Abriendo caminos en Bolivia (#106)

Abriendo Caminos en Bolivia

 

1895 a 1903

 

más un viaje en Argentina

 

William Payne
y
Charles Wilson

 

Título original: Pioneering in Bolivia

Publicado por Echoes of Service

Traducido por Donald R. Alves

 

Presentación

 

Argentina y países vecinos deben una gran deuda espiritual a las labores pioneras de varios británicos, tanto aquellos ocupados en la obra del Señor a tiempo completo como algunos ocupados en un empleo seglar. Tres que se destacan en la vanguardia de los paladines asociados con creyentes congregados en el nombre del Señor Jesucristo son J. H. (Enrique) Ewen, W. K. (Carlos) Torres y W. S.  (Guillermo) Payne. Todos tres fallecieron en 1923 o 1924.

Payne llegó a Argentina en 1892 y se dedicó a la evangelización de aquel país por treinta años, interrumpidos por múltiples viajes a Bolivia y, claro está, breves lapsos en las Islas Británicas.

Fue un verdadero pionero de la obra evangélica en el interior de Argentina, siendo el iniciador de las actividades evangelizadoras en cuatro provincias en las cuales se instaló con su familia hasta dejar bien formadas incipientes iglesias. Payne no se dedicó al servicio con sostén garantizado por ninguna sociedad misionera, por lo que en muchas oportunidades tuvo que buscar trabajos ocasionales para sostener a su familia y continuar con la tarea evangelizadora. Así­, aparte del colportaje, se valí­a de su cámara fotográfica o trabajaba como carpintero y tapicero.

Él viajó intensamente, empleando los más diversos medios para difundir la Biblia y el evangelio, entre ellos un “coche bí­blico” de tracción a sangre y una “lancha bí­blica”. Cruzó los Andes a lomo de mula, mientras que en las ciudades se trasladaba en bicicleta. Utilizó tiendas de campaña en muchas partes, modo poco ortodoxo de llevar a cabo actividades religiosas en paí­ses de tradición católica, pero que arrojó buenos resultados.

Era sin duda uno de los más grandes en las dos Repúblicas que hemos mencionado. Podemos mencionar que él y Jorge French fueron los primeros responsables de la revista El Sendero del Creyente, y él y Carlos Torrres prepararon la primera edición de Himnos y Cánticos del Evangelio. William Payne y Harold St John elaboraron una concordancia greco-española.

Ocupado intensamente en Argentina, a la vez Payne tení­a puesto su corazón en el vecino Bolivia. Era uno que siempre veía la necesidad al otro lado de la montaña. Bolivia era un paí­s aislado y cerrado al evangelio en esa época. El primer viaje con la intención de establecerse allí­ lo llevó hasta Sucre, con su familia, en 1895.

 

Nacido en Dublín, en Irlanda, el segundo de cuatro hijos, Guillermo tuvo que asumir responsabilidades mayores temprano en la vida, primeramente a los seis años cuando su padre murió, y especialmente más adelante cuando su hermano emigró a Nueva York. A los 12 años ya era un respetado trabajador de ferrocarril. Los vecinos decían: “Ponga su reloj a la hora; aquí viene Guillermito”.

Recibió a Cristo como Salvador a una edad temprana y a los 16 años fue nombrado Superintendente de la escuela dominical en la misión evangélica donde era miembro. Un día su madre piadosa le dijo: “Hijo, he asistido a unas reuniones sencillas donde algunos creyentes leen y practican la Palabra de Dios. ¿Quieres acompañarme esta sola vez?” Fue, y continuó asistiendo a los cultos celebrados por aquellos hermanos que se congregaban en el nombre del Señor Jesucristo.

Él cultivó el hábito de obedecer la Palabra de Dios a cualquier costo. Un señor Richard Scott era un hermano fiel de convicciones firmes y carácter plácido que ejerció mucha influencia sobre el desarrollo espiritual de nuestro protagonista.

Payne avanzó rápidamente en la empresa de administración de bienes raíces donde estaba empleado. Sin embargo, él sentía que Dios lo estaba llamando a una labor especial. Dos eventos que ocurrieron en aquella etapa de su vida impactaron sobre su ejercicio.

Primero, Enrique Ewen visitó la ciudad. De él se ha escrito: “Ewen era un misionero que nunca aprendió bien el castellano y que no hizo ninguna obra espectacular entre nosotros. Pero mucho, muchísimo, le debe a él la obra evangélica de los Hermanos en la república del Plata, ya que logró que jóvenes de la talla de Guillermo Payne, Jorge Langran y Roberto Hogg se interesaran en la Argentina como campo misionero”.

Segundo, en clases de español conoció a la señorita Elizabeth Milne, escocesa, quien estaba preparándose para algún servicio que el Señor la indicara. Guillermo y Elizabeth se casaron en 1890.

Fueron recomendados por los hermanos en Dublín a la gracia de Dios para la obra del Señor y su ejercicio en ese entonces era Argentina. En los veintiún meses que estuvieron de aprendices en España, conocieron de cerca la negativa de la gente de tocar la Santa Biblia y la práctica del clero de quemarla. La primera hija, Margaret, nació en España; Lillian y Arthur llegaron posteriormente.

 

La señora sufría en la humedad de Buenos Aires. Se residenciaron en Córdoba, una ciudad muy opuesta al santo evangelio. Fue el primero de varios traslados dictados por la expansión de la obra del Señor. Elizabeth de Payne pasó a su reposo eterno desde Córdoba en 1916. Un poco más de un año después, él tomó por esposa a la señorita Marie Mohsler, quien estaba sirviendo al Señor en Tucumán, y ellos se radicaron en Jujuy, la provincia más norteña de la República, colindando con Bolivia. Para ella también las condiciones encontradas en el servicio eran severas. Falleció en 1921. En cambió, la tercera esposa, Constance Coomber, que trabajaba entre los indígenas, sobrevivió a Guillermo Payne por cuarenta y siete años.

 

El libro Abriendo Caminos en Bolivia (“Pioneering in Bolivia”) consta de dos partes. La primera fue escrita por otro y es un relato interesante y provechoso de un viaje de colportaje desde Buenos Aires hasta la frontera con Bolivia. No tenemos información precisa sobre quiénes eran este autor y sus compañeros, aunque Payne habla de viajar en otra ocasión con tres colportores de la American Bible Society. Esta primera sección es relevante a lo que sigue, máxime cuando llevamos en mente que Payne dedicó más años a Argentina que Bolivia. Aparentemente fue incorporada en el libro para permitirle a Payne entrar de una vez, en la segunda parte, en sus experiencias en Bolivia.

Él comienza con decir que su viaje inicial fue similar a aquel narrado por Wilson. No abunda en detalles de reuniones y congregaciones, sino describe con sorprendente percepción la gente boliviana y la tierra donde vivían. Evangelista hasta la coronilla, Payne no dejaba de interesarse en su entorno.

Nuestro relator dinámico, incansable, tampoco narra sus experiencias en una secuencia cronológica, sino como si fueran un solo viaje desde el extremo sur del país, pasando por ciudades como Sucre y Cochabamba, hasta La Paz en el occidente. En este libro no llega a la vasta provincia oriental de Santa Cruz, ni a Beni en el norte. Tampoco narra específicamente un extenso viaje por la cordillera en 1898, cuando invitó acompañarlo a Jaime Clifford, quien a la sazón era nuevo en Argentina pero llegaría a ser uno de los sobresalientes siervos del Señor en aquella República. La historia está en el libro Un Hombre Bueno, por Alejandro Clifford. Implícita en aquella iniciativa es la influencia que Payne tuvo sobre la segunda ola de obreros.

Hizo varios viajes después de lo relatado aquí. Por cierto, un historiador escribe sucintamente: “Su prematura muerte en 1924 se produjo debido a una aguda angina pectoral encontrándose en Santa Cruz, Bolivia, cuando se preparaba para emprender una gira continental”.

 

Esta Presentación incorpora párrafos tomados de William S. Payne por D. R. Powell, publicado en el boletín de Fundación Kairos en Argentina, y Pioneer Work in Argentina por E. L. Moore, publicado en la revista Truth & Tidings.  D. R. A.

 

 

 

Contenido

 

Introducción

Parte I – En Argentina

                                                            Escrita por Charles Wilson

1       Buenos Aires

2       Córdoba y Tucumán

3       De Tucumán a Metán

4       De Metán a Pampa Blanca

5       De Pampa Blanca a Tupiza

Parte II — En Bolivia

Escrita por William Payne

6       De Tupiza a Caiza

7       De Caiza a Sucre

8       Sucre (o Chuquisaca)

9       Sucre en 1900

10       De Sucre a Potosí

11       De Potosí a Oruro

12       Oruro

13       Cochabamba

14       La Paz

15       La minería y el comercio

16       Conclusiones

 

Introducción

 

Entre todos los países sobre la faz de la tierra, hay pocos que generalmente son tan desconocidos como Bolivia y sus vecinos inmediatos.

Esta obra no intenta ser una producción literaria. La publicamos para dar a muchos obreros cristianos que quieren saber más del interior de América del Sur un esbozo inteligente de las vastas posibilidades que esperan a los mensajeros de Cristo y que sean guiados por Él a entregarse a servicio en aquella tierra necesitada.

Las limitaciones de este tomo no hacen posible tratar todo aspecto del país, pero hemos intentado tocar aquellos puntos que resultarán más útiles.

Si hemos dejado de mencionar algún obrero cristiano que ha visitado Bolivia, lamentamos la omisión, pero hemos procurado dar a conocer todo esfuerzo que se está realizando para alcanzar al pueblo del país con el sencillo Evangelio, y con gusto suministraremos información a cualquiera que desee comunicarse con nosotros.

Hemos mencionado brevemente la minería y el comercio del país, pero estas notas sólo pueden servir para llamar la atención a los grandes tesoros, casi no tocados, que yacen aún en los majestuosos Andes y están escondidos en los valles del Amazonas.

Conviene llevar en mente que el área de Bolivia es de unos 1,1 millones de kilómetros cuadrados, y es más que la de Gran Bretaña, Francia, Suiza y Grecia combinados.

Este extracto de un artículo publicado recientemente presenta en pocas palabras la gran variedad de condiciones existentes:

“El país de Bolivia, por estar situado en la zona tórrida pero con un flanco oriental atravesado por la gran Cordillera de los Andes, es extremadamente variado en su fauna, vegetación y ambiente. En algunas regiones el aire es muy seco y en otras es muy húmedo. Hay sitios muy saludables y los hay que matarían casi de inmediato a cualquiera que intentara vivir allí.

“Aquí usted puede ir al calor tropical, a un manantial siempre activo, o a lugares donde moriría congelado. Hay cordilleras extensas, elevadas y siempre cubiertas de metros de nieve, y hay localidades donde nunca se ha visto la nieve. Hay lugares inhabitables por falta de agua y hay otros inhabitables por exceso de agua. Algunas áreas reciben vientos terribles y a la vez hay gente que vive en lugares donde casi no se siente una sopla. En algunas partes el aire es sofocante y en algunos distritos escasea al extremo que uno casi no puede vivir allí. Hay puntos donde llueve casi cada día en el año entero, y otros donde no llueve y nunca ha llovido.

“Si bien se produce abundante trigo en algunas partes, en otras la gente nunca ha comido pan ni lo ha visto. Aquí usted tiene al mono, la vicuña, el tigre y el cocodrilo; el cóndor cuyo vuelo majestuoso se deleita en examinar las nubes con serenidad, más arriba de las regiones heladas; y usted encuentra también la pacífica cigüeña blanca que busca los pantanos más alejados y bajos. Aquí hay imponentes montañas de metal puro y extensas llanuras de solamente arena.

“Se encuentran tierras que entristecen por ser áridas y monótonas, como también otras que son inaccesibles por la abundancia de su vegetación; inmensos ríos que fluyen con furia y forman rápidos veloces; valles, los más profundos del mundo, como el Tupani, y montañas coronadas de nieve entre las más elevadas, como la Sorata y la Illimani. Aquí hay pozos de petróleo, fuentes de agua hervida y volcanoes activos.

“En una palabra, se puede decir que aquí usted tiene todo tipo de clima, crece todo tipo de árbol y mata, y se encuentra toda clase de animal y de tierra – todo en hermoso contraste”.

 

Will Payne
Aberdeenshire, Escocia

 

C T W Wilson
Victoria, Australia

 

 

Parte I – En Argentina

                                      Escrita por Charles Wilson

 

Capítulo 1
Buenos Aires

 

Para entrar en Bolivia desde el sureste, es necesario desembarcar en Buenos Aires, de manera que posiblemente unas pocas palabras de paso darán una idea de la vida en Argentina. Esta vasta ciudad de aproximadamente un millón de habitantes, con un incremento anual promedio de veinticinco mil, presenta muchas sorpresas para el viajero, comerciante y misionero. Me acuerdo de cierto caballero que preguntó qué tipo de vivienda tendría que construir al llegar, ¡y otro que dedicaba tiempo a practicar con el rifle para proveerse de desayuno en Buenos Aires!

Desde cualquier ángulo que consideremos esta ciudad, tenemos que reconocer que compara favorablemente con las mejores del mundo. El puerto, con una capacidad

 

para manejar once millones de toneladas por año, está lleno siempre. Las vías principales de la ciudad son como las de París. Hay teléfonos y luz eléctrica por dondequiera. Los tranvías eléctricos se atraviesan en cada esquina, llevando pasajeros a los suburbios lejanos. Los hoteles, parques, mercados, tiendas y edificios públicos evidencian el gran progreso habido en Argentina en la década pasada.

Por muchos años la American Episcopal Church ha desempeñado una activa obra misionera en la capital, y en años recientes no han estado ociosos el Ejército de Salvación, “los Hermanos”, la Union Regions Beyond, los Bautistas franceses, Anglicanos y otros. Un censo realizado últimamente en un día domingo, publicado en el South American News de marzo 1904, informa que la concurrencia total en los servicios de habla hispana fue de 1850. Dando margen para todas las circunstancias excepcionales que pueden haber afectado la asistencia en esta ocasión, podemos decir que no más de dos mil personas oyen el evangelio cada domingo en la noche.

Se ve que todavía hay amplias posibilidades en espera para los mensajeros de Cristo. En la mayoría de los setenta y dos parques o plazas de la ciudad hay libertad para la predicación del evangelio al aire libre, y nos agrada decir que diversos obreros se han recurrido a estos lugares domingo tras domingo para dar el mensaje de Dios a la muchedumbre. Pero creo que podemos decir que, no obstante todos estos esfuerzos, hay medio millón de personas en Buenos Aires que no han oído el evangelio del Señor Jesucristo. Un elevado número de la clase obrera vive en conventillos, o apartamentos, y son de fácil acceso para visitas y evangelización.

Una forma nueva de evangelización, muy común en las Islas Británicas pero todavía no en América del Sur, es la de congregar las gentes en tiendas. Con este fin se erigió una tienda de lona en Quilmes, uno de los suburbios, y una multitud asistió cada noche. Esta misma tienda fue usada en varias partes de la República y en cada caso se vio bendición sobre la Palabra predicada.

Se hizo un esfuerzo en escala mayor en Buenos Aires en 1903, montando una tienda de paredes de madera y techo de lona en uno de los distritos más poblados. Tomamos lo siguiente de la revista In His Name, fechada diciembre 1903:

“Este ha resultado ser el mejor medio para reunir el pueblo para oír el Evangelio que se ha intentado en Buenos Aires. Al fin de cinco meses de reuniones el interés no ha menguado en nada, y nuestra dificultad en la mayoría de los cultos ha sido la de proveer sillas para aquellos que desean oír. Por lo menos cuatrocientos oyen el Evangelio en cada ocasión.

“Varios jóvenes que vienen para oponerse han causado problemas, pero la policía ha ayudado ampliamente para mantener orden. Este elemento ha hecho casi imposible celebrar post reuniones, de manera que es necesario hacer seguimiento en visitas.

“En la noche del lunes, 26 de octubre, celebramos una reunión especial para aquellos que parecían tener mayor interés. Asistieron trescientos, incluyendo creyentes de Quilmes, Corrales y otros lugares, y la ocasión fue por demás agradable. Después de una palabra de exhortación de parte del señor Fletcher, la reunión quedó abierta para testimonio de aquellos que recibieron bendición durante los seis meses anteriores de cualquier aspecto de la obra. Fue algo difícil persuadir a los cristianos mayores a no intervenir, pero nos ceñimos al plan original, dando lugar a veinticinco testimonios en una hora, y luego una oportunidad para aquellos que no podían intervenir por encontrarse nerviosos. Ellos se pararon para señalar que habían recibido a Cristo, y ahora uno y otro de aquellos que aparentaban indiferencia al llamado del Evangelio se pusieron de pie, llorosos.

“El maravilloso poder del Evangelio se ha hecho manifiesto en muchos de estos casos. Una joven, apenas en el portal de la vida, cuenta de libertad de los placeres mundanos; una anciana de 65 años lamenta los años vividos en pecado, pero alaba al Salvador por la vida nueva ya comenzada; un hombre de quizás 45 habla de cadenas rotas que lo habían amarrado por muchos años, y de su poder nuevo en la vida. Otra mujer nos relata que era conocida como peleona pero ahora la paz de Dios ha llenado su corazón y ella vive en paz con sus vecinas. Nos falta tiempo para contar cada caso”.

Para aquellos que están pensando en ocuparse en labores evangelísticas en Argentina, quiero hacer hincapié en que la gente de Buenos Aires es educada e inteligente. Por regla general no creen explícitamente en el sacerdote; de hecho, la mayoría de la clase obrera son miembros de clubes socialistas, mientras que los de la clase superior suelan admirar la enseñanza de Compte, el postivista.

Para alcanzarlos, uno debe tratar con ellos a partir de su punto de vista y, salvo que puede guardar la atención de su auditorio con cierta habilidad, pronto va a encontrar dificultad para que la gente le escuche. Confío en que haya pasado de moda la idea que cualquier cosa basta para el campo misionero.

 

Capítulo 2
Córdoba y Tucumán

 

La próxima ciudad que visitamos en la ruta a Bolivia fue la de Córdoba. El viaje por tren nos llevó por campos que evidenciaron una productividad y riqueza asombrosa, y los sacos parados fuera de los graneros dicen tomos a los viajeros de países cuyo suministro de alimentos depende de la producción de estas tierras menos pobladas. Desde la perspectiva de un vagón de ferrocarril bien dotado, vimos campos de trigo, linaza y maíz en una línea casi continua a lo largo de más de mil kilómetros.

Con razón se ha visto Córdoba como la fortaleza del romanismo en América del Sur. Sus veinte iglesias con capillas y conventos aparentemente datan desde siglos; y sus seminarios, que han producido miles de sacerdotes y los han esparcido por lo ancho del Continente, nos hacen saber que Roma se ha mantenido ocupada en este distrito.

La población de Córdoba es de unos sesenta mil. La ciudad está bien pavimentada, bien construida y bien alumbrada. [En 1845 Allan Gardiner vendió Biblias aquí que posteriormente fueron quemadas al aire libre detrás de una de las iglesias.] No obstante las dificultades que los misioneros han encontrado por la opresión fanática de los sacerdotes y los cordobenses, es grato decir que se ha cosechado fruto y hoy día se predica el evangelio en tres centros en Córdoba.

Una parte importante de la obra de un verdadero misionero es la de visitar de casa en casa, y al pueblo se les agrada pasar un rato charlando con un visitante sobre cualquier tema. Tan pronto que uno llegue se saca la calabaza para mate y se procede a servir la infusión. Es un tipo de té, tomado a través de un pequeño tubo de plata. Hay un solo tubo para todos − visitantes y familia − y no falta tiempo para conversar mientras se lo pasa del uno al otro.

Veamos un cuadro de una de las procesiones en Córdoba un 24 de septiembre, el día cuando despliegan la Virgen de Mercedes. Se ponen en fila todos los encarcelados y supuestamente la Virgen concede la libertad a quienquiera. Hay un arreglo ingenio para designar ante cuál preso caerá el papelito, para ser libertado según la elección del sacerdote. La imagen de San Pedro Nolasco está detrás de la Virgen, siendo él el fundador de Los Mercedarios y en cuya iglesia se guarda la Virgen. Los devotos de Pedro Nolasco creen recibir de él una advertencia tres días antes de su muerte, para que se preparen. Se dice que viene y toca la pared al lado de la cama.

Hacemos mención de estas cosas para dar una pequeña idea de la superstición de este pueblo, cosa que puede prevalecer solamente en medio de una crasa ignorancia. En esta ocasión vino a nuestra atención otra muestra de esto. Una muchacha sufrió quemaduras y el remedio aplicado fue una cataplasma de orejas machucadas de una viscacha, parecida a un conejo. La quemadura no se curó y por esto se valió de una cataplasma de bosta de cochino. Cuando nuestras hermanas visitaron la muchacha, la gente dijo que no se había curado porque asistió a nuestras reuniones. Una buena lavada, con una buena aplicación de ácido bórico, sanó la herida.

Otro caso que se puede mencionar es el de una mujer que padeció una infección en el oído. ¡El remedio aplicado fue la fritura de una mata de pelo de un negro!

Cuando el tren nos lleva al norte de Córdoba a Tucumán, capital de la próxima provincia, viene a la mente que hay al este y al oeste cinco provincias que hasta ahora no cuentan con un predicador del evangelio, cada una de ellas más extensa que Irlanda, y que la Constitución garantiza entera libertad de opinión religiosa. Esta parte de Argentina goza de un clima excelente, es fácilmente accesible y espera la llegada de fieles testigos de Cristo. Mientras tanto, los colportores enviados por la Sociedad Bíblica y por la British and Foreign Bible Society han visitado casi todo pueblo y aldea, preparando el terreno en buena medida. También, los misioneros de Córdoba han visitado estas provincias norteñas de tiempo en tiempo.

Tucumán, con una población de unos cuarenta mil, está ubicada en el huerto de Argentina. Por todos lados hay plantaciones de caña de azúcar, y llaman la atención las arboledas de naranja con su fruto dorado. Sentimos que aquí por primera vez hemos entrado en contacto con la vida indígena de América del Sur. Los indígenas de diversas tribus vienen por unos pocos meses cada año para trabajar en sesenta o setenta molinos de caña.

Estos miles de indígenas de sangre pura o de sangre mixta viven en pequeñas y miserables chozas, y este vergonzoso hacinamiento de humanidad da lugar a mucha corrupción. Una porción mayor de su jornal se consume en carne y alcohol. La borrachera y los disturbios son alarmantes, y a menudo el largo machete que porta todo indígena es empleado para tomar una vida. Los dueños de estos molinos cuentan con la autoridad del gobierno para castigar de cualquier manera que consideran procedente a aquellos que son culposos.

 

Capítulo 3
De Tucumán a Metán

 

Después de treinta y seis horas de viaje de Buenos Aires, llegamos a Tucumán, una distancia de 1400 kilómetros. Los misioneros no estaban en la estación para recibirnos por cuanto el tren llegó 15 minutos antes de la hora, pero logramos encontrar su residencia y recibimos una calurosa bienvenida.

