres agradecían sus esfuerzos y uno tras otro vino para dar las gracias por la ayuda y relatar el cambio que veía en las vidas de sus hijos. Los ancianos también nos visitaron para expresar su aprecio.

Llegó Navidad pero los alumnos nunca habían oído de tal cosa como un evento navideño. Aprendieron de memoria una larga serie de profecías del Antiguo Testamento que predicen el nacimiento del Señor, y también los relatos de su encarnación y nacimiento como figuran en los Evangelios. Poco antes de Navidad se despejó la casa y se colocaron los bancos. Los alumnos cantaron sus himnos ante una casa llena de oyentes, recitaron los pasajes y luego vieron cortas películas acerca del nacimiento del Señor, seguido por un mensaje de parte de Abd alMasih.

La merienda trajo felicidad a muchos que nunca habían conocido esto; la mayoría de ellos tenían que prescindir de comer por lo menos dos días cada mes por no tener con qué comprar. Las frutas eran un lujo casi desconocido; un muchacho logró consumir cinco donuts (rosquillas) de las más grandes.

La asistencia aumentó marcadamente, incluyendo chiquillos de diversas tribus que no hablan francés. El intérprete era un muchacho despierto de diez años llamado Jim Adaum que denominaba varios idiomas. Lalla Jouhra decía una oración en francés y Jim la reproducía de una vez en mbai y negumbai mientras los rostros de los niños evidenciaban su alegría al oir la historia en su propio idioma.

La clase que daba más satisfacción era la de los varones adolescentes. Varios eran casi hombres maduros y algunos de ellos recibieron al Salvador. Un día cuando la lección había terminado y Lalla Jouhra había cruzado la calle a su casa, escuchó un toque a la puerta. Un joven de catorce años dejaba caer las lágrimas. La lección había versado sobre 1 Reyes 17 con énfasis en “Hazme a mí primero de ello una pequeña torta”.

“Madame, ¿puedo hablar con usted?”

“Sí, ¿qué será?”

“Hace dos años pedí a Jesús entrar a mi corazón y Él lo hizo, pero todo este tiempo me he puesto a mí primero en vez de a él. Quiero decirle a usted cuán equivocado he estado”.

Él oró: “Señor Jesús, he pensado sólo en mí. Cuando Mamá me pide cuidar el bebé yo siempre me alejo. Cuando me pide hacer las compras, le digo que la arena está demasiado calurosa y me quema los pies. Mamá tiene que caminar por esa arena caliente, llevando el bebé, el pescado y la papilla. Favor perdonarme y ayudarme a pensar en otros además de mí mismo”.

Levantándose de donde se había arrodillado, dijo, “Lalla Jouhra, tengo algo que confesar a usted”.

“¿Qué será?”

“Los otros muchachos no me dejan jugar fútbol con ellos porque no soy de su tribu. Tengo que pararme a un lado y mirar, y por esto tomé una espina grande y perforé el balón para impedir usarlo. El balón es suyo y yo lo perforé. Por favor perdóneme, y oro que Dios me ayude a no estar perturbando si los otros no me dejan jugar con ellos. Si usted me hace el favor de darme el balón yo mandaré a componerlo”.

“Usted no tiene dinero para mandar a hacer eso”.

“No tengo dinero ahora, pero mañana iré al mercado y trabajaré duro para recibir dinero y costear la reparación del balón”.

Lo hizo. Así obró Dios en los corazones de esos muchachos; no era una mera profesión de conversión, no un simple, “Creo y soy salvo”, sino un estilo sencillo de la salvación presente en la vida diaria, una sumisión a la Palabra de Dios y el señorío de Cristo.

Era tiempo para que Lalla Jouhra dejara Fuerte Lamy, y se celebraron las últimas clases. Varios de los que habían creído en el Señor Jesús les contaron a otros su nueva felicidad. El rostro feo de Tim se cambió en un risueño, y entonces, Au revoir. “Vuelva pronto”. Un grupo de varones de 16 años vino al estudio de Abd alMasih para cantar “Hasta luego” para Lalla Jouhra. “Por favor, grábelo para ella pueda pensar en nosotros cuando muy lejos”. Los seis cantaron:

Jesús soit avec vous à jamais,
Vous guiant avec sagesse,
Vous entourant de tendresse,
Vous entourant de tendresse,
Vous remplissant toujours de sa paix.

(“Que Jesús le acompañe siempre, guardándole en su sabiduría, envolviéndole con ternura, llenándole siempre con su paz”. El canto fue atroz, se aceleraron más y más, pero lo hicieron de corazón y fue cosa preciosa para los siervos del Señor.

Pasaron los años y ahora los muchachos son hombres jóvenes. Uno es el líder de un sólido grupo juvenil y otro vive en otra parte del país donde utiliza las notas de Lalla Jouhra para enseñar a otros. Varios de ellos participan en las actividades de la asamblea y algunos le escriben de vez en cuando a Lalla Jouhra.

El Señor cambió el valle de lágrimas en un lugar de gozo, un pozo del cual ella sacó refrigerio espiritual para sí y para otros. Mientras ella oraba, Dios estaba trabajando en lejana Argelia. Kakoo fue restaurada en cierta medida a su Señor y otras para quienes la sierva oraba han podido testificar a sus esposos. El Valle de Baca, valle de lágrimas, condujo a su Señor. Así es el ministerio que Dios da a muchos sus santos sufridos.

 

7     Discipulado costoso y dividendos ricos

 

“No sea tonto; ellos son nuestros enemigos tradicionales. Le van a matar. No vaya”. Elí había mencionado a sus colegas ancianos su profundo ejercicio por la tribu vecina su decisión de ir a vivir entre ellos. Intentaron sobremanera a persuadirle a no emprender una iniciativa tan descabellada, pero él respondió: “Debo ir, el Señor me ha llamado”.

“¿Y quién atenderá a su esposa y los hijos? No pueden acompañarle y necesitan su ayuda en el hogar. No debe dejarles aquí, porque nosotros no podemos. Es más, usted no tendrá dónde vivir”.

“El Señor me ha llamado y Él proveerá”.

“Son nuestros enemigos y no le van a oir, sino que le van a matar. ¿Por qué hacerlo? tenemos nuestras capillas y asambleas; hay reuniones todos los días y hace falta la ayuda suya en el dispensario. Si esa gente realmente quiere el evangelio, que vengan a nosotros”.

El pionero solitario fue a la tribu, preparado para servir al Señor a cualquier costo y llevando en mente que dijo, “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Empezó a cortar el monte, limpiar el terreno y preparase para construir una chocita. Algunos se burlaron al verle construyendo pero otros se acercaron para platicar. Antes de haber sido techada la casa, veintiséis personas habían profesado fe en Cristo. Un cristiano salado había creado una sed en las almas de los hombres y las mujeres que Dios les había enviado, y él les condujo al agua viva.

“No cabe una persona más. El local está lleno a capacidad”.

“¿Cuántos hay?”

“Más de seiscientos adentro, y aquellos que usted ve sentados aquí afuera”.

El visitante a Fuerte Lamy decidió ir a otra parte de la ciudad, donde tal vez encontraría dónde sentarse. “Lo lamento, puede quedarse parado afuera, porque hay más de 500 personas aquí; no hay dónde sentarse”. Él se apuró para llegar a Kabbalakka donde el local estaba lleno con 400, y luego a la Ngumbai donde estaban 300.

Cada domingo en la mañana estos salones están repletos. Una sed en el alma impulsa a la gente a un culto de predicación. Muchos profesan conversión, ¿pero cuántos con verdaderos discípulos? Es cierto que hay casos de inmoralidad,  de borrachera y a veces de hechicería, y los ancianos responden a éstos. Algunos de los creyentes en Chad caen en pecado, pero con todo hay muchos hombres y mujeres en la fe sobresalientes y de empuje que alcanzan a otros con el mensaje. Son verdaderos discípulos y fervorosos pescadores de almas.

¿No es así también en las asambleas de Inglaterra? ¿Quiénes somos nosotros para señalar a otros? Conocemos el proverbio árabe: “El que apunta el dedo a otros, dígame, ¿con cuántos se apunta a sí?” La masa de los creyentes asiste a los cultos el día domingo, y a veces a un culto durante la semana, pero sólo una minoría son verdaderos discípulos; los demás han perdido su sabor, son sal insípida. Tanto la sal como el agua son esenciales para la vida, y la sal provoca sed. En Lucas 14.25 al 35 el Señor describe al cristiano salado, y en los versículos 26, 27 y 33 establece las condiciones del verdadero discipulado. El discípulo auténtico es aquel que Dios emplea para difundir su mensaje y que por su celo crea un deseo. Su mensaje y su vida dirigen los hombres a un Salvador vivo.

En las dos parábolas en 14.28 al 32 (edificar una torre y marchar a la guerra) vemos el compromiso de un discípulo. Él está comprometido a construir y a luchar. “Edificaré mi Iglesia” es una gran promesa, “y las puertas del hades no prevalecerán contra ella”. Cristo es el Constructor de su Iglesia y el Comandante de su ejército. Vino al mundo para edificar y guerrear; es el Arquitecto de la Iglesia que planificó en la eternidad, pero requiere hombres y mujeres cuya meta sea llevar las almas a él y levantar las iglesias locales. Si estos hombres y mujeres no se presentan su empresa no prosperará; los hombres mundanos se burlarán y dirán, “Este hombre comenzó a construir una torre y no pudo terminarla”.

Se cumplirá esta gran promesa del Señor a edificar su Iglesia, pero el otro lado de la verdad es que Él necesita los edificadores, los hombres y las mujeres dispuestos a ir a los confines de la tierra, extraer piedras vivas y hacer de ellas iglesias locales. Dondequiera que se haya emprendido esta empresa en fe, ha habido oposición severa, y por esta razón el Señor prosiguió con la ilustración de un Rey que sale a guerrear contra otro Rey. El Príncipe de este mundo es fuerte y el islám es su obra maestra, pero el Rey de reyes es más fuerte. El Príncipe del poder del aire se opondrá a todo avance, pero la garantía del Señor es que “las puertas del hades” no prevalecerán. Él triunfará a la postre aun cuando las posibilidades en contra de él y su pueblo superan a dos a una.

De nuevo la verdad complementaria es que el gran Comandante en Jefe debe contar con los hombres en su ejército. Si le abandonan en plena batalla, si el consenso de la opinión cristiana es que es demasiado difícil ganar a los fieles del islám para Dios, entonces nunca se logrará la victoria. Si los soldados suyos son menos celosos que los comunistas o los líderes de los movimientos políticos, Él y su Iglesia enfrentarán la derrota. Todo creyente debe valer más de dos hombres del mundo si se va a triunfar a la postre.

En el sur de Chad la construcción está progresando gracias a los esfuerzos de edificadores celosos entre los cristianos nativos del país de la timbre de José, Elí y Lidia. Pero necesitan preparación y hace falta abrir los pozos espirituales. Los métodos admiten ser mejorados y queda por realizarse la obra por demás importante de preparar a los chadianos para construir y luchar. Entre las tribus en el norte y los musulmanes no evangelizados, la batalla está todavía en pleno desarrollo, y es aquí que hacen falta los hombres y las mujeres de carácter excepcional. La labor inicial entre los musulmanes le rompe el corazón a uno, pero es segura la promesa de triunfo.

Desde el primer momento en Argelia, Abd alMasih y Lalla Jouhra habían encontrado esa oposición feroz.

“Abd alKader está furibundo. Ayer tarde fue a B… a caballo, amenazando a espada desenvainada a todo el mundo en el camino. Le han llevado a un manicomio, y otro sujeto ya asumió su cargo de cartero”.

Abd alMasih y Lalla Jouhra estaban por salir de Argelia por primera vez, rumbo a Inglaterra, cuando alguien les trajo la noticia de este hombre que había estado muy cerca del reino. Comprendieron de una vez qué había sucedido; su comida había sido envenenada y por esto estaba temporalmente fuera de sus cabales. Se emplearon plantas como la datura y el beleño negro, bien sobre un lapso prolongado o en una dosis masiva. Por regla general la demencia se limita a cuatro o cinco días, pero es común que durante ese período uno no puede controlarse a sí mismo. Cae en la inmoralidad, bebe o comete adulterio, expone el cuerpo de una manera indecente o cae en desgracia de otras maneras. Al recuperar los sentidos, está consciente de su pecado y la vergüenza le inhibe volver a la comunidad cristiana.

¡Cuántos cristianos kabyles han caído en pecado porque sus mentes fueron debilitadas por las drogas! Nadie sabe si Abd alKader se entregó enteramente a Cristo, pero la evidencia que quería hacerlo era suficiente como para provocar una persecución feroz. Si el lector hubiera estado a punto de decir por Cristo cuando el azote de la locura había caído repentinamente sobre él, ¿hubiera proseguido hasta entregarse sin reserva?

En casos como este es casi imposible determinar quién es el responsable. En uno de los pueblos mayores de los kabyles los misioneros estaban casi seguros de que cierta joven cristiana había sido envenenada. Pidieron una autopsia. Todo discípulo de Mahoma se estremece ante la idea de desenterrar un cuerpo, pero los evangelistas creían que se debería buscar justicia. Un practicante calificado realizó la autopsia pero no encontró evidencia de envenenamiento ni otro abuso. No obstante, todo el mundo sospechaba que esa muerte se debía a haber sido cristiana. Años más tarde, los musulmanes se jactaban abiertamente de haber engañado a los cristianos, e hicieron saber que el cuerpo de otra señorita había sido sustituido por el de la cristiana. El traslado de los cadáveres requirió viajes de muchos kilómetros y miles de personas sabían qué se había hecho, pero nadie estaba dispuesto a divulgarlo. La joven cuyo cuerpo el medico examinó había fallecido por causas naturales y el de la cristiana había sido escondida. Aquello sucedió hace casi sesenta años, pero podía repetirse en cualquier tierra islámica.

Acontecimientos similares a los que tuvieron lugar en Argelia bien pueden suceder en Chad. El islám reposa sobre la fuerza bruta; es una religión de la espada que retiene a los suyos por el miedo. Si el islám no intimidara a sus seguidores, decenas de miles de musulmanes serían cristianos comprometidos. No hay libertad en las tierras musulmanas.

La batalla está decretada cuando los cristianos empiezan a llevar el evangelio y construir la Iglesia en territorio nuevo, y no es de sorprenderse de que se requieran coraje, persistencia y fe en la empresa de llevar la guerra al territorio enemigo; son severas las condiciones impuestas por el Señor para evangelizar a los musulmanes. El Señor glorioso y triunfante debe contar con hombres en quienes puede confiar. ¿Cuáles son, entonces, sus condiciones?

(1)     El Señor debe ser supremo en nuestros afectos; Él demanda nuestro amor y devoción. “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos … y aun también a su propia vida, no puede ser mi discípulo”. El uso que hace de la palabra aborrecer en otro pasaje nos ayudará a comprender el sentido de, “Ninguno siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro”, Lucas 16.13. El siervo obedecerá al amo que él ama y esta devoción puede parecer un aborrecimiento en los ojos de terceros. Para un auténtico discípulo es una cuestión de lealtades. ¿Quién es supremo? ¿Quién controlará mi vida? Él no puede servir a dos personas, su padre y madre y Cristo.

Asumen un sentido nuevo las palabras del joven musulmán que se había convertido al cristianismo: “Lo más difícil de llevar son los ruegos constantes de mi madre. ‘Te llevé por nueve meses y sufrí cuando naciste. Me negué para alimentarte y vestirte, ¡y ahora te has hecho cristiano y me has negado!’ Me perturba grandemente causar dolor a mi madre y anhelo decirle, ‘Mamá, de veras soy musulmán de corazón’, pero sé que no sería la verdad. Es eso que duele, eso de herir a mi progenitora”. Muchos son los varones y las jóvenes cuyos padres egoístas les han impedido de servir activamente en el gran campo del mundo; padres que han planeado una carrera para sus hijos y les obligan a proseguir en ella. Padre cristiano, si Dios le llamara a una vida de servicio entre los musulmanes, ¿cómo reaccionaría?

“Su esposa e hijos”. El niño se madura y se casa. Entra en una relación nueva, pero de nuevo Cristo debe reinar supremo. Y cuesta. Abd alMasih estaba de visita por primera vez en cierto centro misionero en Chad y encontró al obrero viviendo solo. Había abundante evidencia de que la señora se había marchado apresuradamente, y el caso fue que había recibido un telegrama que le hizo viajar a Inglaterra de una vez. La obra entre esta tribu primitiva había comenzado pocos meses antes. Fácil hubiera sido para aquel hermano viajar con su esposa, pero a expensas de renunciar la evangelización de esta gente que apenas había conocido el evangelio por primera vez.

Cierto día llegó una carta que hablaba del invierno intenso que la gente estaba sufriendo. La esposa y los hijos estaban viviendo en el campo; la instalación sanitaria estaba ubicada fuera de la casa pero no tenían agua y el combustible era escaso. Era duro para una familia acostumbrada a vivir en el trópico, de manera que uno de los hijos escribió, “Papá, si nos amas de verdad, vendrás y nos harás un hogar”. ¿Acaso ese obrero no amaba a su esposa e hijos? El labio temblante y las lágrimas que querían correr daban la respuesta; él sí les amaba y quería estar con ellos, pero amaba al Señor en primer lugar.

“Hermanos y hermanas” nos recuerda de los lazos de la familia, pero de nuevo Cristo debe tener la preferencia. Y es allí que duele; Él debe ocupar el primer lugar en toda relación, el tiempo con la novia, las horas de reposo, el uso del dinero, nuestro recreo: todo debe estar supeditado a las demandas suyas.

Que mi vida entera esté consagrada a ti, Señor;
que a mis manos pueda guiar el impulso de tu amor.

Aquí, entonces, está la razón por la falta de obreros de las asambleas inglesas. Los creyentes indígenas se asombran al darse cuenta de la tibieza de tantos creyentes británicos y su poca disposición a darle al Señor la primicia en sus vidas. Este principio del sacrificio, la negación propia, es casi desconocido en la sofisticada sociedad autónoma en la cual vivimos. Los jóvenes y las señoritas que oyen del coraje y el sacrificio de los cristianos en tierras islámicas se asustan, pero no se dan cuenta de que se requiere el mismo coraje para que uno de ellos escoja deliberadamente renunciar una carrera exitosa en su terruño para hundirse en África por amor a Cristo. Este valor puede existir tan sólo que estemos comprometidos de todo corazón a Cristo y sus derechos, y a amarle más que todo y todos.

(2)     La segunda condición no es menos exigente. “Niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”. El punto aquí es la oposición feroz del mundo. Reflexionemos sobre qué es una cruz. Es una estaca vertical más un travesaño. Pensemos en la pieza vertical como una representación de la voluntad del hombre, quien persigue lo terrenal. El hombre natural es como los animales que son constituidos de manera que sus ojos se fijan en la tierra; si primer interés es comer. El hombre natural se interesa por lo terrenal y no puede comprender las verdades y realidades espirituales. No capta el compromiso del cristiano devoto a Cristo y a la voluntad de Dios hasta el extremo de sacrificarse. Los hombres intentaban oponerse al Señor Jesús y desviarle de la senda de una devoción inalterable.

La voluntad humana que atravesaba la voluntad divina hacía necesaria la cruz de Cristo, y esto es lo que constituye la cruz para nosotros. La gente no entiende al cristiano sometido; es un enigma y le considera un necio. Se opone, se burla y procura obligarle a conformarse a las normas de ellos. Lamentablemente, muchos sí se conforman y evitan la cruz. Rehúsan hacer la voluntad de Dios como su interés principal y se adaptan al modo de pensar del hombre natural. Se conforman al mundo; huyen de la cruz y se alejan del ostracismo, pero ya no son discípulos. Un hombre puede conformarse y evitar la cruz, pero no puede prescindir de ella y ser un discípulo a la vez.

(3)     El joven cristiano que se enfrenta a la realidad, calcula el costo de una entrega total a Cristo y sale para construir y hacer guerra, se da cuenta de que es algo imposible para el hombre natural, o aun para el cristiano carnal. Así que el Señor impone su tercera condición: El que quiera salvar su vida, la perderá; en cambio, quien pierde su vida por causa de él, éste la salvará. Hay que renunciar todo recurso terrenal, entregando al Señor sin reserva una vida entera para que se realice el plan suyo. La voluntad mía tiene que ser rechazada para que la suya prevalezca; la fuerza mía desaparece ante el poder suyo. El hombre que Dios puede usar es aquel que le ama a Cristo por encima de todo, le sigue uniformemente y confía en él si reserva.

Viendo en derredor en nuestra tierra favorecida, vemos muchos ejemplos del edificio incompleto. Algunas asambleas se disminuyen en números y fuerza; la obra del Señor no se adelanta y el mundo la desprecia. Viendo más lejos, el ejército de misioneros se achica y los reclutas son pocos. Hay campos que parecen condenados a la derrota por la sencilla razón que los jóvenes no están dispuestos a enfrentar el costo, o lo han sopesado y no están dispuestos a continuar. Su amor por Cristo no es supremo, o no le siguen con constancia y están indispuestos a seguirle implícitamente. El costo es excesivo; han perdido el celo, la pasión por las almas. El Señor dice que son sal que ha perdido su sabor; no valen. Están reprobados pero no perturbados.

Nosotros los cristianos ingleses debemos humillarnos en la presencia de Dios y reconocer que hemos perdido nuestro ardor, nuestro celo, nuestra resolución a poner a Cristo en el primer lugar y sus intereses ante los demás. En algunas tierras musulmanas los jóvenes están dispuestos a amar al Señor Jesús al extremo de sufrir las consecuencias de la fe que han encontrado. Los cristianos en Argelia y Chad son increíblemente valientes; sabiendo que Dios triunfará a la postre, se sienten desechables y aun están dispuestos a la muerte por él. Están construyendo y guerreando; son cristianos salados que generan un anhelo por Dios y conducen a sus prójimos a los arroyos espirituales para satisfacer la sed. ¿Lo hago? ¿Y usted?

 

8     Avance en el desierto

 

Uno encuentra los oasis verdes esparcidos sobre la vasta superficie del gran Sahara. A veces yacen en el piemonte y a veces están colocados en una gran llanura arenosa. Se las traen, ofreciendo sombra, frescura, fruta y alimentos a todo viajero cansado. El sol y la arena hacen un desierto, pero el sine qua non de un oasis es el agua.

Las señas peculiares de estos oasis son los pozos y las palmeras. La palma es el símbolo que Dios emplea para el justo. Así como la mata de palma echa abajo sus raíces al agua de vida y su copa al cielo azul que madura los higos, también el creyente se vale de los arroyos escondidos y mira arriba al Sol de Justicia. Cuán cierto es el proverbio árabe: ras ou fi assama wa sas ou fi alma, “Su cabeza en el sol y sus raíces en el agua”. El agua es tan indispensable a la palma como lo es al hombre, y estos árboles majestuosos deben echar raíces hasta los arroyos subterráneos.

Abd alMasih y su colega misionero llegaron a Massakori en el norte de Chad y pasaron la noche en la posada de ese pueblo musulmán, junto con un juez africano y su siervo. Corrió rápidamente la noticia de la llegada de los misioneros y en la noche se congregaron diecinueve cristianos profesantes. No tenían himnarios, eran de diversas tribus y sólo uno o dos portaban Nuevo Testamento. Estaban encantados al vernos y la antigua estructura resonaba con sus cánticos, sus rostros comunicando contentamiento por esta ocasión de comunión cristiana. Arrodillados ellos en oración, un anciano dijo, “Señor, Tú sabes que soy un pecador muy, muy bueno (¡quería decir uno muy malo!) y necesito mucho el perdón tuyo, pero en realidad la culpa no es mía. Por veintitrés años he esperado en este lugar la llegada de algún siervo tuyo. Esperaba y esperaba, pero ninguno vino. Hoy es la primera vez que llega un siervo tuyo y celebra una reunión cristiana. Señor, yo me cansé de esperar y volví al mundo, y …”

Veintitrés años de espera, espera por el misionero que no llegó; obviamente años de alejamiento del Señor y de pecado, años que comió la langosta, años perdidos sin comunión con el Señor y su pueblo. No llegó el siervo del Señor, no había quien organizara una obra por Dios ni que se interesara. Aquel cristiano solitario nunca fue enseñado en los principios del Nuevo Testamento. ¿Tenía por qué esperar? El Señor estaba allí y otros cristianos también. ¿Por qué esperar al gran blanco que nunca llegó?

La mañana siguiente Abd alMasih y sus amigos se levantaron antes de las 5:00; cargaron el camión y al amanecer salieron para Mao, capital de Kanem. La arena era profunda y la vía difícil por falta de una senda bien definida. Valiéndose de la tracción por cuatro ruedas, visitaron en uno y otro pueblo dotado de chozas en forma de colmenas, predicando las buenas nuevas en cada lugar antes de llegar a Mao cuando el sol estaba por esconderse. Mao es una fortaleza musulmana, situada hermosamente en un collado y con varios oasis cercanos. Abundan los dátiles, cambures y toda suerte de legumbres. Las mujeres gozan de libertad y bajan a los pozos con sus asnos en busca del agua que llevarán al poblado. Fue fácil entrar en conversación con los musulmanes y Abd alMasih pudo dar su mensaje y repartir las Escrituras sentado en el suelo debajo de una mata de acacia. Después de la cena fueron al patio de un hogar cristiano donde se habían colocado bancos y una lámpara para recibir a cuarenta personas.

Tomás Ulater fue convertido en Fuerte Lamy y disfrutaba de comunión allí en una congregación de más de quinientas. Instruido en la carpintería, tenía empleo en el gobierno del país y había sido enviado a Mao dos años antes de nuestra visita. A su asombro se dio cuenta de ser un cristiano aislado en una población musulmana, rodeado de pecado y tentación. Día tras día estaba en contacto con el islám y sus adeptos, sin asamblea y sin comunión cristiana. Era un creyente solitario, sujeto a tentaciones e impulsado a volver al mundo. ¿Qué hacer? Oraba; el Señor oyó y poco después él conoció un maestro de escuela cristiano. Cada domingo cantaban himnos en la casa de Tomás, oraban y leían la Palabra. Iniciaron una reunión para otros; pecadores fueron salvados, creyentes fueron restaurados y el pueblo del Señor fue alentado.

El grupito de creyente había crecido y la reunión aquella noche fue el fruto de la profunda preocupación de un solo cristiano que había sido enseñado en los principios del Nuevo Testamento. Esa gente se reunía tres veces a la semana. Se habían bautizado diez; el maestro y Tomás eran los predicadores, sin esperar que llegara un gran jefe blanco, y aquel atardecer les alcanzó por primera vez un misionero extranjero. Ellos conocían a un Señor vivo y se reunían en el nombre suyo. Abd alMasih estaba dando un mensaje cuando de repente se oyó un discreto golpe a la puerta y entraron cuatro mozos musulmanes. Para ese entonces Mao fue el único lugar en el país donde musulmanes habían sido atraídos a un culto cristiano. El oasis espiritual en aquel pueblo en el desierto no sólo atraía al pueblo del Señor, sino también a esas sedientas “otras ovejas”. La comunión fue preciosa y el canto fervoroso.

Con el tiempo se formó una asamblea, reconociendo ciertos hombres como ancianos y celebrando reuniones cada domingo para predicar y hacer memoria del Señor. Fue llamativo el contraste entre los dos centros. En Massakori los cristianos carecían de instrucción en el Nuevo Testamento y esperaban y esperaban al extranjero que nunca llegó. En Mao un creyente instruido que ganaba su propio sustento usaba el tiempo libre para llevar el agua de vida a otros. Viviendo en circunstancias adversas, él dio principio a una obra para Dios, testificaba, oraba, predicaba y estableció una asamblea novotestamentaria. ¿Las iglesias de esta índole seguirán funcionando en el caso que el misionero extranjero tenga que retirarse? Sin duda lo harán bajo la buena mano de Dios. El extranjero no habrá tenido parte en su formación más allá de darles una traducción del Nuevo Testamento y cierta instrucción para los hombres fieles. En Chad, donde se ha concedido la independencia política, muchos cristianos están aprendiendo a independizarse del misionero mediante una dependencia plena en el Señor vivo.

La meta del misionero pionero en Chad, el incansable doctor John Olley que llegó en 1925, había sido la de formar asambleas de cristianos que dependerían de un todo del Señor para su dirección y soporte. Deberían mantenerse a sí mismas, reproducirse y gobernarse internamente. El patrón del Nuevo Testamento está expuesto claramente en Hechos de los Apóstoles. La meta de Pablo era establecer asambleas espirituales de cristianos que dependerían del Señor no más. La iglesia local en Antioquía contaba con el ministerio pastoral de varios maestros, Hechos 13.1, y de aquella congregación el Espíritu Santo envió hombres espirituales que había llamado a la obra que había llamado a la obra.

Los miembros de la comunión ayunaron, oraron y dejaron ir a esos hermanos, una vez que les habían impuesto las manos para identificarse así con ellos. Aquellos dependían del Señor no más para la dirección en su servicio de allí en adelante, como hacen ver los capítulos posteriores de Hechos. No había un comité central, aun cuando el concilio en Jerusalén ha podido asumir este papel. La iglesia en Antioquía no dependía de la de Jerusalén para sustento financiero; fue al revés, porque posteriormente los discípulos en Antioquía enviaron socorro a los hermanos que vivían en Judea. Los dos misioneros que salieron de Antioquía volvieron al mismo pueblo y declararon todo lo que Dios había hecho con ellos, y Pablo se ciñó a esta práctica en su próximo y subsiguientes viajes.

