Profecía en palabras claras (#121)

Profecía en Palabras Claras

 

Mark Sweetnam, Dublín
Truth & Tidings, 2013, 2014

 

 


1    Por qué la Profecía

2    Cuando la Profecía
se Hace Historia

3     Daniel Capítulo 9

4    El Rapto

5     El Tribunal de Cristo

6     Las Bodas del Cordero

7     Apocalipsis 4 y 5

8     La Apostasía y el Inicuo

9     La Tribulación

10    La Armagedón

11    La Manifestación Gloriosa

12   El Milenio:  Su Certeza

13   El Milenio:  Su Carácter

14    El Milenio:  Sus Condiciones

15   El Milenio:  Su Conclusión

16    Gran Trono Blanco

17    El Estado Eterno

18    Conclusión


 

 

1    Por qué la Profecía

 

Predecir el futuro es una obsesión humana. Las empresas invierten recursos en los servicios de analistas que identifican las tendencias calientes. Los científicos diseñan complejos modelos matemáticos que pueden ser usados para predecir eventos en el mundo y el universo. Los filósofos y sociólogos contemplan el futuro de la humanidad. Y, multitudes de hombres y mujeres consultan a los médium, adivinos y astrólogos en la esperanza vana de que sus pronósticos sirvan de algo para orientar sus vidas y guiarles en sus decisiones. El futuro, se ha dicho, es buen negocio.

Pero aunque el futuro nos interesa grandemente, lo entendemos muy poco.
La incapacidad de los políticos, comentaristas y supuestos profetas para anticipar la continua turbulencia financiera es solamente una evidencia reciente de nuestra inhabilidad para predecir el curso de los eventos venideros, o la naturaleza y la magnitud que tendrán. Una y otra vez, pronósticos pronunciados confiadamente han resultado ser embarazosos para sus autores equivocados.

Estos fallos son inevitables porque somos seres temporales, sumergidos en el tiempo; somos finitos, limitados en nuestros conocimientos. Como tales, nos falta la capacidad de separarnos del curso de los eventos y obtener una perspectiva estable para hacer sentido de lo que está sucediendo. Nuestros intelectos pueden abrazar solamente una muy pequeña parte de los elementos y las fuerzas que determinan los eventos. Una explicación definitiva del futuro puede venir tan sólo de alguien que está posicionado fuera del tiempo y puede discernir toda causa, sean los caprichos de individuos o la violencia de conflictos y catástrofes globales.

Es asombroso pensar que sí contamos con un relato del futuro provisto por Uno que está fuera del tiempo y comprende toda acción y reacción. Es todavía más asombroso recordar que este relato viene de no solamente un espectador − por privilegiado que sea − sino del gran Creador y conductor, el Rey de las edades, 1 Timoteo 1.17, el que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, Hechos 17.24. Afirma Hebreos 1.2 que “hizo los siglos” (Versión de Besson). No es solamente asombroso, sino también desconcertante, que la humanidad en general, y muchos cristianos también, tengan tan poco tiempo para aquella revelación, con poco interés para comprender el preestreno divino de la historia humana.

Muchas veces se ha visto el estudio de la profecía como una ocupación para los excéntricos, creyendo que conviene dejarlo para las personas un tanto desviadas mentalmente. Es difícil excusar o explicar esta percepción, y es dañino para cualquier creyente que aspira lograr una comprensión equilibrada y adecuada de la Palabra de Dios.

Es importante reconocer que la profecía es penetrante. Si decido que no me interesa estudiarla, me niego el beneficio de amplias porciones del Antiguo y el Nuevo Testamento. Al hacerlo, cuestiono implícitamente la sabiduría de Dios, quien incluye en su Palabra revelada mucha profecía muy diversificada. Si nuestra Biblia va a hacer sentido para nosotros, tendremos que hacer sentido de la profecía.

También, tenemos que apreciar que la profecía es preciosa. Dios se nos revela en ella y en gracia esboza su esquema para el futuro. Así actúa un amigo, como el Señor Jesucristo señaló a sus discípulos en Juan 15.15, y tratar esta revelación como prescindible o molestosa es poner a descubierto una falta de aprecio por el honor que Dios nos ha concedido.

Adicionalmente, la Palabra de Dios demuestra claramente que la profecía es preventiva y protectora. Familiarizarse con la profecía bíblica es un profiláctico contra varias enfermedades graves. Las Escrituras mismas lo demuestran, y el Nuevo Testamento nos da ejemplos importantes del impacto que la confusión sobre la profecía puede tener en la vida cristiana.

 

Dos creyentes caminaron a Emaús el tercer día después de la crucifixión del Señor Jesús. Acercándose Él mismo para acompañarles, comentó sobre lo que más llamaba la atención: ellos estaban tristes. ¿Por qué? Su amigo y líder había sido crucificado y, peor aun, todas sus expectativas habían sido echadas al suelo. Desesperados, declararon: “Esperábamos que él era el que había de redimir a Israel”, Lucas 24.21. Su desconocimiento de la profecía les había negado el gozo a aquellos dos, y en su necesidad el Señor resucitado ministró, no a sus emociones sino a sus mentes.  Les tildó de insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas habían dicho. Él procedió a exponer la profecía escrituraria de una manera que ha debido conmover a esos creyentes desesperados. Poco nos sorprende que sus corazones hayan ardido mientras el Salvador mismo alumbró su entendimiento defectuoso con base en las Escrituras.

Unas décadas más adelante el apóstol Pablo escribió a la asamblea en Tesalónica. Él anticipaba que falsos maestros atacarían su conocimiento de la verdad profética, y fue muy claro acerca de los efectos potenciales de este error. Les rogó no dejar moverse fácilmente, 2 Tesalonicenses 2.2. Desviarse en la profecía les quitaría su paz. En vista de esta amenaza, Pablo fortalece las mentes de los creyentes con una exposición de la verdad profética, y no sólo los tesalonicenses recibieron el beneficio. La palabra traducida como “movidos en su modo de pensar”, 2.2, figura solamente dos veces más en las Escrituras, en Mateo 24.6 y Marcos 13.7, donde encontramos al Señor exponiendo verdad profética para salvaguardar la paz de los suyos.

Los tesalonicenses no eran la única asamblea en la Escritura afectada por una miopía profética. Solamente unos pocos años más tarde, Pablo tuvo que escribir a los corintios. Había problemas en abundancia entre ellos, pero el apóstol optó por tratar primeramente el de las divisiones. Aunque graves en sí, aquellas divisiones eran solamente el síntoma de dificultades más profundas y, como un investigador hábil, Pablo traza su raíz a la carnalidad y mundanalidad de los corintios.

En el capítulo 4 de la Epístola él destaca su confusión acerca de su lugar en la profecía como una de las fuentes de su deteriorado estado espiritual. Los corintios habían “reinado como reyes”, 4.8, demostrando que no comprendían su lugar en el programa profético. Y, esta desobediencia les había robado de su separación. Como tantos otros cuyas ideas sobre el milenio son contrarias a las Escrituras, ellos veían el mundo como un espacio neutro donde los cristianos, valiéndose de la sabiduría humana y las técnicas humanas de debate, competían bajo las mismas reglas de juego con los filósofos contemporáneos.

Pero Pablo les recuerda que habían interpretado mal el carácter de la época. Empleando la imaginería de los circos romanos, deja en claro que no hay un terreno neutral; o los corintios eran espectadores sentados en las gradas, o eran gladiadores peleando a muerte en las arenas. El tiempo para reinar no había llegado aún, y Pablo les suplica a estos creyentes darse cuenta de la correcta secuencia profética, siguiéndole a él, aun a la vergüenza y la muerte.

 

Estos pasajes confirman que la profecía es intensamente práctica. Comprender el plan divino para el futuro no es un abstruso ejercicio intelectual. Más bien, tiene, o debe tener, un enorme impacto sobre cómo vivimos. Grandes empresas pagan caro por los servicios de analistas y expertos, porque reconocen que su percepción acerca del futuro ayuda para planificar e invertir en el presente. Pero mucho mayor, la profecía nos permite vivir ahora a la luz del futuro, a entender el plan de Dios para el planeta y para nosotros, fijando nuestras prioridades a la luz de lo que es y siempre será importante de veras.

 

 

2   Cuando la Profecía se Hace Historia

 

Se cumple

La profecía impregna la Escritura. Desde la promesa protoevangélica de la Simiente de la mujer que hiriera la cabeza de la serpiente, Génesis 3.15, hasta la final, “Ciertamente vengo en breve”, Apocalipsis 22.20, la Palabra de Dios tiene mucho que decir acerca del futuro. Las profecías de la Escritura mencionan muchos eventos, pero esta primera y esta última resumen los dos momentos cumbres que son los puntos focales del plan de Dios para la creación y el interés principal de la profecía. “El testimonio de Jesús [que es] el espíritu de la profecía”, Apocalipsis 19.10, y la primera y segunda venidas del Señor Jesucristo son los temas prominentes de la revelación profética.

Estamos en una posición única en relación con estos grandes acontecimientos, viviendo en el período entre las dos venidas. Por esto, mucho de lo que era profecía para edades anteriores es historia para nosotros. Así estamos en una posición excepcional para entender cómo funciona la profecía. Aprendemos del cumplimiento de profecías de la primera venida los principios que vigorizan nuestra comprensión; nos ayudan a ver cómo Dios obra para que sus profecías se cumplan.

El registro de la Escritura no deja lugar alguno para dudar que la profecía se cumpla. Sucederá inevitablemente lo que Dios dice, cualquiera la oposición y la supuesta imposibilidad de sus promesas. Desde el momento en que Dios prometió la triunfante venida de la Semilla de la mujer, la energía e ingenuidad de Satanás fueron dedicadas a frustrar su realización. Pero comoquiera que Satanás intentara, el gran programa de Dios avanzó con seriedad y sin impedimento hasta “el cumplimento del tiempo”, Gálatas 4.4, cuando el Hijo de Dios vino como la Simiente y, en la cruz, hirió la cabeza de la serpiente. Aun aparte de las maquinaciones del enemigo, la realización de profecía requería vencer enormes dificultades.

Una y otra vez, el cumplimiento de la profecía ha demostrado la omnipotencia divina. Abraham tendría que esperar hasta que un hijo fuera engendrado por uno “ya casi muerto”, Hebreos 11.12. Faraón insolenta ya, Dios endureció su corazón al extremo que solamente una milagrosa secuencia de eventos podía liberar a su pueblo. Él pondría su dedo sobre el poderoso César para asegurar que el Cristo nazca en Belén de Judá. Y, llegado el tiempo para aquel alumbramiento, quedan descartadas la probabilidad y la posibilidad naturales, ya que estaba establecido: “La virgen concebirá, y dará a luz un hijo”, Isaías 7.14.

El cumplimiento de la palabra profética de Dios no es cuestión de probabilidad o azar. Su certeza se basa en la inmensidad de su poder.

Es literal

Hemos visto que la profecía se ha hecho historia y nos hemos dado cuenta de la manera en que se han realizado las promesas de Dios. Al considerar la profecía no cumplida todavía, debemos estar plenamente persuadidos de la certeza de la Palabra de Dios, sabiendo que, sin duda alguna, hará lo que ha prometido.

Este cumplimiento no es solamente seguro, sino comprensivo también. La primera promesa de Génesis 3 es un esbozo general del propósito divino. En los siglos siguientes, se añadiría una masa de detalles intricados. Las profecías del Antiguo Testamento hicieron abundantes predicciones sobre el lugar y la manera del nacimiento del Salvador, la ocasión y la manera de su muerte y la realidad de su resurrección. Cada profecía, toda profecía, tuvo su cumplimiento. Él fue colgado en cruz y la prioridad del Salvador fue la realización de la profecía. Aun sabiendo que era necesario llevar a cabo la obra redentora, se ocupó en no dejar de atender a ningún detalle profético.

También, con respecto a esto, el primer advenimiento de Cristo ha provisto la plantilla para la manera en que se cumplirá la profecía. Dios no nos ha dado un esbozo vago y generalizado como refugio para los pronosticadores modernos. Más bien nos ha proporcionado un recuento de los eventos tan detallado y definitivo de los eventos que precederán y acompañarán la segunda venida de Cristo, como hizo para la primera.

A menudo los intérpretes de la profecía bíblica, de una gama de posiciones eclesiásticas, han sido culpables de tratar las Escrituras como un código que tiene que ser descifrado. Alegorizan y espiritualizan los pasajes acerca del futuro hasta que pierden cualquier sentido literal y mucha, o toda, su relevancia práctica. Pero la profecía sobre la primera venida de Cristo no fue dada para esto. Cuando los magos vinieron a Jerusalén, habiendo visto la estrella en el Oriente, le preguntaron a Herodes: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” Mateo 2.2. Cuando Herodes interrogó a los principales sacerdotes y los escribas, ellos no tenían ninguna duda acerca de dónde buscar. Su recurso inmediato fue la Escritura profética: “Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel”, Mateo 2.5,6. Habiendo identificado el pasaje relevante, no lo sujetaron a ninguna imaginaria interpretación espiritual. Su respuesta suponía que la Escritura quería decir lo que decía, que Belén era Belén y Judá, Judá.

Otro ejemplo de la importancia de interpretar la profecía literalmente se encuentra en Salmo 22. Todo el salmo es una maravillosa predicción de las escenas de la muerte del Salvador. El versículo 16 en especial es llamativo por la claridad con que describe el horripilante proceso de la crucifixión: “Horadaron mis manos y mis pies”. El salmo fue escrito por el rey David, cuyo reinado generalmente se asigna a 1040 – 970 a.C., pero las primeras crucifixiones son registradas en el siglo 6 a.C. Cuatrocientos años antes de que los persas idearan este método especialmente agonizante para matar, ya había sido profetizado por David. No es nada agradable pensar lo que algunos intérpretes contemporáneos de la profecía hubieran hecho con el pasaje al no contar con la ventaja de la historia conservada. Una vez más, la Palabra de Dios fue cumplida al dedillo.

Se podría multiplicar ejemplos de lo que estamos diciendo. Dios nos habla literalmente en su Palabra y quiere que aceptemos lo que dice. Esto no quiere decir que hacemos caso omiso de las metáforas, ni dejamos de tomar en cuenta el lenguaje poético o simbólico. Sin embargo, sí quiere decir que no estamos en libertad de considerar como alegoría o figura espiritual algo cuya enseñanza no nos agrada. Al contrario, estamos obligados a aceptar la verdad literal de lo que la Escritura profética dice, y aplicar a ella las reglas normales de interpretación que aplicamos a cualquier otro texto. Por esto, debemos aceptar que cuando la Escritura dice Israel, quiere decir Israel; cuando habla de un reinado de Cristo de mil años, quiere decir esto mismo; y así sucesivamente, todos sus detalles se realizarán.

Pedro habla de “la palabra profética más segura”. En este pasaje extraordinario, él eleva la certeza de la Escritura profética por encima de lo que vio y oyó del ministerio del Señor y aun por encima de los pronun-ciamientos de la voz celestial. No puede haber un endoso más enfático de la exactitud, confiabilidad y perspicacia de la Palabra de Dios. Al reflexionar sobre cómo la profecía se ha hecho historia, podemos regocijarnos de nuevo en la sabiduría, el poder y la grandeza de Dios, plenamente persuadidos de que puede hacer lo que ha prometido.