Desayunamos, descansamos y luego asistimos a una predicación al aire libre en las afueras de la ciudad. Algunas hermanas ocupadas en el reparto de tratados recibieron muy mal trato de parte de hombres medio borrachos que lanzaron piedras en el ruedo. Afortunadamente, las piedras no alcanzaron a las mujeres que cargaban niños. La policía se presentó y llevó detenidos a los ofensores.

El Señor está bendiciendo los esfuerzos de sus siervos en Tucumán, de manera que Satanás perturba. Pocas semanas antes, un policía vio cuando un sujeto compró una navaja larga y, sospechoso, lo siguió. El hombre se dirigió al culto de predicación del evangelio y esperó en la puerta, el arma debajo de su chaqueta, “para platicar con el predicador”, el señor Clifford. El policía llegó antes de que sucediera un incidente y llevó al hombre consigo. La obra aquí data de sólo seis o siete años, pero hay entre setenta y ochenta convertidos, algunos de ellos de muy mala fama en otro tiempo.

Tuvimos que comprar mulos aquí, pero escaseaba la clase que queríamos por cuanto recién se había enviado unos cuantos a África del Sur. Comprar mulos es una experiencia interesante y desagradable, especialmente cuando el comprador es un novato. Al ser presentado uno, nuestra primera pregunta sería: “¿Es quieto?” “Oh, muy manso”, era la respuesta de rigor, ¡pero tan pronto uno lo montara, se encontraba en el suelo o asido al cuello de la bestia! Por supuesto, el precio cotizado sería más o menos el doble del justo, especialmente para el extranjero. Es así no solamente para los mulos, sino para todo, de manera que uno tiene que aprender el arte del regateo.

En los quince días en Tucumán con los misioneros y los cristianos oriundos del lugar, a quienes tuvimos el privilegio de predicar varias veces, logramos comprar el número de mulos que queríamos, pero no de la clase que queríamos. Conseguimos solamente dos grandes, y los tres pequeños fueron comprados de un sacerdote. Este caballero no quería que lleváramos sus animales por nuestra cuenta, sino quería acompañarnos. Le dimos las expresivas gracias pero no aceptamos su oferta, sabiendo que él no tenía buena fama.

Debidamente aparejados, partimos el 30 de agosto, despidiéndonos de nuestros amigos en Tucumán. Pedro salió primero, montado sobre Huacho, uno de los mulos altos, y arreando a Negro, uno de los pequeños que portaba cajas de Biblias en español. El hermano Allan fue el segundo, con Pardo, el mayor de los mulos del sacerdote, y otro que recibió el nombre de Chico, también cargado de Biblias. Yo seguí como retaguardia, montado sobre Topsy, otro animal grande.

Todo ojo se fijó en nosotros en la salida de la ciudad, queriendo saber adónde nos dirigíamos. ¡Es un poco de la cortesía argentina! “¿De dónde vienen? ¿Qué rumbo llevan? ¿Qué les ocupa?” Y, a veces como un punto adicional, “¿Cómo se llama y cuál es su país?”

En las afueras de la ciudad nos dimos cuenta de que nos llamaban. Resultó ser un señor que pronto estaba a nuestro lado. Era un barbero. Muchas veces, tal era su sed por un trago que se marchaba repentinamente, dejando a su señora para terminar de atender al cliente que estaba afeitando. Había vivido perdidamente; cometió todo pecado salvo el homicidio, cosa que a veces estaba a punto de hacer. Oyó de la Virgen de Catamarca y acudió a ella en su deseo de ser curado de esta ambición, pero su viaje que le costó ₤ 2 lo dejó peor en vez de mejor.

Pasando frente de la tienda evangélica cierta noche, oyó los cantos. Entró, escuchó por primera vez el mensaje de vida, creyó y fue hecho nueva criatura en Cristo Jesús. Hoy día es un testigo ávido en Tucumán al poder regenerador del Evangelio. Puso cinco chelines en nuestra mano, y con un ‘Qué Dios los bendigo’, volvió a su negocio. Dimos las gracias a nuestro Padre celestial, no sólo por el donativo, sino por la abnegación de este buen hermano. Estos pocos chelines hubieran comprado un trago en sus días de inconverso, aportando a la ruina de su cuerpo y alma, pero él es sólo uno de los trofeos de la gracia de Dios en aquella ciudad.

Y ahora despidiéndonos del amigo, continuamos por un camino polvoriento y bajo un sol candente. Habiendo viajado unos quince kilómetros, llegamos a un pueblito llamado Los Nogales y recibimos permiso de una familia para poner nuestros mulos en su corral para la noche. Descargamos las bestias, las soltamos a pastar, montamos la carpa, tomamos té y dormimos hasta la mañana. Por ser el primer día de la semana, reposamos, platicando con nuestro anfitrión y su esposa, y los obsequiamos una buena Biblia por su bondad para con nosotros.

El lunes en la mañana, el señor Allan y Pedro fueron por delante con los mulos de carga, llegando al pueblo de Vipos. Vine detrás lentamente, vendiendo Biblias en el camino. Otros muchos habían vendido Biblias en este camino, pero uno siempre puede vender algo, porque hoy alguien tiene dinero cuando no lo tenía ayer. Más o menos al mediodía llegué adonde el camino se bifurca y observé por las huellas de los mulos que cada compañero mío había tomado una ruta diferente, el señor Allan a la izquierda y Pedro a la derecha − ¡por donde no ha debido!

Trotando a prisa, alcancé a Pedro poco después de la puesta del sol, cerca del poblado de Ticucha, que consistía en unas pocas chozas y una casa grande. El señor Allan llevaba todos los comestibles y nosotros no teníamos ninguno, de manera que fuimos de una vez a la casa grande a ver si venderían comida para nosotros y forraje para los animales. El amo de la casa dijo que no tenía nada para vendernos, ni forraje ni alimentos. Nos fuimos desperados − nosotros hambrientos y las bestias cansadas − para continuar en la oscuridad a Vipos, quince kilómetros más adelante.

Pero en este momento apareció una joven que habíamos conocido esa tarde en el camino, y a quien dimos un Evangelio. Ella habló con el anciano; los mulos fueron llevados a un pasto bueno y nosotros invitados a la casa. Nos ofrecieron agua, jabón y toalla y después de una buena ducha fue la hora de cenar. Nos sentaron a la mesa grande con la familia de seis, incluyendo al caballero y la joven. Debidamente gustados los siete u ocho platos de viandas agradables, nos sentimos satisfechos y comenzamos a conversar. Contamos cómo nos extraviamos, hablamos de los ingleses y los argentinos y, por supuesto, de las buenas nuevas de salvación.

Nos acostamos a las 9 p.m. con corazones rebosados de gratitud a Dios y a esta buena gente. Desde luego, pensábamos en el hermano Allan y cómo él se encontraría. El día siguiente Pedro prosiguió a Vipos con los mulos de carga y yo a Campo Redondo, donde encontré al señor Allan esperándonos pacientemente. Después de un plato de sopa en una casa aquí, salimos para Vipos. Llegando a la puesta del sol, encontramos a Pedro sentado ante una fogata al lado del camino, asando un ave que recibió a cambio de una Biblia. Montamos nuestra carpa y llevaos los mulos a pastar.

Tomado el té, Pedro y yo fuimos a una pequeña vivienda donde dos años antes yo había dejado un Evangelio de Juan y unos folletos. La mujer se acordó de mí, nos invitó a entrar y sacó la literatura de un pequeño gabinete. Dijo que la había leído una y otra vez, y a su familia y sus amigos también. Creía que Dios nos había enviado a ella. Conversamos con aquella gente por quizás una hora; leímos y explicamos las Escrituras; nos arrodillamos en oración, dando gracias a Dios por su don inefable y pidiéndole alumbrar a esta querida gente. En la mañana ellos nos dieron una cesta de huevos y nosotros tomamos su foto y les obsequiamos un ejemplar del Nuevo Testamento. Seguimos por nuestro camino animados, sintiendo que Dios estaba con nosotros de veras.

En el próximo pueblo, Trancas, Pedro salió a vender después del almuerzo, mientras que el señor Allan y yo lavamos la cacerola, los platos de lata y los vasos, ensillamos y emprendemos la marcha. En las afueras de Trancas, vimos lo que parecía ser las huellas del mulo de Pedro. Para asegurarnos, preguntamos a varios si una persona así-y-así, describiendo a Pedro, había pasado en mulo. “Sí, pasó, y si ustedes se apuran, lo alcanzarán”. Y nos apuramos por dos horas, pero sin encontrar a ningún Pedro. Preguntamos de nuevo y recibimos la misma respuesta: “Está un poco más adelante”. Así que, seguimos más a prisa y hablamos de qué hacer con Pedro por habernos tratado de esta manera. Llegó la noche, entramos en un pueblito, ¡pero sin Pedro!

Buscamos dónde dormir y dónde pastar los mulos, pero en ninguna casa la gente quería hacernos caso. Piensan que todo viajero decente va a acampar antes de oscurecerse y sospechan al que no lo hace. Hicimos varios intentos, pero siempre con el mismo resultado desagradable. Sin embargo, Dios estaba al tanto, y Él ayudaría.

Lejos, a un lado del camino, vimos una luz. Acercándonos a la casita alumbrada, batimos las manos, como es la costumbre en esta parte. Una anciana clamó en respuesta: “¿Quién va?” “Viajeros”. “¿Qué buscan?” “Pasto”. “¿Cuántos animales tienen?” “Cinco”. “¡Pues! Pueden pastarlos a diez centavos por cabeza”. Así que, dentro de poco nuestros mulos estaban pastando, nuestra tetera hirviendo, y un pedazo de carne asada estaba sobre los carbones rojos.

Hicimos cama debajo de un árbol grande en el medio del pasto, con las sillas como colchones y sábanas. Pronto estábamos dormidos, ¿pero dónde estaba Pedro? No habíamos dormido por mucho tiempo cuando nos despertó un canto en español: ¡Oh la paz que el Salvador da! Y, escuchamos que una voz le preguntaba a la mujer si dos extranjeros habían pasado por allí. Llamamos un par de veces, y pronto Pedro estaba con nosotros. Removimos los carbones, colocamos la tetera para Pedro, y escuchamos su historia.

Él había predicado en Trancas hasta casi la puesta del sol. Fue mentira que la gente lo había visto salir, ¿pero a esta gente qué les importa una mentira? Pedro siguió nuestra pista hasta oscurecerse, se despistó y se perdió en el lecho de un río seco. Creyendo haberse errado de camino, regresó, vio luces y finalmente entró y salió del pueblito donde estábamos acampados. Todos nos acostamos y pronto dormimos.

Al abrir los ojos en la mañana, vimos solamente tres mulos, los tres pequeños. ¿Y los dos más grandes y mejores? ¿Alguien los había robado? En nuestra búsqueda encontramos una abertura en la cerca y, un poco afuera, las marcas de nuestros dos mulos y de un caballo. Uno de nosotros, con el dueño del campo, fue en busca de ellos y los encontró pasando tranquilamente a unos cinco kilómetros distante. Captamos el caballo y lo llevamos a su hogar, los mulos siguiendo en pos.

Emprendemos viaje de nuevo al mediodía y a las 6 p.m. acampamos cerca de Arenales. En la tarde habíamos tomado una foto de una gran cruz que llevaba la leyenda: “Un Padre Nuestro por el amor de Dios”. Es sólo una de los muchos centenares que uno encuentra en América del Sur. Algunos piden oración bajo el supuesto que aportará a sacarlo del purgatorio. Un cuerno cuelga de algunas de ellas, o posiblemente una cajita de lata en la forma de una alcancía. Está allí para recibir su donativo para el bien del difunto, pero el dinero va al sacerdote, quien rezará por el alma en cuestión. El número de rezos depende de la cuantía del dinero recogido.

Al pie de esta cruz hay una caja para permitir que se prendan velas en ella, cosa que también debe beneficiar el alma que agoniza en las llamas del purgatorio. Los sacerdotes presentan todo esto al pueblo como “el cristianismo”.

A veinticinco kilómetros de Arenales llegamos al pueblo de Rosario de la Frontera y acampamos cerca del río. La mañana siguiente Pedro fue a un pueblito a quince kilómetros de allí, con el arreglo que nos encontraría en Metán. El señor Allan se quedó con los mulos cuando yo salí a vender. En poco tiempo negocié veintidós libros, incluyendo uno vendido a una de las dos mujeres que vivían con el sacerdote. Sabía que era un libro prohibido, pero dijo que lo guardaría fuera de la vista del sacerdote, porque al verlo, él lo quemaría.

Poco después, lo vi cruzando la calle y le pedí comprar un Nuevo Testamento. Él recibió el ejemplar proferido y prometió ojearlo, pero al ver que era un libro prohibido, lo rompió en pedazos y lo echó a la calle. Se marchó enojado, hablando abusivamente. En el puesto de la policía hice saber qué había sucedido, y pregunté si aquel que debe ser un ejemplo al pueblo tenía el derecho de destruir la propiedad de otro y conducirse de esta manera injusta. Sin embargo, el Comisario no me dio ninguna satisfacción.

En otro pueblito me encontré en una casa leyendo a la familia que mostraba mucho interés y estaba a punto de comprar una Biblia, cuando un soldado montado tocó a la puerta y avisó que me esperaban en la policía. Tuve que marchar delante de él y cuando estábamos llegando a la plaza las campanas de la iglesia empezaron a sonar furiosamente. Pronto cada ventana estaba abierta y todo ojo fijo en el preso. En la oficina de la policía me requisaron en busca de armas y, al no encontrar ninguna, me despojaron de los tratados que portaba. El Comisario los rompió y también perdí mi bolso y los libros.

Se presentó el cura de la parroquia. Él, llevando en alto un tratado: “Esta cosa inmoral fue puesta en las manos de una niña para envenenar su mente”. Yo: “No es mi deseo envenenar a nadie, ni poner en sus manos nada inmoral. Háganos el favor de leer el trozo inmoral”. Él, muy agitado y en voz alta: “Es un crimen y debe ser castigado”. Yo, también en voz alta: “No, no es ningún crimen esparcir la Palabra de Dios y propagar el Evangelio de su Hijo, pero sí es un crimen que usted interfiera en lo mío. Su Gobierno me ha dado licencia para vender libros, y usted viene para intentar prohibir que las venda y para insultarme de esta manera”. Él, todavía más furioso: “¡Sáquenlo del pueblo de una vez!”

El Comisario obedeció la orden. Los libros me fueron devueltos y el soldado armado me llevó fuera del pueblito. Se ve el poder que el clero tiene en estas partes.

Siete u ocho horas de viaje nos llevaron a Metán. Era oscuro ya y el señor Allan y yo estábamos a trote en una de las calles principales cuando oímos la voz de Pedro llamándonos. Dormimos aquella noche bajo una mata de naranja y al día siguiente nos ubicamos mejor. El próximo paso fue obtener permiso para vender nuestros libros “prohibidos y condenados”. El caballero con quien tuvimos que tratar era muy liberal y nos dijo: “Háganlo”. Así que, los tres lo hicimos y con buena venta.

Ciertos casos nos animaron mucho, dando lugar a buenas conversaciones, pero encontramos ideas bastante extrañas en este pueblo. Algunos preguntaron si era cierto que los ingleses adoran al sol, y una mujer explicó que las tres personas de la Trinidad son el Padre, el Hijo y la Virgen María. Otros entienden que los Papas son infalibles porque nacen de la misma manera que nació Jesús. Sé que no aprenden estas cosas del catolicismo, pero de alguna manera las aprenden, y se aferran a ellas.

Me encontraba en casa de cierto sacerdote cuando alguien le trajo un cuadro para que lo bendijera, y él me dijo: “Este cuadro es simplemente papel, pero esta pobre gente son tan ignorantes como para adorarlo”. “Sé que son ignorantes”, respondí, “y sé que adoran estas cosas. Sé también que usted no les explica que es malo hacerlo. Les prohíbe leer la Biblia, porque no la entienden, ¿pero por qué no les enseñan a entender esto, prohibiendo que adoren madera y papel?”

En Metán intentamos conseguir un salón donde realizar reuniones, pero no lo logramos. No había médico en el pueblo, y por cuanto nuestra anfitriona era una curandera, a ella le correspondía toda labor de esa índole. La gente se cura mayormente por hierbas, etc. Tienen uno o dos remedios buenos para ciertas enfermedades, pero la mayoría de las curanderas son farsantes.

 

Capítulo 4
De Metán a Pampa Blanca

 

Partiendo de Metán, nos dirigimos a Las Piedras, vendiendo veinte libros en el camino. Nuestro próximo pueblo fue Galpones, a unos cuarenta y tres kilómetros. El señor Allan y Pedro salieron antes que yo, y cuando los alcancé ya estaban parados y sacando el fusil de la albarda. Pedro estaba por matar unos pavos gordos para la cena, ¡pero nos dimos cuenta de que eran carroñeros de los más inmundos! Poniéndose el sol, llegamos a Galpones y acampamos.

En el camino Pedro había vendido una Biblia por “dinero de santos”. En toda América del Sur, puede que el pueblo no sepa mucho acerca del Evangelio, pero conoce bien a los “santos”. Al casarse, en vez de comprar una Biblia familiar, compran santos e imágenes. Tienen una de San Antonio, a quien rezan al perder algo.

Encontramos un hombre que buscaba tres mulas extraviadas. Dijo que había rogado a San Antonio, pero todavía sin encontrarlas. En otra casa se había extraviado un muchachito. San Antonio fue puesto cabeza abajo para que se ocupara del extraviado, y cuando Pascual se presentó, San Antonio fue restaurado a su postura acostumbrada. Nos alojamos otra noche en la casa de una mujer que había perdido una vaca. Ella metió a San Antonio en un baúl, ¡afirmado que se quedaría allí hasta que la vaca fuera encontrada! Al efecto, a su tiempo el santo fue colocado en su pequeño santuario y con él una moneda como premio por haber “encontrado” la vaca.

Tienen imágenes para todo. Tengo una lista de treinta y tres, pero hay muchas otras. Para un problema con los ojos, apelan a Santa Lucía, por una buena cosecha, a San Isidro, y así sucesivamente. Si sus peticiones son concedidas, recompensan a los santos. El dinero para esto se torna sagrado y debe ser dado al sacerdote o va a la Iglesia, no siendo usado por otro fin.

Bien, dije que Pedro había vendido una Biblia por “dinero de santos”; o sea, dinero tomado de estos santuarios. A veces cuando nos dicen que no tienen dinero para una Biblia, gustosamente recibimos los proferidos huevos, maíz, corderos, etc., y como último recurso preguntamos si no tienen dinero de santos. De esta manera hemos vendido algunos ejemplares de las Escritura, pero siempre después de mucho regateo.

Un día nos acercamos a una pequeña choza solitaria en el campo, donde una mujer de aspecto descuidado estaba parada afuera con un bebé nada aseado en sus brazos. Apenas había terminado de ordeñar las chivas y tenía a su lado una lata para kerosén, llena a más de la mitad de leche. Un gatico sucio, muy al tanto de lo que estaba en la lata, hacía grandes intentos por alcanzarla. Por fin logró hacerlo, pero cayendo adentro en la leche. La mujer lo sacó por el pescuezo, dejó que la leche escurriera por su lomo, y tiró la infeliz felina al suelo. Ella quería comprar una Biblia y ofreció pagarla con leche o con un pedazo de carne que decía ser fresca. ¿Tengo que decir que optamos por recibir la carne?

Nos quedamos dos días en Galpones, pero con poca venta porque la gente había ido a la coronación de Nuestra Señora de Milagros en Salta. Es casi increíble la cantidad de adornos costosos en algunas de estas imágenes. Sabemos de una cargada de joyas de un valor de ₤ 2000, ¿y son maravillosos los milagros que estas imágenes realizan? Una madre vio a su hija caer y la recogió muerta. La acostó sobre la cama y acudió a una de estas imágenes, pidiendo que la hija fuera restaurada a vida. Cuando llegó a casa, la niña estaba sentada, feliz y contenta.

Hacía mucho calor en nuestra última noche en Galpones, y como no podíamos dormir, emprendemos viaje a Río Blanco a la luz de la luna. Llegamos a las 3 a.m. En el camino vimos un venado, pero el venado nos vio a nosotros también y se alejó. Cazamos  faisanes, pero ninguno cayó.

Negro, el mulo de carga de Pedro, se asustó cuando un gallinazo grande voló demasiado cerca de su cabeza. Tuvimos que reparar una que otra correa, y continuar sin problemas. Aquí se juntó con nosotros un anciano que portaba una imagen en el cuello “como protección de los ladrones, la muerte repentina”, etcétera y etcétera.

En Río Blanco conocimos al dueño de la mayor parte del distrito. Al principio negó vendernos pasto, alegando que no tenía suficiente para sus propias bestias, pero por fin pastó nuestros mulos en un buen campo de alfalfa, un tipo de trébol que, una vez sembrada, puede ser cosechada quizás cinco veces al año.

Por cada lado del camino a la entrada de este lugar hay desierto seco y deprimente, pero donde acampamos era un paraíso. El secreto era una linda fuente que nos hizo pensar en lo que Cristo, la Fuente de Vida y Pureza, puede hacer en nuestras vidas desérticas. Nos quedamos dos días en este punto agradable, pero con el problema que no conseguíamos pan. Sin embargo, valiéndonos de harina que habíamos traído, hicimos bolos secos en la cazuela, y nos servían de pan.

Negro, el mulo, cortó una pata trasera y requería atención, pero logramos retomar la marcha. Pasando por Chileas, llegamos a Pasaje cuando ya era oscuro. En las tinieblas sentimos cierto temor al usar un desconocido viejo puente que resultó ser adecuado para la carga pero protestó bajo el peso de un mulo. Había una sola casa grande en el lugar y esperábamos encontrar pasto, pero fuimos decepcionados. Avanzando un poco, dimos un poco de maíz a los animales y nos acostamos a dormir.

Más o menos a medianoche, los mulos clamaban tanto por pasto que tuvimos que ensillar y prender marcha a la luz de la luna. No tardamos en perder el camino y nos encontramos rumbo a una choza. Nos salieron al encuentro varios perros y los habitantes se despertaron, nos enrumbaron y explicaron dónde encontrar el agua que nos hacía falta.

Hay una temporada de lluvia y una de sequía en estas partes, cada una de más o menos seis meses. Los agricultores hacen represas para contar con agua en la sequía. Algunos gentilmente obsequian agua para el viajero y sus animales, y otros la venden a quizás dos chelines por cabeza de animal.

Al amanecer encontramos un buen pasto y dejamos a los animales pastar por unas horas antes de continuar a un lago grande cerca de Nogales. Los dueños del sitio eran muy reacios a vendernos algo, porque el año anterior había sido muy seco, pero con un poco de lo que Pedro llamó engreído, y unos centavos adicionales, logramos conseguir todo lo que requeríamos.

