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Mayor que Chacao
D R A
El cerro del Ávila, que forma el lindero norte de la ciudad de Caracas, fue la roca del gigantesco cacique Chacao. Él era fuerte, generoso y listo, calificado por los cronistas del siglo XVI como el Hércules americano.
Una vez supo que Castaño, capitán de las tropas conquistadoras, había hecho raptar a dos niños indios. El cacique juró rescatar a los inocentes. Reunió a sus hombres y atacó a través de una garganta en el Ávila.
En su destreza, penetró solo en el campamento y desbarató a los centinelas. Tomó a los pequeños en sus brazos y regresó a la tribu. Pero una lanza lo había herido cerca del corazón. Rescató a los suyos, pero entregó su propia vida. Él se yergue como modelo de abnegación, y Caracas honra su nombre todavía.
Chacao se proyecta a nosotros también. Es recordatorio de Uno muchísimo mayor que él, quien dio su vida por todos. Jesús no la dio por haber sido alcanzado por una fuerza mayor, sino a propósito. El conquistó la muerte para quitar de nosotros la pena de la muerte espiritual y eterna. Volvió a vivir para dar a los suyos la vida. Esa vida hoy por hoy es espiritual no más, pero en la eternidad será para el creyente corporal también.
Declaró: > Yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para volverla a tomar. > Yo soy el buen pastor. El buen pastor su vida da por las ovejas. Conozco mis ovejas, y las mías me conocen. > Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.
Ahí lo tienes: Jesucristo murió y resucitó. Es la puerta; es el buen Pastor. Quien entra en la vida eterna, encuentra asilo de la condenación, recibe una vida nueva, y se convierte en objeto del amor y cuidado de ese Pastor.
¡Noble Chacao! Puso su vida para salvar a otros. Llevó a cabo una gran hazaña, pero no pudo vivir para cuidar a su pueblo. Los niños le dejaron que los salvara de los conquistadores, pero al fin la raza sucumbió a esa fuerza mayor. Cristo, en cambio, murió por los suyos y vive por ellos. Los salvó, los salva, y los salvará eternamente.
Muchos son los que reclaman tu alma, amigo». El asalariado —el que trabaja por paga y no por dedicación— no es el pastor, de quien son propias las ovejas. Ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa». Los asalariados abundan.
Por el momento la puerta está abierta y el Salvador te invita: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?»
Las citas bíblicas son del Evangelio según Juan capítulos 10 y 11.