 

3   Daniel Capítulo 9

 

El estudiante de la profecía se encuentra en una posición similar a la de alguien que está resolviendo un rompecabezas. Las piezas de revelación profética no están esparcidas al azar o descuidadamente, sino se encuentran a lo largo de la Escritura. Cada una es vital por sí, pero requiere ser colocada en relación con todas las otras para presentar un cuadro claro del gran programa profético de Dios. Aun el más casual de aquellos que resuelven rompecabezas sabe cuán útil es contar con una reproducción del cuadro en la tapa de la cajita. El estudiante de la Biblia, también, encontrará que su tarea se facilita grandemente si tiene en mente un esquema que explica cómo se encajan las diversas piezas para formar una sola obra maestra. Encontramos un esquema en Daniel 9.

El capítulo 9 de Daniel ha sido descrito como la columna vertebral de la profecía. Comprenderlo es una parte esencial para percibir la profecía correctamente. Si interpretamos mal sus versículos, pronto nos encontraremos procurando armar un rompecabezas con las piezas de otro. Frustrados, quitaremos pedacitos de las piezas para forzarlas a entrar donde queremos ponerlas.

Cómo estudiar

Pero este capítulo no es valioso solamente por el esbozo profético que contiene, sino porque en él Daniel demuestra cómo debemos acercarnos al estudio de la Escritura profética. Vale considerar el contexto brevemente, además de ver el contenido de la revelación que él recibió. Primeramente debemos notar su actitud como la encontramos en las palabras del ángel en el capítulo siguiente. Miguel cuenta: “Daniel … dispusiste tu corazón a entender”, 10.12. Él no toleraba brechas en su conocimiento del propósito de Dios, sino tenía un corazón comprometido y una mente enfocada. Esta actitud fue galardonada; vino un ángel para hacerle entender. Dios premia a aquellos que ponen su corazón a entender su Palabra.

La actitud de Daniel se expresó en la atención que prestó a la Escritura. Los primeros versículos del capítulo 9 hacen ver que había abrazado la verdad esencial que para entender la Palabra de Dios.  Uno debe estudiar esa Palabra. Todos debemos aprender esta lección. Ante un tema difícil como es la profecía, hay la tentación de recurrir a otros libros y confiar en ellos. Esos libros tienen su lugar, y es un cristiano necio el que desdeña la ayuda ofrecida por los escritos de hombres piadosos. Pero en el estudio bíblico nuestro enfoque siempre debe ser la Escritura, y es la Palabra de Dios que amerita nuestra atención y concentración.

Daniel añadió el acercamiento a Dios en oración a esta atención cuidadosa a la Escritura. Su súplica es una de las grandes oraciones modelo de la Escritura y por derecho propio amerita estudio detenido. Pero debemos notar su confesión de pecado, su confianza en el carácter de Dios y de su Palabra, y su clamor que Él librara a su pueblo. Nuestro estudio de la Escritura debe movernos a responder de una manera similar.

Estructura de las semanas

La oración de Daniel recibió una respuesta por demás llamativa en la aparición del ángel y el anuncio de una síntesis profética, apretada pero crucial. Gabriel expuso un programa de “setenta semanas”.

La mayoría de las traducciones de la Escritura narran que Gabriel habló de semanas, pero la palabra raíz en hebreo significa simplemente un período septenario de tiempo (septa = siete), y por esto algunos comentaristas hablan de siete períodos de siete. Cuando encontramos semanas, debemos averiguar de qué serie se trata.

Para determinar la duración de la serie de siete sietes profetizada por Daniel, nos basamos en dos pasajes importantes en la Escritura. En Daniel 7.25 y Apocalipsis 12.14 los eventos que siguen a la ruptura del pacto a la mitad de la semana 70 se describen como de “tiempo, y tiempos, y medio tiempo”, o un año más dos años más la mitad de un año; o sea, de 1260 días, ya que en la Escritura un año es de 360 días. Comparando Daniel 9 con otros pasajes, se ve claramente que Gabriel está hablando de setenta lapsos de siete años cada uno, o 490 años.

Estos 490 están divididos en tres partes: siete años, sesenta y dos años y un año. Las primeras dos corren “desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe”. Históricamente, abarcan el período desde el 5 de marzo de 444 a.C. (Nehemías 2.1) hasta el 30 de marzo de 33 d.C. (la fecha la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén). Con una precisión meticulosa y con toda exactitud, el Salvador cumplió al día el esquema profético revelado a Daniel. Efectivamente, después de la muerte de Cristo, “el pueblo de los santos del Altísimo” destruyó la ciudad. Tito, un general romano, asaltó Jerusalén en 70 d.C. y prendió fuego al santuario, tal como había sido predicho.

Este detalle le pone al lector cuidadoso en alerta ante una de las características más importantes de estas semanas; a saber, que la semana 70 no comienza al final de las anteriores. Obsérvese que el santuario, el templo, está destruido al final de la semana 69. Esto tuvo lugar en el año 70, y marcó el abrupto fin − por el momento definitivo − de los sacrificios judíos. Con todo, leemos que a la mitad de la semana 70 vendrá “el desolador” y este “príncipe que ha de venir” hará cesar la ofrenda, 9.27. Es evidente, entonces, que tiene que haber un lapso en las setenta semanas y que en esa brecha se reconstruye el templo y se reanudan los sacrificios.

A veces los comentaristas hablan de esta brecha como el paréntesis profético. Esto se debe a que el período desde la muerte de Cristo hasta el comienzo de la Tribulación (la edad de la Iglesia, o la dispensación de la gracia) no está revelado en ninguna Escritura profética.

A su vez, la semana 70 se divide en dos lapsos de 3½ años cada uno. La primera mitad es la Tribulación, cuando el juicio divino será derramado sobre la tierra apóstata que rechaza a Cristo. Este período se destaca por la aparición del Anticristo, “el príncipe que ha venir”, y por la reanudación de la adoración judaica bajo su protección. El segundo período, la Gran Tribulación (o el “tiempo de angustia para Jacob”, Jeremías 30.7), comenzará cuando el anticristo rompa su pacto de protección e Israel  vuelve a ser el objeto de intenso hostigamiento de parte de las naciones de la tierra. Esta persecución culminará en el sitiado de Jerusalén y el regreso triunfante del Señor Jesús a la tierra para destruir los rebeldes y establecer su reino justo por mil años.

Eventos en las semanas

Tanto la oración de Daniel como su respuesta se enfocan sobre Israel y Jerusalén. Daniel ora a Dios por “la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre”, y Gabriel le informa que “setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad”, 9.18,24. Este cronograma profético no tiene que ver con la Iglesia ni con los creyentes particulares en esta edad. Tenemos nuestro lugar propio, e igualmente importante, en el plan de Dios, pero no en el programa profético contemplado en este versículo.

Dios ha designado cuidadosamente el programa resumido en Daniel 9, con metas bien definidas a la vista: terminar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar la visión y ungir el Santo de los santos, 9.24.

Las circunstancias nunca le toman a Dios por sorpresa. Su perfecto plan fue determinado de antemano. Las primeras 69 semanas han transcurrido con entera precisión, así como Él estableció, y la semana restante se realizará tal como dijo.
Y así como los eventos sucederán cada uno a su tiempo, su gran propósito para su pueblo será desarrollado inexorablemente. Se pondrá coto al pecado y la idolatría. Será ungido y entronado como “el Santo de los santos” el rey que fue muerto y no tenía nada [sec] 9.26.

 

4   El Rapto

 

En la víspera de su crucifixión, el Señor y sus apóstoles se reunieron en el aposento alto. La noche era oscura y fuerzas siniestras estaban activas. Dentro de pocas horas el Señor sería aprehendido, juzgado, condenado y llevado al lugar de ejecución para sufrir una muerte agonizante, una muerte que significaba rechazo y vergüenza. Los varones que le acompañaron al Señor estaban por vivir horas y días por demás traumáticos y estresantes.

Promesa

Sabiéndolo, el Señor Jesús les infundió confianza: “No se turban vuestros corazones”, Juan 14.1. Dichas por cualquier otro, estas palabras hubieran sido la peor de trivialidades, pero fue el Señor quien hablaba y de una vez expuso brevemente los recursos que dieron sentido a sus palabras de confianza. Habló de un lugar preparado, de su persona, de su oración, del Paracleto, de su presencia y de su paz. Mucho de lo expuesto dio a conocer aspectos nuevos de la verdad conocida, pero la promesa que hizo a sus discípulos fue enteramente nueva. “Si me fuere”, declaró, “vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”, 14.3.

Con esta promesa, el Salvador presentó la gran esperanza de su regreso pronto y personal por los suyos. Los discípulos habían sabido que algún día Cristo iba a manifestar su poder y gloria para subyugar sus enemigos y establecer su reino, pero este regreso era algo diferente, único en su inminencia y único en su propósito.

Conocemos este acontecimiento como el Rapto, o el Arrebatamiento. El término no se encuentra en la Escritura, pero comunica bien la naturaleza de lo que va a suceder. Rapto en su raíz latina era usado de la aparición súbdita de un ejército para arrebatar gente o bienes, de manera que nuestra palabra expresa vívidamente la velocidad del regreso del Señor para quitar su pueblo del territorio enemigo.

La promesa del Señor enfatiza lo repentino de su regreso inminente; puede venir de un momento a otro. Específica una sola condición que tiene que ser cumplida antes de este arrebatamiento, y es la que Él se vaya primero. Desde el momento cuando volvió al cielo, queda satisfecha toda condición previa para que venga de nuevo.
La gramática del pasaje confirma la inminencia de su regreso; la frase verbal “vendré otra vez” puede ser traducida, “estoy viniendo de nuevo”. El Señor Jesús no animó a los suyos con prometer venir en alguna remota ocasión futura. Más bien, les aseguró que aun los días más oscuros y difíciles por delante serían alumbrados por el pensamiento que, en cualquier momento, Él volverá con el propósito tierno de recibirlos para sí. La esperanza está vigente para nosotros hoy día. El regreso de nuestro Señor puede tener lugar en cualquier momento, y esta esperanza radiante debe alumbrar cada aspecto de nuestras vidas.

Doctrina

La verdad del Rapto, revelada por el Señor en Juan 14.3, está desarrollada en las epístolas de Pablo. Al escribir a los tesalonicenses, él trató el programa de este arrebatamiento. Ellos estaban perturbados, entendiendo que los creyentes ya difuntos lo habían perdido. Pablo escribe para asegurarles que no deben entristecerse como aquellos que no tienen esperanza. Y, al esbozar el programa que él mismo había recibido “en palabra del Señor”, 1 Tesalonicenses 4.15, apunta que “nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no llevaremos ventaja alguna a los que han dormido” (Versión Moderna). Él procede a dar la explicación más detallada del Rapto que encontramos en nuestra Biblia.

Los eventos que Pablo describe son dramáticos: el grito como de arcángel y la trompeta del Señor. Este llamado celestial no será oído ni respondido por la mayoría en la tierra, pero alcanzará el oído de todos los que están en Cristo. Primeramente los muertos y después los vivos serán levantados “para recibir al Señor en el aire”.

En la esfera espiritual, también, el impacto de esta operación gloriosa será tremendo. El Salvador invade triunfantemente la esfera de influencia de Satanás y, cual “príncipe del poder del aire”, Efesios 2.2, éste se encuentra impotente mientras Cristo reúna las ordenadas filas de aquellos a quienes ha amado y el enemigo ha odiado. La multitud no sólo refleja la gloria de Cristo sino también ellos serán transformados para participar en ella. Allá, en el aire, la gracia llegará a un gran clímax y Satanás conocerá de nuevo la amargura de su derrota inevitable en el Calvario.

No obstante el drama del escenario, la mayor emoción en los corazones de los redimidos es su intimidad. Es el Señor mismo quien viene para reclamar a los suyos. Cuando llega el momento para juntar el pueblo de Israel esparcido, “enviará sus ángeles, y juntará sus escogidos”, Marcos 13.27, pero en el arrebatamiento de su Iglesia, en el llamado a su Esposa, no bastará ningún emisario. “El Señor mismo” viene por nosotros.

Programa

Los tesalonicenses estaban confundidos acerca del programa para el Rapto, pero la verdad de la venida de Cristo por los suyos no era nueva para ellos. La importancia central del Rapto está confirmada en 1 Tesalonicenses 1.10. Ellos se habían convertido a Dios y ahora eran obreros y veladores, sirviendo al Dios vivo y esperando de los cielos a su Hijo. Pablo abunda sobre esto, no porque los tesalonicenses hayan dudado acerca de la identidad del Hijo de Dios, sino para enfatizar la preservación asociada con el Rapto. El venidero Hijo de Dios es nuestro libertador de la ira por delante, 1.10. El apóstol no está diciendo que, por haberse convertido a Cristo, los tesalonicenses no irán al infierno, por maravillosa que sea ese pensamiento. Más bien, les está recordando que Jesús es su Salvador de la Tribulación, el período de siete años cuando la ira de Dios será derramada sobre la tierra en un cataclismo de sufrimiento.

La Iglesia no estará presente en aquellos terribles días. “No nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo”, 5.9. Así como Enoc, seremos arrebatados antes de que caiga el juicio, salvaguardados de la ira por venir.

Cuando Pablo habla a los corintios del Rapto, él enfatiza el poder del evento. Al abordar sus errores, demuestra el vínculo que existe entre la resurrección de Cristo y los creyentes. Dudar del uno es negar el otro. La resurrección de Cristo es el prototipo y la prueba de nuestra resurrección, pero el poder de la resurrección es relevante a los vivos así como los muertos. El apóstol está desvelando un misterio que estaba escondido en edades anteriores, y es el misterio del Rapto. “No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados”, 1 Corintios 15.51,52.

¡Cuán potente será el impacto de la resurrección efectuada por Dios en ese instante! Los muertos serán levantados incorruptibles y nosotros cambiados. Todo defecto
y toda evidencia del dominio siniestro de la muerte serán borrados instantáneamente al son de la trompeta, y nosotros compartiremos la gloria de nuestro Salvador.

El Rapto es una verdad preciosa. Es preciosa para nosotros y para Dios, porque solamente desde ese momento será respondida la oración del Señor que estemos con Él, donde Él está, para contemplar su gloria, Juan 17.24. A la vez, es una verdad práctica. La esperanza de la venida del Señor y el conocimiento vivo de que esto puede suceder en cualquier momento debe reflejarse en nuestros valores, prioridades y acciones, como si fuera lo último que podemos dar.

 

5   El Tribunal de Cristo

La Bema

La Escritura está llena de promesas. Tanto la primera como la última hablan de la venida de Cristo. En Génesis 3 se prometen su primera venida y la derrota del dominio de Satanás. En el último capítulo de la Biblia se promete tres veces que Él vendrá por los suyos, enfatizando que este evento glorioso es inminente y trae consecuencias. En los versículos 7, 12 y 20 el Salvador promete venir pronto, usando el tiempo presente en cada caso. “¡He aquí, vengo pronto!” dice el Señor Jesús. “Vengo en breve”.

Al final de un libro que habla de juicios catastróficos, esta promesa triple es un fuerte consuelo. Pero un reto acompaña el consuelo, porque el regreso de Cristo tiene implicaciones importantes para cada creyente: “mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según su obra”, v. 12. El Salvador regresa no sólo para arrebatar y rescatar a los suyos, sino también para revisar y premiar su servicio.

El Rapto señalará el comienzo de dos series de eventos en paralelo. En la tierra, el Día del Señor comenzará y los horrores de la Tribulación caerán sobre las naciones. A la misma vez, en la esfera celestial comenzará el Día de Cristo. En contraste con el Día del Señor, será un tiempo de glorificación y regocijo, pero comienza con la evaluación del servicio de cada creyente.