Al amanecer el día siguiente, se ha podido ver a Pedro arrastrándose sobre el estómago, fusil en mano, hacia el lago donde flotaba una bandada de gansos. Él tenía grandes ganas de saborear un ganso silvestre, y prometió darnos el privilegio también, de manera que observamos con mucho interés. Vimos dos nubitas de humo y escuchamos dos disparos. La bandada levantó vuelo y esperamos ver el resultado. Nada. Según Pedro, el polvo era malo.

Pero presentamos una espléndida exhibición de cómo los gauchos echan el laso. El gaucho nunca está tan a gusto que cuando monta caballo. Generalmente cuenta con varios caballos que él mismo ha domado, y uno entre ellos siempre ensillado. A su modo de pensar, el mayor infortunio que le puede suceder a uno es no contar con un caballo que puede montar. La frase “estar a pie” ha infiltrado su lenguaje para expresar una absoluta impotencia.

Su atavío de gala es un sombrero de felpudo con poca corona y abundante ala; un pañuelo de seda para el cuello, siempre de un color llamativo; un poncho rayado; y los extremos de sus anchos y bordados pantalones interiores a la vista desde debajo de su chiripa, o pantalones exteriores. Sus botas son altas y portan un par de espuelas con discos puntiagudos de unos cinco centímetros de diámetro. Su silla está adornada delante y atrás de placas de plata que llevan sus iniciales, y detrás él porta su lazo. Su cinturón, de quizás catorce centímetros de ancho, posiblemente será adornado también de monedas de plata de un valor de hasta ₤ 20. Vive con su mujer y familia en una vivienda de adobe y techo de paja, de su propia hechura.

Su dieta, como la de la mayoría de los campesinos agricultores, es de carne, maíz y mate. Él, o su señora, cultiva su propio maíz. Cuando benefician un animal, cortan la carcasa en tiras, las secan y las usan cuando sean requeridas; en esta etapa la carne seca es llamada charqui.

Dejando atrás Nogales, pasamos por Cobos y a la 1 p.m. estábamos en Campo Santo. Por cuanto había abundancia de agua de riego, no faltaba pasto. Nuestros mulos fueron llevados a un amplio naranjal, donde se engordaron. Las naranjas se vendían a diez chelines por cien. En una tienda me encontré con una mujer muy fanática con su niño en sus brazos. Hablé al niño y lo hice una caricia, comentando que era hermoso. De una vez ella preguntó por el precio de un Nuevo Testamento, y compró uno. Yo había visitado su casa aquel mismo día, y por poco me comió por haber traído libros protestantes, pero parece que una caricia para el chico cambió sus sentimientos. Entre los tres vendimos cuarenta ejemplares de las Escrituras en Campo Santo.

Nuestra próxima parada fue Pampa Blanca, donde Pedro vendió mientras el señor Allan y yo reparamos las cajas de carga. Nuestro anfitrión, uno de los comerciantes principales del lugar, nos trató muy amablemente. Preguntamos por un amigo nuestro, el señor Rohrsetzer, mejor conocido como Don Max, quien estaba en camino desde Bolivia, habiendo sido expulsado por la ofensa mayor de predicar el Evangelio. No lo vimos; su tren ya había salido.

Uno puede ir de aquí a Salta o a Jujuy por tren en una o dos horas. Salta queda a 1500 kilómetros de Buenos Aires y tiene una población de cuarenta mil, mayormente arrieros que llevan carga a lomo de mula a Chile y Bolivia. Aquí no hay ningún mensajero de la cruz.

Jujuy es un pueblo bonito asentado entre dos ríos y rodeado de cerros boscosos. Por ahora el ferrocarril llega sólo a Jujuy, pero está en construcción una extensión a La Quaica en la frontera con Bolivia. El contrato fue concedido hace 18 meses a un italiano por un valor de aproximadamente ₤ 1,5 millones.

El camino a Bolivia desde Salta se llama Quebrada del Toro; el pasto abunda y la población escasea. El reverendo A. M. Milne y Francisco Penzotti pasaron por aquí en 1883, y vendieron 5433 libros. Es la vía tomada por los esposos Payne en sus viajes. Este camino pasa por El Volcán, a unos cincuenta kilómetros de Jujuy. El viajero tiene que cruzar tres ríos peligrosos − Reyes, Sala y León − de más de un  metro de profundidad; la corriente es veloz y arrastra piedras grandes. Pero entre marzo y noviembre el caudal es menor.

Se conoce la ruta por las hazañas realizadas aquí en la Guerra de Independencia, especialmente por los gauchos de Güemes, quienes eran el terror de los españoles, ya que tomaban presos por el uso del laso. El Volcán consiste en miles de toneladas de piedra y barro que se han deslizado de las montañas altas en la temporada de lluvia y han formado su propia montaña. Su pico es estrecho, de unos setenta y cinco metros, al fondo el río es de más de cinco kilómetros.

El señor Payne escribe acerca de uno de sus viajes por El Volcán:

“Salimos de Jujuy el 23 de enero, viajando entre paisaje hermoso, boscoso y bien regado. Todo iba bien hasta que llegamos al Volcán. Nos informaron que había echado barro, piedra y agua sobre todo el camino. Para evitarlo, fuimos por una senda estrecha en el cerro, pero llegamos a barro y piedras donde el mulo de la señora se hundió hasta la barriga. Lo libramos con dificultad y encontramos una senda que había resultado adecuada para otros, pero el ascenso fue tan empinado que tuve que guiar los animales y llevar la señora Payne y los hijos uno por uno.

“Nuestro mulero, quien había ido delante, también fue bloqueado, pero la mañana siguiente él reunió todos los mulos salvo uno que se había extraviado con su carga. Por fin lo encontramos, ¡carga abajo y patas en el aire! Era la temporada de lluvia; por esto los contratiempos”.

Humahuaca queda a ochenta kilómetros más allá de El Volcán, con dos mil almas, y a cuarenta kilómetros más está Negra Muerta. Ninguno de nosotros tres entramos en Bolivia por Salta o por Jujuy.

 

 

 

Capítulo 5
De Pampa Blanca a Tupiza

 

Cuarenta y dos kilómetros de viaje a partir de Pampa Blanca nos llevaron a San Pedro, nombrado por el patrón de nuestro amigo Pedro. Los padres argentinos dan al hijo el nombre del santo del día en que nació, y cada día corresponde a algún santo. Mientras Pedro y yo vendimos en el camino, el señor Allan se adelantó y llegó primero con dos mulas de carga. En el medio de un río que tuvo que cruzar, una de las bestias, sintiendo el calor, se acostó para refrescarse. ¡No pensaba en cómo estaba echando a perder nuestros libros!

En San Pedro hay una compañía inglesa de cinco hermanos que posee una gran plantación de caña de azúcar más una factoría. Dan empleo a unos dos mil indígenas. Son bien conocidos por su hospitalidad a viajeros y otros. No sé si el señor Allan sabía esto, pero el caso es que al llegar él fue de una vez al hogar de los ingleses y fue recibido amablemente. Llegando más tarde, Pedro y yo fuimos recibidos de la misma manera. Nos quedamos en ese hogar por casi dos semanas.

Un día salimos a ver cómo los indígenas cortan la caña, porque era temporada de zafra y la actividad era febril. Algunos cortan con machete y las mujeres llevan la caña a la pequeña línea de ferrocarril, dejándola en arrumas. Aquí, una vez quitadas las hojas y las puntas, se la echa en pequeños vagones; una locomotora jala doce o trece vagones al ingenio. Fuimos a la factoría también y observamos cómo la caña entra por un extremo y el azúcar blanco sale por el otro. El azúcar, una vez ensacado, es llevado a Pampa Blanca en vagones grandes con ruedas grandes.

Siete u ocho mulas tiran estos vagones, dirigidas por un hombre montado sobre una de las bestias y dotado de un buen fuete. Suele tapar la boca y nariz con un pañuelo para no tragar el polvo levantado del camino que en la temporada seca puede formar una capa de quince o más centímetros. Entre cuatro y veinte vagones forman un solo tren, viajando a seis leguas por día a partir de las 6 a.m. Hay una parada a las 11 para el desayuno que incluye un pedazo de carne asada (un plato favorito en Argentina, donde se habla del “bife”). En el campo no hay hornos; la mayor parte de la comida es hervida o asada.

La siesta a mediodía es de dos horas, comenzando al terminar el desayuno. Hay quienes no sestean, sino pasan el tiempo probando la fuerza de sus mulos de monte. Montan a dos y los juntan por una cuerda o un laso fijado en la parte trasera de cada silla. Los animales jalan, el uno contra el otro, mientras cada jinete grita y espuela a su mulo. Los ánimos de los espectadores están exaltados. Pero esto no apela a todos; hay quienes la pasan en apuestas.

El juego y la pelea de gallos abundan en América del Sur. En casi todo pueblo y pueblito se encuentran pequeños ruedos de un metro de altura y tres o cuatro de ancho. En ellos los gallos pelean y sangran hasta caer, y aun así a veces sus dueños los levantan y los ponen a pelear hasta que simplemente no pueden más, y todo esto para la gran satisfacción de la barra.

Cada tren de vagones tiene un clarín, quien anuncia la salida y las paradas cuando se aproximan. De noche los hombres duermen cerca de sus vagones, y causa una sensación extraña pasear en su campamento nocturno. Cada vagón contiene aproximadamente 2500 kilos y la tarifa es de un cuarto de penique por kilo según la distancia cubierta. Cada tren cuenta con mulas auxiliares, arreadas por un muchachito, y también una rueda de vagón para emergencias.

Los Hermanos Leach emplean muchos de estos animales en su plantación de caña y nos aconsejaron que Pardo y Chico no aguantarían hasta Bolivia. Nos ofrecieron dos mulos más grandes a cambio, y con gusto aceptamos.

Un sacerdote joven compró dos de nuestras Biblias en San Pedro y tuvimos buenas pláticas con él. Nos dijo que su gente era protestante, ¡pero del tipo correcto! También me invitó a la misa, y acepté bajo la condición de no arrodillarme, etc. Los pobres usan esterillas, pero los acomodados usan sillas que sus criadas llevan a la misa para las damas.

Una vez que me había mostrado cómo realiza el servicio, el sacerdote me pidió explicar cómo un protestante lo haría, Cuando le dije que cantamos himnos, él quería oír uno y le complací con Cara a cara le veré. Le gustó tanto que pidió otro, y todavía otro. Quería copiarlos, pero prometí enviarle un himnario de quinientos himnos con letra en español y música.

Fue en este pueblo que un caballero preguntó si habíamos venido para civilizar los indígenas o simplemente intentar convertir a unos pocos católicos romanos que “ya tienen religión”. Respondimos que habíamos venido para predicar el Evangelio, y que los católicos romanos lo necesitaban tanto como los indígenas. Sabíamos que los católicos romanos tenían una religión, ¿pero hacía que sus vidas fueran mejores que las de los indígenas? “Bueno”, dijo él, “si lo que predican puede hacer una diferencia en sus vidas, eso es otra cuestión”. Y, le contamos de algunas vidas que fueron cambiadas grandemente.

Los católicos de América del Sur necesitan el puro Evangelio de Jesucristo tanto como lo necesita el pagano en China, África o la India. Ni uno en mil tiene la menor idea de qué es la vida espiritual y eterna. Y, tristemente, la docena de clérigos con quienes he conversado están en las mismas tinieblas. Uno de ellos se burló de la idea de tener comunión con Dios, diciendo: “Entonces, usted debe ser un santo”. Otros han negado la existencia de Dios, y por conocimiento personal yo podría decir peores cosas acerca del sacerdocio en San Pedro.

Antes de marcharnos de San Pedro, llevamos nuestros mulos al herrero. Fueron tirados patas arriba y las patas amarradas para ser herradas. Rumbo a Ledesma, encontramos una procesión que desplegaba una muñeca grande que se decía representar algún santo. La procesión visitó cada casa en el camino, y el dueño en particular la acompañó a la próxima. Contaban con dos instrumentos, un tambor y un acordeón. El líder de la procesión tocaba este último. Yo había conversado con él en otra ocasión y lo encontré blasfemo e inmoral. Lo seguían dos varones más y una docena de mujeres.

Estas procesiones son comunes aquí. A veces se ven dos personas llevando una imagen, seguidas de dos devotos más. No pocas veces he observado que los actores son de la chusma del pueblito, pero por supuesto uno debería quitar el sombrero cuando pasa esta rutina “santa”.

En otro pueblo ví un “Cristo” en una imagen de madera, con una larga barba negra y grandes manchas de pintura negra en la cara para representar sangre, cosa muy fea por cierto. Un indígena la llevaba por las calles y la gente corría de todas partes para hincarse ante ella y besarla.

En una casa cerca de donde vimos esta procesión reciente, invitamos a la gente a comprar una Biblia, y respondieron: “Compramos una hace un par de años y era falsa, porque apenas la compramos, los santos Padres la quitaron y nos dijeron que era mala e inmoral, y que la persona que la vendió debe ser puesto preso”. Les dije que yo les vendí el libro, pero los sacerdotes mintieron para asustarles, no queriendo que la leyeran por temor de perder sus entradas. Compraron otro ejemplar y prometieron no dejar que lo supieran “los santos Padres”.

En una casa vecina un católico romano fanático, a quien leí una porción de las Escrituras, se enojó sobremanera, y dejándome en la puerta, fue a buscar su revólver. Pero dos mujeres de la casa lo impidieron y me mandaron alejarme. Por no estar especialmente deseoso de morir de esta manera, ¡me fui! Otro fanático, no lejos de aquí, me tomó por el cuello y sacó su cuchillo, 35 centímetros de largo y 5 de ancho. Sin embargo, compañeros suyos lo llevaron a juro. No es necesario decir que pasé un susto ante ambas amenazas, pero mi tiempo no había llegado aún.

Ledesma tiene una población de quizás mil almas.

Aquí hay otra plantación grande, que emplea unos tres mil indígenas, de manera que hay cinco mil entre Ledesma y San Pedro. Vienen del Gran Chaco y de Bolivia, trabajando de tres a cinco meses entre la caña, y regresan a su terruño.

Hay varias tribus y la más civilizada es la chiriguana, de Bolivia. Son más inteligentes, limpios y afables que los otros indígenas. Su distintivo tribal es un pequeño pedazo de metal de aproximadamente el tamaño de un chelín, llamado la tembeta, que llevan en el labio inferior. Cuando muy jóvenes, se perfora el labio con una lesna y tapan el orificio, dando vueltas al tapón para que la herida no se sane. Se emplean tapones cada vez más grandes hasta que quepa la tembeta.

Muchos de los indígenas vienen de las varias misiones romanas a las orillas del río Pilcomayo. Algunos chiriguanos leen español y unos pocos han comprado Biblias para llevarlas a casa. Uno de ellos se quedó despierto casi toda la noche para leer a la luz de la fogata y hemos visto a otros leyendo en el viaje a su lugar de origen, pero es casi seguro que el 90% de los libros que llevan a casa serán quemados por los sacerdotes. Le pregunté a un chiriguano qué les enseñaron en estas misiones, y dijo que les enseñaron a rezar. “¿Y ustedes lo hacen cuando no están en las misiones?” “No”. Cuando le pregunté quién era Jesucristo, él dijo que posiblemente un hombre bueno nacido en Argentina. Era inteligente, criado en la Misión, pero no sabía nada de cosas espirituales.

Los tobas, una tribu más guerrera, no ostentan una tembeta sino orejones, que son tacos de madera insertados en el lóbulo de la oreja. Pueden ser del tamaño de un chelín, o aun de seis centímetros en diámetro. Es difícil darse cuenta de que estos grandes tacos no simplemente penden como un arete, sino que están insertados en la carne. Se lo hace de la misma manera que el chiriguano perfora su labio.

Los tobas se adornan también de pintura y plumas, y andan casi desnudos. Son sucios, de aspecto salvaje, y portan arca y flechas. Los matacos también son guerreros y tal vez más sucios y de aspecto más degenerado y triste que los otros.

Mientras estén trabajando en las plantaciones, estas dos últimas tribus viven en pequeños toldos redondos de 1,8 a 3,5 metros en diámetro, con armazón de ramas y cubiertos de hojas de caña de azúcar. No tienen muebles ni enseres, salvo una cacerola que usan para preparar la comida a la puerta del toldo. De noche entran gateando por la puerta baja y estrecha y se acuestan apiñados. Cada uno de sus pueblitos de cincuenta a cien toldos cuenta con su propio cacique. A veces pelean entre sí con largos cuchillos, arcos y flechas.

En Ledesma hay unos cuarenta soldados armados para mantener orden entre estos indígenas. Catorce indios murieron en una revuelta poco antes de llegar nosotros. Ambas factorías emplean un paramédico y suministran medicamentos a los indígenas, tratándolos razonablemente bien.

Esta gente no tiene ningún concepto de ídolos ni ninguna forma de religión excepto un espíritu bueno, un espíritu malo y una existencia futura. Cuando enfermos, emiten un gemido prolongado y extraño, con un sonajero para espantar al espíritu malo. Cuando muera uno de los suyos, esta ceremonia continúa por varias noches, con grandes lamentos y tambores. Hemos dormido en un pueblito cerca de donde sucedieron estas cosas, y nunca nos olvidaremos de la sensación extraña, patética que sentimos al reflexionar sobre estas ovejas sin pastor.

Una vez finalizado el trabajo de pocos meses en el campo, o aun antes, los indígenas queman sus toldos y vuelven a su terruño, donde viven de la pesca, la cacería y los frutos silvestres, principalmente el grano algarroba (y dicen que el hijo pródigo se mantuvo con este grano). Cuando escasea, pasan hambre. Los esposos Linton y las señoritas West y Mitchell esperan atender a este pueblo.

Los dueños del ingenio nos trataron con mucha consideración y nos invitaron a cenar con ellos. Uno, argentino, compró una Biblia y dijo que era un libro cómico. “Adán vivió  por mucho tiempo, y murió. Noé vivió por mucho tiempo, y murió. ¿Qué vale todo eso?” Respondimos que él iba a vivir un determinado tiempo e iba a morir. Dijo que la leyó una noche para lograr dormir, y le aconsejaron que la Biblia era para despertar la gente.

Un clérigo aquí dijo: “Dondequiera que vaya uno, ustedes los protestantes son respetados y amados, pero la gente habla mal de nosotros los sacerdotes y nunca nos respetan. Quizás hay un porqué”. Dejamos un Evangelio con él, y esperamos que sus ojos sean abiertos.

Dejando Ledesma, salimos rumbo a Orán. Acampamos en un bosque que se extendía por cuarenta kilómetros. Cenamos e hicimos té con el agua que teníamos en la carga, pero no bastó para quitar la sed. Casualmente, pasó un señor con dos asnos bien cargados de naranjas, y tuvimos la suerte de comprar unos cuantos. No nos quedamos para nuestras acostumbradas dos horas al mediodía, porque nos restaba un buen trecho por viajar antes de ponerse el sol, y era incómodo donde estábamos acampados, hostigados por miles de abejitas que querían ocupar nuestros ojos, bocas y orejas.

En un tiempo Orán era la capital de Salta, pero fue despoblada hace dieciocho años a causa de un terremoto. Ahora está en acelerada reconstrucción.

Fuimos bien recibidos por una de las mejores familias del lugar, quienes nos asignaron un cuarto donde dormir y otro donde guardar nuestro equipaje. Vivimos con ellos por una semana, pero no querían recibir un centavo.

La señora quería que hiciésemos muchos convertidos, y le dijimos que nosotros queríamos que ella fuera uno de ellos. No tenía fe en los sacerdotes, sino decía creer todo lo que le dijimos del Señor Jesucristo como el camino de la salvación. Dijo que confiaría en Él y leería el Nuevo Testamento que le habíamos dado.

Vendimos unos cuantos libros en Orán. Los tres días siguientes nos encontraron subiendo lentamente por el lecho de un río, cruzando el río de tiempo en tiempo en lugares donde la profundidad era mayor de un metro, suficiente para mojar la carga. Nos hubiera ido peor al no contar con un guía. En la tarde del tercer día llegamos a la vivienda del Comisario de San Antonio, que era construida en la ladera de una montaña.

Él no quería recibirnos, pero al final prevalecimos. Habíamos dormido las dos noches anteriores al lado del río sin nada sobre nuestras cabezas sino un cielo negro y amenazante, y los mulos tenían poco o nada que comer. La tempestad amenazaba todavía, pero ahora teníamos abrigo.

El Comisario tenía un solo dormitorio, así que hicimos cama en el suelo frente de la choza, pero él nos invitó a entrar cuando comenzaron a caer grandes gotas de lluvia. Comenzaron los rayos a más o menos 9 p.m., acompañados de truenos como disparos de cañón. La lluvia fue torrencial y no permitió que escucháramos el uno al otro.

Chozas como la nuestra estaban construidas en las laderas de las montañas altas a cada lado del río. Cuando la tempestad había continuado por buen tiempo, oímos ruidos extraños y los vecinos entraron a prisa con la noticia que se derrumbaba la montaña detrás de nosotros. Decían que nos arrastraría, y la casita también al río que ahora estaba crecido y llevando consigo rocas y piedras.

Una vez que la tempestad amainaba, logramos dormir. El río estaba crecido todavía en la mañana, no permitiéndonos continuar la marcha. Una parte de la montaña había caído en la noche y ahora era centenares de toneladas de barro y roca reposando más abajo que nuestra vivienda. Al haber caído un poco más a la derecha, el resultado hubiera sido desastroso para el grupito y para la humilde choza.

Vendimos muy bien en los entornos de este pueblito, que a lo mejor no había sido visitado antes. El Comisario tuvo a bien dejarnos quedar un día más. Se puso el pesado abrigo del señor Allan y sus guantes. Sin sombrero, con sus grandes pies descalzos al aire libre allí abajo, se pavoneó arriba y abajo, bien contento consigo mismo.

Él reunió a unos cuantos indígenas quechuas que hablaban español y cantamos para ellos hasta ponernos roncos. Pidieron la ñapa. En Argentina y Bolivia es la costumbre todavía pedir algo extra, la ñapa, al comprar una cosa, pero estos querían una ñapa por lo que se les había dado a ellos. Recibieron seis antes de quedarse satisfechos.

Un gran grupo de gente se formó en la noche para oír los famosos cantantes. Yo toqué la armónica, el señor Allan y Pedro cantaron, y después hubo una buena plática para los oyentes.

La gente no vive aquí el año entero, sino viene en la temporada seca para engordar a su ganado. Se ocupan en hilar y tejar, haciendo ponchos, alforjas, sombreros, ropa y vasijas para venta en los pueblos. Ahora es cuando encontramos los quechuas.

El día siguiente salimos rumbo a Iruya, ¡pero qué de camino! En algunas partes fue tan apiñado que la carga se deslizó por el lomo de los burros y se enredó entre sus patas. Con todo, eran hermosas las rocas de todos colores, perpendiculares o suspendidas en las laderas.

