El escultor (#9657)

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El escultor

 

José Villegas de Cora era un famoso escultor mexicano. Puebla de los Ángeles, donde vivía, estaba orgullosa de su hijo ilustre. Las obras de los indígenas eran admirables por su libertad imaginativa, pero ninguno hacía estatuas tan artísticas como las de Villegas. Tampoco se podía comparar las esculturas extranjeras con las suyas, aunque la gente prefería lo español por regla general. El artista era sabio en arquitectura. Se decía que daba una expresión divina a sus obras.

Un día llegó de Europa el obispo don Joaquín Pérez, trayendo bellas esculturas españolas. Los intelectuales y clérigos fueron invitados a una exposición del tesoro que después había de repartirse entre conventos e iglesias de Puebla. La gente se paseaba por el palacio obispal, admirando la escultura importada.

Joaquín Pérez, hombre de poco juicio, examinaba una espléndida imagen de un ángel junto con otra gente. Tomó la estatua en sus manos y llamó a Villegas.

“Fíjese en esta obra, maestro”, le dijo, “y aprenda a esculpir. ¿Hay alguien por aquí que sepa hacer estatuas iguales a ésta?” Nada respondió el indígena. Examinó bien la preciosa imagen. Luego, sacó rápidamente de su bolsillo un pequeño martillo, y con un solo golpe rompió la cabeza de la estatua.

Todos miraron estupefactos. El artista entregó al obispo el papelito que estaba dentro de la obra rota, quien leyó en voz alta: “Hecha por José Villegas de Cora, en Puebla, México”.

Nos preguntamos: ¿Tenía derecho el artista de romper una obra tan maravillosa? ¡Contestamos categóricamente que sí! Él era su artífice, pero otros fueron elogiados por su hermosura, quedando desacreditado su creador verdadero. Tenía razón sobrada al destruirla; en un sentido ella le traicionaba.

Esto nos recuerda que la Biblia afirma que Dios es el Creador; que “linaje suyo somos”. Siendo pues linaje de Dios, ¿no se nos requiere rendirle homenaje a Él? Y, ¿qué sucederá al ser humano si, en vez de honrar a su Creador, tributa honor al príncipe de este mundo, que es el diablo?

Lo que es más, el mismo que nos creó es quien buscó cómo redimirnos del pecado y librarnos de la esclavitud del enemigo que nos cautivó. ¡Y esto a costo incalculable! El gran apóstol Pablo dijo: “Por precio fuisteis comprados”, y lo confirmó Pedro en su carta apostólica: “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo”.

A los que se entregan a dicho Salvador, que se dio en la cruz para salvarnos, la Biblia declara que somos hechura suya. ¡Y esto ya dos veces! La primera vez por su obra de Hacedor, y después por ser Redentor nuestro.

Pero, ¿qué diremos de los que le desprecian a pesar de ser obra suya? Ellos rechazan su derecho como Salvador, y prefieren honrar y servir a otro que no es Dios, aunque sea “dios” de ellos. ¿Será posible que su “Escultor” un día los destruya como Villegas destruyó la estatua? ¿Será posible que sufran destrucción a manos del que los creó? Es terrible pensarlo, pero ¡es la pura verdad!

Amable lector, estamos en el más claro deber de servir y glorificar a nuestro Dios. Si en esta vida no lo hacemos, ni aceptamos por fe la obra de aquel que por nosotros dio su vida en el Calvario, sentiremos el peso del “martillo” de Dios. Su ira recaerá sobre sus criaturas que así le han traicionado. El golpe de juicio eterno ha de rendir imposible honrarle en la vida venidera quienes no le honran ahora.

Él no está en templo hecho de manos, ni en la filosofía de quienes nunca se han humillado como indignos de su amor. Siendo siervos del pecado, devotos de “dioses” de la religión de hombres o del placer carnal, volvamos a Cristo.

Confesémosle como nuestro Salvador personal. Aceptemos por fe lo que hizo en el Calvario. Seamos suyos, no sólo por creación sino por redención también. Que en el día del recuento final, ¡no nos suceda lo que le pasó a la estatua de Don Villegas de Cora!

 

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