Romanos 14.10 y 2 Corintios 5.10 describen este evento como “el tribunal de Cristo” y en ambos pasajes el término “tribunal” traduce el griego bema. En la época en que Pablo escribió, se usaba el término para designar el elevado sillón oficial de un juez, pero en su uso original se refería a la plataforma asignada a los oficiales en las Olimpiadas, donde se otorgaban los premios.

El examen

Apocalipsis 22.12 hace ver que la revisión de nuestro servicio es personal: “Vengo pronto, y mi galardón conmigo”. La misma verdad queda ratificada por el hecho de que ambas referencias a la bema la describen como el tribunal que es de Cristo. Romanos 14.4 explica la importancia de esto: “¿Quién eres, que juzgas el criado ajeno? Para su propio Señor él está en pie, o cae”. Todo creyente es un siervo de Cristo y esto debe advertirnos a ser cautelosos al evaluar el servicio de otros.

A la vez, es importante llevar en mente que nuestro servicio es para Cristo. No debemos descartar alegremente el aporte y consejo de otros creyentes, aunque en última instancia no respondemos a ellos, sino a Él. Servir para recibir la alabanza de otros es malo, como lo es también dejar de servir para evitar ser criticado. Cristo nos ha redimido para que le sirvamos a Él, y nuestro solo interés debería ser que esté satisfecho con ese servicio. Esto debe ser la prioridad de nuestras vidas, como era la del apóstol: “Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor”, 1 Corintios 4.3,4.

El examen en este tribunal es personal también en el sentido que afectará cada creyente. Nadie será exento: “Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo”, 2 Corintios 2.10. El servicio para Dios no es una opción, o algo limitado a ciertas personas. Es el privilegio, como también la responsabilidad, de todo cristiano. Dios observa todo servicio, por mínimo que nos parezca, y garantiza el correspondiente galardón por todo lo hecho por Él en conformidad con su voluntad.

La investigación a fondo en la bema será centrada en el servicio: “para que cada uno reciba como haya hecho”. Nuestros pecados no serán considerados; Cristo ha sufrido el castigo que ellos merecieron, y con base en su obra Dios ha prometido que “nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades”, Hebreos 8.12. Pero, nuestra obra para Cristo será probada ampliamente.

La calidad de nuestro servicio será examinada. “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará”, 1 Corintios 3.13. El oro, la plata y las piedras preciosas guardarán su valor en esta prueba. Se probará el valor de lo costoso y lo que requería esfuerzo laborioso para su extracción. En cambio, desparecerá sin merecer galardón lo que era mero brillo, de bajo costo y fácil acceso.

Se probará nuestra fidelidad a la Palabra de Dios. 1 Corintios 3 demuestra que el servicio de valor perdurable debe reposar sobre el fundamento y debe aportar al crecimiento y desarrollo de la asamblea local. La energía y el esfuerzo dirigidos a otras esferas no encuentran mención aquí, y de la misma manera 2 Timoteo 2.5 nos recuerda que uno “no es coronado si no lucha legítimamente”. La solemne realidad es que Dios premiará solamente el servicio que esté acorde con su voluntad. Si quiero asegurar que el sacrificio de mi tiempo y habilidad resultará en un galardón eterno, haré bien en canalizar mi servicio a la obra de la asamblea y no disiparlo en lo que no goza de aprobación bíblica.

Adicionalmente, los motivos detrás de nuestro servicio saldrán a la luz cuando Cristo “aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones”, 1 Corintios 4.3. Esto es escrutador. ¿Con qué frecuencia hacemos algo bueno por una razón errada? A veces nos cuesta conocer nuestros propios motivos, y es necio intentar juzgar los de otros. En aquel día todo esto será evidente y la evaluación de Cristo será de incuestionable acierto.

El galardón

Esta evaluación tendrá uno de dos resultados. La primera posibilidad es que el creyente “sufrirá pérdida”, 3.15. Es solemne pensar que toda una vida sea consumida en llamas, dándose cuenta de haber malgastado nuestro tiempo, talento y don, y encontrándonos de pie ante Cristo con las manos vacías por nunca habernos interesado en llenarlas.

Pero habrá un galardón para todo aquello que perdura. La Escritura habla de coronas por la disciplina propia, 9.25; por la fidelidad del administrador, 2 Timoteo 4.8; por pastorear, 1 Pedro 5.4; por ganar almas, Filipenses 4.1, 1 Tesalonicenses 2.19; y por vencer en la tentación y prueba, Santiago 1.12, Apocalipsis 2.10. Grande será el regocijo al recibir una corona incorruptible de las manos horadadas de nuestro Salvador y oír el “Bien, buen siervo y fiel”, Mateo 25.20.

Y, qué privilegio será tomar cualquier corona que hayamos podido obtener por la gracia de Dios y echarla a los pies del Salvador, confesando, “Señor, digno eres”, Apocalipsis 4.11. En aquel día, ¿qué sacrificio será visto como demasiado grande? Que Dios nos dé gracia para vivir a la luz de aquel día, agradándole con temor y reverencia en nuestro servicio, Hebreos 12.28.

 

6   Las Bodas del Cordero

Una ilustración

Una joven hermosa montó su camello y viajó hacia el sur de Harán a Lahai-roi. Mientras el sol se ponía, negando su luz a las arenas relucientes del norte de Neguev, ella estaba absorta en lo que decía el siervo que viajaba a su lado. Durante todos los últimos días, cuando primero le conoció, él había abordado un solo tema, pero, con todo, ese tema no perdió su encanto. Lejos de estar aburrida, la joven deseaba grandemente oír más del hombre que nunca había visito.

Pero el siervo dejó de conversar y el aire se llenó de una sensación nueva, eléctrica. Una y otra vez él guardó silencio para otear el horizonte. Por fin, exclamó al señalar a Rebeca una figura solitaria, la de Isaac. Ella se apresuró a bajarse de su camello, se cubrió con un velo y esperó ansiosamente el encuentro con su novio. Tanto Isaac como Rebeca habían anhelado aquel encuentro, pero fue solamente el principio, un preludio al matrimonio y de una vida de consuelo mutuo y comunión. Isaac la trajo a la tienda de su madre Sara, tomó a Rebeca por mujer y la amó, Génesis 24.67. Esta es la primera mención en la Escritura de amor entre un esposo y su esposa.

La historia de Isaac y Rebeca es uno de los grandes noviazgos de la Escritura. Es, sin embargo, más que un romance. La experiencia de Rebeca nos proporciona una ilustración hermosa de la Iglesia. Somos llamados a ser la esposa de un Varón “a quien no habiendo visto, amamos”; atravesamos el desierto, aprendiendo más de Él por el ministerio abnegado del Espíritu Santo, y anhelamos la primera vista de Aquel que aguarda nuestra llegada.

¿Quién es éste que a encontrarme
viene en grande amor,
cual estrella de la mañana,
de la luz albor?

Así como Rebeca, debemos vivir en la más ardiente expectativa de aquel encuentro. Pero nosotros, también, debemos tener presente que el encuentro que tanto queremos será sólo el comienzo. Será seguido, también, por la confirmación y consumación de una comunión eterna: las Bodas del Cordero.

Con todo y su ternura, el relato de Isaac y Rebeca es sólo una tenue imitación de este evento glorioso. La Iglesia está posicionada en el pináculo del trato de Dios con la humanidad y las Bodas del Cordero marcan el cenit de sus planes para la Iglesia. El gran propósito del Salvador para su Iglesia es que presente a sí mismo “una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santo y sin mancha”, Efesios 5.27. Tanto su amor como su sacrificio han sido dirigidos a este gran fin. Su propósito eterno para su esposa llegará a su consumación finalmente, y Él la tendrá cual compañera idónea, habilitada completamente para ser “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”, 1.23.

La ceremonia

La Escritura no nos informa cuál será el momento de este evento glorioso. Es claro, sin embargo, que tiene lugar antes de que Cristo vuelva en gloriosa manifestación. “Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”, Apocalipsis 19.7. El tiempo de “han llegado” hace ver que se trata de un evento consumado, y lo confirma el hecho de que ahora la Iglesia se describe como la esposa de Cristo. Esta declaración forma una parte del preludio a la apertura de los cielos y de la presentación de Cristo triunfante, v. 11. El 19.7, entonces, nos informa de un final, antes del cual las bodas serán realizadas. El v. 8 del mismo capítulo 19 habla de un comienzo, describiendo la Iglesia como vestida de “lino fino, blanco y limpio” que es “las acciones justas de los santos”. Figuran en plural estos actos, siendo los hechos de los santos que han sido declarados justos. Esta declaración es una parte de lo que sucederá en la bema, el Tribunal de Cristo que evaluará el servicio de todo santo.

Las Bodas, entonces, tendrán lugar en el período entre el Tribunal de Cristo y la manifestación de Cristo. Decir más que esto es especulación, pero cuesta pensar que habrá un lapso largo entre la bema y las Bodas. Sería extraño que un novio deseara posponer la ceremonia de enlace, y aun el más fervoroso amor terrenal se reduce a la insig-nificancia al compararse con el amor y el anhelo de Cristo por su esposa.

La ocasión del evento establece también el lugar. El matrimonio de Isaac con Rebeca tuvo lugar después de que él la hubiese recibido en la tienda de su madre. Nuestra reunión con Cristo será perfeccionada una vez que nos haya recibido en la casa de su Padre, Juan 14.2,3. Será una ceremonia celestial e íntima, y su amor y regocijo están en gran contraste con la espantosa tribulación que la tierra va a estar padeciendo.

La cena

Sin embargo, el gozo del Cordero y su Esposa no será circunscrito a la esfera celestial, ni limitado al lapso de tiempo entre la bema y la manifestación gloriosa.
La costumbre en los matrimonios judíos en los tiempos de Cristo era que la ceremonia nupcial fuera seguida por una fiesta que ocupaba días y a la cual se invitaba un gran número de amigos. Él Señor asistió a una fiesta de esta índole en Caná de Galilea, Juan 2, y ésta fue el tema de la parábola que contó en Mateo 22 (“El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo una fiesta de bodas …”).

Mateo 22 es uno de los pasajes que describen el evento referido en Apocalipsis 19.9 como la Cena de las Bodas del Cordero. En contraste con la intimidad de la ceremonia nupcial, esta fiesta es terrenal y pública. Todo el reino milenario de Cristo con su bendición y beneficencia será la fiesta para celebrar la unión. Las parábolas de Mateo 22 y 25 dan una parte de la lista de invitados. Aquellos que han obedecido el evangelio del reino, se han preparado para la llegada del Esposo, y que entrarán en el milenio, disfrutarán de la fiesta. Adicionalmente, los santos de dispensaciones pasadas, ahora en cuerpo resucitado, estarán presentes en calidad de amigos del Esposo, Juan 3.29.

La intención de Dios es mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús, Efesios 2.7. Cuando ella, la Esposa, aparece con Él en toda la gloria de su vestimenta nupcial, serán evidentes a todos las maravillas de lo que la gracia ha hecho en llamar, lavar y perfeccionar a los arruinados por el pecado. Sentada ella en el puesto de honor con Él en la fiesta de las Bodas, toda la creación aprenderá de nuevo la asombrosa realidad de lo que ha hecho la gracia divina. En medio de todo aquello, gozaremos de una perfecta cercanía, intimidad y comunión que se hará todavía más perfecta a medida que corran las edades de la eternidad.

Sin duda, la anticipación de este gran evento debe llenar y alegrar nuestras almas. Como Rebeca, debemos anhelar saber más del novio que pronto vendrá para recibirnos. Al reflexionar sobre el día cuando apareceremos con Él en gloria, vestidos en lino fino, tomemos la resolución de que nuestro servicio adorne más nuestro atavío nupcial para que tengamos eternamente la capacidad de desplegar apropiadamente la gloria infinita de Aquel.

 

7  Apocalipsis 4 y 5

La escena

Los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis registran algunas de las más extraordinarias escenas en la Escritura. Su magnitud y su significado son igualmente vastos y ellos no admiten ningún intento a tratarlos adecuadamente en un artículo corto como este. No obstante, hay varios puntos importantes que debemos notar.

Considérese primeramente el preludio al escenario. Los capítulos 1 a 3 se han ocupado de “las cosas que son”, 1.19. En particular, se han enfocado en el testimonio a nivel de asamblea. Muchos comentaristas han visto en las siete iglesias un esbozo de la historia de la edad de la Iglesia. Seamos o no de este criterio, fácilmente podemos estar de acuerdo en que las condiciones y los retos del testimonio de una asamblea están contemplados en las siete cartas.

Al final de esta sección Juan es llamado al cielo. Este llamado celestial nos ofrece un cuadro hermoso del Rapto y con él el fin del testimonio terrenal de la Iglesia, dando entrada a los eventos que comienzan a desarrollarse en Apocalipsis 4 y 5.

Habiendo sido transportado al cielo, Juan se encuentra contemplando un panorama excepcional. La escena con su esplendor, color y resplandor sobrepasa nuestra imaginación. Las lámparas que brillan, el arco iris, el mar de cristal, la conducta de los seres y los ancianos, la gloria de las miríadas angelicales, las vestimentas blancas, el brillo de diademas y vasos de oro, las estelas de los rayos − todo esto sería más que suficiente para encandilar el ojo y aturdir los sentidos. Pero toda esta irradiación es solamente un marco que refleja y responde a la gloria sin par de Uno que está sentado sobre el trono celestial.

Los participantes en las escenas de gloria están agrupados en torno de este trono. No siempre se encuentra unanimidad de criterio acerca del simbolismo de éstos. Los cuatro seres vivientes parecen representar la vida creada en todos sus aspectos. Dan “gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono”, 4.9, y su alabanza encuentra eco cuando los veinticuatro ancianos reconocen: “Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”, 4.11.

En el caso de los veinticuatro ancianos, varios elementos nos permiten concluir que simbolizan la Iglesia. Primeramente, su nombre es significativo. Se describen como ancianos, o superiores, un término cuyo sentido sería difícil de comprender si fueran seres angelicales y por esto exentos de la muerte o vejez. Su vestimenta, también, es importante. Tanto la ropa blanca como las diademas son simbólicas del servicio premiado, y en otras partes de la Escritura se vinculan con creyentes de la dispensación actual. Tercero, su número enfatiza su carácter sacerdotal, haciendo eco de los cursos del sacrificio levítico, y sus acciones también, porque derraman las oraciones de los santos en copas de oro. Finalmente, nótese su canción. En el capítulo 5 ellos cantan de su redención para Dios de todo linaje y lengua y pueblo y nación, y de las bendiciones que están disfrutando.

La tenencia

Mientras se desenvuelve la escena, nos fijamos en el pergamino, o sea, el rollo con los siete sellos que Aquel que ocupa el trono guarda en su mano derecha. Por la descripción y su presentación en el pasaje, se entiende que este libro es el título de propiedad a la tierra. Los eventos que siguen la apertura de los sellos, y el implícito desen-volvimiento del rollo, dejan claro que este documento define el plan profético que Dios tiene para la tierra.

Juan aprecia la importancia del pergamino, como evidencia su respuesta al problema que se presenta. Un ángel fuerte lanza un reto: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” Su pregunta marca el inicio de una búsqueda cósmica en toda la creación por uno que estaría en capacidad de reclamar el título de propiedad e imponer el plan profético de Dios. Lo inútil de la búsqueda refleja la depravación total de la humanidad. Ni la raza humana en su totalidad, ni un individuo en particular, se encuentra digno de tomar el rollo y desatar sus sellos.