En varios países africanos la obra misionera comenzó con, y giraba en torno de, misioneros europeos, y después de muchos años la responsabilidad fue encomendada a los oriundos del país. En Chad los cristianos fueron enseñados desde el principio a formar asambleas, reconocer ancianos y depender del Señor. Al trasladarse a otros poblados, los cristianos particulares llevaban consigo los principios del Nuevo Testamento y los ponían por obra.

Parece que en algunos países se ha subordinado, en una u otra medida, las actividades espirituales a una obra social. Se han establecido hospitales grandes que tiene que ser mantenidos por personal extranjero y dinero extranjero, como también escuelas que están bajo el control de extranjeros. Estos son los medios que se emplean para alcanzar la gente con el mensaje espiritual. En Chad se han formado asambleas autónomas  y la obra social ocupa un lugar secundario. Ahora los cristianos en los pueblos, influenciados por los de otras tierras y tomando su ejemplo de las misiones evangélicas, están reclamando obras institucionales. Los cristianos chadianos están estableciendo sus propias escuelas, construyendo sus propios dispensarios, costeando la formación de enfermeros y remunerando a estos hermanos una vez entrados en servicio. Indudablemente existe el peligro de que el lado espiritual sea subordinado al social, especialmente de parte de los ancianos de la asamblea más numerosa en Fuerte Lamy, pero hay más de doscientas asambleas en el país donde los ancianos y los creyentes en general son fieles a estos principios novotestamentarios.

La mayoría de aquellas asambleas han sido plantadas por africanos. Un leproso se convirtió, sin manos, sin pies, pero con amor por el Señor. Después de su periodo de tratamiento, volvió a su pueblito aislado en el monte. Testificó por el Señor, y dentro de un par de años, más o menos, había más de cien convertidos que querían que un evangelista viniera a enseñarles a leer. Y así sucesivamente.

Un evangelista tuvo que pasar una noche en un pueblito en su viaje a la conferencia en Moissala. Predicó el evangelio y la gente pidió que les visitara en su viaje de regreso. Un hombre creyó y fue salvo, rogándole al evangelista a volver por un visita más extensa. Otros oyeron y creyeron, y este puñito de hermanos se congregaba bajo un árbol cada domingo y durante la semana. En la lluvia se trasloaban a una casa. Otros fueron convertidos y se formó un grupo cristiano. Ellos consideraban estar en condiciones de apelar por un evangelista residente, pero se dieron cuenta de que tendrían que responder por su sostén y aprender a leer en su propio dialecto. Hoy en día en ese pueblito se congregan trescientas personas cada domingo; hay siete ancianos y casi 150 creyentes bautizados. Cuentan con su propio inmueble y una o dos asambleas vecinas les han ayudado. Así es que crece la obra de Dios.

La oposición al evangelio es poca ahora en muchas partes en el sur del país, pero no siempre ha sido así. El pueblo de la tribu besmé no distaba mucho de ser animales; eran crudos, inmorales, crueles, de poca ropa e indiferentes a las cosas de Dios. Disgustado, les abandonó el sacerdote romano que había sido asignado a trabajar entre ellos. Los evangelistas de un pueblo vecino visitaron vez tras vez, pero sin efecto; la gente ni salía de sus chocitas para escuchar. Siguieron en oración y de repente se inspiraron. Juntando los pocos fondos que podían, fueron al mercado y convirtieron todo en medio penique, la moneda de menos valor que se usa en Chad. Comenzaron a predicar en el pueblito mayor de Besmé, lanzando las monedas en la hierba alta en derredor. Esto fue demasiado para ese pueblo desesperadamente pobre, salían de sus chocitas para recoger el dinero. Se lanzó un segundo puño, pero esta vez cerca del predicador. Él continuó con su mensaje, ¡ahora con la gente literalmente bajo el son del evangelio! Oyeron las buenas nuevas, creyeron algunos y a su tiempo formaron una asamblea. Aquella congregación ha crecido y hoy día cuenta con sus propios evangelistas e himnario, y está en espera de una traducción del Testamento.

En los primeros años el hermano Olley animaba a los creyentes en Fuerte Lamy a reunirse en un solo edificio, en un encerrado con varias dependencias en la periferia, siempre llenas de gente cada Día del Señor. Los mbais, los kimes, los ngumbais, los tourbis, los gores y varios otros celebraban sus propias minireuniones. Con el correr de los años la asamblea creció y se construyó un local más amplio para acomodar a los cristianos, pero éste a su vez no daba abasto y los creyentes de mentalidad espiritual veían la necesidad de formar asambleas pequeñas. Ahora los de habla ngumbai acudían a un lugar, los kabbalakkas a otro, los kimes a su capilla y los mbais y diversos grupitos al local principal.

El grupo ngumbai comenzó a reunirse en una estructura de caña soportada por postes pero su número aumentó y requirió algo más amplio y permanente. Ellos no solicitaron ayuda de los otros, sino juntaron sus recursos, compraron un terreno y trabajaron todos para moldear los adobes a secarse en el sol. Los ancianos, enfluzados con esmero, se metieron en el barro, mientras las hermanas en sus vestidos multicoloridos apilaban los adobes. Todos se aplicaron en levantar la estructura, colocar el techo de zinc y echar el piso de cemento. Pintaron los marcos y buscaron muebles.

Dentro de un mes de la apertura, encontraron que el edificio era insuficiente, ya que algunos concurrentes tenían que quedarse afuera. La asamblea comenzó con veinticinco y hoy día cuenta con doscientos en comunión. Todo esto está en manos de ancianos y otros africanos, ya que las visitas de los misioneros son pocas, y es así que progresa la formación de asambleas en Chad.

Sería vano pretender que estos creyentes son perfectos o dechados de virtudes. No lo son. Carecen de instrucción, son semialfabetos, se inclinan al legalismo y a menudo parecen ser ovejas sin pastor. Evaluarlos por las normas teológicas o éticas del Nuevo Testamento sería sacar a lucir algunas anormalidades, pero cuando uno se acuerda del hoyo de donde fueron cavados, tiene que ofrecer alabanzas a Dios. Si son dados a ser legalistas, ¿hemos intentado enseñarles otra cosa? Pero no obstante sus fallas, Dios continúa obrando. La pequeña banda de misioneros de Australia, Canadá y los Estados Unidos hace frente a las responsabilidades como mejor pueden, ¿pero dónde están los cristianos del Reino Unido?

Abd alMasih visitó Chad de nuevo en 1968 y 1971 y en cada ocasión se quedó en Kyon por tres semanas. Dos tribus son accesibles desde Kyon: los kimes con una población de aproximadamente cinco mil y los gabris que son treinta y cinco mil. Los kimes tienen el Nuevo Testamento pero los gabris no tienen las Escrituras; los esposos Cowell están ocupados en traducir. Un domingo por la mañana en 1968 Lawrence Cowell salió con ocho ayudantes africanos para pasar el día en los pueblitos. Le invitó a Abd alMasih a acompañarle.

Uno de los evangelistas se quedó en cada población y antes de proceder a la próxima todos se arrodillaron en oración para encomendarle al Señor. Al final llegamos a la tribu de los ngum donde estaba radicado un cristiano casado con una de sus mujeres que había aprendido su idioma y grabado dos mensajes evangélicos. Fue el primer esfuerzo en grupo para alcanzar a esta gente, ya que su jefe se había opuesto grandemente al cristianismo. Se reunió una multitud bajo la sombra de un árbol para escuchar los discos y luego uno de los evangelistas comenzó a predicar en su idioma. El mensaje estaba por terminar cuando la gente empezó a moverse, y en un momento la mayoría de los jóvenes de ambos sexos estaban corriendo lo más rápido que podían. El sacerdote romano había llegado para celebrar el domingo de ramas. El evangelista pidió al remanente que se arrodillaran para orar, cosa que hicieron reverentemente. Lawrence y sus amigos continuaron hasta el pueblito de Palma y en su regreso a Ngum vieron al religioso dirigiendo lo que parecía ser un baile africano. Le seguían gente de ambos sexos, cada cual con su hoja de palma. Quedó muy evidente que ese fervor terminaría no sólo en liviandad sino en pecado también. Pero, tristemente, los católicos habían llegado a esa tribu antes de nosotros.

Abd alMasih visitó allí de nuevo en 1971, cuando un grupo de jóvenes creyentes les dieron una calurosa bienvenida a él, Lawrence y los evangelistas africanos. Habían construido una pequeña capilla de hojas de palma con troncos partidos por la mitad como tablas para las paredes. Las esterillas que revestían las paredes eran tejidas a mano; los bancos, de troncos partidos, colocados sobre horquetas.

Este recinto se llenó a capacidad para nuestra visita, y estos jóvenes se reunían cada domingo. El evangelista africano había visitado múltiples veces y fue él que consiguió permiso del cacique para la construcción. El próximo paso sería el de construir una casa para el evangelista y su familia, y con miras a esto están preparando adobes. Lawrence ayuda con reproducir himnarios, supervisar la traducción de las Escrituras, visitar de vez en cuando y a veces transportar los evangelistas. Pero con o sin él, la obra de Dios está en marcha, y los indígenas dependen de la dirección del Señor y su provisión para las necesidades de la iglesia.

Además de estas asambleas indígenas, hay misioneros residentes por regla general en Maoukoulou, Koyan, Baktchoro, Pala y Doba. En un libro tan reducido como este, no es posible relatar detalles de cada centro, pero podemos usar Doba como representativo. A cincuenta metros de la casa fluyen las aguas del río y los pescadores pasan en sus embarcaciones. Palmeras rodean el lugar. Desde el comienzo de la obra allí en 1925 Doba ha sido un verdadero oasis para miles, y las aguas de vida han entrado en los corazones de muchos. El salón amplio acomoda a quinientas personas y a veces está más que lleno. El domingo comienza con una reunión para los jóvenes de la escuela secundaria del pueblo, contando con la ayuda de Dick Sanders pero siempre a cargo de estudiantes o un profesor de la escuela. El mensaje se da en francés a un auditorio de 100 o 150. Cuando estos están saliendo en fila, los mayores están esperando para entrar y asistir al culto de predicación, pero esta es sólo una de tres reuniones de evangelización en Doba. El predicador es siempre un cristiano africano, y con cierta frecuencia algún oyente se pone de pie para hacer saber su deseo de ser cristiano. Los ancianos entrevisten a estos individuos, anotan sus nombres y les animan a asistir las clases de orientación.

Mientras está en progreso el culto de predicación, la escuela dominical lo es también, pero en otros edificios. Unos 150 alumnos copan el salón de clases, mientras los alumnos mayores se congregan a la vez en la escuela diaria. Los maestros africanos emplean métodos modernos como el flanelógrafo. El partimiento del pan es la próxima reunión, con unas doscientas almas participando. Durante la semana se usa la capilla para el estudio bíblico, la alfabetización en mbia, la oración de mujeres y el culto general de oración. Los misioneros intervienen en estas diversas reuniones solamente al ser invitados por los ancianos.

Los africanos se encargan de todas las operaciones del amplio dispensario. John Olley estudió medicina cuando estaba en Chad y recibió su título de una universidad norteamericana a distancia, pero no fundó hospitales ni escuelas. Su único objetivo era evangelizar el pueblo y plantar asambleas. Una vez independizada la nación, el gobierno ejerció presión sobre las misiones a construir dispensarios y hospitales, cosa que los africanos han hecho. Tomás es el principal enfermero varón, un hombre eficiente y ejercitado espiritualmente, y es responsable por la obra médica en Doba. Los cristianos en Chad han recibido una muy grande ayuda del doctor Seymour de las “Midmisiones” bautistas, quien regente un centro en Koumna para preparar enfermeras y parteras. Se invitan a las iglesias a enviar candidatos y costera los gastos. El arroz o mijo para un hombre, más sus útiles en el primer año, cuentan £30. El plan de estudios abarca cinco años y el costo para la asamblea en el último año de £70 más los granos. Las parteras estudian por cuatro años y la asamblea debe aportar entre £4 y £8 por mes. El varón no recibe diploma alguno, de manera que no puede buscar ser contratado como enfermero graduado en una institución del Estado, aunque sin duda podría percibir mucho más en este tipo de empleo. Seymour rehúsa ayuda de las autoridades.

Tomás entrevista los pacientes en Doba, contando con tres enfermeros más como asistentes. Ellos tornan en dar el mensaje espiritual en un culto para los pacientes, aunque si un evangelista africano está presente, él lo hará. Janet M’Dougall administra eficientemente el departamento de maternidad, siendo ésta la única intervención de los misioneros en la obra médica.

Terminado el mensaje, todos se arrodillan en la arena para pedir bendición de lo alto, y con esto se da inicio a los tratamientos. El paciente paga una pequeña suma por la consulta y compra sus propios medicamentos. Uno de los enfermeros es responsable por las inyecciones, y al africano le encanta ser “pujado”. “Se me mete muy adentro”, dice, “y me hace mucho bien de una vez”. Otro venda las asquerosas úlceras, y todavía otro está a cargo del microscopio, etc. El año pasado se atendieron a 40.000 visitas. Por el momento un misionero compra las drogas pero dentro de poco esta función también será africanizada. Tomás realiza hábilmente las operaciones menores.

La sala de parto es moderna y el complejo incluye consultorios además de dependencias para el hospedaje (por cuenta propia) de los acompañantes. Por lo general hay tres o cuatro parteras en formación. En un año se realizan 190 partos, entre ellos varios por musulmanas. Las mujeres llegan por diversos medios, inclusive a bordo de la bicicleta del marido. Los caminos son recuos y no es difícil imaginar lo que sufre una parturienta en cuarenta kilómetros de viaje. Una querida señora decidió que no podía más; ella dio a luz en la ribera del río a la vista del dispensario al otro lado.

Margaret King administra la librería donde funciona también una modesta biblioteca de literatura cristiana. Los libros y folletos a la venta vienen en varios idiomas. Aquí se manejan también los cursos Emaús; hay catorce en francés y dos en mbai. Algunos alumnos han profesado fe al estudiar este material, pero estas profesiones suelen ser superficiales; es el seguimiento que vale. Una campaña de alfabetización es otra iniciativa de esta hermana.

En otro edificio uno de los salones está dedicado a la traducción de las Escrituras. Neville Taylor, con un núcleo de tres africanos, ha traducido doce libros del Antiguo Testamento y está ocupado en una revisión del Nuevo Testamento en mbai. Los Saunders son responsables por el funcionamiento del centro y su tarea es pesada además de variada. Él planifica los estudios bíblicos y las excursiones, y también interviene en los cultos dominicales. Supervisa el taller donde africanos hacen los marcos, bancos y enseres para las salas de reunión; mantiene los vehículos, las bombas y los aparatos eléctricos. Uno de estos hombres ha aprendido hacer estructuras de más de tres metros de luz para los techos y coordinar la construcción de edificios enteros sin la ayuda de un blanco.

Poco después de la independencia los cristianos en Doba se preocuparon mucho debido a que no había escuelas chadianas vinculadas con las asambleas. Es loable que hayan levantado cinco salones de clase y cuentan con igual número de maestros para cuyos sueldos son responsables en parte. El gobierno subvenciona esta enseñanza de escuela primera.

La necesidad sobresaliente en Chad  hoy en día es una institución para la preparación de los varones que son graduados de los colegios y pueden estudiar en francés. Nunca será posible dotar a los africanos de textos de referencia en los muchos idiomas coloquiales; la demanda es poca y el costo mucho. La solución parece ser usar el francés en la preparación de los que han sido educados en ese idioma, enseñándoles y animándoles a la vez a predicar en su propio dialecto. Dick Saunders tiene ya un programa de instrucción y sus colegas aspiran dedicar un par de semanas cada año a esta iniciativa, pero hace falta que un hermano instruido en el francés se dedique a ella a tiempo completo.

El pequeño granero es un edificio interesante. Se enseña al pueblo del Señor a diezmar, llevando al granero lo que han puesto aparte para la obra de Dios. Una parte va a las viudas y los huérfanos, otra a los evangelistas a tiempo completo y el remanente a las comidas en las conferencias. Varias veces en el año todos los evangelistas de dedicación exclusiva vienen de los pueblos en derredor para estudiar la Biblia juntos durante varios días y conversar sobre las muchas dificultades. Doba es el centro de varios esfuerzos en otras poblaciones, y varios nativos dedican todo su tiempo a visitar las asambleas, quizás por una semana en cada una. Ellos se encargan de tres pequeñas escuelas bíblicas en estas poblaciones.

En la zona hay más de 60 de estas iglesias locales, cada una con sus respectivos ancianos, y 120 núcleos donde se reúnen creyentes cada semana. Hay más de 70 evangelistas e igual número de obreros a tiempo convencional. Se estima que en el área de Doba por lo menos 15 000 personas asisten a los cultos cada domingo en una población de 150 000. Que el Señor multiplique estos oasis espirituales con sus pozos y palmeras.

 

9     Géiseres y manantiales borboteando

 

¿Iglesias cristianas formadas sin un misionero? ¡Imposible! ¿Asambleas que aparecen de la nada, subiendo como agua de una fuente? Es exactamente lo que está sucediendo en Chad ahora, donde muchas veces el misionero extranjero no desempeña ningún papel en la formación de una iglesia local. Como las aguas salen a burbujas por sí solas de un pozo artesiano, así también la obra de Dios está progresando por el Espíritu Santo. Tal vez las varias congregaciones no siempre se conformen con las normas europeas, ¿y qué? Echemos una mirada a algunas.

En una de las asambleas de Fuerte Lamy hasta quinientas personas se congregan cada domingo para hacer memoria del Señor Jesús en el partimiento del pan. Los varones se sienten por un lado del gran salón y las mujeres al otro. El interior oscura hace contraste con el brillo del sol tropical, y los grandes ventiladores de techo circulan sólo un poco del aire caliente. Están presentes personas de quizás veinte tribus y los miembros de cada una se concentran en grupos para aportar al canto en su idioma respectivo. El himnario principal está redactado en mbia, pero se emplean hasta catorce más, entre ellos los de ngumbai, kim, nanchari, francés, árabe, gor, toubri y maraba.

De hecho los vestidos de las mujeres van a llamar la atención al visitante. Normalmente las esposas de los ancianos se sienten juntas en las primeras filas y arropan vestidos idénticos. Pañuelos del mismo estilo y color, sea escarlata, verde turquesa o azul brillante, reposan sobre trenzas de pelo crespo. Uno se sorprende al leer las leyendas estampadas en inglés en los vestidos: “Bésame ya”, “Te adoro”, etc. Desconociendo ese idioma, la orgullosa portadora no está consciente de las tentaciones sutiles que presenta. Pero con mayor frecuencia el motivo será el rostro de algún personaje político, tal vez un Presidente africano, de Gaulle o aun Winston Churchill. El diseño se arregla casi siempre de manera que la mujer esté sentada justamente sobre la cabeza del político, y quién sabe si se trata de un deseo de jugar un papel en las cuestiones del Estado.

Hay hasta cincuenta bebés presentes en el culto; si son niñas, tienen a cabeza cubierta con gorra o pañuelo. Obviamente hay que atender a las necesidades más inmediatas de las criaturas, a veces en la forma de un pequeño recipiente que aparece oportunamente de dentro de alguna bolsa, pero otras madres portan una toalla grande que doblan para absorber el líquido.

En cierta ocasión Lalla Jouhra recibió un vestido nuevo de una hermana en Inglaterra. Aun cuando se extendía muy por debajo de las rodillas, la prenda no contaba con la aprobación de la esposa de un anciano sentada a su lado, quien opinaba que sólo las maxifaldas son aceptables en la cena del Señor. No tardó en quitar la toalla de un bebé y colocarla ─  caliente, bien mojada y olorosa ─ sobre las piernas y el vestido nuevo de la ofensora. ¡Ahora Lalla Jouhra podía quedarse hasta terminar el culto!

Por supuesto, se presentan incidentes; uno tiene que velar y orar. Los varones siempre se arrodillan en el piso de concreto para la oración, y cuando uno ve un chorro de orina fluyendo rumbo directo por el pasillo hasta su pantalón, ¡lo más apropiado es levantar la pierna para evitarlo! Los bebés exigen ser amantados en pleno culto y las madres no tardan en abrir la blusa para atender a este requerimiento; con tal que estén cubiertos los tobillos y la cabeza, todo está en orden. Pero si el chiquillo ya ha sido destetado, lo indicado es sacar un frasco de mijo muy espeso, acostar el hambriento boca arriba, formar un embudo con la mano materna y vacar el líquido en la boca ─ y sobre la nariz y los ojos del bebé que esté protestando a todo dar. Trágalo o perezca, niñito; cómo logra vivir es un misterio para mí, ¡pero todo esto me ayuda en la devoción!

Un decano armado de un palo largo pasea por los pasillos para tratar con cualquier hermana difícil que no controle su lengua o se bebé. “Vuestras mujeres callen en las congregaciones” asume un sentido nuevo en el contorno de un culto africano. Los ancianos se atavían de su mejor flux, camisa inmaculada y corbata de mano, no olvidándose de su padre espiritual, Olley, quien se vestía formalmente no sólo para los cultos dominicales, sino también para cenar en un pueblito en el monte. Aun a los 41° en la sombra, un anciano debe vestir de saco, medias, cuello y corbata.

En el medio del salón está la mesa, cubierta de un mantel bordado en los colores de la bandera nacional, rojo, amarillo y azul, y posiblemente estampado con la leyenda, “Unidad, Trabajo, Progreso”. El vino está bien aguado, guardado en un recipiente grande que está tapado por un corcho para proteger de las moscas y avispas. Debajo de la mesa hay varias botellas de vino, destapadas, para surtir al recipiente principal. En el momento oportuno se llenan ocho platos hondos de barro y se adelantan sendos diáconos, uno de cada tribu. Cada uno de ellos circula su cuenco, levantando la mano y chasqueando los dedos ruidosamente cuando falta vino. Su tarea realizada, los diáconos colocan sus platos hondos sobre la mesa y se sienten en silencio reverente. El último en regresar a la mesa apura cada recipiente y presenta a cada colega el plato hondo que contiene el sedimento. Él se siente a la vez, y un anciano u otro diácono le pasa a él este recipiente, y de esta manera se persigue cumplir la exhortación al amor el uno por el otro. Finalmente se ordenan los ocho cuencos en dos pilas sobre la mesa, cubiertos por el paño.

Invariablemente el culto comienza con un himno en mbai, ya que esa tribu se considera el líder de las otras, tanto en lo político como en la religión. Un hermano dirige, cantando la primera línea solo, y luego otros se incorporan con la segunda. El líder no canta las últimas pocas palabras de la estrofa, sino respira profundamente. Mientras la congregación entona la última palabra de la estrofa, él grita la primera línea de la siguiente. De esta manera el canto es continuo, sin pausa entre las estrofas, comenzando bajo y llegando a un gran crescendo. Parece que nunca respetan la melodía; cuando uno canta do-re el otro canta re-do, cada cual con algo diferente sin concordancia. La polifonía es extraña y el chillido de las mujeres hace una forma de contrapunto. La música para la mayoría de los himnos es europea, pero difícilmente un visitante se da cuenta. El canto no es melódico bajo ninguna definición y contrasta grandemente con el de Nigeria, o el de los kabyles en Argelia. Lo esencial parece ser la capacidad de hacer ruido con gusto.

En una ocasión vino de los Estados Unidos una banda profesional para dar un concierto en Fuerte Lamy. Asistieron los funcionarios principales de la nación y de la ciudad, como también varios embajadores y jefes de tribu musulmanes y paganos. Los musulmanes se sentaron por un lado del salón, los paganos por el otro y los funcionarios sobre una plataforma construida con este fin. El conductor, vestido de rigor y batuta en mano, dio la señal a la banda para dar inicio al primer número.

De una vez los africanos y los musulmanes comenzaron con su propia música en oposición a los visitantes. Tambores de toda índole, flautas, gaitas, ulúleles, clavicémbalos, cornetas, tomtoms, oboes y todo instrumento africano conocido crearon una cacofonía que no admite descripción. No había cómo parar la cosa, ni cómo oir a los norteamericanos. Los africanos estaban resueltos a hacer ver que podían tocar tan bien, si no mejor, que esos extranjeros. La situación parecía delicada, pero el conductor supo responder. Saludó a los africanos y dirigió para ellos. Estaban encantados; ¡ellos habían mostrado que nadie podía superarles! Esto le recordó a Abd alMasih de los loables intentos de diversos misioneros a enseñar a los creyentes africanos a cantar en armonía y con arreglo a la música. Todos fracasaron; el canto siguió à l’Africain.

Una vez cantado el primer himno el domingo por la mañana, un anciano sentado al fondo del salón se levanta, cuaderno en mano, y lee una lista de los que desean participar o que han venido de otra parte con una carta de recomendación. Al ser leído su nombre el individuo se pone de pie para que todos le reconozcan. “Dé la vuelta para que todos le vean”, ordena a la linda señorita, y uno casi discierne cómo ella se ruboriza debajo de la piel negra ante la mirada de quinientos pares de ojos que observan sus encantos. Le tenía intrigado a Abd alMasih oir los nombres de personas que eran de la comunión de esa misma congregación. Se le explicó que habían estado en otra parte el fin de semana anterior y debían portar una carta adonde iban y de donde venían, para hacer constar que no se habían comportado mal en la ausencia y efectivamente asistieron a la reunión de otra asamblea, o al acto de alguna iglesia en el pueblo donde visitaron. Si se descubre a uno en la primera fila sin la debida carta, se le despacha al fondo como un zángano sacado de la colmena.

Se reconoce como evidencia de ser cristiano una carta de una iglesia bautista, o de la Misión Unida del Sudán. Cada miembro de esa Misión porta un carnet y debe cancelar su cuota mensual además de su diezmo para aquella organización. Sólo con su tarjeta debidamente actualizada puede él participar en su culto de comunión. Otra práctica indudablemente antibíblica es la de exigir una cuota a cierto fondo central administrado en Fuerte Lamy. El que no cumple es visto como ajeno y se le prohíbe participar. Se ve fácilmente cómo una costumbre común y aceptable puede ser abusada y cómo se impone sutilmente un estilo legalista. El remedio está en que cada creyente ande en comunión con el Señor y manifieste por una vida de separación que es un hijo de Dios. Ningún documento puede dar fe a esto.

Casi terminado otro himno, una enorme rana empieza a croar y luego brinca al frente del salón. Lagartijos suben las paredes y corren por el techo mientras una muy nutrida rata corre por un piso. Los zancudos abundan en la época de lluvia pero a cada rato un gran golpe de manos anuncia que hay uno menos.

Después del himno inicial uno de los grupos menores canta otro en su propio idioma mientras la demás gente deja entrever su aburrimiento. Ahora todos se arrodillan en oración; muchos de los varones se postran, frente contra el piso. Entonces un hermano africano se pone de pie para leer las Escrituras, pero tiene que dar un golpe suave a otro con el codo para que éste a su vez mande a un tercero, cuatro puestos distante, a prestarle sus gafas. Con mucha ceremonia el primero las pone y comienza a buscar el pasaje. Parece que las gafas son una insignia.

Algunas asambleas cuentan con un reloj despertador en la pared, pero no es de pensar que sirva para indicar cuándo terminará la reunión, ni por cierto cuándo ha debido comenzar. La alarma suele sonar durante una intervención, pero ni sonrisa provoca. Otras asambleas tienen más bien un reloj que marca los cuartos de hora, ya que lo ideal sería un gran carillón. Mucho parece extraño para una mente europea, pero se nota la gran reverencia al circular el pan y la copa. Por regla general el culto termina con una exhortación en un árabe machucado a “andar por delante” y siempre “caminar por una senda derecha”.

Un culto de ministerio puede durar varias horas, pero que nadie piense que los cristianos en Chad son sobrehumanos o más santos que en otras partes como para absorber horas de enseñanza. Un hombre o una mujer intenta prestar atención por diez minutos, sale por un rato y luego vuelve para otro intento. Algunas se acostumbran a pasar por la ventana abierta para escupir. Un anciano saca su reloj, lo agita para asegurarse de que esté funcionando, lo agita vigorosamente una segunda vez, lo pone al oído, y parece que es hora que la reunión termine, pero …

La reunión de oración se celebra bien el jueves o bien el sábado. El jueves, por ser la noche que el Señor pasó en oración en Getsemaní y por esto es el día escriturario para una reunión de oración. El sábado, porque es la noche antes de la celebración de la cena del Señor y por esto el día indicado para preparase y confesar públicamente el pecado. “Señor, que bendigas a nuestros hermanos en las asambleas cristianas en el mundo entero que se reúnen este jueves en la noche para orar”, fue la petición de un querido hermano. Lo normal es que comiencen con informar al Señor de la hora exacta y el día del mes. “Señor, aquí estamos congregados a las 6:00 este jueves en el atardecer el día 10 del mes de mayo de 1971”.