Iruya es conocida por sus ponchos y sus papas. Se fabrica un buen volumen de ponchos, y la papa se cultiva aquí mejor que cualquier cosa. Es un pueblito extraño. Las casitas, todas ellas lechadas (como son también el cementerio y la iglesia), no tienen ventanas. La iglesia tiene como ventana un hueco sobre la puerta, con rejas de madera y una tela roja que hace las veces de vidrio. Supimos que el sacerdote salía en la mañana para Tarija, un pueblo jesuita muy fanático, ochenta kilómetros al norte, así que nos quedamos callados al ser preguntados qué nos ocupaba, porque frecuentemente el sacerdote es un gran estorbo a nuestras ventas. Al oír que vamos a venir, reúne el pueblo y les informa que hay extranjeros en la comunidad que venden libros inmorales que ellos no deben ni siquiera tocar. Cuando salimos a vender, se nos tiran la puerta, nos llaman diablos y herejes, y quizás aun escupen sobre nosotros.

Así que, en Iruya esperamos hasta que el sacerdote estaba lejos. Portábamos una carta de recomendación a la mujer principal de Iruya, quien emplea más de setenta indígenas en la fabricación de ponchos, etc. Nos recibió amablemente. Mandó nuestros mulos a sus pastos, nos alimentó de lo mejor, remendó nuestra ropa como haría una madre, e invitó a sus amistades − la crema del pueblo − para venir a oír nuestros cantos. Y realizamos un buen culto en su hogar.

Ella no creía en los sacerdotes y dijo que éramos los primeros jóvenes que había conocido que amaban a Jesucristo en verdad. Gracias a ella, se nos permitió ir a la iglesia, tocar el órgano y cantar unos pocos himnos, como Ven al Salvador, ante una concurrencia. Al final de una semana feliz entre estos amigos en Iruya, le dimos a Doña Juana las gracias por su bondad y viajamos a Negra Mulata, situada en la vía convencional a Bolivia.

Después pasamos por Abra Pampa y a través de la meseta fría y desolada, hasta La Quiaca, el pueblo más norteño de Argentina. Pasando un río fuera de La Quiaca, entramos Bolivia. El camino descendió ahora por unos cincuenta kilómetros, hasta que llegamos al río Suipacha.

En la temporada de lluvia este es un lugar por demás peligroso debido a las arenas movedizas y las corrientes cambiantes, y nos relataron muchas experiencias emocionantes de intentar cruzar y por poco perder bienes y vidas.

Unos pocos kilómetros más adelante, nos encontramos en Tupiza.

 

 

Parte II ─ En Bolivia

Escrita por William Payne

Capítulo 6
De Tupiza a Caiza

 

En 1895 un grupo compuesto de tres colportores de la American Bible Society, la señora de Payne, nuestra niña pequeña y mi persona entramos en Bolivia. La mayor parte del viaje hasta Tupiza fue similar a aquel narrado en el capítulo anterior por el señor Wilson.

Todos los artículos que entran en el país desde el sur deben ser examinados en la aduana de Tupiza. Hace años, la British and Foreign Bible Society envió al señor Hendriksen a Bolivia, pero al llegar a Tupiza él encontró tanta oposición de parte de los curas y de las autoridades que le dio miedo entrar, y regresó a Argentina.

En su viaje hacia el sur él se encontró con el Reverendo A. M. Milne, veterano agente de la American Bible Society, quien acompañaba al señor Penzotti, rumbo al norte. No obstante la experiencia del señor Hendriksen, prosiguieron, y después de no poca demora en Tupiza, lograron entrada libre al país con sus libros. Esto fue un precedente y ahora hay poca dificultad para aquellos que introducen Biblias desde Argentina.

Algunos de nuestro grupito se alojaron aquí en un tambo que ofrecía cama, silla y mesa. El dueño del tambo había sido el párroco de Tupiza, pero su vida era tal que aun los bolivianos se alzaron en su contra y él perdió su parroquia. La construcción de la iglesia en Tupiza ocupó cincuenta años y en ese lapso se celebraba la misa en una vieja estructura de barro en el medio de la plaza. El señor Milne cuenta de haber encontrado al sacerdote saliendo por la puerta trasera de esa iglesia antigua con un gallo debajo de su sotana, acompañado de otros para probar su gallo. La razón por los cincuenta años fue que en tres ocasiones, cuando la iglesia estaba casi terminada, una tempestad de rayos y viento quitó el techo y dejó la obra en ruinas.

El actual sacerdote de Tupiza, nos contaron, llegó allí sin dinero para pagar al indígena que lo acompañó, pero dentro de dos años su cargo le había dado suficiente como para comprar un inmueble grande en las afueras de la ciudad, y casi ninguna casa era puesta en venta sin que él hiciera una oferta para comprarla. Nuestra experiencia posterior en Bolivia nos mostró que este no es un caso aislado, ya que los clérigos recogen suficiente de los pobres para vivir cómodamente y, según se dice, ellos poseen la décima parte de las propiedades del país.

Fue aquí que el señor Maximiliano Rohrsetzer fue detenido una noche en 1902 porque atrajo una multitud en la calle. residentes habían deseado oír el Evangelio de él y se habían presentado en el hotel, pero el dueño del tambo se alarmó y los mandó a la calle. Entonces nuestro amigo Max se ubicó debajo de un árbol en la plaza y predicó a la multitud hasta ser aprehendido. Recobró su libertad el día siguiente y siguió por su camino.

Nuestra caravana salió de Tupiza cierta tarde, la niña en una cesta suspendida por un lado de la mula y otra cesta por el otro lado, repleta de cazos y ollas. El tren de mulas fue conducido por un muchacho montado sobre el primer animal, cuyo cuello portaba una campana. Cuando, de tiempo en tiempo, parecía que se aflojaba una carga, el mulero tapaba los ojos de la mula con un trapo y atendía al problema mientras el animal esperaba. Inmediatamente que la soltara, la mula se apresuraba para alcanzar la procesión.

Hora tras hora subimos por el arenoso lecho del río San Juan − ahora apenas un riachuelo − de unos treinta a sesenta metros de ancho, con montañas a cada lado. En la temporada de lluvia es peligroso viajar a la ribera de estos ríos, porque un poco de lluvia puede convertirse en un torrente, cubriendo de una vez el ancho del río. Varias personas perecen cada año en Bolivia en esta circunstancia.

Dos días de viaje nos llevaron a Cotagaita. Hace varios años que unos indígenas, ordenados por el sacerdote, mataron un colportor de la American Bible Society cerca de este lugar. Su cuerpo fue traído a este pueblo y sepultado fuera del cementerio entre los restos de un homicidio y los de un sujeto que se suicidó. No había lugar en “la tierra santa” para un hereje.

El señor Rohrsetzer cuenta de haber visitado uno de estos pueblos cuyo cementerio se dividía en tres. “El cementerio del Cielo” era la sección más costosa; “el cementerio del Purgatorio”, menos; y “el cementerio del Infierno” acomodaba los restos de aquellos que no habían podido pagar la suma que el sacerdote demandaba. Así que, la posición de las almas del pueblo en un estado futuro dependía del precio pagado aquí en un lugar de reposo para el cuerpo.

En nuestro viaje observamos la sepultura de un indígena lado afuera del cementerio, sus amigos incapaces de pagar un puesto en “la tierra santa”. Las cruces rústicas en derredor testificaban que su caso no era único.

Visitamos todas las casas en Cotagaita y encontramos varias personas que podían hablar español. Una conversación entre Pedro Guerrero y el sacerdote del pueblo − cuando pasaba por allí en otra ocasión − dejó entrever que éste estaba muy por encima del promedio de su grey. Él ojeó un ejemplar de los Evangelios traducidos a quechua y dijo que lo consideraba una obra excelente, aunque dudaba de su valor entre los quechuas en general. Para ilustrar la dificultad de conversar con aquel pueblo, dijo que en las cinco capillas donde celebraba misa, él estaba obligado a usar diversas expresiones, una entendida en un distrito y otra en otro.

Dejando Cotagaita atrás, encontramos que, con pocas excepciones, todo el mundo hablaba quechua. Pasamos una y otra aldea de estos indígenas, sus casitas sentadas en las laderas del río, con sus siembras de maíz, cebada, papas, etc. en derredor. A veces estos campos se extienden desde el río hasta el pico de la montaña, cada partícula de tierra aprovechada, y el conjunto nos parecía un cedrón de retazos.

Los varones llevan su cabello en una trenza sobre la espalda y cubren el cuerpo con una blusa liviana y pantalones cortos. Al encontrarnos en el camino, ellos se quitaban su sombrero y saludaban con Tatai, tatai (padre mío, padre mío).

Las mujeres indígenas llevan sus bebés a cuestas. Envuelvan sus cuerpos en una larga tela entallada, con mangas cortas. Parecen ser un pueblo muy trabajador, y sus manos están siempre ocupadas mientras arrean sus llamas o asnos, casi siempre portando un pequeño huso para hacer hilo de la lana de llama. Se ve un marco en cada casa para la fabricación de telas de diversos colores. Hermosos ponchos adornan sus viviendas. También son ingenuos en lo que hacen de madera, como arados, palos, cucharas, platos y agujas.

Nos veíamos obligados a buscar abrigo en las chozas indígenas, y a veces teníamos que dormir al aire libre. Por lo regular estas viviendas están llenas de toda suerte de rastreros. De entrada, los indígenas no están nada dispuestos a dar alojamiento o alimentos, pero un poco de diplomacia, como por ejemplo obsequiar una rodaja de pan, logra su fin. Nunca tienen pan si no lo reciben de un viajero, sino se sostienen mayormente de maíz y granos.

Tienen veinte maneras de cocinar el maíz, y también lo usan para hacer chicha. Dondequiera en el mundo que se encuentre a un quechua, él quiere su chicha. Para iniciar la fermentación, varias mujeres mastican la harina de maíz y la escupen en una olla. La dejan hervir por dos días y la conservan en jarras, lista para consumo. Se ha intentado industrializar el proceso, pero el producto nunca es tan satisfactorio como la chicha masticada.

Es ligeramente intoxicante, pero los indígenas se embriagan de todos modos en las fiestas, con un vaso grande de chicha mezclada con bastante alcohol no destilado, seguido de una pequeña copa de alcohol destilado.

 

Capítulo 7
De Caiza a Sucre

 

En esta etapa del viaje nos alojamos en postas. El Gobierno construye estas casas para el uso de los viajeros y uno las encuentra a cada veinticinco o cuarenta kilómetros. Una posta es un patio encerrado en derredor por construcciones bajas de adobe y con un arco como entrada. Puede haber seis u ocho piezas, sin ventana y con puertas de un ancho de sesenta centímetros y una altura de 1,2 metros.

En cada rincón de la pieza hay lo que se dice ser una cama de 1,5 por 2,1 metros y a una altura de 45 centímetros, hecha de barro. Echamos nuestras mantas y cobijas sobre esta mesa, y el viaje de ocho a catorce horas hace que uno se olvide de que no hay un colchón. La pieza cuenta también con un juego de mesa y candelero de barro.

Cuando uno llega, los indígenas − remunerados por el Estado − llevan sus animales al corral y traen agua caliente y té. Este servicio, así como el alojamiento, es gratuito, pero uno paga por los huevos, la sopa y la cebada para las bestias. Se alquilan mulas a dos peniques por cada tres millas, y el postillón recibe un penique por cada tres millas por correr con el pasajero y llevar su mula de regreso. Así, el indígena recibe un penique por cada seis millas. Nunca se lo permite montar un animal en estos viajes.

A lo largo de la ribera del río vimos varios molinos a chorro de agua, para moler maíz. Pasando Toropalca, entramos en un estrecho lecho de río y empezamos a descender más rápidamente. En un lugar vimos varios manantiales de agua caliente y parecía extraño encontrar agua a punto de hervir y a un metro agua fría fluyendo al río. Se encuentran manantiales de agua caliente en muchas partes de Bolivia, aprovechándose de algunos en la minería y de otros en la agricultura, ya que tienen un alto contenido mineral. He comido huevos y pudines preparados en el agua hervida de estos manantiales.

Pronto entramos en Caiza. Describiremos a título de ilustración una fiesta en honor de la Virgen que vi en este lugar. Se dice que ella es de oro puro, con una altura de solamente treinta centímetros; los adornos en torno de ella, y las flores, etc. forman su santuario de 1,2 o 1,5 metros. Los indígenas se congregan para la fiesta y una docena de ellos se proveen de alas que son de una tela muy coloreada. Placas de plata penden sobre sus espaldas y algunos tienen láminas de plata sobre las rodillas, el pecho y los brazos. En fin, portan no menos de cincuenta y cinco kilos de plata.

Tienen flautas hechas en casa, y tambores con cuero de llama. Unos pocos tienen platos de plata y todos tienen campanas en las piernas, aparentemente creyendo que mientras mayor el ruido, mayor la posibilidad de que la Virgen atienda a sus clamores. La fiesta ocupa diez días y se caracteriza por borrachera y depravación.

Estábamos ahora a unos 4000 metros sobre el nivel del mar y nuestro camino atravesaba una meseta. Los vientos eran fríos; el aire rarificado hacía difícil respirar. Optamos por el camino derecho a Sucre, dejando lejos a la izquierda la senda a Potosí. De ella hablaremos más adelante.

A unos cuarenta kilómetros de Caiza entramos en el pueblo de Belén. Lo forman un conjunto de casuchas en torno de una iglesia muy grande. Dicen que ella descendió del cielo en su forma actual. En todo caso, varios pueblitos cercanos han copiado su arquitectura. Lo interesante de Belén es la figura del Niño Jesús que se adora allí. Supuestamente tiene poderes excepcionales. Está vestida al estilo del Presidente de Bolivia y sus rayas de oro y otros adornos vistosos costaron dos mil dólares o más. Su estatura no excede 45 centímetros.

En cierta ocasión me alojé en la casa del hombre responsable de la fiesta aquel año en honor de esta imagen. Me dijo que tendría que trabajar duro por diez años para cancelar las deudas contraídas para realizar la fiesta. La costumbre es poner la imagen en la puerta del hombre escogido para costear la fiesta aquel año. Luego se la devuelve a la iglesia y él es responsable de atender a su apariencia. Es así con todas las imágenes especiales, de las cuales cada pueblo tiene por los menos una, de manera que es fácil entender la carga pesada que corresponde a muchos hombres en el país cada año. Tienen que proveer abundante licor, coca, fuegos artificiales, etc.

Recuerdo la ocasión cuando el Gobernador de Puna mandó por esta imagen para que él fuera sanado de una enfermedad grave. En medio de la mucha borrachera y fervor, el resultado de todo el ejercicio no fue calculado para confirmar la fe en sus poderos milagrosos. El Gobernador se empeoró y fue necesario llevarlo a Potosí para una cirugía mayor. El responsable de llevar la imagen cayó muerto en medio de la borrachera.

Unos pocos kilómetros más adelante alcanzamos Puna, y por cuanto era la capital de un departamento, buscamos a las autoridades de rigor. Nos rodearon y lanzaron pregunta tras pregunta: nuestros nombres, país, edades, estado civil, ocupación, familiares, etc. y etc. Parece que esta costumbre de interrogar a todo el mundo no se debe a hostilidad, sino a una curiosidad por saber algo de otra tierra.

Mi experiencia siempre ha sido que la mejor manera de poner cote a estas preguntas es de tener varias de la misma índole para ser dirigidas a los curiosos. Mientras uno pueda sostener el cañoneo, el otro no puede lanzar sus propias preguntas, y a la postre se cansa si uno persiste. Sin embargo, debe ser entendido que esta misma gente se ha mostrado muy hospitalaria con nosotros en otras visitas, y varios entre ellos me escriben acerca del tema bíblico que dejamos con ellos.

El día después de salir de Puna, fuimos informados que podríamos esperar llegar a Sucre. Nos levantamos temprano y antes del amanecer nos encontramos al borde de un abrupto precipicio, nuestro camino zigzagueando abajo por unos trece kilómetros al valle de Pilcomayo. En el amanecer, la vista fue especialmente hermosa, la neblina rodeando los cerros para presentarlos como islas en medio de neblina blanca y la brisa matutina soplando contra las nubes para mostrarnos un abanico de colores entre las montañas. El intenso verde de los árboles, los tonos de gris de la arena y la variedad de colores en los depósitos de cobre forman un cuadro impresionante.

Nos apresuramos a envolvernos en mantas gruesas en las primeras horas de la mañana, pero antes del mediodía nos encontramos en el calor tropical del valle. En el transcurso del día pasamos frente de unas casas de buen aspecto con bellos jardines bien ordenados, propiedad de los más acomodados de Sucre.

Vive aquí el ex Presidente Pacheco, y un poco más adelante el ex Presidente Arce, un hombre que quizás hizo más por Bolivia que cualquier otro. Durante su presidencia se abrieron caminos, planificaron ferrocarriles, ampliaron los servicios postales y se realizaron cuántas cosas más que eran posibles. Se dice que él posee más tierra que cualquier otro y al recorrer el país puede dormir cada noche en una casa propia.

Cerca de su residencia aquí, hay la hermosa mansión del banquero Argandora. Él ha acumulado una fortuna y ha gastado una enorme suma en su residencia, La Glorieta. Visitó Roma recientemente y, según cuentan, le dio 50 mil francos al Papa para recibir el título de Príncipe de la Glorieta. Habiendo construido y financiado un hogar para niños en los terrenos de La Glorieta, lo puso a cargo de las Hermanas de la Caridad.

Una hora más tarde entramos en Sucre, alabando al Señor por habernos guardado en los peligros de subir y bajar por empeñadas sendas en las montañas; al borde de precipicios, donde un paso falso del animal nos hubiera lanzado centenares de metros abajo; y por ríos profundos, donde desviar a la derecha o la siniestra bien ha podido hundirnos en las arenas movedizas. En una ocasión una mula giró a un lado y despareció casi fuera de vista en el torrente, pero logramos rescatarla a ella y a su carga

 

Capítulo 8
Sucre (o Chuquisaca)

 

Sucre − los indígenas la llaman Chuquisaca − siempre había sido considerada la capital del país, aunque el Gobierno de Bolivia seguía el sistema de convocar el Congreso para reunirse en diferentes pueblos a intervalos, permitiendo de esta manera que participen en los asuntos tratados, pero siempre volviendo a Sucre hasta el año 1898, cuando estalló la revolución que puso al General José Manuel Pando en el poder. Con esto La Paz ganó la ascendencia porque sus habitantes ayudaron a Pando a derrocar a Sucre y sus tropas, y desde entonces el Congreso siempre se reúne en La Paz. El Presidente ejerce el cargo por cuatro años y no es reelegible.

Sucre está ubicada al pie de dos cerros altos, y uno no la ve hasta casi entrar si viene del norte. Viéndola desde el noreste, su aspecto es impresionante, con las agujas de sus veintiséis iglesias erguidas entre los techos de tejas rojas. El hermoso palacio y el grande teatro − ambos inconclusos, aunque comenzados años atrás − aportan al aspecto del lugar.

Desde 1895 se han realizado muchas mejoras en el pavimento de las calles, pero queda mucho que desear y, con la excepción de unas pocas plazas en el centro del pueblo, las calles tienen como si fuera un canal en el medio. Las casas son amplias, propiedad mayormente de sus ocupantes. Están amuebladas hermosamente y cuentan con dos o tres patios que están adornados de flores y, en el centro, generalmente una pileta adonde fluye el agua. No se permite que agua fluya libremente, por cuanto no es abundante, y si uno desea llenar una jarra, tiene que esperar buen rato para que el chorrito lo haga.

Por cada lado de la entrada usualmente hay un pequeño negocio ocupado por un cholo y su familia. Todos viven, comen, duermen y trabajan allí, echando sus desperdicios a la calle porque no cuentan con otra salida.

Las autoridades municipales son un tanto estrictas en la cuestión de barrer la calle una vez al día cuando menos. Cada cual debe barrer frente de su propia vivienda, llevando la basura al final de la calle. No obstante esta precaución, uno enfrenta muchos olores desagradables y tiene que cuidarse que no se moje por al agua que la gente echa de sus casas. Al llegar a las afueras de la ciudad, tiene que pasar frente de arrumas de basura acumulada a lo largo de años. La hediondez no admite descripción.

Es difícil decir con exactitud la población de Bolivia. Un escritor mencionó recientemente 500 mil blancos, un millón de cholos y un millón de indígenas, pero sólo como una estimación. Es casi imposible censar a los indígenas, porque temen impuestos, recluta y otras obligaciones.

El pueblo de Bolivia se divide naturalmente en las tres clases mencionadas y cada una de ellas se mantiene separada de las otras en costumbres, vestimentas, etc. El español de pura cepa − designado generalmente como “la gente decente” − está tan alejado del cholo como lo es el cholo del indígena, y ninguna distinción de casta entre los hindúes puede ser más estricta que la línea que divide a éstos. Un indígena que abandonaría su vestimenta peculiar para intentar vestirse como un cholo encontraría dificultad para ser recibido por una u otra clase, y un cholo de buena educación que pone a un lado la chaqueta corta y el pantalón suelto de su clase, o la chola que ha cambiado sus enaguas plisadas por el estilo parisino de “la gente decente”, es siempre un objeto de ridículo, y por dondequiera usted puede oír el término de desprecio de “un cholo entrajado”.

Por regla general el español es bien educado y un caballero por demás cortés, muy cuidadoso de no mancharse las manos. No se ocupa en ninguna forma de labor manual, y cuenta con un conjunto de indígenas y cholos que hacen todo para él. Cuando uno ha viajado por las sendas montañosas y los caminos de mulas − que son casi los únicos medios para llegar al interior del país − sufriendo mil incomodidades entre los indígenas y viendo la vida suya en las casuchas, le sorprende que el caballero de Sucre sea tan cuidadoso de vestir su sombrero de copa y su vestido negro como lo es el más fastidioso londinense o parisiense, y las damas tan bien ataviadas como aquellas de cualquier parte del mundo de modas. No es necesario decir que son engreídos, porque la sangre española en sus venas lo dice.

La plaza de Sucre, cuando la banda toca en la tarde, es cosa que no se olvida. Aquí se congrega la juventud y la belleza del pueblo. Las jóvenes, bajo la vigilancia cuidadosa de sus madres, tías o hermanas casadas, dan vueltas y vueltas de la plaza, conociendo a o platicando con numerosos jóvenes que acuden allí. Las mujeres de la clase superior aprenden poco más que leer y abandonan la escuela a los 12 o 13 y después no se ocupan de otra cosa sino adornarse y pasar horas en los balcones en la esperanza de atraer a algún varón elegible. Ninguna mujer boliviana puede trabajar, salvo que sea en la mal remunerada costura.

En la mayoría de los casos los varones jóvenes buscan dinero con una esposa, así que una joven tiene poca esperanza de matrimonio si es pobre, aunque si es bonita sin duda será ofrecida protección bajo términos menos honorables. En no pocos casos, aceptará.

Se segregan los jóvenes a tal extremo que aun una pareja comprometida nunca es dejada sola. Se casan sin el menor conocimiento del carácter de la otra parte, y como es de esperar, la mayoría de las uniones son infelices. Una vez casada, una joven considera que no es necesario hacerse atractiva a su esposo, o aun ordenada y aseada. Sabe poco, no lee nada y no se molesta por hacer el hogar atractivo y placentero. El marido no espera más, así que, casi sin excepción él es abiertamente infiel. ¡Qué diferencia haría el Evangelio de Cristo en estas vidas!