Juan llora porque parece que los fracasos humanos han frustrado la propuesta divina para la Creación. Su angustia fue profunda, descrita por la misma palabra de la lamentación de Raquel por sus hijos, Mateo 2.18; las lágrimas de arrepentimiento de Pedro, Mateo 26.75; y el lamento del Salvador sobre Jerusalén, Lucas 19.41. Pero su angustia encuentra alivio en las palabras del ángel y al darse cuenta de que, no obstante el fracaso humano, hay una persona gloriosa que tiene el derecho de tomar el libro de la derecha de Aquel que está sentado sobre el trono.

En este momento crucial de los eventos, la atención de Juan está dirigida al “León de la tribu de Judá, la Raíz de David”, 5.5. Juan quiere contemplar a este ser formidable, y ve en medio del trono un Cordero recién inmolado pero vivo. Es el Señor Jesucristo en resurrección, quien está en el centro de esta escena majestuosa. Su autoridad única se demuestra cuando toma el libro de la mano derecha de Dios.

La ejecución

Las lágrimas de Juan se tornan en triunfo cuando el Cordero recibe el pergamino. En los capítulos siguientes él observará mientras se rompen los sellos y se desenrolla el libro, haciendo conocer el gran programa profético divino.

Se describen tres series de juicio: la de los siete sellos, de las siete trompetas y de las siete copas. Estos juicios divinos son derramados sobre una tierra rebelde con una espantosa severidad creciente. Mientras se efectúan, se le concede a Juan una vista celestial de los eventos de la Tribulación. Estos tendrán lugar en la tierra, donde todo será confusión y agitación. Desde la perspectiva privilegiada del celestial salón del trono, sin embargo, se hace evidente el orden inexorable del programa de Dios.

Considerando esto, es muy improbable que nos sorprenda la alabanza que caracteriza estas escenas. Sólo podemos participar en el crescendo de canto de adoración que resuena en todo el cielo. En el capítulo 4, los seres y los ancianos proclaman las alabanzas del Creador delante del trono, v. 11. Ahora, los veinticuatro ancianos se prorrumpen en una canción nueva, declarando: “Digno eres … porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios”, 5.9. Ellos no están solos en su canto, porque su alabanza se extiende más y más, hasta que todo el cosmos se une en hacer eco de la exaltación del digno Cordero. Apocalipsis 5 termina con un poderoso tumulto de alabanza a Dios y a Cristo.

No podemos leer las palabras sin hacerlas nuestras, porque la adoración surge en nuestros corazones. Cuán maravilloso será en aquel día venidero no sólo responder al canto, sino ser los líderes de la adoración y las alabanzas celestiales del León de la tribu de Judá, el Cordero inmolado y vivo, quien es el único peculiarmente digno de bendición y honra y gloria y poder.

 

8   La Apostasía y el Inicuo

Salvación futura

Reinaba confusión en la asamblea de Tesalónica. Ellos estaban sufriendo persecución y tribulación, 2 Tesalonicenses 1.4, pasando por una temporada de intensa presión y sufrimiento. Aun cuando estas circunstancias eran difíciles de llevar, no eran en sí lo que más perturbaba la paz de los creyentes. Una amenaza más devastadora venía de aquellos que decían interpretarlas y explicar por qué el pueblo de Dios sufría. Estos promotores de falsa doctrina profesaban autoridad apostólica por su enseñanza. Señalaban las condiciones reinantes como una prueba irrefutable de que “el día del Señor está cerca”, o “está encima”, 2.2. Decían que la tribulación de los creyentes era evidencia de que la Tribulación ya había comenzado.

Por supuesto, aquellos creyentes han debido saber mejor que prestar atención a esa enseñanza. En la primera epístola Pablo había hecho mención específica de su expectativa del regreso de Cristo y su salvación de la Tribulación como una de las características sobresalientes de su testimonio. “Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera”, 1 Tesalonicenses 1.9,10.

Más adelante en la primera epístola, Pablo les instó a poner el yelmo de la esperanza de la salvación, “porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo”, 5.8,9. Este conocimiento, que Dios no les había señalado para pasar por los estragos de la Tribulación, sino para poseer la salvación, ha debido afirmar y refractar sus mentes contra los ataques de la falsa doctrina.

Sin embargo, una cosa era saber la verdad en teoría pero cosa muy diferente era asirse a ella en medio de pruebas y tumulto, y con los argumentos espurios y las explicaciones de los apóstoles del error martillando en sus oídos. Pablo entendía esto y temía que estos creyentes serían movidos fácilmente de su modo de pensar, como lo expresa en 2 Tesalonicenses 2.2. Esto le impulsa a escribir para asegurarles, recordándoles de las cosas que había dicho cuando estuvo en la ciudad, 2.5; a saber, los acontecimientos que van a suceder antes de y durante la Tribulación.

Él comienza llevándolos atrás a la verdad que formó una base de la primera epístola. Los tesalonicenses veían con alarma lo que estaba sucediendo en su medio, y estaban empezando a dar cabida a la idea que algo había resultado mal, y después de todo ellos ya estaban en el Día del Señor. Pero Pablo se apresura a recordarles de aquella verdad que, más que cualquier otra, restauraría y fortalecería su estado de ánimo. Pues, invoca “la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con él”, 2.1. La venida de Cristo era un consuelo, pero él va a la raíz de los temores de los tesalonicenses al recordarles que, en su venida, ellos van a dejar este suelo para unirse con Él en el aire, 1 Tesalonicenses 4.17.

Eventos terrenales

En los versículos que siguen Pablo agrega a esta confianza al resumir dos eventos que deben ocurrir antes de que comience el Día del Señor. Estos acontecimientos son, primero, la apostasía, 2 Tesalonicenses 2.3, y segundo, la revelación del hombre de pecado, vv 3,4.

Apostasía significa alejamiento, o aun rebelión. Algunos comentaristas entienden esto en un sentido espacial y ven en ello otra referencia al Rapto. Sin embargo, su empleo en otras partes de la Escritura y otros textos antiguos apoyan el criterio más tradicional que el texto se refiere a un gran alejamiento espiritual y religioso.

La historia de la cristiandad ha sido caracterizada por mucha apostasía, o negación y abandono de la verdad divina. Aquí es, sin embargo, la apostasía, un rechazo único en su significado. Esta apostasía extraordinaria preparará el escenario para la aparición del hombre de pecado, el Inicuo, “el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama a Dios o es objeto de culto, tanto que se siente en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”. La cristiandad habrá rechazado a Dios tan completamente que aceptará las pretenciosas afirmaciones de este usurpador, y su autocoronación será aceptada y aplaudida por aquellos que se habrán alejado absoluta y finalmente de la verdad.

Este pasaje nos dice un poco acerca del carácter y las acciones de este hombre.
Se caracteriza por la anarquía. Solamente él comparte con Judas el título de “hijo de perdición”. Su meta es la oposición total a Dios o a todo lo que se llama Dios. Otros pasajes de la Escritura ofrecen detalles de este personaje impío. Comparando Apocalipsis 13.1 y 17.15, aprendemos que es un gentil. Es el líder de un imperio romano reavivado, Daniel 9.26. Estará a la cabeza de una gran federación política y militar, Apocalipsis 13.1, 17.12 a 14, basada en diplomacia y conquista, Apocalipsis 17.12, Daniel 8.24,25, 7.8,24. Será un hombre de singular habilidad y gran malicia, Daniel 7.8,20, 8.23 a 25, Ezequiel 28.2 a 5. En el fondo, la fuente de su poder y energía detrás de su ascenso meteórico a prominencia y dominio en escala global es satánica, Apocalipsis 13.4, 2 Tesalonicenses 2.9.

Será reconocido y aclamado por “los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”, 2 Tesalonicenses 2.10. Habiendo rechazado la verdad del evangelio, estos individuos serán ciegos judicialmente; Dios les enviará un poder engañoso, para que crean la mentira”, v. 11.

Dos impedimentos

Los tesalonicenses han debido sentir una gran confianza al aprender que el Día del Señor no puede comenzar antes de que estos eventos tengan lugar, y nosotros debemos sentir lo mismo. Pero se les había presentado otra duda. Reconociendo que la apostasía no reinaba cuando Pablo escribió, ¿sería posible que estaba por venir pronto en todo su vigor y ellos se encontrarían en la Tribulación?

Pablo aborda esta pregunta con repasar los eventos que ya había tratado, pero no simplemente pulsa la tecla Replay. Más bien, él los trata desde otro ángulo. El apóstol nos lleva detrás del telón del propósito divino para permitirnos entender mejor por qué ni la apostasía ni el anticristo pueden subir a la tarima antes de realizarse el Rapto. “Vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida”, 2 Tesalonicenses 2.6 a 8.

La apostasía y la revelación del hombre de pecado están impedidas actualmente. Estos versículos presentan a dos que estorban: un qué en el v. 6 y un quién en el v. 7. La persona que impide es conocida y oportunamente será quitada de en medio. Realizado su retiro, se manifestará el Inicuo.

Ciertamente ha habido diferencias de opinión en la interpretación de estos versículos, pero la que mejor se ajusta al contexto es que el v. 6 trata de la Iglesia y el v. 7 del Espíritu Santo. Satanás no está libre para actuar como él quisiera. La presencia en la tierra del Espíritu Santo, morando en la Iglesia, no permite que él realice sus designios diabólicos para esta tierra. La apostasía florecerá y el hombre de pecado será revelado solamente cuando la Iglesia haya sido llevada en el Rapto y el Espíritu quitado.

Por esto los creyentes tesalonicenses no tenían que temer que el Día del Señor estaba corriendo y que ellos habían entrado en la Tribulación. El mismo hecho de que ellos se quedaban sobre la tierra era indicio de que el poder divino estaba impidiendo todavía. No era solamente que la Tribulación no podía comenzar mientras que ellos estaban aquí, sino que no eran permitidos los pasos preliminares. Por esto, ellos no tenían que amedrentase ante las embestidas de las circunstancias y el ataque del error.

Al inicio del capítulo Pablo había expresado su preocupación que sus mentes y emociones serían perturbadas. Al cerrar el capítulo su oración es por el bien de tanto sus corazones como sus mentes. “El mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra”, vv 16,17. Que la verdad de la Palabra de Dios, y una comprensión de nuestro lugar en sus propósitos eternos, nos capaciten a nosotros también a enfrentar los retos y los errores de nuestros días.

9   La  Tribulación

 

Dos días antes del fin del ministerio terrenal del Señor Jesucristo, Él y sus discípulos pasaron a través de los atrios del Templo. Recién había vituperado los escribas y fariseos, terminando con la declaración solemne: “Os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digas: Bendito el que viene en el nombre del Señor”, Mateo 23.39.

Ahora, abandonando Él aquellos atrios por vez última, y los discípulos motivados tal vez por visiones gloriosas de un día de reconocimiento, le señalaron el esplendor de los edificios. Seguramente presumían que éste sería el lugar donde el Mesías va a ser recibido por la nación. Aquellos atrios, pensaban, resonarían con la aclamación de un pueblo que por fin compartiría la declaración de Pedro que, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, 16.16. Pero todos sus supuestos fueron echados al suelo por el aclaratorio contundente del Señor: “¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada”, 24.2.

No es difícil imaginar la confusión y consternación que llenaron las mentes de los discípulos mientras caminaron en un silencio incómodo al monte de los Olivos. Pero su deseo de clarificación llegó a impulsarles a hablar. Dirigiéndose a Aquel que siempre era paciente ante sus preguntas, le instaron: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” 24.3. Reconociendo su ansiedad, el Señor Jesús les dio una revelación de importancia crucial, una exposición de verdad profética conocida a veces como “el pequeño apocalipsis”.

Períodos

En este discurso el Salvador habló de dos períodos de turbulencia global. El primero, vv 5 a 14, se caracterizará por conflicto nacional y calamidades naturales: “Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares”, 24.7. El período es “el principio de dolores” y en su fin habrá un evento prodigioso que se verá “en el lugar santo la abominación desalodora de que habló Daniel el profeta”, v. 15.

A continuación viene un período de aflicción intensificada, con la designación escaloficante de parte del Señor Jesús de “gran tribulación, cual no ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni habrá”, v. 21. En este lapso la angustia será sin par y de tal magnitud y tal intensidad como para exceder todos los horrores de la historia. Entonces, “inmediatamente después de la tribulación de aquellos días”,  la oscuridad del sol y de la luna, y el temblor del cielo, señalarán el evento que estaba en el fondo de la pregunta de los discípulos: “Verán al Hijo del Hombre viniendo sobre as nubes del cielo, con poder y gran gloria”, vv 29,30.

El Salvador se había referido específicamente a Daniel el profeta, pero aun si no lo hubiera hecho, sin duda las mentes de sus oyentes se hubieran enfocado sobre Daniel 9 y la profecía de la última de las setenta semanas: “Por otra semana [el príncipe que ha de venir] confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador”.

Este pasaje, Daniel 9.27, nos proporciona el marco cronológico de los eventos señalados en Mateo 24. Los siete años de esta última semana (denominada muchas veces la Tribulación, o el Día del Señor) serán divididos en dos partes iguales de tres años y medio por la introducción de la Abominación Desoladora. Se trata del principio de dolores y la Gran Tribulación, llamado el tiempo de angustia para Jacob, Jeremías 30.7.

Gente

La Tribulación se caracterizará por acontecimientos dramáticos y devastadores, con varios actores de relieve.

Hemos encontrado en la entrega anterior al primero de estos personajes. Es “el príncipe que ha de venir” de Daniel 9; el hombre de pecado, el Inicuo de
2 Tesalonicenses 2; y la primera bestia de Apocalipsis 11, 13 y 18. Este excepcional líder mundial se levantará de entre las naciones gentiles y encabezará un imperio romano reestablecido, Daniel 9.26. Sus habilidades serán enormes, y no admitirá impedimento su ascenso por la escalera del poder mundial, pero la obra de Satanás estará detrás de todo esto.

Otra figura funcionará en liga con ésta. Es la segunda bestia de Apocalipsis 13, a quien también se describe como el falso profeta, 16.13, 19.20, 20.10. La primera bestia procede del mar − el símbolo de las naciones gentiles − pero la segunda de la tierra. Él será un judío y encabezará la religión apóstata que emergerá después del Rapto. Tendrá poder para realizar milagros mentirosos. Al cierre de la primera mitad de la Tribulación, dará vida a la imagen de la bestia, “para que la imagen e hiciese matar a todo el que no la adorara”, 13.15.

Estas figuras impías se desfilarán por el estrado global a lo largo de la Tribulación. Su dominio político, religioso y social será prácticamente absoluto. No obstante, el triunfo de Satanás no será completo porque, como en toda edad, Dios ha preservado un remanente y un testimonio para sí.

El primer elemento de este testimonio será el ministerio de los dos testigos, como leemos en Apocalipsis 11. Estarán de pie en la calle en Jerusalén, vestidos de cilicio. Testificarán bajo protección divina por 1260 días (o tres años y medio), hasta terminar su testimonio y ser muertos por la bestia. Al cabo de tres días y medio se revivirán y ascenderán al cielo.