A las mujeres no se les permiten orar en el culto general de oración pero se les animan a levantarse a confesar su conducta indebida. Estas confesiones generalmente se hacen entre dientes y tratan de una querella doméstica, una riña con otra hermana o una falta moral. El sábado en la noche abundan las confesiones largas en anticipación de las actividades dominicales, y por esto la reunión puede extenderse por tres horas. Se obligan a los hijos a asistir; ellos intentan en vano quedarse despiertos pero terminan acostados sobre los bancos o en el piso. Al comienzo del culto se leen de dos registros, el uno de los enfermos y el otro de los que viven en otra parte o están viajando.

Al visitante quizás le extrañe la mucha preocupación por los viajeros, pero sólo hasta darse cuenta de las dificultades y los peligros que se presentan al viajar en Chad. Muchos de los hombres tienen que caminar largas distancias donde abundan fieras, aun leones, elefantes y leopardos. Se cruzan ríos donde de repente sube hasta debajo de la canoa un hipo que la vuelca. El agua corre velozmente, los coradillos abundan y el peligro de ahogarse es real. Un hipo o un coradillo, cuando molesto, destruye una pierna humana en un dos por tres. Aquellos que pueden costear un viaje por camión esperan fuera del pueblo a un vehículo que ya está lleno. Se montan al techo para aferrarse a toda fuerza sobre los sacos de arroz y mercadería. No hace mucho que se volcó un camión propiedad de cierta asamblea y manejado por uno de sus ancianos. Tres murieron en el acto y varios evangelistas fueron heridos. Fue necesario que la policía custodiara al chofer porque de otro modo los dolientes lo hubieran matado.

Por lo general los autobuses interurbanos viajan de noche. El chofer hace carrera por las trochas pero se han conocido casos cuando se desvió al monte para perseguir a un conejo que vio en la luz de los focos. A la 1:00 de la madrugada, más o menos, él se acuesta para dormir hasta las 4:30. Abd alMasih pasó varias noches acurrucado en su saco al lado del camino, con un ojo abierto por los ladrones y dos oídos para captar la conversación en árabe de sus amigos viajeros. Así se aprende.

Él estaba de viaje en cierta ocasión cuando uno de los creyentes oró fervorosamente: “Señor, guarda a tus siervos de todos los bichos y bestias y ratas y culebras que hay en esa chocita de paja. Manda tu ángel a protegerles para continuar su viaje, y diremos Aleluya”. Su oración mereció muchos Amén a viva voz. ¿Qué se encontraría en esa chocita donde abundaba la vida animal y todo era olor de parafina? El Señor oyó la oración y los evangelistas durmieron como un rolo.

Viajar en Chad no es fácil ni siquiera para el misionero que posee un camión o un 4 X 4. En el norte hay que atravesar arenales que hunden las ruedas y por esto uno porta una pala y láminas de hierro. En la temporada de lluvias el problema es el barro; a los diez minutos de haberse desatado una tempestad es imposible progresar por cuanto los caminos son de tierra y el vehículo abre zanjas o se resbala por dondequiera. Dentro de poco se encuentra un barriêre de pluix. Los guardianes africanos colocan estos a través del camino tan pronto comience la lluvia para impedir todo tráfico hasta por un mínimo de veinticuatro horas. Esto quiere decir dormir en el vehículo o donde uno pueda.

Uno de los peligros principales en la sequía es el polvo. Es agonizante segur un camión por horas en la noche cuando está levantando arena en un camino de tierra. El chofer no está dispuesto a dejar que se le adelante, la vía es estrecha, la superficie irregular y el tráfico que viene en su contra es impredecible. Estas circunstancias han cegado centenares de vidas.

Los elefantes representan otro peligro. Cuando una manada de elefantes ocupa la vía sin prisa, es el colmo de la necedad intentar adelantarla. Uno no debe sonar corneta ni prender luces, ya que de estas maneras se molestan los elefantes, y uno de ellos cuando asustado puede volcar y aplastar un carro con sus enormes patas. Cierto señor vio que un elefante se acercaba a su vehículo y por esto salió rápidamente por la puerta al otro lado. El animal volcó el carro, lo pisoteó y lo aplanó mientras el dueño se encaramó en un árbol. Desahogado, el elefante se fue.

En cierta ocasión dos camiones se encontraron en un camino estrecho con un terraplén a cada lado. Ninguno de los dos chóferes estaba dispuesto a ceder. Quince o dieciséis jaulas de pollos vivos estaban suspendidas por un lado de uno de los vehículos y todas fueron rotas al rozar con el costado del camión donde Abd alMasih viajaba. Las aves asustadas, algunas de ellas heridas, volaron por dondequiera en la oscuridad con una cacarea que fue superada solamente por las maldiciones de sus dueños y los chóferes.

Otro gran riesgo al manejar en Chad es la superficie corrugada. Las “costillas” pueden ser de diez o quince centímetros y la única posibilidad es de proceder a 80 kph o más. Si se baja a 65, el vehículo gatea. Abd alMasih iba por uno de esos caminos a 95 kph cuando explotó un neumático trasero. El vehículo giró lentamente sobre las corrugaciones. Dos años antes, se volcó y tocar los frenos esa vez hubiera tenido la misma consecuencia. Él pasó un buen susto.

Un viaje puede ser demorado indebidamente por un ferry, y en África no hay vía alterna. Se espera. Abd alMasih encontró que un señor había intentado bajar su camión cisterna por un pendiente severo para abordar el ferry. El vehículo estaba cargado de gasolina pero fallaron los frenos; los palos en el ferry no bastaron para impedir que el vehículo alcanzara el extremo lejano. El chofer lo dirigió a las cadenas que amarraban la embarcación, con el resultado que la nave levantó la proa y el camión quedó suspendido en el aire. Los obreros intentaron impulsar el ferry con palos pero éste se quedó varado en medio del río por dieciocho horas. Cuando atracó de nuevo a nuestro muelle, estaba cargado de unos cuantos hombres heridos, algunos portando rifles y otros encadenados. Así es África. En un lapso de tres meses en 1969 tres vehículos de los misioneros volcaron. Abd alMasih ayudó a remolcar dos de ellos y le dio lástima ver su condición. Los africanos tienen por qué orar por todos los que viajan.

En algunos lugares los creyentes se dividen en grupos para la oración conforme a su lenguaje y sexo. Cada uno ora en voz baja para que los suyos puedan oir pero los otros grupos no. Por cierto, es un hecho notable que una mujer parturienta no puede parir hasta haber confesado sus pecados delante de las otras mujeres. Ellas persisten en instarla que se confiese, y hasta que lo haya hecho no puede dar a luz. Hecha la debida confesión la criatura aparece. ¿La explicación? Explíquelo usted.

En algunos centros misioneros los evangelistas y los obreros a tiempo completo se reúnen una vez al mes para oración intensiva. Oran sistemáticamente por los grupos y las asambleas de su distrito, intercediendo por los creyentes por nombre a lo largo del día.

Las reuniones de oración no se limitan a las capillas. El señor Rodgers y Abd alMasih fueron invitados a visitar un ministro del gobierno antes de partir al sur por avión. Era cristiano y quería conversar acerca de un problema espiritual. El culto dominical terminó a las 12:45 y el vuelo estaba anunciado para las 2:00, de manera que había poco tiempo para comer y platicar, pero él insistió: “Es imposible que se marchen sin orar”. Un misionero les encomendó al Señor y un africano ofreció una oración extensa. Abd alMasih intervino con un gran Amén, pensando que con esto la oración llegaría a su fin, pero el hermano lo interpretó como señal de aprobación y prosiguió por largo. Ni con varios Amén más terminó su plegaria. ¡Y otro empezó a orar! A través de ojos cerrados sólo a medias, Abd alMasih vio a otro misionero navegar entre varias piernas y avisar al suplicante, “Ellos tienen que viajar en cuatro minutos”. Silencio.

“Pensé mejor parar la cosa”, explicó mi hermano rumbo al aeropuerto, “porque sabía que dos más estaban esperando turno”. Pero no hubo problema; éramos huéspedes del ministro, de manera que se prescindieron de una entrega de boletos y lo demás; el avión esperaba.

Los bautismos son una parte integral de la vida eclesial, pero pocos creyentes en mi país estarían de acuerdo con los ancianos en Chad. Están convencidos de que antes de ser bautizado uno ha debido dar evidencia de vida divina, haber aprendido a leer en su propio idioma tribal y tener una comprensión cabal de las verdades del Nuevo Testamento. Un grupo pentecostal bautiza con base en sólo una confesión de fe, y los resultados han sido catastróficos. Los ancianos de la asamblea sostienen que no puede existir una iglesia local según el Testamento sin que cuente con ancianos, y que los ancianos tienen que ser aptos para enseñar, y que es imposible que uno enseñe si él mismo no sabe leer la Palabra de Dios y exponerla inteligentemente, ¡y por lo tanto todo el mundo debe saber leer para ser bautizado!

Se solicitan a los aspirantes al bautismo asistir a clases especiales dos veces a la semana por dos años y después de esto son entrevistados. Se pide esperar a más o menos la cuarta parte de los entrevistados, para dar mayor evidencia de haber renacido. Un hermano africano preparó para mi uso la lista siguiente de algunas de las preguntas en estas entrevistas:

  1. ¿Cuántos bautismos hay? Respuesta: Hay tres tipos: el bautismo del
    Espíritu Santo, el bautismo por agua y el bautismo en el infierno
    que Dios mismo administra.
  2. ¿Usted ya ha sido bautizado? Respuesta: Sí. ¿Cuándo fue eso? Respuesta:
    El día de mi conversión.
  3. Nombre cuatro cosas que Dios prohíbe. Respuesta: Hechos 15.29.
  4. Nombre cuatro cosas que Dios demanda. Respuesta: Hechos 2.42 al 44.
  5. ¿Dios quiere el diezmo del creyente? Respuesta: Sí.
  6. ¿Cuántas veces ha diezmado usted?

También se acostumbra hacer preguntas más personales. Por ejemplo a una linda señorita se pregunta: “Si un ministro del Estado que no es cristiano le ve y quiere casarse con usted, ¿qué haría?”

En Fuerte Lamy las cinco asambleas generalmente se unen una o dos veces en el año para bautismos públicos. En el día señalado los creyentes se congregan poco después de las 6:00 a.m. para oración y luego marchan al río con canto y en procesión. Un área ya ha sido preparada para los que serán sumergidos, compuesta de cubículos formados por esterillas. Los 125 candidatos están sentados en filas en pleno sol, los varones desnudos del cinturón arriba. Los líderes dirigen el canto en mbai, ngumbai, árabe, sango, kabba y otros idiomas. Todos dominan el árabe chadiano, de manera que se invita a Abd alMasih dar un mensaje, y a él le impresiona la tremenda oportunidad que se ofrece para anunciar el evangelio a este auditorio muy mixto de cristianos, musulmanes y paganos. A poco distancia un africano está convirtiendo un rolo en canoa y los pecadores están descargando su embarcación. Montones de sal en piedra están a cada ribera; los obreros la están aflojando con los pies antes de echarla sobre arena para secar.

Terminada la intervención, tres ancianos entran en el agua, y a cada candidato que les sigue se pregunta: “¿Cree usted en el Hijo de Dios?” Los cristianos se fijan bien para asegurarse de que el cuerpo entero sea sumergido. “Mire, su dedo no fue cubierto”, o, “Fíjese, una de las orejas no se mojó”, y por esto hay que repetir la ceremonia. La persona entera tiene que ser sumergida, muerta y sepultada, o el sujeto puede dar lugar a problemas posteriormente. Una vez bautizados quizás veinte personas, hay más canto. Los que han salido del agua son recibidos por amigos y llevados a prisa a los cubículos. El evento puede extenderse hasta el mediodía y al final todos los concurrentes dan la mano y desean el bien para cada uno de los bautizados en la larga fila.

De nuevo se forma la procesión y con mucho canto todos regresan al local evangélico. Por regla general se reciben en la comunión de una vez al recién bautizado. Se pasa el día en festejo con corazón alegre, y a veces se presenta el peligro de dar rienda suelta a una emoción exagerada, inclusive por un baile, cosa que se suprime de una vez.

Una visita a una asamblea pequeña en el monte es una experiencia que uno no se olvida. Aquí como en otras partes los ancianos respetan la enseñanza de 1 Corintios 11 en cuanto a la cubierta de las hermanas. Esto puede dar lugar a una dificultad, porque en algunas tribus la mujer se viste de tan sólo un pañuelo que ata por los lomos. Se han presentado unos muy pocos casos donde una mujer ha quitado esa escasa prenda ¡y ha entrado en la reunión en pleno cumplimiento con la enseñanza de cubrir la cabeza debidamente! Una hermana misionera tiene que intervenir en estos casos y explicar la situación. Cuán importante es en Chad, y toda otra parte, que los cristianos entiendan que nada aprovecha cumplir estrictamente con una regla para simplemente cumplir. Es preciso leer y comprender las Escrituras relevantes, reconociendo el señorío de Cristo en un espíritu de temor de Dios.

Uno de los misioneros encontró una solución a este problema delicado de la cubierta. Compró una cantidad de calabazas (totumos) de diversos tamaños y las colocó a la entrada del salón evangélico. Al entrar, se le exigía a cada hermana cubrir la cabeza con una. Todo estaba bien hasta que las mujeres bajaban la cabeza en oración, las calabazas cayeron al suelo y las mujeres se reían tontamente. ¡Solución masculina a un problema femenino!

Otro problema en el monte es encontrar pan y vino; la gente no los usa y no hay dónde encontrarlos. A veces se mezcla harina y agua para hacer una masa a secarse en el sol, pero en otras partes se manda un muchacho a comprar un paquete de galletas. Aun los pueblitos más pequeños cuentan con una mesa donde comprar azúcar, té y galletas viejas, secas. El vino está añejo y parece vinagre, provocando un verdadero dolor de garganta.

Después del partimiento del pan cada varón pasa a la mesa y deja una moneda debajo del paño que la cubre. Luego las mujeres hacen lo mismo pero se nota que aportan más que los varones. Las mujeres van al mercado a menudo y pueden vender allí, pero los hombres portan poco circulante. También se dejan gallinas vivas, harina, mijo, huevos, arroz y maní en una variedad de cestas al lado de la mesa, todo a título de una ofrenda al Señor.

El programa semanal sigue un mismo patrón en la mayoría de estas congregaciones. Poco después del amanecer en el día domingo los niños se congregan para la escuela bíblica conducida por uno de los ancianos. Sigue el culto de predicación, siempre antes del partimiento del pan. Durante la semana hay clases de alfabetización para ambos sexos, valiéndose de guías redactadas en su propio idioma. En los lugares donde hay un obrero a tiempo completo los cristianos se reúnen a las 6:00 a.m. para oración y estudio en los meses cuando el trabajo en el campo está al mínimo. En tiempos de epidemia o peligro especial ellos se juntan para oración mucho antes del amanecer y de allí van a sus labor en el campo. La reunión de oración se celebra el jueves o el sábado.

En las poblaciones de mayor tamaño los alumnos de las instituciones superiores salen de visita a los pueblos, bien a pie o en bicicleta. Una banda de diez o doce viaja hasta treinta kilómetros y comienza con entrevistarse con el caique, pidiendo que reúna su gente para un culto al aire libre. Parados bajo un árbol grande, cantan himnos, abren con una oración corta y luego cada uno da un mensaje de diez minutos. Pasan la noche en el pueblo, reuniéndose el día siguiente con los creyentes que haya, y regresan a la institución el domingo en la noche. Un grupo de enfermeros y obreros a tiempo completo trabaja entre los musulmanes, usando el Nuevo Testamento e himnos en árabe; hasta cuarenta musulmanes se han congregado para escuchar. Durante la estación de sequía se celebran cultos al aire libre, pero en las lluvias forzosamente hay que buscar una choza.

Una de las maravillas de la naturaleza es pararse al lado de una fuente de agua viva y darse cuenta de que desde los tiempos de Noé ese pozo ha estado produciendo espontáneamente, y una de las maravillas de la gracia es darse cuenta de que cada domingo por la mañana en centenares de lugares estos creyentes adoran a nuestro Señor y Salvador. Gente semialfabeta, sin ayuda de otros, enseñados por el Espíritu Santo, ellos son un milagro de la gracia divina.

 

10   Lago de Chad

 

Un lago tan grande como toda Suiza, pero desconocido a los exploradores ingleses hasta 1823. Un lago al cual fluyen millones de toneladas de agua cada año pero no posee salida visible. Un lago donde muchas de las islas flotan, las embarcaciones son de caña pero no pueden ser hundidas; donde los novillos y las vacas nadan de isla en isla. Un lago rodeado de muchas tribus pero varias de ellas no evangelizadas aún. Un lago que por lógica debe ser un pantano estancado, donde el agua es salada pero es chispeante y abriga cantidades de peces e hipos. Un lago tan grande como Gales que se duplica en superficie en cada estación de lluvia.

Son tremendas las posibilidades en este enorme mar tierra adentro con sus miles de islas de una profundidad promedia de metro y medio, pero sobre el cual las tempestades tropicales desatan su furia y en el cual las enormes olas amenazan a los viajeros en sus pequeñas embarcaciones.

Se compara la Palabra de Dios a la lluvia torrencial que cae del cielo para refrescar al cansado y nutrir la tierra seca. Pero las lluvias caen por sólo dos o tres meses al año. Dios en su sabiduría y bondad ha preparado una gran reserva para que la gente disponga de agua todo el año. Así es el lago de Chad, ya que de él fluyen estos conductos subterráneos que llevan la vida y el refrigerio a los moradores del desierto. Dios es la Fuente, la Biblia es la reserva; el creyente en comunión con su Señor saca el agua de vida, y de él fluyen los arroyos de bendición eterna.

En pleno comienzo de la era cristiana el Espíritu Santo hizo saber que todo hombre debería tener la oportunidad de oir el mensaje en su propia lengua. Un estudio cuidadoso de Hechos de los Apóstoles revela cómo se llevó a cabo en el primer siglo el propósito de Dios de enviar el evangelio a toda criatura. No fue simplemente por la predicación poderosa de Pablo y Pedro, sino por el testimonio individual de centenares del pueblo común que platicaron el evangelio, Hechos 11.19. En la República de Chad se hablan entre ochenta y cien dialectos e idiomas, pero la lengua de la calle es el árabe. Doctor Olley, aquel intrépido pionero, escribió un domingo de resurrección en Bitkine: “Vi al glorioso amanecer y me di cuenta como nunca antes de las glorias del Señor Jesús como la verdadera Luz del Mundo. Le rogué guiarme y ayudarme a cumplir con la carga sobre mi alma en la traducción de la Biblia … El Nuevo Testamento en el árabe del país facilitará la evangelización y las traducciones para muchas razas”. Él estaba muy al tanto de la gran necesidad del Nuevo Testamento en el árabe que la gente conocía, pero nunca logró realizar su propósito.

Más de 500 000 musulmanes del norte son árabes de nacimiento. Otros musulmanes tiene sus propios idiomas tribales como los toubous, kanembous, kotokos, boudamas, dagios y varios más, pero todos emplean el árabe de Chad como el idioma de comercio y en sus devociones diarias. Por esto las palabras y frases árabes que comunican ideas religiosas les son bien conocidas, pero muchas veces desconocidas a los cristianos. Los himnos y las oraciones en la asamblea grande en Fuerte Lamy emplean quince o más idiomas, pero muchos de los mensajes son dados en árabe. Todos los cristianos que se congregan en Mongo, Maukaoulou, Korbo, Abéché, Bokoro y Bongor emplean el árabe nacional, aunque muy pobremente, y el estilo, vocabulario y sintaxis varían de un lugar a otro, ya que son influenciados por el dialecto respectivo.

Frecuentemente se usa el árabe en una traducción instantánea del francés, pero el vocabulario cristiano es lamentablemente deficiente y la traducción suele ser insatisfactoria. El árabe educado rehúsa de plano escuchar un árabe de esta calidad, y con razón. El árabe con su resonancia musical y su ritmo es llamado el lenguaje de los ángeles, pero los cristianos del país y algunos de los misioneros lo abusan de una manera enteramente injustificada. Se le hizo obvia a Abd alMasih la necesidad imperiosa de una traducción que sería suficientemente sencilla para el uso de los creyentes pero de un nivel gramatical suficiente como para no ofender a los árabes y los musulmanes. Abd alMasih estaba consciente de lo difícil que sería la tarea que Dios le había encomendado.

Mientras más reducida sea el área que va a emplear una traducción, más fácil es producir una que será aceptable y comprensible para todos. El distrito para esta versión tiene un área cinco veces la del Reino Unido. En el árabe de Abéché, Ati y de los nómadas en la zona de Oum Hadjer se habla el auténtico árabe de Chad, pero de un nivel demasiado elevado para que los sureños lo entiendan.

Recién llegado en Chad, Abd alMasih invirtió de nuevo mucho tiempo en escuchar al pueblo. Se dio cuenta de una vez que podía captar lo que decían los musulmanes, pero la terminología árabe de los cristianos y de algunos de los misioneros era un problema de verdad. Él escuchaba intensamente. El principal orador en la asamblea en Fuerte Lamy produjo lo siguiente: “Satanás es como un conejo feroz, arnab gasi, y hace lo mejor que puede para asustar a las ovejas. Las ovejas horrorizadas ven el conejo y corren …” El problema mayor se presentó cuando este querido hermano intentaba traducir las Escrituras, ya que obviamente estaba pensando en su propio idioma y traduciendo literalmente, palabra por palabra. “Él dejó su niño atrás no dentro” fue cómo expresó “No escatimó a su propio Hijo”. Un intento para traducir “una ofrenda de olor grato” fue “un regalo de buena hediondez”. El mismo señor nos aseguró confiadamente que “Jesús tenía un pecado ─ no”, cuando quería decir que nuestro Señor es sin pecado. En la sintaxis de los idiomas de Sara se afirma positivamente y luego se niega esta afirmación cuando uno quiere expresar una idea negativa, pero esto es completamente ajeno al árabe. La mayoría de los oyentes no se daban cuenta de que él estaba “crucificando” el árabe. Lea cuidadosamente: “Dios envió su pequeño en el mundo poner ley sobre las cabezas de los hombres no adentro”. Lector, ¿captó de una vez que el predicador quería decir, “No envió Dios a su Hijo al mundo para condenar el mundo”?

Los cristianos emplean un vocabulario deficiente, valiéndose de un solo término para abarcar un sentido muy amplio. Nogra quiere decir “hueco”. La usan al hablar de la abertura en el techo por donde se bajó el paralítico en su lecho, para el ojo de una aguja, la sima de Lucas 16 y un pozo, a saber, “un alto hoyo abajo”. En su propio idioma los cristianos no distinguen entre la necesidad de algo y el deseo de tenerlo. Si lo necesita, usted lo quiere, y si no lo quiere, no lo necesita. La mayoría de los europeos reconocen que hay una vasta diferencia entre estos dos términos y que cada hombre, mujer y niño necesita la salvación, ¿pero cuántos quieren tenerla? Debemos distinguir. En los dialectos del sur no hay una palabra para amor; se usa “deseo”. Juan 3.16 reza: “De tal manera Dios deseaba al mundo”. El hombre ama a una mujer y desea poseerla, razona el sureño, pero esta es una idea enteramente errónea del amor divino que toma en cuenta solamente el bienestar de la persona amada. En estos casos la dificultad de comunicación no está en la mentalidad del oyente, sino en el evangelista que no percibe la necesidad de diferenciar entre el amor y el deseo. Él está limitado por su propio concepto y no se le ocurre que otro idioma tiene un vocabulario más amplio y rico.

Uno de los problemas mayores que le enfrentó a Abd alMasih en la traducción del Nuevo Testamento era el hecho de que términos árabes habían sido tomados de la Biblia en hausa para uso en los Testamentos en kim y mbai. Se les había dado un sentido nuevo en estas dos versiones, aun cuando seguían con su sentido exacto y original para los árabes. La palabra daraja comunicaba a los cristianos el pensamiento de gloria, aunque es difícil decir en qué medida ellos lo captaban. Daraja se deriva de “pasos” y tiene la idea de avanzar en la escala social. Así un ciudadano común es promovido al rango de miembro del parlamento, y luego es nombrado ministro del Estado y por fin alcanza la Presidencia. A falta de un vocablo mejor, esto podría ser un ejemplo de una “gloria” terrenal, pero promover a Dios es el colmo de blasfemia en los ojos de un musulmán, quien se rebela contra esa religión cristiana que concede grados de prestigio al Todopoderoso. Ruh alMuquddus era la palabra que usaban para el Espíritu Santo, y en realidad quiere decir el Espíritu Santificado. El participio pasado y la segunda forma del verbo árabe enfatizaban que el Espíritu de Dios, quien es intrínsecamente santo, había sido santificado por el creyente y por lo tanto no podía ser divino.

Sadaga era la palabra usada para traducir “sacrificio”, pero para todo musulmán su sentido es uno solo, el de dar limosnas. Es una de las cinco columnas del islám y encierra la idea de adquirir mérito delante de Dios por dar a un prójimo necesitado. Es evidente que ese término encontró lugar en las traducciones por la práctica común en África de beneficiar un animal para complacer una deidad, y luego repartir la carne o comérsela en un banquete comunal en el cual participan los ricos y los pobres. Se hacen estas ofrendas en los períodos de siembra y cosecha, o cuando se apelan a los dioses nacionales por lluvia. Son una parte de los ritos de fertilidad, y es el reparto de la carne que constituye la sadaga.

En una mente musulmana el empleo de este vocablo para significar un sacrificio le quita el sentido de la muerte de Cristo por el pecado. Se ofrece sacrificio a Dios y se dan limosnas a los hombres. Un sacrificio conlleva el derramamiento de sangre; una limosna es incruenta y normalmente toma la forma de dinero. Dar limosnas le confiere mérito al dador, pero el oferente de un sacrificio anticipaba el Calvario donde él reconocía que no tiene mérito alguno y confíaba plenamente en la sangre de Cristo. Comoquiera que uno lo vea, el uso de la palabra fue un error.

Cuando Abd alMasih oyó por primera vez la palabra que los cristianos estaban usando para “Hijo de Dios”, él literalmente dio un grito ahogado de asombro. Estaban afirmando que Jesucristo es Sakeer Alá, el pequeñito de Dios, pensando en un recién nacido. El Hijo de Dios en toda su magnificencia y gloria quedó rebajado a un chiquillo divino.

Ya se habrá visto que una traducción correcta involucra más que una expresión correcta de la fonética, pero estas palabras estaban tan arraigadas en la mentalidad de los cristianos que ellos resentían cualquier sugerencia de cambio. Con todo, no hubiera sido admisible usarlas en una traducción al árabe, ya que conservan hasta el día de hoy su sentido original. Estaba obvio al pequeño grupo de misioneros cristianos que se ocupaban exclusivamente de los musulmanes que una traducción del Nuevo Testamento al árabe hablado en Chad era una necesidad de primer rango.

Con esto en mente se formó un comité que difería de los comités que Abd alMasih había conocido en Argelia. Era evidente que en Chad la mayoría de los misioneros todavía estaban aprendiendo el idioma y eran incapaces de dar una opinión personal y libre  de prejuicio sin consultar con otros. Otra dificultad palpable era que no se sabía de un creyente árabe para actuar como consultor; todos los cristianos usaban el árabe chadiano como su segundo idioma por haberlo escuchado en la jerga de los centros misioneros. Abd alMasih pasó semanas grabando la conversación de ellos, especialmente de cierto evangelista ciego que había aprendido leer francés por braille. Él podía trabajar el doble del tiempo de cualquier otro consultor y por ser ciego podía concentrar sus pensamientos en la tarea por delante. Abd alMasih encontró que el 20% del vocabulario árabe difería de aquel de Argelia. No era posible usar el verbo “ser”. En Chad el sustantivo precede el verbo, mientras que lo común en árabe es que lo siga. Palabras comunes como mujeres, niños, camino, comida y agua eran diferentes como lo eran también los adverbios tales como porqué, allí, aquí y cómo.

Pronto se dio cuenta de que sería tan fácil equivocarse en este idioma como en cualquier otro. Riéndose, un misionero contó que le había dicho a un hombre: Hedor tejí mara wahidé lè beyt î lîlla dî, pensando haber dicho, “Me gustaría que usted viniera a mi casa esta noche”, pero en realidad había dicho, “Quero que una mujer venga sola a mi casa esta noche”.

“Bien”, contestó el otro, “¿La quiere joven o madura?”

La esposa del misionero estaba cerca y se dio cuenta de que debería intervenir. Dijo, “Mi amor, él no te ha entendido”, pero el esposo respondió, “Quieta, no tiene que ver contigo. Es cosa de varones”. ¡Cuán cuidadoso debe ser uno!

La primera tarea del comité recién formado fue decidir qué ortografía usar. Hasta ese punto los misioneros de cinco centros diferentes no habían podido ponerse de acuerdo sobre esto y cada cual había ido por su camino. Aun antes, se le había pedido a Abd alMasih servir de árbitro entre estos anglosajones y franceses, cada cual con sus propios antecedentes. Esta cuestión de elegir una ortografía sencilla y apropiada es una de las más delicadas que afronta al traductor al expresar un idioma por escrito por vez primera, y más aun cuando involucra diversos idiomas y culturas. Muchos son los comités que se han naufragado por esto. Abd alMasih decidió que la ortografía debería corresponder al francés en lo posible, ya que muchos escolares en Chad están aprendiendo ese idioma. Haber usado la escritura árabe hubiera producido una versión inútil para los evangelistas a quienes más se querían servir. Los signos diacríticos se redujeron a un mínimo y también se resolvió eliminar en lo posible los muy confusos diagrafitos th, ch, sh y ts.