En términos generales, los gobernantes del país vienen de “la gente decente”, aunque unos pocos cholos han ascendido a posiciones de importancia. Viven mayormente en los pueblos, visitando sus casas campestres solamente en la siembra y la cosecha, cuando toman un determinado número de baños, ciñéndose estrictamente a las órdenes médicas. Una señora nos comentó que no era extraño que su esposo padeciera de ciática, ¡porque se lavaba todos los días!

Casi todo el comercio al detal y la mano de obra calificada está en las manos del cholo. Él tiene pocas necesidades, y aun cuando acumule una fortuna, se conforma con vivir en una sola pieza, agachado en el piso en vez de sentado en una silla. Unos cuantos cholos pueden leer y escribir en español, pero también hay muchos que hablan solamente quechua, y por cierto todos los cholos siempre prefieren conversar en la lengua indígena.

Las mujeres cholas reciben muy mal trato. Son las bestias de carga, las esclavas de sus señores, y es poco común que reciban a cambio algo que no sea golpes. Aun la novia casada un solo mes no se sorprende si el marido la hiera en la cara o la rompa un diente. A veces las pobres criaturas justifican sus vidas inmorales con el razonamiento de por qué casarse si es para ser abusada. Cuando casada, dicen, tiene que aguantar los golpes de un “esposo”, pero cuando no, si la situación se torna insoportable, puede tomar sus hijos y abandonar al hombre, y él no puede obligarla a volver.

Con una frecuencia lamentable, la muchacha de solamente 15 o aun menos es una madre ya, y sus compañeras no la reprochan por esto. Casi ninguna mujer chola puede leer, aunque lo normal es que asista a la escuela por un año o dos, pero rara vez llega más allá que el alfabeto porque la pasa en rezos al estilo de un loro. Aun si aprende a leer un poco, pronto se olvida una vez que deje la escuela, porque no tiene libros excepto, quizás, un pequeño devocionario de las oraciones que sabe de memoria.

Es interesante caminar por las calles de un pueblo boliviano y observar cómo los pequeños comer-ciantes hacen todo su trabajo en la calle o en la puerta de su pieza. Los sastres sacan sus pequeños taburetes a la acera y se sienten con su máquina de coser o tabla de planchar en el regazo. Los carpinteros prenden sus pequeños fuegos a la orilla de la calle para derretir la pega, y los componentes de muebles están parados contra la pared.

He conocido buena gente entre los cholos, pero suelen estar tan entregados a satisfacer sus pasiones sensuales que sus mejores características tienden a desaparecer. Abundan la borrachera y la impureza. No es cosa rara que un hombre o una mujer se enferme como consecuencia del enojo. Aun sin haber intercambiado golpes, la rabia se apodera de ellos de tal manera que se enferman, cosa que a veces termina en la muerte.

Su vestimenta es pintoresca. Los varones visten un saco corto, ajustado, que tiene forma de V detrás, y sus pantalones son apretados abajo y holgados arriba. Tanto los varones como las mujeres ponen un sombrero redondo de felpudo. Las mujeres usan un vestido peculiar, corto y pisado, que abre por delante y sobresale a cada lado. ¡Cada mujer precisa de más de un metro y tanto de espacio para evitar aplastar sus galas! Sus enaguas de encaje sobresalen debajo del vestido. Muchas mujeres se ocupan en fabricar este encaje. Los hombres hacen los vestidos y se ven trabajando a sus mesitas en las puertas, plegando las faldas para las mujeres.

Todas las mujeres ponen aretes, que varí5an de dos a diez centímetros de largo y están tachonados de perlas. Estas perlas abundan, habiendo sido traídas al interior desde la costa del Pacífico siglos atrás. Están encajadas en el oro o plata que se extrae en el país.

Los cholos tienen mucho poder, siendo más abundantes que “la gente decente”. Tienen el derecho de voto y las autoridades los tratan casi como niños mimados quienes pueden salir fuera de orden al no ser consentidos. Por esto, rara vez se promulga una ley contra la voluntad de los cholos. Los indígenas quechuas y aymaras hacen toda suerte de labor manual pero muy pocos de ellos viven en los pueblos.

La religión en Bolivia, por lo menos en los ojos de un tercero, parece consistir mayormente en procesiones y fiestas. Caminando por la calle, uno puede oír el tintineo de campanas, y lo más aconsejable es buscar un callejón cercano, pero si está dispuesto a arriesgar sombrero y cabeza, puede quedarse y observar la pequeña procesión que va rumbo a administrar los sacramentos a un moribundo.

El objeto central es un sacerdote vestido espléndidamente, quien camina bajo un dosel suspendido sobre cuatro palos llevados por sendos acólitos, procedidos por otro que toca la campana. La gente se postra en la calle, creyendo que el sacerdote lleva a Dios en la caja. Los cholos son hábiles en lanzar piedras, y la cabeza irreverente que quede cubierta en esta ocasión corre no poco riesgo.

Carnaval es la válvula de escape previo a la Cuaresma en la mayoría de los países católico romanos, pero para verlo en toda su gloria es necesario visitar algunos de los pueblos que poco han sido tocados por contacto con gente más alumbrada. Toda clase de pueblo participa y uno puede ver espectáculos tales como desfiles de coches adornados espléndidamente, cada rayo de las ruedas y cada detalle del chasis envuelto en papel coloreado y flores.

Los ocupantes lanzan confeti, dulces, flores, tiras largas de papel, aromas, etc. No es raro que lancen también cáscaras de huevo llenas de agua, porque las cocineras han guardado esas cáscaras cuidadosamente a lo largo del año, y ahora encuentran compradores muy dispuestos a participar en el juego. Todos están enmascarados, y el mundo entero está en la tarima. Muchos salen heridos, porque el juego es brusco en esta temporada, y algunos no se recuperan.

Carnaval ocupa los ocho días previos a la Cuaresma y la fiesta concluye con lo que llaman la Sepultura, cuando se finge un entierro. Las iglesias están repletas de gente en la Cuaresma, y a medida que la fiesta de Semana Santa se acera, el ánimo sube. Muchos que tienen en poco al romanismo durante el resto del año son ahora los más devotos, confesándose y preparándose para Viernes Santo.

En Sucre hay ceremonias especiales llamadas El Roseño, de las cuales hay muy pocas en otras partes del mundo. El Arzobispo y los canónigos descienden vestidos de túnicas negras de unos diez metros de largo, con capucha sobre la cabeza. Son escoltados por secuaces vestidos de verde con entretelas de oro, y los estudiantes de los seminarios para sacerdotes se postran en el suelo mientras estas largas colas azotan sus cabezas. Cada canónigo pasa por turno frente del altar y el Arzobispo mece ante él una gran pancarta con el escudo eclesiástico. Una vez que los once canónigos hayan tomado sus lugares a la cabeza de las filas de futuros sacerdotes, se colocan sus colas sobre almohadas provistas para este fin, y el Arzobispo saluda y recibe salutaciones de cada cual.

Inquirí de cada persona que había asistido al evento, preguntando qué significaba. Nadie podía decirme. “Es cosa de la Iglesia”, fue lo único que explicaron. Posteriormente, animé a un joven a preguntar a uno de los canónigos, y éste dijo que no estaba muy seguro de qué representaba, pero suponía que honraba el triunfo de la Iglesia a la postre.

En la Cuaresma fui a la iglesia para oír los sermones del miércoles, pensando responder a ellos en los periódicos, para alumbrar al pueblo acerca de las mentiras que oían, pero recibí un mensaje del Arzobispo a través del Jefe de Policía que me mandaba desistir de acercarme. Señalé que la Iglesia tenía su remedio si consideraba mi conducta fuera de orden, pero era imposible prohibir a un simple oyente. Me aconsejó a dejar de asistir, para evitar disturbios.

Terminada la Cuaresma, vienen los ayunos de Viernes Santo con gran celo. La gente se viste de negro y la creencia general es que se puede cometer cualquier pecado, por cuanto Cristo está muerto. La Iglesia Romana conmemora la resurrección en el sábado, porque dicen que no pueden permitir que otro día pase sin consagrar la hostia para administrar la extremaunción a los moribundos. Así que, el sábado más o menos al mediodía se disparan petardos, cohetes y revólveres, y todo el mundo está alegre, “¡porque Dios vive de nuevo!” Con esto, comienza una semana de borrachera y vicio.

En julio 1895 Sucre estaba atestada de gente y fue casi imposible encontrar alojamiento. El Congreso estaba por sesionarse, y el Gobierno había traído tropas de varias partes del país para dar una recepción impresionante a Dardo Roche, el Embajador de Argentina, quien llegó ese mes para firmar un tratado sobre la cuestión de un posible conflicto con Chile, que era visto como el enemigo persistente de Bolivia.

Logramos colocar nuestra carga de libros que cinco mulas habían transportado, con la excepción de una pequeña caja de Biblias. Con esto, el Gobernador eclesiástico entabló un reclamo legal por haber introducido “Biblias prohibidas, falsas”, y fuimos despojados de esa pequeña caja para que se efectuara una requisa. Asistí a los Tribunales por varias semanas pero sin recibir una decisión final. Un Canon de la Iglesia, junto con un comerciante, fue nombrado para inspeccionar nuestros libros, y en su informe ellos reportaron que nuestras Biblias no contenían nada falso, pero tampoco contenían los libros apócrifos.

Aparentemente el Juez se encontró en un apuro. Decidir a favor de nosotros sería del desagrado de la Iglesia, y al decidir en nuestra contra, los muchos Ministros Extranjeros, etc. − presentes a la sazón en Sucre − oirían del asunto. Me llamó y me pidió ausentarme. Insistí, y él prometió que en cierta fecha me avisaría de una decisión a favor o en contra. Ya habíamos demorado más de una semana, involucrando el gasto de colportores, etc. Cuando el día llegó, me ví obligado a salir para Oruro sin haber recibido una decisión.

Tres años más tarde, me encontré en Sucre, esta vez acompañado de los señores Clifford y Bathgate. Nos fue posible hacer arreglos para un culto una vez de llegar. Me alegré al saber que dos abogados habían sido convertidos, uno de ellos directamente como resultado de nuestra visita anterior y el otro indirectamente. Nos reunimos en un salón que era propiedad de estos jóvenes. Fue necesario no atraer atención, porque no se permitían reuniones de carácter religioso. Fuimos doce en número y hubo mucho interés para oír y preguntar. Cerramos la reunión con corazones contentos, esperando reunirnos de nuevo la noche siguiente, pero, ¡ay! uno de los varones lo contó a su madre, ella al sacerdote, y el sacerdote al arzobispo (el que anteriormente era el Gobernador eclesiástico), y todo esto en menos de doce horas del cierre del culto.

La situación distaba mucho de ser cómoda para nuestros dos hermanos jóvenes, quienes eran de buenas familias, pero no les quedó otra opción de la de seguir viniendo a nuestro cuarto en el tambo para más reuniones. Estábamos obligados a marcharnos dentro de pocos días debido a cierta obra que nos ocupaba en Argentina. ¡Con qué afecto nos despidieron al salir para sus casas! Reconocían el peligro de ser aprehendidos, pero estaban resueltos a proseguir cautelosamente para el Señor. Hoy día, ambos están en cargos públicos lejos de Sucre.

Cuando ya estábamos en camino, el arzobispo anunció que él nos había obligado a abandonar el país, y prometió que no se permitiría a otros protestantes quedarse allí. Pero en marzo 1900 llegamos a Sucre de nuevo, esta vez con la intención de quedarnos hasta que la cuestión de nuestro permiso fuera resuelta por los Tribunales.

 

Capítulo 9
Sucre en 1900

Una de nuestras primeras visitas fue al Tribunal donde se habían confiscado nuestros libros en 1895. Encontré la caja en un rincón de la oficina después de un lapso de cinco años. Había estallido revoluciones, presidentes habían cambiado, jueces habían venido e ido, pero la caja estaba en el rincón todavía. Sin embargo, al examinar su contenido, encontré que se quedaban solamente unos pocos libros. Se habían regado ejemplares de mis Biblias en todas las oficinas públicas, y yo solamente podía sentir que se había permitido que la semilla fuera llevada a los jueces, abogados y escribanos.

Tan pronto que fuera posible, una vez contratada una casa, invitamos a unos pocos amigos en Sucre a venir y oír algo del Evangelio, y también repartimos tratados, Evangelios, etc. en las casas. Dentro de poco fuimos atacados por nuestro viejo amigo el arzobispo, Taborga, y el 30 de mayo de 1900 fui arrestado y llevado a los Tribunales. Conforme con el sistema de procedimiento legal en estos países, fui examinado por el Juez como un testigo en contra de mí mismo. Él tenía unos pocos tratados y preguntó si yo los había repartido, y con esto pude añadir otros a los que ya tenía, sintiendo que era una oportunidad para poner el sencillo Evangelio delante de él. Nuestros encuentros habían seguido la letra de la ley, siendo realizados en nuestro lugar provisto y todos los presentes allí invitados como amigos de la familia.

Pronto me fue concedida la libertad de vivir en mi propia casa, y después de varias semanas el Juez mandó a decir que el caso había sido decidido a mi favor. Indignado, el arzobispo atacó al Juez por haber sentenciado así en vez de condenarme a la muerte o por lo menos al destierro.

Algunos entre el pueblo simple y religioso de Sucre me instaron a visitar al arzobispo y explicar qué estaba haciendo. Me aseguraron que sin duda él dejaría de perseguirme si entendiera que nuestros libros y enseñanzas eran tan buenos. Visité su casa y fui admitido a su despacho, acompañado de un español. Tan pronto que supo quiénes éramos, su enojo no admitió límite. Amenazó con botarnos de la casa, y cuando lo invité a mostrar en qué mis libros eran falsos, él dijo que su única intención era exigir la aplicación de un artículo de una ley vieja que me leyó, ya que su tenor era que cualquiera que propagara una religión aparte del Romanismo debía sufrir la pena de muerte.

Él apeló a los Tribunales Superiores, y después de un intervalo largo se decidió de nuevo a mi favor, pero bajo la condición que, al presentarse la posibilidad de un juicio acerca de nuestra literatura, se convocaría un jurado y se realizaría un foro público. Esto, por supuesto, es lo que hubiéramos deseado, porque la publicidad es siempre el amigo de la verdad, pero creo que el arzobispo nunca contemplaría un procedimiento como este.

Mientras tanto, me era permitida plena libertad, y yo visité muchos pueblos al sureste y este. La apelación de Taborga a la Corte Suprema tampoco fue exitosa y él tuvo que pagar la costa por todos los quince meses de demandas.

Esta disputa legal tuvo el efecto de despertar un interés significativo a lo ancho del país, y cuando el asunto fue resuelto favorablemente, recibimos mensajes de felicitación de grupos de jóvenes en varios pueblos. Muchos de ellos sufrían persecución por haber expresado opiniones liberales.

Generalmente hay una disposición de oír el Evangelio entre los varones jóvenes. Habiendo leído un poco, ellos están mejor instruidos que las mujeres y desde tiempo atrás han perdido toda fe en la religión de Roma, mientras que casi sin excepción las mujeres son hijas devotas de la Iglesia, subyugadas a sus confesores, quienes están entre las sacerotes más bajos y corruptos que pueden existir. Aun cuando las mujeres puedan interesarse de entrada por las buenas nuevas, una vez que se hayan confesado, se alejan horrorizadas de aquellos que, según les dice su sacerdote, buscan la ruina de su cuerpo y alma.

Conocía a cierta muchacha costurera − una joven buena y virtuosa que al ser posible la pasaba en la iglesia, orando y llorando por sus pecados − que escuchó la lectura del Nuevo Testamento y dijo después, con lágrimas de gozo en el rostro, al deletrear una y otra palabra: “Debo tener uno de esos libros que contienen tantas bellas y consoladoras palabras habladas por el Señor mismo, pero debo preguntarle a mi confesor primeramente”. Ay, después de consultar con él, ella veía con temor la mujer cristiana que procuraba llevar su corazón ansioso al conocimiento de Jesús.

Cerca del final de estos meses de instancias judiciales, parece que los sacerdotes sentían que podían perder terreno. Comenzaron a amenazar con violencia. La pobre dueña de nuestra casa vino un día para decirnos que indígenas iban a atacar. Llamé al Gobernador y él prometió toda la protección necesaria. Dijo que debíamos tener presente que nos exponíamos a mucho peligro al hacer cualquier cosa contraria a la voluntad de los sacerdotes. Sin embargo, envió un oficio al arzobispo, señalando la necesidad de mantener sus sacerdotes en sujeción, y participando que él sería considerado responsable de cualquier incidente que se presentara. Las cosas se aquietaron.

Fue más o menos en aquellos días que viajé extensamente en el valle de Cinti, de donde se exporta mucho vino, y después de esto seguimos a Jujuy para despedirnos de la hija mayor, quien fue a Inglaterra para su educación.

Al llegar de nuevo a Sucre, habiendo viajado a mulo 2500 kilómetros en seis semanas, supe que la señora de Payne estaba gravemente enferma con otro ataque de bronquitis. No había sido posible comunicarse conmigo, y su aislamiento la pesaba mucho. Lentamente y con gran cuidado ella recuperó fuerza, y parecía ser la mente del Señor que dejáramos Sucre.

Con esto por delante, procuramos deshacernos de las cosas que habíamos acumulado, pero la gente temía mucho venir a la casa para verlas, porque los sacerdotes les habían dicho  que “el diablo vive allí”. Sin embargo, por fin vendimos todo y buscamos animales u otro medio de viajar. Un coche llegó de Argentina y procuramos contratarlo, pero el dueño pedía ₤ 80 por el viaje.

Finalmente decidimos ir a Challapata, un pueblo en la línea ferroviaria, a la costa del Pacífico y de allí a Oruro. El camino largo a Challapata estaba en muy mala condición debido a las lluvias. Varios habían sido arrastrados por los ríos y perecieron en los días antes de nuestro viaje.

Durante aquellos días en Sucre, cuando caminando por las calles, recibí prueba del cuidado del Señor sobre nosotros. Un hombre en el empleo del arzobispo procuró inducir al cholado atacarme, clamando a viva voz a “linchar este hombre” que había perturbado la paz del país. Me siguió por un trecho y atrajo un gentío, pero la policía lo arrestó cuando procuraba golpearme.

Dos años antes la gente se hubiera unido en nuestra contra, pero a estas alturas muchos tenían los ojos abiertos a las maquinaciones de Roma, y aun cuando no estaban dispuestos a seguir a Cristo y renunciar sus pecados, ellos estaban perdiendo rápidamente su confianza en Roma.

Debo mencionar aquí la costumbre que uno encuentra en Bolivia de comprar y vender niños. Hubo el caso de tres niñas compradas a ₤ 2 cada una y guardadas por su dueño hasta cumplir los 21 años. Fueron obligadas a trabajar en la casa a cambio de alimentos y ropa. Si caen en las manos de un amo o ama benigno, pueden pasarla bien, y en unos pocos casos ser enseñados a leer y escribir. Si, en cambio, encuentran un dueño cruel, no hay nada para impedir que sufran al estilo de los esclavos de otros tiempos.

Estos niños son vendidos por sus padres cuando tiernos y en algunos casos nunca conocen a su padre o madre. Muchas veces hemos visto la sangre chorrear de la cabeza de una niña de estas, producto de un latigazo severo por no moverse a tiempo.

 

Capítulo 10
De Sucre a Potosí

 

Al oeste de Sucre viajamos unos 150 kilómetros a Potosí y encontramos en el camino a muy pocos de habla española. Las postas eran por demás sucias y abundaban las vinchucas, un insecto de más o menos el tamaño de una cucaracha. Quizás la posta de Quebrada Honda tenga más de estos bichos que cualquier otra en Bolivia. Tan pronto que se apague la luz, ellas salen de las paredes o caen del techo sobre la cama. Se colocan en las almohadas, extienden una pequeña antena, ¡y chupan la sangre de su víctima!

Es fácil tratar con el indígena de estos distritos en su propio idioma, aun hablado inadecuadamente. Acostumbrado a recibir palabras ásperas y golpes del boliviano de la clase superior, él es presto a reconocer una cortesía. Para el viajero que intenta transitar sin un conocimiento del idioma quechua, es nada. [sic]

En varias granjas en este distrito tuvimos la oportunidad de observar las costumbres entre estos agricultores indígenas. Una granja está en pie o cae según el número de indígenas residentes, y no se puede decir que son esclavos. En muchos casos deben el dinero que les fue adelantado por el dueño  para permitir comprar animales, semillas, etc., pero si esto ha sido cancelado, están en libertad de ir a otra parte. Su gran amor por el hogar impide que vaguen; ellos resuelven marcharse solamente al ser tratados muy mal.

Una y otra vez los hombres de Oruro han ofrecido traerme indígenas de otras granjas, por una pequeña suma por cabeza, y establecerlos en la granja de mi elección, cobrando por esto una vez que el indígena haya construido su casa y comenzado a arar. El indígena del campo es tal vez el más contento de su clase en Bolivia. El dueño interfiere poco, ya que vive en un pueblo grande y visita tan sólo en la siembra para asegurarse de que el indígena cumpla con su “obligación”, y en la cosecha, para recibir lo que le corresponde. La obligación del indígena es de arar, sembrar la semilla que el dueño aporte, cosechar y entregar la cebada y las papas de una cierta parte del terreno, según sea el tamaño de la granja. Como promedio cada indígena cultiva dos hectáreas y medio por cuenta del dueño.

Un pongo cocina y presta servicios generales por quizás un mes, regresando a la granja al final de este período, y otro toma su lugar. El indígena también cuida las ovejas del dueño, y a cambio de permiso para pastar su propio rebaño, él debe entregar una oveja por año a su amo. Por haber cumplido con esta obligación, ara y siembra cuanta tierra pueda para su propio uso, y el dueño debe remunerar cualquier servicio adicional que él requiera.

Prevalece la costumbre de darle alcohol al indígena en todos los días festivos, en la doma de los animales, al comienzo de la siembra, etc. Si no se lo hace, el indígena simplemente no trabaja; ¡me acuerdo de uno que con toda seriedad nos dijo que nunca se había sabido de un becerro que arara sin alcohol! La costumbre es recibir la cuota de alcohol, esparcir un poco sobre el rabo del becerro y sobre el yugo, y también en los cuatro rincones de la granja, consumir el resto y comenzar a arar. Se repite un rito similar en la siembra y la cosecha. Todo evento es una razón para emborracharse.

Los indígenas no viven en casas de campo como nosotros entendemos la expresión, Se agrupan en viviendas en pueblitos, y cuando su número alcanza a doscientos, un sacerdote viene entre ellos y construye una iglesia con su aguja. Un mismo sacerdote atiende a posiblemente seis o siete de estos pueblitos e iglesias, su visita principal siendo la de la fiesta especial de los indígenas. Este párroco recibe un salario del Gobierno. También, en cada fiesta especial los indígenas traen su ofrenda de vino o maíz de los valles, y ovejas, cebada, papas, etc. de las laderas. El sacerdote no celebra misa hasta que se haya traído toda la ofrenda.