Se debate la identidad de estos testigos. ¿Son dos figuras literales, o es que dos es simplemente un símbolo del testimonio? ¿Son Moisés y Elías, de veras o simbólicamente? Y, en ese orden de ideas, ¿cuál es el período de su testimonio? Sin embargo, parece que son literalmente dos individuos que testificarán por la primera mitad de la Tribulación, una solemne voz de advertencia que será desatendida por la gran mayoría de la humanidad.

Estos dos no van a estar solos en su testimonio. Apocalipsis 7 describe el sellado de 144.000 testigos, tomados de entre las doce tribus de Israel, quienes saldrán en la Tribulación en una misión mundial a predicar el evangelio del reino. Estos testigos judíos habrán confiado en Cristo después del Rapto, y su ministerio será dirigido a aquellos en todo rincón del globo que previamente no habrán rechazado el mensaje de evangelio,
2 Tesalonicenses 2.10. Salen bajo protección divina y en medio de persecución intensa. Su ministerio prosperará: el fruto de su predicación será “una gran multitud, la cual nadie podría contar, de todas las naciones y tribus y lenguas”, 7.9, quienes “han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”, 7.14. Aun mientras el mal impere en el mundo entero, Dios estará obrando en la salvación de almas y preparando una vasta multitud para entrar en las bendiciones del reino milenario.

Estas son algunas de las personas que figurarán en la Tribulación. No nos olvidemos de cierto grupo que no conocerá nada de su tumulto y padecimiento. Cuán bendito es saber que nosotros que hemos confiado en Cristo no hemos sido designados para ira, “sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo”,
1 Tesalonicenses 5.9. ¿Y usted, lector? Si es que nunca ha puesto su fe en Cristo, que sean una solemne voz de advertencia las verdades que hemos considerado. Huya de la ira venidera, Lucas 3.7.

 

10   La Armagedón

La imagen y la roca

Nabocodonosor, rey del poderoso imperio babilónica, estaba acostado. La cama y sus complementos eran tan lujosos y cómodos como correspondían a los más ricos e influyentes en el mundo. Pero en cuanto al sueño, Nabocodonosor ha podido estar acostado sobre un lecho de clavos. Comoquiera que hacía vueltas y revueltas, “se le fue el sueño”, Daniel 2.1, y por mucho que intentara, no podía relajarse. Noches sin sueño no eran cosa desconocida en la experiencia de este hombre. La responsabilidad de administrar el imperio masivo bastaba para preocuparle, pero en esta ocasión la causa no era la planificación de nuevas conquistas, los traspiés de una campaña militar, o las telarañas intricadas de la intriga del corte. En esta ocasión fue un sueño extraño y preocupante que no le dejaba a Nabocodonosor dormir.

Había visto en su sueño una gran imagen de gloria sublime y aspecto terrible, 2.31. “La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido”, vv 32,33. La visión ha debido ser alarmante, y al contemplarla en su sueño Nabocodonosor ha debido preguntarse por qué el diseño era tan intricado. La forma de esta imagen y toda particularidad de su superficie hablaban elocuentemente de empeño y logro humano. Con todo, aun en su sueño, el rey ha debido notar con cierta intranquilidad que la imagen reposaba sobre una base frágil e insegura que no era más que hierro y cerámica que no admitían mezcla ni fusión.

De una vez su sensación vaga de intranquilidad fue exacerbada sobremanera. Estaba por descubrirse toda la fragilidad de la imagen, y el colapso de la estructura no sería por el desgaste natural o por su antigüedad. Más bien, el rey vio “una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra”, vv 34,35.

En contraste con la imagen claramente de diseño y hechura divino, esta piedra era sin ninguna intervención humana. No obstante parecer sin gran trascendencia, ella tenía poder para devastar todas las obras del hombre, reduciéndolas a polvo. Ante semejante suceso, no es de sorprenderse que Nabocodonocor haya perdido el deseo de dormir.

Él buscó en vano entre los sabios de Babilonia para una interpretación de su sueño. Cuando toda la sabiduría de ellos se había manifestado inadecuada para explicarlo, Daniel se adelantó para exponer el sueño y su interpretación. Expicó que la imagen ofrecía un resumen de la historia del mundo y que los diversos y deteriorados metales repesentaban los sucesivos imperios que ejercerían el dominio global en sus manos. Entonces, explicó el significado de “la piedra cortada, no con mano”. Dijo: “Por ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro. Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” vv 42 a 44.

Los preparativos

En la entrega anterior consideramos algunas de las maniobras militares que se realizarán cuando Dios ordena las naciones para sus fines. Aprendimos que la intervención divina desbaratará de un todo un ataque en la tierra de Israel por las potencias norteñas y sureñas. La potencia occidental, encabezada por la Bestia, responderá ferozmente a la agresión del norte y del sur, y sus ejércitos invadirán Israel antes de seguir en un arco hacia el sur. Su progreso será interruptido por noticias de un masivo ejercicio invasor que viene del este, y “saldrá con gran ira para destruir y matar a muchos”, Daniel 11.44. Quedarán cumplidas las palabras de Dios: “Yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén”, Zacarías 14.2.

Estas beligerentes superpotencias globales se encontrarán en Jerusalén. La batalla se librará en la llanura de Megido, porque se trata del gran conflicto de Armagedón. Ejércitos enormes se enfrentarán, las armas en orden, listas para chocar en una batalla a muerte, un conflicto definitivo para la supremacía mundial. Pero mientras esperan la orden a proceder, una convulsión celestial señalará la llegada de un combatiente nuevo. “Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria”, Mateo 24.29,30. Atónitos, los hombres verán el cielo abierto, “y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: El Verbo de Dios. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos”, Apocalipsis 19.11 a 14.

El aplastamiento

Muchos artistas han intentado captar por un medio u otro algo del impacto dramático de esta escena. Sin embargo, podemos estar seguros de que ninguno ha logrado presentar una fracciòn del efecto de la llegada de éste cuyo nombre sólo Él sabe. El Rey de reyes y Señor de señores encabezará sus ejércitos, conquistando y para conquistar. Todo el poder militar de la humanidad será avergozado ante esta fuerza.

Con  todo, no se dará por vencido. Al contrario, “los reyes de la tierra y sus ejércitos” apuntarán su artillería al cielo en un último, inútil intento “para guerrear contra el que montaba el caballo y contra su ejército”, Apocalipsis 19.19. Pero no lanzarán un solo misíl, ni dispararán una sola vez. La Bestia y el falso profeta serán “lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre”. Sus seguidores serán “muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo”, vv 20,21.

El Cristo conquistador volverá triunfante a precisamente el punto de donde salió de la tierra para ascender al cielo. “Se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur”, Zacarías 14.4.

Entonces Él volverá a la ciudad del gran rey. Maltratada por los ejércitos de los siglos, esta ciudad venerable ha visto muchos días insólitos, pero nada que habrá visto se compara con este día. Al acercarse Cristo, resonará entre las rocas de Judea el glorioso llamado de Salmo 24: “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla. Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, él es el Rey de la gloria”.

 

11   La Manifestación Gloriosa

 

La historia del mundo es un tapiz complejo de eventos, individuos e ideas. Las civilizaciones se han levantado y caído. La escala es tan vasta y la acción tan complicada que fácilmente podríamos olvidar que la historia tiene senido, y que este sentido no viene de los hechos de los hombres sino de los decretos de Dios.

Así, el escritor a los Hebreos demuestra que la historia tiene un plan, un patrón y un propósito: “Ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”.

Toda la historia está resumida en estos versículos, 9.26 a 28. Las edades anteriores eran preparativas, abriendo el camino para el primer advenimiento de Cristo. Hoy día miramos atrás a aquel acontecimiento singular, pero también miramos adelante al segundo advenimiento, cuando Él aparece por segunda vez, sin pecado, para salvación. La primera y la segunda venidas de Cristo son los grandes polos de la historia, los dos eventos que dan sentido a la sucesión, aparentemente caótica, de pueblos y eventos.

Somos prestos ─ casi condicionados ─ a hablar del Rapto cuando pensamos en la segunda venida del Señor. Esto no es sorprendente, porque es una esperanza inmediata y peculiarmente nuestra. Pero aun cuando sea un evento monumental, es sólo la primera etapa de la venida de Cristo. Al final de la Tribulación, Él será manifestado en su regreso público y glorioso a la tierra, tan repentino y devastador como un rayo, Mateo 24.27. Este evento es una de las grandes perspectivas de la Escritura y es, dice Pablo, nuestra esperanza bienaventurada, Tito 2.3. El regreso de Cristo será una intervención dramática y cataclismática en la historia humana. Tendrá un profundo significado para las naciones, para Isarel, para Cristo y para nosotros.

Para las naciones del mundo, será un tiempo de juicio. Apocalipsis 19 describe a Cristo sentado sobre un caballo blanco, llegando como Rey de reyes y Señor de señores, destruyendo de un todo los ejércitos que se habrán reunido para guerrear contra el Cordero. Pero el aplastamiento de la rebelión de los hombres y el fin de sus líderes será solamente el comienzo del juicio de las naciones.

Este juicio en sí tendrá lugar después de la manifestación de Cristo y su victoria sobre los ejércitos terrenales. Por Juan 3.3, Mateo 18.3 y varios pasajes más, sabemos que tienen que renacer aquellos que entran en el reino. Las ovejas son aquellos que han oído y han respondido al evangelio del reino que los 144.000 testigos de Apocalipsis 7 han predicado en la Tribulación. La manera en que esta gente haya tratado a los mensajeros de Dios es un  indicio de su respuesta al mensaje. Fue así cuando el Señor despachó setenta testigos, Lucas 10.3 a 16, y ciertamente será el caso durante la Tribulación, cuando dar refugio a uno del perseguido remanente judío puede arrojar graves consecuencias. Solamente los renacidos se atrevarán a expresar comunión con estos perseguidos. Habiendo renacido, los creyentes son los bienaventurados del Padre y entrarán en el disfrute del reino milenario terrenal.

Para Israel, el regreso de Cristo será un tiempo de restauración. Dios tiene todavía un lugar para su pueblo terrenal y en su venida un remanente fiel va a saludar a su Mesías. En un mundo que cree que la Iglesia ha reemplazado a Israel en los propósitos divinos ─ el supracesionismo ─ hacemos bien al llevar en mente aquella gran declaración paulina que “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”, Romanos 11.29. Esto fue dicho en el contexto de un discuso sobre la fidelidad de Dios a Israel. Si le arrebatamos de Isreal su esperanza, negamos el carácter y la fidelidad de Dios y le quitamos de la Iglesia su confianza en Él. Israel ha incumplido a Dios muchas veces y de muchas maneras, pero Él nunca ha faltado a Israel.

Habrá juicio para Israel, como ilustran las parábolas de Mateo 25 y como describen Ezequiel 20.34 a 38 y Malaquías 3.2 a 5. Entrarán en la bendición milenaria aquellos que han confiado en Cristo y reconocido sus derechos. Serán echados a las tinieblas de afuera aquellos que no se han preparado. A la postre la nación será restaurada a su relación con Dios: “Meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. El invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios”, Zacarías 13.9.

Para Cristo, será un tiempo de vindicación. En la última ocasión que el mundo vio a Jesús de Nazaret, Él estaba colgado en cruz. Para el judío fue un símbolo de un maldito y al gentil señaló a un criminal tan bajo, tan aborrecible, como para merecer solamente la muerte agonizante y vergonzosa de un esclavo rebelde. Aunque los apóstoles predicaron la resurrección y ascensión de Cristo, para muchos aquel veredicto nunca ha sido anulado; nuestro Señor está despreciado todavía. Pero aquí, en la tierra donde fue rechazado, Cristo será vindicado. Dios tendrá la última palabra acerca del verdadero carácter de su Hijo. Él ha fijado la hora cuando mostrará su Hijo como “el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes y Señor de señores”, 1 Timoteo 6.15. ¡Cristo se humilló, Dios lo exaltará!

La manifestación de Cristo es nuestra “esperanza bienaventurada”. Ver a nuestro Salvador en su debido lugar, Isarel restaurado y los impíos de este mundo juzgados y adjudicados, alegrará nuestros corazones y contestará nuestras oraciones. Sin embargo, Dios tiene algo más que la observación guardada para la Iglesia. No seremos espectadores distantes de la manifestación de Cristo, sino participantes activos. Él no volverá solo, sino le seguiremos, “vestidos de lino finísimo, blanco y limpio … en caballos blancos”, Apocalipsis 19.14. Grande la gracia que nos permite no solamente observar sino también compartir su gloria y triunfo.

 

12   El Milenio:  Su Certeza

 

En una entrega anterior consideramos el sueño de Nabocodonosor. Vimos el gran significado profético de la aparentemente insignificante piedra “cortada, no con mano” que disminuye los pies de la gran imagen, echando al suelo para ser llevado por el viento todo lo que hablaba de la ingeniosidad, el diseño y la ejecución de parte del hombre. Nuestra consideración terminó allí, pero no así el sueño de Nabocodonosor y la interpretación de Daniel. Los propósitos de Dios no están completos cuando Cristo se manifieste en gloria y sus enemigos queden reducidos a la nada delante de Él.

En su sueño el rey perplejo miraba mientras “la piedra que hirió a la imagen fue fecha un gran monte que llenó toda la tierra”, Daniel 2.36, y Daniel explica concisamente el significado de lo que había visto: “En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”, v. 44. La destrucción devastadora de los reyes y los reinos de la tierra es solamente un preludio a la constitución del reino del Señor Jesucristo. Cada uno de los metales que componen la imagen representa un reino terrenal histórico, y la piedra que los reemplaza también debe representar un reino terrenal.

El rey Nabocodonosor vio este acontecimiento desde un punto de vista terrenal. Hacia el final de Apocalipsis se le da a Juan una perspectiva celestial. “Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo. Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años”, Apocalipsis 20.1 a 4.

No sólo es necesario que los reinos de los hombres sean barridos, sino también que Satanás sea atado y su influencia maligna eliminada del mundo. Cristo y sus redimidos reinarán por mil años en el período glorioso que llamamos el Milenio.

Muchos lo distorcionan

Hay, quizás, pocas verdades bíblicas que han sido tan distorsionadas o negadas como la del reino milenario de Cristo. Aun cuando los creyentes en los siglos después de la muerte de Cristo reconocían esta doctrina, otros la negaron, persuadidos por la influencia de filosofía griega y enseñanza gnóstica.

Origen (185 – 254) desarrolló una manera alegórica de leer la Escritura que era desdeñosa del sentido literal y perseguía un sentido más profundo y espiritual detrás del texto sagrado. Esto echó la base para la enseñanza de Augustín (354 – 430). Los criterios filosóficos y políticos de Augustín, acompañados de una perspectiva alegórica de la Escritura, le condujeron a negar la verdad del reino de Cristo sobre la tierra. Más bien él sostenía que Satanás había sido atado en el Calvario y que la Iglesia ─ por la cual Augustín quería decir la iglesia romana ─ ya estaba reinando espiritualmente. Augustín es el padre del amilenialismo y sus ideas forman la base para la enseñanza escatológica de Roma y, más adelante, de los Reformadores.

Ha sido negada y degenerada la verdad del Milenio en la mayor parte de los últimos dos mil años por las personas indispuestas por cualquier razón a recibir lo que Dios dice en su Palabra. Pero todas sus negaciones no deben hacernos dudar de que Cristo “dominará de mar a mar”, Salmo 72.8. Hay muchas razones por qué es así, y vamos a considerar dos en este artículo.