El trabajó comenzó temprano en 1962. Lucas fue el primer libro a traducir, siendo el Evangelio más apropiado para los musulmanes. El Evangelio según Marcos es más breve pero de entrada el primer versículo pone un tropiezo en la mente árabe. Se hizo una traducción tentativa con la ayuda de Jean Ratou, el evangelista ciego, y uno o dos jóvenes árabes. Una vez repasada con un joven que cursaba estudios superiores, se mecanografió este borrador para los miembros del comité. Ellos se reunieron una vez cada semana, aprobaban, desaprobaban, discutieron y sugirieron cambios, y con esto Abd alMasih pudo elaborar un segundo borrador y enviarlo a aquellos que no podían venir a Fuerte Lamy. Él hizo varios viajes a Mongo para discutir la traducción con un árabe que vivía allí; a la vez estaba acumulando un vocabulario para redactar un diccionario francés-árabe, un texto de gramática y un himnario.

Los problemas no tardaron en presentarse, algunos de ellos debido a la formación cultural del pueblo, que era muy diferente a la de África del Norte. La palabra que usaban para María en Lucas 2.5 era sadiga, un término correcto pero también usado para una señorita dispuesta a recibir hombres, o sea, una prostituta. Se estaba cuestionando el nacimiento virginal. La palabra que usaban para “virgen” admitía a una que había perdido su virginidad por cuanto es preciso tomar en cuenta los ritos de pubertad. Lucas 2.5 requería un término preciso y específico, pero no vulgar. Es de suma importancia consultar con tanto hombres como mujeres confiables sobre ésta y palabras afines, pero en Chad las tales personas son pocas.

Se dio cuenta de la necesidad de distinguir entre la pureza ceremonial y el lavamiento externo. Los cristianos conocían vocablos que se referían a las abluciones, pero los musulmanes están al tanto de la limpieza moral y espiritual. Todo el ser requiere la purificación, y no meramente el cuerpo lavado del sucio. Y, en el idioma receptor una palabra para “limpio” tiene que ver sólo con mujeres, y por supuesto por esto era improcedente.

No siempre era fácil para Abd alMasih lograr que el comité estuviera de acuerdo con él. Con la versión clásica en mente, uno de los miembros quería que el paralítico tomara consigo su “cama de hierro”, aunque “lecho” tiene su término correcto en árabe. El mismo hermano quería Kâteb para “escriba”, pero un Kâteb es un escriba sólo en el sentido que es un secretario público, mientras que en la Biblia un escriba es un maestro de la Palabra de Dios, uno que lee y da el sentido.

Frecuentemente el pueblo en el sur de Chad expresa el pasivo por la tercera persona en plural. Así, “Jesús nació en Belén” (literalmente, “fue nacido”) es “Ellos nacieron a Jesús en Belén”. De nuevo, el nacimiento virginal queda comprometido, porque el pronombre ellos insinúa un hombre y su esposa. Esto sería perfectamente aceptable para el nacimiento de cualquier otro bebé, pero de ninguna manera para el nacimiento de Jesús.

No es posible lograr que una traducción se conforme en todo con la formación cultural de la gente en Chad, como era en Argelia. Tanto Argelia como Palestina son países mediterráneos, pero en Chad todo es diferente. En el sur se desconoce una roca; todo el país es una vasta extensión de arena. Para estar firme, una casa debe ser construida sobre la arena y no sobre el barro. No es posible acomodar la parábola de los dos constructores a este trasfondo, ni escribir acerca del necio que construyó sobre la arena. El sembrador o su esposa en Chad deja caer en tierra dos o tres granos de semilla, y la idea de esparcirlos ampliamente le es ridícula. La parábola del sembrador no admite modificación; hay que retener los cuatro tipos de tierra y la imagen del sembrador oriental. También se desconoce la nieve en el país, pero se puede usar la palabra correcta porque muchos han viajado a Europa.

Así, el proyecto progresó y en un plazo breve la Sociedad Bíblica Trinitaria publicó ejemplares excelentes de los Evangelios según Lucas y Juan. En 1967 el Testamento entero fue publicado en una fuente fácil de leer; Abd alMasih se contentó al añadir aun otra versión a su colección de traducciones en las cuales se había involucrado.

Hoy en día se utiliza la obra ampliamente. Su principal razón de ser es la de ayudar a los cristianos, con los misioneros, en el sur a evangelizar a los musulmanes, pero también se emplea en otros proyectos de traducción. Los misioneros encuentran que los africanos que no leen francés ni inglés pueden seguir el árabe y lo encuentran una traducción más acertada que algunas otras. Algunas asambleas la emplean en sus cultos normales, aunque es de esperar que tengan preferencia por su propio idioma tribal. ¡El árabe es solamente uno de cien lenguas del país y queda mucho por hacer!

“Abd alMasih, ¿por qué no ha venido alguien para vivir entre nosotros y darnos la Palabra de Dios en nuestro propio idioma? Siempre tenemos que aprender de los extranjeros. Podemos confiar en ellos, pero no tenemos cómo ver por nosotros mismos si lo que dicen se ajusta a la Biblia. Todas las otras gentes tienen la Palabra en su propio idioma pero nosotros no. Yo anhelo ver a los hombres de nuestra tribu creer en el Señor Jesús. ¿Quién vendrá para ayudarnos?”

El que hablaba era de una de las tribus no evangelizadas. Era una de las rogativas más penetrantes que Abd alMasih había oído, y le conmovió. Respondió: “Haré lo que puedo para animar a algún hermano joven a venir y ayudar”.

“¿Pero cuándo? Hemos esperado largo tiempo y ningún joven ha venido”.

La gente tiene sed por la Palabra de Dios, pero nadie se ha interesado por ir.

 

11     Misa a medianoche

 

“Abd alMasih, ¿puede visitar a un oasis en el Sahara, como padre sustituto en el ejército francés para celebrar la misa a medianoche? Puede ir a cualquiera de los seis centros, pero lo más indicado es Bardai o Fada. En Bardai se ve uno de los paisajes espléndidos del mundo y para el turista es de preferir. Hay la trau au matron y las maravillosas montañas de Tibesti, pero la guarnición es muy reducida. En Fada hay un buen grupo de cristianos profesantes en el ejército y usted también podría hablar del Señor a unos cuantos musulmanes”.

Hablaba M. Eyer, un misionero francés en Fuerte Lamy. Prosiguió: “Usted iría con el pretexto de celebrar la misa de Noche Buena y debería estar preparado para hacerlo de alguna manera. Le acompañarán seis sacerdotes católicos y cada uno visitará un oasis. No he podido encontrar a algún misionero que esté libre; cada uno tiene sus planes navideños. Es una maravillosa oportunidad si puede aprovecharla”.

Abd alMasih reflexionó rápidamente. Había pensado estar en Doba con su esposa Jouhra para disfrutar de un cambio de la obra de traducción junto con la agradable comunión con otros misioneros de las asambleas, pero una vez más tenía que decidir sobre algo crucial que afectaba a Lalla Jouhra y a él mismo. ¿Cada paso adelante tiene que involucrar algún sacrificio personal de parte de ellos dos? Habían estado separados por una larga distancia en Navidad del año anterior, y no sólo esto, sino que el sacrificio sería mayor de parte de ella.

Su mente corrió atrás sobre los años a las muchas ocasiones cuando se habían presentado pruebas parecidas y él dio gracias a Dios por la devoción amorosa de su esposa y su disposición de prescindir de él por la honra de Cristo. Años más tarde la llamó por teléfono cuando había salido para un fin de semana misionera con los jóvenes, habiendo apenas regresado de cuatro meses en Chad y ahora dejándola sola por la Semana Santa. Era evidente que ella estaba sintiendo la soledad cuando dijo, “Tú tienes una mente muy estrecha”. “¿Pero cómo es eso, mi amor?” “Pues, pones primero la obra del Señor, siempre en primer lugar”. Dolió, pero en cierta medida ella tenía la razón.

Ellos habían decidido en el noviazgo que el Señor debía tener la preferencia siempre, ¡pero cuántos semanas y meses largos y solitarios eso representaba para ella! Los jóvenes que anticipan una vida en el campo misionero harán bien al tomar en cuenta este aspecto de la obra del Señor. Cada paso adelante y cada alma ganada por Cristo van a involucrar alguna medida de muerte a sí y no pocas veces esto afecta a la mujer más que a varón. “Olor de muerte para muerte, y … olor de vida para vida”, escribió Pablo a los corintios.

Se decidió; Abd alMasih iría al desierto en el norte y Lalla Jouhra a Doba en el sur.

En Fuerte Lamy, Abd alMasih se presentó en el aeródromo a las 4:00 a.m. aquella mañana decembrina y procedió en la oscuridad al avión militar que estaba cargando suministros para las guarniciones franceses en el desierto. Siete grandes árboles de Navidad para los niños estaban amarrados por encima de las cajas de vino y champaña, los sacos de harina y las latas de vegetales y frutas. Una vez asegurada la carga, los seis sacerdotes más Abd alMasih se insertaron a juro en los puestos que había a un lado del avión. Lentamente la muy cargada nave cruzó la rampa y se levantó al aire de mala gana. Los civiles tuvimos que pagar por una cobertura de seguros, ¡así que no había por qué preocuparse!

Por fin el sol brilló en su esplendor. Íbamos rumbo a Largeau y el desierto, dejando atrás la sabana con sus acacias y hierba seca. Por un par de horas sobrevolamos las dunas en su forma de media luna. El paisaje era maravilloso, sin vegetación sino el clásico desierto que se extendía hasta el horizonte. Toda el área queda de 50 a 100 metros debajo del nivel del lago de Chad y en el pasado era un vasto mar tierra adentro. Las dunas parecían ser ondas de un mar pero en realidad cada una era de unos centenares de metros. Más adelante eran más reducidas y se parecían a los pasos de una inmensa tropa de elefantes.

Tres horas de vuelo nos llevaron a Largeau y algunos signos de vida. Camellos paseaban entre las tiendas negras de los nómadas y las concentraciones de palmeras. El avión aterrizó con el golpe de rigor y salimos al viento feroz, cargado de arena, que caracteriza el sitio. Un oficial francés se presentó con un “Bienvenidos a Largeau”, respondiendo al saludo de Abd alMasih con la pregunta, “¿De qué parte de Alsace es usted?” Nos metimos en el jeep y corrimos sobre la arena hasta llegar a la comandancia.

El coronel a cargo de la guarnición resultó ser un hombre que hasta poco antes había estado frente a las fuerzas francesas en Lafayette. El mundo es pequeño. Él no dio a entender que le reconocía a Abd alMasih, y por cierto éste, en los diez días que pasó entre hombres que habían estado en Argelia unos pocos meses antes, nunca mencionó aquella tierra.

Le hospedaron en la mansión reservada para los altos funcionarios de Chad en sus visitas a ese lugar. Abd alMasih paseó por aquel recinto lujoso y luego se bañó; aquel atardecer iba a reunirse con un pequeño grupo de cristianos que habían construido para sí una capilla modesta. La residencia miraba a una plaza amplia donde flameaba la insignia de Chad. Era de adobes de tierra cubiertos de cal. El techo del dormitorio era de troncos de palma partidos por la mitad, forrados de esteras y una arcilla especial llamada beriberi para impermeabilización ante la lluvia que cae de vez en cuando. Debido al calor intenso que prevalece la mayor parte del año, los habitantes duermen en la terraza bajo mallas para protegerse de los zancudos. No había ventanas con vidrio, sino aberturas suficientes para dar ventilación sin admitir mucha luz. Todas las edificaciones estaban encaladas por fuera y presentaban un cuadro atractivo en medio de las palmeras.

Una capa de polvo blanco cubría todo. Había llovida una vez en doce meses, una lloviznita que cayó desde la medianoche hasta las 3:00 a.m. El agua está a quizás un metro debajo de la superficie y las palmas echan sus raíces abajo a ese lago subterráneo. La piscina estaba seca. Abd alMasih almorzó bien y se acostó en espera de ser llamado a las 5:30 p.m.

Abd alMasih salió a explorar el pueblo. Cerca de la residencia una banda de presos en sus camisas de rayas estaba cortando rolos de palma al lado de una enorme duna. La escaló pero no se quedó allí, ya que el viento recogía arena de la capa y la lanzaba airadamente en la cara. El viento sopla constantemente desde el noreste y paulatinamente lleva todo por delante. Vastas dunas de 60 metros de altura migran lenta e irresistiblemente y ya habían abrazado varias casas sólidamente construidas, dejando sólo los techos a la vista. Nada puede impedir el avance de la arena, ni la barrera de esteras que los árabes habían levantado. Desaparecieron jardines, residencias y pastos. Un solo día de tempestad transporta toneladas de arena, procedente de la meseta y las montañas, hacia el sureste en una muerte lenta para este oasis. Ha sido necesario abandonar dos fuertes permanentes; han desaparecido edificios administrativos y zonas enteras de las poblaciones.

El hombre hace lo mejor que puede para impedir la marcha; él espera, edifica y siembra esquejes de palma en la diatomea dejada por las dunas en su marcha. A unos pocos centenares de metros está otra duna que dentro de no muchos años tragará todo lo que los humanos han hecho, pero uno lucha, espera, siembra y riega. ¡Es un cuadro vívido del islám en nuestros tiempos! El pueblo del Señor hace lo mejor que puede para arrestar su marcha, pero fluye adelante sin parar, llevando consigo la muerte espiritual. Con tenacidad los cristianos siembran la semilla de la Palabra y plantan asambleas, pero el islám está invadiendo África lenta y progresivamente. Sólo en el milenio el desierto florecerá como una rosa y todo pretencioso musulmán se doblará ante el Rey de Reyes.

Un poco antes de la puesta del sol el cabo acompañó Abd alMasih al campamento militar recién erigido y todavía sin mucha evidencia de la erosión. Se reunieron cuarenta hombres para orar, todos ellos cristianos profesantes del sur que habían oído el evangelio en sus propias tribus y habían puesto fe en el Salvador. Algunos tenían a sus familiares viviendo con ellos, aunque hasta fecha reciente no se permitía a ninguna mujer europea vivir en Largeau debido al clima. Se dice que la mitad de la población depende de los ingresos de las prostitutas, quienes son descaradas y audaces en su promoción propia. El padre francés que visita la guarnición a menudo le dijo a Abd alMasih que noche tras noche al subir a su recámara a dormir él encontraba una mujer árabe desnuda, y que sólo por la fuerza bruta la podía sacar. Ella quería que el “cristiano” se conformara así como hacían el resto de la comunidad. ¡Estos creyentes necesitan nuestras oraciones!

Después de la reunión de oración Abd alMasih volvió a la residencia, donde temprano en la mañana escuchó que los prisioneros estaban vaciando las letrinas. No es posible construir sumideros ni penetrar la piedra que está por debajo de la capa de agua, de manera que el contenido de las letrinas tiene que ser transportado a un sitio muy lejano. El viajero se levantó al rayar el alba para enfrentar un frío penetrante. Resolvió visitar el mercado pintoresco y conversar con los vendedores. Columnatas rodeaban el patio y uno de estos edificios ha debido ser la mezquita porque estaba coronado de media luna y estrella. En el centro de la cuadra había kioscos donde las mujeres en vestidos brillantes atendían a las compras del día ante cubículos de alfombras extendidas sobre palos a la altura de un metro. No había legumbres ni fruta, y la carne estaba cubierta de moscas. Abundaban pilas ordenadas de especias, azúcar, té, pimentón y semillas de ajonjolí o cilantro. Uno veía mijo que había sido transportado mil kilómetros a camello, pescado seco que venía de un lago a ochocientos kilómetros al sur y cebada de la zona en sacos de pieles; y, los inevitables dátiles que forman la dieta básica, secos, duros como un bola.

Las mujeres que compraban hacían un marcado contraste con las que vendían; éstas eran campesinas, descendientes de los esclavos de otra época; aquéllas eran esposas de los militares, negras gordas del sur, o esposas de los ricos comerciantes árabes del norte, mujeres elegantes que se comportaban con facilidad y estilo.

Abd alMasih entró en una tienda detrás de las columnatas y platicó con el comerciante que vendía pañuelos en colores vivos. Le encantaba hablar el árabe del Norte de África, pero tan pronto que vio las Sagradas Escrituras protestó que tenía su propio libro, el Corán. El allnjil, el evangelio, estaba estrictamente prohibido. Sólo en una o dos tiendas logró Abd alMasih entrar en un intercambio, y en ellas dejó los libritos de la “SGM”, la Sociedad para la Difusión de las Sagradas Escrituras. Decidió cambiar de táctica, ofreciendo un libro en árabe clásico titulado Los siete secretos.

“¿Cuánto es?”

“Veinte francos”.

“¡Es bueno el libro! Fíjese en su leyenda: ‘En el nombre de Dios’. Lo compro”, dijo uno. Dentro de pocos minutos se había formado un grupito y Abd alMasih ofreció las Escrituras, pero esta vez a precio justo. En media hora había vendido todos los ejemplares que portaba, cuando habían sido rechazados como obsequios.

El brillo del sol y el calor obligaban a la gente a buscar sombra a partir de las 9:00 y los hombres cubrían el rostro con sus turbantes como protección de la arena cargada por el viento. Un hombre fue asignado a llevar Abd alMasih a la cárcel, un edificio grande con portones de reja gruesa. Un coloso de varón impidió el paso y demandó ver documentos. Era un cristiano del sur cuya hermana había matado a su niño en un acceso de borrachera y fue sentenciada a diez años en este lugar caluroso y aislado donde no había la posibilidad de huir. Nadie podía aspirar a sobrevivir el largo camino a Fuerte Lamy sin agua. Maravillosamente, ese hombre se alistó como guarda en la prisión para estar cerca de su hermana.

La capilla de la cárcel se comparte con los católicos romanos. El cura de la localidad había terminado su servicio; los romanistas salieron y unos cincuenta hombres y mujeres entraron. Algunos eran presos políticos y otros eran culpables de crímenes mayores, pero aquel día todos por igual oyeron de Aquel que puede librar al preso y transformar la vida aun en una cárcel. Al final de la sesión un hombre con cara de deprimido se levantó para hacer saber su decisión de aceptar al Señor Jesús. Parecía sincero al confesar su pecado. Varios de los varones sabían leer y aceptaron literatura en su propio idioma, pero era prohibida cualquier conversación extensa. Esto estaba en marcado contraste con las cárceles en el sur, donde una vez adentro uno puede desplazarse y conversar con entera libertad.

Seguimos hasta la pequeña capilla en otra parte del pueblo. Por regla general uno de los cristianos funciona como el pastor, y él pidió a Abd alMasih dar un mensaje. En el norte del país no se distingue entre aquellos salvados en una iglesia bautista, de las asambleas o de otros grupos. Ser cristiano es anhelar comunión con otros que aman al Señor.

Después de una siesta Abd alMasih caminó a las afueras de la ciudad, pero la gente parecía sospecharle; las mujeres echaban vistazos furtivos desde la puerta y se retiraban a su patio tras murallas. Luego él avistó dos hombres que estaban por salir con sus camellos. Salaam ou alikum, “Paz a ustedes” fue el saludo de Abd alMasih. “¿Adónde van?”

Inshalá. “Vamos a Fada”.

“Yo también, pero por avión. ¿Y cuánto tiempo requiere su viaje?”

“Esperamos que unos diez días”. Por avión es de una hora y media. Abd alMasih estudió los camellos; eran más bajos y también más oscuros que los de la llanura donde todos son más grandes y de un marrón claro. (En la zona de Abéché los camellos son enormes y tienen la piel casi lisa; se dice que tienen 5744 nombres). Agachados allí y listos para ser cargados, parecían crudos y torpes, con sus largos cuellos y pequeños orejones. La parte superior del labio único estaba hundida casi al cuello mientras que la parte inferior caía en un mohín perpetuo. (Los camellos meheris que se usan para monte son blancos, más altos y mejor formados en todo aspecto. Viajan a 3,8 kph y pueden cubrir 40 kilómetros en un día).

Los árabes consideran el camello una de las bendiciones mayores de Alá. El amplio pulpejo de las patas puede maniobrar las dunas arenosas, la fechfech de la grava y las candentes piedras duras, y la “almohadilla” que une las dos pezuñas aplasta suavemente la arena movediza para proporcionar una tracción perfecta. Su largo cuello le permite alcanzar los arbustos mientras viaja; la piel de la boca es muy resistente y no teme las espinas, ¡pero a los zancudos sí! Las narices son largas para facilitar la respiración del aire del desierto, pero pueden ser cerradas en una tempestad arenosa. La columna arqueada es como un puente y le permite al camello cargar 350 a 400 kilos. Estos animales son sorprendentemente pacientes, intensamente estúpidos y prestos a enojarse. Cuando molestos, gruñen y abren las mandíbulas para morder; ay del hombro que quede aplastado en aquella enorme boca.

Estos tres parecían estar de mal humor, pero pronto estarían en marcha con sus cargas pesadas. Al final del viaje el maestro tocará las rodillas y emitirá un sh peculiar; ellos se arrodillarán para que él suelte la carga. La mañana siguiente él montará otra carga, la bestia se levantará para salir a paso  pesado sin queja alguna. ¡Aun el camello le puede enseñar muchas lecciones al cristiano!

Entonces el visitante regresó a su residencia, comió a prisa y procedió al cuartel. Era día de votación y la tropa estaba acuartelada, pero setenta hombres y mujeres se congregaron para un culto. Aquella noche Abd alMasih casi cayó en su cama, pero no sin antes dar gracias al Señor por las muchas oportunidades del día. Todavía quedaba la cuestión de la misa a medianoche.

 

12   Ostras en el desierto

 

El avión que le llevó a Abd alMasih de Largeau a Fada logró pasar a pocos metros de lo que quedaba de un avión viejo del ejército que había aterrizado en un bache feo de arena, chocado contra un árbol y se incendió. Los oficiales y la tropa abordo se salvaron. “Es simplemente una de aquellas cosas cuando uno viene al desierto”, explicó con toda tranquilidad el joven capitán que nos recibió.

Abd alMasih y el sacerdote iban a estar una semana en Fada, donde estaban emplazados cien soldados franceses y africanos. Todo el distrito de Fada tiene un encanto que uno no esperaba, tan diferente de las vastas extensiones planas y las dunas, con los camellos y los palmares que la gente asocia con el desierto convencional. Aquí en el Ennedi, como en Tibesti, la sierra alcanza los 5500 metros. El paisaje en Fada es impresionante. Prosperan las acacias y la hierba verde; las dunas retienen el rocío como también la lluvia que cae de vez en cuando, permitiendo que crezca un monte espinoso llamado hadd. Los camellos y los chivos lo devoran hasta no poder. Lindas gacelas dorcas huyeron de delante del jeep, ya a la derecha, ya a la siniestra, para evitar las hábiles maniobras del capitán en su travesía de la arena profunda. La arena amarilla, las montañas rojas, los árboles verdes y la abundancia de fauna y flora se unían en hacer de Fada un punto atractivo.

¿Qué es su historia? se preguntaba Abd alMasih, porque fada quiere decir redención. ¿Será posible que Fada haya sido uno de muy pocos lugares donde un esclavo podía ser redimido en su larga marcha al norte? ¿O su visita aquí resultaría en que una o más almas preciosas entrarían en libertad espiritual por la redención que hay en Cristo?

En veinte minutos estaban en el fuerte militar, uno de los más grandes en el Sahara y de aspecto agradable con grandes edificios calados en torno de una torre central, el terreno dotado de palmas y rodeado de altos muros almenados. “Bienvenidos a Fada”, dijo el Capitán. “Si me permiten, debo atender a una cuestión importante”. La azafata elegante que había acompañado el avión a Fada le deseó a Abd alMasih una “Feliz Navidad” y se retiró para volver a Largeau. Se les condujeron a él y al sacerdote a sus dormitorios amplios que contaban con una abundancia de agua para la ducha oportuna, y les extendieron la invitación de parte del Capitán a cenar a las 7:00. Para llegar a la casa del militar Abd alMasih tuvo que pasar entre dos hermosas chitas encadenadas que por poco bloquearon el paso y gruñeron con los colmillos a la vista. El visitante se acordó del Progreso del Peregrino.

La quinta del anfitrión estaba amueblada hermosamente con sillas de cuero, alfombras de calidad y trofeos que adornaban las paredes. Nos acompañaron varios oficiales que habían venido a Fada para la Navidad. El Capitán amaba la fauna y una buena porción de su sueldo ha debido ser usada para alimentar los animales. Una tortuga gigantesca avanzaba pesadamente, monos de toda clase brincaban y unos veinte antílopes jugueteaban en dos encierros. Graciosas gacelas dorcas, un antílope mayormente blanco y aun una solitaria oveja moufone se paseaban, anhelando estar en la sierra. La cena de cuatro platos principales fue presentada elegantemente. El Capitán ofreció un aperitivo y Abd alMasih y el sacerdote estaban probando su limonada cuando oyeron un grito penetrante. ¿Qué habrá sucedido? “No se asusten”, les explicaron, “es la costumbre en Fada para convocar a los comensales”. ¡Allez! aux os. En esta ocasión, y a lo largo de la semana, la comida fue rica ¡y ciertamente había más que huesos!

La cena terminada, un teniente le llevó al evangelista a conocer el sargento que había planeado las reuniones. Doce hombres cristianos vivían en el cuartel, cinco de ellos con sus esposas. El administrador de la localidad, su esposa y dos hijas profesaban fe, como también dos enfermeros del hospital civil, de manera que después del atardecer más de veinte personas se reunieron para un estudio bíblico.

Abd alMasih pensaba prudente comenzar al principio y por esto habló de Juan 3 y señaló las tres ilustraciones que el Señor usó: el nacimiento del bebé en el hogar, el viento suave y la serpiente levantada, figuras del Dios Trino. El viento soplaba ligeramente afuera, pero en el desierto puede convertirse repentinamente en una tempestad. Invisible pero real, nos hace pensar en el Espíritu Santo que obra en medio de nosotros. La serpiente levantada en el desierto es un recordatorio apropiado de la obra del Señor Jesús levantado en cruz pero ahora exaltado a la diestra de Dios. Así se puede dar comienzo a una vida cristiana por un nuevo nacimiento. “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”, Juan 1.12.

Una vez terminada la reunión, los enfermeros volvieron al oasis, otros a su residencia y Abd alMasih a la casa de huéspedes. Él pasó frente de varias figuras veladas que desaparecieron en la noche. No había necesidad de que los varones salieran en busca de ellas, ya que parece que las mujeres tenían entrada libre al fuerte, otra evidencia de las tentaciones que afrentan a estos cristianos aislados. Él tardó un ratico para disfrutar de la quietud de la noche. Uno se siente más cerca del Señor en el desierto y las estrellas destacan la atmósfera allí. Las estrellas fugaces hacían pensar que el firmamento estaba encendido; las explosiones de luz alumbraban la tierra por un segundo, y algunas estrellas desplegaban largas colas en su paso veloz. Rara vez se ve semejante despliegue pirotécnico en los cielos, aun en África; ciertamente los cielos cuentan la gloria de Dios.

El número de estrellas visibles al ojo humano debe ser fijo, pero en la calma del monte africano, o en la soledad del desierto, ellas se presentan muy claramente. “Así será tu descendencia”, fue la promesa a Abraham. En la quietud de la noche Abd alMasih oró que una parte de ese “simiente” se encontraría aquí en Fada, en el campamento o entre los musulmanes en el oasis.

Noche Buena fue un día inolvidable. En la mañana él escaló el cerro Fada y contempló el oasis con el fuerte en el trasfondo, colocado en la vasta llanura envuelta en las areniscas montañas amarillas y rojas del Ennedi. Las palmeras y los jardines verdes lucían bellos. Subiendo 90 metros más, llegó a un saliente amplio que se extendió en torno de las montañas adyacentes, y al voltear las piedras encontró que eran fósiles de plantas acuáticas. Sin duda aquella llanura había sido un vasto lago de 90 a 140 metros de profundidad.

Subiendo otro tanto por la cara rocosa, encontró una plataforma de 15 metros de ancho y sobre ella vio las bases de viviendas redondas que estaban allí en un tiempo. Las cuevas a su espalda habían sido graneros; la cara de la montaña y las paredes de las cuevas estaban adornadas de pinturas prehistóricas de animales y hombres. Cuánto lamentaba el turista no haber traído su flash. Las pinturas estaban en la sombra y algunos en el techo de la cueva, pero al acostarse y soportar la cámara sobre el frente él logró fotos de una calidad tolerable. Los dibujos representaban hombres, ganado, elefantes, hipos y jirafas. Todos estos animales han desaparecido de la zona y se encuentran sólo a más de mil kilómetros al sur. Los hombres estaban en pose de baile, carrera y caza, pintados en ocre rojo, algunos con un toque de violeta y otros con una mano blanca por encima. Rocas partidas por diversos instrumentos, como también fragmentos de cerámica y morteros que se usaron para moler el trigo, estaban esparcidos por todos lados. Abd alMasih recogió una cabeza de hacha de la Edad de Piedra. Hoy en día los toubbous que habitan el oasis muelan con instrumentos idénticos a los que usaban sus antepasados.

