Tres cartas (#9939)

9939
Tres cartas

 

D R A

 

En el siglo XIX la guerra era suceso cíclico en Venezuela. Cipriano Castro derrotó al gobierno de turno en Tocuyito, cerca de Valencia, en octubre de 1899. Por lo menos mil hombres murieron en aquella matanza. El paludismo era cosa común y mortífera. La pobreza era asombrosa. Un visitante escribió: «Los mozos en las casas de comercio se quedan mirando al espacio, porque no hay quien compre su mercancía”.

Los clérigos vociferaban contra un catalán de nombre Enrique Inurrigarro, quien hablaba sencillamente a la gente sobre la Biblia, la Palabra de Dios. Decían que la viruela había afectado a la tercera parte de los hogares a causa de aquellos que anunciaban la salvación por fe en Jesús. Negaban el pronunciamiento divino de que «hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos”, 1 Timoteo 2.5,6.

 

Esta primera carta fue escrita en Valencia
por un conocido de aquel evangelista
el 18 de diciembre de 1898.

 

Ayer se realizó lo que fue, hasta donde sabemos, el primer bautismo por inmersión en agua efectuado en Venezuela. Doce personas presenciaron este acto de obediencia al Señor JesuCristo de parte de la señorita Carmela Arenas. Entre el grupo estaba su prima hermana de veinte años. Por cuanto no se permiten actos públicos, se realizó el bautismo en una casa privada.

A mediados de 1897 el señor Inurrigarro llegó a conocer al padre de Carmela, un hombre que hasta el día de hoy no ha querido creer en Cristo, pero a quien por alguna razón le molesta la idolatría. Dijo:  «Tengo una hija cuya recámara está llena de ídolos. Es como una iglesia. No sé si alguien puede entrar en razón con ella, porque se la pasa en la catedral y es gran amiga de los sacerdotes.»

Pero aquella señorita empezó a leer la Biblia a escondidas. Hace aproximadamente seis meses encontró reposo en la obra del Calvario como su único y seguro medio de salvación.

 

Esta segunda carta fue escrita por aquella señorita en Tocuyito,  Edo. Carabobo en 1902.

Mi querida prima:

… ahora, habiendo expresado mi sincera gratitud por el obsequio que me enviaste, pasemos a otro asunto en tu carta. Dices que no vas a estar contenta hasta saber que he vuelto a la religión de Roma. Eso nunca va a suceder, ya que mis convicciones son muy profundas.

Dios ha obrado en mí una conversión, liberándome de mi obscuridad y llevándome a la luz del Evangelio de JesuCristo. Dios me convence por el poder del Espíritu Santo, por quien estoy sellada, que ni prosperidad ni adversidad, ni aun los tormentos de la Inquisición, podrán separarme del amor de Dios en Cristo Jesús, o desviarme de la luz a las tinieblas.

En el mundo nada temo, ya que el Señor me guarda, y para mí la muerte es sólo el traslado a mi hogar celestial, a los brazos de mi Salvador JesuCristo. Digo con el apóstol Pablo, «Yo sé a quién he creído;»  tengo dentro de mí el testimonio de haber creído a Dios en su Palabra.

Tengo paz en mi alma, por fe en la sangre del Cordero de Dios, quien lavó mis pecados y me salvó de la perdición eterna. Estoy feliz en medio de la miseria en derredor; la burla del mundo me hace humilde. Tú sabes cómo vivía; sabes de mi vanidad y del fanatismo que sentía hacia la religión de Roma. Yo era tan ciega como estás tú ahora.

Reflexiona un poco sobre lo que digo, y verás que solamente el poder de Dios ha podido obrar ese gran cambio. Yo no veía que iba a ganar algún provecho visible, ni tomé el paso pensando mejorar mi situación. Te aseguro que estoy más contenta en mi estado que tú en el tuyo. Querida Y—, tienes tus amistades, pero tu alma está turbada. Tú sabes que la muerte y el juicio están por delante. Esa religión no apacigua el alma, como bien sé por mi propia experiencia. Tú estás tan insegura como estaba yo, y es porque no sabes adónde irá tu alma.

Yo sé dónde voy a estar. Hay solamente dos destinos en el mundo más allá; a saber, el cielo, el destino de los que confían en la obra de Cristo, y el infierno, el destino de los que rechazan su obra. Otro lugar no hay. Cree en JesuCristo de todo corazón, dejando atrás vírgenes e ídolos, sean de yeso o de madera. Iluminada por el Espíritu  Santo, sin nada de aquellas prácticas que nada hacen por el alma, serás salva.

Es mi oración por ti.                                                         Carmela

 

Y esta tercera carta, escrita el 22 de enero de 1908,
es de otro que vivía en Valencia.

En el día de Navidad la muy estimada señorita Carmela Arenas pasó a estar con Cristo. Vivió fiel a su Señor hasta el fin en medio de gran oposición y muchas pruebas. En el lenguaje de Hebreos capítulo 11, fue atormentada, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. En su entierro dos o tres hermanos en la fe hablaron palabras oportunas. Un apreciable número de personas escuchó con respeto y orden, no obstante la actitud que ha caracterizado la comunidad.

Ahora, hace cien años o hace casi dos mil años, la verdad ha sido una sola. La salvación ha sido y es la gran necesidad de cada cual. Al decir del apóstol Pablo, es por «arrepentimiento para con Dios, y fe en el Señor Jesucristo”, Hechos de los Apóstoles 20. 21.

La señorita Carmela y millones más la hemos experimentado y un gran cambio ha sido operado en nuestro ser. Bien dijo ella que hay solamente dos destinos; a saber, el cielo, el destino de los que confían en la obra de Cristo, y el infierno, el destino de los que rechazan su obra. Así como ella instó a su pariente a creer en JesuCristo de todo corazón, nosotros te rogamos aceptarle a Él como tu propio y único Salvador.

 

 

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