La Palabra de Dios lo declara

Esto de por sí debe ser razón suficiente para creer la verdad del Milenio. Está presentada claramente y sin ambigüedad en la Palabra de Dios. Es cierto que solamente Apocalipsis 20 da la duración del reino de Cristo, ¡y lo hace seis veces en sendos versículos! Sin embargo, la profecía del Antiguo Testamento está saturada de detalles acerca de aquel reino y acerca de las condiciones religiosas, sociales y ecológicas que la caracterizarán.

Los amilenarios señalarán que el libro de Apocalipsis está lleno de simbolismo. Es cierto, pero también es cierto que Apocalipsis es muy preciso acerca del tiempo: los años, meses y días. Es difícil, sin forzar el sentido, negar que este pasaje presenta claramente el reinado literal de Cristo por mil años y el reino asociado de todos aquellos que tienen parte en la primera resurrección. Ya hemos visto que Dios cumple la profecía literalmente. Nunca se nos ocurriría espiritualizar las muchas y detalladas profecías acerca de la primera venida de Cristo, ni debemos contemplar tratar de esta manera las profecías de su segunda venida

El carácter de Dios lo demanda

El escritor a los Hebreos recalca que “es imposible que Dios mienta”, 6.18, una gran verdad de valor inestimable. Todas las grandes y preciosísimas promesas que Él nos ha dado están aseguradas por la verdad inmutable de su carácter. Pero a la vez que atesoremos esta verdad para nosotros, debemos notar cuidadosamente el contexto de su mención. El escritor nos recuerda la inmutabilidad del consejo de Dios expresada en su pacto para Abram y confirmada con juramento. En su gracia soberana, Dios escogió ligarse a Abram y sus descendientes en un compromiso solemne, inquebrantable e incondicional.

De una manera similar la verdad que “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”, Romanos 11.29, anima el corazón de todo creyente, dándonos la confianza de que Dios no es un déspota voluble, gobernado por capricho, sino es fiel y confiable. Es más, aun cuando esta gran declaración figura en el contexto del trato de Dios con Israel bajo un pacto, su negativa a renunciar a su fallido pueblo terrenal es el ejemplo y la evidencia de la fidelidad de su carácter.

Es vital que no perdamos el significado de esto. Dios ha hecho promesas unilaterales e incondicionales a Abram y sus descendientes. Nada podría ser más seguro que una promesa suya, pero en gracia Él la confirma con un juramento con miras a que Abram e Israel no dudaren de la certeza de que la cumplirá. Aquellas promesas no han sido cumplidas totalmente todavía. Si no hay un Milenio, nunca serán cumplidas.

También, el pacto de Dios con David es incondicional e inmutable, y la Escritura afirma su certeza en el más contundente de términos: “Si pudiereis invalidar mi pacto con el día y mi pacto con la noche, de tal manera que no haya día ni noche a su tiempo, podrá también invalidarse mi pacto con mi siervo David, para que deje de tener hijo que reine sobre su trono, y mi pacto con los levitas y sacerdotes, mis ministros”, Jeremías 33.20,21. Es, entonces, enteramente concordante con la Escritura decir que el reino terrenal de Cristo (porque el trono de David es sin duda terrenal) es tan segura como el amanecer mañana.

Negar el Milenio es, entonces, hacer a Dios mentiroso y su Palabra una ficción.
La situación tampoco se mejora mucho cuando los amilenarios afirman que las primeras promesas hechas a Israel están siendo cumplidas de una manera espiritual en la Iglesia. Sería interesante saber cómo uno de ellos reaccionaría si su patrón le dijera que su cheque de nómina literal es uno espiritual, habiendo entrado en un contrato no negociable a pagarle determinada suma mensual. En esta circunstancia, no nos ocurriría que el patrón había honrado su palabra. Le vituperaríamos como un malabarista de palabras cuanto menos, o en el peor de los casos un mentiroso inescrupuloso. Sugerir que subsecuentemente Dios “movió los postes del arco”, redefiniendo el sentido de las promesas o a quiénes fueron dadas, es un insulto grave de su carácter.

Más allá de esto, negar un Milenio que cumplirá las promesas a Israel socava seriamente la confianza del creyente en Dios. Así como demuestran los pasajes citados, la fidelidad suya a Israel es una fuente de reconfirmación y asombro, y una demostración inestimable del carácter del Dios a quien hemos llegado a conocer. Por lo tanto, si bien es cierto que una negación del propósito futuro que Dios tiene para Israel le quita a aquella nación su lugar especial, eso es sólo el principio. A la vez, empobrece la Iglesia y, lo más grave de todo, echa una sombra sobre la gloria y la grandeza de Dios.

La verdad de que Él no puede mentir era un fortísimo consuelo para los sufridos creyentes hebreos. Que nos regocijémonos nosotros también en la firmeza de nuestro Dios, y huyendo de toda gimnasia hermenéutica e interpretación rotativa, aceptemos tal cual lo que Dios dice en su Palabra. Al hacerlo, apresurémonos a la gloriosa revelación y el reino del Salvador rechazado, ya que “preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies”, 1 Corintios 15.25.

 

13   El Milenio:  Su  Carácter

 

Como hemos visto en la entrega anterior, si bien el término “milenio” no figura en la Escritura, la verdad del reino terrenal de Cristo ocurre a lo largo del canon, y es apropiado para describir un período que abarca mil años. Hay, sin embargo, otros términos empleados en la Escritura para referirse al reino de Cristo. Cada uno expone alguna verdad en particular acerca del carácter y las consecuencias de aquel reino y amerita nuestra consideración cuidadosa.

La Regeneración

Respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel, Mateo 19.27,28.

El curso de la historia mundial dista mucho de ser tranquilo. Moral, ideológica, financiera y militarmente se caracteriza por revolución y contrarrevolución, por deterioro y recuperación, por ascensos meteóricos y caídas precipitadas. Pero muchas veces, mientras más cambian las cosas, más se quedan como estaban. Aun la revolución más dramática y profunda hace poco para cambiar el curso general de la vida sobre la tierra.

No así la introducción del reino de Cristo. El Señor Jesucristo lo describe como “la regeneración”, o el nuevo nacimiento. Se emplea la palabra solamente una vez más en la Escritura, en Tito 3.5, donde se refiere al nuevo nacimiento del creyente. El Milenio no será un reestablecimiento sino un nuevo nacimiento. El planeta nacerá de nuevo y el cambio será tan dramático − y fundamental − como el que la salvación trae a la vida de un individuo.

Tiempos de refrigerio y restauración

Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo, Hechos 3,19 a 21

Hablando en el día de Pentecostés, el apóstol Pedro empleó dos expresiones hermosas − ambas encontradas solamente aquí en la Escritura − para describir los efectos del regreso de Cristo del cielo a la tierra, y su reino subsiguiente.

“Refrigerio” es literalmente una baja en la tem-peratura. La Vulgata Latina traduce la palabra con “refrigirium”. La idea de refrescar y restaurar la frescura en un clima caluroso y árido expresa elocuentemente lo que el Milenio significará para esta tierra reseca y agotada. Gastada por la injusticia y la opresión, golpeada por la violencia y la inhumanidad, ella está muy necesitada del refrigerio de la manifestación del Mesías, cuando de la presencia de Dios, por “las ventanas de los cielos”, Malaquías 3.10, fluirá un arroyo renovador y revitalizador. En el lenguaje de Salmo 72.6, “descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra”. Su reino justo traerá refrigerio y “juicio como impetuoso arroyo”, Amós 5.24.

El Milenio será también un tiempo de restauración. Esta es la idea predominante en “los tiempos de la restauración de todas las cosas”. Obsérvese lo comprensivo de la declaración de Pedro: “todas las cosas” serán restauradas en aquel día. Muchísimo fue perdido en la Caída. La humanidad fue rebajada y depravada, y con ella toda la creación fue “sujetada a vanidad” y llevada a “la esclavitud de corrupción”, Romanos 8.20,21. Hasta el día de hoy ella gime y sufre dolores de parto en esta servidumbre.

La desobediencia de Adán arrojó devastación de largo alcance, pero en el Calvario el Salvador pagó lo que no había robado, al decir de Salmo 69.4. La restauración efectuada por su obra en la Cruz no se ha realizado plenamente todavía, pero, el Redentor revelado y nosotros manifestados con Él, la creación será libertada de la esclavitud y disfrutará “la gloriosa libertad de los hijos de Dios”.

Pero el Espíritu Santo, por medio de Pedro, extiende el alcance de “todas las cosas” más allá de la restauración de una creación caída. Unos pocos versículos más adelante, Pedro alude al pacto con Abraham y su cumplimento milenario: “Vosotros sois los hijos … del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra”, Hechos 3.25. Cuando Pedro habló, Israel estaba en una baja, pero descendería todavía más unas pocas décadas después, y dentro de poco perdería su templo. Todo lo que ella señalaba con orgullo, y que hablaba de su posición singular entre las naciones, le sería quitado, y su pueblo sería esparcido por los cuatro vientos. Aprenderían la amarga realidad de la carga que habían asumido tan ligeramente al exclamar: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”, Mateo 27.24,25.

Pero la gran maravilla del programa de Dios para la nación es que, no obstante su fracaso y rebelión, ellos no “tropezaban para que cayesen”, Romanos 11.11.
Al contrario, “ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles”, 8.25 a 27. No podemos permitir que las doctrinas perniciosas de la Teoría del Reemplazo socaven nuestra apreciación de la fidelidad de Dios. La Iglesia no ha reemplazado a Israel ni lo ha desplazado. Vendrá el día cuando todo será restaurado, y ella será “por cabeza, no por cola”, Deuteronomio 28.13.

Por largo tiempo este tiempo ha sido prometido: “desde la fundación del mundo”. Es sobremanera precioso saber que fue hecha la primera profecía restauradora y de un gobernador − la promesa protoevangélica de la simiente de la mujer que heriría la cabeza de la serpiente, Génesis 3.15 − antes de que Dios prometiera su maldición sobre la humanidad y la creación. Y de este punto en adelante, la Escritura reitera gloriosas palabras de promesa, afirmando y reafirmando un tiempo futuro de restauración cuando todo lo injusto sería corregido y todo lo perdido recuperado.

La dispensación del cumplimiento del tiempo

… reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. En él asimismo tuvimos herencia, Efesios 1.10,11

El primer advenimiento del Señor Jesús fue el clímax de la historia, sucediendo en “la consumación de las edades”, Hebreos 9.26. Nosotros, en esta dispensación de gracia, somos aquellos “a quienes han alcanzado los fines de los siglos”, 1 Corintios 10.11. Pero aun cuando esta dispensación sea el clímax de la historia, no es su cumplimiento.

El propósito de Dios para las naciones, para Israel, para la Iglesia y para su Hijo espera su plena realización en el cumplimiento de los tiempos. La palabra “cumplimiento” expresa la idea de orden y finalización. Es el vocablo usado para una nave cuando toda la tripulación está a bordo, cada hombre en su lugar asignado. Comunica hermosamente las condiciones que existirán en el reino milenario, cuando se verán los propósitos divinos en plena expresión, y cuando la nación de Israel y la Iglesia ocuparán su lugar correspondiente y ejecutarán sus funciones ordenadas.

El Señor Jesucristo estará sobre todo esto, a la cabeza de todas las cosas, reconocido por fin y obedecido por todos. Habrá una gran bendición para aquellos que participan en la gloria milenaria, pero la gloria mayor será la vindicación y glorificación del Señor Jesús, el que por largo tiempo fue despreciado en la tierra donde fue rechazado.

 

Estas escrituras nos trazan en líneas generales el carácter del reino venidero. Renacimiento, refrigerio, restauración y realización señalarán aquellos triunfantes mil años de reivindicación y victoria, cuando “él llevará gloria, y se sentará y dominara en su trono”, Zacarías 6.13.

 

14   El Milenio:  Sus Condiciones

 

En la obra de Shakespeare que podría decirse ser su mejor, Hamlet recibe noticias de la muerte de su padre y reflexiona sobre la podredumbre que impregna el Estado de Dinamarca. Él lamenta que “los tiempos están descoyuntados”. La cláusula expresa su perturbación por el curso de los eventos en el mundo y su sentir que algo está fundamentalmente mal.

Difícilmente habrá alguna persona que en un momento u otro no haya pensado lo que Hamlet pensó. No podemos ojear los titulares sin darnos cuenta de que el mundo no está como debe estar. La inhumanidad de hombre a hombre, su fracaso como mayordomo de la creación, y la violencia viciosa de una naturaleza “roja de diente y garra” − todo esto proclama que vivimos en un mundo descoyuntado. La humanidad está consciente de esto y por esta razón muchos hombres y mujeres han intentado visualizar e introducir sus propias utopías milenarias. Sus esfuerzos siempre han fracasado y no pocas veces han sido desastrosos.

La mente caída del hombre no puede concebir un mundo perfecto, y su carácter pecaminoso no puede ejecutar uno. Pero un mundo perfecto sí será inaugurado, diseñado por sabiduría divina, impuesta por autoridad divina y habilitado por poder divino.

Los ciudadanos del Milenio

El reino milenario será único en la historia por cuanto incluirá entre sus ciudadanos aquellos que han muerto y resucitado. Apocalipsis 20.6 nos cuenta que todos aquellos que han tenido parte en la primera resurrección vivirán y reinarán con Cristo. Esta primera resurrección será realizada en etapas. La resurrección de Cristo proporcionó el prototipo y Él, como primicias, será seguido en el Rapto por los santos de esta dispensación; y, posteriormente, por los santos del Antiguo Testamento y por aquellos que han sido martirizados durante la Tribulación. Al comienzo del Milenio se habrá completado la primera resurrección; vivirán y reinarán con Cristo todos aquellos que, a lo largo de las edades, han sido justificados por fe.

El reino incluirá también aquellos que nunca han muerto. El juicio de las naciones tendrá lugar después de la manifestación de Cristo, separando las ovejas de los cabritos. Las ovejas, aquellos Rahab de los últimos días quienes, por su negación de aceptar la marca de la Bestia y por su bondad al perseguido remanente para Dios, van a heredar “el reino preparado para [ellos] desde la fundación del mundo”, Mateo 25.34. Los santos resucitados y aquellos que nunca han muerto disfrutarán juntos la presencia de Cristo, así como hicieron largo tiempo atrás en el hogar en Betania.

Así, todos los que entran en el reino habrán renacido. Sin embargo, la procreación humana continuará en aquellos mil años: “las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas”, Zacarías 8.5. Aquellos que nacen poseerán la misma naturaleza caída que usted y yo, y tendrán que renacer. Sin duda muchos lo harán, pero, no obstante las evidencias visibles e inminentes de la bondad de Dios y las perfecciones del reinado de Cristo, muchos no creerán. La desobediencia a la ley divina incurrirá juicio inmediato y por esto fingirán obediencia, pero a la postre darán amplia evidencia de nunca haber poseído la vida divina.

Las condiciones en el Milenio

Dos condiciones de vital importancia caracterizarán el Milenio. Cristo reinará, y Satanás estará atado. La administración de Cristo y la ausencia del tentador transformarán profundamente la vida sobre la tierra. Adicional a esto, la Escritura ofrece una gran cantidad de detalle acerca de las condiciones que prevalecerán en el Milenio. Aun un repaso ligero requería más espacio que el que tenemos, pero destacaremos algunas de las condiciones de mayor relieve que tipificarán el reino de Cristo.