El pequeño grupo de creyentes en Fada se reunía cada domingo para un culto y también un día de la semana para la oración. Los ancianos de la congregación tenían profundo ejercicio en cuanto a quiénes deberían participar. Uno de los enfermeros estaba viviendo con otra mujer mientras la suya esperaba un bebé. Una de las costumbres de los creyentes en Chad que parece dar lugar a mucha inmoralidad es que el esposo no puede tener coito con su esposa desde la concepción hasta el destete. En la reunión de Noche Buena varios confesaron su pecado, pero esto no bastaba para permitir que participasen del pan por cuanto habían estado pecado abiertamente. Finalmente se decidió permitir participar tres hombres y dos mujeres.

Las autoridades militares habían preparado un evento para los niños africanos; el sacerdote y Abd alMasih fueron invitados. Ninguna mujer europea había vivido en Fada por cuanto el oasis está demasiado aislado y existía el peligro de las tribus vecinas, y por esto todo estaba en manos de los suboficiales. Habían decorado el gran árbol de Navidad, había regalos para todos los chicos y se repartieron torta, naranjas, cambures, helado y refrescos. No es de dudar que muchos de esos señores estuvieran penando en sus propios hijos en Francia, o en su propia niñez.

Abd alMasih comió con gusto y pasó un buen rato con los niños; las frutas son escasas en el desierto y las tortas eran ricas, pero él se hubiera refrenado al saber qué le esperaba. A las 7:00 oyó de nuevo el clamor ¡Allez! oux os. Se sirvió una comida excelente de cuatro platos: sopa, antílope con legumbres, entré y postre. El Capitán se disculpó por lo liviano de la cena, ¡pero estaba seguro de una comida abundante más tarde! Ahora le llevaron a Abd alMasih al pueblo de Fada donde los cristianos habían preparado su cena navideña. A las 8:00 unos treinta hombres, mujeres y niños se congregaron en el patio, donde se sentaron a tres mesas para cantar los conocidos himnos navideños en francés, mbai y árabe. Varios muchachos citaron sin equivocarse trozos de las Escrituras que habían aprendido de memoria, comenzando con las profecías del Antiguo Testamento y terminando con los relatos de la anunciación y el nacimiento del Señor en los Evangelios.

Abd alMasih dio un mensaje y otro lo resumió en mbai. El Teniente se incorporó. Él estaba a cargo de un cuerpo de jinetes en camellos mehari que vagaba por el desierto de oasis en oasis, durmiendo en carpas, visitando los campamentos nómadas para controlar sus movimientos e investigar sus crímenes. Parecía tener interés en el mensaje, pero mucho después Abd alMasih supo que tenía una esposa y cuatro hijos en París, había cursado un año de teología con miras a un ministerio cristiano y no había visitado su hogar en cuatro años.

Con esto, comenzó la comida comunal. Se habían beneficiado dos machos cabríos y se daba por entendido que todos se aprovecharían de ellos. Abd alMasih había temido pasar las horas en el cuartel en medio de una orgía bacalana, y resolvió prolongar su vista a los cristianos y luego excusarse cortésmente de la alegría del cuartel. Aparecieron y fueron circuladas las inevitables botellas de agua mineral. Todos los otros concurrentes habían apartado al costo del evento y para ellos fue la ocasión sobresaliente del año. Después de botellas de limonada se sirvió una rica sopa altamente condimentada, acompañada de pan casero caliente y seguida de un guiso con abundante cebolla y pimentón. El pescado seco era del lago ¡y una vez cocinado era suficiente por sí solo para satisfacer a un hambriento! Lo más destacado de la ocasión fue el mechoui, dos ovejas enteras asadas lentamente sobre fuego en un hoyo. Se las colocaron enteras sobre la mesa, y cada comensal tomó un pedazo para sí y lo consumió sin utensilio alguno.

Por cuatro horas todos se contentaron al comer arroz con curry, hígado y riñones fritos en aceite, torta, naranjas y bastante té que había hervido por horas y contenía tantas libras de azúcar que lo convirtieron en un sirope pesado. Los chicos citaron sus versos de memoria y cantaron himnos entre los diversos platos, y así pasaron las horas de Noche Buena.

Abd alMasih pensó en la primera Noche Buena que había vivido en África. Murió en sus brazos el bebé de un año de los misioneros con quienes estaba hospedado. El chiquillo sufría de broncopulmonía pero el médico francés no disponía de un estoscopio. Lo pasaron a Abd alMasih mientras el doctor se preparó para una traqueotomía, pero era demasiado tarde. Luego los pensamientos del evangelista se ocuparon de su terruño, de su amada esposa en Doba y del círculo familiar, pero aquí estaba él aislado en el desierto, solo entre desconocidos. Se sentía muy solitario, pero era por la causa de Cristo y el evangelio. Poco después de medianoche sugirió que se podría orar para terminar las actividades. Él invitó a todos los concurrentes a asistir a la reunión el día siguiente, y bajo el techo de las estrellas ellos bajaron la cabeza y dieron gracias a Dios por su don inefable, un Salvador.

Apenas había terminado cuando el Teniente le tocó en el hombro. On nous attend là haut. “Nos esperan en la otra parte. El Capitán ha enviado transporte”. Abd alMasih gimió en silencio, habiendo esperado que la fiesta en el cuartel hubiera terminado ya. Al llegar al comedor de oficiales encontró que las mesas habían sido puestas bajo los tamariscos, luces eléctricas iluminaba el área y los hombres estaban ocupados en fumar y beber. Las mesas estaban cargadas de pequeños sándwiches, torta de queso y dulces. Tomó un poquito para sí, secretamente dando gracias al Señor que estaba al final de todo esto. Otra botella de limonada, pero él estaba por reventarse. De repente la música cesó y el chef, parado en la puerta de la cocina, anunció cortésmente, Prenez place, Messieurs. Le diner est servi. No había nada que hacer sino enfrentar una cuarta comida en ocho horas.

Le habían asignado el puesto de honor a la derecha del Capitán. Una docena de ostras abiertas estaban en su plato: ostras vivas en el desierto, traídas por avión a gran costo. Qué de pensamientos pasaron por su mente. ¿Cómo comer ostras adheridas todavía a la concha? ¿Cómo atender a todo esto sin hacerme el ridículo, habiendo sobrepasado ya? Estos hombres están procurando ser amistosos y hospitalarios; han traído ostras de París a Fuerte Lamy a Largeau a Fada para que uno las disfrutara en el desierto a medianoche. Rehusar sería el colmo de descortesía. Cual siervo de Dios, e inglés, uno debe comérselas, ¡pero qué tribulaciones le enfrentan al misionero! Él exprimió un limón, aflojó una ostra con la punta del cuchillo, cerró los ojos y la tragó. Alabanzas a Dios, por fin la última desapareció.

Lo que siguió fue un ágape para la realeza. Por meses estos señores estaban engordando pavos y un becerro. Habían preparado pavo asado, pescado del Chari, guiso, repollo, garbanzas de los jardines, ensalada, pepinos, tomates, caracoles condimentados, jugosas uvas importadas de Argelia, melones, naranjas, manzanas y, para cerrar con broche de oro, helado, café negro y fuerte, un amplio surtido de quesos y chocolates que habían sido obsequiados a los hombres.

Entonces descendió del techo una cascada de globos. Estos hombres de otra tierra hicieron lo que podían para que uno se sintiera estar en su propia casa. No hubo palabras obscenas ni comportamiento irregular; estaban bebiendo vino pero sin emborracharse. Abd alMasih se preguntaba si hubiera sido tan aceptable una Noche Buena en un cuartel inglés. A las 5:30 a.m. la fiesta terminó y él se arrastró a su dormitorio con aquella terrible sensación de un abdomen estremecido, cayó de rodillas al lado de la cama y dio gracias a Dios que todo había terminado. Los niños se habían disfrutado de su fiesta y ahora estaban en la cama. Los cristianos se gozaron con su comida de cuatro platos. Los militares habían hecho lo suyo con ocho platos y se contentaron grandemente, pero con el objeto de hacerse de todo a todos Abd alMasih había cenado cuatro veces. Tomó un grano de colomel y se refugió en la cama.

Dentro de un cuarto de hora le despertó un toque de corneta. La banda militar estaba tocando dentro de su cuarto, repleta de cornetas, tambores, flautas y címbalos. Habían intentado meter un caballo, pero se plantó en la escalera. Prosiguieron para saludar a los dos capitanes y el sacerdote. Abd alMasih casi había caído en sueño cuando el día amaneció y volvieron, esta vez trayendo una botella de champaña. Joyeuse Noël, Pasteur. “Hemos  venido para desearle una feliz Navidad”. Le entregaron la botella, obsequio del sacerdote. “Por favor, llévenlo, yo no bebo”, rogó. “O.K., sabemos que debe estar cansado. La dejaremos en su armario. Joyeuse Noël”. Sus pisadas se alejaron, y él fue al extremo del pasillo y se deshizo del contenido. El olor por poco le provocó vómito, pero por lo menos no se había avergonzado. Todos le habían tratado bondadosamente.

A las 7:30 se hicieron preparativos para una excursión en Arechei. “¿Viene, Monsieur le Pasteur?” “Lo lamento, pero tengo un culte a las 11:00. “¿Pero no puede celebrar su culte a otra hora? Lamentará de por vida no habernos acompañado. En Arechie hay lagos en medio del desierto con cocodrilos vivos que la gente desértica adora. No podrá encontrar otro cocodrilo en mil kilómetros. Y hay pinturas maravillosas en …” Pero Abd alMasih no podía acompañarles. Los enfermeros no estaban libres hasta las 10:00 a.m. y él había venido a Fada para celebrar misa con los cristianos a medianoche.

El convoy salió, cada pasajero envuelto hasta los ojos como protección de la arena cruel, el Capitán como navegante con una brújula muy complicada montada en el vehículo. A las 10:00 los creyentes se reunieron en una pequeña choza para un culte breve y luego hicieron memoria del Señor de la manera de los creyentes primitivos, pasando un pan de mano en mano y bebiendo de una copa común en memoria de la preciosa sangre derramada.

En la tarde el capitán residente le invitó a Abd alMasih acompañarle en una gira del distrito. Era obvio que este hombre tenía profundos problemas espirituales, y juntos conversaron acerca de las cosas de Dios. Él manejó rápidamente por la trocha arenosa, porque el camión se hunde si uno no mantiene una buena velocidad. El vehículo bamboleaba; pasamos por oscuras desfiladeros amenazantes donde arroyos habían hecho cascadas en alguna época del año. Fada tiene una precipitación aceptable, pero es errática y varios años pueden pasar sin lluvia. El anfitrión informó que una tempestad repentina en las montañas puede traer un torrente de agua que lleva todo por delante: troncos, escombros, ovejas, camellos y aun seres humanos. Luego el agua se esparce sobre la llanura y se pierde en la arena. La mayoría de los árboles eran de acacia y algunos estaban en flor, una pequeña flora con fragancia de mimosa.

Al haber pasado a lo largo de una quebrada entre hermosas montañas rojas y escarpadas, salieron a una llanura que lucía esplendida en la puesta del sol. Los picos parecían atalayas para guardar el cielo, apoyados sobre muros de arena al norte y al este. Parecía abundar dondequiera la pequeña fruta hamdal, que tiene la apariencia de una patilla (sandia), pero es muy amarga. Los árabes la hierven y extraen una suerte de bitumen que utilizan para curar las heridas en el lomo de sus camellos. En un aprieto pueden comer las semillas una vez secadas y mezcladas con dátiles. En tiempo de hambruna la gente pobre se aprovecha también de la semilla de una hierba llamada kreb.

A la hora del atardecer los conejos salen de sus hendiduras en las peñas, pero al ver gente desaparecen en seguida. Es un misterio cómo comen. ¿Cómo sobrevive la fauna en el desierto? Hay la brincadora jerboa que nunca bebe, la hermosa gacela que corre a 100 kph pero a veces se encuentra a 200 kilómetros de agua visible, el cuervo con sus plumas de negro azabache que absorben el calor, los grandes zamuros que circulan allí arriba y el atrevido charcal.

Salieron repentinamente de la boca de otra quebrada y prosiguieron a alta velocidad al otro lado de las montañas que vigilan el campamento. La caída fue de 120 metros cuando menos contra una barrera formada por la arena detenida por los cerros. Abd alMasih aguantó la respiración cuando el Capitán dirigió el Land Rover hacia abajo en línea recta, pero aparentemente no fue la primera vez que ese hombre había hecho aquello.

La mañana siguiente subimos las montañas con el sacerdote para visitar a los árabes. Cruzamos una quebrada y alcanzamos una meseta amplia donde centenares de sepulcros  se extendían hasta donde el ojo no podía ver. Algunos eran cónicos, de una altura de cuatro o cinco metros, y otros circulares con piedras bien juntadas. El diámetro era de dos a seis metros. Eran las tumbas de los habitantes de las cuevas donde Abd alMasih vio pinturas. Una estaba entreabierta; su recámara era de unos dos metros cuadrados con un piso de arena blanca. El esqueleto era de un varón en la posición fetal con las rodillas puestas contra el pecho. Los huesos pequeños en derredor hacían ver que se había ofrecido un sacrificio antes de sepultar el animal con el hombre.

Se han hecho varias estimaciones de la edad de estos sepulcros y pinturas. Es aceptado que son preislámicos y la opinión mayoritaria de los expertos es que datan de 4000 a.C. Abd alMasih quería abrir otra tumba pero era obvio que el sacerdote no estaba de acuerdo. Él volvió al fuerte pero Abd alMasih no.

Él vio a un pastor que vigilaba cincuenta o sesenta ovejas, vestido de turbante blanco y una sola prenda traposa; era desesperadamente pobre. Guardaba su lanza en la mano, dejando tres dardos en tierra .Había colocado arbustos espinosos en un círculo como protección para sí y la familia, y encendido una fogata. Una miserable cobija bastaba para los padres y los diez hijos. Un cuero estaba colgando de una mata; tres o cuatro vasijas de barro estaban en torno del fuego y otro de metal estaba cerca.

Salaam wa alikum. “Que tenga paz”.

Wa alikum assalaam. ¿Keef halak? “Y usted en paz. ¿Cómo está?”

“Le veo un poco cansado esta mañana, amigo”.

“Efectivamente. Estoy triste, porque mi esposa me dejó esta mañana y no sé adónde ha ido. No puedo dejar estas ovejas porque las hienas merodean aquí. Anoche se acercaron y sólo la fogata las detuvo. Pero mi preocupación es por mi esposa”.

“¿Por qué le dejó?” preguntó Abd alAsih.

“Le dije que se apurara en hacer el té, y dijo que no había. Discutimos y se marchó”.

Abd alMasih se fijó en las pocas pertinencias de este pobre señor; ciertamente no había mucho para atraer a una mujer. Se ha podido vender por menos de una libra todo lo que tenían. “¿Puedo leer para usted de Uno que se llamaba el Buen Pastor?”

El hombre y el muchacho se sentaron, escucharon y estudiaron las ilustraciones en el librito de la SGM. No sabían leer, pero lo dejé con ellos en la esperanza de que llegara un día alguien que supiera leer el escrito en árabe.

“Muchas gracias”, dijo el pastor. “¿Qué pudo ofrecerle? ¿Un vaso de leche?” La leche era tibia todavía y Abd alMasih dudaba si debía beber leche no hervida. Entonces pusieron sobre una cesta llana un puño de dátiles de entre los pocos que tenían. Tan pobres, pero podían compartir.

De vuelta al pueblo Abd alMasih pasó a través del sector donde los nómadas habían levantado sus tiendas. Parecían ser de la tribu bideyat, montañeros ágiles que no son tan negros como los negros. Suelen vivir en mesetas, en casas de menos de dos metros de altura que están revocadas de arcilla. Esta gente parece ser muy pobre y aparentemente tiene que conformarse a veces con semilla de hierba o los granos machucados de cierto cereal desértica.

Una de estas tiendas era por mucho la más amplia y Abd alMasih pidió permiso para entrar y platicar con el hombre. Fue bien recibido. La choza era de nueve metros de largo y tres de ancho. Estacas, cada una con su horqueta, soportaban ramas y raíces de acacia, las cuales estaban amarradas con fibra de palma. Esteras de 12 por 5 cubrían este fundamento de un extremo al otro, enlazadas por una serie de ganchos de hierro; algunos de estos a su vez sostenían la concha de un huevo de avestruz.

El interior de la tienda estaba inmaculado. En una de las dos piezas había quizás treinta poncheras de esmalte de colores brillantes y por este lado de barlovento se extendían pieles. Cuando hay señales de un tornado, se colocan dos líneas de palos contra el costado de la tienda; la arena llevada por el ventarrón se amontona y la tienda se convierte en una especie de túnel. Está siempre longitudinal al viento con la entrada de sotavento.

Grandes bolsas de cuero almacenaban dátiles, sal y harina de mijo. Las mujeres habían hecho un pan en forma de pequeñas pelotas. La cama estaba levantada de la tierra con sus culebras y escorpiones, y una gran sábana de pieles la cubría para proteger los ocupantes de la arena. A la cabecera un cajón guardaba vestidos y adornos de mujer, como también té y azúcar. Parecía que el único mueble era un taburete. Un cuerno grande que contenía mantequilla estaba suspendido de un poste, usado para masajear el cuerpo y ungir el cabello. La mujer masajea al varón cuando llega de un viaje largo, y toda la tienda hiede a mantequilla rancia. Se engrasa el cuerpo de esta manera porque la piel se agrieta rápidamente en el aire caliente y seco.

Todo lo que había en la tienda era grasoso, pero en general muy ordenado, con los cuchillos, lanzas, etc. clavados en el techo. Se pierde en seguida cualquier cosa que caiga en la arena. Estos moradores del desierto subsisten casi exclusivamente de dátiles secos y leche, a veces con una mazamorra de mijo o pan de cebada. Rara vez comen carne, excepto en las fiestas religiosas y las bodas.

Abd alMasih encontró que la gente del desierto es musulmán superficialmente pero aparentemente no tiene faquires ni jeques propios. Las mujeres difieren de un todo de las negras en el sur. No tienen pelo crespo, narices chatas ni labios carnosos como las sureñas. Son esbeltas, su cabello está trenzado y cae en mechones finos sobre las orejas con un mechón grueso en el medio. Se mueven con mucha gracia al llevar los cántaros del pozo.

Más adelante se encontró un campamento de los boyeros de camello que minutos antes habían quitado las sillas y los bolsones de sus animales y ya estaban colocados en un semicírculo para protegerse del viento. Así iban a pasar la noche. El visitante pasó frente a la oficina del Capitán, quien es juez civil a la vez de oficial militar. Una muchedumbre rodeaba el tribunal donde el hombre pronunciaba sentencias con la ayuda de un administrador cristiano, En la tarde Abd alMasih visitó a los comerciantes, encontrando dos clases de musulmanes: los de Darfur y los de Trípoli. Había dos mezquitas en el pequeño oasis debido a una enemistad amarga entre ellos, no obstante la unidad de todos los musulmanes, Los senousises del Fezán eran los más fanáticos y no aceptaban ejemplares de las Escrituras y algunos tampoco respondieron al saludo del extranjero porque era cristiano. En otros negocios él podía platicar con los hombres y dar un pequeño mensaje del Libro sin Palabras, dejando con ellos porciones bíblicas. Obviamente estos comerciantes eran mucho más prósperos que sus víctimas toubbous y bidyales.

El elemento más refrescante en Fada son los jardines. El agua está a sólo metro y medio debajo de la superficie y se puede cultivar todo tipo de fruta. Las legumbres prosperan durante todo el año. En la mayoría de los jardines una calavera o la piel de un animal está suspendida del tronco de un árbol porque los habitantes creen que los jinn viven en las montañas y las dunas. Algunos son amistosos y otros vindicativos; Manda Fada es especialmente hostil. Si un hombre se enferma, su huerto no prospera porque es obra del espíritu malo, y para propiciarse de éste se coloca una piedra en la tierra y se la rodea de piedritas, con harina, sal y dátiles sobre la piedra. El rezo es, “Sáname y haz que mi jardín prospere; a los quince días mataré un animal para ti”. Se beneficia el animal sobre las piedras, dejando allí parte de las tripas. La piel se suspende de una rama a la vista del lugar del sacrificio y la calavera se exhibe igualmente en el campo como una protección adicional del ojo malo de algún transeúnte. También se deja en el sitio una jarra rota además de un espantapájaros en un árbol, pero no para espantar las aves sino los espíritus malignos. Todo esto resta atracción del hermoso jardín: no en la estima del hombre, sino de los espíritus. Esta gente la pasa en el temor del mundo invisible.

Hay dos sistemas de riego. Se fija un balde a un palo largo que gira sobre otro vertical y al otro extremo se amarra una piedra grande de manera que el cuero de agua tenga un contrapeso. El balde de cuero se inserta en el pozo, el peso lo levanta y se lo gira a un lado para ser vaciado en un canal que llega hasta el jardín. En otro huerto un cuero muy amplio fue bajado al pozo sobre una polea, una mujer subió la cuesta con el asno y haló el cuero lleno del pozo. Con esto, haló una cuerda y el agua chorreó en pequeños arroyos sobre los cuadros de legumbres. Se puede cosechar la cebada hasta tres veces en el año. Los arroyos en el Sahara producen esto huertos abundantes, y el Espíritu Santo puede producir en todo creyente aquel carácter en la imagen de Dios que convierte su alma en un huerto regado.

Así pasó la semana; las mañanas dedicadas a visitar los musulmanes o una excursión a las montañas, las tardes en las tiendas y después del atardecer estudios bíblicos para el pueblo del Señor. La última reunión se celebró el domingo en la mañana y en la tarde Abd alMasih visitó el hogar de cada familia. Ahora él conocía a cada una y comprendía sus problemas y tentaciones. Al visitar los enfermeros supo que uno de ellos estaba casado con una joven que fue criada por católicos pero nunca antes había oído un mensaje claro del evangelio. Mostró un interés excepcional y al evangelista le dio gozo orar con esta mujer de 18 años y conducirla al Señor Jesús. Aparte de toda otra consideración, el viaje al norte fue muy provechoso por esta profesión de fe. Él pasó también por las casas de algunos amigos musulmanes y les dejó porciones de las Sagradas Escrituras.

Temprano el lunes oyeron el ruido del avión que trazaba un círculo en el aire en preparación para el aterrizaje. Las maletas hechas, los señores montaron el Land Rover del Capitán y casi de una vez se encontraron en el aeródromo. Abd alMasih y el sacerdote compartieron el avión con dos vacas gordas que parecían muertas hasta que una de ellas hizo una guiñada. En Largeau se transfirieron al avión grande y fueron acompañados de los otros sacerdotes que también estaban de regreso. El Comandante francés, su esposa e hija, protestantes fervorosos, se sentaron al frente de los clérigos y Abd alMasih detrás. Apenas el avión se había levantado vuelo cuando colapsaron los asientos ocupados por los sacerdotes, quienes procuraron guardar su dignidad desde el suelo adonde habían llegado tan precipitadamente. Le fue difícil para la esposa del Comandante retener su risa ante ese espectáculo. No habían colapsado los asientos adyacentes de los protestantes, sino sólo de los católicos, y era evidente que algún bromista entre la tripulación había planeado adrede la caída de los seis religiosos.

Vuelto a la labor de la traducción en Fuerte Lamy, Abd alMasih reflexionó sobre todo lo que había visto. Las vastas expansiones del desierto, los musulmanes nominales tan amistosos y hospitalarios y una población reducida en un área tan amplia ─ ¿cómo alcanzarles? Hay personas al estilo del avestruz con la cabeza metida en la arena que intentan convencerse a sí mismos y a otros que todo el mundo ha sido evangelizado, cuando la realidad es que millones nunca han oído las buenas nuevas. Él pensó en aquellos huertos tan llamativos en medio del desierto árido y se acordó del versículo, “Su alma será como huerto de riego”. ¡Atractivos esos jardines! Aseguradamente una solución al problema de alcanzar las poblaciones musulmanas del vasto Sahara sería que los administradores, soldados y oficiales cristianos vivieran bajo la influencia del Espíritu Santo cual huertos regados. Él pensó en cómo el agua salía cascadas del balde de cuero y fluía chispeando a la tierra fértil, permitiéndola producir frutas y legumbres. Sus esfuerzos deben ser dirigidos ahora a preparar varones creyentes para evangelizar a los musulmanes. Solamente en la medida en que los creyentes se valieran de los arroyos subterráneos podrán ser como un huerto regado en el yelmo; solamente las vidas atractivas como la de Cristo van a ganar a los musulmanes.

 

13   Sed del alma

 

“El problema con los jóvenes hoy día es que no braman”. El sobrio anciano se apresuró para explicar a su auditorio perplejo que no se encontraba entre la juventud aquel anhelo que declaró el salmista al escribir; “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios mío, el alma mía”. ¿Pero es cierto que no “braman”?

Es evidente que en la redondez de la tierra la gente parece estar del todo indiferente a las cosas de Dios. “Bienaventurados son los que tienen hambre y sed de justicia”, declaró el Docente Maestro, “porque ellos serán saciados”. Da la apariencia que no la hay, ¿pero no será que está escondida por una chapa de supuesta indiferencia? El humanista profesa haber matado a Dios; dice que no existe ahora. No es la moda asistir a una iglesia, pero a menudo late en los corazones ese deseo profundo. Cuando está despertado ese anhelo por la satisfacción espiritual, es comparativamente fácil llevar la persona a los arroyos, a comunicar el mensaje.

En Juan capítulo 4 vemos al Obrero Maestro despertando y satisfaciendo esa sed por Dios que no estaba aparente en el alma de una mujer pecadora. Hacemos bien al seguir la senda que Él nos ha trazado. A un marcado costo para sí, fue al lugar donde sabía que la iba a encontrar. Era Dios que se hizo Hombre para estar en condiciones de dar el mensaje de Dios. El Verbo se hizo Carne. Hizo el largo viaje a Samaria para alcanzar una sola mujer y suscitó una conversación acerca de las cosas ordinarias del vivir diario. Pidió agua a beber; buscó el nivel de ella y se puso en el lugar suyo. Él era judío pero conversó con la despreciada samaritana; era puro y limpio pero se dirigió a una mujer caída; era varón pero conversó en público con una mujer. (Por cierto, es la única manera en que un hombre puede acercarse a una mujer en el Oriente. Sin falta de decoro, puede pedir agua al pasar por la fuente).

Entonces Él creo un deseo por el don dado por Dios que le provocó a ella preguntar de dónde tendría él el agua viva. Con mucha diplomacia y gracia le condujo a hablar de su pecado, guiándole de lo de la vida diaria a la religión y la adoración espiritual. No le habló primeramente de temas espirituales, sino se dirigió a ella a un nivel que sabía que ella iba a entender. Hecho esto, se reveló a sí mismo. Satisfecha la profunda sed de su alma, de una vez ella dejó su cántaro y fue a decirles a otros, para llevarles a Aquel que había encontrado y que había satisfecho su necesidad más profunda.

En su libro Too hard for God? (¿Difícil para Dios?) Abd alMasih ha relatado de jóvenes que Dios ha usado para comunicar la verdad a otros y ganarles para él. De una manera similar Él está usando los creyentes en Chad para comunicar el mensaje que ha dado al mundo. ¿Estamos cumpliendo la misión? ¿Nuestro mensaje es relevante para el hombre en la calle, para la gente a quienes hemos sido enviados, para el musulmán? ¿Corresponde a sus necesidades? ¿Nuestro mensaje está atrayendo otros al Salvador? ¿En realidad estamos comunicando el evangelio en nuestro terruño y en el ultramar? Hay una correspondencia llamativa entre los métodos del Señor y el testimonio poderoso de la gente joven en África. Ellos no se aíslan, sino entran en contacto con la gente en el quehacer diario.

Una muchacha de dieciséis fue seleccionada para una carrera con otra de su edad. Mucho dependía del resultado pero el deseo sobresaliente de ella era ganar a aquella para el Salvador. Justo antes de la carrera se le ocurrió una idea brillante. “¿Qué religión es la tuya?” le preguntó a la musulmana.

“Soy musulmana como tú”.

“Oh no”, dijo Fathema, “soy cristiana”. La otra respondió con una risa burlona.

“Mira, seamos realistas. Tú vas a orar a Mahoma, así como siempre haces, y le pides que llegues de primera. Yo voy a orar al Señor Jesús y pedirle lo mismo para mí, y te haré ver que mi Dios es el Dios que responde a la oración”.

Fathema estaba consciente de que su testimonio dependía de aquel reto. En el vestuario ella pidió al Señor hacerle ganar la carrera si era la voluntad suya, y así fue. La otra se le acercó y dijo: “Favor explicarme la cristiandad. ¿Cómo puedo ser cristiana como tú?” Fathema le explicó a la otra y le obsequió su propio Nuevo Testamento. Al escribir a una tercera, dijo, “Ahora estoy esperando el resultado”.

Bien, ¿y esperaba qué? Esperaba que la otra creyera como ella había hecho. La conversación se originó en una carrera y continuó con un desafío que manifestaba la sinceridad y convicción de un creyente. Esto dio lugar a una pregunta; el contacto inicial se hizo al ver algo real en la vida de la cristiana y dio lugar a un deseo en la musulmana a poseer lo que veía en una hija de Dios.