La superficie accidentada y pedregosa dificulta grandemente la labor del agricultor. Para cultivar los lugares inaccesibles a los animales, el indígena obtiene la ayuda voluntaria de dos compañeros suyos, quienes se acoplan al arado.

Los implementos agrícolas del indígena son muy crudos. Su arado es la rama rústica de un árbol con una punta de hierro: desde luego, hace poco más que rasguñar el suelo. La pala es un pedazo de material similar, ovalado, tornado y quemado, de casi un metro.

No se puede arar antes de la temporada de lluvia. Se guarda para la irrigación toda gota de agua posible, y pequeños acueductos transportan el líquido desde la ribera del río con no poca ingenuidad y labor. Se cavan túneles en los precipicios para vencer las dificultades de los cerros.

Cuando un indígena siembra, cosecha, etc., toda la comunidad lo ayuda, de manera que al viajar por los campos en estas ocasiones, uno ve hasta centenares de indígenas trabajando juntos. Esto presenta una oportunidad espléndida para que predique el Evangelio uno que domina su idioma. Ellos nunca permiten que uno pase cerca de sus campos en estas ocasiones sin que algunos de entre su número salgan y ofrezcan un trago de chicha. Me parece que este tipo de labor itinerante ofrece una buena manera de evangelizar a los indígenas mientras estén en su condición actual de subyugación a los sacerdotes.

Pastorear las ovejas es una tarea que corresponde generalmente a las mujeres y los niños. Viajando por el camino o cuando quiera que tenga las manos libres de otro trabajo, la mujer indígena se ocupa en hilar lana tomada de sus ovejas y llamas, y en cada casa se ve un marco pequeño usado en tejar ropa y cobijas. Su gusto es por colores brillantes y con este fin tiñe su lana.

Al acercarse a las casas de los indígenas de esta clase, uno encuentra una mezcolanza de gallinas, perros, cochinos, asnos y de vez en cuando mulos. Muy pocas casas tienen ventanas. El interior de la pieza es oscuro, pero cuando los ojos se acostumbran lentamente, el visitante discierne varios artículos suspendidos en las paredes y guardados en los rincones. Aquí hay cobijas recién tejadas; allí la fruta de la cosecha del año pasado; en otra parte una vasija de chicha en fermentación desde la última fiesta. Ellos se cuidan de trancar la puerta al salir, y para este fin tienen una cerradura de madera que evidencia mucha ingenuidad mecánica. La llave es un taco de madera de siete a quince centímetros, con una serie de nichos que corresponden a las clavijas de la cerradura. Sin la llave, es imposible abrir la puerta.

Es muy difícil convencer al indígena a matar uno de sus animales para alimento, y él come carne de llama solamente cuando una muera. Llora al ver sus animales sacrificados.

Recientemente un muletero encontró un tesoro sustancial en Bartola. El indígena, siendo cuidadoso del dinero, hará casi cualquier cosa para no gastar cinco peniques, y él entierra la plata que obtiene a cambio de cultivar la tierra. Por esta razón todo el mundo están pendientes de encontrar uno de estos alijos y muchos son las anécdotas de luces apareciendo sobre el lugar donde la plata estaba enterrada. En años recientes el gobierno ha puesto en circulación una cantidad de níquel, y ahora esto también tiene que ser convertido en polvo.

Es frecuente que un indígena no informe a la familia dónde ha enterrado sus ahorros, y se pierdan.

Potosí es un lugar de mucho interés y yace al pie de una famosa montaña de ese mismo nombre. Hay más de cuatro mil entradas a la mina, algunas de ellas a 5000 metros sobre el nivel del mar. Se dice que ha producido más plata que todas las otras minas del mundo. De 1545 hasta 1805 la producción reconocida fue de un valor de 1,1 billones de dólares bolivianos y de 2 billones si se incluye lo que fue robado. Esto sería aproximadamente ₤ 14 millones en dinero de hoy.

Se dice que fue una mujer llamada Diega Hualca quien descubrió plata en esta montaña. Buscando sus chivos donde quiera, se resbaló, y para sostenerse se asió de un arbusto. El peso de la mujer lo desarraigó con una masa de metal que era casi pura plata. Se dice que en una época la producción era de hasta ₤ 2 mil por día. Todavía hay grandes depósitos de plata, pero la actividad es mínima debido al precio deprimido del metal.

La Casa de la Moneda está situada en Potosí. Por años ha estado bajo la supervisión del señor Robson, un ingeniero inglés. El edificio ocupa 20 mil metros cuadrados y evidencia la obra sobresaliente realizada por los españoles de antaño. Después de un lapso de más o menos tres siglos el edificio está en pie todavía sin signos de deterioro. Las vigas del techo, algunas de ellas de 41 centímetros cuadrados y 5 a 6,5 metros de largo, son de cedro y, gracias a la atmósfera seca, parecen recién talladas. Esta madera habrá sido transportada unos novecientos kilómetros a través de montañas altas y ríos profundos, al lado de precipicios hondos, y muchos indígenas habrán pagado la obra con sus vidas, pero su número no fue registrado.

El suministro de agua viene de lagos pequeños en la meseta detrás del cerro. En el vecindario inmediato hay muy poca vegetación, y a una altitud tan elevada − casi la del pico de Mont Blanc − uno sufre de la atmósfera enrarecida.

Los mercados públicos de Potosí y de Sucre venden una variedad de frutas. También, los indígenas traen papas, verduras, leña, etc. de los valles en derredor. Los puestos en estos mercados ofrecen ropa, botas, azúcar de Santa Cruz, hoja de coca, café del valle de Yungas, carne, etc. Las mujeres se agachan frente de sus puestos, muestras de mercancía esparcidas en la tierra, y es casi imposible lograr que se paren, pero permiten al comprador examinar el artículo que le interesa.

 

Capítulo 11
De Potosí a Oruro

 

Otro camino de Sucre al oeste es más directo para llegar al ferrocarril y desembarcar en el camino de Potosí. En él hay un buen ejemplo de la labor realizada por los incas antes de la llegada de los españoles. En el segundo día de nuestro viaje pasamos por este famoso camino inca, que está pavimentado de grandes piedras en las partes más empeñadas. El carácter de dos de los cerros se puede adivinar por sus nombres: El Infernillo y El Purgatorio.

Estos caminos despertaron la admiración de los primeros conquistadores, quienes nunca habían visto cosa parecida en Europa. Uno de los más largos atravesaba montañas por una distancia de 2500 kilómetros. Era de tres metros de ancho, nivelado y pavimentado. Se partieron y nivelaron rocas; se llenaron barrancos; se conquistaron grandes ríos con puentes de cuerdas. Un poco más adelante pasamos cerca de Colquechaca, donde hay otra mina notable y donde miles de hombres encuentran empleo.

El pueblo está entregado a la borrachera. Los varones laboran veinticuatro horas en la mina y están fuera por veinticuatro, un sistema diseñado para contrarrestar el robo, ya que se revisa cada obrero que sale. Con todo, se pierde mucho.

En ninguna otra parte del mundo se han encontrado depósitos comparables de rosicler, que contiene aproximadamente 95% de plata pura y sangra cuando se aplica humedad. Hay varias fundiciones que procesan plata robada. Es imposible procurar otra localmente, ya que la producción de las minas es adquirida por compradores grandes y exportada.

La religión es una excusa para fiestas en estos campamentos mineros. El tiempo promedio de trabajo es de cuatro días por semana, y los otros tres se pasan en festividades. Una fiesta sigue tras otra a lo largo del año, y en cualquier ocasión usted encuentra la gente preparándose para una fiesta el día siguiente. Es difícil para un extranjero ver dónde la religión entra en estas fiestas, en lo externo por lo menos.

Pasé los primeros meses de cierto año en Colquechaca y tuve la oportunidad de ver el pueblo celebrando varias misas chicas para el Niño Jesús. Estas ocupan el tiempo entre Navidad y Carnaval. Toda persona que posee una imagen de Cristo como niño debería proveer una fiesta en este lapso. Se adora la imagen de perlas y flores, llevándola a la iglesia delante de los muchos vecinos. Se celebra misa y la imagen vuelve a la casa en medio de mucho regocijo. El envase de chicha está lleno, se ha comprado el alcohol de 40°, y puede comenzar la escena de borrachera y libertinaje, difícil de describir.

Mientras pueden estar de pie, bailan y cantan, y cuando las cosas se complican, cubren la Virgen para que ella no vea todo lo que sucede. Todo el mundo está bienvenido; ¡y el que rehúsa un trago es visto como enemigo del Niño Jesús! En cada pueblito hay muchas figuras que representan a Cristo, así que en estas cinco o siete semanas hay oportunidad para por lo menos una docena de estas fiestas chicas a lo largo de cada día.

El 31 de enero y el 1 de febrero, en todas las iglesias hay preparativos para la fiesta de la Candelaria el 2 de febrero. Recuerdo haber asistido a uno de estos eventos, cuando el sacerdote se puso lírico hablando de la virtud asociada con participar en esta fiesta. Se enseña a la gente que en este día los niños que murieron sin el bautismo están en Limbo y pueden recibir un poco de luz. Es la fiesta de las madres, y este sacerdote insistió que los pobres debían asistir a las iglesias con sus velas. “No sean meros palos; vengan y traigan sus velas, y piensen en sus pobres hijos difuntos que esperan sus velas para recibir luz. Prueben su fe por obras y traigan sus velas”.

Sus palabras tuvieron el efecto deseado y el día siguiente vio un gentío llegar con su ofrenda de velas para la Virgen de la Candelaria. Las había de 15 centímetros, de 1,8 metros y de toda medida intermedia. La venta de esta cera santa es un negoción para el sacerdote.

Despidiéndonos de Colquechaca, encontramos a varios indígenas que llevaban un cadáver. Ya habían caminado una buena distancia y estaban llevando el difunto a su lugar de nacimiento para la sepultura. Fue patético verlos con esa carga. El cuerpo estaba completamente envuelto y tieso. Iba balanceado sobre las cabezas de dos o tres portadores, sus compañeros corriendo a cada lado hasta tomar cada uno su turno.

Rara vez las familias indígenas son numerosas y la tasa de mortalidad infantil es alta, porque en las fiestas  se hace caso omiso de los chicos. Como es el caso siempre, cuando está ausente el amor de Cristo, la vida humana vale poco, y es enorme la mortalidad entre niños menores de dos años, consecuencia del sucio, descuido y mal trato.

Aparentemente nadie se entristece al morir un bebé. Aun la madre baila y bebe al lado de la urna, sin ningún signo de sentimiento. A veces se consigna el cuerpo a otras y los vecinos compran tragos para cada uno en la casa donde reposa el cadáver, porque poseer el cuerpo muerto es rentable para el vendedor de alcohol. Rara vez la guagua viva está separada de la madre, ya que está envuelta en una manta y llevada sobre la espalda.

Otra razón por las familias reducidas es que los hijos se casan cuando jóvenes y forman sus propios hogares. Las hijas se casan a los 12 o 13 años.

En esta parte del país es común encontrar indígenas arreando sus llamas, ya que hay mucho comercio de la costa a Sucre. Estas llamas son de 1,2 metros de alto, cargan 45 kilos y viajan unos 22 kilómetros por día. La maleza al lado del camino las basta de comida. El indígena cuida su llama en estos viajes, y no es nada inusual que él mismo lleve una carga pesada todo el día para no sobrecargar a un animal débil. Lo hace también con su asno o mulo, y nunca se le ocurre montarse como pasajero. La mayoría llevan un instrumento musical consigo.

Al indígena le gusta la música, y él posee varios instrumentos musicales. Quizás uno de ellos habrá sido fabricado de la concha de un animal de la familia de los armadillos, con la membrana tensada, y otro sería una flauta larga, o algo hecho de ocho cañas. Cuando hay un grupo junto, su música instrumental está acompañada de un tambor, y mejor se puede imaginarse el resultado que describirlo. ¡Quién sabe si el lector cuestionaría ese término “música” para los ruidos que oye! Ellos nunca se cansan de tocar y cantar, ¡y se sorprenden si uno les pide desistir!

Antes de ausentarme de Colquechaca, fui a ver una pequeña capilla en la ladera que estaba atrayendo mucha atención. Era construida en torno de una roca sobre la cual se decía distinguir una figura de Cristo cuando vino milagrosamente cierta noche. Cuando fuimos a verla, varios ornamentos estaban colgados sobre la roca. Se había fijado una corona sobre la cabeza y gastado una buena cantidad de pintura para representar el cabello, etc. El artista trazó un diseño original, porque el rostro no tenía parecido a ninguna figura de Cristo que yo había visto en América del Sur. En una iglesia que visité, encontré a un Cristo negro y la Virgen, porque algunos trigueños creen que Él ha debido ser un negro.

Uno puede viajar por tren los últimos noventa kilómetros de Sucre a Oruro. Es un cambio grato después de muchos kilómetros agotadores de tumbos por mulo, y nuestros corazones se alegraron cuando salimos del valle a la llanura en derredor del Lago Poopó, por donde pasa la línea del ferrocarril. El tren había salido de la costa de Chile tres días antes, ascendiendo en secciones los pendientes más acentuados cerca del Océano Pacífico. Los pasajeros tienen que apearse al atardecer y abordar al amanecer. La trocha es de 75 centímetros y las locomotoras son norteamericanas con calderas grandes colocadas muy en el aire. Se han volcado a veces, pero poco en años recientes.

El pasaje y flete de Antofagasta a Oruro, una distancia de 1000 kilómetros, es muy costoso, y los precios de los bienes lo refleja. Es de esperar que sea rebajado cuando se encargue de la línea la empresa británica que la arrendó a la Huanchacha Mining Company.

 

 

Capítulo 12
Oruro

 

Oruro, 3800 metros sobre el nivel del mar, está situada al pie de un grupo de cerros en los cuales se ha encontrado una gran cantidad de plata. Hay solamente dos árboles en la plaza, un sauce y un eucalipto, y se los cubren cuidadosamente cada noche.

En un tiempo la población era de 160 mil pero ahora es de 16 mil. El clima es agotador y en la mayor parte del año los vientos son feroces. Oruro es el término del ferrocarril y está en contacto constante con el mundo afuera; por esto su gente es más liberal que la de muchos pueblos bolivianos.

Nos recibieron los obreros de la Canadian Baptist Mission, quienes han establecido escuelas y aprovechado oportunidades para propagar el evangelio. El pionero entre ellos, Archibald Reekie, vino a Bolivia en 1896. La Misión tiene obreros en Cochabamba y La Paz también. Estos misioneros, habiendo aprendido el idioma y ganado la confianza del pueblo, desean librarse de la responsabilidad de las escuelas y ocuparse enteramente en visitas y predicación. Esperan que docentes lleguen pronto para sustituirlos.

Maximiliano Rohrsetzer había sido enviado por la British and Foreign Bible Society y llegó a Oruro un poco antes de nosotros. Celebramos cultos juntos en la escuela de los Bautistas, hasta que resultó ser inadecuada para el número de personas que querían asistir. El único salón disponible también era pequeño para las reuniones, de manera que fabricamos una tienda para doscientas personas y por seis semanas estaba llena de gente atenta y ordenada. Algunos profesaron recibir bendición y nos estábamos regocijando en una perspectiva gloriosa para este pobre pueblo cuando el Inicuo hizo lo suyo y tuvimos que terminar los cultos.

Alguien intentó prender fuego al establo detrás de la casa que era nuestra residencia, cerca de la tienda. Sin embargo, las llamas fueron apagadas antes de llegar a la casa. Los dueños se alarmaron y nos pidieron desocupar la propiedad. Resultó imposible encontrar otro sitio idóneo para la tienda, pero nos permitieron quedarnos hasta poder vivir en otra parte.

Con esto, los hermanos bautistas comenzaron a construir y en poco tiempo disponían de un salón adecuado para nuestras reuniones. Hoy día se predica en él sobre una base continua y el señor Reekie está viendo bendición.

Vivimos varios episodios aquí. Un día fui atacado por varios cholos cuando salí a visitar, pero logré pasar por en medio. El día siguiente, cuando Don Max estaba vendiendo Biblias, la misma gente se presentó y procuró obligarlo a rezar un credo. Él se aprovechó de la oportunidad para predicar el Evangelio y pronto ellos querían apedrearlo, pero la policía llegó y llevó a varios de los que querían fomentar problemas. Max fue detenido por unas horas para protegerse de la turba, algunos de ellos portando hierros calientes para aplicárselos.

Los sacerdotes circularon las mentiras de rigor acerca de nosotros: que guardamos una figura de Cristo en la Cruz y cada noche escupimos sobre ella y la golpeamos, y también que abusamos la imagen de la Virgen. La pobre gente ignorante cree todo esto y fácilmente es provocada a hacer cualquier maldad, pero el Señor nos dio una entrada a varios entre ellos, y casi todos aquellos que oyeron el mensaje se hicieron amigos nuestros. Sin embargo, no aceptaron a Cristo como su Salvador porque el amor del pecado era demasiado fuerte en ellos. Creo no haber encontrado más impiedad de lo que nos rodeó allí, ¡y los sacerdotes estaban a la cabeza de la lista!

El Gobernador de Oruro era estricto, aun ante el clero. Durante las fiestas de Semana Santa los sacerdotes recibieron una orden especial a predicar contra los Protestantes, pero el único efecto que observamos fue una mayor concurrencia a las reuniones. Jueves y viernes de esa semana supuestamente santa era cuando se ponía la imagen de Cristo en una urna y la llevaban por las calles. Dios estaba muerto, enseñaban los sacerdotes, y por lo tanto era ocasión para robos. Alguien intentó hacerlo con nosotros pero llevó solamente unos cincuenta dólares de material de construcción.

El clima resultó un tanto difícil de soportar, de manera que nos veíamos obligados a buscar un lugar de menos altitud. Decidimos ir a Cochabamba, pero antes de hacerlo supimos de casos de mucho interés, especialmente entre las mujeres. La gente circula constantemente conforme sea, por ejemplo, la oportunidad de trabajar en las minas. Cuando oyen un poco de la verdad, la llevan consigo. Un hombre y su esposa llegaron aquí tiempo atrás y ambos habían encontrado la paz por la sola lectura de un Testamento que le fue dado a ella seis años antes.

El hombre comenzó a predicar de una vez en las minas donde vivía, pero fue tan perseguido por un inglés que se marchó a un pueblito a varios kilómetros distante. Estando ellos allí, Don Max pasó, vendiendo Biblias, y le habló a Antonio − porque así se llamaba − de los cultos en Oruro. Dijo la esposa: “Basta. Iremos a oír el Evangelio”.

Se enfermó al llegar y fue hospitalizada. Las monjas le dijeron que debía confesarse. “No”, dijo ella, “eso es cosa voluntaria”. “¡Oh! pero es Padre X”. “No”, dijo nuestra hermana, “tengo un solo Padre en el cielo”. “¿Entonces prenderá una vela a un santo?” “Pero la luz brilla en mi corazón, y los santos no necesitamos velas”. Desde ese día, nos informan, las monjas conspiraron para negarla comida. Su esposo la llevó de allí, casi un esqueleto.

¡Así son los hospitales bolivianos! Sentimos lástima por cualquiera que tiene la desgracia de caer en las manos de estas criaturas, quienes parecen no haber gustado nunca del amor divino o humano. Aquella mujer falleció en la casa del señor Reekie, dando buen testimonio hasta el final. Su himno favorito era, ¡Oh, a pensar en el hogar allá!

Por cuanto el único matrimonio legal aquí es aquel efectuado por la Iglesia, algunos de los que asistían a las reuniones pensaron en ir a Chile para casarse por civil. Querían ser, dijeron, “Cristianos de un todo”. Pero el viaje a Antofagasta es de tres días, y costoso. Muchos de los pobres no pueden valerse de esta opción, comoquiera sea su deseo de hacer lo correcto.

La minería ocupa la atención de casi todo el mundo en Oruro y provee una oportunidad para los indígenas. Los obreros mineros no son un segmento especial del gran pueblo quechua, sino, por regla general, un indígena que alguna vez ha trabajado en una mina nunca se conformará con otra forma de trabajo.

La opresión de los indígenas por sus conquistadores resultó principalmente de la necesidad de obreros en las minas. Por esto, millones murieron por mal trato y los indígenas respondieron con no informar a sus amos de dónde estaban los yacimientos más ricos, y aun hasta el día de hoy se cree generalmente en Bolivia que no se sabe dónde están todas las minas que los indígenas han explotado. Sin duda hay muchos de estos nativos en Bolivia que explotan minas y lavan grava por su propia cuenta. He sabido de cierto indígena llevando a Tupiza, después de una ausencia breve, oro de un valor de quizás ₤ 50 que él y su hijo habían extraído.

En el caso del castaño y otros minerales, ellos suelen venderlos a una empresa, porque no pueden procesar el metal por sí mismos. Desde luego, sus técnicas son muy primitivas y aun estos tiempos, donde ningún extranjero dirige la operación, las minas parecen más a madrigueras de conejos que a otra cosa. En todas las minas la mayoría de los varones y de las mujeres son indígenas pero cholos están a cargo de las cuadrillas. El indígena trabaja duro y no hace caso del peligro de las rocas que caen y las explosiones de dinamita. Por esto muchos se matan cada año.

Los indígenas llevan el metal a la superficie, o a los vagones en el caso de las minas propiedad de extranjeros, donde habrá un ferrocarril. Cada indígena lleva casi setenta kilos de mineral en una bolsa de cuero, pero en algunos lugares se proveen carretillas.

Hay tres paradas en cada día laboral, para permitir al indígena reponer la coca que él guarda en la boca. Se la nota en su mejilla. Para uno no acostumbrado a ver la rutina, es impresionante ver uno de estos hombres  salir de la mina, lamparilla en mano y doblado bajo esa pesada carga, sus dientes verdes por haber masticar la hoja verde que tiene en la boca. Las mujeres se sienten a la boca de la mina, partiendo la roca y clasificando el metal. Por lo general los obreros viven en chozas construidas cerca de la mina. Obtienen todos sus comestibles de la pulpería que es propiedad del dueño de la mina, y pagan caro por ellas. Por esto le queda poco en efectivo al trabajador cuando recibe su sueldo al final de la quincena.

Los mineros, como se ha mencionado, son muy dados al alcohol. Cada día festivo, y especialmente la de Carnaval, es ocasión para emborracharse. En estos eventos el minero lleva a la casa del dueño un regalo del mejor metal que puede encontrar, habiéndolo guardado en la mina por quizás un mes, puestas aparte las mejores piezas que se presentaban. Los indígenas, aportes en mano, llegan a la casa del dueño en procesión tocando instrumentos musicales.

Cada varón, mujer y niño recibe una tinca. Una tinca, en este caso, consiste en un pañuelo de colores brillantes, dulces y una botella de bebida fuerte. Ellos bailan y beben por unas horas y luego proceden al pueblito para continuar en lo mismo. Es imposible lograr que trabajen por diez días después de esto. Más de un propietario de mina, deseando el bienestar de los indígenas, me ha dicho cómo quería romper la costumbre, pero el indígena rehúsa resueltamente a trabajar por un hombre que no provee la tinca. Auque se le ofrezca cualquier suma de dinero, cinco veces el valor del alcohol, él lo rechaza, creyendo que no habrá buena suerte para él ni para la mina si se abandona la costumbre.