Ecológicamente, el Milenio será caracterizado por la inversión de los efectos de la caída de Adán. La creación “será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”, Romanos 8.21. El regreso de Cristo será atendido por una transformación sísmica, Zacarías 14, y los desiertos resecos del mundo serán transformados. “Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa. Florecerá profundamente, y también se alegrará y cántara con júbilo. Aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad. El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderas de agua”, Isaías 35.1,2,6,7. La escasez de alimentos será olvidada porque la tierra producirá como nunca ha hecho desde Edén: “Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; su fruto hará ruido como el Líbano”, Salmo 72.16.

La prosperidad andará mano en mano con la paz. La violencia y muerte que siempre forman parte de la cadena de suministro de alimentos serán refrenadas; el asechador y la presa coexistirán en perfecta armonía. “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará … un niño los pastoreará … el león como el buey comerá paja … no harán mal ni dañarán en todo mi santo monte”, Isaías 11.6 a 9.

Gobernalmente, también, el reino se caracterizará por paz. Por primera vez en la historia, las naciones serán gobernadas por Uno que tiene tanto el poder como la autoridad para reinar, y su reino será uno de justicia y equidad − y de autoridad indiscutible: “Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra. Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán”, Salmo 72.8 a 11. “Juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”, Isaías 2.4. En contraste con los gobiernos de los hombres, sus políticas no serán influidas por grupos de presión. Más bien: “Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor”, Salmo 72. 4.

Espiritualmente, el Milenio verá la restau-ración de algunos de los servicios del Templo. Ezequiel 40 a 48 esboza ciertos detalles de los actos que se efectuarán cuando, una vez más, la gloria de Dios llena la casa: “He aquí la gloria del Dios de Israel, que venía del oriente; y su sonido era como el sonido de muchas aguas, y la tierra resplandecía a causa de su gloria. Y me alzó el Espíritu y me llevó al atrio interior; y he aquí que la gloria de Jehová llenó la casa”, Ezequiel 43.2,5. Los sacrificios de animales serán ofrecidos de nuevo sobre los altares, no para expiar el pecado sino ahora para limpiar de la contaminación ritual.

El acceso al Templo no será limitado a los judíos, sino será el centro de la adoración global. Para todos los pueblos, será obligatorio asistir anualmente a la fiesta de tabernáculos, Zacarías 14.16 a 19. Por primera vez en su historia, Israel cumplirá el propósito que Dios tenía para ellos, el de ser un reino de sacerdotes.

Inexorablemente, los procesos de secularización han exprimido la religión de nuestro mundo, prohibiéndola en la vida pública y arrinconándola de toda manera posible. En el Milenio, la adoración a Dios impregnará todo aspecto de la vida y lo secular será sagrado: “En aquel día estará grabado sobre las campanillas de los caballos: Santidad a Jehová; y las ollas de la casa de Jehová serán como los tazones del altar. Y toda olla en Jerusalén y Judá será consagrada a Jehová de los ejércitos; y todos los que sacrificaren vendrán y tomarán de ellas, y cocerán en ellas; y no habrá en aquel día más mercader en la casa de Jehová de los ejércitos”, Zacarías 14.20,21. La osccuridad de la ignorancia y la dilusión del error serán barridas de todo rincón de la creación, porque la tierra estará llena del conocimiento de la gloria del Señor, como las aguas cubren el mar, Habacuc 2.14.

 

15   El Milenio:   Su Conclusión

 

Sin duda, una de las características más llamativas de la profecía bíblica debe ser su certeza. Las proyecciones y predicciones humanas abundan en “quizás”, “tal vez” y “a lo mejor”, el lenguaje para guardar las apariencias, pero las profecías de Dios están formuladas en términos de certeza absoluta. Una y otra vez leemos la palabra “necesario”, comunicando no sólo probabilidad sino también obligación.

La Escritura habla de muchos “necesarios” en relación con la primera venida de Cristo. Hay el “necesario” de su traición, rechazamiento, muerte y resurrección, Mateo 16.21, Marcos 8.31, Lucas 9.22, 24.7, Hechos 17.3. También, de su “levantamiento” en el Calvario, Juan 2.14, 12.24, y su exaltación a la derecha del Padre, Hechos 3.21. Todos estos nos recuerdan que no hay nada al azar en la vida del Señor Jesús. Él se desplazaba consciente del “necesario” de que la Escritura fuera cumplida, Lucas 22.37, 24.44, y la mano de Dios movió los hombres y los eventos de tal manera que ningún detalle fue encontrado fuera de orden.

Hay muchos “necesarios” en relación con la segunda venida del Señor Jesús. Hay el “necesario” de la Tribulación, Mateo 24.6, Marcos 13.7, Lucas 21.9. Para el creyente hay el “necesario” de la resurrección, 1 Corintios 15.53. El 15.25 habla de “preciso”. Apocalipsis no trata de las cosas que pueden o podrían suceder, sino emplea palabras como “menester” y “han de suceder” en 1.1, 4.1, 22.6. La historia no puede desafiar la dirección divina; el propósito de Dios es irrevocable y su plan inevitable.

Satanás atado y suelto

Con la constitución del reino milenario, casi todos los “necesarios” de la profecía habrán sido efectuados. Los creyentes habrán sido levantados y glorificados, su servicio evaluado y premiado. La turbulencia de la Tribulación habrá pasado y Cristo estará reinando en justicia. Pero faltará uno más.

Ya hemos visto que en el comienzo del Milenio un ángel atará a Satanás, lo encerrará y pondrá un sello sobre él, para que no engañe más a las naciones. Transcurridos los mil años, él debe ser suelto por un poco de tiempo, Apocalipsis 20.2. Satanás será atado, pero debe ser suelto.

Es comprensible que sea difícil de entender la necesidad de este evento. La humanidad habrá disfrutado un período de mil años de paz y prosperidad sin paralelo en las edades de la historia. Esta bendición será posible porque Satanás estará recluido, su influencia nefasta y sus halagos corruptos quitados ya de este mundo.

Su reclusión no habrá mejorado su carácter ni transformado sus intenciones. Suelto, él se esforzará para poner fin al buen orden que ha sido impuesto sobre la tierra y a la felicidad de sus ciudadanos. De nuevo, “saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra”, 20.8, fomentando una última y vana rebelión contra Dios y su Cristo. Durante el Milenio se habrá podido pensar que la historia terminaría en una oleada de bendición. Ahora, inevitablemente, cerrará en un torrente de juicio.

¿Por qué es esencial que Satanás sea libertado? La historia del trato de Dios con la humanidad nos da por lo menos una respuesta a esta pregunta. La Biblia no presenta la historia como un conjunto homogéneo. Al contrario, aprendemos que Dios ha dividido el tiempo en una serie de períodos llamados “edades”, un término traducido usualmente como “generaciones” o “siglos”. Cada período está definido por una “dispensación” específica, o formas de administración que solemos llamar “las dispensaciones”. Cada dispensación está marcada por una nueva revelación de Dios y una nueva responsabilidad que deriva de esa revelación. A lo largo de la historia, desde Edén en adelante, una y otra vez Dios ha probado la humanidad. El Milenio, la séptima y última dispensación, no es una excepción.

La humanidad probada

Es importante entender la manera en que Dios prueba la humanidad. A veces probamos las cosas para determinar su carácter. Esperamos ansiosamente los resultados de los exámenes escolares o médicos porque no sabemos qué dirán; nos están probando para averiguar. Pero también probamos para demostrar carácter. Imagínese un ingeniero cuyo diseño está siendo sujetado a prueba. No esperaríamos encontrarle sudando y dando vueltas por el laboratorio. Él sabe qué resistencia tiene su diseño, y no está probando para determinar su carácter, sino para demostrarlo. Así es con las pruebas divinas. Los resultados nunca toman a Dios por sorpresa. Al contrario, Él prueba la humanidad para demostrar, una y otra vez, el fracaso del hombre irregenerado para adorar y obedecer a Dios.

El primer fracaso de la humanidad fijó el patrón para todo lo que vendría después. El engaño de la serpiente, la noción que Dios era un tirano imponente que no toma en cuenta los intereses de la humanidad, y una predisposición a desobedecer la palabra de Dios han sido repetidos en el curso de los siglos. Y a la par que el hombre ha repetido su fracaso, también persiste en excusarlo. En Edén, tanto Adán como Eva buscaban acusar a otro: Adán a Eva y Eva a la serpiente. Sus descendientes han procurado encontrar la falta en alguna parte − cualquier parte − excepto donde realmente está: en el corazón humano.

En nuestro día, los hombres y las mujeres siguen negando que el meollo − el corazón − del problema está en el corazón humano. Procurando explicar las deficiencias de la sociedad, los sociólogos y psicólogos insisten en decir que no somos depravados, sino desafortunados, que los problemas de la humanidad se deben a una nutrición fallida y no a una naturaleza caída. La gente en su incredulidad protesta que Dios nunca se ha hecho conocer y que la evidencia de su existencia es inadecuada para demandar su fe.

La libertad de Satanás demostrará que estas excusas son meramente pretextos huecos. Por mil años, hombres y mujeres habrán disfrutado una creación fructífera, una sociedad bien ordenada y un gobierno perfecto bajo el Rey de reyes. “La tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová”, Habacuc 2.14, y la realidad de su existencia y bondad no admitirá contradicción. Pero aun en este ambiente, y con estas bendiciones, el hombre irregenerado fracasará.

Los enemigos aniquilados

Es importante recordar que habrá individuos irregenerados en la tierra durante el Milenio. Como hemos visto, solamente aquellos que son salvos entrarán en el reino. Sin embargo, los hijos nacidos durante el período nacerán con una naturaleza pecaminosa y tendrán que confiar en Cristo por sí mismos. El castigo por el pecado será inmediato, Jeremías 31.30, y severo, Isaías 65.20. En vista de esto, “Por la grandeza de tu poder, se te humilllarán fingidamente tus enemigos”, Salmo 66.3 (Versión Moderna). Estos individuos serán engañados de buena gana.

Ellos se agruparán tras Satanás para una última rebelión, un esfuerzo final con el clamor de Salmo 2.3: “Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas”. Su número será “como la arena del mar”, Apocalipsis 20.8. El foco de su furia será la ciudad de Jerusalén, el asiento del gobierno mesiánico: “Subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada”. La furia de su rebelión será acompañada de su futilidad. Cuando el último de una larga serie de sitios de Jerusalén está por comenzar, “de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”, vv 9,10.

 

En toda la historia, la humanidad ha sido seducida repetidas veces por el mito de ser perfeccionada y por la químera de un progreso histórico. El “necesario” de Satanás suelto hará ver obligatoriamente que la única esperanza de la humanidad se encuentra en la inmerecida gracia de Dios.

 

16   El Gran Trono Blanco

 

El Areópago escuchaba con avidez. La crema de la sociedad ateniense, esos insaciables buscadores de novedad intelectual, se habían reunido para oír algo nuevo. Contemplando aquella figura diminuta que esperaba para comenzar, ellos estaban seguros de que venía algo fuera de lo comúnn, la exposición de un sistema filosófico novedoso para ellos, estimulante aun a sus hastiados paladares académicos. Cuando el apóstol comenzó, todo rumor cesó y los atenienses se pusieron derechos en sus asientos para captar lo que decía.

Lo que oyeron fue uno de los grandes discursos de Hechos de los Apóstoles.
En ocasiones anteriores, el predicador ha podido presumir cierto nivel de conocimiento de la Escritura, pero esta concurrencia estaba hundida en las tinieblas del politeísmo pagano. Mientras Pablo hablaba, aquellas tinieblas fueron iluminadas por un rayo brillante de revelación divina. Pablo no perdió tiempo para proclamar la grandeza de Dios. Sus oyentes estaban contentísimos mientras les presentaba el gran Creador del mundo, el Dador de la vida. Él habló de un Dios que es más que plata o piedra, quien trasciende su propia creación. Y, presenta un Dios que desea una relación con la humanidad, quien se ha hecho conocer a su criatura. La expectativa de su auditorio no había sido defraudada; este fue un mensaje muy diferente de la acostumbrada especulación árida de los filósofos habituales.

Pero Pablo estaba hablando todavía, y mientras lo hacía una oleada de consternación recorrió por la multitud. En el pasado este Dios revelador, Pablo les dijo, había dejado pasar su ignorancia pero ahora Él requería − demandaba − su arrepentimiento. Peor todavía, aquel arrepentimiento era requerido porque un hombre resucitado iba a juzgar el mundo. Pequeños murmillos se convirtieron en altercaciones en voz alta y el gentío se desintegró en descuerdo. Algunos recurrieron a evasivas, otros se burlaron y unos pocos creyeron.

El juicio definitivo

La orden a arrepentirse y la advertencia de juicio nunca son populares ni son una parte aceptable del evangelio. No obstante, si vamos a predicarlo fielmente debemos seguir el ejemplo de Pablo y señalar a los pecadores un juicio que es universal. Tiene implicaciones para toda persona en todo lugar. Es inevitable; el día está fijado por Dios y el juicio está respaldado por la resurrección del Señor Jesús.

Apocalipsis 20.11 a 15 da los detalles. Juan ve el tribunal preparado, un gran trono blanco eregido en el espacio. El trono habla de autoridad y su grandeza enfatiza la jurisdicción cósmica y autoridad ilímite de este tribunal. La blancura del trono denota la santidad del juez y su indiscutible autoridad moral. Está sentado el juez descrito como Aquel de quien huyó el cielo y la tierra, v. 11. Hechos 17.31 y Juan 5.22 identifican la Persona que preside. Es el hombre ordenado, el Hijo de Dios en cuya mano Dios ha encomendado todo juicio, siendo Él mismo Dios, v. 12. Tan absoluta es la santidad de este Juez que la creación corretea apresuradamente de su faz.

Juan describe entonces los individuos presentes en el escenario. Ve “los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios”. Son aquellos que el v. 5 menciona como “los otros muertos”. Estos hombres y mujeres, procedentes de toda clase demográfica y social imaginable, nunca han ejercido fe en Dios, nunca han nacido de nuevo ni han sido justificados. Por esto no tuvieron parte entre los bienaventurados de la primera resurrección y ahora están en pie ante Dios para recibir su juicio final. “La muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos”, almas y cuerpos reunidos para oír la sentencia de su fatal suerte eterna.

Allí están, y la evidencia está presentada: “Los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”, v. 12. Cuán solemne es refelexionar sobre estos tomos, el registro de las obras de todo individuo que ha vivido, la historia pormenorizada y meticulosa de todo pensamiento, hecho y palabra. Será pesada toda acción, pero no para establecer culpabilidad, sino para asegurar juicio. Salvo una anotación en “el libro de la vida”, nada escrito en estos registros puede eximir de condenación. Y antes de que se pronunciara la sentencia, se abre “el libro de la vida” para examinar sus páginas. Ninguno en pie ante el gran trono blanco está inscrito en el libro de la vida, pero se lo abre y se lo examina como una última, incontrovertible prueba de la culpabilidad del pecador.

La culpabilidad demostrada más allá de controversia, se dicta la sentencia: “el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”, v. 15. Cuán inexpresablemente solemne es pensar en hombres, mujeres, muchachos, muchachas, padres, madres, hijos, hijas, plenamente conscientes, lanzados − arrojados − al “fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”, Mateo 25.41, para dar inicio a una eternidad de tormento, “donde el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga”, Marcos 9.44.