Si Moussa era un maestro del Corán que de muchacho había asistido a una escuela dominical, pero aquellos años de instrucción le habían dejado frío. A los 18 años fue designado a dar instrucción en la mezquita de la localidad, así como su padre había hecho antes de él. Era tremendamente orgulloso de sus conocimientos y de ser musulmán. Despreciaba a todos los cristianos y a los misioneros en especial. ¿Qué podía hacer para mostrar su superioridad y dar expresión práctica a que el Corán ha desplazado el evangelio; que el evangelio no es relevante en las tierras musulmanas?

Buscó a cierta misionera, llevando consigo el Corán. “Favor de darme un Evangelio según Juan en árabe. Ahora que soy maduro quiero estudiarlo de nuevo”. La sierva de Dios estaba encantada. Por fin hubo una respuesta a sus oraciones, este maestro del Corán estaba buscando, tenía sed de Dios. Le dio el Evangelio. Lo recibió y deliberadamente lo volvió trizas, botándolo al suelo ante los ojos de la hermana en Cristo. Desafiado, quedó en espera de la reprimenda; seguramente venían amargas palabras de condenación. Más bien, vio que los ojos de la evangelista se llenaron de lágrimas, su rostro manifestó tristeza pero a la vez un amor inexpresable. Sin proferir palabra alguna, se retiró y oró por este joven. Si Moussa se marchó, pero dentro de una hora estaba de regreso, ya no un musulmán pretencioso sino un pecador vencido, arrepentido y en busca de la salvación. Fue el carácter del mensajero que le ganó. El mensaje vino después.

Cuánto tenemos que aprender que, si bien se comunica el mensaje por palabras, su valor lo hacen saber la persona que lo da y las circunstancias en las cuales se lo da. El  impacto de la experiencia particular, la evidencia de realidad, de un interés profundo es lo que estimula al otro a preguntar. Esto revela la falacia que el ministerio radial reemplaza al misionero. Puede ser cierto sólo en parte. Tiene que haber una comunicación en vivo; los mensajes grabados, o aun en vivo por radio, pueden ser de ayuda como un inicio, pero rara vez satisfacen la necesidad específica de un individuo. Un radio no puede contestar la pregunta, “¿Cómo puedo ser cristiano?”, ni un tocadiscos puede provocar la reacción, “¿Cómo puedo tener el gozo que usted tiene?” simplemente porque un aparato muerto no puede anticipar la reacción personal de uno que no sea creyente.

Una vez establecido el contacto, el valor del mensaje se transmite por el carácter cristiano. El mensaje es Cristo y el mensajero debe ser como Cristo. Todavía se necesita el misionero. El Señor no se equivocó al decir Vayan en vez de Manden, y su comisión estará vigente hasta el fin de la época.

En los grupos que el Señor está usando, el reto no es discutir las religiones ni debatir una doctrina teológica, sino ensayarla. Es funcional, es veraz; lo he intentado. Cristo ha llenado mi necesidad y puede llenar la suya; ha cambiado mi vida y puede cambiar la suya. Estos pequeños grupos de jóvenes leen consecutivamente el Nuevo Testamento; no hay quienes les enseñen pero ese Libro es el manual para sus vidas. Leen para saber cómo vivir, no meramente para saber. Aceptan la Palabra de Dios a su valor facial.

Grupos de cristianos jóvenes se reúnen en Chad, Argelia e Inglaterra para estudiar de esta manera. Estudian las Escrituras en conjunto, a diferencia de ciertos textos para apoyar una doctrina en particular. Recién han encomendado sus vidas al Señor y quieren saber qué es su voluntad. El enfoque no es en primera instancia devocional o doctrinal, aunque estos tienen su lugar. Para ellos, la Biblia es un texto sobre la vida diaria.

Esto caracterizaba los estudios en grupo de los jóvenes argelinos. Escudriñaron el libro de Gálatas versículo por versículo y cristianos profesantes fueron conducidos a la realidad de la vida nueva; nacieron de nuevo. Ellos aplicaban la enseñanza bíblica a las rutinas diarias. Nunca preguntaban, “¿Usted es salvo?” El desafío no era, “¿Está preparado para la muerte?” sino, “¿Está preparado para vivir la vida en toda su plenitud?”  En otras palabras, no se enseñaba la teoría de la salvación sino el desafío de Cristo como un Salvador y Señor vivo, quien exige una sumisión total y una entrega plena; Él quiere el control absoluto. Es la Fuente y el Origen de la vida nueva y hace posible que ella perdure. A cada paso el cristiano le pregunta, “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Él puede ser incorporado en todo aspecto de la vida, en toda carrera, en todo examen y evaluación y en la rutina ante el público espectador.

En casi todo caso el creyente gana la confianza y la estima de la otra persona antes de que ésta confíe en el Señor. El que no es cristiano aprende que puede confiar en quien lo es y puede amarle, y esto le conduce a la postre a poner su fe en Cristo. La gente debe sentir que les amamos, que estamos profundamente interesados en ellos, antes de que estemos en condición de comunicar.

Por encima de todo, estos cristianos de otras tierras toman a Dios en serio. La oración ocupa una parte grande en sus vidas; ellos esperan que Dios actúe y le piden que obre. Confían en él para salvar a otros y con esta expectativa conversan con sus prójimos. No necesariamente presentan la doctrina cristiana, pero de corazón lleno hablan lo que Dios es para ellos por medio de Cristo.

Un punto final es su disposición a sufrir por el nombre de Cristo, En manos de un déspota pagano, por la policía secreta y en el círculo familiar ellos aceptan padecer por el nombre del Señor en quien creen. Eugene Nida lo expresó hábilmente: “La cristiandad como un estilo de vida puede ser transmitida eficazmente sólo en un contexto vivo por aquellos que no solamente han descubierto la singularidad de su fe, sino también han sido capturados por el amor que conduce al Calvario. Lo cristianos primitivos estaban dispuestos a amar al Señor al extremo de sufrir las consecuencias de su nueva fe. Querían voltear al mundo”.

Podemos concluir este capítulo con una referencia a Gálatas 4, donde vemos el hondo interés del gran evangelista por los gálatas. Está perplejo. “Hijitos míos”. ¿Pero son en verdad hijos de Dios, o simplemente hijos suyos? ¿Han captado la verdad? ¿Él les ha comunicado el mensajero entero, o es meramente que ellos han sido atraídos a él? En el v. 19 se ve qué era la meta del maestro: “que Cristo sea formado en vosotros”. Para Pablo, una mera profesión de fe no bastaba; él deseaba ver señales positivas de una vida nueva en Cristo.

Para Pablo la cristiandad no era un mensaje religioso a ser creído, sino una vida a ser recibida y vivida. Él sabía que toda vida se reproduce tal como es en sí, y si en realidad los gálatas habían aceptado a Cristo como Señor, pronto habría evidencia en sus vidas. Esta debe ser nuestra meta siempre; no una profesión de conversión, no que la gente “se salve”, sino ganar a los hombres y las mujeres a la fe en un Señor vivo que imparte y conserva una vida nueva ─ una vida que es posible solamente por el poder del Espíritu Santo obrando por medio de un nuevo nacimiento.

Si esta era la meta de Pablo, ¿qué era su llamado? “Sed imitadores de mí”. ¿Y qué es usted, Pablo? “Por la gracia de Dios soy como soy. Para mí vivir es Cristo. No vivo yo, sino Cristo vive en mí. Él es la Fuente de mi vida, mi Poder Sustentador, la Suma Total de la vida mía”.  Su llamado a estos gálatas era que quería que fuesen como él. Así fue que retó a Agripa: “¡Quisiera Dios que por poco o por mucho … fueses hechos tal cual yo soy, excepto estas cadenas!” No un preso como yo, sino un cristiano.

Pablo tenía un mensaje que dar al mundo, el mismo mensaje que nos es encomendado, que se basa en hechos históricos. Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó. Vive; murió en amor y hoy vive. Pablo sabía por experiencia propia  que estos hechos eran verídicos, y podía afirmar: “Con Cristo estoy crucificado, pero vivo. Sé por experiencia real que Él vive, porque ha tenido un tremendo impacto sobre mi vida”. El evangelio estaba personificado en ese hombre y por esto podía desafiar a otros. “Sean como soy; quiero compartir con ustedes mi vida, mi paz, mi gozo, mi Señor. Estoy tan satisfecho con Cristo, su libertad, su gozo, su salvación que quiero que ustedes sean como yo”.

El hombre que desprecia a su prójimo, la joven que está bajo el yugo del pecado, el mozo que está obsesionado con la televisión, el fanático del fútbol nunca puede decir a otro, “Sé cómo soy” porque él o ella es como el otro es. Esos cristianos nunca pueden transmitir su fe.

La meta de Pablo era que Cristo fuese formado en los gálatas. Su actitud al procurar comunicar el mensaje era, “Soy como ustedes son”, y éste es un principio muy importante para quien quiere comunicar. Si la gente va a llegar a ser como nosotros en la convicción y experiencia cristiana, debemos escucharles en verdad y hacerles ver que en realidad estamos tan interesados como para compartir sus problemas. Así es Dios, quien se humanó para hablar a los hombres; el Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros. Él habló nuestro idioma, llevó nuestras aflicciones, enfrentó nuestras tentaciones y conoció en carne propia la vida humana. Dejó que hablara la mujer al lado del pozo; se sentó con la ramera pero no la hizo sentirse pequeña, no la condenó sino dejó entrever que ella era importante para él. Hablaba con la gente en palabras y figuras de uso común; este es el proceder de Dios.

Esta fue una de las lecciones que Abd alMasih aprendió en Argelia. Para comunicar con el prójimo uno tiene que sentarse con él, comer lo que come, simpatizar, usar su idioma y sus expresiones. En los campamentos para jóvenes él encontró que esto cuesta. Lloró al reflexionar sobre los problemas que ellos enfrentaban, y así fue que se cerró la brecha generacional. Él estaba dispuesto a compartir con ellos y ellos con él, y fue sólo al llegar a esto que él podía ayudar. Si no estamos dispuestos a hacerlo, nunca comunicaremos.

Pablo, entonces, podía decir toda la verdad. “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?” 4.16. Era franco, audaz. Venía con la autoridad de un Señor Vivo; se hizo como Cristo Jesús, y ellos respondieron. Él aplicó el mensaje a todo departamento de la vida y no solamente a la salvación del alma. La actitud de estos gálatas hacia Pablo había cambiado, pero él no podía suavizar su mensaje. Les dijo la verdad; les respondió por haber dejado la gracia. Su método contrasta directamente con el de los falsos maestros, quienes trataban de agradarles. Muchos de los que evangelizan a los musulmanes, y otros, cometen este error; su mensaje es aguado; rehusan ejercer disciplina y no hablan del señorío de Cristo. Ellos consienten la juventud y producen una generación de estrellas del mar, “cristianos” sin columna vertebral, sin carácter. Pablo, no.

¿Temo las consecuencias de decir una verdad desagradable? Si es así, no voy a comnicar de veras, porque la gente se dará cuenta de mi insinceridad. Cuando se reta a un musulmán, o a un joven britanico, a consagrar todo al Señor, a disciplinarse, a darle a Cristo lo mejor, él responde.

Finalmente, Pablo sufrió por ellos el dolor de una madre a punto de parir. “Vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”, 4.19. Cual varón conformado a Cristo, sensible, amoroso, tierno, él es como una madre que ha sufrido por meses para ver al niño nacer muerto. Ella anhela un niño vivo y está dispuesta a pasar por otro embarazo si puede dar a luz un niño vivo. Pablo estaba dispuesto a sufrir pacientemente si puede conducir los gálatas a vida nueva en Cristo.

Tal vez esta sea la lección sobresaliente que tenemos que aprender en toda la obra misionera. Para comunicar eficazmente a otros tenemos que estar en plena comunión con el Salvador que dio su vida con el fin de llevar aquella vida nueva a otros. Se les puede llevar la vida eterna solamente cuando el siervo está acondicionado a servir. Pablo podía escribir, “La muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida”, 2 Corintios 4.12. De nuevo, a los Romanos afirmó, “Habeís muerto … para que seáis otro … a fin de que llevemos fruto a Dios”, 7.4, pero vamos a valernos del lenguaje ampliado de la Versión Popular: “… para pertenecer a otro esposo”. Efectivamente, los versículos anteriores emplean la figura del matrimonio. En el sentido de esta metáfora, todo cristiano puede ser visto como femenino. No es suficiente que la novia se presente en la boda para decir del novio, “Lo acepto”; ella tiene que entregarse incondicionalmente, y continuamente, a su esposo para que nazcan hijos a través de ella. El siervo del Señor debe entregarse continua y constantemente a su Señor vivo para que a través de él otros sean llevados a vida nueva. El Salvador nació en este mundo por medio del cuerpo de María y por el poder del Espíritu Santo. La vida nueva puede ser traída a otros en la medida en que nos rindamos al Dios Trino, compartiendo la preocupación suya por las almas perdidas para que el poder suyo opere en y por medio de nosotros.

Fathema era una joven estudiante universitario que vino a uno de los campamentos juveniles. Su hermana había venido el año anterior pero no había podido compartir toda su carga. Su padre había peleado con otro cristiano y por dos años no había asistido a ninguna reunión cristiana ni había hablado o comido con su propia familia. La hermana de Fathema le animó a compartir esta carga con Abd alMasih tan pronto que llegara al campamento, pero ella también le envió una carta y algunos papeles que dejaban muy en claro que Fathema se había comprometido a las doctrinas de los Adventistas del Séptimo Día y estaba dispuesta a recibir sus obreros en el hogar. Abrazando esa falsa doctrina, había venido al campamento como maestra y líder.

Siendo Abd alMasih el único al tanto de estos hechos, él se acercó a Fathema y le señaló la falsedad de su posición. Lo resintió y de allí en adelante hubo fricción entre ellos dos. En estas circunstancias el Espiritu Santo estaba contristado. Fathema tenía gran deseo de desempeñar el papel de un líder en el venidero campamento para adolescentes, pero tal cosa sería absolutamente inaceptable, y por esto Abd alMasih le informó al Administrador: “Lo lamento, pero si Fatema se queda para el último campamento, yo tendré que ausentarme”. En el orgullo de su corazón, él sabía quién tendría que marcharse; no había nadie más que podría mantener la atención de setenta adolescentes musulmanes en el aire libre y comunicar un mensaje en árabe. Él se quedaría y Fatema tendría que retirarse.

Él no podía dormir aquella noche. Tomó su Biblia y leyó los pasajes en Isaías acerca del Siervo. Él también era un siervo y tenía que reenfocar la mente sobre el Siervo Perfecto; posiblemente habría allí un mensaje de Dios para él. Leyó en el 42.2,3: “No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia”. Dios le dijo claramente: “Esto es lo que tú estás intentando hacer. Por cuanto ella no cede ni se dobla, tú quieres quebrarla. Si se obliga a marcharse, ella va a entregarse más al error; aquella hermosa vida joven será aruinada, la llama apagada”. Abd alMasih no pudo resistir; fue humillado. “Sí, Señor, como Tú quieras. Que se quede, y pocuraré ser paciente”. El Señor le quebró, y él lloró amargamente.

El día siguiente Fathema se sentó en la primera fila en la clase, y cuando la lección estaba en progreso, le miró y sonrió, la primera vez en quince días. Terminada la sesión, él la encontró saliendo con algún material didáctico. “¿Así que terminó?” dijo él. “¿No hay más que conversar?”

“No, no ha terminado”.

“¿Y el adventismo?”

“Le he escrito a la mujer para decir que no se presente”.

“¿Usted asistirá mañana?”

“Sí”.

La fricción había cesado. El Señor obró en aquel campamento, pero fue el mayor que tuvo que ceder, ser quebantado, antes que Dios tratara con Fathema. Abd alMasih sabía que él tenía la razón en defender la verdad contra el error, pero no estaba en plena comunión con el Señor que habló a la mujer pecadora junto al pozo y que lloró sobre Jerusalén. Fue una lección que Abd alMasih no va a olvidar. Pueda que los jóvenes tengan voluntad propia, pero así también algunos creyentes mayores. Si vamos a comunicar, tendrá que ser de un corazón partido, de un corazón que está en plena comunión con el Varón del Calvario.

 

14     Valle de estanques

 

Volábamos a 3000 metros, encomendados a un aviador muy capaz, nuestra atención fijada en el agua chispeante del lago de Chad y los centenares de islas que flotaban sobre las aguas. De repente una tempestad de arena tapó de la vista el lago y todo lo demás. Estas tempestades son comunes en la parte norte de Chad en la época de sequía y se conocen como las Harmattan. Es una experiencia horrible ser atrapado en tierra en una tempestad en el desierto. El cielo desaparece y la arena ardiente prohíbe que uno se adelante. Los camellos cierran las narices y el viajero da la espalda al viento, se cubre con su capucha y respira a través del turbante blanco que tapa la boca y la nariz. El polvo liviano llena el aire al ser llevado por centenares de kilómetros sobre el desierto, a veces a 20 kilómetros costafuera.

Una cosa es volar a ciegas confiando en el radar, pero se presentan peligros al hacerlo sin radar en una avioneta sobre el Sahara donde las pistas de aterrizaje son muy cortas. El piloto confió en su brújula, y Abd alMasih estaba más que sorprendido cuando vio una pista allí abajo. Sobrevolamos el pueblo de Bol, suponiendo que tendríamos que volver a Fuerte Lamy debido a las condiciones tan desfavorables para aterrizar. Hernie Adicto advirtió que a lo mejor tendría que hacer varios intentos antes de lograr tocar tierra, pero lo hizo a perfección. El misionero de la localidad llegó a toda carrera en el Landa Rever, esquivando para evitar la arena honda, y nos llevó al centro misionero en la ribera del lago. Vimos las embarcaciones de papiro que surcaban las aguas, como también una isla que dejó Bol de estribor en su travesía.

Se podría escribir mucho acerca del fascinante lago de Chad. El doctor Carlinga visita varios centros en la ribera norte de Chad en un barco que está equipado para cirugía. Él está basado en Nigeria bajo los auspicios de la Misión Unida del Sudán,  El interés de Abd alMasih se debía a que dos creyentes que asistieron a sus clases estaban evangelizando en esos pueblos.

Se han hecho varios intentos a valerse de las aguas lacustres para regar la tierra fértil en su ribera. En algunos lugares un dique atraviesa un estero para formar una represa, permitiendo que se bombee el agua a las siembras. Hay grandes extensiones más bajas que el nivel del lago, pero las dunas y los cerros de arena hacen muy bien las veces de una barrera de hechura humana. Abd alMasih observó hombres que regaban sus huertos laboriosamente con el sados que se emplea en los oasis, y luego llegó adonde veinte hombres estaban excavando un canal en la arena hasta una profundidad de 13 metros, mientras que otros hacían uno de concreto reforzado.

El canal principal contaba con compuertas que permitían que el agua fluyera a canales secundarios para regar centenares de hectáreas en la llanura. Grandes cuadrillas estaban sembrando papas que maduran en dos a tres meses. Se puede cosechar el trigo dos veces al año. Las posibilidades son excelentes pero la inversión inicial es alta, tanto en mano de obra como en dinero, y se requiere mucha previsión y planificación.

“Haced de este valle  muchos estanques, fue la orden dada al rey de Israel en 2 Reyes 3.16. Los tres reyes de Israel, Judá y Edam habían reunido un gran ejército para marchar contra el rey de Moab, pero no obstante la mucha organización les esperaba una derrota por falta de agua. Los preparativos eran excelentes pero faltaba el agua viva. En Chad había un ejército potencial de creyentes para enfrentar el islám; los evangelistas estaban allí, pero como aquel gran ejército en Israel. Su mensaje a los musulmanes no tiene poder, y no pueden vencer si no atacan este enemigo espiritual. Pero las armas de nuestra milicia son inútiles aparte del poder del Espíritu Santo. La orden de Jehová a aquellos reyes aliados fue a preparar con fe para recibir el don del agua que sería canalizada debidamente y el medio de vida y triunfo.

“Haced en este valle muchos estanques”. Sea en Israel o sea en Chad, hacer estanques es laborioso, agotador, pero recompensa ricamente cuando de esta manera el pueblo de Dios se prepara para la bendición suya. La promesa ha sido dada: “Este valle será lleno de agua”. Los hombres tuvieron que prepararse y excavar los estanques y entonces Dios actuó. Conforme fue prometido, “aconteció que por la mañana… vinieron aguas por el camino de Edam, y la tierra se llenó de aguas”. No hubo ruido. Dios obró silenciosamente para traer salvación a su pueblo y destrucción a su enemigo, pero los estanques fueron hechos por hombres. Los hombres están dispuestos a gastar millones en la preparación de pólderes y estanques en torno de ese lago, y serán compensados con creces cuando viene la cosecha.

¡Es poco el tiempo y dinero que los cristianos están dispuestos invertir en habilitar hombres para ser canales de bendición por los cuales el agua de vida puede fluir a los musulmanes chadianos! El ejército espiritual está allí, las posibilidades son enormes, pero los hombres necesitan las herramientas, y la capacitación tiene que ser tanto mental como espiritual. La experiencia en el valle deja deslomado al obrero porque requiere labor que intenta contra el alma, pero por cuanto el agua siempre busca el nivel más bajo, Dios siempre dobla y quebranta a sus siervos antes de traer un diluvio de bendición. Cave hondo y prepárese.

 

 

Un enfoque equivocado

Los evangelistas de Chad son fervorosos en denunciar las costumbres paganas de las tribus que evangelizan. Condenan la adoración a los espíritus y todo lo que está asociado con la vida pagana. Ser cristiano se perfila como simplemente romper todos los lazos con el paganismo y aprender a dar respuestas correctas a una serie de preguntas acerca de la cristiandad. Esto tiende a producir un sistema casi legalista y carente de vida.

El musulmán tiene su religión y al condenarla uno le deja sin nada, pero escuchemos cómo el evangelista le habla:

  • Ustedes los musulmanes dicen que Mahoma era profeta, pero él tomó diez esposas.
    Un hombre como ese no teme a Dios.
  • Así no es que se ora. Usted simplemente golpea la cabeza contra el suelo.
  • Ustedes dicen que deben ayunar, orar y dar limosnas al pobre antes de que
    Dios les perdone. La suya es una religión de obras, pero nosotros somos salvos por gracia.
  • Esa bolsita que porta para protegerse de los espíritus es su dios.
    ¿Cómo puede un amuleto salvarle?

En fin, el enfoque es negativo y condenatorio.

El resultado

Abd alMasih entró en un pueblo en el sur con cierto misionero y éste se acercó a un comerciante. “Reúna su gente”, le dijo, “porque traigo un visitante que quiere hablarles”.

“¿Qué quiere decirnos?”

“Quiere hablar de religión”.

“¿Qué religión? ¿La suya o la nuestra? Somos musulmanes, tenemos nuestra religión y no queremos nada con la suya. Ustedes solamente quieren criticar a Mahoma. Quieren decirnos que no debemos seguir nuestra religión, que dejemos de ayunar en Ramadán y que no oremos”. El hombre estaba muy molesto. Abd alMasih se retiró, entró en una tienda y entabló una conversación amistosa con otra persona. El musulmán enfadado entró y con él una turba de jóvenes exaltados que buscaban fomentar problemas y no refrenaban su modo de hablar. “Ustedes son judíos. Váyanse y sigan su propia religión”.

“He pasado la vida entre musulmanes. Les amo a ustedes y quiero ayudarles”, dijo Abd alMasih.

“Los cristianos nunca han amado a los musulmanes y nunca lo harán. Los musulmanes odian a los cristianos. ¡Váyanse!”

Era obvio que otros se habían equivocado en su trato con esa gente. Siendo una minoría, ellos estaban a la defensiva; el miedo estaba detrás de su enfática negativa a escuchar. El Señor les enseñó a los discípulos que “no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas”. Las espinas de un cardo impiden el acceso, y las espinas de la controversia, crítica y condenación alejan al musulmán.

La confirmación de este modo de acercamiento fue dada cuando Abd alMasih y otros escucharon una serie de cuatro mensajes preparados y grabados en el sur para uso entre los musulmanes. Cada oración incluía ma fi, el negativo. No contenían una sola referencia al Señor Jesús o su obra, ni se citó algún versículo de las Sagradas Escrituras. Las uvas y los higos atraen. La meta entre los musulmanes debería ser la de evitar la controversia y presentar el mensaje positivo del Señor Jesús como la Vid verdadera en toda su hermosura
y todo su poder atractivo.

 

 

La instrucción

La Espada del Espíritu es la palabra de Dios y para los musulmanes de Chad el Nuevo Testamento en árabe es la principal herramienta. De él se pueden extraer mensajes de factura divina que penetrarán la conciencia y serán la palabra que sale de la boca de Dios que no volverá a él vacía, sino hará lo que Él quiere. Los creyentes deben ser enseñados a usar el Nuevo Testamento y con este fin se ha elaborado un curso, “El enfoque musulmán”.

El diccionario

Abd alMasih se dio cuenta de la marcada necesidad de enriquecer el vocabulario cristiano. El árabe clásico es uno de los idiomas más ricos del mundo, pero el idioma coloquial difiere de país en país y de lugar en lugar, aun cuando el vocabulario religioso está estabilizado por los ritos y las prácticas del islám. Los cristianos en Chad desconocían este vocabulario casi de un todo, y era necesario ponerlo a su alcance en una forma sencilla. Obviamente, los musulmanes no estaban dispuestos a facilitar las palabras y frases que los cristianos necesitaban para predicarles el evangelio.

Por cuanto los creyentes no podían leer la escritura árabe, era necesario preparar un diccionario en letra romana, empleando el francés y el árabe conjuntamente. Convenía encontrar y registrar los términos más sencillos, pero era una labor de meses. Por fin se redactó un “Diccionario Francés-Árabe” de más de 5000 palabras con el propósito específico de ayudar a los evangelistas. En vez de incorporar una sola palabra para pecado,  como se estaba hablando, se listaron siete, presentando sus cognados, o relaciones mutuas, de verbos y pronombres; p.ej. desobedecer, transgredir, incumplir y errar. Todas estas expresiones son bien conocidas a los musulmanes. Lejos de haber una sola palabra para fe, hay toda una serie de términos que expresan la creencia en Dios o su Palabra, poner confianza, entregarse plenamente, seguir y obedecer. Cualquier musulmán puede afirmar que cree en Jesús, pero nunca dirá que se entrega plenamente a él.

Los cánticos

Al cristiano africano le encanta cantar, y esta característica se aprovecha positivamente cuando los musulmanes pueden entender los himnos y coros redactados en buen árabe. Abd alMasih se ocupó de la compilación de setenta cánticos espirituales con música que los creyentes conocen y aman. Son los primeros himnos en Chad que tienen rima y ritmo, como es esencial en árabe. El himnario y el diccionario se venden al costo.

La gramática

Las palabras que los cristianos usaban se basaban en el sintaxis de su propio idioma y por esta razón eran confusas y chistosas en los oídos árabes. En los idiomas en el sur una sola palabra tiene que servir de sustantivo, verbo y adjetivo según el sufijo puesto a la raíz, pero en árabe es esencial conjugar el verbo y los tiempos pasados y futuros. La mayoría de los textos de gramática emplean frases que son de poco provecho en la vida diaria, pero el texto que se redactó se basa en el lenguaje del mercado público y en el vocabulario religioso del Nuevo Testamento.

Los discos

En cualquier idioma la pronunciación correcta es importante, y le cuesta realmente impartir su mensaje al hombre que destroza las palabras, por bueno que sea su conocimiento del vocabulario y la gramática. Para corregir esto, cierta entidad sin fines de lucro ha grabado ocho mensajes cuyo texto fue escrito mayormente por Abd alMasih y narrado por Edward Bazabet, quien habla el árabe como un árabe.

Se distribuyen estos discos gratuitos y el texto manuscrito está incorporado en el Curso de Enfoque. Los “misioneros envasados”, como la gente llama estos discos, tienen una duración de sólo cuatro minutos y se tocan con un tocadiscos por demás sencillo y genial que se opera al girar una manilla. En sí, son inadecuados para presentar el evangelio, pero son una ayuda para el predicador y sirven como introducción a un mensaje mayor cuando el estudiante está apenas aprendiendo. Un tocadiscos no puede responder a las preguntas ni llevar un alma al contacto personal con el Señor, pero puede ser útil como complemento.

Los libros

Para acceder al musulmán efectivamente los cristianos tienen que saber leer y escribir árabe, y a cada estudiante se le da la oportunidad de aprender. La Sociedad Trinitaria ha publicado el Evangelio de Lucas con el texto en árabe y la SGM tiene su librito Escucha en árabe además de Parábolas en francés y árabe. Este librito atrae a los estudiantes que conocen uno de los idiomas y desea aprender el otro. Contamos también con El camino de la salvación y dos tratados largos, cada uno en dos fuentes (romano y árabe) que son apropiados para los cristianos y los musulmanes por igual.

El curso

El Curso de Enfoque es un instrumento didáctico en francés y árabe que consta de cuatro lecciones, basada cada una en un versículo bíblico. La lección emplea frases, vocabulario y un mensaje evangélico con su esquema.

El islám niega dos verdades fundamentales que son la deidad de Cristo y su muerte expiatoria. Cada musulmán ora a diario, Oul huwa-llâhu ahad … Lam yalid was lam yûlad (“Diga Él sólo es Dios … que ni engendra ni es engendrado”) “¿Cómo puede Él tener un Hijo?” De esta manera el Corán niega la deidad de nuestro Señor.