Toda mina de un tamaño regular en el país tiene una imagen de un santo o de la Virgen, pintada y preparada especialmente y adornada de pelo renovado y ropa limpia previa a Carnaval.

Los mineros están libres de los sacerdotes y consideran que es cosa desafortunada que un sacerdote entre en la mina. Por cierto, he oído varias veces de mineros que rehúsan trabajar si un religioso visita el sitio. Los campamentos mineros, como en todas partes, parecen ser centros de iniquidad, y la mayor inmoralidad abunda entre los mestizos y los extranjeros. Una mujer mestiza niega casarse con un blanco, afirmando que en estos casos el blanco siempre muere.

A la vez, aun en las minas, el indígena se destaca como ejemplo de las buenas morales, es decir en comparación con otras gentes del país. Un caballero, ocupado en la minería, me contó un caso que servirá para ilustrar cuán severamente el indígena castiga la inmoralidad.

Un indígena en su empleo, que tenía un poco de instrucción, fue puesto en una posición de supervisión. Uno de los portadores, que poseía llamas, salió de viaje y en su ausencia el capataz visitó a la esposa de éste con malas intenciones. Inmediatamente que el portador había regresado, hizo saber esto al resto de los indígenas y ellos no tardaron en realizar una especie de juicio, resolviendo castigar al culpable. Mi amigo llegó a saberlo y buscó a dos o tres más; salió para la mina a caballo con toda prisa. Al llegar, supo que el sujeto había sido muerto y cortado en pedazos.

Los indígenas son muy fieles en su trato de cualquier cosa que sea encomendada a su custodia. Cuando se requiere una suma de dinero para pagar la nómina en una mina, muchas veces se la encomienda a un pobre indígena. El dinero será de plata y dos a tres mil dólares de este metal representa una carga pesada, pero el portador lo montará cuidadosamente sobre su bestia, evitando las vías principales para viajar por trochas poco transitadas, y no descansará hasta haber entregado la encomienda. Una vez llegado a su destino, mientras otros cuentan el dinero que él ha entregado, es capaz de hurtar un lápiz u otro artículo de poco valor que él vea.

Podemos ofrecer unas pocas observaciones generales acerca de los indígenas. El quechua es, como norma, muy fiel a su amo y rara vez demuestra un instinto salvaje. Pero en tiempos tumultuosos, o en las revoluciones, o cuando incitado por los sacerdotes u otros, a veces actúa con la mayor crueldad.

Los indígenas del pueblito de Tarabusco son conocidos como los comecorazones por la manera en que atacaron y destruyeron un regimiento se seiscientos soldados españoles, quienes fueron emboscados en la guerra de Independencia. Ellos chuparon la sangre de los corazones de sus enemigos, creyendo que por este medio participarían del coraje de los españoles. Pero esta clase de represalia de parte de los indígenas ha ocurrido debido a trato severo y cruel recibido a manos de otros.

Los indígenas que viven en los distritos de mayor elevación son todos bajos de estatura y chaparros, con pulmones bien desarrollados en el aire rarificado donde residen y trabajan. La marcha allí es difícil para el extranjero y él se sorprende al ver al indígena con su carga pesada corriendo sin dificultad aparente. Y, las cargas suyas sí son pesadas, porque su capacidad es asombrosa.

Es llamativa la manera cómo él levanta su carga. Se coloca el objeto en el suelo, amarándolo con un mecate. El indígena se siente con la espalda contra el bulto, pasa el mecate por encima de su cabeza, se dobla sobre sus pies, levanta la carga y lentamente él mismo se levanta tambaleando. Un indígena que lleva una carga pesada de esta manera no sería capaz de llevar en la mano una mucho más liviana, o suspendida de su costado. Todos los hombres y las mujeres usan sandalias, pasando la tira de cuero entre el primer y el segundo dedo y fijándola en torno del tabillo. Se las quitan y las llevan en la mano en la lluvia.

 

Capítulo 13
Cochabamba

 

Habíamos pensado frecuentemente en la posibilidad de predicar el Evangelio en Cochabamba, el departamento más norteño de Bolivia. Cuando los médicos aconsejaron que lo más indicado para la señora de Payne fuera salir de Oruro, donde la gran elevación era perjudicial para ella, nos parecía haber llegado la hora para llevar a cabo este deseo.

Un coche grande tirado de seis mulas, acomodando siete pasajeros, sale de Oruro para Cochabamba cada semana en la temporada seca y últimamente hace el viaje en dos días, ya que un camino nuevo ha recortado el tiempo. Cuando nos despedimos de Oruro en 1902, nos quedaron por delante tres días de viaje en ese coche. La primera parte del camino atravesaba las grandes pampas que se extienden frente de Oruro, y mientras nuestras mulas conquistaron esa distancia a una buena velocidad, nos acostumbramos al movimiento del coche, antes de entrar en el camino montañoso, donde comenzaron los botes y tambos sobre las piedras, etc.

A más o menos el mediodía nos paramos para comer; el suramericano llama esto el desayuno. Al levantarse en la mañana él toma café o un té aguado y no come casi nada, de manera que cuando llega las 11 a.m. o el mediodía, él está preparado para una buena comida de carne, sopa y vegetales, seguidos de una fruta o conserva. Repite todo esto a las 6 o las 7. En algunas partes de Chile hay otras pequeñas comidas entre el café y el desayuno, pero la mayoría en América del Sur se conforman con dos comidas por día.

Durante la tarde descendimos unos seiscientos metros. Fue una experiencia conmemorable encontrarnos corriendo abajo en un camino estrecho en las montañas, a veces costeando un precipicio con profundos abismos yaciendo allí abajo, otras veces halados a través de un río; y luego arrastrándonos cuesta arriba por una buena distancia antes de comenzar otro descenso.

Un muchacho viaja con el coche − “la diligencia” − para azotar las mulas cuando el cochero no puede alcanzarlas, y la mayor parte del tiempo él se ocupa en gritar y tirarlas piedras. Cuando comienza el largo descenso él siempre se provee de un suministro de piedras, y sentado al lado del cochero las lanza a las mulas cuando piensa que van a reducir su trote. Al enredarse ellas con el coche, probablemente lo pondrían ruedas arriba.

Los cocheros narran sus experiencias y mantienen a uno en un constante estado de nervios al oír que en este trecho se volteó un coche y un poco más adelante otro fue llevado por la corriente. Cuando se encuentra una tropa de llamas en una parte estrecha del camino, ¡uno piensa que posiblemente se repetirá la desgracia!

Viajando entre pueblo y pueblo, se ven muchos ejemplos de la extrema superstición de los indígenas. En la cumbre de todo cerro hay un montón de piedras, acumuladas gradualmente por la costumbre del indígena de llevar una piedra de la senda del cerro que ha subido y dejarla en la cumbre. Se queda parado por un momento, reza a los espíritus que supuestamente recorren a esta altitud y luego, sacando lo que queda de la hoja de coca en su boca, la lanza sobre la arruma de piedras. El indígena que no hace esto no esperaría buen éxito en su viaje.

Cuando se construye una casa un indígena coloca una pequeña cruz en el techo y suspende de ella un envase de chicha, una moneda de plata y un surtido de baratijas, todo ello para el provecho de los espíritus que, según él cree, recorren la vivienda. El 1 y el 2 de noviembre, cuando la Iglesia de Roma celebra el Día de los Muertos y el Día de los Santos, el indígena del sur de Bolivia y el norte de Argentina sacrifica un cordero y lo reduce a cenizas, suponiendo que de esta manera los espíritus consumen lo que él ha destruido.

Los sacerdotes promocionan toda variedad de superstición, viendo que aumenta sus entradas, y en muchos de los mercados de Bolivia es una cosa común ver a un sacerdote en pie y un indígena hincado delante de él, habiéndolo pagado unos pocos centavos para que el religioso ore por él y le dé su bendición. El pobre indígena, habiendo vendido su mercancía, se acerca, dinero en mano, a uno de los frailes desaseados que abundan, y negocia con él un Ave María o un Padre Nuestro también. Una vez que el Padre haya repetido rápidamente unas palabras en latín, él saca un frasco de agua santa y usa una brocha para esparcir un poco sobre el indígena, quien se levanta creyendo que ha ganado la protección divina.

Los médicos indígenas viajan por el país con un pequeño kit que contiene un surtido de remedios herbales que preparan hábilmente. Estos se componen mayormente de talismanes para proteger contra todos los males que pueden afligir el cuerpo. Una muestra de ellos es una pequeña mano hecha de hueso que incorpora una moneda. Poseerla guarda contra la pobreza. Otros remedios incluyen culebras machucadas para los pulmones, y para ciertas enfermedades de la niñez se recomienda que la criatura sea sepultada hasta el cuello. Es muy difícil persuadir a un médico indígena que le explique a un extranjero la razón por sus fetiches, porque sabe que es presto a burlarse de ellos. En esto, como en todo lo demás, el indígena vive su propia vida.

Es un hecho que después de siglos de dominio español, hay muy pocos indígenas en Bolivia hoy día que pueden o quieren hablar español. Rehúsan de un todo adaptarse al idioma o las costumbres españoles, y hoy son muy parecidos a lo que eran hace cuatrocientos años.

El pueblo quechua está en espera del Evangelio. Roma lo ha impactado muy poco, y al considerar lo que es el romanismo ahora, uno piensa que es el indígena que ha influenciado el romanismo. La religión practicada por los quechuas, según la he visto en las ciudades principales, es una especie de paganismo cristianizado con terminología romana.

Encontramos unos cuantos mulos cargados que venían de Santa Cruz. Habían viajado por ocho días y cargaban café, azúcar, arroz, caucho, etc. Este es un lugar claramente tropical y un buen centro comercial.

Cuando llegamos a Cochabamba nos habíamos adaptado al clima tropical. Aun cuando está a una elevación de 3600 metros, parecía mucho menos en comparación con las grandes altitudes que habíamos conocido y aceptado. Uno entra Cochabamba por un camino al pie de la montaña Tunari, cuya capa de nieve en todo el año aporta a moderar la temperatura y hace de Cochabamba un lugar agradable donde vivir. Aprendí que nuestro coche había viajado aproximadamente cuatrocientos kilómetros y, con los frecuentes cambios de mulas para el coche y el vagón de bagaje, había empleado noventa animales.

El distrito alrededor de Cochabamba es densamente poblado y tiene la mayor población de cualquier departamento en Bolivia. La gente está acostumbrada a viajar a todas partes de América del Sur y por lo tanto es más liberal en sus criterios que la de muchas partes. El señor Charles Mitchell nos recibió, y nos agradó ver a los niños que asisten a su escuela. Él había estado laborando discretamente por cierto tiempo pero no había logrado que muchos se acercaran para oír el Evangelio, y nos habló de su gran anhelo de ver fruto. El señor Rohrsetzer había visitado Cochabamba y logró esparcir una buena cantidad de Biblias cuando las autoridades eclesiásticas procuraron impedir la venta. El Gobernador telegrafió La Paz y recibió órdenes a no estorbar su obra.

Rohrsetzer encontró que muchos jóvenes estaban muy dispuestos de oír el Evangelio, y en una ocasión fue llevado al Convento, invitado por los frailes para conversar con ellos. Pero parece que el resultado fue que fue intimidado tanto por las amenazas de ellos que, aun cuando no era un hombre cobarde, se fue de allí después de unos pocos días.

Cuando llegamos a Cochabamba desde Oruro en 1902, logramos conseguir una casa, y tan pronto que pude mandar a hacer sillas y poner las cosas en orden, invité a unos pocos amigos a venir para oír nuestro mensaje. Reconocíamos que aquí, como en todo pueblo de Bolivia, existía cierto peligro, por cuanto no era de esperar que los sacerdotes aceptaren que su poder e influencia fueran perturbados.

La concurrencia a nuestras reuniones pronto pasó de 150 a 200 personas, pero por supuesto muchos se oponían y la agitación aumentó al punto de ebullición. El Obispo apeló a las autoridades y fue referido a los jueces, quienes le dijeron que la decisión dictada previamente en Sucre sobre esta materia no permitía otra opción sino la de permitir nuestra actividad.

Fue muy interesante saber que el Fiscal se había reunido con el señor Penzotti dieciocho años antes y recibió de él un ejemplar de la Biblia. Aunque no era un hombre convertido, simpatizaba con la predicación del Evangelio y me dijo que, tal fue la influencia del señor Penzotti sobre él, había decidido procurar a ayudar a todos los misioneros protestantes que llegaren al país.

Encontrando imposible recurrir a vías legales, se pronunció la excomunión. Se distribuyó de casa en casa en todo el pueblo un aviso que visitar mi casa era un “pecado reservado”. Al averiguar, supe que este “pecado reservado” podía ser perdonado tan sólo al arrodillarse ante el Obispo. Cualquier acto malo que un hombre cometiera podría ser perdonado al ser confesado al sacerdote: la borrachera, el hurto y aun el homicidio admitían perdón así, pero el crimen de asistir a un culto evangélico y oír la lectura de las Escrituras requería un perdón especial.

Sermones fueron predicados en todas las iglesias, pero esto sirvió solamente para enviar más gente a oír. El Jefe de la Municipalidad me llamó a venir una tarde y me informó que debía cesar. Le dije respetuosamente que si yo había hecho algo malo, él tenía recurso a procedimientos legales, pero que no me parecía que tenía el derecho de interferir en el asunto. Entonces se valió de otra modalidad, la de circular mentiras y emplear maldiciones. Se decía que yo portaba la presencia especial del diablo, y que todo aquel que me encontrara debía decir: “María, Jesús, José”.

Corrió la voz que en nuestra casa teníamos una figura de la Virgen y otra de Cristo, y que escupíamos sobre ellas y pagábamos grandes sumas de dinero a los jóvenes que nos visitaban, para que ellos hicieran lo mismo. Se instruyeron a las madres, hermanas y esposas a perseguir a nosotros y a cualquiera que viniera a nuestra casa. Pero todo esto no logró impedir a aquellos que querían venir y oír el Evangelio. Así que, Roma se valió de sus amigos, la masa ignorante que siempre es un arma poderosa en Bolivia.

Bajo el subterfugio de una demostración a favor del Municipio, se convocó una asamblea general y las Biatas obligaron a los indígenas a venir de sus fincas, varios kilómetros distantes, para engrosar la concurrencia. El domingo, septiembre 21, tocaron campañas para llamar al pueblo a defender su religión. Un gentío se reunió en el prado, pero nadie se presentó para tomar la palabra. Unos pocos sacristanas, etc. paseaban entre la multitud, animándolos a vengarse de los protestantes.

A más o menos las 2 p.m. vimos la furia de miles, y como un río desbordado ellos cayeron sobre nuestra casa. Arrancaron adobones y, antes de que llegara la policía, rompieron ventanas y puertas, unas mil voces clamando por sangre. Nosotros clamamos al Señor, no esperando vivir mucho más. El jefe de la policía y sus hombres fueron arrastrados por la turba y la puerta cedió ante las grandes piedras y la fuerza aplicada.

Hubo dos bandas, una para matar y otra para robar. Fui golpeado y arrastrado para allá y para acá, y se oía el clamor: “¡Muerte a los Protestantes!” Ardía un incendió afuera, porque tenían una cantidad de kerosén, y se lo echaron los bancos, sillas, textos, ropa y libros. La calle era toda una fogata. Echaron mano a todo lo que podían.

Parecía el fin cuando un Cholo grande, quien me había ayudado recientemente en un viaje, alejó a los salvajes por fuerza bruta. Un hombre me venía con cuchillo, pero Terragas lo tumbó. Ahora llegaron soldados y el regimiento Aborca infundió terror en los corazones de la turba, blandiendo espadas por dondequiera.

Nos alegramos por encontrarnos con vida, los pobres niños a salvo también, y en pocos minutos teníamos un caudal de simpatizantes que continuó hasta la noche.

Centenares de personas, quienes antes no habían manifestado ningún interés por nuestra presencia en Cochabamba, nos rodearon ahora para decirnos cuán indignados estaban por semejante ataque contra nosotros. El Congreso estaba en sesión en La Paz a la sazón, y recibió numerosas peticiones de todas partes del país para actuar contra los sacerdotes.

El Gobernador fue instruido a velar que no se aplicara más violencia contra nosotros, y ordenó investigar toda la cuestión. Uno sentía lástima por los pobres indígenas que fueron aprehendidos. Algunos de ellos dijeron que simplemente estaban obedeciendo órdenes recibidas de los sacerdotes y no sabían nada de lo que nosotros predicábamos.

Un núcleo de soldados se quedó en la casa por varios días porque había amenazas constantes de otro ataque empleando dinamita. Los vecinos se alarmaron y no querían dormir dentro de cincuenta metros de nuestra casa, sino iban a los hogares de amigos cada noche. Durante este tiempo una polémica política ocupaba la comunidad. Un hombre de gran influencia en el país estaba detenido, acusado de varios crímenes, y la mitad del regimiento acantonado en Cochabamba se alzó y procuró librarlo.

El Gobernador, reconociendo la dificultad de protegernos, pensaba conveniente que nos fuéramos de Cochabamba, y recibimos órdenes de salir dentro de veinticuatro horas. Un coche fue puesto a nuestra disposición. Los indígenas del área estaban agitados todavía y en un pueblito esperaron por tres días para ver pasar el hombre con cachos largos y nariz y rabo largos. Soldados fueron asignados a las paradas para impedir cualquier ataque que los sacerdotes provocaren.

Estábamos tristes de veras al dejar lo que parecía ser un buen campo, y así también muchos sujetos realmente sinceros quienes nos rogaron seguir con los cultos, pero encontramos dificultad en cuanto a nuestra casa. La dueña, una Biata, nos pidió una y otra vez salir, porque de otro modo su vida estaría en peligro.

Es difícil mencionar a uno u otro de entre el gran número de simpatizantes, pero el editor de El Comercio fue muy amable. Los abultados gentíos también nos animaron. Jóvenes marcharon al son de “¡Viva el Evangelio!” y la noche del ataque veinticinco de ellos suplicaron armas del Gobernador para vigilar la casa.

Nos regocijamos en el hecho que el señor Mitchell puede continuar con su escuela y que varios de estos jóvenes, y también varias mujeres que antes temían venir, se reúnan regularmente dos veces a la semana. Hemos recibido muchas cartas interesantes que hacen ver que la semilla del Evangelio ha llevado fruto en la conversión de almas.

El sentir general es que el resultado de estos tiempos emocionantes en Cochabamba ha sido una apertura en el país para el Evangelio, y al visitar al Gobierno Central en La Paz fuimos informados que era su gran deseo ver sancionadas leyes que otorgarían libertad absoluta para la obra Evangélica y quitaran poder de las manos de los sacerdotes.

El señor Wilson, quien ayudó al señor Mitchell por varios meses, propone ocuparse en una agresiva obra Evangélica entre los quechuas de este distrito, junto con los señores Allan y Pulling de la Australian South American Mission.

 

Capítulo 14
La Paz

 

Oruro y La Paz se comunican constantemente por medio de una diligencia que hace el viaje en dos días, usando 144 mulas con múltiples cambios. Estos coches, muchos de ellos fabricados en Aberdeen, son propiedad de extranjeros.

Muy pronto después de salir de Oruro, nos encontramos entre indígenas aymaras, un pueblo parecido a los quechuas en muchas de sus costumbres, pero que a lo largo de siglos de dominio inca se ha preservado como una raza aparte con lengua propia.

Ellos ocupan la meseta y las montañas que se extienden de Oruro a Lago Titicaca. Este escrito de un autor boliviano los describe bien:

“Los aymaras tienen piel color de bronce así como la mayoría de los indígenas americanos, pero en su apariencia y hábitos se hacen ver identificados de cerca con las razas asiáticas.

“Su comida consiste más que todo en maíz preparado de diversas maneras, bien asada o hervida la mazorca entera. Se muele una parte, cocinando el polvo como una mazamorra, y mezclando una parte de ella con grasa y pimienta para formar una sopa con papas, de las cuales tienen muchas variedades. Les gusta congelar las papas antes de echarlas en la sopa. La hoja seca de coco se mastica con una pasta mezclada de cenizas y otros ingredientes para aprovechar toda su potencia.

“Los aymaras son muy supersticiosos. Creen en una vida en el porvenir, y cuando muere uno de sus miembros, entierran el cadáver con una bolsa que contiene maíz, chuño y coca para que el difunto disponga de provisiones en su largo viaje. Sus médicos emplean hierbas y compuestos así como la bosta de llamas, huesos pulverizados, ojos de cuervos y la sangre coagulada de serpientes y otras criaturas. Cuando no hay ningún remedio para la enfermedad, dicen que el paciente está embrujado y es necesario encontrar la persona responsable. Extraen sangre de este individuo y la aplican a la cabeza del enfermo para que se recupere.

“Tienen un procedimiento extraño para tomar posesión de una parcela o una granja. Se abastecen de bastante alcohol y chicha, y cuando han bebido juntos el antiguo dueño y el nuevo se echan al suelo. Meten al nuevo en una manta y lo lanzan de un lado a otro. Lanzan piedras, palos, etc. al aire y terminan la ceremonia con un baile. Los indígenas asignan mucho significado a esta costumbre, y el que toma posesión de la propiedad nunca será perturbado.

“Muchos de los indígenas traen contrabando de Chile y Perú, escapando detección por su conocimiento de las muchas trochas y sendas que existen. Por lo general veneran a los sacerdotes, aunque de vez en cuando se oye que uno de estos señores ha sido asesinado por haberse excedido en su afán de enriquecerse. Cuando el indígena contrae matrimonio, la novia no vive con el marido de una vez. Ella pasa un tiempo en el hogar del sacerdote, quien la instruye en sus deberes”.

El partido revolucionario se aprovechó de los indígenas aymaras en 1898 y 1899 y ellos resultaron ser buenos aliados, especialmente por la manera en que hostigaron a las tropas del Gobierno. Informaron a los revolucionarios de todo movimiento de los soldados.

Después de la derrota del grupo de jóvenes de Sucre a quienes les fue encomendado guardar las municiones traídas de Oruro a La Paz para el bombardeo de esta última, una compañía de veinticuatro heridos fue dejada en la iglesia de Ayo-ayo bajo la custodia de un sacerdote y un funcionario médico. Los indígenas aymaras descendieron de los cerros e infligieron las muertes más horribles que uno puede imaginarse sobre todos aquellos capturados en la iglesia. Cuando las tropas del Gobierno lograron contraatacar, ocuparon un pueblito de estos indígenas y mutilaron a todos cuantos podían. Así las barbaridades de una parte fueron repetidas por la otra varias veces. La creencia general de estos indígenas es que, al consumir la sangre de su enemigo, tendrán todo el coraje del caído.