Al contemplar la escena horrorosa y trágica, reflexionemos por un momento, preguntándonos si nuestros nombres están inscritos en el libro de la vida del Cordero para garantizarnos la seguridad eterna. Conscientes del abismo abierto, asegurémonos de que hayamos acudido a Cristo para refugio, Hebreos 6.18. Y, todos entre nosotros que tenemos la responsabilidad de predicar el evangelio a los pecadores que se están perdiendo, tomemos muy a pecho el ejemplo del apóstol, advirtiendo cumplidamente a nuestros oyentes que hay un juicio inevitable por delante.

El universo perece

El acto final del drama del tiempo tendrá lugar cuando el juicio del gran trono blanco haya terminado. La creación, que ha visto tanto de la grandeza y la gracia de Dios, y del fracaso y la fragilidad del hombre, habrá cumplido su propósito y será mudada como un vestido, Hebreos 1.10 a 12. No obstante la especulación de científicos y las cavilaciones de poetas, el universo no simplemente se reducirá paulatinamente. No va a terminar gimiendo, sino explotando. “Los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemados”, 2 Pedro 3.10. Todo rastro y mancha de pecado serán erradicados final y ferozmente y una nueva creación introducida, en la cual mora la justicia.

El telescopio de la Escritura nos permite ver lejos en el horizonte del tiempo. Pero a la vez que Pedro describe los eventos que marcarán el fin de la creación antigua y la inauguración de la nueva, él nos recuerda que la intención de la verdad profética no es la mera contemplación especulativa, sino la de marcar y moldear nuestras vidas en el tiempo presente: “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!” 2 Pedro 3.11,12.

 

17   El Estado Eterno

 

Nuestro estudio de la profecía nos ha llevado a la orilla lejana del tiempo, al horizonte de la historia. Solamente la Escritura nos da esta clase de perspectiva, permitiendo ver desde la creación del tiempo, “en el principio”, hasta su conclusión. Pero también nos permite ver más allá del tiempo hasta el amanecer de la eternidad y aun al “día de la eternidad”, 2 Pedro 3.18.

Es llamativo que Dios nos permita tomar el telescopio de la Escritura y mirar detenidamente a la eternidad. Es todavía más llamativo que nosotros seamos tan reticientes para hacerlo. Al planificar un viaje, generalmente tomamos tiempo para pensar acerca de nuestro destino, consultando mapas y comentarios de otros, decidiendo adónde ir, qué hacer, y procurando en lo posible anticipar cómo será cuando llegamos.

Si este es el caso para nuestros viajes terrenales a destinos que a menudo no son lo que esperábamos, cuánto más debe ser el caso con nuestro viaje a la eternidad, al nuevo cielo y nueva tierra, a un destino de inconcebible e interminable gloria. Ciertamente Pedro pensaba que debería ser así, que los creyentes deben estar esperando y apresurándose para la venida del día de Dios, 2 Pedro 3.12. Conviene preguntarnos en qué medida nos conformamos con la expectativa del apóstol − y del Espíritu Santo.

En contraste con el tesoro de detalles que la Escritura proporciona acerca del carácter y las condiciones del Milenio, solamente un puño de pasajes comunican detalles del Estado Eterno o, para usar la terminología de Pedro, el día de Dios. En el Antiguo Testamento hay dos referencias escuetas al cielo nuevo y la tierra nueva, Isaías 65.14, 66.22. En el Nuevo Testamento, tres pasajes tratan del día de Dios: 1 Corintios 15.24 a 28, 2 Pedro 3.12,13 y Apocalipsis 21. (Algunos expositores incluyen 22.1 a 5, mientras que otros interpretan estos versículos como referidos al Milenio). Aunque estas referencias son relativamente exiguas, nos proporcionan un cuadro del Estado Eterno en lo moral (2 Pedro 3), lo administrativo (1 Corintios 15) y lo religioso (Apocalipsis 21).

Una creación nueva

Con la excepción de 1 Corintios 15, cada uno de estos pasajes habla de la creación de un cielo nuevo y una tierra nueva. Por largo tiempo los expositores han debatido si la creación existente será aniquilada de un todo, y reemplazada por una nueva, o si el lenguaje de la Escritura contempla un cosmos reconstituido. Ambos puntos de vista tienen sus partidarios, pero al considerar la Escritura en conjunto, distinguiendo cuidadosamente entre los pasajes que hablan del Milenio y los que presentan el Estado Eterno, parece claro que la creación existente será disuelta y la nueva creación será un reemplazo en vez de una renovación del cosmos que existe hoy en día.

Referencias: Salmo 97.5, 102.25,26, Isaías 13.13, 34.4, 51.6

Cualquiera el punto de vista que adoptemos, no debemos pasar por alto que en la eternidad estaremos en una creación nueva, en un entorno que difiere dramáticamente de cualquier cosa que haya sido conocida por los habitantes del tiempo, e infinitamente más bendita.

2 Pedro 3 enfatiza la justicia que caracterizará la creación nueva. Aun el más cínico tendría que reconocer la maldad endémica en la creación actual. No hay una institución humana que sea inmune de los efectos corruptos de la perversidad del hombre. Durante el Milenio, reinará la justicia divina, pero será una justicia impuesta sobre la humanidad y aplicada con las más severas de penas. En contraste, la santidad morará en la creación nueva, residente allí de una manera que nunca ha sido el caso en la primera creación. No se oirá la voz de un tentador, no se manifestará un motivo pecaminoso, nunca se hará ninguna injusticia. La perfecta santidad de Dios estará en casa, apoyada por todo lo que sucede en aquel interminable día eterno.

1 Corintios 15.24 a 28 enfatiza el gobierno divino que caracterizará el día de Dios: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”.

El mayor propósito del Milenio será la vindicación de Cristo. Su reino exhibirá su autoridad y demostrará la verdad de todo lo que el hombre desafió y negó. Cual postrer Adán, triunfará donde el primer Adán fracasó. Fiel y exitosamente, realizará la voluntad de Dios hasta el fin. El fin aquí no es el fin de la edad o la dispensación. Es el fin del tiempo, el fin de la creación antigua. En este punto, todo sujetado ya, el postrer enemigo destruido, el pecado atendido debidamente y la antigua creación disuelta, Cristo entregará el reino al Padre voluntariamente. El reino mediatorial será subsumido en el reino de Dios eterno y universal y, en la creación nueva, el Dios trino será todo en todos.

Cómo será

Apocalipsis 21 es el pasaje más detallado de los que tratan del Estado Eterno. El apóstol apunta varias cosas que serán ausentes: no habrá muerte, tristeza, lloro ni dolor, v. 4. La Nueva Jerusalén no incluirá “ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira”, v. 27. No harán falta sol o luna, porque la gloria de Dios la iluminará, y el Cordero es su lumbrera, v. 23. Tampoco habrá templo porque “el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella”, v. 22. El templo con su sacerdocio mediatorial y sacrificios no será necesario. Dios residirá en medio de su creación y su gloria será manifestada universalmente − no llenando el templo ahora, sino en todo un cielo nuevo y una tierra nueva.

La grandeza de nuestra morada eterna es algo que no podemos comprender por ser sujetos a las limitaciones del tiempo y las restricciones de la carne. Pero la contemplación de esta grandeza debe ocupar una parte mayor de nuestras vidas de la que tiene, y aquellas Escrituras que esbozan su bienaventuranza deberían ser nuestra constante contemplación y gozo. Y al darnos cuenta de que este mundo y su gloria son solamente transitorios, que toda posesión es simplemente combustible para el fuego purificador, ¡como no debemos andar en santa y piadosa manera de vivir! 2 Pedro 3.11.

Y, aun reconociendo que sin duda alguna las cosas temporales que atrapan nuestros corazones y engranan en nuestras vidas pronto pasarán, que esperemos de veras y nos apresuremos al día de Dios, según sus promesas de cielos nuevos y tierra nueva en los cuales mora la justicia. Prestemos atención a la exhortación de la Escritura: “Oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”, vv 13,14.

 

18  Conclusión

La palabra más segura

La segunda de las epístolas de Pedro está llena de aprensión. Al anticipar su muerte, el apóstol advierte que vendrán “falsos profetas … que introducirán encubiertamente herejías destructoras” y “burladores, andando según sus propias concupiscencias”, 2 Pedro 2.1, 3.3. Él anticipa días llenos de la oscuridad del alejamiento y sus palabras trazan un cuadro pesimista, pero no imposible. En la penumbra en derredor brilla una luz: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones”, 1.19. La luz de la Escritura, con sus “preciosas y grandísimas promesas”, 1.4, es a la vez un consuelo y una guía que dispia las tinieblas y dirige el creyente hasta el momento glorioso del amanecer.

Las palabras de Pedro describen una provisión divina: “Nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”, v. 21. Pero al describir la provisión divina, a la vez él declara la responsabilidad humana. Nos incumbe “estar atentos” a esta “palabra profética más segura”. La profecía que se queda encerrada en las páginas sin tocar en nuestra Biblia no nos beneficiará. Es cuando prestamos atención a la Palabra de Dios, leyéndola cuidadosamente, releyéndola y esudiándola, que conocemos el consuelo y la claridad de la luz que solamente ella emite. Y, toda la Escritura profética exige y premia este estudio cuidadoso.

En el capítulo 3 de esta epístola, Pedro nos presenta todo el programa profético, desde el amanecer del día del Señor hasta el comienzo del eterno día de Dios. Él dirige a sus lectores no pocos rayos de verdad profética, pero también el pleno resplandor del gran plan profético de Dios. En las últimas palabras de Pedro tenemos un mandato para el estudio meticuloso y comprensivo de la Escritura profética. No es porque nos haría más sabios o mejor informados, sino porque debe aportar a nuestra esperanza y santidad.

Es nuestra oración que la reseña ofrecida en estos capítulos haya intensificado nuestro apetito para el estudio de esta veta vital de la verdad divina, y que esta verdad nos emocione para moldear nuestras vidas como debería. Con esto en mente haremos mención de libros útiles en el estudio.

Lectura provechosa

La variedad de libros al alcance del estudiante de la Escritura es amplia. Siempre conviene ser cauteloso al seleccionar libros, y el abanico de interpretación profética que está abierta advierte ser especialmente cuidadoso al comprar libros sobre la materia. En especial, uno evitará obras sensacionales que intentan interpretar la profecía a la luz de los sucesos de la actualidad – o vice-versa. Por regla general es el caso que uno los conocerá por sus portadas. La diagramación seria y la teología seria no siempre van mano en mano, pero la presencia de signos de exclamación en la portada es casi invariablemente un indicio fiel de un libro sin provecho.

En la última década, o más, ha aparecido una oleada de “novelas del Rapto”, que pretenden presentar los sucesos que tendrán lugar antes del Arrebatamiento o durante la Tribulación. Evítalos. Aun cuando tal vez parezcan una presentación sencilla de la profecía, estas novelas contienen mucha enseñanza cuestionable y ofrecen poco al creyente que quiere comprender el tema bíblicamente.

No debe ser necesario decir que el mejor libro para impartir un conocimiento bíblico de la profecía es la Biblia misma. Muchas veces nos permitimos ser intimidados por la complejidad de la verdad profética, por su presentación de tipos y símbolos, y por la manera en que la profecía penetra toda la Palabra de Dios. Hay allí mucha verdad a captar y sistematizar, y sin duda hay otros libros que nos pueden ayudar hacerlo. Ellos deben ser usados, sin embargo, como un complemento a la lectura personal de la Biblia, y no como un sustituto. Si bien en el principio habrá mucho que parece oscuro, el estudio y la meditación de la Escritura alumbrará “línea sobre línea, un poquito allí, un poquito allá”, Isaías 28.13. Este estudio es esencial si vamos a ser debidamente fundados en nuestra comprensión de la profecía.

La llave al estudiar un tema como la profecía es captar el panorama – la estructura magna – y luego concentrarse en los detalles. Una comprensión de la verdad dispensacional es esencial para entender la Escritura correctamente y una tremenda ayuda en el estudio. En particular, la claridad sobre la enseñanza profética depende mucho de distinguir lo que es distinto. El autor de este artículo ofrece una introducción a la verdad bíblica de las dispensaciones en su libro The dispensations: God´s plan for the ages, publicado por Scripture Teaching Library y en traducción por Buena Semilla. Los libros de Daniel y Apocalipsis son fundamentales para comprender la profecía bíblica, y los comentarios sobre ellos son especialmente útiles. El de Jim Allen sobre Apocalipsis, Tomo 8 en la serie La Biblia Enseña, y su Daniel reconsidered, también publicado por Scripture Teaching Library, son exposiciones detalladas de estos dos libros de la Biblia.

También conviene contar con Daniel, key to prophetic revelation, escrito por J F Walvood y publicado por Moody. H A Ironside es siempre fácil de leer, y su Estudios sobre el libro de Daniel, CLIE, es sencillo sin ser simplista. [Otros que son recomendables son Este Daniel, por Harold Paisley, publicado por Publicaciones Pescadores; Descorriendo el velo, Scroggie, CLIE; Notas sobre el Apocalipsis, de Jim Flanigan y en imprenta por Buena Semilla; y Apocalipsis, los eventos del porvenir según el texto bíblico, por Lacueva, CLIE].

La profecía de las setenta semanas, revelada por el ángel a Daniel, es la columna vertebral de la revelación profética. Una comprensión clara de la estructura profética de Daniel nos permite ubicar bien el resto de la profecía. La obra clásica sobre esto es la de Robert Anderson, El príncipe que ha de venir, Portavoz. Harold Hoehner ha redefinido los cálculos de Anderson en su Chronological aspects of the life of Christ. Una explicación concisa pero útil es la de Daniel´s prophecy of the seventy weeks, por Alva McClain.

Hay un libro sobre la profecía que sin duda está en la categoría selecta de los que uno “debe tener”.  J D Pentecost siempre amerita ser leído, pero Eventos del porvenir, publicado por Vida, es tal vez su obra de mayor valor. Este libro proporciona una visión panorámica estructurada y comprensiva de la profecía bíblica, y construye sus conclusiones sobre una cuidadosa exégesis de la Escritura. Pentecost también cita ampliamente a otros autores, y sus notas a pie de página suelen servir de valiosas sugerencias para una lectura adicional.

God’s program for the ages, por F A Tatford, es una introducción breve a cuestiones proféticas y dispensacionales. Sus comentarios sobre los Profetas Menores son reseñas útiles a estos libros que no reciben mucha atención. [Tesoro Digital incluye  La Iglesia y su esperanza por Tatford. Otro comentario en español sobre aspectos amplios de la profecía es El plan profético de Dios, por Beckwith, Ediciones Las Américas. Y, en www.tesorodigital.com hay Cronología profética, por Bruce Anstey; Perfil profético (una versión ampliada de La última semana) por G B Fyfe; Una perspectiva de la profecía por John Heading; Arrebatados, extraído de un buen librito por E H Chater titulado The coming and reign of our Lord Jesus Christ].

Precisamente, el reino milenario de Cristo es un tema presente en toda la Escritura. Un clásico sobre este tema es The glory of the kingdom, por Alva McClain. El internet nos ofrece dos series largas de artículos  sobre el error del amilenialismo que ameritan mención aquí: Amillennialism examined, tomada de Assembly Testimony, 1995 a 1997, y A millennial or a a-millennial future, Which?, tomada de Truth & Tidings en 2010.

Esta lista no es de ninguna manera exhaustiva, pero sí indica algunos escritos que nos ayudarán a entender la estructura profética. [Los títulos en corchetes han sido añadidos por el traductor para ampliar la mención de libros en español]. Rellenar ese armazón nos mantendrá ocupados – ojalá que esperando, santos y contentos – hasta que lleguemos por fin al día de la eternidad.

 

 

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