Al contrarrestar este error el evangelista cristiano tiene que evitar comunicar una mentira al hablar la verdad. Él insiste que Jesús es el Hijo de Dios, Ilan Alá, pero el musulmán no entiende; las palabras le parecen blasfemia. Por esto se le enseña al estudiante que si un musulmán pregunta, “¿Es Jesús el Hijo de Dios?” él nunca debe responder simplemente que sí. Debe preguntar, “¿Precisamente qué quiere decir usted?”  “¿Qué entiende cuando nosotros los cristianos decimos que Jesús es el Hijo de Dios?” El musulmán responderá, aunque en lenguaje menos cortés, algo como, “Las palabras pueden tener un solo sentido, y es que Dios tuvo relaciones carnales con una mujer, nació un niño y ese niño era el Hijo de Dios”.

El musulmán ha expresado la falsedad que le comunica el término “Hijo de Dios”. Entonces con todo el énfasis a su alcance, el creyente insiste en que ningún verdadero cristiano cree que Dios haya tenido relaciones carnales con una mujer; pensarlo es descarada blasfemia. Con esto el desconcertado musulmán le mira y dice, “Digame, pues, exactamente qué quieren decir cuando afirman que sí es su Hijo”. El cristiano le explica, pero sin emplear la frase que provoca ofensa. Posiblemente dirá, “En el principio era el Verbo” y le leerá Juan 1.1 al 3. A un hombre simple le explicaría, “Vaya y vea las estrellas. ¿Quién las puso allí? La mano del Señor Jesús. Vea el río caudaloso, las montañas majestuosas, y pregúntese quién los hizo. El Señor Jesús”. Él explica que antes de que Cristo se humanara, existía desde la eternidad como Creador y Sustentador de todas las cosas. El cristiano continúa, hablando de su encarnación, su incomparable poder, etc. El musulmán está dispuesto a escuchar y poco a poco se le revela la verdad.

Algunos protestarán que con esto no se cumple, pero un estudio breve del gran libro misionero, Hechos de los Apóstoles, hará ver que, con la excepción de Hechos 8.37 (que no figura en los principales manuscritos griegos), la expresión “Hijo de Dios” se encuentra solamente en dos pasajes donde los apóstoles están hablando a los judíos. A dirigirse a los gentiles, hablaban del “Señor”; la composición del auditorio determinaba su lenguaje. El punto principal es que un musulmán no puede ser salvo hasta creer que Cristo es Dios encarnado, y por esto es de gran importancia que se le comunique, y no meramente que se le predique.

La otra verdad fundamental que el islám niega es la muerte de Cristo. “No lo mataron, no lo crucificaron, aunque les parecía que sí”. El musulmán no puede concebir que un Dios todopoderoso permitiera una muerte cruenta para un hombre sin pecado como Jesucristo. Por esto, razona, Dios intervino y lo salvó. Hay que enfrentar este error de una manera completamente diferente. Decir que Cristo murió, fue sepultado y resucitó es afirmar un hecho histórico y el sentido de las palabras es claro. El cristiano debe insistir en la realidad de estos hechos, pero mostrar primeramente la necesidad de aquella muerte. Pero nunca debe dejar al Señor sobre la cruz ni en la tumba, sino proseguir a la resurrección, ascensión y regreso.

Abd alMasih insistía en estos hechos a lo largo de los años y encontró que rara vez los cuestionaban los musulmanes que le conocían. Ellos aceptaban los hechos históricos de la Biblia, pero sin la fe salvadora.

La preparación

Por varios años Abd alMasih ha podido visitar diversos lugares en el sur de Chad para instruir hombres y mujeres (más de 500) en cómo obrar entre los musulmanes. La duración del curso es de tres semanas, a veces menos. El día comienza con un himno a las 6:00, lectura de las Escrituras, una meditación breve y oración. Entonces:

6:15         Estudio de la gramática
7:15         Lección tomada del Nuevo Testamento
8:30         Lección sobre el enfoque musulmán
10:00         Discos y conversación
3:00         Lectura y redacción escrita en árabe
4:00         Preparación del mensaje, la predicación, etc.

Los estudiantes

La mayoría de los participantes son hombres que dedican su tiempo principalmente a la obra del Señor. Otros son sastres o personas que por otra circunstancia están en contacto frecuente con los musulmanes. En aquellos centros donde hay una obra médica el personal asiste las sesiones sobre los temas árabes; asisten también las parteras y a ellas se les da un vocabulario adaptado específicamente a sus labores. Se están cavando los estanques y abriendo los arroyos. Estos hombres y mujeres reconocen su deficiencia, pero están esforzándose para ser preparados y el Espíritu Santo les puede usar.

Uno de ellos se expresó de esta manera en su oración: “Señor, somos como la novia joven que puede ofrecer a sus invitados muchas cosas bonitas y costosas, pero no sabe cocinar ni reparar lo que tiene. Nos equivocamos tanto que los musulmanes no quieren oírnos ni aceptar la Palabra. Enséñanos a preparar comida espiritual para ellos que querrán oir de verdad, aceptarla y comer tu Palabra. Amén”.

Esta es una de las cartas de agradecimiento: “Primeramente le doy las gracias siete veces. ¿Por qué? Porque era incapaz de aprender árabe. Soy como un pajarito que no sabe volar y espera que su mamá le traiga comida, y con esto quiero decir que usted es el pájaro con alas que trae la comida a los polluelos, y también trajo el mensaje árabe a Chad. Le doy las gracias una y otra vez. Vivo en el pueblito musulmán de D… y aquí nadie piensa en su Salvador. Tengo ahora quince años en este lugar, pero no hay resultados. Ore por mí”.

Qué nota de patetismo hay en esa carta; el afán por la conversión de los musulmanes, el profundo agradecimiento por la enseñanza espiritual y el reconocimiento de la ayuda recibida para comunicar el mensaje a otros. Abd alMasih reflexionó sobre los largos años en Argelia ─ y los que otros han invertido en otros países como Pakistán ─ con poco fruto visible, pero en ningún caso la obra ha sido en vano. El Espíritu del Señor puede llenar hasta desbordarse los canales preparados, y las conversiones pueden multiplicarse hasta ser una inundación.

 

15     Aguas sobre el sequedal

 

Nueve meses largos sin una gota de lluvia, ¡ni siquiera una lloviznita! Los arroyos no fluyen desde hace tiempo, la tierra está reseca, las grietas ya son de varios centímetros. El río está reducido a nada.

Entonces se ven nubes negras que auguran un gran cambio, hay una bruma en el horizonte y de pronto la tempestad se desata en toda su furia. El viento silba y la arena sopla como una sopa espesa, pesada. La lluvia desciende en chorros y con un ruido ensordecedor, cayendo estrepitosamente sobre los techos de zinc. Los niños corren afuera, exaltados y tan desnudos como el día que nacieron, el agua deslizando sobre sus negros cuerpos recalentados y sudados.

Pronto todo está inundado; las caminos de tierra son barriales y la carreteras están cerradas por las barreras de rigor. El tráfico está paralizado. Dentro de pocos días todo está transformado; el arroz y el mijo prosperan en el campo. Qué contraste con el desierto árido y seco en el norte donde rara vez viene la lluvia. Allá los cardos y la arena perduran, mientras que acá en el sur las inundaciones han transformado la tierra en un paraíso fértil. Dios ha prometido, “Yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos”, Isaías 44.3.

En 1970-71 Abd alMasih volvió al país atrasado y olvidado que es Chad, repartiendo su tiempo entre el norte musulmán y el sur cristiano, y encontró evidencia de que Dios está obrando.

En el norte unos pocos misioneros están enfrentando valerosamente el desafío musulmán, pero ninguno de ellos de las asambleas británicas. ¿Es posible que los cristianos de las denominaciones tengan más coraje, más fe, más celo que los de las asambleas de las Islas Británicas? Dios le había llamado a Abd alMasih a los musulmanes, y a los musulmanes él fue.

Raymond Eyer es de las congregaciones menonitas en Francia. Su carro se lanzaba entre arbustos por los caminos de tierra, esquivando las zanjas y frenando inesperadamente para no caer en un zanjón. Llegaron al primer pueblito musulmán, que era de una veintena de chocitas en torno de un patio central donde se guarda el ganado de noche en la estación de lluvia. Las paredes de las chozas son de barro y alcanzan un metro y medio con veintidós postes que forman un círculo y dan soporte a esterillas. Un alto poste central apoya el techo. Esterillas hechas de bejucos protegen la cama de tierra y lluvia y una malla sucia protege de los zancudos. El humo de la llama dentro de la vivienda filtra a través del tejido de paja.

Raymond visitó el jefe del pueblo, le dijo que tenía un mensaje para los hombres y le pidió que vinieran de la siembra de mijo donde estaban intentando ahuyentar los pájaros y los monos. La costumbre es de instalar varios sonajeros en el campo, unidos por un largo cordel que un muchacho hala para producir ruido. Doce varones vinieron del campo y escucharon la plática acerca de “Los dos caminos”. “Todos los días”, se les dijo, “ustedes le piden a Dios guardarles en la senda correcta, pero no pueden estar en el camino acertado hasta que sepan cuál es. Ahora tienen que escoger. ¿Cuál camino van a tomar?” Una mano pequeña fue extendida sin palabra alguna y el dedo señaló el camino estrecho. Cuando los demás se iban, el hombre detrás de la mano dijo, “Creo en el Señor Jesucristo como el único Salvador. Un día le encontraré a usted en la presencia de Dios”.

Siguieron hasta el próximo pueblo. Todo el terreno a la vista estaba reseco pero dos plantas prosperan dondequiera, la manzana sodoma y la datura. Ambas son venenosas; la datura se usa en África del norte para envenenar los cristianos. A la entrada del pueblo una vaca moribunda había atraído cuando menos cincuenta zamuros, gavilanes y otras aves de rapiña. Algunos ya estaban en torno del animal y otros estaban dando vueltas allí arriba en espera del momento oportuno para descender y disfrutar de una comida fácil. En el pueblo las mujeres habían beneficiado otra vaca que había muerto de aftosa y estaban por poner la carne a secar.

Soplaba una brisa fuerte y Abd alMasih y Raymond fueron invitados a la casa de huéspedes. El tema fue, “La gran sima puesta”. Abd alMasih habló de la sima formada por el pecado de Adán, los intentos de los hombres a cerrar la brecha y el puente que el Señor Jesús hizo al morir cual Justo por los injustos para llevarnos a Dios. Todo esto fue ilustrado gráficamente por el trasfondo negro del pecado del hombre, el trasfondo blanco de la santidad de Dios y la sima entre los dos. Eran demasiado cortos los puentes de la oración, el testimonio a Mahoma, los ayunos y las buenas obras, pero sí alcanzó la cinta roja que representaba la sangre de Cristo. Se colocó sobre ésta otra cinta que llevaba la leyenda, “La fe” en árabe.

Terminado el mensaje, Raymond preguntó a uno, “¿Entendió?” y recibió la respuesta, “Sí, entendí cada palabra. Ahora sé que el camino a Dios es por la sangre de Jesús”. Intervino un anciano: “Posiblemente no le encuentre a usted otra vez en este mundo, pero después de lo que nos ha dicho, sé que le voy a encontrar delante del Trono de Dios. Gracias por haber venido”.

Dijo otro señor: “Prefiero quedarme en las tinieblas. Seguiré a Mahoma”.

Abd alMasih respondió de una vez. “¿Entonces dónde está Mahoma, en la luz o en las tinieblas? ¿Cómo es posible que usted quiere insinuar que su profeta está en las tinieblas?”

Otro dio expresión a su oposición de esta manera: “¿Por qué Dios hizo negra la piel suya y la mía blanca? Usted ha dicho que procedemos todos de un mismo Adán, pero esto no puede ser cierto porque no tenemos todos el mismo color de piel. La razón porque Dios le ha dado a usted una piel blanca es que debe seguir a Jesucristo, y nosotros los africanos debemos seguir a Mahoma”. Es evidente que en estos pueblos hay quienes oyen y creen y otros que rechazan.

Continuaron hasta el próximo pueblo. Un hombre bien vestido les invitó a su choza donde ya estaba preparando té para dos visitantes. Una hermosa piel de leopardo estaba puesta sobre las esterillas que cubrían el piso y un sirviente trajo dos vasos más para té. Era obvio que este hombre era amistoso y no sólo recibía a los visitantes sino escucharía su mensaje también. Abd alMasih abrió su Biblia. Entraron dos jóvenes portando armas y de repente un hombre maduro se presentó en la puerta. Akkerejou. “Recojan sus objetos”, gritó. “No les queremos ni queremos su Libro. Vuelvan a Fuerte Lamy”.

“Pero este señor nos ha recibido como sus huéspedes”, dijo Abd alMasih. Se fijó en el rostro del otro, quien se transfiguraba ante ellos. Su aspecto era feo.

“Váyanse, y que no se les ocurra volver. Si alguna vez lo intentan … yo … Así que, cuidado”. La amenaza estaba velada muy poco. Era inútil quedarse; tuvieran que marcharse como un par de niñitos castigados, y al hacerlo vieron las cabezas de cinco o seis jóvenes que les observaban desde cada choza; parecía que el pueblo estaba repleto de esos elementos. Sin duda, era un nido de bandidos.

El próximo pueblito quedaba más cerca de Fuerte Lamy y prevalecía allí un ambiente muy diferente. Treinta hombres se reunieron y escucharon especialmente bien. Un joven preguntó, “¿Es lícito comer carne de puerco?” Abd alMasih le leyó Marcos 7.15 al 23 y de esta manera dio inicio a una plática sobre la necesidad de que sea limpiado el corazón pecaminoso del ser humano. “¿Usted tiene libros?” preguntó un anciano. Antes de darle un ejemplar del librito Escucha de la SGM, Abd alMasih leyó unas pocas páginas y la respuesta del anciano fue muy llamativa. Dirigiéndose a los demás, dijo; “Todo lo que él dice es verdad, es ciertamente la Palabra de Dios y ha tocado mi corazón. Sé que es verdad porque me ha tocado. Esa gente conoce la  verdad y la divulga. No son como nuestros líderes religiosos a quienes uno tiene que buscar y darles dinero, sino que éstos vienen a nosotros y nos dan el mensaje sin dinero. ¿Cuáles son más como Dios?” Él acompañó a Raymond y Abd alMasih a las afueras del pueblo, fervorosamente agradecido.

Así, Raymond prosigue. Toca tan sólo el borde de la población musulmana, pero es fiel en dar el mensaje; vendrá el tiempo de cosecha. De los cuarenta poblados que los dos visitaron, encontraron oposición seria en uno solo. El Señor está obrando en muchos corazones.

“Favor decirle a Abd alMasih que deseamos mucho que venga a Abéché para ayudarnos. Rara vez se encuentra alguno que puede hablar a los hombres musulmanes. Simplemente seguimos batallando, y …” Pero aquella pequeña ciudad quedaba a tres horas de Fuerte Lamy aun por avión y el costo para un fin de semana, aun valiéndose del servicio aéreo para misioneros, sería más de £40. ¿Se justificaba? Él oró acerca del asunto y poco después recibió la respuesta de parte de un aviador que estaba dispuesto a hacer el viaje. “Creo que podemos hacer los arreglos a un costo insignificante de parte suya. Puede aportar lo que quiera. ¿Le interesa?”

El viaje fue por demás interesante. Volaron a una altitud de 4300 metros sobre la llanura bañada por el sol y los cursos de agua, secos ahora, que uno podía distinguir por la línea de árboles a cada lado. El Lago de Fitri estaba casi seco. Abd alMasih pudo distinguir los hitos que conocía, como Ati, el pueblo musulmán donde había hecho los primeros contactos con musulmanes diez años atrás. Él había acompañado a Bill Rogers a la posada africana que estaba llena de hombres con varias mujeres escasamente cubiertas por vestidos de colores vivos que estaban en diversas poses con los varones. Junto a la puerta un cristiano solitario estaba sentado quietamente leyendo su Nuevo Testamento e himnario. Encerrado con estos impíos, enfrentado con estas tentaciones tan obvias cada noche, él estaba empleado como operador de buldózer en la carretera pero se refugiaba en la Palabra. Fue impresionante. El día siguiente los dos siervos de Dios encontraron un camión que les llevó a Oum Hadjer sentados sobre una carga de trigo. Y luego a Abéché. El viaje en aquella ocasión había ocupado cuatro días y tres noches incómodos desde Fuerte Lamy, pero ahora sólo un poco más de tres horas.

Los dos días de agite pasados en aquel centro musulmán cerca del lindero con Sudán, cuando dio once mensajes en árabe y francés, están grabados en la memoria de Abd alMasih. Fue grato ver de nuevo los santos en la pequeña asamblea que el doctor Olley vio fundada en 1927. En aquel entonces unos pocos varones del sur de Chad estaban residentes en Abéché y fueron bautizados antes de que el evangelista se marchara para Doba. Los cristianos habían perseverado en medio de contratiempos por cuarenta y dos años. Hay poco don espiritual entre ellos, y ningún evangelista. Posiblemente les visite un misionero cada siete u ocho años, pero con todo el testimonio perdura como un oasis adonde pueden acudir los jóvenes en el ejército y otros cristianos.

Abd alMasih intervino en el culto de oración el sábado y de nuevo en el partimiento del pan el domingo, además de dar un mensaje para la Cruzada Mundial de Evangelización, para varones jóvenes; en el orfanato de la Misión Unida de Sudán, para madres y niños; y de nuevo en la capilla el domingo. Lo más destacado fue cuando unos ochenta musulmanes asistieron para oir. Los varones se aglomeraron en las dos puertas, mujeres con sus niños llegaron del otro extremo de la ciudad y todos se comportaron con perfecto orden. Los huérfanos cantaron, el evangelista predicó y varios se quedaron para hacer peguntas y dar las gracias.

Aquel atardecer Abd alMasih habló de la maravillosa obra del Espíritu de Dios entre los jóvenes en Argelia, y las misioneras se emocionaron. “Aquí en Abéché los muchachos meten los dedos en las orejas al oir mencionado el nombre del Señor. Hay oposición dondequiera; algunos dan la espalda cuando leemos la Biblia y otros abandonan el salón. Para atraer a los jóvenes les enseñamos a tejer. Treinta asistían hasta Ramadán y entonces la asistencia bajó a dos. Las señoritas vienen sólo si enseñamos el bordado. En todos estos años no ha habido un solo convertido ni nadie se ha bautizado. Nadie se atreve a no respetar la fiesta de Ramadán”. Le hizo a Abd alMasih recordar los años tan adversos de siembra en La fállete y alrededor.

Estas mujeres tienen sus problemas peculiares. ¿Los hijos deben ser circuncidados? Si se lo hace, la gente dirá que las misioneras les han hecho musulmanes, pero si no, los maestros musulmanes los circuncidarán públicamente más adelante y esto tendrá muchas repercusiones. Su trabajador doméstico es un musulmán quien influencia persistentemente a todos los que visitan el centro misionero y les pone en contra del evangelio. ¿Qué hacer? Si le despiden, su enemistad será mayor. El misionero a los musulmanes necesita mucha sabiduría, paciencia y amor. Es un privilegio grande para el veterano ayudar, estimular y aconsejar a estos obreros celosos que están en todo el frente de la batalla. Les contó de sus largos años de lucha contra los poderes del mal y cómo el Señor ha triunfado en muchas vidas, entre ellas en Zeetoonee y Fareeda.

Zeetoonee era excelente en su oficio de albañil pero contrajo tuberculosis. Asistía con regularidad los cultos para varones, pero su frívola esposa le fue infiel cuando él se enfermó y se fue a vivir con otro. Él hizo para sí una chocita, o cobertizo, de barro y se instaló allí con tan sólo unos esteros y un cajón donde guardar sus herramientas. Se cubría de trapos en la noche, calentándose frente de las brasas – tan sólo las ascuas del fogón familiar en un jarrón. Aquí pasó la vida en pobreza, remendando unos pocos zapatos para costear los gasticos.

Era una de las joyas del Señor. Le costaba veinte minutos el domingo por la mañana para caminar cien metros al salón de reunión, pero no faltaba. Cuando ya era demasiado débil para ir solo, su hijo le metía en una carretilla, o aun le llevaba a cuestas; nada le detenía. Con todo, persistía en guardar Ramadán y sus vecinos le consideraban un musulmán.

Fue un día triunfante cuando los creyentes celebraron la cena del Señor por vez primera. “Haced esto en memoria de mí”. Zeetoonee oyó las palabras y observó mientras Abd alMasih partió el pan, lo pasó a los recién bautizados y lo puso sobre la mesa de nuevo. Lenta pero deliberadamente, Zeetoonee se levantó, avanzó a la mesa, tomó un poco y lo comió. Abd alMasih estaba devastado. Muy fácilmente se podría hacer tropezar, para no volver más nunca, a este varón anciano, un niño en Cristo, amarrado por las esposas del islám. Al final de la reunión se acercó a Zeetoonee, pidiendo gracia y sabiduría. “Mi querido hermano, usted no ha debido hacer eso”.

“Lo siento”, dijo el anciano. “Sé que hice mal, pero le amo al Señor Jesús, tanto así como Basheer y Kakoo y usted le aman. ¿Por qué no puedo hacerlo si le amo?”

Replicó Abd alMasih: “Zeetoonee, el mes entrante es Ramadán, y usted asistirá aquí en ayunas. ¿Por qué ayuna? Lo hace así como los musulmanes porque Mahoma les dijo a ellos que deberían hacerlo. Va a encontrarse en un dilema. El Señor dijo, ‘Haced esto en memoria de mí’, pero Mahoma dice que no deben comer ni beber en el mes. Dígame, ¿quién es su Señor de verdad? ¿Obedecerá? No puede servir a dos señores”.

“¿Es así? Es verdad; nunca más voy a ayunar”. Nunca lo hizo, pero se desató la persecución. No obstante la mucha oposición, él no faltaba en la cena del Señor, partiendo el pan cada domingo. Su amor por el Señor era real. Falleció a menos de cincuenta metros de donde dormía el misionero y a lo largo de aquella noche rogó, “Vayan a mi hermano Abd alMasih y díganle que venga, porque tengo algo que decirle antes que yo muera”. Pero nadie le hizo caso y él murió sin revelar su secreto. A ese enfermo lo persiguieron hasta el fin.

Fareeda estaba casada con un evangelista muy fervoroso llamado Hamed. Los musulmanes lo drogaron, él se deprimió, perdió el equilibrio mental, se divorció y finalmente estaba obligado a ser mendigante. Ella decidió que no estaba libre a casarse de nuevo pero encontró empleo con cristianos europeos.

Un día recibió el mensaje de su padre que debería venir de una vez. Fue en tren y se sorprendió al ver que los suyos que le recibieron habían venido en taxi. Al llegar a la casa, la encontró llena de mujeres musulmanas. Tan pronto que entró, ellas empezaron a clamar y cantar, como dando la bienvenida a una novia. “No entiendo”, dijo ella. “¿Habrá una boda?”

“Sí, hay boda y usted es la novia”.

“¡Oh no!”, exclamó. “Eso no. Yo soy cristiana y no quiero ser casada con un musulmán”.

Pero fue demasiado tarde; la habían atrapado, y ella fue casada con un musulmán contra su voluntad. No hay libertad en las tierras musulmanas.

Sin duda, estas cosas sucederán en Chad. Cuando viene la persecución, ¿las asambleas abrigarán a los convertidos del islám? ¿Harán todo en su poder por proteger y animar a aquellos que sufran por Cristo? Las tempestades de la persecución vendrán, pero en la inequívoca providencia de Dios serán los precursores de lo que Isaías 44.3 llama aguas sobre el sequedal.

 

16   Portadores de agua

 

Ya al’atchanim, ta’alou wa asherabou. “Oh, ustedes los sedientos, vengan a beber”. Era casi mediodía en el mercado caluroso y los comerciantes estaban sentados en sus kioscos de techo bajo. Las máquinas de coser zumbaban porque los sastres estaban apurándose a terminar sus trabajos. El rebuzno de los asnos y los gruñidos de los camellos se mezclaban con el zumbido de las moscas cuando se levantaban de la carne. El vendedor paseaba entre grupo y grupo con dos grandes cueros de agua suspendidos del lomo del asno. “A todos los sedientos: Venid a las aguas”. El mismo clamor ha sonado a lo largo de los siglos.

El agua es el mayor problema en Chad. Llevarla es tarea de las mujeres; cada mañana van rumbo al pozo que posiblemente tenga una profundidad de 40 metros y requiere las energías de tres o cuatro de ellas para sacar un solo balde. En otros lugares se emplea un novillo para halar el cuero del pozo. Cuando está cerca de la superficie las mujeres cavan quizás metro y medio y una muchacha desciende en el hoyo para llenar un recipiente a la vez.

Se lleva el agua de diversas maneras. Algunas la portan sobre el hombro y otras sobre la cabeza. Todavía otras cuentan con un yugo sobre los hombros y un cántaro suspendido a cada lado. Hay lugares donde las mujeres arrean sus asnos a la fuente y llenan grandes cueros. El portador de agua busca a los sedientos, sea el hombre en el mercado o la mujer en el hogar.

La labor de Abd alMasih en Chad era la de preparar los creyentes para buscar los sedientos. El número de portadores de agua iba en aumento paulatinamente, como también el de alcanzar más. Estaban aprendiendo a sacar agua para sí y para otros, pero ahora cada cual tenía que aprender a buscar y encontrar aquellos que tenían una verdadera sed por Dios.

Uno de los aspectos muy importantes de nuestro servicio es que el siervo con el agua viva sea conducido a las almas resecas. ¿El Señor guía sus siervos? Es claro en Génesis 24 que Él guió al siervo. Cuando aquel buscaba esposa para Isaac él podía decir, “Bendito sea Jehová … que no apartó de mi amo su misericordia y su verdad, guiándome Jehová en el camino”. Veamos ahora casos en Francia e Inglaterra que muestran cómo el Señor guía a los que buscan los sedientos, llevando en mente que la misma experiencia puede ser suya.

Abd alMasih estaba cruzando la Mancha entre Calais y Dover, leyendo pruebas del Nuevo Testamento. Una joven francesa estaba sentada frente de él, rumbo a Inglaterra como estudiante, y ella mostró interés en lo que él hacía. “¿Tiene un Nuevo Testamento en francés?” preguntó él, y ella respondió, “Es el único libro en francés que llevo en la maleta”.

“¿Por qué se molesta para traducir el Testamento a idiomas africanos?” La pregunta vino de una mujer sentada en un rincón.

“Para que el pueblo pueda leerlo en su propia lengua y entenderlo”, respondió Abd alMasih.

“Pero los semialfabetos africanos no tienen que entender un libro como ese. No hace sentido. De todas formas, ¿qué le dice a uno el Nuevo Testamento?”

“Seguramente usted sabe que habla del Señor Jesús”.

“¿Y por qué querrán los africanos saber de él?”

Abd alMasih se estaba poniendo un poco molesto al ser bombardeado con estas preguntas puntiagudas, y decidió que lo más indicado sería darle a la mujer francesa un esbozo de la obra de Jesús para mostrarle cómo encontrar vida nueva, paz, perdón y gozo. Por varios minutos él habló de su Salvador, y pausó por un momentito.

La mujer se dirigió a otra joven de veinte años que estaba cerca, y le dijo: “¿No te parece muy llamativo que Dios haya enviado a otro para confirmar lo que he venido diciéndote? No conozco a este Monseieur, nunca nos hemos visto antes, pero él te ha dicho exactamente lo que yo te he dicho. Es obvio que conoce mi Salvador, y Dios dice que “de la boca de dos o tres testigos se establecerá toda palabra”.

Aquella señorita había perdido tres seres queridos en un año. Sendos telegramas le habían hecho volver a Franca para sepultar a su padre, madre y novio. Tenía el corazón partido, y cómo habrá sido impresionada su alma sedienta por aquel testimonio doble. Sí, Dios dirige a sus siervos.

A veces es a un creyente con sed por la comunión que el Señor lleva a uno de los suyos. Abd alMasih viajaba de Grimsby a Derby en un tren que estaba muy atrasado y él temía perder su conexión. Al llegar a la estación donde debía buscar el otro tren, fue avisado a apurarse acaso había tiempo todavía. “Sí, éste es el tren para Grimsby y le estamos esperando. Móntese”. Él encontró un solo asiento desocupado y se sentó frente a una señorita que estaba estudiando un texto de anatomía.

“¿Será creyente?” pensaba él. ¿Cómo entablar conversación? Él sacó un libro acerca de la venida del Señor y empezó a leer, pero con el título a la vista. En un momento ella sacó un libro de meditaciones diarias con base en las Escrituras; ahora él podía hablar.

“Veo que ama al Señor”.

“Por cierto que sí”.

“Cuénteme”, y le contó a él la historia de su conversión, y luego él a ella. Otros estaban escuchando. En la estación ella dijo: “Usted es la primera persona que me ha hablado así del Señor Jesús. Somos sólo cuatro en nuestro grupito de cristianos en el hospital, y no sé de nadie en mi pueblo que sea creyente confesado. Muchísimas gracias por haber conversado, me ha hecho mucho bien saber que hay otros que aman a mi Señor”.