Viajando a La Paz, captamos una vista pasajera de una tropa de vicuñas, que en su carrera parecían ser venados. Se las sacrifican imprudentemente por sus pieles. Una sola manta de primera contiene la piel de sólo el cuello del animalito y para hacerla es necesario matar a varias. La segunda clase de estas mantas se hacen de otras partes de la piel y se las valoran como protección del frío, bien al viajar o en las casas, ya que ninguna tiene chimenea.

Por fin nos acercamos a La Paz, pero uno no la ve hasta alcanzar la cumbre del descenso empeñado que lleva a la entrada del pueblo. La ciudad está situada en una baja.

Se han vendido muchas Biblia allí. La Sociedad Bíblica tenía un colportor residente en la ciudad entre 1895 y 1898.

Lo siguiente de la pluma del señor R. Routledge de la Canadian Baptist Mission describe La Paz y la obra para Dios en ella:

“Es difícil igualar la vista de La Paz desde el Alto. La belleza de la escena se resalta grandemente por el hecho que el día anterior uno viajó por llanuras tristes y nada atractivas. En la parada del Alto, en el filo del precipicio, vemos 4160 metros allí abajo una pequeña ciudad, linda, compacta, de unos 1,6 kilómetros de lado a lado, llena de casitas de techos rojos y rodeada de cerros altos. La única abertura es el hermoso valle al fondo directamente frente de nosotros, que abre al gran río Amazonas. Cada legua que usted avanza en esa dirección significa un cambio radical de clima, pero la naturaleza abunda por todos lados en flores, arbustos y árboles.

“A mediados del invierno viene la escarcha, pesada y blanca, pero no tanto como para perjudicar las verbenas, campanillas, margaritas, ásteres, etc. que florean aun en la temporada fría.

“En Oruro teníamos toda suerte de frutas tropicales, pero se las recogían tan verdes, y eran traídas de tan lejos, que apenas distinguíamos su sabor. Aquí las encontramos en toda su frescura. Un torrente veloz, alimentado por los glaciares lejanos, fluye por el corazón de la ciudad y no hay problema por la basura porque todas las calles salvo una se inclinan hacia el río.

“La plaza es un huerto público y hay una hermosa avenida que baja por el valle desde la ciudad, sombreada a cada lado de eucaliptos y sauces. Mirando a través de los árboles, uno ve en la distancia la imponente cúspide del Illimani, la segunda o tercera montaña de América del Sur. La ciudad parece ser construida a sus pies. Uno pensaría que está a una legua de la nieve, pero Illimani está a sesenta kilómetros de La Paz. Desde el Alto, uno puede ver, a 160 kilómetros, el pico Sorata, 6500 metros sobre el nivel del mar.

“Tal vez mi descripción del invierno le hace al lector pensar que el verano debe ser muy caluroso, pero no es así. A los 3600 metros sobre el mar, la ciudad es una de las más sanas del mundo.

“Basta, entonces, de la hermosura natural; ¡pero cuán feo el cuadro que tenemos que presentar del estado espiritual del pueblo y de los sacerdotes!

“Mientras escribo, un sacerdote está preso en La Paz a riesgo de su vida por haber incitado a los indígenas a homicidio en la última revolución y por tomar la vida de una muchacha de 14 años en el confesionario. No exagero al decir que por lo menos la mitad de los sacerdotes del país reconocen que son padres de familia. A nuestra escuela asisten setenta jóvenes de las mejores familias en La Paz, y por cuanto algunos de ellos dejaron la Escuela Jesuita para venir a la nuestra, bien puede el lector suponer que son el blanco de envidia y odio. Los sacerdotes han predicado en contra de nuestras reuniones y de nosotros en todas las iglesias, y han protestado al Ministro de Culto, pero él les informó que no había motivo para intervenir. Nos aconsejó seguir, deseando él que hubiera una docena más como nosotros en La Paz”.

En otra carta de 1902, el señor Rutledge dice: “Hace ya tres semanas desde que comenzamos nuestros cultos especiales y durante este tiempo han asistido tantos que hemos dividido el esfuerzo en dos: cuatro servicios por semana para cada grupo. Predicamos regularmente, entonces, a trescientas personas y desde el inicio la atención ha sido todo lo que uno puede desear. Vienen hombres de toda clase, profesionales y obreros”.

Estas grandes reuniones no continuaron, pero varias personas se congregan cada semana para oír la proclamación del mensaje de salvación.

Fue en La Paz que Robert Lodge durmió en Jesús después de pocos meses de labor por su Maestro en América del Sur. El nicho que contiene sus restos lleva la inscripción: “La sangre de Jesucristo limpia de todo pecado”, y permanece como un testigo en medio de la penumbra y el desespero de las inscripciones en derredor.

Saliendo de La Paz por el lado occidental, hay una línea de ferrocarril a la orilla del Lago Titicaca y naves llevan pasajeros al terminal del Ferrocarril Boliviano al otro lado. El lago es un cuerpo de agua muy llamativo, de 9900 kilómetros cuadrados, situado a 3800 metros sobre el nivel del mar. Su longitud es de 130 kilómetros y su anchura de 65. Tiene una misteriosa salida subterránea; no se encuentra dónde termina. La única salida que se conoce es el río Desaguadero, que fluye a Oruro y Lago Poopó.

Hay varias islas muy interesantes en el lago, con restos de la civilización inca. Se dice que fue en una de ellas que apareció el primer inca, Manco Capac, en el siglo 11 y allí recibió órdenes del sol. Él instruye al pueblo en los artes de la agricultura y, con su esposa, a las mujeres en cómo tejar.

 

Capítulo 15
La minería y el comercio

 

Los ingleses nunca se dieron cuenta de la riqueza de Bolivia, y es sólo en tiempos comparativamente recientes que los expertos en la minería de los Estados Unidos e Inglaterra han comenzado excavaciones en el país y están procurando obtener concesiones. La historia cuenta de la gran cantidad de plata y oro que los españoles extractaron de las minas andinas. Una visita breve a aquellas minas de siglos atrás revela cuánta labor realizaron los españoles e indígenas de antaño, y qué ha debido ser la realidad del tesoro que buscaron.

Nos hemos referido a las minas de plata de Potosí, y también a las de Cochabamba. Hoy día hay poca actividad en esos lugares debido al precio deprimido de la plata, pero se cree que las minas son casi inagotables. Aquellas de Huanchaca y Oruro exportan grandes cantidades de plata, pero el mineral que más se explota en Bolivia es el estaño. Estas viejas minas de plata tenían, todas ellas, una u otra cantidad de estaño en la superficie de la roca extraída, pero los mineros de otros tiempos lo veían como de poca importancia. Sin embargo, cambiando las circunstancias y a la luz de los precios de la plata y del estaño, ahora la atención se dirige al segundo.

Se explotan las principales minas de estaño dentro de ochenta y cinco kilómetros de Oruro, y se encuentran varios hombres que han acumulado riqueza en ellas en poco tiempo. La costumbre es que el europeo o el boliviano de la clase superior se limite a ser sólo el sobreveedor y que el indígena haga todo el trabajo arduo.

En el caso de los depósitos en Cornwall, en Inglaterra, se los explotan al encontrar una veta de dos o tres por ciento de estaño, pero en Bolivia se hace caso omiso de algo debajo del ocho o diez por ciento, porque el costo de explotación no lo hace rentable. Sin embargo, no es fuera de lo común encontrar mineral de un cuarenta o un cincuenta por ciento de estaño.

Cuando los españoles entraron en el país por primera vez en el siglo 16 ellos encontraron a los indígenas explotando minas de oro, plata y cobre, entregando la producción al gobierno central, que poseía toda la riqueza de la nación. Cuando los españoles prometieron libertad a Atahualpa, el último de los incas, no faltó mucho para que llegara la orden a los indígenas que se ocuparan de la minería en todo el país, y comenzó la acumulación del metal en Cuzco. Los europeos infieles no cumplieron las condiciones impuestas sobre ellos, dándose cuenta de que había un suministro de oro casi ilimitado.

El oro, en parte extraído y en parte lavado, se encuentra en toda la Cordillera oriental de los Andes, pero son muy pocas las operaciones en una escala mayor que se están realizando. Sí se intenta actualmente poner dragas en el río San Juan en el sur de Bolivia; se han otorgado varias concesiones en aquella parte del país con el propósito de comenzar allí, y en Tupiza también.

Existe una gran diversidad de opinión sobre el valor de estas operaciones. Muchos de aquellos que conocen bien a Bolivia dudan del resultado de poner maquinaria costosa a esta actividad, creyendo que el oro se encuentra solamente en condiciones que lo hace viable para el indígena, quien puede esperar para encontrar su “bolsa”, mientras que la máquina pesada romperá cantidades de material inferior sin encontrar el mineral rico, resultando en grandes esfuerzos inútiles.

Dos o tres años atrás, en poco tiempo un Sindicato Americano desembolsó alrededor de $ 100 mil cerca de La Paz, pero no extrajo más de unas pocas onzas de oro.

En varias partes se encuentran depósitos ricos de cobre.

Las importaciones están más que todo en manos de casas alemanas en la costa chilena y consisten mayormente en hierro, ferretería, telas, seda, etc.

Varias empresas han contratado a construir ferrocarriles en el interior, y la apertura del país por ferrocarril y carretera debe conducir al desarrollo de todas estas riquezas, pero es difícil decir cuándo. El contrato más reciente de esta índole es con la Africaine Company bajo la presidencia de Rey Leopoldo de Bélgica. Es bien sabido su interés por el caucho que haya todavía por exportar de Bolivia Oriental.

Bolivia no tiene una salida al mar y por esto depende de comunicación con otros países por ferrocarril, pero el lindero oriental incluye una parte del río Paraguay, que conecta con el Océano Atlántico.

El extracto que sigue, tomado de una reseña de la condición comercial del país, presenta las cifras oficiales de las exportaciones en el año 1900:

“La agricultura es atrasada. Se producen para consumo interno trigo, maíz, cebada, granos y papas. Se exporta café a Chile y Argentina. Se cultiva azúcar para destilación, pero los licores se importan mayormente de Perú.

“Va en aumento la producción del caucho, especialmente en la región del Acre, que da unos 3000 toneladas por año. Se exporta también la corteza chinchona. Abundan el ganado, las ovejas y las llamas, y la lana se convierte en una tela basta para el uso de los indígenas.

“La riqueza mineral incluye plata, cobre, zinc, antimonio, bismuto, tungsteno, oro y bórico. La exportación de plata incrementó durante los cuatro años hasta 1900 a un promedio anual de once millones de onzas troy, procedente mayormente de minas en Huanchaca, Oruro y Cochabamba.

“El estaño sigue en importancia, producido en el borde de la gran mesta que yace al sur de Lago Titicaca. El centro principal para la explotación del castaño es el distrito de Huamuni, pero se encuentra el metal casi dondequiera que se extrae la plata. En 1900 la exportación de estaño alcanzó las 10.800 toneladas de concentrado y 1591 toneladas métricas en barras.

“Cobre de alta calidad se encuentra en el distrito de Cococora, con una producción anual de 3000 toneladas en la forma de concentrado. El oro está presente en muchas partes de Bolivia y hay varias empresas recién formadas, pero no hay información sobre los resultados”.

 

Capítulo 16
Conclusión

 

Muchos factores se han combinado últimamente para acelerar el movimiento hacia una mayor libertad en Bolivia. La presencia de los Misioneros Bautistas Canadienses y sus excelentes escuelas deben tener un efecto sano.

El Gobierno Liberal ha insistido en un nuevo enfoque en todas las instituciones docentes en el país. Hasta hace pocos años, el sistema aplicado era de enseñar una materia a todo muchacho en la clase y nunca volver a verla, de manera que un alumno podría aprender la matemática en el primer año solamente, sin la oportunidad de estudiarla de nuevo en la escuela. El Ministro de Educación ha cambiado todo esto a un esquema más racional y ha prevalecido, aunque encontró gran oposición de los sacerdotes.

El año pasado vio dos medidas importantes aprobadas por el Congreso. Una de ellas se refiere al control de los Cementerios, que estaba en manos del clero. Se ha puesto fin a un gran abuso. En varias ocasiones se infundió horror al exhumar los restos de extranjeros que no se habían sujetado a los sacerdotes. La otra medida trata de los sacerdotes mismos. En el pasado ellos podían ser juzgados solamente en tribunales eclesiásticos, pero ahora son responsables a los Tribunales ordinarios por cualquier crimen que cometan.

Las cartas que siguen harán ver cómo los ciudadanos ven las cosas:

“El informe oficial sobre el disturbio en Cochabamba. Septiembre 21, 1902. Al Ministro del Interior.

“Por cierto tiempo un sujeto británico nombrado Mr. W. Payne, un Protestante, ha estado entre nosotros dictando Conferencias a un número limitado de personas en su propia casa alquilada, con admisión por boleto.

“Esto dio lugar a una comisión de mujeres (Católicas) a la Municipalidad, donde persuadieron al Presidente a multar al señor Payne B. 20 si realizara otra reunión. Complacidas por esta recepción del Presidente de la Municipalidad, consintieron en realizar una procesión pública en su honor. La procesión tuvo lugar hoy a la 1 p.m., compuesta principalmente de indígenas de la clase inferior (recogidos por el sacerdote) y de mujeres fanáticas. No había una sola persona respetable entre ellos.

“La procesión era de unas 2000 personas y, después de saludar al Presidente, Dr. Benjamín Blanco, pasó a la casa de Mr. Payne, y la puerta cedió ante el peso de piedras grandes que arrancaron de la calle. Habiendo logrado entrar, sacaron los muebles, la ropa y muchos otros bienes y prendieron una gran fogata con parafina traída con este fin.

“Mr. Payne fue tratado muy severamente y la policía era inútil. Despaché 25 hombres montados de la Lanza Abaroa que por suerte estaban aquí, y ellos llegaron justamente a tiempo para salvar la vida de Mr. Payne. Procedí a mi oficina y llegó un número de caballeros jóvenes para ofrecer su ayuda. Ellos protestaron enérgicamente contra estos hechos de violencia instigados por los sacerdotes.

“Por cuanto el incidente generó una gran reacción en el pueblo, envié soldados a las calles, prohibiendo a más de dos o tres personas en un grupo, y a las 2:30 p.m. prohibí toda otra procesión en el resto del día.

“Sin embargo, no obstante mi orden escrita y oral, el Obispo realizó una procesión a las 4 p.m. para (como dijo él) quitar el desagrado de la Virgen que había sido agraviada, por cuanto se decía que la noche anterior el evangelista expresó dudas acerca de su nacimiento maravilloso, etc.

“Tengo ahora veinte y siete de los presos, quienes deben ser tratados severamente. Es nuestro deber proteger y respetar las personas y sus bienes.

“Firmado. Aranibar”.

Un párroco se comportó indebidamente de alguna manera que causó que el Obispo Romano de Cochabamba lo quitara de su cargo, pero posteriormente la intervención de un amigo permitió que continuara. Sin embargo, dio oportunidad a la redacción de las líneas terriblemente condenadoras que reproducimos:

“Mi distinguido Señor y Amigo:

“Recibí la suya del 29 próximo pasado en la cual expresa la esperanza que Reverendo M. M. fuera permitido quedarse en su parroquia actual. En vista de la amistad con la cual usted me honra, y para dar fe a mi aprecio, cumpliré con su petición.

“Debo decir, sin embargo, que el sacerdocio ignorante y corrupto de esta diócesis nunca se reformará. Recae sobre mí la censura pública por las barbaridades cometidas por estos hombres desamparados y perdidos. He hecho todo en mi poder para sacarlos del sumidero de ignorancia y vicio. No sólo son inútiles sino que rayan en saciarse, y no he logrado nada. Siempre son lo mismo: brutos, borrachos, seductores de gente inocente, enemigos de Dios, de la Iglesia y de la humanidad, sin religión y sin consciencia. El pueblo estaría mejor sin ellos. No sirven para nada excepto para jugar la misa, y aun esto lo hacen sin devoción y sin reverencia. ¿Estos animales pueden dirigir las conciencias e instruir al pueblo?

“Los sacerdotes de estos pueblitos y provincias no tienen un concepto de Dios, ni de la religión de la cual profesan ser ministros. Nunca estudian. Su vida cotidiana es en primer lugar llenar el estómago, luego los desórdenes de la cama, de allí al templo en busca de más presa por su horrible sacrilegio, de vuelta a la indolencia, la borrachera y de nuevo los terribles desórdenes de la cama.

“Usted no puede imaginarse el dolor que estas cosas me causan. Estoy harto de todo esto. Hay excepciones, pero muy, muy pocas, como para no mitigar el dolor …

“En conclusión, yo diría que en menos de diez años la Iglesia Católica Romana (a saber, en Bolivia) habrá dejado de ser. El sacerdocio ni la sirve ni la conoce. Las masas son más ignorantes cada día, y llenas de superstición, porque nunca oyen la palabra de Dios. Gracias a Dios, no veré la calamidad que se avecina, porque pronto estaré en el sepulcro.

“Alfonso. Obispo”.

Ahora, ¿qué de la opresión romana en Bolivia?

¿El pueblo de Bolivia está satisfecho con su religión y con quienes la administran? Los extractos que siguen  tratan de esto y han sido tomados de El Comercio, uno de los periódicos más influyentes en Cochabamba.

“El pueblo de Parapeti (Santa Cruz) ha consignado al gobernador del departamento una protesta firmada por casi todas sus habitantes, quejándose de las demandas de los frailes residentes y pidiendo que por todas las plagas sean quitados de una vez”.

Del pueblo de Ayopaya al Obispo de Cochabamba:

“Pedimos que sea removido el sacerdote que tenemos actualmente y que sea enviado uno digno del nombre de Apóstol de Jesucristo.

“El sacerdote ha usado para su propio beneficio donativos privados de la Virgen. Cada año él manda al pueblo a traer material para reparar la iglesia, pero lo vende y se queda con el dinero. Él recoge tributos excesivos pero nadie sabe qué se hace con ellos. Recibe dinero para pagar a un obrero, pero otro hace los trabajos sin cobrar, y los hace mal.

“Él no ha obedecido al Obispo para comprar un órgano, pero ha usado uno prestado de un feligrés, quedándose con el dinero. Recibe dinero de varias personas para varias misas, pero celebra una sola misa para todos. El edificio de la iglesia está deteriorado, pero él sigue indiferente. Desde que llegó aquí, no ha hecho nada para el bienestar del pueblo”.

Y ahora otra queja:

“Es mi penoso deber reportar las siguientes acusaciones vergonzosas contra Isidoro Claros, sacerdote de Quirquiavi –

“Les dijo a los indígenas en un sermón que aquellos que obedecen a la municipalidad son salvajes, adúlteros, y están excomulgados; que ni la municipalidad ni el Presidente tienen nada que ver con la Iglesia. Recientemente ordenó a los indígenas a cerrar una calle que la municipalidad había abierto.

“Él demanda impuestos de los indígenas sin derecho de cobrarlos. En menos de un mes cobró de Manuel Beltrán $56 por tasa de sepultura y $32 por misas, y ahora amenaza con enviar funcionarios de la iglesia para posesionarse de la propiedad de la viuda. De Gaviano Chaca, otro indígena pobre, demandó $12 por haber pronunciado una bendición sobre su hermano difunto, pero por cuanto Chaca no pudo pagar, el sacerdote se apoderó de cuatro de sus ovejas y piensa tomar tres llamas también, propiedad de la hermana difunta. De otra viuda, este sujeto descorazonado ha extorsionado $32 por misas y responsos.

“Él piensa que por ser el párroco es dueño de todo lo que los indígenas tienen, y los despoja extravagantemente, no obstante la protesta pública. Va a sus prados en busca de ovejas y las toma a cambio de un par de oraciones sobre sus bienes para ayuntar los espíritus malignos. Interrumpe sus chozas y realiza estas ceremonias sin que ellos las quieran. Los trae de sus ranchos y los obliga a casarse contra su voluntad, sólo por el dinero que esto le gana.

“En agosto, él azotó a una pobre viuda llamada María Tofa desde la iglesia hasta su casa, porque ella había informado a la municipalidad que él exigió $32 de ella. La dejó, diciendo: ‘Eso te enseñará a no acudir a la municipalidad’. El hombre hace lo que quiere y dice que no teme a nadie ni a ninguna autoridad”.

El Comercio, comentando sobre estas acusaciones, dice:

“Los párrocos donde predomina el elemento indígena son, con pocas excepciones, nada más que miserables usuarios y traficantes en religión, vampiros que chupan la sangre del pueblo, turbios extorsionistas de las masas supersticiosas e ignorantes, sobre quienes gobiernan con patadas y golpes. Son monstruos que despojan al pobre Indígena, a quien conceden como un favor que bese su mano.

“En vez de enseñar la verdad, enseñan una mentira, sin enseñar nada moral. No hacen nada para despertar las facultades dormidas del oprimido indígena, quien se torna cada vez más ignorante y se hunde más y más en su miseria, superstición y borrachera. El sacerdote no hace nada, ¡y quiera Dios que no haga nada! Pero estos monstruos son los peores enemigos de la religión y de la humanidad. Están confeccionando una terrible catástrofe para el futuro.

“Pero el Indígena se despertará de su estupor y clamará a Dios por los abusos de su opresor. Mirará a Dios en la esperanza que aquel que él conoce ahora solamente como el Tirano Supremo, dispuesto a borrar a todos en su ira, si no se abandonan a los sacerdotes. Se despertará, ¿pero a qué? A odiar a nuestra religión y nuestra civilización. Tengan cuidado que las instituciones de instrucción superior eleven la norma moral de esta raza sufrida.

“Si estos abusos sacerdotales no son corregidos por medidas fuertes, provocarán la destrucción de nuestra religión nacional”.

 

En conclusión, queremos señalar que, si bien hemos mencionado unas pocas tribus del Norte de Argentina y de Bolivia, concentrándonos en el pueblo quechua, hay un gran número de tribus en el interior de América del Sur y no se ha hecho ningún intento a alcanzarlas con el Evangelio. Algunos viajeros estiman que estos Indígenas componen más de trescientas tribus con sus diversos idiomas.

Hará falta que la mayoría de estos idiomas tengan escrito, pero contamos con varios textos de gramática y vocabulario en la lengua quechua, y se ha traducido a quechua una parte del Nuevo Testamento. Así que, hay un rayo de esperanza que la luz llegue a los tres millones y medio de personas esparcidas en los Andes que están todavía sin un misionero proclamando el Evangelio en su lengua.

Marcos 16.15 reza en quechua “Riychis llapa tecsimuyuntinta, anyacamuy – chistac evangeliota tecuy runaman”. Y Marcos 6.34: “Jesutac llocoimpusta uc sinchi runa tantata …”

Es un glorioso pensamiento que en aquel día, cuando la vasta multitud de los redimidos cantará en derredor del trono, “Digno eres … porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación”, participará en aquel coro un grupo de entre estas muchas tribus de América del Sur. ¡Oh, el regocijo de aquel día, cuando veremos a nuestro Señor Jesucristo glorificado en la salvación de los hijos Indígenas de América del Sur! ¿Quién querrá tener una parte en esta obra de llevarles el mensaje de paz?

 

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