De esta manera el Señor guía al portador de agua a las almas sedientas. Algunos son salvos ya y necesitan una palabra de estímulo para refrescar sus espíritus hastiados y desanimados, mientras que otros nunca han bebido de las aguas vivas. El creyente debe estar siempre ojo avizor de una oportunidad para ser útil a su Maestro, y esto formaba una parte de la preparación que Abd alMasih intentaba dar a sus amigos en Chad.

Dio gusto encontrar de nuevo en Doba tantos que uno había conocido y a los treinta evangelistas de dedicación exclusiva que habían tomado el curso. Abd alMasih dormía en el edificio designado para la traducción y generalmente fue despertado por los murciélagos residentes allí. Algunos eran de una variedad pequeña y chillaban al voltear entre las vigas, pero los grandes murciélagos frutales perdían el rumbo a veces y chocaban ruidosamente contra el zinc.

La mañana de cada día se dedicaba al estudio de Gálatas y la tarde a dos clases: la lectura de la escritura árabe para los avanzados y de los caracteres romanos para los principiantes. Tres varones ayudaron en la lectura para principiantes y ellos recibieron un diploma. Uno de los enfermeros diseñó un curso para los africanos en Mondou y lo organizó él solo. Él también recibió un diploma de maestro y se espera que, contando con su buen conocimiento del árabe, podrá organizar cursos en ese idioma. Tanto en la zona de Doba como en Koyen, Kelo y Baktchoro, y en Fuerte Lamy, hay cristianos celosos que están funcionando como portadores de agua. Su enemigo principal será el desánimo, porque es larga la senda al triunfo final entre los musulmanes. Oremos que no pierdan la visión.

Pablo es un sastre en Fuerte Lamy con un puesto en el mercado y amplias oportunidades para contactar los musulmanes. En cierta ocasión cayó con la fiebre amarilla y por varios días estaba rondando la muerte allí en el hospital. Se recuperó. Cuando Abd alMasih le visitó sorpresivamente, le encontró con un grupo de musulmanes, leyendo el Evangelio según Lucas. Andrés, por su parte, es relojero y ha conducido un musulmán a Cristo por medio del estudio del árabe. Filemón es un enfermero que tiene mucho contacto con los pacientes musulmanes. Tiene buen conocimiento del árabe y a veces puede hablar a cuarenta pacientes a la vez. Ana es partera en formación. Le costó ser inscrita en el curso de partería porque tiene cuatro hijos, pero ha podido dominar la caligrafía árabe y ella supera a todos los varones. Ella testifica a las mujeres musulmanas. Y, dos de los estudiantes están en la obra a tiempo completo en la zona del lago de Chad.

Fue un estímulo darse cuenta del ejercicio por los musulmanes sedientos de parte de los que viven en las áreas donde hay asambleas. Por primera vez se dieron clases en Bongor donde hay una asamblea vibrante bajo el cuidado de un anciano y evangelista africano. Se emplea el árabe en aquella congregación y hay una numerosa población musulmana en la comunidad.

Dieciocho tomaron el curso en Bongor, asistiendo sólo en la tarde y después del atardecer por ser empleados en las escuelas y las oficinas del gobierno. Uno de ellos les dijo a sus seguidores: “Si tan sólo hubiéramos recibido esta clase de enseñanza años atrás, cuán diferentes serían las cosas ahora. A estas alturas hubiéramos alcanzado a centenares de musulmanes para Cristo y algunos hubieran creído, pero no es demasiado tarde para comenzar ahora mismo”.

Tres enfermeros trajeron un musulmán a las clases, nacido y criado él en un pueblo fanático. Al escuchar los himnos y la lectura del Testamento, se contentó y dijo, “Es buen árabe”. Sus amigos estaban contentísimos por su presencia en las clases y le obsequiaron un Testamento en letra romana para que podría leerlo sin llamar la atención a sí. “Si me encuentran leyendo la Biblia en árabe, me matan”, dijo. El día siguiente sus amigos me devolvieron el libro. “Dice que no vale la pena arriesgar la vida por ser descubierto leyéndolo. Oh, Abd alMasih, es muy difícil ganar estos musulmanes para Cristo. Hemos hecho lo mejor que podemos y oramos por él continuamente. Él quiere saber el camino, nos oye y discute con nosotros, pero es duro. ¿Cuándo podremos convencerle a él y otros que en verdad la Biblia es la Palabra de Dios?” No es de dudar que un musulmán en Chad será perseguido cuando cree en Cristo y deja de ayunar.

Le pesó a Abd alMasih no poder ofrecer el curso en Baktchoro. En ocasiones anteriores varios creyentes han estudiado árabe allí, pero en 1971 la casa se había derrumbado y una nueva estaba en construcción. Durante el primer año en Baktchoro él tuvo la experiencia emocionante de vivir por tres semanas en una choza de paja. La atmósfera era tan seca que al sacar la malla contra zancudos desde debajo del colchón, las chispas por la carga eléctrica por poco ofrecieron una exhibición pirotécnica. Entonces Colon Price encontró el armazón de hierro y el veterano dormía razonablemente bien, pero temprano una mañana se dio cuenta de que una larga procesión de hormigas negras estaba atravesando la choza y metiéndose debajo del colchón.

No hubo tiempo para investigar de una vez, pero él le avisó a Colin que probablemente había algo allí. Supieron después del desayuno, cuando una culebra de tamaño mediano ya estaba tendida en la arena, habiendo sido encontrado muerta debajo del colchón, probablemente pisoteada la noche anterior por alguien que se preparaba para acostarse.

“¿Es venenosa?” preguntó Abd alMasih.

“Escuche. El otro día, en tiempo de lluvia, un mozo puso la mano sobre la estera que cubre el depósito de maíz. Una culebra estaba debajo de la malla y le mordió. La sacudió, la golpeo con su vara y gritó pidiendo socorro. Otros llegaron corriendo, él la señaló y dijo, “Allí está”, y cayó muerto. Esta culebra que estaba debajo de su colchón mata una persona en uno o dos minutos.” ¡Qué bueno es el Dios a quien servimos!

Se dice que el agua atrae las culebras, y no es de dudar que los celosos portadores de agua serán atacados por el Maligno, y él también hará lo que puede para traer la persecución y muerte sobre los convertidos del islám.

 

17       Un milagro moderno

 

Por más de tres meses un sol abrasador había azotado la arena en el distrito de Bol y luego cayó suficiente lluvia como para proceder con la siembra, pero fue seguida por un período de sequía y se presentó la amenaza real de una hambruna. No habría cosecha. Los dioses estaban ofendidos y debían ser propiciados. Los musulmanes ofrecieron sus sacrificios de toros y carneros, rogando con Alá que enviara la lluvia. Toda la comunidad participó en la cena comunal que siguió ese rito. Los paganos apelaron a sus hechiceros, quienes intentaron por todas las maneras conocidas a atraer la lluvia, pero en vano. Los cielos estaban como bronce.

Los cristianos se entregaron a la oración con ayunas y día tras día el pequeños grupo de hombres y mujeres clamaba al Dios de Elías a tener misericordia con el país. Había llegado la ocasión para hacer ver claramente a todos que ellos confiaban en Dios para que actúe; la promesa era segura pero era necesario cumplir con las condiciones: “Pedid a Jehová lluvia en la estación tardía. Jehová hará relámpagos, y os dará lluvia abundante. Descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra”, Zacarías 10.1, Salmo 72.6.

Se extendió una invitación a todos los funcionarios locales, al jefe de la tribu, a los faquires musulmanes y a la comunidad entera, para que se congregaran en la capilla evangélica a oir la Palabra de Dios, confesar su pecado y orar por lluvia en el Nombre del Señor Jesús. Asistió un gentío. El sol se levantó en el cielo como bronces y los cristianos derramaron sus corazones a Dios en oración, pidiendo lluvia. Unas pocas nubes aparecieron. Su líder leyó 1 Reyes 18: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos. Y aconteció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo una gran lluvia”.

El evangelista empezó a predicar pero pronto su voz se perdió en el estacato cuando la lluvia cayó como un diluvio sobre el techo metálico. Los creyentes oraron, confiando en Dios, habiendo invitado a otros en esa gran fe. Dios la honró, los inconversos oyeron la Palabra, el pueblo de Dios fue fortalecido, los musulmanes se quedaron desafiados y los paganos consternados. Varios dieron clara evidencia de buscar al Señor y un hombre profesó conversión.

Los arroyos en el desierto espiritual del mundo tienen su origen y su constancia tan sólo en el poder del Espíritu de Dios. El musulmán ora por casi una hora cada día. ¿Qué sería el impacto sobre el mundo musulmán si decenas de miles de cristianos oraran? ¿Cómo oraremos? Precisamos de un avivamiento de poder espiritual por obra del Espíritu, pero en muchas asambleas se le menciona poco por temor de que alguno sobrepasara. ¿No es una maniobra del Maligno? La necesidad apremiante del mundo es por un reavivamiento espiritual, y Dios lo dará solamente como respuesta a las oraciones sinceras de su pueblo. Hoy día se promocionan por dondequiera las cuestiones secundarias. Se elevan al primer nivel las iniciativas complementarias como por ejemplo las escuelas y las clínicas. Se insisten ante el pueblo del Señor sobre los intereses de la difusión radial, los cursos de correspondencia, los otros medios de comunicación y la atención médica. Es una tragedia.

Cuando Abd alMasih informa sobre la obra del Señor, se le acercan jóvenes con preguntas acerca de la preparación necesaria para Chad. ¿Un título de enfermería, o en humanidades, la habilidad de ser aviador, o un servicio a corto plazo? Cuando él responde que la necesidad es de hombres y mujeres de Dios, hombres capaces de enseñar la Palabra, convencidos de los principios del Nuevo Testamento y capaces de enseñarlos, aquellos jóvenes se van obviamente decepcionados. Las cosas secundarias han ocupado el primer lugar en nuestro modo de pensar, en nuestras oraciones, en nuestro servicio. No es que no sean importantes; lo son, pero no de una importancia suprema. Sería una tragedia si algún día contáramos con las avionetas y los helicópteros para ayudar al misionero a trasladarse de lugar en lugar, ¡pero sin misioneros de las asambleas para ser trasladados!

Mejor que oremos por la lluvia que por la radio, por el poder en vez de más pilotos, por creyentes espirituales más que por especialistas. La oración del justo trae grandes efectos. Elías oró fervientemente, los cielos se abrieron y la tierra dio su fruto. Oremos que el Señor nos conceda lluvias de bendición grandes en las tierras desérticas de este mundo. Ahora que los misioneros están pasando responsabilidades a los creyentes indígenas en un país y otro, o aun encontrándose obligados a abandonar esos países, ¿no es hora de reconstruir nuestras oraciones? ¿Acaso vamos a orar tan sólo por el blanco? Podemos orar inteligentemente por sólo aquellas personas cuyos nombres nos son conocidos, y esto da lugar a la necesidad de pedir de los misioneros los nombres de ancianos docentes y varones espirituales en los campos donde ellos laboran. Debemos obtener información específica de su obra para que la oración sea específica y efectiva.

El sol brillaba sin misericordia sobre el arenoso camino seco en la periferia del vasto Sahara. El monte africano se extendía a cada lado, una extensión ininterrumpida de acacias con su cuota de espinos y cardos. Un camello avanzaba sin prisas en su modo mecánico, un anciano árabe a monte, y a su lado un brilloso caballo árabe con un joven a monte, portando lanzas, espada y cuchillo de caza. Estaba envuelto en una larga túnica blanca. De repente se acercaba un Land Rover a 90 kph con un remolque que llevaba láminas de hierro y peroles de todo tipo. Al oir aquel estruendo el camello se asustó y se echó a correr. Se fue por aquel camino a una velocidad increíble, regando ollas y cacerolas a diestra y siniestra, siempre cargado el anciano aterrado. ¿Nadie podía dominar aquel animal en su frenesí? Una caída resultaría en extremidades fracturadas cuando menos, o aun la muerte al ser pisoteado bajo aquellas enormes patas. El anciano clamó a Alá a salvarle.

El joven no titubeó y se desmontó en un abrir y cerrar de ojos. Tiró al suelo aquella túnica, sus lanzas y la espada, y se montó de nuevo como desesperado para ir en pos del camello, resuelto a salvarle la vida al anciano. Se agachó sobre el cuello del caballo y lo apuró. Las cuerdas de los camellos se estaban aflojando y la silla ya estaba ladeada; el viejo estaba en gran peligro y para salvarlo hacían falta medidas heroicas. Ahora lado a lado con el camello, el jinete se aferró a la cuerda suspendida del cuello de ese animal, obligó al caballo a girar 90° para chocar contra el camello y por fuerza bruta dirigió los dos al monte. No soltó su agarre ni hizo caso de las espinas que le laceraban, sabiendo que la vida dependía de aquella maniobra. Cuando la velocidad menguaba, él se lanzó de su caballo y obligó al camello a parar. Golpeando sus rodillas, lo hizo arrodillarse.

El pobre anciano musulmán se desmontó, sobremanera asustado y temblando a cuerpo entero, pero sano y salvo. ¡Qué iniciativa, celo y esfuerzo manifestó aquel joven! ¿Este incidente no encierra un mensaje para nosotros, ya que enfrentamos una situación crucial en un mundo que está fuera de control y nuestros prójimos están en gran peligro?

El antagonismo del islám al mensaje cristiano y la escasez de resultados visibles han creado una impresión errónea en las mentes de los santos. Ellos creen imposible evangelizar a los musulmanes y el resultado ha sido una inercia crónica en este sentido. La oración con fe es esencial, y sólo el poder del Espíritu Santo puede convertir y traer vida nueva a las almas entenebrecidas de los súbditos del islám, pero en Chad hacen falta jóvenes para la obra entre los paganos y los musulmanes. Todo creyente puede interceder por ellos, pero no todos pueden ir.

Las puertas se están cerrando por dondequiera, pero en Chad y algunas otras tierras islámicas hay una puerta abierta de par en par. ¡Es una tragedia cuando no se aprovechan estas oportunidades! El clamor de los cristianos africanos en todo lugar se oye aún: “Pasa y ayúdanos”. Es obvio que habrá dificultades. Los movimientos modernos surten efecto sobre las asambleas chadianas y la generación emergente de cristianos requiere enseñanza. Es inexpresablemente triste ver centros que una vez figuraban en las guías misioneras de las asambleas pero hoy por hoy no cuentan con misioneros, cuando a la vez las organizaciones misioneras internacionales cuentan han visto un incremento en el número de sus obreros y cuentan con muchos reclutas, algunos de ellos con antecedentes en las asambleas. Faltan los hombres, hombres con el celo, empuje y osadía de aquel joven que estaba resuelto a salvar la vida del anciano sobre el camello enloquecido. Hombres de fe que tienen agallas.

¿Entonces qué debería hacer un joven si él o ella tiene ejercicio para servir al Señor en otra tierra? El primer paso es escudriñar el corazón a ver si Él tiene pleno control. Sería aconsejable divulgar el interés misionero a uno o más de los ancianos espirituales de la asamblea. Conviene aprender algo de las circunstancias y el ambiente en aquel país, como también las condiciones impuestas por su gobierno. El creyente querrá estar en contacto con otros que ya están sirviendo en aquel campo.

Y, debe equiparse espiritual, mental y prácticamente para su obra de por vida. Debe asignar una parte de cada día a la oración específica y un par de horas cada semana al estudio bíblico. Por supuesto, querrá intentar ganar almas para el Señor y ocuparse activamente en su propia asamblea. Pedirá conocer la voluntad del Señor en cuanto a un cónyuge, llevando en mente que debe haber una comunión estrecha y un propósito común.

Va a desarrollar su mente con aprender por lo menos un idioma europeo. Debe subordinar tiempo, carrera y noviazgo al Señor, renunciando resueltamente su propia voluntad el interés a favor de la voluntad de Dios. En el Nuevo Testamento el Señor de la ciega ha fijado principios definitivos para el servicio misionero, y si Él es Señor de veras estos principios serán respetados y el servicio se prestará en entera dependencia del Señor, y no de una institución o asociación misionera.

¿Pero estos principios aplican hoy en día? ¿Son factibles? Que el incidente narrado a continuación sirva de respuesta.

“No se parecen en nada a la otra gente. No hurtan. Cada hombre tiene una sola esposa. Uno puede confiar que van a decir la verdad. Creen en Dios pero no son como nosotros los musulmanes que erramos tan a menudo. Y con todo viven en nuestro pueblo”.

El locutor es un árabe que había venido a Fuerte Lamy de un pueblo cerca del lago de Chad. Se despertaron el interés y la curiosidad en Abd alMasih. ¿Quién sería esa gente? Luego supo que había una asamblea en Dougia. Gilberto Klopenstein proveía el transporte y dos de los ancianos de la asamblea en Kim, Jacques un maestro de escuela y Enoc un pescador, le acompañaban a Dougia.

El viaje se realizó sin incidente, pero la visita a los cuatro pueblos musulmanes fue una experiencia notable. Los kotokos son descendientes de la antigua tribu Sao y son por mucho los musulmanes más fanáticos de Chad. En el primer pueblo unos veinte varones se sentaron bajo una cubierta amplia en un punto muy agradable con el Chari a la vista. Brindaron hermosas esteras nuevas para Abd alMasih y sus amigos, las cubrieron con pieles de animales y profirieron almohadas para la mayor comodidad de los visitantes. Estos hombres estaban ocupados en remendar sus redes de pesca y por todos lados había pescado secándose en el sol, suspendidos los peces de palos. ¿Cómo atraer su atención? De “la caja que habla” se tocó un disco de la historia del Hijo Pródigo en el árabe chadiano.

“¿Por qué Dios nos ha dado este mundo?” comenzó Abd alMasih. “¿Para pasar el tiempo en la pesca?” El grupo se rió en conjunto. “No, nos ha dado este mundo para que nos preparásemos para la Eternidad. Hemos venido para decirles cómo”. Una serie de añam, “Sí”, vino de los hombres. “Esto les ayudará a entender”. Presentando la carta gráfica “Los dos caminos”, él leyó del texto en árabe y hubo un silencio que se palpaba. Pero hablaron entre sí dos ancianos árabes. “Discúlpenme, pero nosotros respetamos la Palabra de Dios y no conversamos mientras está siendo leída”, les dijo el predicador, asumiendo terreno musulmán. ¡Cómo es posible que los inconversos devotos del islám se acostumbren a mostrar más respeto por la Palabra de Dios que los cristianos!

La reunión continuó. Un grupo de mujeres estaba lo suficientemente cerca como para oir quietamente, todas ellas vestidas en túnicas de azul añil y con el pelo en trenzas gruesas. Algunas tenían un aro de plata en la nariz.

Habiendo dado el mensaje, él repartió porciones de las Escrituras. Una joven se adelantó e hizo una reverencia que hubiera dejado en la sombra a las damas de honor de Reina Victoria. Llevándola en las dos manos como es costumbre, le presentó a Abd alMasih un pan de azúcar de más de dos kilos. “Muchas gracias por haber venido para decirnos”, dijo. Alá ibarek kum was ikatti khayr kum. “Que Dios le bendiga y multiplique su bien”. Al salir del pueblo ellos vieron la mezquita nueva que una vez terminada acomodará unas trescientas personas.

En Zafaya varios cristianos vinieron corriendo para recibir la delegación. Enoc conocía al jefe de este pueblo donde las casas son todas de adobes de barro y construcción sólida, las calles excepcionalmente estrechas y los solares encerrados. Centenares de peces pinchados estaban secándose bajo un sol candente. El jefe les condujo a una casa amplia de dos plantas y agradablemente fresca. De nuevo se usaron los discos, esta vez con la historia de Lázaro y el rico. “¿Quieren que les lea más?” dijo Abd alMasih, dejándoles ver la caligrafía árabe del Nuevo Testamento.

Se celebró un culto muy solemne cuando él habló de nuevo de la gran sima puesta, el puente y la brecha cerrada. Mujeres mayores y jóvenes se quedaron paradas en el fondo y escucharon respetuosamente. Le ofrecieron una cena pero era importante continuar la gira.

Una muchedumbre se reunió en Dougia Kabeera. Y luego a Amfadena donde el viento fuerte estaba levantando y remoliendo el polvo. El jefe de este pueblo les llevó a una casa amplia; se colocaron esterillas y dentro de minutos el recinto estaba más que repleto de hombres. Se conglomeraron en la puerta, bloqueando el paso para fines prácticos, y otros se apoyaron en las dos ventanas. ¡Qué de culto! ¡Oportunidad maravillosa! Pero con todo hay quienes propagan la mentira que el musulmán no está dispuesto a escuchar el evangelio, ¿Quiénes lo dicen y por qué?

“No debemos llegar tarde al culto de oración”, dijo Enoc. Parecía absurdo hablar de una reunión de oración cristiana en este punto desolado y árido, rodeado de pueblos musulmanes. ¿Un culto de oración? Se dejó el Land Rover ceca de una casa de gente amistosa junto al río. Todo el  mundo se metió en una piragua y zarpamos. Enoc, Jacques y Jean impulsaron aguas arriba cerca de la ribera de ese río unos 500 metros de ancho, y luego entrenaron la corriente veloz que azotó la embarcación fuertemente. Por fin se la aseguró en la ribera opuesta y la gente apareció.

“Bienvenidos. A comer si es su gusto”. Subimos juntos por el barranco a las chozas donde todo estaba preparado. “¿Quieren una ducha en agua fría?” “¿Pero dónde?” “Vengan y vean”. Habían habilitado un baño muy aceptable con baldes, agua caliente y fría, jabón perfumado y toalla, además de una tabla como piso seguro, sin techo pero con la debida privacidad. Se sirvió un té que había hervido por una hora y estaba saturado de tanto azúcar que se adhería al lado exterior de la tasa. Para dejar en claro que uno estaba muy a gusto con todo, se consumieron tres tasas de ese jarabe. ¿Tortas? Sí, tortas hechas de harina blanca traída de Fuerte Lamy especialmente para la ocasión; tortas fritas en cebo, por supuesto, y ricas. “Hechas especialmente para usted”, explicaron.

“Ahora la reunión e oración”.

“¿Qué son esas casas?”

“Son de los musulmanes”.

“¿Viven en el mismo pueblo que ustedes?”

“Por supuesto”.

La capilla tenía una capacidad para 50 o 60. Dieciséis hombres y mujeres se reunieron para orar en ese pueblo islámico, todos ellos de la tribu kim. Las oraciones fueron breves y específicas, y Abd alMasih dio un mensaje. Terminada la reunión, él intentó satisfacer su curiosidad.

“¿Qué fue la última vez que les visitó un misionero aquí?”

Se asombraron. “Usted es el primero. Nunca nos había visitado un misionero hasta hoy”.

“¿Cómo comenzó una iglesia en un pueblo islámico? ¿Quién la fundó? ¿Quién construyó este edificio? ¿Quién lo costeo?”

Respondieron. “Hombres de nuestra tribu vinieron aquí para pescar y hablaron a otros acerca del Señor Jesús. Algunos creyeron y aquí estamos”.

“¿Desde cuándo se congregan aquí?”

“Aproximadamente diez años”.

“¿Han partido el pan alguna vez?”

“Por supuesto. Cada domingo”.

“¿Quién es el pastor?”

“No tenemos pastor pero hay ancianos que nos enseñan. Hicimos nuestro propio salón”.

“¿Con qué fondos?”

“Nosotros lo costeamos”.

“Dicen que los misioneros nunca vienen. ¿Desde luego será porque ustedes no quieren?”

Respondieron. “Si supiera por cuánto tiempo hemos anhelado enseñanza, comunión, pero nadie ha venido. ¿Usted pensaba que íbamos a esperar por algún blanco antes de formar una iglesia?”

Abd alMasih y sus amigos eran sus huéspedes, sin nada que ofrecerles salvo comunión y enseñanza. Los cristianos fueron por demás hospitalarios, dando lo mejor que tenían. Era maravilloso y era obra del Señor, así como en las iglesias del siglo 1. Para la cena sirvieron pato asado y capitaine en filete, el pescado delicioso que se exporta a Paris para los restaurantes chic.

En la choza se habían hecho las camas africanas, sin zancudos y sin rastreros. Abd alMasih y sus amigos pasaron la noche bien hasta oir la campana para la escuela dominical a las 6:00. Veinte niños asistieron. Al amanecer se había beneficiado un carnero de los grandes. Sentado Abd alMasih en la ribera, ocupado en preparar su mensaje, vio las piraguas que llegaban con gente para el culto. El desayuno fue de té dulce, buñuelos e hígado frito con pan. Luego, a la capilla para el partimiento del pan. La fecha, el 7 de marzo de 1971, había sido anotada debidamente en el pizarrón junto con el pasaje de las Escrituras a ser estudiado. Abd alMasih habló en árabe, escogiendo palabras sencillas que él sabía que ellos conocerían, e intercalando de vez en cuando vocablos en kim. Treinta y cinco hombres y mujeres escucharon el mensaje y la mayoría se quedaron para partir el pan. Todos habían sido bautizados en el río.

Un pueblo musulmán, una iglesia africana, ningún misionero, creyentes en cumplimiento con los principios del Nuevo Testamento, autofinanciados, autogobernantes, autopropagándose. ¿Maravilloso? ¿Extraordinario? No, sino normal cuando ha habido la enseñanza acertada. Un arroyo en el Sahara, un oasis en el desierto, el ideal divino puesto por obra. ¡Gloria a Dios! Ellos se congregan de esa manera cada primer día de la semana sin ayuda de parte de los europeos, pero está presente Uno que todo lo puede.

“¿Cuándo vuelve?”

“Debo salir para Inglaterra pasado mañana”.

“Prométanos que volverá para ayudar. O, si no puede, ¿no hay en su país quién podrá? ¿No leen? ¿No aman al Señor así como para venir y ayudarnos? Tome una foto del carnero que beneficiamos para mostrarles cómo recibimos a nuestros visitantes. Realmente, debería llevar el cuero pero quizás habría el problema del olor”.

Todos se arrodillaron en la arena y uno de los ancianos pidió que fuesen encomendados al Señor. Así como Pablo había hecho tiempo ha, Abd alMasih oró por todos ellos, encomendándoles al Señor en quien creían y a la palabra de su gracia.

“Adiós … Adiós. Que vaya en paz, y con Dios”.

Cruzaron el río en sus piraguas muy cargadas, y del otro lado oíamos, “Vuelva pronto. Vuela pronto”.

 

 

 

Epílogo

 

Una dependencia de la ONU publicó los párrafos siguientes en 2005:

Tres años después de la proclamación de la independencia en 1960, el régimen entonces imperante optó por el partido único suprimiendo el multipartidismo. Esta medida llevó al país a la dictadura que dio lugar a una rebelión armada en el este, el centro y el norte del país. El ejército chadiano y la legión extranjera enviada por Francia reprimieron duramente las regiones. Aldeas enteras fueron incendiadas, niños y mujeres masacrados o violados. Esta represión obligó a las poblaciones de esas regiones al exilio.

 

Esta situación condujo al país al golpe de Estado de 1975. El ejército en el poder perpetuó las mismas violaciones. … El entendimiento se desbarató con la tragedia de febrero de 1979, habiéndose masacrado miles de familias de 1979 a 1982 y sumergiéndose el país en el caos. Los jefes de la guerra se repartieron el país entre sí.

 

En 1982 se controló la situación y se reinstauraron la estabilidad y la paz al precio de grandes sacrificios humanos. Pese a algunos progresos, el régimen optó todavía por una dictadura. Una policía política se transformó en máquina trituradora de todos los «sospechosos», produciendo más de 40.000 muertos y miles de viudas y huérfanos. En estas circunstancias fue derrocada la dictadura de Hissein Habré. Desde 1990 se han tomado medidas y disposiciones para democratizar el país.

 

En 2003 la viuda de John Elliot, nombrado temprano en el libro, informó:

 

Hay 950 asambleas en el país y 993 hermanos chadianos sirviendo en la obra a tiempo completo, junto con quince hermanas que laboran entre las mujeres, todos estos sostenidos localmente. También hay dieciséis escuelas bíblicas que emplean los respectivos idiomas tribales y tres que dictan clases en francés. Estas también son financiadas por los chadianos, pero a veces con mucha dificultad. Desde 1980 hasta ahora se han realizado tres traducciones mayores de las Escrituras.

 

El primer Presiente después de la independencia gobernó bien por un tiempo pero luego se impacientó con el modo de pensar occidental y el cristianismo que lo acompañaba. Volvieron las ceremonias paganas en los años ’70 y una entera libertad para los hechiceros a destruir la Iglesia cristiana. Muchos creyentes fueron muertos, algunos de ellos enterrados vivos por no renunciar su fe. Buenos amigos nuestros, hombres de valor, estaban entre estas víctimas.

 

Los hechiceros están procurando obligar a los hijos de creyentes a someterse a sus ritos de iniciación, y esto pone a riesgo las vidas de los padres que se oponen.

 

La condición de las carreteras es un gran problema todavía, y no pocos obreros y otros creyentes han perdido la vida en volcamientos. Un problema agudo para los campesinos en el sur, inclusive nuestros hermanos en Cristo, es la costumbre en años recientes de los ganaderos de Nigeria y la zona intermedia de Chad de arrear su ganado al sur para consumir gratuita e ilícitamente el pasto ajeno, dejando familias enteras sin granos por todo un año. Una querida hermana en la fe dijo: “Yo sí procuro amar a esos invasores, ¡pero es muy difícil!”

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